miércoles, 26 de septiembre de 2012

Javier Silva Ruete y el Ministerio de Economía en 1978.


El activo y el pasivo

Por: Antonio Zapata Velasco  (Historiador)

El fallecimiento del Dr. Javier Silva Ruete recuerda su famosa frase al llegar al Ministerio de Economía en 1978, cuando el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez se debatía en una seria crisis. Declaró que ocupaba la cartera asumiendo el activo y pasivo de la revolución militar. Era el 15 de mayo de 1978 y el pasivo era enorme; para empezar, los movimientos sociales estremecían el país entero. Días después, la más poderosa huelga general de la historia nacional obligó al gobierno militar a tomar decisiones.

Así, fueron deportados los candidatos de izquierda a la Asamblea Constituyente, junto a dos almirantes velasquistas y el Dr. Baella Tuesta. El gobierno parecía aislado y peligraba su continuidad. Morales era un presidente que se acomodaba a la dirección del viento; aunque, estaba a favor de la transición democrática y maniobraba para sacarla adelante.

Sin embargo, en el seno del gobierno militar se movían fuerzas que presionaban hacia una salida autoritaria al estilo Cono Sur, las dictaduras de Pinochet y Videla en Chile y Argentina, respectivamente. Para ese entonces, los generales izquierdistas ya habían sido purgados y el gobierno se movía entre una tendencia filo aprista y el fascismo militar abierto. Morales ocupaba el centro y se esforzaba en mantener unidas a las FFAA.

Pero, nada estaba definido y los militares eran presa de la incertidumbre ante la fuerza del movimiento social. Era el apogeo del clasismo, un movimiento político que recorría los sindicatos animándolos a conducir al pueblo a memorables jornadas de protesta. Aunque, la realización de las elecciones para la Asamblea Constituyente contribuyó a desinflar la presión popular.

En medio de ese agitado clima social y político, Silva Ruete fue nombrado por los militares, logrando colocar a su socio político y profesional, Manuel Moreyra, como presidente del Banco Central. Juntos diseñaron una política de rescate de la economía, que se había sumergido en una profunda recesión, debido al déficit continuo del gobierno central, a la caída de las exportaciones y la consiguiente crisis de la balanza de pagos, que era completamente negativa.

Casi no había reservas y la inflación se había disparado. Todos los indicadores eran negativos y la crisis económica aceleraba las protestas. El Perú había caído en un círculo vicioso. Afortunadamente, Silva Ruete logró sacar adelante al país y entregar unas finanzas públicas bastante saneadas.

¿Cómo lo logró? En principio tuvo suerte. La coyuntura internacional produjo un alza sustantiva de los precios de las materias primas de exportación, facilitando el rescate de la economía. También ayudó la entrada en producción de importantes inversiones gestionadas anteriormente, como la mina Cerro Verde en el sur del país y el petróleo de la selva.

Pero, sobre todo, tuvo la colaboración del presidente Morales, quien era consciente de los límites de su gobierno, que podía derrumbarse a menos que impusiera cierta disciplina y manejo profesional. Ese fue el papel de Silva Ruete, aprovechar la crítica situación del gobierno para introducir una elevada dosis de racionalidad tecno-burocrática en el manejo de la economía pública.

Gracias a ella, Silva Ruete redujo el déficit del presupuesto, aunque mantuvo elevada la inflación, porque quería volver a poner en marcha el aparato productivo. Por otro lado, creó instrumentos para fomentar las exportaciones, incluyendo el famoso CERTEX, aunque también redujo los derechos laborales de los trabajadores de los sectores exportadores.

Las otras dos ocasiones que ocupó el Ministerio de Economía, Silva Ruete tuvo realizaciones menores y hasta el fin de su vida basó su prestigio profesional en esos años, 1978-1980, cuando rescató al Perú de la bancarrota y facilitó la transición democrática.

Una dosis de buena estrella y mucho de sapiencia fueron suficientes para catapultarlo como uno de los economistas con posiciones más relevantes en la política peruana contemporánea.

Fuente: Diario La República (Perú). 26 de septiembre del 2012.

Santiago Carrillo en la historia de España.


El legado de Carrillo

El ex secretario general del PCE desempeñó un papel crucial en el tránsito pacífico a la democracia.

Editorial del diario El País.
  
Santiago Carrillo ha sido testigo y actor político destacado de casi un siglo de la historia de España. Pero, además, su legado exige honrar a uno de los grandes protagonistas del intenso periodo histórico que fue la Transición, un tiempo que dio la medida de la necesidad de grandes políticos en el país en los momentos de crisis más acuciantes. Sin la participación de Carrillo probablemente habría sido imposible la operación encabezada por el Rey y Adolfo Suárez para deshacer el nudo que Franco había dejado “atado y bien atado”, y que se desató gracias a una sucesión de pasos tan audaces como meditados en los que la posición de Carrillo fue decisiva. Ese legado ha permanecido, porque las bases de la democracia fundada entonces han sobrevivido.

Desde su primer compromiso como jovencísimo revolucionario durante la II República hasta la dimisión como secretario general del Partido Comunista de España (PCE) en 1982, la biografía de Carrillo es la de un político a tiempo completo que recorre la revolución fracasada de 1934, la Guerra Civil, un largo exilio o la evolución del PCE desde el estalinismo al eurocomunismo. Dirigió al Partido Comunista en la batalla contra Franco y dio forma a diversos organismos con los que la oposición de la época, forzada a la clandestinidad, intentó organizar y controlar la ruptura con la dictadura. Pero de toda esa sucesión de hechos destaca la firmeza de las líneas mantenidas en los tiempos de exilio y clandestinidad, su apuesta por la “reconciliación nacional” y la ruptura con el franquismo a través del pacto entre la derecha moderada y las fuerzas de oposición al régimen. Carrillo encontró ahí la oportunidad de rendir a España su principal servicio, comprometiéndose en una negociación con Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno nombrado por el Rey, y con otras fuerzas políticas, que hizo posible el tránsito pacífico de la dictadura hasta las primeras elecciones democráticas y, a la postre, hacia la Constitución que ha regido la convivencia entre los españoles desde 1978.

En ese tránsito no le importó sacrificar algunas señas de identidad de su partido, reconocer a la Monarquía encarnada por don Juan Carlos —a quien inicialmente había augurado un breve reinado— y moderar las palabras, los actos y los gestos, sin exponer a la frágil democracia a los últimos coletazos de los que trataban de impedir su nacimiento. Uno de ellos fue el conato de rebelión militar que siguió a la valiente decisión de Adolfo Suárez de legalizar al Partido Comunista el Sábado Santo de 1977, antes de las primeras elecciones. Todo ello no le rindió los frutos políticos que esperaba: a la hora de las primeras elecciones, Carrillo y el PCE sufrieron la decepción de comprobar que el pueblo de izquierdas prefería al PSOE encarnado por el joven Felipe González.

Más allá de las polémicas sobre sus actividades y responsabilidades durante la Guerra Civil, y de su participación intensa en las luchas intestinas en el PCE y en el seno del movimiento comunista internacional, Carrillo antepuso los intereses del conjunto de los españoles a los de su propio partido en un momento histórico crucial. No cabe olvidar tampoco su gallarda actitud ante los golpistas de Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981, cuando se negó a obedecer la orden de tirarse al suelo mientras aquellos disparaban en el hemiciclo del Congreso. Todo un símbolo de un político irrepetible.

Fuente: Diario El País (España). 19 de septiembre del 2012.  

Recomendado: Artículos de Santiago Carrillo en el diario El País.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Violencia Política, Sendero Luminoso y la Banalidad del Mal.


El asesinato como arma política

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador) 

Los veinte años de la captura de Guzmán han motivado miles de notas aparecidas las últimas semanas en diversos medios. A su manera, razonan sobre un eje que unifica la reflexión sobre Sendero, la cuestión de la muerte. ¿Cómo una persona puede matar a sus semejantes por razones políticas? El sentido común indica que la causa de un asesinato es la ambición desmedida, o el odio, el resentimiento visceral. Ambas fórmulas han sido exploradas para entender a la cúpula de Sendero, usando el concepto de “narcoterrorismo” en el primer caso, y de “profeta del odio” en el segundo.

Pero, a mi juicio, ninguna parece la motivación principal de los líderes de SL, aquellos que comenzaron la guerra interna de 1980-1992. Lo suyo era político. El problema a explicar es, ¿qué tipo de persona puede matar para hacer avanzar sus posturas políticas?

Esa pregunta motivó un profundo análisis en la filosofía política, al terminar la II Guerra Mundial y descubrirse la magnitud del Holocausto. Entre otros pensadores, destacó una filósofa judía alemana, Hanna Arendt, quien elaboró el concepto de la banalidad del mal. Según su parecer, los males masivos del siglo XX no requieren de monstruos que beben sangre, sino de personas comunes y corrientes, ganadas por ideologías totalitarias o al servicio de este tipo de Estados.

Los males del siglo XX han sido limpiezas étnicas y masacres políticas, que han ocurrido en todos los continentes de manera masiva y a través de partidos o Estados. El terror ha sido parte de la construcción del Estado en el siglo XX, puesto que tanto fascismo como estalinismo habrían compartido una esencia común, la certeza absoluta de que su fórmula política era indispensable para salvar la civilización, amenazada por la otra parte de la humanidad.

Ese era el punto clave, las personas dispuestas a matar para imponer sus ideas, normalmente piensan que es moralmente aceptable porque se trata de un sacrificio menor para rescatar la historia trayendo el progreso al mundo entero. Los muertos de la guerra interna eran una “cuota de sangre”, en el pensamiento de Guzmán y le significaban una molestia que era necesario asumir para provocar el advenimiento del comunismo, que resumiría el desarrollo histórico de la humanidad conduciéndola a un milenio de felicidad.

Ante tanta grandeza ¿qué significan unos miles de muertos? Según Guzmán, podrían llegar al millón, pero igual era poco y necesario.

Arendt estudió al Estado totalitario en un libro célebre que lleva ese título, estableciendo la idea básica: los sirvientes del Estado totalitario son fanáticos de una idea política, que anuncia el mundo ideal del futuro a condición de aplastar a los supuestos enemigos del progreso. Así de simple. Ni monstruos ni malvados. Sólo fanáticos de una idea política, típica del siglo bárbaro que no terminamos de abandonar.

Comenzando los 1960, Israel raptó en Argentina a Adolfo Eichmann, uno de los organizadores del Holocausto, que había hallado refugio en el país del Plata, pero fue secuestrado, juzgado y condenado a muerte en Israel, por crímenes contra el pueblo judío. Arendt fue al juicio como corresponsal y sus impresiones las reunió en un libro, Eichmann en Jerusalén, que sintetiza sus conceptos.

Le pareció un hombre ordinario, un transportista, que habría podido movilizar mantequilla al mercado, pero que llevó seis millones de personas a los campos de la muerte, con la misma eficiencia germana que habría empleado en el otro caso. Era la confirmación de la banalidad del mal. Una persona simplona que organiza el genocidio al servicio de un Estado totalitario.

Arendt enseña que vencer al totalitarismo es una tarea política, implica convencer a la gente sobre las virtudes de la tolerancia y el diálogo. Pero, en el clima cultural peruano, teñido de racismo e intolerancia, no es extraño que las ideologías totalitarias se reproduzcan. Al contrario, es normal y habrá que remar contra la corriente en esta batalla por la cultura del mañana.

Fuente: Diario La República (Perú). 19 de septiembre del 2012.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Sendero Luminoso y el Maoísmo como ideología base de Abimael Guzmán.


Veinte años después

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)

No obstante el tiempo transcurrido desde la detención de Abimael Guzmán, la violencia sigue con nosotros, obligando a una reflexión sobre sus orígenes y desarrollo. En primer lugar, la violencia senderista fue fruto de una decisión política, no pertenece a la esfera delincuencial ni tampoco a cuestiones personales.

Guzmán no fue narcoterrorista ni loco; el problema a dilucidar es cómo tuvo éxito abriendo una ruta de sangre que no se ha extinguido, aunque él mismo se haya rendido y llamado a la paz.

Para empezar, la violencia política venía de atrás. Se empleaba para reprimir rebeliones de los de abajo contra el orden establecido. La cuenta de caídos en conflictos sociales es enorme y se remonta a tiempos inmemoriales. Ese abuso quiso ser remediado por un grupo que se asumió como justiciero; sintieron que eran convocados por la historia para implantar la igualdad en la tierra. Asumieron el maoísmo buscando repetir la experiencia de China prerrevolucionaria.


Así, Sendero nació presa de un fuerte dogmatismo, identificando deseo y realidad. El Perú “debía” parecerse a China porque ellos “querían” seguir a Mao. El sentirse llamados a implantar la justicia y su aceptación de manera dogmática fue fundamental para elaborar un pensamiento que alentaba la violencia.

El maoísmo fue un ingrediente clave. En la China antigua, la lucha política se resolvía a través de la guerra. Así había sido en tiempos del imperio y lo siguió igual en la etapa republicana, estremecida por la invasión japonesa. Nunca hubo democracia y el poder era hijo de la guerra.

Entonces, Sendero decidió que debía declarar una guerra contra el Estado peruano, donde en forma inevitable habría muertos, puesto que los hay en todo conflicto. La violencia fue justificada porque para hacer avanzar el carro de la historia hay que pagar un costo en seres humanos. “La destrucción precede al renacer de la vida”.

Los dirigentes del CC de Sendero no calzan con la imagen del resentido social que actúa en venganza por humillaciones que ha recibido. Por el contrario, son intelectuales de clase media, muchos provincianos y relativamente bien formados, que abrazaron ideas justificatorias de la muerte como doloroso paso para arribar al comunismo, el reino de la justicia y la igualdad.

Al entrar en guerra, Guzmán elaboró dos conceptos claves que explican los hechos siguientes. El primero es “batir” y consiste en abrirse paso al control político de una localidad aplicando violencia contra los representantes del viejo Estado. Sendero llegaba a una aldea y amenazaba a la autoridad, lograba que huyera o directamente lo asesinaba, e imponía un comité popular en su reemplazo.

El segundo concepto fundamental fue la “cuota de sangre”. Según su entender, habría caídos y buena parte serían sus propios seguidores. No es fácil matar en la sociedad campesina, inmediatamente los amenazados responden con igual violencia y la guerra senderista se tradujo en una cadena de venganzas. Hasta que entraron las FFAA apoyando a un bando contra otro y los Andes fueron una carnicería. Los muertos de Accomarca hablan por unos y los de Lucanamarca por otros.

Guzmán transformó a sus seguidores en kamikazes que estaban dispuestos a matar y también a ser matados. Ahí residió su poder mortífero y su enorme capacidad destructiva, que causó 70.000 víctimas. Por ello, la pieza clave del entramado es el llamado “pensamiento Gonzalo”, que sintetiza una ideología de muerte que sigue rondando en el país. Mientras los “acuerdistas” no renuncien explícitamente a ese pensamiento, es difícil creer su proclamada voluntad de integrarse a la democracia.

Por su parte, el Sendero de 1980 a 1992 generó una situación nueva donde la vida vale poco. La violencia política se ha proyectado en la delincuencial alentada por el narcotráfico. En esta etapa, que vivimos hasta hoy, los renegados del Sendero histórico se han refugiado en las zonas cocaleras manteniendo vivo el mito de alcanzar el paraíso sembrando la muerte.
Fuente: Diario La República (Perú). 12 de septiembre del 2012.

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La caída. Antonio Zapata.

Varsovia 459. Nelson Manrique.

La derrota de Sendero Luminoso y la reivindicación al GEIN.


Varsovia 459

Por: Nelson Manrique (Historiador)

La madrugada del 12 de septiembre de 1992 el psicoanalista Max Hernández fue despertado por una llamada telefónica de un importante líder de opinión que, basado en un informe de la Rand Corp., le aseguró que Sendero Luminoso iba a tomar el poder, aconsejándole abandonar el país. Max no había terminado de asimilar la noticia cuando al empezar la noche Abimael Guzmán fue capturado y la ominosa amenaza se desvaneció.

El amigo de Hernández no fue el único confundido. Meses antes, en abril, basándose en la misma fuente, Bernard Aronson, el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, planteó ante la Cámara de Representantes de EEUU evaluar una intervención militar multinacional en el Perú, para impedir el triunfo de Sendero y el desencadenamiento del tercer genocidio del siglo XX (el primero fue perpetrado por los nazis y el segundo por los khmer rouges de Camboya).

Veinte años después es difícil recordar cómo se vivió la amenaza senderista. La memoria tiende a borrar aquellos hechos traumáticos que nos generaron gran temor y ansiedad y hoy sorprende que una organización que en su mejor momento no superó los 4 mil combatientes mal armados, que enfrentaba a un ejército moderno con cientos de miles de combatientes, pudiera generar semejante zozobra. Por eso es bueno recordar que entonces un cuarto de millón de peruanos abandonaba el país cada año, convencidos de que el fin se aproximaba, y que el valor de las propiedades inmuebles cayó a la mitad y hasta la tercera parte, debido a que muchos trataban de vender sus propiedades para huir al extranjero.

A fines de 1991 Sendero, empantanado debido a una vigorosa resistencia campesina armada, ejecutaba la política de trasladar la guerra a las ciudades bajo la consigna “¡Que el equilibrio estratégico estremezca al país”. Una gran oleada de atentados hizo tomar conciencia tardíamente en Lima de que estábamos en guerra. La respuesta del gobierno fue el asesinato de 15 civiles –incluido un niño de 8 años– por el grupo Colina en Barrios Altos. Eso no detuvo la oleada violentista, que tuvo un sangriento pico en febrero de 1992, con múltiples atentados en la capital y el asesinato de varios dirigentes de izquierda, entre ellos María Elena Moyano y Pascuala Rosado, lo que provocó el repliegue de las organizaciones que resistían el avance senderista. La gran ofensiva alcanzó cotas aún más elevadas entre junio y julio, con atentados contra empresas privadas, edificios públicos y legaciones diplomáticas. Un paro armado fue acompañado de ensayos de ofensivas preinsurreccionales en varios barrios periféricos de Lima, Ayacucho, Puno, Huancayo, Satipo, La Merced, Pasco y Huánuco. El Diario Internacional proclamó que se trataba de “un gigantesco paso hacia los preparativos de la insurrección final”.

Atentados mayores con coches bomba contra un centro comercial en San Isidro y contra el Canal 2 de TV alimentaron la zozobra. Estalló entonces el coche bomba del jirón Tarata, en el corazón de Miraflores, el 17 de julio. El blanco fue directamente la población civil, y el saldo alrededor de 30 muertos, más de cien heridos y 240 viviendas destruidas. La respuesta inmediata del gobierno fue una nueva matanza en La Cantuta, dos días después, perpetrada, como no, por el grupo Colina. Como Santiago Martín Rivas le explicó a Umberto Jara, las matanzas constituían un macabro intercambio de mensajes entre Sendero y el gobierno, de terror a terror.

Por fortuna, un grupo policial, el GEIN, venía implementando desde 1990 otra estrategia. Gracias a un esforzado trabajo de inteligencia lograron llegar el 12 de septiembre a la guarida de Guzmán, en la calle Varsovia 459, urbanización Los Sauces, Surquillo, y capturaron al “presidente Gonzalo” sin disparar un tiro, dándole a SL el golpe definitivo.

Fujimori y Montesinos no les perdonaron haber dejado al SIN –al que habían convertido en la cuarta arma de las FFAA, equiparándolo con el ejército, la marina y la aviación– en ridículo. El GEIN fue disuelto y sus integrantes, lejos de ser premiados, fueron castigados con disposiciones que virtualmente liquidaban sus carreras. Como secreta reivindicación de su hazaña los GEIN colocaron en el pecho de Guzmán, cuando fue exhibido con su traje a rayas en una jaula, su sello, el número 1509, 15 de setiembre: la fecha del aniversario de la Policía de Investigaciones, de donde procedían. Ellos merecen toda nuestra gratitud.

Fuente: Diario La República (Perú). Martes 11 de septiembre del 2012.   Recomendado:   El mito fujimorista de la derrota de SL.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Historia de la caída de Sendero Luminoso. La mirada desde la cúpula de sendero.


La caída

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)

Pronto serán veinte años de la detención de Abimael Guzmán y el inicio del fin de la primera guerra senderista. En este lapso, los autores de la captura se han peleado y sus versiones han variado mucho. Al lado, emerge la sólida narración de la CVR, que se basó en entrevistas a los protagonistas, comprendiendo plenamente el proceso que llevó a la caída del Buró de Sendero.

Siguiendo este relato, he subrayado las opiniones de los líderes senderistas sobre su propia captura. Sus versiones se hallan en las entrevistas que le dieron a la CVR en esos días y que se pueden consultar. Mi propósito es volver a los hechos desde la perspectiva del perdedor y conocer cómo fueron vividos en el campo opuesto a la democracia.

En primer lugar, tanto Guzmán como Iparraguirre, le otorgan mérito a la policía y específicamente al Gein. No creen que las rondas campesinas hayan causado su derrota. Piensan que éstas barrieron con Sendero luego de su captura, que habría sido el verdadero punto de quiebre de la guerra interna. La responsabilidad sería íntegramente de la policía, gracias a una sostenida operación de inteligencia.

Según su historia, dos detenciones previas contribuyeron con su caída. La primera fue el 1 de junio de 1990, semanas antes de terminar el primer gobierno de García. Era una casa de Monterrico donde funcionaba el departamento de organización subversiva. Ahí cayó un archivo de la dirección junto a Sybilla Arredondo; era su segunda detención y había sido seguida después de haber sido liberada.

Los documentos ofrecieron pistas que permitieron desbaratar los aparatos de propaganda y economía. La academia “César Vallejo” financiaba a la dirección de SL y la policía quebró el vínculo. El llamado Comité Permanente fue aislado de sus bases, sus aparatos de intervención fueron detenidos. En palabras de Iparraguirre, “estábamos suspendidos en el aire”.

Otro golpe crucial fue en enero de 1991, cuando fue allanada una vivienda situada en Chacarilla, donde cayó otra casa de organización que comprendía un museo. Allí estaba el famoso video de “Zorba el griego”, que permitió la identificación visual de los dirigentes. Con ese dato, la policía estrechó el cerco.

En esas circunstancias, el CC de SL se reunió en enero de 1990 y planeó acciones para la etapa que creía estar viviendo. Ahí acordaron la línea del “equilibrio estratégico”. Pensaron que estaban empatados con las FFAA y que necesitaban preparar la ofensiva decisiva. Se equivocaron y aceleraron su derrota.

En realidad, SL sobrestimó sus fuerzas y se impuso tareas que superaban su capacidad; al intentar llevarlas a cabo fundió motor y se desplomó. La dirección quedó aislada de sus propias bases que cobraron vida propia.

Por su parte, éstas se enfrascaron en dura competencia interna, rivalizando el Metropolitano versus Socorro Popular, buscando definir quién era más violento. Mientras tanto, el Comité Permanente se esforzaba en recuperar contacto a través de una “reserva”, que Iparraguirre puso en marcha. Estaban a salto de mata, cambiaban vivienda con frecuencia; en la casa de Los Sauces, donde finalmente fueron detenidos, apenas llevaban mes y medio, antes habían estado en San Antonio-Miraflores.

Augusta La Torre había fallecido el año anterior y SL había perdido su principal cuadro político. Iparraguirre era experta en organización y Guzmán un profeta, pero les faltaba la finura de la analista. Para escapar de la pérdida y recuperar capacidad organizativa, Guzmán aumentó la cuota de violencia, intentó fugar hacia adelante y se estrelló con la voluntad de la policía que se dirigía a su captura. Así, cayeron mansamente quienes habían desatado una guerra que costó al país 70.000 muertos.

La versión de SL es clave para terminar de entender los acontecimientos de ayer y adelantar lecciones para hoy. Pero, la ley del negacionismo parece orientada a penalizar este tipo de intereses. ¿Se podrá o no estudiar a Sendero, entrevistar a sus líderes y comprender su parecer?

Fuente: Diario La República (Perú). Miércoles 05 de septiembre del 2012.

Recomendado:

Lucha Armada: 30 años. Antonio Zapata.

El mito fujimorista de la derrota de SL. Nelson Manrique.

Historia de las relaciones entre el Apra y Corea del norte.


Corea mon amour

Por: Nelson Manrique (Historiador)

La decisión del aprista alcalde de Breña José Gordillo de proclamar ciudadano honorario del distrito a Kim Jong Un –el nieto de Kim Il-sung y continuador de su dinastía en el gobierno de Corea del Norte– ha llamado la atención sobre las relaciones entre el Apra y el gobierno norcoreano. Desatado el escándalo, Gordillo revocó la distinción ya otorgada, pero fue cuestionado por el secretario general del Apra, Omar Quezada. Una insignificante anécdota en una relación larga y compleja.

El año 1983 Alan García visitó Corea del Norte, dos años antes de ser elegido presidente, y en 1984 Carlos Roca encabezó una delegación de la juventud aprista que se entrevistó con Kim Il-sung: “Asumimos las relaciones con mucho realismo, con pragmatismo político”, ha rememorado Roca. Lo que hace esto un tema peliagudo es que bajo la inspiración de Agustín Mantilla Campos –luego ministro del interior de Alan García– se envió ese mismo año a jóvenes apristas a Corea del Norte para entrenarse en seguridad y manejo de armas. La CVR ha recogido la versión de Carlos del Pozo Maldonado, que afirma que junto con él viajaron a Corea Manuel Alzamora Muñoz, Omar La Cunza Tantarico, Gino Fiori González y Miguel Ángel Pinchilotti Cabrejos, quienes luego aparecerían formando parte del comando paramilitar Rodrigo Franco, durante el primer gobierno de García. Esto es ratificado por el libro de Ricardo Uceda Muerte en el Pentagonito.

Pero las pasionales relaciones entre el Apra y Corea del Norte vienen de antes. En 1950, mientras permanecía cautivo en la embajada de Colombia, V.R. Haya de la Torre ofreció en una entrevista periodística enviar 5 mil combatientes apristas a Corea, para apoyar la invasión de Estados Unidos contra el comunismo. En una carta a su biógrafo, Felipe Cossío del Pomar, Haya le pedía que “den la noticia de que … se han presentado de 2 a 3 mil apristas pidiendo a la embajada americana que los incorporen a las fuerzas de las Naciones Unidas”. Disponía asimismo “que se diga que el secretario general del Partido, Antenor Orrego, dirigió una carta al embajador americano Titmann, manifestándole que habiéndolo solicitado millares de apristas, que transmita su deseo de enrolarse en las fuerzas de las UN. El Partido cumple este deseo y está en el caso de ofrecer de 3 a 5 mil voluntarios. Numerosas mujeres apristas piden ser incorporadas como enfermeras”.

Esto abochornó a los apristas, que, ignorantes del cambio de línea en marcha, seguían proclamándose antimperialistas. Hasta Luis Alberto Sánchez, cuya línea pronorteamericana era materia de ácidas críticas al interior del Apra, sintió que a Haya se le había pasado la mano: “Encuentro francamente desmesurado, increíble y contraproducente la oferta de 5.000 para Corea. Ha caído pésimo en todos lados. Además, los norteamericanos no estiman eso ... Creo que es aconsejable vender antes que regalar” (Haya de la Torre y Sánchez, Correspondencia. Vol. 1, 1982). A Guillermo Carnero Hoke, militante aprista y secretario general del gremio de los periodistas, Haya le pidió apoyar su posición, ya que “había ofrecido 5.000 voluntarios apristas para luchar contra Corea. Para mí esa fue la gota que rebalsó el vaso de nuestra amistad”. Carnero renunció al Apra y lo mismo hizo el poeta Gustavo Valcárcel. (Juan Cristóbal, ¡Disciplina compañeros!, 1985).

También Manuel Seoane –el segundo hombre del partido– rechazó los virajes ideológicos que se estaban produciendo, en una carta enviada a Haya en 1954. Seoane rechazaba que se asumiera “el compromiso de obtener juventud indoamericana en calidad de ‘cipaya’ para las guerras interimperialistas que se libran fuera del continente … hace años, se difundió la especie –no confirmada– de que el Partido ofrecía 5.000 jóvenes apristas para que fueran a combatir a Corea”. Recordaba que eso fue desautorizado por la dirección partidaria, porque “contrariaba las íntimas inclinaciones del aprismo”. La juventud aprista, remataba, podría arriesgar la “vida en una revolución peruana de tendencia social, o una epopeya de unidad indoamericana,”, pero de ninguna forma podía ser entregada “en holocausto para que EE.UU., en Corea, alce su peto protector” (N. Manrique, ¡Usted fue aprista!, 2009).

Como decía el japonés de la esquina, según un popular chiste de los años 50: “Si cae Corea… ¡Cae pantarón!”.

Fuente: Diario La República (Perú). Martes 04 de septiembre del 2012.  

Recomendado: Debate sobre el libro "¡Usted fue aprista"! de Nelson Manrique.