No nos hablen de historia, somos economistas
Humberto Campodónico (Economista)
Ese es el título de un artículo del 2001 del reputado economista holandés-inglés Mark Blaug, constatando que cada vez se enseñaba menos el curso de Historia del Pensamiento Económico en las universidades anglosajonas.
Blaug estaba en desacuerdo, pues decía que “hay que entender el pasado desde el punto de vista del pasado. No se puede entender una idea o una teoría económica (o de cualquier ciencia) si no se sabe de dónde vino y cómo se relacionó y evolucionó con respecto a las ideas de su tiempo. Las teorías son producto de la historia. Sin historia económica, las teorías económicas como que caen del cielo. Se tiene que creer en ellas por un puro acto de fe” (*).
Este abandono es consecuencia de la creciente influencia del neoliberalismo, que plantea que la economía es una ciencia exacta, con leyes propias que pueden ser aplicadas en cualquier país, momento y situación. Si bien sus orígenes se remontan a la teoría subjetiva del valor y a la teoría del equilibrio general de fines del siglo XIX, siempre tuvieron que competir con otras corrientes económicas.
Pero después del derrumbe del “socialismo soviético” en 1990, su hegemonía fue casi total. Proclamaron la vigencia absoluta del libre mercado y de la oferta y la demanda. La caída de la ex URSS se convirtió en la prueba irrefutable de que “no hay otra alternativa” (conocida en inglés como TINA, There Is No Alternative).
Hoy, en medio del desastre financiero y económico mundial, se constata que las premisas del neoliberalismo eran puras falacias. No es cierto que es buena la liberalización y desregulación total de los mercados –comenzando por el financiero– porque “los mercados se autorregulan”. No es cierto, tampoco, que el “egoísmo económico” lleva a una sociedad igualitaria a través de la “mano invisible” del mercado.
Fracasada la borrachera neoliberal –pero con todos los efectos de la resaca aún encima– comienza el cuestionamiento al “pensamiento único” de los nuevos ayatollahs. Los discursos del presidente francés Sarkozy claman por una efectiva regulación estatal y Obama prepara un paquete estatal de estímulo tipo “New Deal” de Roosevelt, basado sobre todo en inversión pública, por un monto de US$ 750,000 millones (que ya ha sido considerado insuficiente por el Premio Nobel Paul Krugman).
Para tratar de entender lo que no explica el neoliberalismo a-histórico, los alemanes compran en masa los escritos del “joven Marx”, mientras que en EEUU “sale caliente” el Tratado General de Keynes de 1936 y se leen los escritos de Schumpeter y Wallerstein sobre las “ondas largas” del capitalismo.
En los periódicos y los blogs los economistas analizan ahora la gran crisis de 1880 y la de 1929 para tratar de entender las similitudes y diferencias con la actual, al mismo tiempo que desmenuzan las políticas adoptadas por los gobiernos en la época. Algunos afirman, ojo, que la verdadera salida de la Gran Depresión solo se produjo con… la Segunda Guerra Mundial.
El quid del asunto es que la economía no es una ciencia exacta, como la matemática, la química y la física (incluso esta aseveración es hoy cuestionada) sino una ciencia social. Tiene, claro está, un cuerpo de axiomas y premisas que se expresan en teoremas, ecuaciones y regresiones, lo que permite efectuar diagnósticos y aplicar políticas. Pero no existe “una” sola teoría económica, pues varias escuelas coexisten. El diálogo y la crítica debieran nutrir los diferentes enfoques y perspectivas.
El actual contexto seguramente alegrará a Mark Blaug porque se revalora el rol de la historia en la teoría económica y el carácter de ciencia social de la economía. Quizá dentro de poco nos contará que numerosos alumnos se matriculan en su curso de Historia de las Ideas Económicas porque quieren entender lo que está pasando, ya que solo les enseñaron que el “libre mercado”, a secas, arreglaba todos los problemas. Su nuevo artículo podría llamarse: “Háblennos de historia, por favor, somos economistas”.
(*) Mark Blaug, “Nada de historia de las ideas, por favor, somos economistas” en Journal of Economic Perspectives, Vol. 15, 2001.
Humberto Campodónico (Economista)
Ese es el título de un artículo del 2001 del reputado economista holandés-inglés Mark Blaug, constatando que cada vez se enseñaba menos el curso de Historia del Pensamiento Económico en las universidades anglosajonas.
Blaug estaba en desacuerdo, pues decía que “hay que entender el pasado desde el punto de vista del pasado. No se puede entender una idea o una teoría económica (o de cualquier ciencia) si no se sabe de dónde vino y cómo se relacionó y evolucionó con respecto a las ideas de su tiempo. Las teorías son producto de la historia. Sin historia económica, las teorías económicas como que caen del cielo. Se tiene que creer en ellas por un puro acto de fe” (*).
Este abandono es consecuencia de la creciente influencia del neoliberalismo, que plantea que la economía es una ciencia exacta, con leyes propias que pueden ser aplicadas en cualquier país, momento y situación. Si bien sus orígenes se remontan a la teoría subjetiva del valor y a la teoría del equilibrio general de fines del siglo XIX, siempre tuvieron que competir con otras corrientes económicas.
Pero después del derrumbe del “socialismo soviético” en 1990, su hegemonía fue casi total. Proclamaron la vigencia absoluta del libre mercado y de la oferta y la demanda. La caída de la ex URSS se convirtió en la prueba irrefutable de que “no hay otra alternativa” (conocida en inglés como TINA, There Is No Alternative).
Hoy, en medio del desastre financiero y económico mundial, se constata que las premisas del neoliberalismo eran puras falacias. No es cierto que es buena la liberalización y desregulación total de los mercados –comenzando por el financiero– porque “los mercados se autorregulan”. No es cierto, tampoco, que el “egoísmo económico” lleva a una sociedad igualitaria a través de la “mano invisible” del mercado.
Fracasada la borrachera neoliberal –pero con todos los efectos de la resaca aún encima– comienza el cuestionamiento al “pensamiento único” de los nuevos ayatollahs. Los discursos del presidente francés Sarkozy claman por una efectiva regulación estatal y Obama prepara un paquete estatal de estímulo tipo “New Deal” de Roosevelt, basado sobre todo en inversión pública, por un monto de US$ 750,000 millones (que ya ha sido considerado insuficiente por el Premio Nobel Paul Krugman).
Para tratar de entender lo que no explica el neoliberalismo a-histórico, los alemanes compran en masa los escritos del “joven Marx”, mientras que en EEUU “sale caliente” el Tratado General de Keynes de 1936 y se leen los escritos de Schumpeter y Wallerstein sobre las “ondas largas” del capitalismo.
En los periódicos y los blogs los economistas analizan ahora la gran crisis de 1880 y la de 1929 para tratar de entender las similitudes y diferencias con la actual, al mismo tiempo que desmenuzan las políticas adoptadas por los gobiernos en la época. Algunos afirman, ojo, que la verdadera salida de la Gran Depresión solo se produjo con… la Segunda Guerra Mundial.
El quid del asunto es que la economía no es una ciencia exacta, como la matemática, la química y la física (incluso esta aseveración es hoy cuestionada) sino una ciencia social. Tiene, claro está, un cuerpo de axiomas y premisas que se expresan en teoremas, ecuaciones y regresiones, lo que permite efectuar diagnósticos y aplicar políticas. Pero no existe “una” sola teoría económica, pues varias escuelas coexisten. El diálogo y la crítica debieran nutrir los diferentes enfoques y perspectivas.
El actual contexto seguramente alegrará a Mark Blaug porque se revalora el rol de la historia en la teoría económica y el carácter de ciencia social de la economía. Quizá dentro de poco nos contará que numerosos alumnos se matriculan en su curso de Historia de las Ideas Económicas porque quieren entender lo que está pasando, ya que solo les enseñaron que el “libre mercado”, a secas, arreglaba todos los problemas. Su nuevo artículo podría llamarse: “Háblennos de historia, por favor, somos economistas”.
(*) Mark Blaug, “Nada de historia de las ideas, por favor, somos economistas” en Journal of Economic Perspectives, Vol. 15, 2001.
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Fuente: Diario La Repùblica. 10/01/09
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