La utopía progresista
Por: Antonio Zapata (Historiador)
Al dividirse Izquierda Unida en 1989, sus integrantes perdieron presencia y nunca más se recuperaron. A primera vista se trataba de un castigo del electorado a la división; la ciudadanía izquierdista premiaba la unidad porque sabía que dividida no avanzaba mucho. Algo de esto es cierto, pero no es el único factor, porque en más de 20 años se habría resuelto y tendríamos un nuevo frente izquierdista disputando el escenario.
En 1989 también se derrumbó el Muro de Berlín y llegó la hora final de la Unión Soviética y del bloque denominado “socialismo real”; clausurando el período abierto por la revolución bolchevique de 1917.
Durante ese lapso, las izquierdas se habían identificado con el comunismo ruso, participando de sus valores. La disidencia trotskista y otras posteriores carecieron de fuerza para modificar el paradigma.
Así, la URSS fue el horizonte utópico de las izquierdas del siglo XX. Quienes se apartaron tuvieron grandes dificultades para mantenerse en el campo popular y normalmente fueron atraídos por la democracia norteamericana, habiendo acabado como aliados de EEUU, como fue el caso del APRA.
Por ello, 1989 fue un año doblemente crucial para la izquierda. Al dividirse IU, perdió capacidad operativa anulando su fuerza propia. En segundo lugar, la desaparición del socialismo real le restó referente ideológico. A partir de entonces ha carecido de audacia para volver a pensar y proponer un ideal. Por consiguiente, se encerró en la oposición al neoliberalismo de los noventa y supo denunciar pero no solucionar. Su capacidad de condena fue elevada, pero limitada su disposición a imaginar una nueva utopía. Por ello, tampoco pudo atraer una generación de reemplazo.
Mientras que los años noventa plantearon nuevamente la vieja y crucial relación entre igualdad y libertad. Los izquierdistas habíamos escogido la justicia y creíamos que la libertad sería consecuencia suya. Pero, la URSS y sus satélites caían ante nuestros ojos como entes autoritarios sin alma ni pasión revolucionaria. Hubo que recuperar el equilibrio entre estos dos viejos principios que provienen de la Revolución Francesa. Esa nueva ponderación generó un tipo progresista distinto e independiente, que tomó camino propio.
Las actitudes progresistas se hallan en constante renovación, pero desde los 1990, los nuevos progres han ido rompiendo su identificación con la vieja generación. La recuperación de la libertad y el rechazo al burocratismo fueron esenciales para un nuevo pensamiento.
Luego vino la desconfianza en el Estado y la preferencia por la sociedad civil. Este concepto decimonónico cobró gran vigencia al finalizar el siglo XX. Desengañados con el Estado soviético y los estatismos populistas, los nuevos progres elevaron las instituciones sociales como motores del verdadero cambio y garantes de un rumbo más inclusivo, pero abierto y competitivo.
El último componente que han traído las recientes décadas ha sido la cuestión ambiental. En efecto, el enfoque verde es parte del nuevo progresismo, aunque no exclusivamente, como lo demuestra el ejemplo de El Comercio, que posee una línea verde conservadora y autoritaria. Así, aunque transversal al espectro político, la conservación del planeta pertenece al nuevo paradigma de la persona progresista contemporánea.
El efecto de esta evolución ha sido alejar las aspiraciones principales del nuevo progresismo del modelo izquierdista setentero. La desairada participación de estos últimos en el gobierno de Ollanta Humala ha profundizado esa brecha. Hace unos seis años se cobijaron debajo de una figura política emergente, un militar nacionalista al que conocían poco y que ha mostrado que no los tomaba en cuenta seriamente.
Por ello, las izquierdas han perdido numerosas ocasiones para reaparecer en la escena y ahora parece que ni siquiera dejarán herederos. El nuevo progresismo ha ido formulando una utopía propia que progresivamente se aleja del viejo personal político.
Fuente: Diario La República (Perú). 28 de diciembre de 2011.
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