domingo, 29 de abril de 2012

Cartas de Roger Casement sobre las atrocidades del Putumayo. Las etnias uitoto, andoque y bora, esclavizadas por la Peruvian Amazon Company de Julio César Arana.

TROPA DE ASEDIO. Grupo de nativos liderado por un capataz barbadense (con gorra, al frente). Armados con rifles Winchester, su labor era perseguir a los uitotos.

Guardianes del infierno. Los abusos en el Putumayo.


Por lo menos 30 mil peruanos fueron asesinados durante el boom del caucho a inicios del siglo pasado. Eran nativos de las etnias uitoto, andoque y bora, entre otras. Todos fueron esclavizados por la Peruvian Amazon Company. El Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica, en coedición con la ONG IWGIA, ha publicado por primera vez en español la versión completa de las cartas de Roger Casement sobre las atrocidades del Putumayo. Aquí la recreación de un episodio oscuro de nuestra historia.
Por: Ghiovani Hinojosa
Cuatro jóvenes nativos cuelgan de la rama de un árbol. Tienen los brazos amarrados por la espalda y la mirada gacha, casi como en posición fetal. Los mosquitos, el calor y la humedad acompañan este doloroso cuadro. Los indígenas, probablemente miembros de la etnia uitoto, han sido castigados por haberse escapado de la estación Abisinia, en los alrededores del río Putumayo. Huyeron de este lugar aterrorizados por los latigazos que recibían cada vez que no conseguían los kilos de caucho requeridos por los dueños. Los flagelaban con tiras de piel de tapir. Muchas veces lo hacían capataces negros venidos de Barbados. Ni bien los atraparon, los trajeron de vuelta a empujones y los subieron al árbol. Allí estarán, quejándose en su lengua materna, por cerca de tres horas.
Alrededor de ellos, unos capataces conversan distendidos, como si estuvieran en una festiva reunión de amigos. Mantienen buenas relaciones con sus superiores, los directivos de la Peruvian Amazon Company. De pronto, un barbadense llamado Hilary Quales se separa del grupo y camina lentamente hacia donde están los nativos suspendidos en el aire. Lleva colgado en el hombro su lustroso rifle Winchester. Observa atentamente los cuerpos. Abre la palma de su mano y la acerca poco a poco a la pantorrilla de uno de los uitotos. En este momento, podría pedir a sus colegas que traigan hojas secas del bosque, amontonarlas al pie del árbol del castigo, prenderlas con un fósforo y esperar a que los indios retuerzan desesperados las plantas de sus pies. Ya ha pasado. Y los capataces lo han disfrutado. Podría, si quiere algo más rápido, cargar su Winchester con la munición que lleva en el bolsillo y destripar a todos los indígenas de un solo disparo. También ha pasado. Pero Hilary tiene hoy ganas de joder. De perpetuar hasta el infinito el dolor de su prójimo.
El capataz toma la pantorrilla del nativo con las manos. La presiona tan fuerte como puede. Luego de voltear a mirar a sus compañeros, como anticipándoles el espectáculo que se viene (y que nadie puede perderse), le da un empujoncito al cuerpo del uitoto. La víctima se balancea de un lado a otro, como un columpio oxidado que está por venirse abajo. El movimiento tensiona al máximo los músculos del nativo. Hilary Quales, de unos 24 años, repite el juego con el resto de indígenas. Les da empujoncitos en las piernas, y estos se deshacen de dolor. Exacerbado por la hilaridad que empieza a reinar en el ambiente, el capataz da un paso adelante y acerca sus labios a la piel sudada de una de sus víctimas.
Hilary Quales muerde con ferocidad la carne de los nativos. Clava sus dientes en pies, pantorrillas y nalgas. Los atacados responden con gritos guturales. El capataz voltea como para obtener la aprobación de sus amigos. Se la dan. La fiesta estalla. Hilos de sangre. Gritos. Risas. Humedad. Calor. Súplicas. Burlas. Y, súbitamente, el silencio. Un indígena no soportó las vejaciones y le pateó la cara a Hilary. Este tiene el rostro desencajado y la mirada furiosa. No lo va a perdonar. Se apresura en apretar con las manos los pies del rebelde y vuelve a embestir con los dientes. De una sola mordida le arranca el dedo meñique. A lo lejos, Abelardo Agüero, jefe de la estación Abisinia, celebra el hecho con una sonrisa. Ya está bueno. Ordena bajar a los rehenes. Pero no para darles un instante de sosiego, sino para seguir reprimiendo su falta de sumisión. Ahora les toca ir al cepo, ese bloque de maderas superpuestas que inmoviliza a las personas por días, semanas e, incluso, meses. El capataz Quales se limpia la sangre con las mangas de su polera.
“Monstruo total”. Este fue el calificativo que el funcionario británico Roger Casement le dio a Armando Normand en uno de sus informes sobre los abusos de los caucheros en la zona del Putumayo. Normand era jefe de la estación de Matanzas (una de las nueve secciones anexas a la central de recolección de La Chorrera) y el hombre blanco más temido por nativos y barbadenses. Era boliviano y apenas bordeaba los veintidós años. Todo indica que era pequeño, flaco y muy feo. Según Casement, su cara era “perfectamente diabólica” y “la más repulsiva que yo haya visto en mi vida”. De acuerdo con el testimonio del capataz Joshua Dyall, su mirada era la de una víbora y podía hacer retroceder a cualquier persona. Normand ordenaba un asesinato o una tortura en los momentos más impensados; y si era posible, lo hacía él mismo.
Dyall le contó a Casement que un día Armando le ordenó asesinar a cinco indígenas andoques que no habían cumplido con sus cuotas de caucho. El capataz, rifle en mano, ya había matado a los dos primeros, cuando su jefe le pidió que a los dos siguientes les aplastara primero los testículos con una piedra para chancar yuca y luego los “durmiera” a garrotazos. Y así lo hizo. Al último tuvo que estrangularlo con las manos. Mientras tanto, Normand estaba bajo la sombra de un árbol, fumando y observando la operación con rostro impávido.
Algunas de las formas preferidas por este asesino para reducir a sus víctimas eran enterrarlas vivas, echarles kerosene y prenderles fuego, y mandar a su perro mastín a comerse sus extremidades. Una de las “excentricidades” del “monstruo total” consistía en castigar al nativo secuestrando a sus hijos y ahogándolos en el río. “El cerebro de Normand era como un volcán en constante actividad, de cuyo fondo lóbrego fluían ideas siniestras que ponía en inmediata ejecución en su loco afán de exterminar a los indios”, escribió sobre él el ex empleado colombiano de la Casa Arana Ricardo A. Gómez. Otro ex empleado, Idelfonso Fachín, ha contado en el libro de Carlos Valcárcel El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos, de 1915, que vio muchas veces a Armando almorzar en su casa mientras azotaban a los uitotos frente a él. A veces, la sangre de los indígenas salpicaba a su plato.

“El indio es tan humilde que, apenas ve que la aguja de la balanza no marca los 10 kilogramos, él mismo extiende las manos y se tira en el suelo para recibir su castigo. Entonces, el jefe o su subordinado se acercan, se agachan, agarran al indio por el cabello y lo golpean, levantan su cabeza, la sueltan con el rostro hacia el suelo y después de golpear y patearle el rostro y cubrirlo de sangre, el indio es flagelado”. Así se lo contó un azotador a Roger Casement. Muchas veces, las víctimas quedaban con heridas abiertas que no cicatrizaban por días y que empezaban a agusanarse. Entonces, la solución era matarlas a balazos para evitar más infecciones. Pero no siempre los perjudicados fueron los uitotos, sino a veces los propios capataces negros.
Una vez, el barbadense Augustus Walcott vio que sacaron a un nativo viejo al patio de la estación de Matanzas. Lo empezaron a golpear con una espada en varias partes del cuerpo. Le pusieron una soga en el cuello y lo colgaron de un palo hasta desangrarse. Era el castigo que recibía por haber planeado un intento de fuga con su hijo. Walcott gritó en voz alta que esta no era una manera de tratar a la gente. Agregó, indignado, que era un acto brutal. Normand lo escuchó y ordenó que le ataran los brazos por la espalda y lo colgaran de un palo en forma de cruz. Walcott quedó inconsciente. En los informes de Casement, él deja sentado que muchos barbadenses fueron obligados a abusar de los indígenas so pena de tortura. Los auténticos responsables de esta vorágine esclavista e inhumana fueron Julio César Arana y sus socios de la Peruvian Amazon Company. Sus hombros cargaron las columnas de este infierno.
 ARANA, AUTOR INTELECTUAL
Julio César Arana ha sido el más grande empresario peruano del caucho, y, además, el responsable intelectual de muchas de las atrocidades del Putumayo. Nació en Rioja (San Martín) y fue hijo del fabricante de sombreros Martín Arana. Desde adolescente ayudó a su padre en la comercialización de estos productos. Ya a fines del siglo XIX, los caucheros colombianos adquirían los sombreros de los Arana y les pagaban con caucho. Julio César Arana se convirtió rápidamente en comprador de esta goma y, luego, en el principal productor. La fortuna que amasó fue cuantiosa. Su empresa, la Casa Arana, se convirtió en la década de 1910 en la Peruvian Amazon Company, debido al ingreso de capitales ingleses. A raíz de los informes de Roger Casement sobre el genocidio en el límite entre Perú y Colombia, Arana fue procesado judicialmente, pero el inicio de la Primera Guerra Mundial frustró la investigación. Llegó a ser senador por Loreto y presidente de la Cámara de Comercio de esa región. Murió en Lima, en 1952.
Fuente: Diario La República, revista "Domingo". 29 de abril del 20012.

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sábado, 21 de abril de 2012

La Constitución de Cádiz (1812) y la solución intermedia entre la independencia y el colonialismo absolutista.


La Constitución de 1812 y América

No fueron unos “aventureros” los 60 diputados que viajaron desde el otro lado del Atlántico a Cádiz, una ciudad entonces sitiada. Les impulsó la certidumbre de que iban a protagonizar un momento histórico.

Por: Manuel Chust. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I de Castellón.

En una época marcada por la pólvora y el pedernal, la bayoneta y el sable, los asedios y las carencias alimentarias, emergió el Poder de la Palabra. Tribuna y oratoria, pluma y periódicos, discursos y decretos irrumpieron en el fragor de la contienda. La guerra se volvió también revolución. Primero en la Isla de León y después en Cádiz. Las Cortes que se reunieron a partir del 24 de septiembre de 1810 fueron muy diferentes a las conocidas hasta entonces. No solo porque dejaron de reunirse por mandato real y por el sistema de estamentos, sino porque, entre otras consideraciones, se emitió una convocatoria electoral a “todos los territorios de la Monarquía española”.

De esta forma, el parlamentarismo español nacía con diputados no solo peninsulares, sino también americanos y filipinos. Ello motivó que se celebraran elecciones además de en la España no ocupada por los franceses, en los “otros” territorios de la Monarquía, es decir, en Nueva España, en la capitanía general de Guatemala —Centroamérica—, en Perú, en Cuba, en Puerto Rico, en Filipinas, en la Banda Oriental —hoy Uruguay— y en partes de Venezuela, Nueva Granada —las actuales Colombia y Ecuador— y la audiencia de Charcas —actual Bolivia—. De esta forma llegaron representantes americanos a las Cortes. No estaban “desconectados” de la realidad. Traían con ellos las Instrucciones que sus cabildos habían elaborado para que las expusieran en las Cortes. Estas eran, en muchos casos, no solo cahiers de doleances sino auténticos programas de medidas y reformas autonomistas, tanto económicas como políticas, liberales. Sus nombres quedan para la historia: José Mejía Lequerica, Ramón Power, Dionisio Inca Yupanqui, José Miguel Ramos de Arizpe, Miguel Guridi y Alcocer, Antonio Morales Duárez, Antonio Larrazábal, entre otros muchos.

Durante décadas el monopolio de las historias nacionales, tanto española como hispanoamericanas, omitió, cuando no desprestigió, su importancia, su actuación, sus propuestas, su trascendencia regional, sus conexiones sociales. Para este tipo de historiografía solo había espacio narrativo para sus hechos y sus personajes, a los que encumbraron como héroes nacionales. Utilizando un binomio maniqueo de buenos y malos, de americanos y gachupines, sin opciones intermedias entre la independencia y el colonialismo absolutista.

Afortunadamente, las cosas han cambiado notablemente. No fueron unos “aventureros” los 60 diputados americanos que viajaron —sorteando mil y un peligros— desde América a una ciudad sitiada como Cádiz, como también se ha escrito. Les impulsó, les motivó algo especial, único, quizá la certidumbre de que estaban protagonizando un momento histórico, capaz de transformar los parámetros tradicionales absolutistas, aquí y allí, como finalmente ocurrió. Porque marchar a una ciudad asediada, a una península ocupada, a una Europa en guerra requirió de una ilusión heroica difícil de historiar pero de obligada referencia y de mayor complejidad que ciertos simplismos históricos referidos hasta aquí.

De esta forma, con los diputados americanos en las Cortes, con la asunción de que cualquier decreto emitido por estas se debía aplicar en América y con la declaración de igualdad de derechos políticos y civiles entre los habitantes americanos y peninsulares, la Constitución que se aprobó en 1812 se ideó, se debatió y se configuró desde las premisas de crear un Estado-nación transoceánico, es decir, una Commonwealth decenas de años antes que la británica. En ese sentido, fue una revolución constitucional en “ambos hemisferios”, el americano y el peninsular, tal y como condensó el artículo 1º de la Constitución en el que se explicaba la nación española en función de la reunión de los españoles de ambos hemisferios. Así, la Constitución doceañista abrió en América una vía revolucionaria diferente y paralela a la independentista. Constitución que en una gran parte de América se sancionó, celebró, aplicó pero también se combatió. Por un lado, por la insurgencia que veía en ella a un enemigo político de envergadura, lo cual le obligó a buscar una senda constitucional propia. Por otro, por los virreyes y capitanes generales que intentaron bloquear la Constitución y los decretos liberales emitidos desde Cádiz haciendo “presente” a un Rey en América que para la Península estaba “ausente” y, quizá por ello, “Deseado”.

Los padres de la Patria constitucional y parlamentaria de “ambos hemisferios” sabían muy bien el potencial de involución latente. En este sentido, idearon la Constitución como un mecanismo que contenía las piezas clave constitutivas de un Estado liberal —Hacienda, Fuerzas Armadas, Administración del territorio—, pero también su puesta en marcha automática tras su sanción. Texto constitucional que albergaba la soberanía nacional, la división de poderes, la primacía del legislativo frente al Rey, la reunión de las Cortes anualmente al margen de las directrices reales, la organización de un sistema fiscal unificado y proporcional a los ingresos, la nacionalización de la población —españoles— y la creación de la ciudadanía —derechos políticos—, el surgimiento de ayuntamientos en función de la demografía, el alumbramiento de diputaciones provinciales con responsabilidades político-administrativas, la organización de unas Fuerzas Armadas nacionales y no reales, la convocatoria de procesos electorales mediante un sufragio universal indirecto, la educación en primeras letras, la libertad de imprenta, etcétera.

La unión en un mismo Estado, con unas mismas leyes, con una misma Constitución, implicó que la revolución liberal también se extendiera a los territorios americanos. Ello provocó que los antiguos territorios del Rey en América, es decir, las colonias del Rey, se transformaran en partes integrantes de ese nuevo Estado-nación que surgió con la Constitución de 1812. Esto implicó asimismo un intenso debate entre diputados peninsulares y americanos respecto a cómo organizar territorialmente ese gran Estado-nación. Las acusaciones de federales de los primeros hacia los segundos resonaron en la Cámara. Acusaciones que, a su vez, llevaban implícita la de republicanismo, dado que la experiencia federal más notoria en esos momentos era la de los Estados Unidos de Norteamérica, los que además de ser una excolonia eran también una República. Es decir, los planteamientos descentralizadores en los debates de la Constitución estuvieron protagonizados en la mayor parte por los representantes americanos que querían organizar federalmente el nuevo Estado. Y en ese sentido, chocaron con la Monarquía, es decir, con la forma de Estado incuestionable por el liberalismo español en ese momento.

De este modo, para Fernando VII y para parte importante de la nobleza y de la burguesía española vinculada a los beneficios del monopolio comercial indiano, la Constitución de 1812 significaba también la “pérdida” de América en calidad de colonia, es decir, sus rentas, sus beneficios, sus metales preciosos, etcétera, fundamentales para sostener la Hacienda del Rey. De ahí que Fernando VII se opusiera frontalmente a la Constitución de 1812 no solo por su contenido liberal, sino porque al hallarse incluidos en ella “sus” territorios americanos los perdía como Patrimonio Real. Y esto, no estuvo dispuesto a consentirlo. Para Fernando VII, para su hacienda, la Constitución de 1812 significaba lo mismo que el triunfo de los independentistas americanos: la pérdida de “su” patrimonio americano. Es por ello que la reacción de 1814 no supuso el “fracaso” de la primera etapa parlamentaria y constitucional en la historia de España y gran parte de América como reiteradamente se ha escrito, sino su “derrota” frente a un golpe de Estado. Las armas absolutistas derrotaron al poder de las palabras. Al menos en ese momento, ya que su legado lo seguimos recordando, y afortunadamente disfrutando, hoy.

Fuente: Diario El País (España). 21 de abril del 2012.

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Breve historia de la Constitución liberal de Cádiz (1812)

La Constitución de Cádiz y los bicentenarios de la independencia española y americana.

El legado de las Cortes de Cádiz (1810-1814).

Crítica a las celebraciones oficiales del bicentenario de la Constitución de Cádiz (1812).

viernes, 20 de abril de 2012

Historia del presidente norteamericano Andrew Jackson y las guerras indias contra seminoles, creeks y cherokees.

"EE.UU.: Los demócratas y las minorías "

Por: Isaac Bigio (Historiador)

Los demócratas se ufanan de ser el partido de las minorías étnicas de EE.UU., siendo su líder Obama el primer no blanco en encabezar la Casa Blanca.

Empero, este partido nació con otro historial. Su creador fue el general Andrew Jackson, quien en 1829-37 fue el sétimo presidente de EE.UU. y el primer en ser re-electo.

Jackson era opuesto a abolir la esclavitud, pues su gran riqueza personal se basaba en ésta. Cuando en 1861-65 Abraham Lincoln como primer presidente republicano de EE.UU. liberó a los esclavos, los demócratas le hicieron la oposición: unos por estar guerreando contra él en el bando de la Confederación sureña racista y otros por querer hacer las paces con ellos evitando el abolicionismo.

Los demócratas que hoy reciben los votos de dos tercios de los latinos fueron los primeros en buscar anexar territorios hispanos a EE.UU.

Siendo general Jackson invadió la Florida, incluso desobedeciendo órdenes, bajo el pretexto de evitar que los esclavos que escapaban se refugiasen allí. En 1821 él se convirtió en gobernador de ésta, el primer Estado de mayoría hispana en ser forzosamente integrado a EE.UU., camino que luego seguirían Texas y la mitad norteña de México.

Sin embargo, las principales guerras que dicho general libraría sería contra los indios que más se habían adaptado a la civilización anglosajona como los seminoles, creeks y cherokees. Si bien varias películas de los Western de Hollywood presentan a los nativos americanos como salvajes nómades, estas naciones del sureste norteamericano tenían sociedades agrícolas que se estaban modernizando y occidentalizando.

Tras estas guerras, Jackson y los demócratas expulsaron a los primeros americanos de sus fértiles tierras que sumaban más de medio millón de kilómetros cuadrados a fin de dárselos a colonos europeos. Una de las naciones más castigadas fueron los cherokees, los mismos que combatieron al lado de Jackson en la guerra contra los creeks de 1812 y quienes le salvaron su vida. Los cherokees fueron el primer pueblo amerindio después de los mayas en inventar su propio alfabeto silábico llegando a ser la nación más letrada de las Américas (teniendo un 90% de alfabetización en los 1820s cuando en esos tiempos desde Canadá hasta Argentina la mayoría de las naciones americanas tenían más iletrados que personas que supiesen leer o escribir). La nación cherokee adoptó su propio sistema judicial, Congreso y Constitución moldeados por el ejemplo de EE.UU., se cristianizaron y tenían granjas que comercializaban con Washington. Debido a que en sus tierras se encontró oro ellos fueron étnicamente limpiados. Jackson decretó la forzosa remoción de las llamadas 5 naciones indias civilizadas, evitó que se crearan Estados amerindios modernos, condujo a marchas masivas donde los niños morían como moscas y a que se concentraran naciones amerindias con distintas lenguas y culturas en una gran reserva llamada Oklahoma, en la cual décadas después les quitaron más del 99% de sus nuevas tierras.

Fuente: Diario Correo (Perú). 20/04/2012.

Recomendado:

Carta del Jefe Indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos (1855).

domingo, 15 de abril de 2012

Reseña al libro "En honor a la verdad" (Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú). El Ejército frente a la guerra contra Sendero Luminoso y el MRTA.


En honor a la verdad

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)

Con ese título, la Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú preparó un libro sobre su participación en la lucha contra el terrorismo. No se sabe bien por qué, pero finalmente este texto no fue publicado, porque ya estaba listo el año 2010, completamente diseñado, incluyendo pie de imprenta y con prólogo del entonces comandante general Otto Guibovich. Pero, debería ser conocido porque contiene el punto de vista del EP, que sabemos fue un actor fundamental del proceso.

Este libro ofrece una explicación coherente de la guerra desatada por Sendero Luminoso y el MRTA.

Para comenzar, razona una cronología que le permite marcar los acontecimientos decisivos que definieron el rumbo de las cosas. Según su interpretación hubo cinco etapas, que comienzan con la proclamación de la guerra por las organizaciones terroristas y concluye en el aprovechamiento político de la victoria, por parte de elementos no militares, en indirecta alusión al gobierno de Alberto Fujimori. Al medio se halla un capítulo decisivo, donde analiza el viraje estratégico que llevó a la victoria del Estado.

Se trata de un texto importante para la historiografía nacional por el profesionalismo de su concepción. Los autores han manejado archivos, recogido testimonios y compulsado otras versiones. Incluso dispone de un leve tono autocrítico que resulta positivo, puesto que permite cierta distancia con el sujeto que narra e interpreta.

En este sentido, critica el accionar estatal al comienzo de la guerra interna. SL comenzó sus ataques al retirarse el gobierno militar y asumir por segunda vez Fernando Belaunde. Como el nuevo presidente había sido derrocado por un golpe militar, después de una intervención de la FFAA para debelar la guerrilla de 1965, temió que la situación nuevamente se repita. Por ello, no llamó al EP para que intervenga, sino que encargó la tarea a la policía.

Fue un grave error. La policía está para cuidar la tranquilidad ciudadana y no para enfrentar una guerra subversiva. Como consecuencia, Sendero avanzó bastante, se armó y ganó experiencia. Además, obtuvo presencia política en comunidades campesinas, desplazando a las autoridades locales e imponiendo comités populares. La lección es clara, la fase más débil de una guerrilla es el inicio de su lucha, cuando aún carece de aparato militar significativo.

Por otro lado, el EP desaprovechó el tiempo. Cuando ingresó a Ayacucho en 1983, su manual era anticuado; seguía en los parámetros de la guerrilla de los años sesenta, concibiendo un enemigo que vestía uniforme y establecía campamentos. Mientras que Sendero se mimetizaba entre la población, atacaba y desaparecía sin ofrecer el rostro. Recién en 1989 el EP actualizó su manual, fortaleciendo las labores de inteligencia y apoyando el armamento de las rondas campesinas. En estos dos instrumentos reposó el triunfo sobre Sendero en el campo, que estaba en curso antes que Guzmán fuera detenido por la policía. Así, la inteligencia y las rondas fueron la base de la victoria del Estado, representando el conocimiento profesional del enemigo y el sostén popular. Pero, hasta 1989, esas armas no habían sido articuladas y el costo en vidas humanas fue altísimo.

La crítica principal a la publicación del EP es su carácter unilateral. Su punto de partida y de llegada es el mismo EP, los demás actores aparecen solo en función a sí mismo. Por ello, su opinión muchas veces es parcializada y varios pasajes consisten en una defensa cerrada de la acción de sus integrantes. Pierde el bosque analizando los hechos desde un solo lado. Antes que una historia, es un parte de guerra muy razonado.

Junto al enorme y muy completo informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, este libro del EP es esencial para la comprensión del conflicto interno. Completa el parecer de los actores e invita a futuras síntesis más corales, incorporando todas las voces. Esperamos que se superen las dificultades que han trabado la plena divulgación de este trabajo.

Fuente: Diario La República. Miércoles, 11 de abril de 2012.

Recomendado:

Presentación del libro "En honor a la verdad".

lunes, 9 de abril de 2012

Descubrimiento de nuevo tipo humano: "el pueblo de la caverna de los venados rojos".

"Nueva especie humana"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

En Marzo se anunció el descubrimiento de un nuevo tipo de humanos distintos a nosotros, los mismos que habrían sido los últimos hombres no modernos en haber quedado extintos.

A ellos se les ha denominado transitoriamente como "el pueblo de la caverna de los venados rojos", debido a que en las 2 cuevas del sudeste chino donde se les halló había evidencia de que estos venados eran una
parte esencial de su dieta.

Sus cráneos mantenían características de otras especies de humanos arcaicos: cara plana, mandíbula prominente sin mentón, ancha nariz, grandes molares y cejas sobresalientes. Las pruebas de radio-carbón indican que ellos vivieron hace 14,500-11,500 años atrás.

Hoy los 7 mil millones de humanos pertenecemos a la misma especie, pero eso nos hace 'anormales' en relación a los demás géneros de animales pues la mayoría de ellos posee varias especies (tal como pasa con las
ballenas, delfines, canes, gatos, cerdos, moscas, etc.). El ser la única especie humana es algo reciente pues durante casi todos los 2 a 4 millones de años que tenemos caminando sobre la Tierra siempre ha habido varias especies de nuestro género conviviendo en distintas partes e incluso dentro de la misma zona.

Para la ciencia es vital saber hasta cuándo duró tal diversidad de especies dentro del género homo y ver qué pasó con ellas. Hasta hoy se conocían 3 especies humanas que convivieron con los homo sapiens sapiens hasta hace entre 1 y 4 docenas de milenios antes de nuestra era.

La más conocida es la de los Neandertales, tan inteligentes como nosotros pero más robustos y adaptados al frío, quienes se extinguieron en Iberia hace menos de 30,000 años atrás. En 2008 se encontró en la cueva Donosova de Altai (Rusia asiática) restos de otra especie que vivió allí hace unos 41,000 años atrás.

Estas 2 especies compartirían con nosotros un pasado común hace 800,000 años en África. Los análisis del DNA han indicado que se dieron cruces sexuales entre nuestras especies haciendo que todos los humanos no africanos poseamos un 4 al 6% de herencia genética de los neandertales mientras que algunos pueblos de Australasia descienden de cruces con donosovianos.
En 2003 se encontró en la isla Flores de Indonesia una versión enanizada de los Homo Erectus que aparecieron en África hace 1,3 a 1,8 millones de años atrás. Ellos quedaron extintos hace unos 13 milenios y sus fuertes diferencias genéticas con nosotros evitaron cualquier descendencia común.

En cuanto al pueblo de las cavernas de los venados rojos, aún no se sabe si ellos constituyen una especie separada o el resultado de un cruce entre donosovianos con nosotros. Lo importante de su descubrimiento es que muestra que nuestra evolución fue tan compleja como la del resto de animales y dio lugar a numerosos ensayos y combinaciones entre distintas ramas de nuestro género humano.

Fuente: Diario Correo (Perú). 09 de abril del 2012.

jueves, 5 de abril de 2012

Significado del Autogolpe del 5 de abril. Entrevista al historiador Antonio Zapata.

5 de Abril de 1992

Antonio Zapata: No se necesitaba un golpe de Estado para llevar al Perú hacia el neoliberalismo.

Una de las banderas del fujimorismo es el llamado boom económico que se generó, supuestamente tras el Autogolpe que diera su líder Alberto Fujimori Fujimori hace 20 años. ¿Es válida esta aseveración? El historiador Antonio Zapata responde esto y analiza un hecho que marcó la historia contemporánea del Perú.
El reconocido historiador conversó brevemente con LaRepublica.pe sobre las implicancias, recuerdos y comparaciones que arroja el autogolpe que perpetró Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992. ¿Cuándo empezó el crecimiento económico? ¿Son válidas las justificaciones que hoy repiten los fujimoristas al hablar de dicho tema?

José Miguel Silva @jomisilvamerino

¿Cuando Fujimori asumió en el 90, en algún momento se le cruzó por la cabeza que Fujimori podría hacer algo como el autogolpe del 92?

En el 90 no. Me pareció que el Perú daba un salto mortal al vacío, que no se sabía lo que iba a ocurrir, pero no tenía un pronóstico que el propio Presidente iba a dar un golpe de Estado.

¿Hubo una serie de hechos que pudieron desencadenar lo que pasó?

Para ese entonces el Congreso estaba en un conflicto cada vez más grande con el Ejecutivo, algo que nunca ha sido bueno en el país. Nuestra democracia es demasiado débil como para soportar un conflicto entre los dos principales poderes del Estado. Durante el siglo XX, todas las veces que hubo un conflicto entre ambos, la cosa terminó en Golpe de Estado. Un observador con algún conocimiento de la historia política peruana, podría ya haber notado que en el 91 que esto iba para más.

¿Teniendo en cuenta lo que se había informado de Montesinos y su cercanía a las Fuerzas Armadas, se podía por entonces esperar que éstas últimas se asocien al Presidente para un golpe así?

Montesinos era una figura de la cual se hablaba. De quien mucha gente tenía una mala opinión pues su trayectoria había sido mala. En los setentas había sido acusado de espionaje y en los ochentas defendió narcotraficantes. Entonces, la opinión que se tenía de Montesinos no era buena, pero sus grandes poderes, tardarían mucho tiempo en descubrirse.

Pese al transcurrir de los años, un porcentaje casi cercano a la mitad de peruanos consultados por el 5 de abril apoyan la medida. ¿Esta reducción progresiva del apoyo a una medida como tal podría ser más notoria en el futuro si la democracia se refuerza?

Si la sociedad democrática se refuerza en el futuro, pero eso no se puede asegurar ahora. El Perú es como una bola de billar, va del autoritarismo a la democracia con cierta regularidad desde hace muchos años y este movimiento oscilante, no sé por qué razones podríamos pensar que ha concluido.

La principal causa por la que los peruanos apoyarían hoy una medida como tal es la corrupción. ¿Qué opinión le genera esto?

La corrupción es una de las manifestaciones del desgobierno, de la falta de interés por la cosa pública, que normalmente preceden a los retornos al autoritarismo. Por esta causa la democracia se socava y va patinando en medio de escándalos de corrupción, enfrentamientos de autoridades, es en realidad la sensación de que las autoridades no se entienden, se enfrentan entre sí y el país está desgobernado. Aquí se entra al ocaso.

¿Hoy estamos muy lejos de un escenario así?

Yo no diría que ahorita estamos al borde de un nuevo autoritarismo, pero que la posibilidad está presente, claro que sí. Lo mismo pasaba con Toledo cuando éste tenía diez puntos de aprobación. La tentación de un autoritarismo está siempre presente en el Perú, a veces se sobrepasa, a veces no. En esta oportunidad, este año será decisivo. El caso Conga y cómo se afronte, será un ingrediente de las decisiones que se tomen este año, que redundará en la salvación o la perdición de la democracia.

Al justificar el autogolpe, el fujimorismo asegura que se derrotó el terrorismo y acabó con la hiperinflación. Sobre este último tema. ¿Cuándo se inició la recuperación económica del país?

Bueno, el neoliberalismo proviene del golpe del 92. Ahora, ¿el golpe del 92 era necesario para la reforma neoliberal? No. Porque el Congreso estaba dominado en ambas cámaras por congresistas del PPC, que siempre fueron neoliberales. No se necesitaba un golpe para girar el país hacia el neoliberalismo. No obstante, sí es verdad que la reforma neoliberal viene a partir de ese año.

¿Considera usted también que el país no abandona todavía una época post-Fujimori incluso 20 años después de lo ocurrido?

El Perú ya hizo una transición a la democracia, pero no ha logrado una firmeza suficiente para caminar sobre seguro por lo que lleva aún algunos elementos de autoritarismo que vienen del pasado.

¿Considera usted al fujimorismo un movimiento anti democrático?

Es un movimiento que se presenta a elecciones, que acepta las reglas del juego y en tanto ello que tiene características democráticas. No está conspirando con elementos militares para dar un golpe de Estado. No está alistando a sus militantes para una guerra civil, ni tampoco busca volar el Estado de derecho en pedazos. Lo que sabemos de su pasado es que de llegar al Poder, intentarían transformarlo desde adentro en un aparato cada vez más autoritario y dictatorial. Odría por ejemplo gobernó con Congreso. Autoritarismos con careta de democráticos abundan. Son pocos los gobiernos que son abiertamente dictatoriales. La mayoría son como autoritarismos con careta democrática. Fujimori, Odría, Benavides, Sánchez Cerro. Es un patrón peruano en el cual la pretensión autoritaria viene rodeada por un ropaje democrático y ambos se necesitan.

Teniendo en cuenta el recuerdo de los tanques en el Congreso. En 20 años cuánto ha cambiado la institución castrense en el Perú.

En esa época había Sendero, en esa época la guerra interna aún estaba en curso, estaba en el momento de mayor tensión. Hoy retrospectivamente sabemos que ese era el momento en que SL empezaba a desmoronarse, pero eso se sabe ahora y no en esa época. Ahí parecía que la guerra civil se devoraba el país entero y que el ejército sufría muchas bajas. La tensión que vivió en el ejército por ese enfrentamiento con Sendero hoy no existe. Bajas, salarios pésimos. Hoy el ejército está mucho más tranquilo, no tiene un enemigo interno al cual enfrentarse violentamente, si bien hay un problema de narcotráfico, la magnitud de los problemas de los noventas es incomparablemente superior a los de hoy. No creo que se esté elaborando un plan Verde para dar un golpe.

¿Cómo puede explicarse lo ocurrido el 5 de abril de 1992?

Fue un golpe buscado por el Poder Ejecutivo. Ellos se salieron de la Constitución, terminan con todos los otros poderes e imponen un breve periodo de dictadura que termina, no por voluntad de Fujimori, sino porque la comunidad internacional lo obliga. Una dictadura que a través de una constitución legitima un autoritarismo. Mismo procedimiento que se critica a Chávez o a Evo Morales.

Fujimori entonces llegaría a ser el maestro de estos dos personajes…

Es el maestro en el sentido de que es el antecedente de estos últimos autoritarismos, que son más bien de izquierda. En América Latina, antecedentes de ejecutivos que quieren barrer con la democracia, hay muchos. Augusto B. Leguía, por ejemplo. Fujimori sería el antecedente de los autoritarismos más contemporáneos. Yo encuentro un extraordinario entre el autoritarismo de Fujimori y el de Hugo Chávez.

Fuente: Diario La República (Perú). 5 de abril del 2012.

miércoles, 4 de abril de 2012

El Cádiz de los constitucionalistas, el Cádiz para la Teoría Política y el Cádiz de los políticos.

Cádiz, del mito al símbolo

Por: Benigno Pendás. Director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

Las naciones no tienen cumpleaños. Al menos, las que pertenecen a la “zona uno”, de acuerdo con la ingeniosa teoría de Ernst Gellner: España, como Francia o Inglaterra, ya tenía un “techo” estatal bajo el que cobijar una condición socio-cultural más o menos difusa. Por el contrario, las formas de Estado, incluido el Estado Constitucional, nacen, crecen, se desarrollan y – por desgracia – a veces también mueren como secuela de los avatares históricos. Filadelfia, 4 de julio de 1776; París, la Bastilla, 14 de julio de 1789; Cádiz, por supuesto, 19 de marzo de 1812... Aquí estamos, en pleno bicentenario, buscando puentes para renovar el orgullo legítimo que muchos sentimos por aquellos orígenes de la España contemporánea, por utilizar el título ya clásico del maestro Miguel Artola. Tiempo para renovar la confianza en los principios estructurales de la democracia constitucional que algunos cuestionan al amparo de una crisis disolvente: soberanía nacional; instituciones representativas; división de poderes; reconocimiento y garantía de los derechos fundamentales. Todo eso estaba en la Pepa, en dosis diferentes y con énfasis peculiares. El contexto hace imposible exigir a nuestros Padres Fundadores ciertas evidencias contemporáneas que en 1812 no formaban parte del Espíritu de la Época. Por ejemplo, la libertad religiosa, expresamente proscrita en nombre de la confesionalidad “teológica” del Estado: la religión católica es la “única verdadera”. O también, el sufragio femenino, que tardaría al menos otro siglo en ser reconocido en los países más avanzados de Europa. Acaso hubo mucho de estrategia política en el ámbito de la religión. En cambio, nadie podía imaginar entonces que la Vindicatión of the Rights of Women (1790), de la pionera Mary Wollstonecraft, fuera algo más que una anécdota digna de comentario marginal.

Cada gremio aporta lo que sabe. Hay un Cádiz de los constitucionalistas, porque la Pepa proclama su condición de norma fundamental: todo español “está obligado a ser fiel a la Constitución”, exige el artículo 7, y tiene “derecho a representar a las Cortes o al Rey para reclamar la observancia” de su texto, de acuerdo con el 373. Queda clara, en efecto, la distinción entre poder constituyente y poderes constituidos, porque – dispone el artículo 3 – la nación soberana goza del derecho exclusivo de “establecer sus leyes fundamentales”. Late, sin duda, el eco de Sieyès: la nación es titular “permanente, irrenunciable y perpetuamente actual” del poder constituyente. Hay, por supuesto, un Cádiz de los historiadores, que apelan a una nación que “se hizo carne” (García de Cortázar), a la “luz de las tinieblas” (Elorza) o a la “nación indomable” (García Cárcel). Recuerdo aquí y ahora una referencia brillante: El Cádiz de las Cortes, de Ramón Solís, cuya primera edición publicó en 1958 el entonces Instituto de Estudios Políticos (ahora Centro de Estudios Políticos y Constitucionales), con un prólogo de don Gregorio Marañón que apunta un elemento determinante: “lo que le salvó a España en aquel trance decisivo fueron las minorías ilustradas...” Solís (reeditado después por Alianza, Silex y otras editoriales) ofrece un panorama seductor: calles y plazas; nobles, burgueses, clérigos y esclavos; bailes, tertulias, sainetes y teatros; sucesos y epidemias... La prensa, cómo no: “le cabe a Cádiz el derecho de poderse titular cuna del periodismo político español”. Dos mil ejemplares llegó a lanzar El Conciso, una tirada asombrosa para la época. Desmonta también algunos tópicos arraigados, cuando demuestra la escasa importancia de las logias en la vida política gaditana. Como siempre, la historia debe situarse por encima de los prejuicios.

Hay también un Cádiz para la Teoría Política. Recuerdo buenas páginas al respecto de mi maestro, don Luis Díez del Corral, y muchos análisis rigurosos sobre el discurso ideológico de liberales, serviles y otros grupos más o menos homogéneos y organizados en el desarrollo de los debates parlamentarios. Me irrita la identificación entre tradición española y absolutismo monárquico, a partir de la cual se deduce – sin mayor esfuerzo argumental – un supuesto axioma que no necesita ser probado: Cádiz, en efecto, supondría una ruptura radical con las sedicentes esencias patrióticas. Al parecer, Jovellanos, Martínez Marina o el discurso preliminar de Argüelles no convencen a nadie. Suena a pretexto ideológico la apelación del discurso al “enlace, armonía y concordancia” del texto gaditano con las viejas “leyes fundamentales” de Aragón, de Navarra y de Castilla. Para desmontar el tópico conviene revisar un clásico de la literatura política, la Vindiciae contra tyrannos, obra capital de las monarcómacos franceses, firmada con el prudente seudónimo de Stephanus Junius Brutus poco tiempo después de la matanza de hugotones en la noche de San Bartolomé. La “monarquía limitada” forma parte de la tradición constitucional de nuestros vecinos y también de la española, como demuestra el padre Juan de Mariana, defensor del tiranicidio al igual que el autor de la Vindiciae. A su vez, el jesuita de Talavera tiene una influencia determinante en la citada Teoría de las Cortes de Martínez Marina. El Fuero de León de 1188 se anticipa al Parlamento modelo convocado en Inglaterra por Simón de Monfort. Las Cortes de Aragón ofrecen un genuino espíritu pactista al mejor estilo de la vieja Constitución estamental. Las Comunidades de Castilla (según la visión de Maravall) son fiel reflejo de un proyecto político fallido, pero sólido y consistente… Tampoco es verdad que todo fuera copia servil (valga la paradoja) de las Constituciones revolucionarias francesas, en particular la de 1791, todavía monárquica. Los anglófilos como Quintana o Blanco White merecen mejor fortuna entre los estudiosos del discurso político. Lord Holland dejó más huella de la que parece. Por ejemplo, pocos han reparado en la proclama utilitarista que contiene el artículo 13, casi siempre despachado con una sonrisa irónica: “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Ingenuo y vanidoso, Jeremías Bentham exige desde su “autoicono” en el University College de Londres ser reconocido como padre intelectual de tan saludable declaración.

Por último, merece una reflexión aparte el Cádiz de los políticos, siempre muy alejados de los debates sesudos en aulas, seminarios y jornadas de estudio. Porque la Pepa es la tarjeta de visita del constitucionalismo español y debe ser puesta en valor en las complejas circunstancias que nos impone el siglo XXI. Muchos se quejan de la supuesta consagración de un mito que mezcla realidades y fantasías. Yo diría que se trata, en rigor, de un símbolo político, en el sentido de Ernst Cassirer o, entre nosotros, de García Pelayo: el hombre es un “animal simbólico” y el símbolo es “un fenómeno sensible, portador de sentido”. Cádiz, en condiciones épicas, apela a las libertades individuales y a las virtudes cívicas. Celebrados como merecen los fastos del bicentenario, incluido el acto solemne en San Felipe Neri, llega la hora de estudiar en serio las secuelas jurídicas y políticas de la Constitución del 12. Hay lecciones que saltan a la vista, porque configuran las señas de identidad de una sociedad madura. El ejemplo está ahí. Si no reconocemos las causas, no servirá de nada lamentar las consecuencias.

Fuente: Diario El País (España). 04 de abril del 2012.

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martes, 3 de abril de 2012

Historia de la Guerra de las Malvinas (1982). El desembarco de los obreros de Constantino Davidoff en las Georgias del Sur.

La guerra provocada

Mañana se cumplirán 20 años del inicio de la Guerra de las Malvinas. A pesar del tiempo transcurrido, el hecho que disparó la conflagración –el desembarco en las islas de un grupo de obreros enviados por el comerciante Constantino Davidoff– sigue siendo un episodio oscuro. La historia oficial dice hasta hoy que se trató de una acción circunstancial, pero investigaciones periodísticas han revelado que fue preparada por la Inteligencia argentina con el fin de precipitar el conflicto.

Entre los fierros oxidados del abandonado Puerto Leith, la bandera celeste y blanca flameaba, agitada por el viento helado del Atlántico Sur. Los obreros habían empleado como mástil un remo roto, colocado sobre una torreta del equipo de generación eléctrica que habían llevado. Trabajaban para el argentino Constantino Davidoff, quien le había comprado a una empresa escocesa los restos de sus antiguas instalaciones balleneras en los puertos de Leith, Stromness y Husvik, en las islas Georgias del Sur, para usarlas en futuros astilleros. Ningún obrero había pasado por los controles de inmigración que exigía el gobierno británico. Eso, más el hecho de que la bandera albiceleste ondeara al viento, resultaba una provocación hacia el administrador de las islas. Y allí estaban ellos ese 19 de marzo de 1982, en el puerto de Leith, desembarcando sus equipos, cuando fueron descubiertos.

Para entonces, los planes de la Junta Militar argentina para ocupar las islas Malvinas (nombre que para los argentinos abarcaba a las islas Malvinas, a las Georgias del Sur y a las Sándwich del Sur) ya estaban bastante avanzados. Habían sido acordados por los tres miembros de la Junta –el general Leopoldo Galtieri, su presidente; el almirante Jorge Anaya y el brigadier Basilio Lamid Dozo– a mediados de diciembre de 1981, a iniciativa de Anaya, quien buscaba alcanzar así un viejo anhelo de la Armada argentina, frustrada luego de que la intervención del Papa en 1979 detuvo la guerra con Chile por el Canal de Beagle.

De acuerdo con el libro Malvinas. La trama secreta de los periodistas argentinos Óscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy, el general Galtieri se preparó desde ese momento para iniciar la guerra aun cuando ambos países tenían planeado llevar a cabo, en febrero, una ronda de conversaciones preliminares. Cuando, concluidas estas conversaciones, Gran Bretaña no dio señales de querer un entendimiento rápido –Argentina pedía que se creara una comisión que en un plazo de un año definiera el tema de la soberanía de las islas–, el dictador ordenó a su canciller, Nicanor Costa Méndez, emitir un pronunciamiento en el que advertía a los ingleses que frente a su silencio Buenos Aires elegiría el procedimiento que mejor convenga a sus intereses para hacer valer su reclamo.

Fue en ese momento de tensión cuando se produjo el desembarco de los obreros de Davidoff en las Georgias del Sur.

Indignación británica

Los obreros –aproximadamente un centenar– fueron descubiertos por un equipo del British Antartic Survey (el instituto británico que monitorea la Antártida). El jefe del equipo les pidió que bajaran la bandera, a lo que ellos accedieron. El gobernador de las islas informó rápidamente del incidente al embajador británico en Argentina, quien transmitió la información a Londres. En Downing Street, Margaret Thatcher y sus principales funcionarios reaccionaron indignados. La Dama de Hierro decidió enviar el HMS Endurance –el buque que custodiaba las islas– a desalojar a la cuadrilla y expresar a Costa Méndez, a través de su embajador, su más enérgica protesta.

La diplomacia argentina trató de convencer a los británicos de que Davidoff había actuado bajo su propia responsabilidad, algo que se hacía difícil de creer ya que sus obreros habían llegado a Puerto Leith en un buque –fletado– de la Armada argentina. Pero las tensiones se agravaron cuando la reducida población isleña –que trabajaba para la Falkland Islands Company y, por lo tanto, era abiertamente pro británica– adoptó actitudes hostiles contra los empleados argentinos de Líneas Aéreas del Estado, Gas del Estado e YPF, que operaban en Puerto Stanley.

Mientras sus diplomáticos padecían –ninguno, excepto el canciller, conocía los planes de invasión–, los militares argentinos se preparaban para la guerra. El 26 de marzo, el embajador británico insistió a Costa Méndez en que el gobierno argentino por lo menos dispusiera recoger a sus obreros y llevarlos a Grytviken, la capital de Georgias del Sur, para sellarles sus tarjetas de ingreso. El canciller quedó en consultar al presidente de la Junta y responder. Esa noche, al llegar a la reunión con la Junta, Costa Méndez fue recibido por rostros sonrientes. “Tome asiento, doctor”, le dijo Lami Dozo. “Y prepárese, ya decidimos lo de las Malvinas”. Galtieri le dijo que las circunstancias no permitían ya dar marcha atrás. El canciller, hombre pragmático al fin, se limitó a comentar: “Si ya han decidido llevar adelante la operación, sólo me queda recomendar que se haga a la brevedad. No hay que demorar un minuto más de lo necesario”.

Dos días después, el 28 de marzo, zarpó, desde Puerto Belgrano, la flota de mar argentina, con dirección a las islas Malvinas.

Marinos encubiertos

Lo que mucha gente no sabía en ese momento es que entre los obreros de Davidoff hubo efectivos de la Armada infiltrados. Las fuentes militares que hablaron con los autores de Malvinas. La trama secreta les explicaron que en los meses previos a la invasión la Armada planificó una operación de inteligencia, llamada Operativo Alfa, para instalar una base militar en las Georgias del Sur bajo la fachada de una base científica. Cuando la Junta decidió ir a la guerra, el almirante Anaya ordenó cancelarla. Al menos, esa es la versión oficial. Pero, según los periodistas que investigaron este episodio, todo indica que no fue cancelada del todo sino que fue integrada a la operación de desembarco de Davidoff. Una de sus fuentes les refirió que cuando revisó la nómina de los obreros, encontró que estaban infiltrados al menos 10 de los marinos que habían sido elegidos para participar en el Operativo Alfa. ¿Fueron ellos los que propusieron izar la bandera? La hipótesis tiene sustento. Esa bandera argentina flameando al viento fue la provocación que desataría la indignación de los británicos. Y el pretexto ideal para precipitar la guerra. (OM)]

¿A quién le pertenecen?

Desde que los europeos las conocieron, en esporádicos viajes entre 1520 y 1594, las Malvinas han sido objeto de disputa entre Gran Bretaña, España y Francia. En 1766 España estableció la Gobernación de las Islas Malvinas y, poco después, logró que los ingleses se retiren. Sin embargo, a inicios del siglo XIX los españoles también se fueron, por lo que quedaron desiertas. En 1820, el gobierno de Buenos Aires reclamó la posesión de las islas. Después de todo, había evidencias de que indígenas de la Tierra del Fuego las habían habitado antes de la llegada de los europeos. Pero en 1833 Inglaterra envió una fragata de guerra para recuperarlas en nombre de su rey. El jefe militar argentino, al ver que no estaba en condiciones de entablar pelea, se retiró al continente. Desde ese día, 3 de enero, hasta hoy –excepto por los 73 días que duró la ocupación argentina en 1982– las Malvinas han permanecido en poder de los británicos.

Víctimas mortales

649 militares argentinos

255 militares británicos

3 civiles isleños
Fuente: Diario La República (Perú), Revista Domingo. 01 de abril de 2012.

Recomendados:

El Perú y la Guerra de las Malvinas. Aurelio Crovetto, Gonzalo Tueros y Pedro Ávila en el apoyo militar a Argentina.

Nacionalismo malvinero, identidad territorial e Informe Rattenbach.