sábado, 31 de diciembre de 2011

Historia del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. La disolución del poder soviético relatada a través del libro: "La tumba de Lenin".

Ocaso soviético

Gorbachov. Últimos días en el poder

En 1991, David Remnick, corresponsal de The Washington Post en Moscú, fue testigo del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov y de la disolución del poder soviético. Lo que vio e indagó quedó magistralmente retratado en La tumba de Lenin, libro que se publica por primera vez en español, justo cuando se cumplen 20 años del colapso de la Unión Soviética.

Por: Ángel Páez (Periodista)

Anatoly Lukyanov era uno de los pocos jerarcas de la Unión Soviética que disfrutaban de la amistad del presidente Mijaíl Gorbachov. Eran amigos desde los años cincuenta, cuando se conocieron en la Universidad Estatal de Moscú. Presidente del Soviet Supremo y poeta con libros publicados, a Lukyanov le encantaba expresar su lealtad a Gorbachov escribiéndole versos cargados de exaltadas referencias a su liderazgo. Por eso, cuando le contaron a Gorbachov que uno de los conspiradores que buscaban derrocarlo era Anatoly Lukyanov, dudó mucho antes de aceptarlo; creía que un poeta era incapaz de tamaña felonía. Equivocado estaba: nada exime a un poeta de uno de los mayores lastres de la condición humana: la traición.

El episodio de Gorbachov y Lukyanov lo relata el periodista David Remnick en el libro La tumba de Lenin: los últimos días del imperio soviético (1993), que describe la desintegración de la Unión Soviética. Muchos años antes, en 1917, otro reportero norteamericano, John Reed, fue testigo de la revolución de octubre que condujo al poder a los comunistas liderados por Vladimir Ilich Lenin. Su libro Diez días que estremecieron al mundo (1919), una vibrante narración de aquella gesta revolucionaria, se convirtió en un clásico del periodismo. Setenta y cinco años después de la victoria bolchevique descrita por Reed, a David Remnick, corresponsal de The Washington Post, le tocó informar sobre la disolución del más grande imperio comunista. Es irónico: dos reporteros nacidos en el país que fue el más fiero enemigo del poder soviético escribieron los mejores relatos sobre el apogeo y debacle del primer régimen comunista de la historia.

De la emoción al espanto

La gran ventaja de ambos fue haber estado en el mismo lugar de los hechos y hablar con sus protagonistas. A Reed le fue más fácil porque era un partidario de la revolución. El propio Lenin escribió el prólogo de su libro. Pero en la época en que Remnick se encontraba en Moscú, fines de los ochenta, el trabajo de un reportero yanqui era difícil, más aún si los servicios secretos lo consideraban un espía camuflado. No obstante, Remnick estableció contactos en la “nomenklatura”, la élite soviética. Allí se enteró de que el ala derecha del partido se negaba a aceptar la “glasnot” y la “perestroika”, las reformas que Gorbachov estaba impulsando. También se oponía a la suscripción de un nuevo tratado de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas, lo que iba a desatar un proceso de democratización. Los enemigos de Gorbachov advertían que si firmaba el documento el poder centralista en que se sustentaba la URSS se disolvería. En ese trance se encontraba el país cuando el 18 de agosto de 1991 Remnick partió de regreso a Nueva York. Su misión de corresponsal en Moscú había terminado. Pero ni bien aterrizó en su país escuchó una noticia estremecedora: Gorbachov había sido víctima de un golpe de Estado. Remnick tomó el primer avión a Moscú y llegó a tiempo para ser testigo del colapso del totalitarismo soviético. Vería con espanto lo que John Reed vivió con emoción.

“Ningún buen reportero es tan vanidoso como para suponer que la historia se está cristalizando únicamente ante sus ojos; sin embargo, ninguno de los periodistas que trabajaban en Moscú durante los años del derrumbe del comunismo pudo dejar de sentir estupefacción ante la situación que le tocaba presenciar”, escribe Remnick en la primera edición en español de La tumba de Lenin (2011), al cumplirse veinte años del fin de la URSS. Nadie podía creer que un puñado de jerarcas civiles y militares, ancianos y borrachos, temerosos de perder privilegios montaran el más incompetente de los golpes de Estado que registra la historia. Pero así fue.

El 18 de agosto de 1991 el vicepresidente de la URSS, Gennadi Yanayev, depuso a Mijaíl Gorbachov. Yanayev estaba ebrio. Los conjurados, que maquinaban sus planes hacía más de un año, aprovecharon que Gorbachov vacacionaba en el balneario de Foros, Crimea, para expectorarlo.

Reunidos en un local del KGB, en las afueras de Moscú, bebieron como cosacos y luego se trasladaron al despacho del primer ministro, Vladimir Pávlov. Allí convencieron a Yanayev. Debía declarar el estado de emergencia y asumir las atribuciones de jefe de Estado. Tiempo después, durante el proceso judicial a los golpistas, el ex ministro de Defensa Dimitri Yazov reveló a los fiscales que en el momento en que resolvieron deponer a Gorbachov, “Yanayev ya se encontraba absolutamente borracho”. Yazov también contaría que en realidad nunca hubo un plan. Mientras Gorbachov disfrutaba con su esposa Raisa de los baños del sol en Crimea, los conspiradores creyeron que era la oportunidad de deshacerse de él. “No estoy seguro de poder describir cuán difícil es ganarse la fama de borracho”, escribió Remnick sobre Gennadi Yanayev, el hombre que salió a dar la cara por televisión para informar que él era el nuevo número uno de la URSS: “Era un hombre vanidoso y de escasa inteligencia, mujeriego y alcohólico. Pero no era tan solo un borracho, también era un bufón”.

El golpe de los tontos

Para Remnick el colapso soviético fue una sucesión de equivocaciones. Si Yanayev era un ebrio como todos los conspiradores, Gorbachov era despistado e incompetente. En Moscú se hablaba de lo que estaba tramando el ala derechista del partido, pero él no quería aceptarlo. Suponía que por ánimo de sobrevivencia lo respaldarían. “Fue el primer golpe de Estado anunciado por la prensa”, escribe Remnick. En efecto, los periódicos contrarios a Gorbachov amenazaban con una rebelión si continuaba otorgándoles autonomía a las repúblicas soviéticas, una exigencia que lideraba Boris Yeltsin. Todos miraban con asombro cómo alguien serruchaba un círculo bajo los pies de Gorbachov.

Pero él no quería aceptarlo.

Las advertencias llegaron incluso desde los Estados Unidos. El Secretario de Estado, James Baker, confió a su contraparte soviética, Alexander Bessmertnij, que sus servicios secretos detectaron que se preparaba una asonada contra Gorvachov y le pidió entregarle el mensaje. Baker dio los nombres de los implicados: el primer ministro, Valentín Pávlov; el ministro de Defensa, mariscal Dmitri Yazov; y el jefe del KGB, Vladimir Kryuchkov, entre otros. La información llegó a Gorbachov. Semanas después Baker preguntó a Bessmertnij qué hizo el Presidente con los instigadores. Respondió que convocó a Pávlov, Yazov y Kryuchkov, les pidió a gritos que dejaran de jugar a los conspiradores. Y los dejó en sus puestos.

Apresado Gorbachov en Foros, los golpistas organizaron el control de Moscú. Pensaron en asaltar la Casa Blanca, como se llama a la sede del Parlamento, desde donde Yeltsin erosionaba el poder de los jerarcas soviéticos. Pero como todo había sido improvisado, ni siquiera los golpistas estaban seguros de lo que hacían. Eso minó su precaria unidad. Por eso, cuando el Comité de Emergencia se reunió en el Kremlin con Yanayev a la cabeza, preguntó: “¿realmente hay alguien entre nosotros que desee tomar por asalto la Casa Blanca?”. “No hubo respuesta”, relata Remnick: “Cuando Kryuchkov (el jefe del KGB) dijo que según los informes recibidos de todo el país el comité contaba con un amplio apoyo, Yanayev dijo que no, que había estado recibiendo telegramas que decían exactamente lo contrario. El golpe fracasaba”.

En un intento por revertir la situación se propuso detener a Boris Yeltsin. Pero ya parecía demasiado tarde para hacerlo. El 21 de agosto Yeltsin encabeza la marcha contra los derechistas. Si lo detenían o mataban, estallaría una rebelión de incalculable dimensión. Yazov, ante la evidencia de que solo quedaba imponer la violencia si deseaban continuar en el poder y lo que eso significaba en vidas humanas, optó por renunciar y ordenar que las tropas regresaran a sus cuarteles. “No seré otro Pinochet”, dijo. Era el fin del golpe.

El fin del imperio

Gorbachov recibió la noticia en Foros y preparó su retorno al poder. Otra vez, se equivocaba. Así como no les dio la dimensión que les correspondía a las fuerzas que se oponían a las reformas, tampoco supo medir las consecuencias del frustrado “putsch” de la derecha comunista. Gorbachov volvió a la presidencia sin percatarse de que el fin estaba cerca. ”Regresó con su familia a Moscú, donde lo esperaba una gélida recepción de su rescatador y rival, Yeltsin. Él creía que había vuelto al poder; en realidad, había regresado a la capital para presenciar la transformación del mundo tal como él lo había conocido hasta entonces”, escribe Remnick.

El 8 de diciembre de 1991 se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), que representó la liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Gorbachov renunció a la presidencia el 25 de diciembre. “La Corte Constitucional de Rusia dictaminó que los comunistas podían reunirse a escala local, pero que, como entidad nacional, el Partido Comunista era ilegal”, narra Remnick. “Los bienes y propiedades del Partido permanecerían bajo el control del gobierno de la Federación Rusa. La era que comenzó en 1917 con la revolución bolchevique acababa de terminar… en virtud de un simple decreto”. La historia que John Reed relató con encendida emoción en Diez días que estremecieron al mundo, sobre la toma del poder comunista, terminaba sin pena ni gloria, con aires fúnebres, en las páginas de La tumba de Lenin, escritas por David Remnick.

Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú).






Teorías sobre las causas de la caída de la Unión Soviética (URSS).

viernes, 30 de diciembre de 2011

La historia del presente: buen periodismo, rigor historiográfico y atractiva narrativa. Cinco libros de Historia para entender el presente.

Historia del presente

Ramón González Férriz, director de Letras Libres, arma su Lista de Eñe con libros de Tony Judt, Francis Fukuyama, Jonathan D. Spence, Niall Ferguson y Timothy Garton Ash.

En la introducción a su Historia del presente, Timothy Garton Ash escribe una de las más sencillas y brillantes reflexiones que se hayan hecho sobre el trabajo del periodista y del historiador, y sobre la relación que hay entre ambos y el trabajo del escritor de narrativa de ficción.

Garton Ash, que estudió Historia Contemporánea en Oxford y que antes de la publicación de ese libro había trabajado como reportero en los países del antiguo bloque soviético, fue tal vez el primero en recibir el calificativo de «historiador del presente», acuñado por el estadounidense George Kennan y entendido como «ese campo del trabajo literario, pequeño y poco visitado, en el que el periodismo, la Historia y la literatura [...] se unen».

¿Historia del presente?, se pregunta el autor. ¿No se supone que la Historia, por definición, se encarga de los asuntos del pasado? «No siempre fue así. Como ha observado el erudito historiador alemán Reinhart Koselleck, desde la época de Tucídides hasta bien entrado el siglo XVIII, haber sido testigo ocular de los hechos descritos o, mejor aun, haber intervenido directamente en ellos, se consideraba una ventaja fundamental a la hora de escribir historia».

Para Garton Ash, el buen periodismo y la buena historiografía tienen en común con la buena narrativa de ficción el poder de la imaginación para empatizar con las personas que aparecen como personajes en un relato y poderes literarios de selección, descripción y evocación. «El reportaje o la narración histórica es siempre un relato escrito por un autor concreto, impregnado por su percepción individual y su estilo propio al colocar las palabras sobre la página. Exige un esfuerzo, no sólo de investigación, sino de imaginación, para introducirse en la experiencia de las personas sobre las que se escribe. En ese sentido, el historiador y el periodista trabajan como los novelistas. Y así lo reconocemos cuando hablamos del “Napoleón de Michelet”, y lo distinguimos del “Napoleón de Taine” o el “Napoleón de Carlyle”».

La frontera con la literatura de ficción, sin embargo, es una sola y muy clara: el compromiso no solo con la verdad, sino muy en particular con los hechos y los datos. ¿Qué hizo o dijo exactamente tal o cual persona, y en qué momento lo hizo, antes o después de que ocurriera tal o cual hecho? Garton Ash cita a Eric Hobsbwm cuando recuerda que la materia prima del historiador, y también del periodista e «historiador del presente», la componen datos verificables.

La frontera entre periodismo e Historia, en cambio, es la más discutida. «En periodismo, decir que un relato es “academicista” —con lo que se pretende decir aburrido, lleno de jerga e ilegible— es la forma más segura de acabar con él. En el mundo académico, decir que el trabajo de alguien es “periodístico” —es decir, superficial, frívolo y, en general, nada riguroso— es menospreciarlo. “¿Historia del presente?”, me dijo con desdén un profesor cuando regresé a mi departamento de Oxford después de trabajar como periodista a finales de los años ochenta, “¿Quiere decir periodismo con notas a pie de página?”».

Todo esto viene a cuento porque le pedimos a Ramón González Férriz, director de Letras Libres, que nos enviara su Lista de Eñe, y su respuesta fueron estos «cinco libros de Historia para comprender el presente». Incluido el ya clásico título de Timothy Garton Ash, por supuesto.

Las listas de eñe

Ramón González Férriz. (Barcelona, 1977) es editor de la revista Letras Libres.

Cinco libros de Historia para entender el presente


1. Postguerra, de Tony Judt (Taurus)


2. El fin de la Historia y el último hombre, de Francis Fukuyama (Ediciones B)


3. Historia del presente, de Timothy Garton Ash (Tusquets)


4. En busca de la China moderna, de Jonathan D. Spence (Tusquets)


5. El triunfo del dinero, de Niall Ferguson (Debate)


1.'Postguerra', de Tony Judt (Taurus)

¿Cómo pudo ser que, después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, Europa se pusiera en pie en unas pocas décadas y sus ciudadanos alcanzaran unas cotas de bienestar inéditas en la historia? Pues porque, como explica Judt, los políticos europeos tomaron buenas decisiones, la ciudadanía asumió al fin la democracia y, bueno, también hubo algo de suerte. Naturalmente, esto no fue del todo así en España, pero esta historia es también la de nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros mismos.

2.'El fin de la Historia y el último hombre', de Francis Fukuyama (Ediciones B)

Nunca entenderé por qué este libro es considerado el epítome del derechismo. No lo es. Se trata, más bien, de una brillante historia de cómo en las últimas décadas cada vez más países han desechado los regímenes teocráticos, han derrocado a las dictaduras y han adoptado la democracia como sistema político. Un extraordinario recordatorio de que los humanos solemos desear libertad, y de que cuando queremos cosas distintas, acabamos mal.

3.'Historia del presente', de Timothy Garton Ash (Tusquets)

A medio camino entre la historia y el reportaje, este libro es una crónica del derrumbe del imperio soviético. Después de décadas de opresión, millones de ciudadanos de la Europa del Este lucharon por la democracia y consiguieron algo que se le parecía. Sin embargo, como documenta Garton Ash, no todo salió bien: el peso del pasado, la inexperiencia en manejarse en democracia y un capitalismo de matones hizo que las cosas siguieran siendo tremendamente duras en la región.

4.'En busca de la China moderna', de Jonathan D. Spence (Tusquets)

Esta historia de China arranca en el siglo XVIII y termina en 1999, de modo que no contempla el fabuloso auge de China en la última década y pico. Sin embargo, para comprender precisamente este último período —en el que finalmente el país se ha abierto un poco al mundo—, nada mejor que esta historia de un imperio tradicionalmente cerrado en sí mismo, cuyos mandatarios no viajaban al extranjero y que no consideraba que debiera aprender nada de los demás, excepto su talento para fabricar armas.

5.'El triunfo del dinero', de Niall Ferguson (Debate)

Para bien y para mal, la historia de los humanos es en buena medida la historia de su manejo del dinero. Como cuenta Ferguson, a medida que la complejidad de los sistemas bancarios y financieros aumentaba, también lo hacía la riqueza y el número de personas que salían de la miseria. Sin embargo, esos sistemas podían provocar grandes y confusas crisis, como ha sucedido reiteradamente a lo largo de los siglos cuando los países, las empresas y los individuos se han endeudado más de lo que debían. Aunque ahora nos parezca que todo esto es nuevo, es tan viejo como la civilización.

Fuente: Revista Eñe (España) (28.12.11)

Debate sobre el libre acceso a la información. Controversia entre la Universidad de Illinois y The Chicago Tribune.

"Derechos en conflicto: información versus privacidad"

Por: León Trahtemberg (Educador)

Está en curso una importante controversia entre la Universidad de Illinois y The Chicago Tribune. Todo empezó con un conjunto de notas periodísticas del Tribune - "Clout Goes to College" 2009- en el que exponía la existencia de una lista de cientos de privilegiados que durante cinco años habían tenido admisiones facilitadas por tratarse de estudiantes de familias bien conectadas. Eso condujo a la renuncia del presidente de la Universidad y varias otras autoridades.

The Chicago Tribune planteó una demanda judicial exigiendo que se hagan públicos los nombres y direcciones de los auspiciadores de estos estudiantes favorecidos y los resultados de las pruebas de admisión que dieron al postular, apelando a la ley estatal que avala el derecho a la libertad de acceso a la información. Esta demanda fue rechazada por la Universidad apelando a la ley federal que ampara la privacidad de los registros educacionales de los estudiantes -publicarlos los podría perjudicar- (federal Family Educational Rights and Privacy Act), bajo pena de perder los fondos federales si la violan (quien recibe fondos federales no puede hacer privilegios).

Sin embargo, el Tribune, respaldado por medios como The New York Times, argumenta que esos no son registros de récords educacionales, sino de conductas cuestionables y por lo tanto no están protegidas por la ley de privacidad sino amparadas por el derecho del público a conocer actos irregulares. Se trata de una investigación sobre las decisiones irregulares y discriminatorias de los funcionarios públicos.

El mismo argumento de defensa de Illinois ha sido utilizado antes por otras universidades, como la estatal de Florida, para no revelar datos de la admisión y conducta de sus atletas estrellas.

No está claro cómo terminará este debate judicial, aunque los entendidos se inclinan por respetar el derecho del público a estar informado (Tamar Levi, "Privacy and Press Freedom Collide in University Case", NYT 20/10/2011).

Es un debate que nos atañe, a la luz de la legislación del control de la difusión de grabaciones propuesta por el PPC en el Congreso y los resentimientos sociales producto de la histórica inequidad y resentimientos entre peruanos por arreglos discriminatorios usando influencias.

Fuente: Diario Correo (Perú). 30-12-11

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El fin de la vieja izquierda peruana y el surgimiento de un nuevo progresismo.

La utopía progresista

Por: Antonio Zapata (Historiador)

Al dividirse Izquierda Unida en 1989, sus integrantes perdieron presencia y nunca más se recuperaron. A primera vista se trataba de un castigo del electorado a la división; la ciudadanía izquierdista premiaba la unidad porque sabía que dividida no avanzaba mucho. Algo de esto es cierto, pero no es el único factor, porque en más de 20 años se habría resuelto y tendríamos un nuevo frente izquierdista disputando el escenario.

En 1989 también se derrumbó el Muro de Berlín y llegó la hora final de la Unión Soviética y del bloque denominado “socialismo real”; clausurando el período abierto por la revolución bolchevique de 1917.

Durante ese lapso, las izquierdas se habían identificado con el comunismo ruso, participando de sus valores. La disidencia trotskista y otras posteriores carecieron de fuerza para modificar el paradigma.

Así, la URSS fue el horizonte utópico de las izquierdas del siglo XX. Quienes se apartaron tuvieron grandes dificultades para mantenerse en el campo popular y normalmente fueron atraídos por la democracia norteamericana, habiendo acabado como aliados de EEUU, como fue el caso del APRA.

Por ello, 1989 fue un año doblemente crucial para la izquierda. Al dividirse IU, perdió capacidad operativa anulando su fuerza propia. En segundo lugar, la desaparición del socialismo real le restó referente ideológico. A partir de entonces ha carecido de audacia para volver a pensar y proponer un ideal. Por consiguiente, se encerró en la oposición al neoliberalismo de los noventa y supo denunciar pero no solucionar. Su capacidad de condena fue elevada, pero limitada su disposición a imaginar una nueva utopía. Por ello, tampoco pudo atraer una generación de reemplazo.

Mientras que los años noventa plantearon nuevamente la vieja y crucial relación entre igualdad y libertad. Los izquierdistas habíamos escogido la justicia y creíamos que la libertad sería consecuencia suya. Pero, la URSS y sus satélites caían ante nuestros ojos como entes autoritarios sin alma ni pasión revolucionaria. Hubo que recuperar el equilibrio entre estos dos viejos principios que provienen de la Revolución Francesa. Esa nueva ponderación generó un tipo progresista distinto e independiente, que tomó camino propio.

Las actitudes progresistas se hallan en constante renovación, pero desde los 1990, los nuevos progres han ido rompiendo su identificación con la vieja generación. La recuperación de la libertad y el rechazo al burocratismo fueron esenciales para un nuevo pensamiento.

Luego vino la desconfianza en el Estado y la preferencia por la sociedad civil. Este concepto decimonónico cobró gran vigencia al finalizar el siglo XX. Desengañados con el Estado soviético y los estatismos populistas, los nuevos progres elevaron las instituciones sociales como motores del verdadero cambio y garantes de un rumbo más inclusivo, pero abierto y competitivo.

El último componente que han traído las recientes décadas ha sido la cuestión ambiental. En efecto, el enfoque verde es parte del nuevo progresismo, aunque no exclusivamente, como lo demuestra el ejemplo de El Comercio, que posee una línea verde conservadora y autoritaria. Así, aunque transversal al espectro político, la conservación del planeta pertenece al nuevo paradigma de la persona progresista contemporánea.

El efecto de esta evolución ha sido alejar las aspiraciones principales del nuevo progresismo del modelo izquierdista setentero. La desairada participación de estos últimos en el gobierno de Ollanta Humala ha profundizado esa brecha. Hace unos seis años se cobijaron debajo de una figura política emergente, un militar nacionalista al que conocían poco y que ha mostrado que no los tomaba en cuenta seriamente.

Por ello, las izquierdas han perdido numerosas ocasiones para reaparecer en la escena y ahora parece que ni siquiera dejarán herederos. El nuevo progresismo ha ido formulando una utopía propia que progresivamente se aleja del viejo personal político.

Fuente: Diario La República (Perú). 28 de diciembre de 2011.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Carlos Franco. Libro “Acerca del Modo de Pensar la Democracia en América Latina” (1998).

Carlos Franco (1939-2011)

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

Un día del 2009 Alberto Vergara me llamó emocionado para decirme que había leído un “librazo”: “Acerca del Modo de Pensar la Democracia en América Latina” (1998) de Carlos Franco. Sabiendo que mi amigo es poco dado a exagerar, lo leí y confirmé su veredicto. “Acerca…” es un libro mayor, tal vez el mejor libro de ciencia política escrito en el Perú: desarrolla un argumento en forma coherente, lo defiende de gran manera, hace justicia a sus rivales teóricos y reconoce las consecuencias de sus conclusiones sin edulcorarlas. ¿Por qué un libro tan poco común en nuestro país había pasado desapercibido? Recién hace poco Alberto junto a Carlos Meléndez, así como Alberto Adrianzén y Nicolás Lynch, lo han rescatado y discutido.

En el libro Franco sostiene que en los ochenta y los noventa la discusión sobre la democracia en América Latina se había empobrecido. Al concentrarse la ciencia política en factores políticos, sean actores o instituciones, al estudiar la democracia se ha perdido la riqueza de una perspectiva más profunda vinculada al desarrollo, donde la posición de nuestros Estados en la economía mundial determina nuestro régimen político. Si bien considera que las teorías estructuralistas del pasado debían ser revisadas, sostiene que no ganamos nada y perdemos mucho si desvinculamos nuestro estudio de la democracia de estos factores profundos.

Su conclusión es demoledora: en la región no existen las condiciones para que se consolide un régimen que respete y garantice la igualdad de los ciudadanos. Para probar su punto Franco estudia el desarrollo de la democracia en Europa, discute la vieja teoría de la dependencia latinoamericana y critica recientes trabajos sobre las transiciones a la democracia. El argumento es denso y difícil de describir en un párrafo. Pero la moraleja es clara: las elecciones no bastan para que las condiciones negativas que impiden la democracia cambien en la región.

Las consecuencias prácticas de esta conclusión son una cachetada fatalista. Tras los fracasos de las revoluciones estatistas, el colapso de los modelos de industrialización por substitución de importaciones y sin confianza en las reformas de mercado, no quedan muchas posibilidades de lograr cambios sociales profundos que sostengan la democracia. El activista, sea un revolucionario Leninista o un demócrata liberal, terminará frustrado.

¿Por qué el libro no atrajo la atención que merece? Por un lado, por la ausencia de interlocutores académicos en el Perú interesados en el régimen político y ajenos a un debate que Franco sí estaba siguiendo. Pero sospecho que también porque fue publicado en el momento más duro del Fujimorismo. La izquierda académica, probablemente la más atraída por un argumento que reiteraba los límites de esa “democracia burguesa” que criticaron durante los ochenta, andaba peleando contra el Fujimorismo. Decir que democracia o Fujimorismo eran casi lo mismo resultaba una herejía.

Aunque discrepo de su exagerado fatalismo, es muy triste que un libro que, de haber sido publicado en México o Argentina, ni que decir EE.UU. o Europa, hubiese sido un referente para la ciencia política, sea en el Perú una edición limitada, agotada y poco discutida. Por lo demás, en los años que han pasado desde que se publicó la ciencia política ha hecho críticas similares a los estudios sobre la democracia. Sin duda otros de sus trabajos merecen igual discusión, pero creo que los politólogos seguimos en deuda con Franco, el académico, y la mejor forma de pagarla tras su partida es discutiendo su libro en profundidad.

Fuente: Diario 16 (Perú). 25-12-2011

Recomendados:

Romeo Grompone: Los debates propuestos por Carlos Franco.

De la naturalización y universalización del formato demoliberal del régimen (Texto de Carlos Franco). 
 
Carlos Franco: apuesta por la modernidad popular y desconfianza frente a la democracia como régimen.

Carlos Franco y su aporte intelectual al Perú.

Historia del primer presidente de la república postsocialista checa Václav Havel. Muerte de Václav Havel y Kim Jong-il.

"Havel y Kim"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

El 18 de diciembre pereció el primer presidente de la república postsocialista checa Václav Havel y al día siguiente se anunció la muerte de Kim Jong-il, líder de la república socialista de Corea. Ambos tenían edades similares (el primero 75 años y el segundo un lustro menos) pero encarnaban procesos antagónicos.

Havel fue uno de los principales intelectuales disidentes anticomunistas de Europa del Este y el hombre que encarnó la 'revolución de terciopelo' de 1989 que produjo el reemplazo del partido comunista checo por un régimen liberal y privatizador. El fin de la economía estatizada y planificada también condujo a la división entre checos y eslovacos. Havel aceptó ese divorcio pacífico mientras que fue uno de los líderes orientales que más luchó por que su país y región entrasen a la Unión Europea.

A inicios de los noventas tuve la oportunidad de ver a Havel en una plaza de Praga, capital que estaba llena de banderas estadounidenses, algo impensable en América Latina, en donde el liberalismo no era un movimiento popular de masas y, más bien, generaba rechazos sindicales. Vargas Llosa, quien compartía con Havel similar vocación literaria y orientación política, entonces había perdido las presidenciales peruanas.

Desde hace 2 décadas todas las veintitantas repúblicas euro-orientales son promercado y la gran mayoría tiene regímenes anticomunistas, proOTAN y proUE, tal y cual lo quería Havel. Kim, por el contrario, encarnaba al principal reducto del stalinismo en el planeta. Mientras que Alemania, Vietnam y Yemen se reunificaron y todos hoy son promercado, Corea mantiene su división obtenida con millones de víctimas. Mientras el sur emula al capitalismo japonés, el norte tiene mayores restricciones al capital que Cuba, China o Vietnam.

La Corea del Norte posee poco más área que la del Sur (la cual, sin embargo, le duplica en población y tiene un ingreso per cápita 20 veces mayor), pero su régimen autárquico y autocrático se precia de tener una sociedad menos desigual y más distributiva.

Norcorea posee armas nucleares y el cuarto ejército en tamaño del mundo (el cual festeja haber propinado varias derrotas a EEUU). China y Rusia le cubren las espaldas, aunque Norcorea no ha querido hacer muchas reformas prooccidentales como las de sus 2 colosales vecinos.

Ésta también es el único Estado no monárquico donde el poder pasa de padre a hijo, algo que parece que se repetirá con el tercer hijo de Kim, pese a tener solo 28 a 29 años de edad.

Fuente: Diario Correo (Perú). 22/12/11

Carlos Franco: apuesta por la modernidad popular y desconfianza frente a la democracia como régimen.

Imagen: Diario La Primera
Un realista desencantado

Por: Martín Tanaka (Politólogo)

En alguna conferencia hace algunos años, Carlos Franco decía que su vida había sido regida por dos grandes máximas: “un fracaso más qué importa” y “persistir en el error”. En alguno de sus últimos escritos, se refería a su “larga militancia en la internacional de los perdedores”, de la que deducía su posición política, que caracterizaba como un “realismo desencantado”. Esta mirada irónica consigo mismo se entiende a la luz de las apuestas políticas de Franco: apoyó las reformas “participativas” del gobierno de Velasco, luego el populismo tardío del primer gobierno de Alan García, luego pensó que el populismo peruano alumbraría a una modernidad popular verdaderamente nacional; finalmente, se mostraría crítico frente a la democracia como régimen, precisamente porque la configuración “criollo-occidental” del Estado le impediría superar el desafío de representar a ese mundo popular cholo-plebeyo.

Sin embargo, con el tiempo aprendimos que ninguna dictadura puede justificarse, por más progresista que se presente, que el puro voluntarismo político termina en el desastre económico, que la apuesta por la modernidad popular desembocó en la anomia y terminó siendo cooptada por el fujimorismo, cuyo carácter autoritario llevó precisamente a una revalorización de la democracia como régimen político.

Vistas así las cosas, podría pensarse que lo notable de Franco fue su integridad y honestidad política e intelectual; nunca renegó de sus apuestas, se mantuvo fiel a las mismas y asumió sus consecuencias, actitud poco común en un medio más bien habituado a las constantes mudanzas sin mayores justificaciones. Sin embargo, este criterio deja de lado sus importantes aportes intelectuales. Y es que la apuesta por Velasco es consecuencia de una mirada desencarnada de los límites de los intentos de transformación política que parten de lo social o de los actores políticos y de las instituciones convencionales en un país como el nuestro.

Su apuesta por el APRA y por el primer Alan García se fundamentó en una original lectura del marxismo y de su implantación en América Latina, y del papel de Haya y Mariátegui en la construcción de un proyecto nacional y popular, así como en una mirada crítica de la izquierda peruana, sin proyecto propio y siempre a la sombra de la acción de los caudillos (¿no suena familiar y de gran actualidad?). Finalmente, su apuesta por la modernidad popular y su desconfianza frente a la democracia como régimen no hicieron sino llamar tempranamente la atención sobre lo que hoy calificamos de “problemas de inclusión social”, y los déficits de legitimidad de nuestra precaria democracia.

De este modo, si bien las apuestas políticas de Franco terminaron en fracasos, los diagnósticos que las fundamentaron tienen absoluta vigencia y dan cuenta de una personalidad de una originalidad y agudeza excepcionales, una voz crítica muy necesaria en estos tiempos. La extrañaremos.

Fuente: Diario La República (Perú). 25 de diciembre de 2011.

Recomendado: Carlos Franco y su aporte intelectual al Perú.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Historia reciente de los gobiernos de coalición en el Perú.

Coaliciones y partidos

Por: Antonio Zapata (Historiador)

La década de 1980 fue la última de pleno dominio de los partidos políticos. Comenzó Acción Popular y luego el APRA, ambos gobernando con mayoría parlamentaria. Esos años fueron fatales; se desenvolvieron entre el terrorismo y la hiperinflación y la ciudadanía se desilusionó de la democracia. Los males peruanos eran enormes y despertaban tal ansiedad que muchos deseaban mano dura para encontrar un rumbo salvador.

Gracias a ese ánimo se impuso Fujimori. Aunque, al comenzar su gobierno, introdujo una novedad que no se había experimentado en años, un gobierno de coalición. En efecto, en su primer gabinete hubo neoliberales, izquierdistas y varios independientes. Abrió la era de las coaliciones. Aunque duró poco; la profundidad de la crisis derivó en autoritarismo. A Fujimori la ortodoxia neoliberal le otorgó respetabilidad, porque le brindó coherencia gubernamental.

Al pretender perennizarse el 2000, el autoritarismo dio paso a los gobiernos de coalición que nos gobiernan hasta hoy. Tanto Toledo como García y ahora Humala han necesitado alianzas. Los une la común carencia de mayoría parlamentaria; necesitan construirla y ello impulsa entendimientos, a veces poco explícitos, pero imperiosamente requieren una relación positiva entre Ejecutivo y Legislativo, que se ha constituido en un eje de la gobernabilidad.

Otro rasgo que comparten Toledo, García y Humala es la redoblada importancia del líder carismático, en desmedro de las estructuras. Los tres pertenecen a una época de descrédito avanzado de los partidos. Al finalizar el fujimorismo, estos volvieron a su dinámica anterior. No realizaron una autocrítica ni adecuaron sus estructuras a la nueva escena social y política. La pérdida de peso de los partidos es global, se manifiesta a nivel internacional y no es exclusivamente un asunto peruano. Pero nosotros lo vivimos intensamente. Nuestro sistema conserva escasa capacidad de representación.

La democracia actual también sufre a causa de la brecha entre partidos nacionales y movimientos locales. En las bases se han impuesto cacicazgos y funcionan alianzas entre caudillos. Su influencia es estrecha y muchas veces expresan fragmentación, antes que aspiraciones a sumar fuerzas. A nivel local actúan políticos con movimientos propios, que no participan de partidos inscritos y cuyos liderazgos son precarios. Ni siquiera levantaron el paro de Cajamarca cuando Yanacocha ya había cedido.

Pero la ley de partidos no permite que estos movimientos regionales presenten candidatos al Ejecutivo ni al Legislativo. Ese terreno es exclusivo de los partidos nacionales. Como consecuencia se registra un peligroso divorcio entre gobierno nacional y poderes locales.

Toledo tuvo numerosos gabinetes y el bamboleo debilitó su gobierno. Mientras que García sabía que su alianza básica era con el fujimorismo e incluyó a Giampietri en su propia plancha. Ante esta comparación, Humala resulta más cerca de Toledo que de García. Se anuncia cambiando aliados muy temprano en el recorrido.

Pero, si se observa a Humala con los ojos puestos en el Fujimori de 1990, el resultado es perturbador. Ambos gobiernos carecen de mayoría parlamentaria, comparten un poder militar en rápida organización y el poder económico propicia la ruptura con sus partidarios iniciales. Fujimori llevó este proceso al autoritarismo porque la crisis era muy honda y el país ansiaba un salvador. Hoy la situación es distinta. Ni terrorismo ni hiperinflación nos amenazan.

Así, la comparación se cae. Aunque varios elementos están presentes, falta el componente esencial. Lo único estable es la responsabilidad del líder, puesto que el poder del mandatario es clave. Por ejemplo, Toledo pudo sufrir cierta deriva, pero estaba comprometido con la democracia, mientras que Fujimori quería derribarla para imponer su cleptocracia.

Finalmente, Humala gobierna bastante solitario, ni partido ni alianzas le importan demasiado, el poder reside en el círculo alrededor suyo. El 2012 traerá definiciones.

Fuente: Diario La República (Perú). 21 de diciembre de 2011.

martes, 20 de diciembre de 2011

Historia de la colonización portuguesa en Asia: La India (Goa).

"Goa: 50 años"

Por: Isaac Bigio (Internacionalista)

Cuando Colón en 1492 llegó a las Américas él pensaba que había llegado a la India (la cual hace 5 siglos era percibida como una gran civilización con apreciadas riquezas y especias), por lo que a sus habitantes nativos denominó como indios (término que aún se mantiene).

Sin embargo, los ibéricos llegaron 6 años después a la verdadera India donde se mantuvieron medio milenio. Este episodio, que no es muy conocido, se acabó el 19 de diciembre de 1961 cuando la India se anexó Goa y todas las posesiones portuguesas que estaban sobre sus costas. Así se dio fin al Estado Portugués de la India, el único enclave cristiano y europeo en el subcontinente más poblado del mundo.

Los portugueses llegaron a la India 2 años antes de arribar al Brasil, donde nunca se toparon con grandes ciudades o estados. En el océano Índico y la India, en cambio, se confrontaron con civilizaciones más antiguas y hasta más avanzadas en varios rubros, compitiendo con los árabes y musulmanes.

En 1510 los lusos capturaron Goa, la cual convirtieron en la capital de todas sus posesiones en el Índico, el tercer mayor océano del mundo donde durante los siglos XVI y XVII su idioma sería la lengua franca comercial.

Goa es hoy uno de los estados más chicos de la India, pero en su momento fue el centro de la administración portuguesa de todo el oriente que incluía colonias en Mozambique y en la costa este africana, en los hoy riquísimos Omán y Bahréin, por todas las costas de la India (incluyendo Bombay/Mumbai, el hoy mayor centro financiero sudasiático), en la mayor parte de Sri Lanka y en partes de Indonesia, Malasia, China y Japón.

Goa estuvo en manos ibéricas una década antes de que los españoles conquistasen México y casi un cuarto de siglo antes de que subyugasen a los incas. Y se quedaron allí casi medio siglo después de que los ibéricos hubiesen sido echados de la América continental. En la India los portugueses no siguieron la estrategia española de querer destruir los imperios indios americanos, limitándose a crear enclaves donde se cristianizaba obligatoriamente a su población, pero que se centraban en comerciar antes que buscar conquistar a las avanzadas civilizaciones que le rodearon. El único intento de querer marchar sobre el interior fue en Sri Lanka donde acabaron siendo echados por una alianza de nativos con holandeses. Si bien Goa portuguesa capituló en menos de 2 días, en el Índico aún existen numerosos apellidos, bailes y herencias culturales ibéricas, siendo el catolicismo sudasiático su principal legado.

Fuente: Diario Correo (Perú). 18/12/11

martes, 13 de diciembre de 2011

Guillermo O’Donnell: reconocido politicólogo argentino y crítico de las teorías culturalistas en política.


O’Donnell (1936-2011)

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

Difícil decir algo nuevo sobre Guillermo O’Donnell (GOD), después de lo escrito por varios de sus colegas y discípulos lamentando su muerte. Scott Mainwaring, por ejemplo, ha preparado una brillante nota para el Instituto Kellogg discutiendo cómo las investigaciones de GOD acompañaron al cambio de régimen político en América Latina. Pero intentaré hacerlo, pues creo que este argentino universal merece toda la atención que viene recibiendo y mucha más. Intentaré presentarles a GOD en clave de oposición, mostrando contra quiénes debatió a través de su vida, tanto en su trabajo académico como en su aproximación a la disciplina y la política. Creo que hay mucho que aprender de esas oposiciones.

O’Donnell se hizo conocido en la ciencia política por lanzar un golpe demoledor contra quienes pensaron que la modernización en el mundo traería aparejada sociedades más democráticas e igualitarias. En su estudio de lo que llamó autoritarismos burocráticos mostró cómo las tensiones producidas por los cambios económicos y sociales en el Cono Sur dieron lugar a regímenes militares autoritarios de una violencia inusitada.

También criticó a teorías culturalistas que explicaban estos regímenes por una supuesta cultura autoritaria en la región. Este culturalismo académico fue instrumentalizado por militares y élites conservadoras para justificar la exclusión y represión de amplios sectores de la población. GOD mostró que las causas de estos regímenes no estaban en una cultura inalterable, sino en poderes fácticos que con el apoyo de ciertos sectores sociales eran capaces de sostener regímenes conservadores excluyentes. Pero además mostró que estos regímenes tenían problemas de estabilidad, con crecientes tensiones a su interior. Sus estudios sobre las transiciones mostraron la importancia de los juegos de poder entre élites para derrumbar regímenes que algunos consideraban monolíticos.

Pero resaltar la importancia de estos juegos de élite en la caída de un autoritarismo no llevaba a GOD a concluir que fuese sencillo construir democracias sólidas, o que factores estructurales y de capacidad estatal no fueran esenciales tanto para las transiciones como para la estabilidad de esas nuevas democracias. Al contrario, su agenda intelectual en las últimas décadas fue explorar las causas de esta debilidad democrática, sea mirando a presidentes sin controles institucionales, a zonas de nuestros países donde no existe el Estado de derecho o a la forma en que se ejerce la ciudadanía en nuestros países.

Sin embargo, en su crítica a estas nuevas democracias dejaba muy claro que había una gran diferencia entre los regímenes de hoy, por imperfectos que sean, y los autoritarismos del pasado. Contar con elecciones competitivas y libertades básicas, alternancias de poder de izquierda a derecha, una reducción importante de la pobreza en algunos casos, y niveles de gobernabilidad bastante altos en varios países, no es poca cosa y menos frente a los diagnósticos fatalistas de ciertos conservadores e izquierdistas. Fue un crítico leal de la democracia y al hacerlo se enfrentó con quienes decían que era un régimen inviable o a quienes todavía dicen que poco o nada ha cambiado en la región.

Hay otras lecciones que nos deja GOD en su forma de entender la academia, la ciencia política y la política en general. Fue parte de una generación intelectual excepcional en Latinoamérica, que produjo teoría desde el conocimiento a profundidad de la región para dialogar con el mundo. Las teorías e ideas de GOD han iluminado diversos procesos de cambio de régimen, desde la democratización de diversas regiones en los ochenta hasta las actuales revueltas en el Medio Oriente. Un profesor apasionado de la teoría política (en especial Hobbes) que construía agendas de investigación en base a problemas fundamentales, ideas grandes, lección importante para una disciplina que hoy a veces privilegia la técnica sobre el contenido. Un republicano, un liberal difícil de encuadrar, que debatió a través de su vida con termocéfalos de todo tipo, en una región que necesita mucho menos fanatismo y más crítica.

Fuente: Diario 16 (Perú). 04-12-2011.

Recomendados:

El concepto de Democracia Delegativa. Guillermo O´Donnell.

Guillermo O’Donnell y las democracias delegativas en Amèrica Latina.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Carlos Franco y su aporte intelectual al Perú.

Imagen: lamula.pe

Carlos Franco (1939-2011)

Por: Mirko Lauer (Periodista y escritor)

Acaba de fallecer Carlos Franco, distinguido pensador y activista de causas populares, autor de textos claves en la ciencia política latinoamericana, amigo y maestro de generaciones de políticos ubicados en la izquierda democrática. Su vida estuvo dedicada a promover por diversos medios el cambio social en el Perú.

Franco dedicó estos últimos años de su vida a un estudio sobre la naturaleza de la democracia en la historia. La preocupación era de fondo: se había pasado buena parte de su vida política explorando la posibilidad de una democracia capaz de revolucionar la sociedad peruana, o al menos de aliviar sus injusticias.

Tuvo la esperanza de que cumplidas sus reformas la dictadura velasquista (que ambos apoyamos, de lados contrarios) devolviera el poder de decisión al pueblo, mediante lo que se llamó entonces una democracia participativa. El golpe interno de 1975 reveló los límites de ese proyecto.

Diez años más tarde la victoria electoral del Apra le devolvió a Franco las esperanzas, y lo llevó a asesorar a Alan García en el intento de darle a la democracia un giro a la vez liberal en política y radical en economía. La idea de limitar el pago de una deuda externa agobiante lo entusiasmó; el resultado práctico lo llenó de dudas.
Fue por ese tiempo que empezó a profundizar dos temas centrales en su obra: el carácter del populismo en América Latina y la naturaleza de las transiciones de la dictadura a la democracia formal en el continente. Este último tema lo trató en su libro Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina (1998).

En ambos temas sus conclusiones orbitaron en torno del carácter estructural de las trabas históricas a la participación popular. En otras palabras, que el problema de transiciones, sobre todo latinoamericanas, es que siempre llevan de vuelta al pasado, y esto porque sus actores consideran a la política una esfera independiente de la historia.

Acaso su texto más difundido en el país sea Imágenes de la sociedad peruana: la otra modernidad (1991), donde desde la sociología y la cultura define la existencia de un proyecto democrático, nacional y popular, anclado en el mestizaje poscriollo. La identidad como elemento postergado en la política siempre fue una de sus preocupaciones.

Fue Carlos Franco un hombre bondadoso y amable, un espíritu sonriente, lector enciclopédico, conversador eximio y de largo aliento, caminante infatigable. Su obligado apartamiento del mundo en estos últimos años abrumó a sus amigos, y muy temprano privó al país de uno de sus más lúcidos interlocutores.

Fuente: Diario La República (Perú). 11-12-11.

Ocaso de la URSS y nacimiento de la "Nueva Rusia". Breve historia presente de Rusia.

El 8 de diciembre de 1991, los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia se reúnen en los bosques bielorrusos y firman un tratado para la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

El gigante desaparecido

EL RÉGIMEN QUE NACIÓ DE UNA REVOLUCIÓN Y UNA GUERRA CIVIL SE EXTINGUIÓ DE LA MANERA MÁS INOCUA, VENCIDO POR EL PESO DE SUS PROPIOS ERRORES. LA NUEVA RUSIA AÚN BUSCA SU LUGAR EN EL ACTUAL ORDEN MUNDIAL.

Por: Jorge Moreno Matos (Periodista)

“Les guste o no les guste, la historia está de nuestro lado. Nosotros los vamos a enterrar”. Quien hablaba así en 1956 era Nikita Kruschev, secretario general del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la todopoderosa y temida URSS, hoy un vestigio de la historia que muy pocos, solo sus más encarnizados defensores, extrañan y defienden. Hace 20 años, desapareció del mapa de la historia por razones que todavía historiadores y politólogos discuten. Porque, aunque parezca mentira, el régimen que nació de una revolución y una guerra civil se extinguió de la manera más inocua, vencido por el peso de sus propios errores.

Después de 35 años del discurso de Kruschev, el último de una corta lista de sus sucesores en el cargo, Mijail Gorbachov, dirigía otro a todos los rusos para anunciarles lo hasta entonces imposible: “Queridos compatriotas y conciudadanos, a causa de la situación que se ha creado con la formación de la Comunidad de Estados Independientes, pongo fin a mis funciones de presidente de la URSS [...]. Los acontecimientos han tomado un giro diferente. Ha ganado la línea de desmembramiento del país y de dislocación del Estado, y es algo que no puedo aceptar”.

Era el 25 de diciembre de 1991 y la URSS dejaba de existir. Herida de muerte, la Comunidad de Estados Independientes (CEI), creada el 8 de diciembre por Bielorrusia, la Federación Rusa y Ucrania, y a la que luego se les uniría Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Azerbaiyán, Armenia y Moldavia, fue la que le dio el tiro de gracia. El discurso televisivo de Gorbachov la noche de Navidad fue tan solo el epitafio para un imperio construido, según Kapuscinski, en “un país donde la historia es un volcán en permanente erupción”.

Media hora después, la bandera soviética de la hoz y el martillo fue arriada en el Kremlin e izada la tricolor de la Federación de Rusia. Una época llegaba a su fin.

UN GIGANTE CON PIES DE BARRO

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas nació de la revolución bolchevique de 1917 y creció a costa de las otras naciones debido a la política expansionista iniciada por Lenin en 1922. Erigida sobre la base de la Rusia zarista, ese año anexó a Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Entre 1924 y 1936, se unieron cinco repúblicas más del Asia Central; luego, se sumarían las repúblicas bálticas, como Moldavia.

Son las mismas repúblicas que, tras el golpe fallido del 19 de agosto de 1991 por los sectores más conservadores del Partido Comunista (que intentando impedir la desintegración de la URSS, la aceleraron), declararon su independencia una por una. El 8 de diciembre firmaron los acuerdos de Belovézhskaya Puscha en los que declararon que la URSS había dejado de existir como “sujeto de relaciones internacionales”.

Era una situación inevitable luego de décadas de economía planificada ajena a las fuerzas del mercado, una costosa presencia militar en los países satélites y una carrera armamentista que agotó sus arcas, y que reclamaba urgentes y drásticos cambios. La URSS era un gigante, pero con pies de barro.

Cuando Gorbachov accede a la secretaría general del PC, lleva a cabo su plan de reformas, perestroika (reestructuración) y glasnot (transparencia), sin saber o sospechar que ponía en marcha un proceso que acabaría con una de las dos potencias del siglo XX. No por nada el historiador peruano Pablo Macera, en una ocasión, se refirió a él como el “mayor incompetente de la historia”.

Veinte años después, la Rusia que quedó de esa aventura trágica llamada comunismo es una muy distinta, tanto política como social y económicamente.

LA RUSIA DE PUTIN

Del golpe del 19 de agosto de 1991, emergió la figura heroica de Boris Yeltsin, quien se convirtió en el primer presidente elegido democráticamente en la historia de Rusia tras la desintegración de la URSS. Yeltsin salvó al país en esa ocasión, sí; pero a un costo demasiado alto.

“Cuando Yeltsin llegó al gobierno, un grupo de economistas de orientación liberal hizo que la economía rusa se acomodara a este modelo de forma muy drástica, muy rápida y con un alto costo social”, nos explica Héctor Maldonado Félix, profesor de Historia Política Contemporánea en San Marcos. El resultado: el empobrecimiento de la población, el advenimiento de una nueva aristocracia de multimillonarios y el debilitamiento frente a Occidente.

Luego, Yeltsin le cedió la posta en el 
Kremlin a un antiguo miembro de los servicios secretos rusos, Vladimir Putin, lo que para muchos significó el retorno de los métodos y estrategias del antiguo régimen totalitario comunista. Los crímenes de la periodista Anna Politkovskaya y el espía Alexander Litvinenko, entre muchos más, parecieran confirmar esas sospechas.

“Putin es lo más ruso que hay. Putin sigue la tradición rusa de Pedro El Grande, aunque no tan vinculado a Occidente. Si con Yeltsin accedió una oligarquía privada, con Putin es una oligarquía orientada a la defensa de la madre Rusia, de la gran patria rusa”, señala Maldonado.

“¿Qué es la Unión Soviética? Pues Rusia, lo único es que antes se llamaba de otra manera”, afirmó hace unos días Vladimir Putin, el líder que para sus compatriotas llegó para devolverle el orgullo perdido tras la traumática desaparición de la URSS.

No importa que ello haya significado el retroceso en las libertades democráticas que el propio Mijail Gorbachov ha denunciado, y quien ha acusado a Putin de querer convertirse en “un nuevo zar”.

Pero, ¿puede Rusia llegar a ocupar otra vez el lugar de potencia mundial que antes tenía? Difícilmente.

“Su crecimiento demográfico es pequeño frente a Asia, por ejemplo. Puede crecer en los próximos 30 años. Así que Rusia es una potencia de segundo orden, pero una potencia de segundo orden decisiva para marcar el desequilibrio. Piénsese en Afganistán, Irán, la Unión Europea, etc. Para que vuelva a ocupar el lugar de potencia mundial de primer orden, tendría que colapsar China”, nos explica.

Hoy, luego de veinte años del colapso, el Partido Comunista de Rusia (PCR) todavía considera como una traición la firma de los acuerdos de Belovézhskaya Puscha, que dio paso a la CEI y formalizó la desintegración de la Unión Soviética, e insiste en que los responsables sean llevados ante la justicia. El primero en su lista es Mijail Gorbachov, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990 por enterrar para siempre el viejo Estado fundado por Lenin.

Los oligarcas, los nuevos amos de Rusia

Si algo fue característico de la Unión Soviética, fue su casta de líderes que gobernó de manera omnipotente a 300 millones de personas sin un ápice de remordimiento. Fue una gerontocracia que hizo y deshizo los destinos de millones de rusos en nombre de una ideología. Hoy, esa gerontocracia ha sido reemplazada por otra, la de los oligarcas, los nuevos amos de Rusia. Pese a resultar increíble, el predominio de una oligarquía en el país no resulta extraña en la historia y política rusas.

“Rusia nunca ha conocido la democracia. Bajo la Unión Soviética, había también una oligarquía de origen proletario, muy distinta a la aristocrática del siglo XVII”, nos explica el historiador Héctor Maldonado.

En la Rusia postsoviética, los oligarcas se han encargado de acaparar los principales puestos políticos y económicos recurriendo a métodos non sanctos y, sobre todo, jurando lealtad al Kremlin. Quien se ha negado o apartado del camino ha pagado las consecuencias. Es el caso del magnate petrolero Mijail Jodorkovski, condenado en junio del 2005 a nueve años de prisión por malversación financiera y corrupción, delitos que muy bien podrían haber llevado a muchos otros como él a la cárcel. En realidad, su delito fue pretender ser presidente.

Hoy, los oligarcas ligados a la banca, el petróleo o la electricidad mandan en Rusia. Acaparan las riquezas nacionales en pocas manos. El propio presidente Dimitri Medvedev, ligado a la gasífera Gazprom, es uno de ellos, como lo fue Yeltsin y lo es Putin.

La mafia impera en Rusia

Un ejemplo más de la descomposición rusa tras la caída de la Unión Soviética es el empoderamiento que el crimen organizado ha alcanzado en estos veinte años, y su presencia en el mundo.

Con intereses en actividades tan lucrativas y legales como la industria petrolera, sus verdaderas fuentes de ganancias están en el tráfico de personas, el narcotráfico, el muy rentable tráfico de armas e, incluso, el mercado negro de materiales nucleares para grupos terroristas, además del lavado de dinero propio y ajeno.

Compuesta por una compleja red de organizaciones criminales, la mafia rusa, considerada una de las más violentas, es otra herencia de la desaparecida Unión Soviética, a la sombra de la cual aprendió su forma de trabajo y colaboración entre sus miembros. El mayor peligro que ahora representa es su marcada presencia en la política rusa.

Fuente: Diario El Comercio (Perú). 11-12-11.

Recomendados:

Teorías sobre las causas de la caída de la Unión Soviética (URSS).

Especial de la BBC sobre la caída de la URSS.

Origen africano del hombre. La discriminación vigente contra la población negra en el mundo.

"Negros de los negros"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

Vivimos en un mundo tan contradictorio que los que terminan siendo los más discriminados y perseguidos son justamente aquellos pueblos a quienes más deberíamos agradecer porque gracias a ellos existimos.

Según la genética, todos los humanos que vivimos fuera del África descendemos de un puñado de africanos que hace 60,000 años cruzó el Mar Rojo para poblar el resto del planeta.

Durante el mayor tiempo desde que aparecieron los primeros homínidos hace 2 a 4 millones de años y los primeros miembros de nuestra especie, hace 200,000 años, las tribus más avanzadas tenían la piel oscura. Los actuales europeos descienden de africanos que contribuyeron a la extinción de la población nativa europea (los neandertales de piel blanca y barba y bellos tupidos).

Las primeras civilizaciones de la Europa continental se basaron en las que antes surgieron en Asia o África (de la cual provienen las pirámides del Nilo).

Sin embargo, la globalización se inició entre los siglos XV y XVI esclavizando a decenas de millones de africanos, subdesarrollando ese continente para poblar a las Américas y hacer que Europa, que nunca lideró al mundo, llegase a convertirse en el centro del planeta.

A pesar de que deberíamos agradecer a toda la gente morena porque gracias a ellos existimos como especie y gracias a su sacrificio se desarrollaron todas las economías occidentales, aún hoy los afro-americanos están dentro de los más pobres en sus respectivas sociedades y en los 3 países con mayor población negra en la América ibérica (Brasil, Colombia y Cuba) nunca ninguno de ellos ha sido electo a la Presidencia.

De todos los pueblos africanos, los más grandes en antigüedad son los más pequeños en peso y estatura: los pigmeos y los bosquimanos. Ellos son quienes poseen los cromosomas más cercanos a los de los ancestros de toda la humanidad.

Los bosquimanos tienen la piel tostada, pero clara y los pómulos y ojos ”achinados” manteniendo características que luego desarrollarían quienes provienen de su mismo tronco y que darían origen a las 3 grandes razas de hoy (negroides, blancoides y asiático/amerindios). Como carecen de un Estado, ellos sufren hasta los peores abusos dentro de los países que más han sido abusados.

Los pigmeos del Congo y Ruanda padecieron de violaciones, carnicerías y hasta el ser cazados y devorados como animales durante las guerras de ambos países (las peores de la postguerra fría).

Alemania, antes que en 1939-45 hiciera un holocausto contra los judíos y gitanos, en 1904-07 hizo uno previo en Namibia exterminando a la mayoría de los herreros y de los namas (ligados a los bosquimanos que hoy la república negra de la Botsuana anda expulsando de sus tierras para poder extraer diamantes). Es penoso ver cómo pocos se mueven para defender a quienes comparten los genes, rasgos y modos de vida de nuestros verdaderos Adán y Eva.

Fuente: Diario Correo (Perú).07/12/11.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Breve historia de la izquierda peruana. Sectarismo, rupturismo y dogmatismo. El ARI y Luis Favre.

Luis Favre y Carlos Tapia

Formación y ruptura del ARI

Por: Antonio Zapata (Historiador)

A raíz del debate entre Carlos Tapia y Luis Favre, se ha despertado un interés público sobre el papel del asesor brasileño en la ruptura de la Alianza Revolucionaria de Izquierda, ARI. Para comprender su rol, debemos retroceder a la constitución de dicha alianza, en diciembre de 1979, exactamente 32 años atrás.

Se formó ARI con la presencia de dos grupos trotskistas: el PRT de Hugo Blanco y el POMR de Ricardo Napurí. Asimismo, era parte de ARI, la UDP, a su vez integrada por tres partidos: el MIR de Carlos Tapia y Carlos Malpica, VR de Javier Diez Canseco y Edmundo Murrugarra y el PCR de Manuel Dammert. Por último, también se hallaba presente el UNIR, un frente maoísta dirigido por Patria Roja, en ese entonces encabezado por Horacio Zevallos. Es decir, en ARI se hallaban en un extremo dos partidos troskos, al otro lado, un frente maoísta, y al centro, tres grupos marxistas nacionales, motejados como “cholocomunistas”.

En todos estos minipartidos había tensiones, en ninguno primaba la unanimidad. Las contradicciones guardaban relación con la actitud frente a las elecciones presidenciales convocadas para abril de 1980. El Perú vivía la transición a la democracia, habiéndose aprobado la Constitución de 1979; iba quedando atrás el largo gobierno militar de los años 1970.

Dos actitudes básicas se presentaban en todos y cada uno de los grupos de izquierda. Había quienes querían ganar las elecciones, o colocar en el Congreso la cantidad más alta posible de representantes, para ganar influencia en el siguiente período democrático. Entre quienes participábamos de esa actitud predominaba una postura unitaria, puesto que para ganar elecciones es preciso sumar aliados y realizar concesiones.

Pero existía una tendencia opuesta, que buscaba usar las elecciones como tribuna para realizar propaganda por el socialismo. Entre quienes planteaban esta postura tenía vigencia una actitud sectaria; preferían presentar candidatos de cada grupo por separado, ya que, si se trataba de hacer propaganda, entonces debía enarbolarse un programa coherente.

Los rupturistas se apoyaban en una cultura política muy extendida entre la izquierda setentera. En efecto, el sectarismo dominaba ampliamente y cada grupo tenía la impresión de ser el único auténtico. En algunos casos, las otras agrupaciones eran consideradas traidoras y agentes del imperialismo, acusadas incluso de pretender subrepticiamente de llevar al movimiento popular a la derrota. Por ello, no existía una cultura común de izquierdas ni el sentimiento de compartir una comunidad política.

Por el contrario, la desconfianza dominaba la relación entre izquierdistas y el sentimiento predominante era avanzar las fichas propias en detrimento de los demás. Como esa actitud estaba muy presente –en todos los grupos– resulta que era muy débil el sustrato político común que hubiera permitido la unidad electoral.

Cuando se formó ARI fue un instante feliz, en ese momento los pragmáticos y unitarios se impusieron en los diversos partidos y forzaron el entendimiento. Pero en nuestras manos se deshizo, como castillo de arena. Los sectarios fueron recuperando posiciones aquí y allá. Se apoyaban en la desconfianza y en todos los grupos pedían aumentar su cuota de congresistas. Como la torta no alcanzaba, se elevaron voces de ruptura, que surgieron en casi todas las izquierdas a la vez.

En el caso particular de Favre, él era enviado internacional para reforzar la dirección del POMR, uno de los dos grupos troskos integrantes de la alianza. Su participación contribuyó a definir a ese partido por la ruptura. Pero Favre no creó las condiciones políticas que explican la fuerza del sectarismo, ni siquiera tenía influencia sobre todo el trotskismo, sino solamente sobre el POMR, menos sobre los maoístas, cuyo sectarismo fue muy fuerte. Por lo tanto, no decidió la línea ni tampoco fue crucial. La polémica sobre su papel en el gobierno de Ollanta Humala ha sobredimensionado su rol en el pasado.

Fuente: Diario La República (Perú). 07 de diciembre de 2011.