viernes, 30 de marzo de 2012

Valle de Lambayeque, "la mayor concentración de pirámides en el mundo".

"Lambayeque: capital mundial de las pirámides"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

Uno de los últimos documentales de la BBC trata sobre la desaparecida civilización del valle del Lambayeque. Para esta tan seria productora británica, en dicho pequeño territorio de la costa norte del Perú se encuentra la mayor concentración de pirámides en el mundo y también tal vez la más grande de todas, algo que ni los propios peruanos conocen bien.

En Lambayeque se han encontrado unas 250 pirámides, casi el doble de las 138 pirámides que hasta la fecha se conoce que hay en todo Egipto, un país que es al menos 100 veces mayor en superficie y población que dicha provincia.

Si Egipto se precia de tener cerca de su capital a la pirámide más alta y en México hay dos que se disputan la de tener el mayor volumen, la abandonada ciudad de Túcume les supera a ambas naciones en la cantidad de pirámides por área. En una milla cuadrada hay 26 de éstas, incluyendo una de 700 metros de largo (tan grande que en su explanada caben 7 canchas de fútbol). Mientras las pirámides de piedra de los egipcios tenían escaleras internas, acababan en punta, estaban selladas para el mundo externo y servían como tumbas reales y las de los mesoamericanos tenían escaleras externas y servían como templos desde cuya altura se predicaba o hacían sacrificios, las de Lambayeque son todas de arcilla (algunas se han hecho con más de 100 millones de ladrillos de barro), tienen prolongadas rampas y acaban en laberintos palacios donde vivían sus señores.

En la historia mundial posiblemente ningún otro pueblo en relación a su cantidad de habitantes construyó tantas pirámides ... y también las destruyó.

Hay 3 ciudades con pirámides en ese valle, las cuales fueron edificadas y quemadas en distintos tiempos. Sus hecatombes no se debieron a una guerra sino a que sus propios habitantes decidieron prenderles fuego cuando éstas y sus sacerdotes se mostraron incapaces de revertir olas de diluvios y sequías producidos por el fenómeno del Niño. Luego de incendiarlas a fin de expiarlas de sus maldiciones, los lambayecanos se mudaban a otra localidad donde luego iniciaban un nuevo complejo.

La última quema se dio sobre Túcume, se habría dado alrededor del tiempo en que en 1532 Pizarro mató al inca Atahualpa.

Pese a que los lambayecanos habían sido previamente invadidos desde el sur por los cusqueños y antes por los chimúes, los jinetes blancos les evocaron a demonios, por lo que tras que una ola de sacrificios humanos no pudo detenerlos no les quedó más remedio que prender fuego purificador sobre sus grandes pirámides que no pudieron contener a la conquista.

Su legado se mantiene en sus increíbles canales de riego que aún sobreviven y en sus obras de metales preciosos, las que se encuentran entre las más finas hecha por la humanidad.

Fuente: Diario Correo (Perú). 29/03/2012

miércoles, 28 de marzo de 2012

Crítica a las celebraciones oficiales del bicentenario de la Constitución de Cádiz (1812).

Historia, conmemoraciones y memoria popular

Las celebraciones oficiales, como la del bicentenario de la Constitución de 1812, simplifican los relatos a mayor gloria del poder.

Por: Julián Casanova. Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

La conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812 ha mostrado una vez más cómo puede utilizarse el pasado para justificar el presente. Los políticos lo hacen a menudo: deforman la historia para adaptarla a sus propios fines. Y lo pueden hacer escogiendo mitos o lugares comunes que explican sus argumentos o distorsionando las pruebas para llegar al fin deseado. Tiran de la historia, porque toca ese día o porque la agenda lo exige, pero, en realidad, la aproximación que hacen es todo menos histórica, pura invención.

En el acto oficial que tuvo lugar el pasado 19 de marzo en el Oratorio San Felipe Neri de Cádiz, tanto Mariano Rajoy como el rey Juan Carlos se refirieron a la labor realizada por aquellos diputados como fuente de inspiración para afrontar las dificultades actuales. El pasado hecho presente, aunque sólo en las partes que cumplen la función deseada. La Constitución de 1812 sería “un eslabón decisivo en el esfuerzo para la liberación de la Patria” (palabras del Rey) o “una de las mayores aportaciones a la cultura política universal” (Rajoy). Ocurrió, sin embargo, que fue derogada muy pronto por un rey Borbón y que un sector muy importante de aquella sociedad, de esos que se supone querían liberar a la Patria, encabezados por la nobleza y la Iglesia católica, lo que defendieron fue restaurar el absolutismo y mandar a la soberanía nacional a la cárcel y al exilio.

El principio de soberanía nacional, que entonces significaba el reconocimiento de que el poder residía en la nación, el conjunto de ciudadanos, sin distinción de los privilegios que otorgaba el Antiguo Régimen a los estamentos, era la base del liberalismo frente a la monarquía absoluta. Se trataba de limitar la autoridad del rey, separar los poderes, suprimir los privilegios y reconocer las libertades y derechos individuales. Eso era lo nuevo de la cultura política liberal que había comenzado a nacer en Inglaterra, en el movimiento de independencia americano y con la revolución francesa. En vez de subrayar esos valores, reprimidos después durante tanto tiempo, lo que han destacado los discursos oficiales es la “unidad nacional” y el “espíritu de concordia”, las motivaciones patrióticas, en suma, que mejor sirven al presente.

Pese a lo bonita que puede resultar la celebración, no hay un hilo conductor que una aquel pasado de 1812 con el presente, como si la historia de España de los siglos XIX y XX hubiera sido una lucha continua del “pueblo” por mantener sus libertades. La historia dice más bien lo contrario: las constituciones del siglo XIX que más duraron fueron muy conservadoras y el siglo XX, hasta 1978, estuvo marcado por las dictaduras y la negación del constitucionalismo. La Constitución republicana de 1931, en el papel la más democrática de todas, que otorgó por primera vez el voto a las mujeres e introdujo, por ejemplo, el matrimonio civil y el divorcio, sufrió ataques frontales desde el principio y la derecha católica, con José María Gil Robles a la cabeza, pidió su “revisión total” por ser “tiránica”, “persecutoria”, “vergonzosamente bolchevizante”, antes de que un golpe de Estado y una guerra civil la liquidaran. Ninguna institución democrática actual ha querido o se ha atrevido a conmemorarla, celebrarla cuando cumple años (80 el pasado diciembre), y menos todavía reconocerla.

Esas declaraciones interesadas sobre la historia, ampliamente difundidas por los medios de comunicación, contribuyen a articular una memoria popular sobre determinados hechos del pasado, hitos de la historia, que tiene poco que ver con el estudio cuidadoso de las pruebas disponibles, entendidas en el contexto en que se produjeron. Planteada de esa forma, la historia rescata tradiciones inventadas desde el presente y proporciona lecciones morales.

Rajoy apeló a ese pasado glorioso, “celebración de unos patriotas”, para mostrar “que en tiempos de crisis no sólo hay que hacer reformas, sino que también hay que tener valentía para hacerlas”. Podría haber usado el mismo pasado para demostrar que las cosas no tienen por qué ser de la manera que son ahora, que en tiempos difíciles la gente puede encontrar caminos de resistencia, que hay alternativas y que algunos avances del pasado ocurrieron a través de la lucha y el conflicto.

Las visiones históricas están sujetas a revisión y cambios con el tiempo, porque la historia no es una mera narración de hechos, vacía de interpretación, sino un análisis del pasado fundamentado en las pruebas disponibles. Aunque el conocimiento del pasado está limitado por las disputas entre historiadores, por los diferentes puntos de vista, por la tensión entre subjetividad y objetividad, lo que debe siempre evitarse es buscar los hechos más convenientes para apoyar las ideas favoritas.

No situar los hechos en su contexto histórico apropiado conduce a perspectivas ahistóricas y a leer el pasado con los ojos del presente. Promover una buena educación sobre la historia quizás parezca ahora irrelevante, “con la que está cayendo”, frase preferida para evitar cualquier posición crítica o pensamiento analítico, pero, mientras tanto, las celebraciones oficiales siguen alimentando relatos míticos, simplificados, para consumo popular, a mayor gloria del poder.

Fuente: Diario El País (España). 25 de marzo del 2012.

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domingo, 25 de marzo de 2012

Historia del nombre verdadero de Machu Picchu: "Patallaqta" o "Llaqtapata", pata (escalón) y llaqta (pueblo, ciudad, provincia).

Foto: El Comercio
Patallaqta: El nombre original de Machu Picchu

Mari Carmen Martín Rubio, una historiadora española que ha focalizado su interés en el Perú precolombino, asegura que el verdadero nombre de Machu Picchu es Patallaqta. Basa su afirmación en la crónica de Juan de Betanzos, un documento del siglo XVI que estuvo perdido durante cuatro siglos y que fue descubierto por ella, en 1987, en una biblioteca de Palma de Mallorca. Aquí el texto original de una noticia que ha dado la vuelta al mundo.

Por Fietta Jarque (El País)

Se llamaba Patallaqta, que deriva de los vocablos quechuas pata (escalón) y llaqta (pueblo, ciudad, provincia). Un nombre que le venía del sistema de sembradíos utilizado para ganar terreno a las montañas en un territorio, el andino, con escasas llanuras. En la época de esplendor de Machu Picchu, que duró alrededor de un siglo escaso –más o menos entre 1440 y 1533–, el inca Pachacútec ordenó el máximo aprovechamiento de esos fértiles territorios al borde de la selva amazónica para crear una de las mayores reservas de alimentos para la población. Para gestionar todo ese volumen de producción, hizo construir una ciudad administrativa, que también funcionaba como lugar de culto. La Ciudad Escalón o la Ciudad Escalera es la que a partir de 1911 fue conocida para el mundo como Machu Picchu.

Quien asegura tener pruebas irrefutables de esto es la historiadora española Mari Carmen Martín Rubio, en base a un texto en el capítulo XXXII de la Suma y narración de los incas, crónica de Juan de Betanzos. En él se dice que el inca Pachacútec, forjador de la máxima expansión del imperio del Tahuantinsuyo, pidió ser enterrado en “sus casas de Patallaqta”. Una afirmación que exige ciertas explicaciones.

“Aparentemente hay una contradicción porque Pachacuti (prefiere usar esta denominación a la de los cronistas posteriores) dice a la vez que quiere que su cuerpo quede en el templo principal de Coricancha, en el Cusco. Un lugar donde se exhibían para el culto las momias de los gobernantes incas. Cosa que recogen otras crónicas (las de Sarmiento de Gamboa, Pedro Acosta) y también Juan Polo de Ondegardo, que encontró la momia de Pachacuti y se la llevó a Lima, donde la vio el inca Garcilaso de la Vega y así lo cuenta en su libro. Pero Betanzos dice que lo enterraron en una vasija de barro en Patallaqta”.

Según la historiadora, al morir un inca se hacían al menos dos bultos. Uno de ellos era el cuerpo embalsamado, el otro contenía algunos órganos vitales y probablemente algún trozo de carne, junto con los recortes de pelo y uñas que le habían hecho a lo largo de toda su vida. Atahualpa también mandó hacer tres bultos con los restos de su padre. Huayna Cápac. ¿Por qué pide que se le entierre en Patallaqta? “Pachacuti fue el gobernante que más amplió el territorio del imperio incaico, una especie de Alejandro Magno de América del Sur”, explica Martín Rubio. “No solo un gran guerrero, sino mejor administrador y guía religioso. Llegó a estructurar una sociedad cuasi perfecta, que merecería ser mejor conocida hoy. Fue además el primero que se adentró algo en la selva amazónica y sometió a los pobladores. La ciudadela que mandó construir en Patallaqta, en la ceja de selva, era el centro administrativo de un territorio muy fértil aunque de escarpadas montañas. Allí se construyó un sistema de terrazas escalonadas, conocidas como andenes, donde se sembraron grandes cantidades de provisiones para los ejércitos y otras necesidades. El nombre de Machu Picchu significa “montaña vieja”. Sin embargo, en quechua montaña se dice “orqo”. Picchu es un derivado de “pico”, en castellano. No es su nombre original”, puntualiza.

Mari Carmen Martín Rubio hizo en 1987 un hallazgo que desde entonces ha echado luz sobre muchos aspectos de los primeros años tras la conquista del imperio de los incas por los españoles. Encontró en la biblioteca Bartolomé March, de Palma de Mallorca, 82 capítulos de la Suma y narración de los incas, del cronista Juan de Betanzos, escrita en Cusco en 1551, de la que solo se conocían 18. Una crónica de la conquista desde el punto de vista de los incas encargada a este temprano traductor del quechua (runasimi para los incas) por el virrey Antonio de Mendoza para conocer mejor el pasado de este imperio y, sobre todo, la genealogía de sus anteriores gobernantes.

La situación de Betanzos era privilegiada para este fin. Hijodalgo de una familia de origen gallego y vasco, Juan Díez de Betanzos Arauz se casó con la prima y esposa principal del inca Atahualpa, Cuxirimay Ocllo, bautizada como Angelina Yupanqui. Bisnieta de Pachacuti y desposada con el último inca poco antes de su ejecución en 1533, la joven viuda, de proverbial belleza, fue después mujer de Francisco Pizarro (unos 40 años mayor), con quien tuvo dos hijos. Tras el asesinato del conquistador en 1541 –ella contaba entonces entre 20 y 25 años–, se casó con Betanzos, el joven intérprete y traductor de quechua, casi de su misma edad, con el que llegó a tener tres hijos. Ella tenía una gran fortuna y él sumó la suya. Pero lo principal para el cronista fue su acceso directo a los ancianos nobles y los maestros incas, quienes le relataron de primera mano la historia de su pueblo antes de que cayera en el olvido al no tener registros escritos de ella. Un libro que todavía tiene mucho que revelar.

La teoría del nombre de Patallaqta no es nueva, pero este documento es su confirmación, según Martín Rubio. Y así lo corrobora el historiador y arqueólogo peruano Federico Kaufmann Doig, consultado por este diario. Kaufmann, que actualmente está supervisando la edición de un libro monumental sobre Machu Picchu, encargado por la Universidad Alas Peruanas de Lima, considera muy factible que Patallaqta haya sido el nombre original. “En mi libro Machu Picchu/Tesoro Inca (Lima 2005) señalo que la toponimia actual de Machu Picchu debe haber sido inventada durante el periodo republicano o tal vez virreinal, por pobladores comarcales en referencia al gran sitio arqueológico, y que esta toponimia corresponde a la palabra quechua o runasimi Machu (mayor en tamaño, viejo) y a su vez Picchu, que debe ser corrupción del vocablo español ‘pico’, pronunciado así por quechuahablantes”, afirma Kaufmann.

“En mi libro en edición sobre Machu Picchu (dos tomos de 500 páginas) me ocupo del tema pasajeramente, por no haber dispuesto de los argumentos que presenta ahora Mari Carmen Martín Rubio, que encuentro muy eruditos y por lo mismo convincentes. Al hacer mención a Patallaqta hago la salvedad de que esta toponimia ha sido alterada por influencia del idioma español y que debería ser Llaqtapata, porque Patallaqta va contra la estructura gramatical del quechua o runasimi”, continúa Kaufmann.

“Martín Rubio no se circunscribe solo a los datos proporcionados por el cronista Betanzos, sino también a los consignados por Cobo, Sarmiento de Gamboa y otros que, de alguna u otra manera, tratan de la ocupación de los predios de Vilcabamba (donde está ubicado Machu Picchu) por Manco Inca en 1537 y de la guerrilla que este y sus sucesores enarbolaron atrincherándose en esa región para combatir la irrupción española en el Perú de los incas, hasta 1572 en que fueron vencidos definitivamente. El cotejo de diversas crónicas permite a la Dra. Martín Rubio advertir que lo que hoy se conoce como Machu Picchu pudo, en efecto, ser el Patallaqta al que se refiere Betanzos, cuando alude a que en este lugar fue sepultado el soberano Pachacútec. Como bien lo subraya la historiadora, no se habría tratado del cadáver de su persona, sino, como se acostumbraba por entonces, el de su huauque o doble”.

Situada en un alto promontorio rocoso entre dos imponentes montañas, a 2.360 metros sobre el nivel del mar, rodeada de quebradas y ante un profundo cañón por donde transcurre el río Urubamba, la ciudadela hasta ahora conocida como Machu Picchu contaba con una población limitada, de unos 300 a 400 habitantes. “Era allí donde se redistribuía, almacenaba y contabilizaban los productos de la tierra. Los campesinos eran mitimaes, pobladores de otras regiones reclutados temporalmente para estas tareas. Los tributos que se les exigían, dos tercios de lo producido, eran muy altos y con frecuencia se sublevaban. La presencia de Pachacuti, que los doblegó una y otra vez, era importante para mantener el orden y la paz en la región. El culto a los muertos justificaba su presencia”, afirma la historiadora.

Martín Rubio, que hizo su tesis doctoral sobre La ciudad inca, sabe de lo que habla. “No resulta extraño que Pachacuti quisiera ser enterrado allí. El arqueólogo Luis G. Lumbreras, que ha trabajado en el torreón de Machu Picchu, asegura que abajo hay bóvedas para un enterramiento importante”.

Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 25 de marzo de 2012.

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viernes, 23 de marzo de 2012

La constitución liberal de Cádiz y el rechazo al Antiguo Régimen.

España quiere ser moderna e ilustrada

1812 desgarró nuestra historia colectiva con uno de esos hitos que marcan un antes y un después que fracturan el tiempo e inauguran una época de cambio que altera la existencia secular de toda una nación.

Por: José María Lassalle. Secretario de Estado de Cultura.

Hace dos siglos las columnas de Hércules del Antiguo Régimen fueron desbordadas con la aprobación de la Constitución de Cádiz. El 19 de marzo de 1812 fue una jornada de júbilo que el pueblo gaditano celebró en las calles sin importarle el runrún homicida del cañoneo francés ni el aguacero ventoso que acompañó las celebraciones que festejaron que España daba forma a su recobraba libertad frente a la tiranía. Cádiz se sumergió en una fiesta cívica que, años después, Alcalá Galiano relató en sus Recuerdos como un día glorioso de fiesta que marcó el comienzo de un tiempo histórico revolucionario. El nacimiento de La Pepa fue un “aquí y ahora” que coincidió con el aniversario de la subida al trono de Fernando VII y que desgarró nuestra historia colectiva con uno de esos hitos que marcan un antes y un después que fracturan el tiempo e inauguran una época de cambio que altera la existencia secular de toda una nación. España proclamó a los cuatro vientos que era mayor de edad. Dijo al mundo que inauguraba un régimen basado en la soberanía nacional, la división de poderes con supremacía de las Cortes, los derechos individuales y la monarquía moderada. Poco importaba que lo hiciera en medio de vicisitudes y tribulaciones que ponían en cuestión la hazaña de un pueblo que se reivindicaba a sí mismo como dueño de su destino. España quería ser moderna e ilustrada para evitar los “abusos del poder”, la “arbitrariedad” y contribuir con su ejemplo a que la “justicia y el bien de la patria” fueran materializadas como un empeño de todos frente a los tiranos que la habían “oprimido y desolado”, convirtiéndola “en un campo de sangre, de escombros y ruinas”.

El impulso transformador de aquella jornada sigue vivo dos siglos después. No sólo porque el aliento de progreso que la hizo posible sigue provocando nuestra admiración, sino porque se convirtió en una de esas fechas que, como sucede con el 4 de julio de 1776 para los norteamericanos o el 14 de julio de 1789 para los franceses, identifican el soporte de dignidad colectiva en el que un país se reconoce a sí mismo al dar la medida de aquello que aspira a ser. El 12 de marzo de 1812 la Ilustración soñada durante todo el siglo XVIII fue hecha realidad. Desde entonces, la modernidad política y social puso su pie en nuestro país a pesar de las penalidades que luego acompañarían su discurrir decimonónico. Quizá porque, como Blanco White advertía tempranamente desde las páginas del Semanario: “Se enuncian y examinan los principios políticos en una nación a quien todavía Europa creía, por larga y continua opresión, ajena enteramente de semejantes investigaciones y sumida en la más profunda ignorancia”. Y es que España protagonizó en 1812 una revolución de progreso cuya andadura fue lenta y llena de vaivenes, pero que finalmente dio los frutos que hoy disfrutamos gracias a una experiencia colectiva de sangre y fuego que arrancó con aquellas aclamaciones y vivas a La Pepa y a los padres de la patria que sacudieron las callejuelas gaditanas de hace dos siglos. No cabe duda de que fue una proclamación de sentimientos que recorrió de un lado a otro la isla de León, pero, al mismo tiempo, sacó a la superficie la vieja aspiración de modernidad que había ido abriéndose camino a lo largo del siglo XVIII. Precisamente por ello, la concreción constitucional de aquel esfuerzo generacional centenario fue capaz de imponerse en medio del sufrimiento colectivo de una nación que no dudó en desafiar a los invasores franceses y la resistencia cerril del absolutismo. Lo hizo gracias a un puñado de patriotas liberales que fraguaron los ideales de nuestra frágil pero intensa Ilustración. Frágil porque el despotismo reaccionó contra ella de forma organizada y sistemática a partir del reinado de Carlos IV, socavando las raíces institucionales de la Ilustración y persiguiendo a sus promotores con una pinza de ortodoxia que aunó el trono y el altar. Intensa porque los ilustrados, a pesar de las dificultades, constituyeron una poderosa corriente reformista que, iniciada con Macanaz y Feijoo llegó hasta Jovellanos y Floridablanca. Gracias a ella, España recuperó su aliento de heterodoxia y restableció una circulación trasatlántica que americanizó nuestro continente con el semblante de la esperanza mientras el Nuevo Mundo fue receptor de apetitos europeos de cambio que contribuyeron con el tiempo a su independencia.

De aquel esfuerzo ilustrado brotó lo mejor que aportó a nuestra historia el siglo que media entre la Guerra de la Sucesión y la Guerra de Independencia. Se diagnosticaron nuestros problemas y se propusieron las soluciones, tal y como el abate Gándara al comienzo del reinado de Carlos III se encargó de detallar en sus Apuntes sobre el bien y el mal de España. Es indudable que faltaron los medios y que las voluntades no fueron lo suficientemente enérgicas. Con todo, contemplado desde la distancia del siglo XXI, el legado de la Ilustración inundó de luz una época que, a pesar de las resistencias, fue un avance y un progreso para España. Ya lo planteó hace varias décadas Antonio Elorza en La ideología liberal en la Ilustración española y, de un modo otro, la hazaña política que representa la Constitución de 1812 lo demuestra. Sería interesante, transcurridos dos siglos desde entonces, que se delimitará con mayor precisión las pulsiones ilustradas que, de forma subterránea, se proyectaron en la cobertura institucional que hicieron emerger las Cortes de Cádiz desde el inicio de sus sesiones el 24 de septiembre de 1810. No hay que olvidar que los dos primeros decretos que surgieron de ellas fueron la proclamación de la soberanía nacional y la libertad de prensa. En este sentido, sería interesante estudiar con mayor detalle la influencia directa que ejerció el empirismo anglosajón y la tradición whig sobre el discurso de la Ilustración española y el liberalismo que adquirió carta de naturaleza en Cádiz. Sobre todo cuando resulta evidente que esta influencia fue notable en Jovellanos. Hasta el punto de dibujar en su obra una senda norteña que arranca de Locke y que continúan Hume, Adam Smith y Ferguson y que fue transitada también por aquel círculo anglófilo de la Junta Chica que, en marzo de 1810, reunía Quintana en la Secretaría de la Junta Central y del que formaban parte protegidos de Jovellanos como Argüelles y Flórez Estrada.

El texto que identifica nuestra primera Carta Magna condensa, en un breve espacio temporal y un parco reducto físico, un acontecimiento sobrecogedor en términos históricos. Primero, porque cuajó entre los muros que defendían Cádiz de la marea napoleónica, la grandeza cívica de aquella divina libertad que Goya retrató de rodillas y con las manos abiertas. Y segundo, porque en medio de la dislocación de la monarquía, la invasión francesa y la guerra civil, los representantes de un pueblo diseminado por dos hemisferios, fueron capaces de proclamar sin miedo que querían ser soberanos y libres para decidir por dónde querían transitar. La épica de sus protagonistas merece que sigamos sintiendo el estremecimiento de aquella gesta colectiva. Máxime cuando al cabo de un par de años, el golpe de la reacción cayó sobre sus cabezas con el azote de la cárcel y el exilio. Desde entonces, el desarraigo y la tribulación fueron los compañeros de viaje de los liberales gaditanos y, con ellos, de aquella España que quería vivir en paz y concordia para fructificar bajo el paraguas de la razón y la tolerancia. Cuando hoy celebramos la proclamación de La Pepa, bien merecería que nuestro reconocimiento se centrara en aquellos que se dieron a sí mismos el nombre de liberal porque, como señalaba El Diario Mercantil de Cádiz, era: “El amigo de que el ciudadano goce de aquella justa libertad que sólo sujeta a la razón o lo que es lo mismo a la ley que exija de ésta”. Lástima que la sinrazón servil y la arbitrariedad se cebaran sobre ellos con tanta saña a partir de entonces. Del ejemplo cívico que fundó la tercera España seguimos viviendo.

Fuente: Diario El País (España). 19 de marzo del 2012.

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jueves, 22 de marzo de 2012

La Constitución de Cádiz y los bicentenarios de la independencia española y americana.


La 'Pepa' y los bicentenarios de la independencia

La pérdida de la perspectiva autonómica y federal en el seno de la Monarquía y de los derechos y principios que implicaba la Constitución de Cádiz promovió definitivamente en los territorios americanos la opción por la separación de España.

Por: Manuel Montobbio. Diplomático y escritor

Decía María Zambrano que el hombre es el único ser que no sólo padece la historia, sino también la hace. Que en ese hacer la historia ha buscado el ser humano la realización de creencias y de ideas; pero que mientras las creencias nos ligan necesariamente hacia el pasado, las ideas nos orientan hacia el futuro y lo adelantan.

Se cumplen en estos tiempos con el de la Constitución de Cádiz, los bicentenarios de las independencias, un parteaguas, un punto de inflexión de la historia de los pueblos de los entonces españoles de ambos hemisferios que la alumbraron, no sólo en el qué, sino también y especialmente en el cómo de ese hacer la historia. De las creencias a las ideas como guía y motor de ésta. De la sociedad cerrada a la sociedad abierta.

Fin de un mundo construido en ambos hemisferios sobre la expansión por la conquista –reconquista peninsular primero, conquista del nuevo mundo descubierto después- de una creencia, la fe católica común que lo aglutinaba junto a la común condición de súbditos de un monarca cuya legitimidad dinástica provenía de la voluntad de Dios. Un mundo que se ve cuestionado a partir de 1808 con las abdicaciones de Bayona y la imposición de José Bonaparte. El cuestionamiento de la validez de éstas y por ello de la legitimidad de la nueva dinastía lleva al levantamiento, a la creación de las juntas, siempre en nombre del Rey deseado, y en definitiva en Cádiz a la afirmación de una nueva fuente de legitimidad aglutinadora de la Monarquía: la voluntad del pueblo que suscribe a través de la reunión en Cortes de sus representantes el contrato social expresado en la Constitución para garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos, afirmar su condición de tales, y regular el funcionamiento del Estado y sus instituciones. Se establece no sólo la división de poderes, sino también el triple nivel nacional, provincial y municipal en que se organizarían sus territorios peninsulares, americanos y asiáticos. A partir de su proclamación, se instalan las ideas, sus ideas, frente a las creencias como necesario referente en la construcción de la historia, y la pugna entre unas y otras marcará la lucha fraticida que atraviesa en las décadas siguientes el mundo hispánico, su devenir histórico.

De alguna manera tal es la cuestión decisiva, por encima de cualquier otra, a uno y otro lado de ese mundo bañado por el Atlántico, a partir de la reinstauración del absolutismo por Fernando VII en 1814. Hasta el punto de que sólo la pérdida de la perspectiva autonómica y federal en el seno de la Monarquía y de los derechos y principios que implicaba la Constitución de Cádiz promueve definitivamente la opción por la independencia entre quienes luchan contra la reinstauración del viejo orden en las guerras civiles que en América llevaron a las separaciones. Hasta el punto, carente de precedente en cualquier otra historia imperial o colonial, de que con el pronunciamiento en Cabezas de San Juan que conduce a la reinstauración de la Pepa en 1820, Riego rehúsa embarcar las tropas destinadas a luchar contra los liberales americanos y en su lugar las dirige a Madrid para forzar la implantación de esta Constitución. Sólo desaparecida de nuevo su vigencia, y con ella la de cualquier posible evolución interpretadora en sus parámetros del encaje de las aspiraciones liberales americanas, identificada definitivamente la permanencia del poder español con la del absolutismo, es cuando los liberales americanos realizan finalmente sus ideas en la historia a través de las independencias. Pues así como la presencia de 60 diputados americanos en Cádiz nos muestra que la Pepa fue un proyecto hemisférico; la de firmantes americanos en el Manifiesto de los Persas que instó a Fernando VII a la reinstauración del absolutismo en 1814 muestra que éste también lo fue. Hasta el punto, en definitiva, de que el qué determina al quiénes, la opción por el contrato social frente al poder absoluto, la creación de comunidades políticas distintas y su organización en Estados tras la realización efectiva de las independencias.

Cuestión decisiva, esencial, que no tiene sólo como corolario los procesos de construcción nacional e identitaria y de escritura o reescritura de la historia que tienen lugar en las repúblicas americanas, sino también el de la independencia de España y la necesidad de reinvención de ésta que conlleva. Pues el discurso clásico que presenta el proceso de creación de las repúblicas americanas como su independencia de España presupone que éstas y España eran previamente comunidades políticas diferenciadas y no que, como proclamaba la Constitución de Cádiz, la nación española cuya soberanía afirmaba fuese “la reunión de los españoles de ambos hemisferios”. Cuando, como ha demostrado la historiografía reciente, el sujeto político previo era una un Imperio, la Monarquía Católica, aglutinado por la común soberanía del monarca, que Cádiz intentaba transformar en Monarquía Constitucional afirmando la soberanía de los habitantes de todos sus territorios. Su ruptura implica el desmembramiento del Imperio, del que todas sus partes, incluyendo la que impulsó su creación, son herederas. Y a todas se les plantea un reto de reinvención, de construcción nacional desde la nueva comunidad política constituida. Todas, de alguna manera, si ése es el término que se quiere utilizar, se independizan.

Bien pudiera sostenerse también, frente al relato canónico, que la España que resiste al orden napoleónico, la que cuestiona la legitimidad de éste y le derrota, no es sólo la del Cádiz sitiado, sino éste y los territorios de ultramar que lo sostienen y cuyos representantes participan en sus Cortes. Y que la restauración del absolutismo por Fernando VII da lugar a una nueva guerra de legitimidades en el mundo hispánico, saldada primero en América y después en España a favor del liberalismo constitucional, al precio de la implosión y fragmentación del Imperio.

La independencia de España, implica para ésta el fin de su dependencia económica de América - que plantea la necesidad de búsqueda de un nuevo modelo económico - y de su condición de potencia de primer orden, consagrado en el Congreso de Viena. Y la necesidad de reinventarse, de concebirse de nuevo en su nueva realidad y límites, algo que no asumirá, sin embargo, hasta 1898.

La promulgación de la Pepa, los bicentenarios de la independencia de España y, sobre todo, el paso de las creencias a las ideas como motor de la historia, la afirmación del contrato social como fundamento de la ley y del sistema político, suponen un sueño y referente compartido, de pasado y de futuro, en el caminar por la historia de los pueblos que la alumbramos, para los que fue alumbrada.

Fuente: Diario El País (España). 19/03/2012.

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El Perú y las Cortes de Cádiz. Los reformistas criollos frente a los separatistas y absolutistas.

Breve historia de la Constitución liberal de Cádiz (1812)

miércoles, 21 de marzo de 2012

El Perú y las Cortes de Cádiz. Los reformistas criollos frente a los separatistas y absolutistas.

La Pepa: 200 años

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)

El 19 de marzo de 1812 en Cádiz se proclamó la primera Constitución española; era el día de San José y recibió el nombre de la Pepa. Fue una Constitución liberal que llegó a regir en América colonial y recibió entusiasta apoyo criollo. Los partidarios de Cádiz constituyeron un tercer partido, entre la independencia y el absolutismo; su carta finalmente se perdió y han sido olvidados, pero en su momento fueron una opción que avanzó bastante y solo se rindieron ante poderosas fuerzas externas que los rebalsaron. Veamos la historia.

Los acontecimientos se precipitaron tras la invasión napoleónica de la Península Ibérica, la prisión de sus reyes y la proclamación de José Bonaparte como nuevo rey de España. Los franceses fueron rechazados en diversos lugares y se inició la guerra que los historiadores peninsulares llaman “independencia”, contra la invasión francesa. Los pueblos españoles formaron Juntas, para gobernar en nombre del rey Fernando VII, que se hallaba preso de Napoleón. Ese movimiento juntista llegó a América y con su extensión comenzaron las guerras latinoamericanas por la emancipación.

Hubo Juntas en todas las ciudades importantes de Hispanoamérica, salvo en México y Lima. Las capitales de los viejos virreinatos fueron inmunes al proceso político que estremeció al resto de la región. Aunque, en el interior de ambos virreinatos también hubo rebeliones contra el poder central. En el caso del Perú, los insurgentes se levantaron en Tacna, Huánuco y Cusco.

¿Por qué los criollos de los virreinatos más antiguos fueron más conservadores? Los historiadores han encontrado que hubo razones negativas y también estímulos positivos. Entre las primeras destaca el miedo al indio. Los criollos habrían actuado movidos por el temor a una sublevación indígena que alterara el orden social, si se cuestionaba el vínculo político con España. Por su lado, el principal estímulo positivo fue la convocatoria a Cortes, para redactar la Constitución cuya aprobación cumple 200 años.

Es decir, cuando los franceses habían ocupado las dos terceras partes de la Península y la resistencia era desesperada, los españoles abrieron una oportunidad de participación política. La Constitución de Cádiz establecía una monarquía constitucional, cuyo congreso sería integrado por diputados provenientes de España y de Hispanoamérica, electos en pie de igualdad.

Los criollos de una buena parte del Perú, y sobre todo de Lima, optaron por esa propuesta política, buscando reformar las relaciones con España antes que separarse de ella. La temprana opinión pública letrada estuvo a favor de la igualdad con las provincias peninsulares y lograr un tratamiento no como colonia sino como reino. A su vez, buscaron influir en España y no limitarse a la esfera local.

Así, el criollo peruano Vicente Morales Duárez presidió algunas sesiones de las Cortes y otro limeño, José Baquíjano y Carrillo, fue electo miembro del Consejo de Regencia, que ejercía el Poder Ejecutivo en nombre del rey preso. Preferían ser “cola de león antes que cabeza de ratón”. Quisieron cogobernar España, en vez de independizar un país andino bañado por el lejano océano Pacífico.

La primera fase de la guerra de emancipación fue ganada por los reformistas. Su suerte se tornó adversa cuando cayó Napoleón y fue liberado el rey de España. Al llegar a Madrid, Fernando VII restableció el absolutismo, derogó la Constitución de Cádiz y apresó a los liberales, que habían resistido en su nombre la invasión francesa. Ahí se terminó la chance de los criollos reformistas, su liderazgo fue disuelto por la represión y carecieron de respuesta.

Después del regreso de Fernando VII, la guerra de emancipación pasó a ser librada por los polos extremos, independencia versus absolutismo; mientras que, la carta tercerista e intermedia de la reforma era dejada de lado. Por ello, los criollos de Lima llegaron apocados a 1821, la apuesta de su corazón había sido derrotada de antemano. Ellos habían sido los hombres de la Pepa.

Fuente: Diario La República (Perú). Miércoles, 21 de marzo de 2012.

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Breve historia de la Constitución liberal de Cádiz (1812)

El legado de las Cortes de Cádiz (1810-1814).

lunes, 19 de marzo de 2012

Historia de la relación del Ejecutivo y el Legislativo entre 1985 y 2006 en el Perú. Libro "Power in the Balance. Presidents, parties and legislatures in Peru and Beyond".

1990-2000: La década del Congreso sometido

Un libro del politólogo norteamericano Barry Levitt examina la relación del Ejecutivo con el Legislativo entre 1985 y 2006 y explica el papel del Parlamento durante el hipo autoritario de los noventa.

Por: Enrique Patriau

En los noventa, con Fujimori en el poder, las reuniones de coordinación entre el Ejecutivo y la mayoría oficialista en el Congreso se desarrollaban así: “Algunos temas… los más importantes, se discutían en el plenito, o nos reuníamos con el presidente… Él ya se había hecho una idea del tema y te decía: ‘El problema es este; ahora yo sugiero que hagamos esto’. No es como, ‘de acuerdo, tenemos este problema; ¿ustedes qué piensan?’ y entonces todos opinan y una conclusión llega por consenso. No, el sistema es el otro camino. Vas, escuchas cuál es la opinión del presidente, y de ahí la respaldas”.

La declaración, grabada el 9 de agosto de 1999, le pertenece al entonces legislador de Cambio 90-Nueva Mayoría (y posterior dirigente de Perú Posible) Carlos Ferrero Costa y figura en el libro Power in the Balance. Presidents, parties and legislatures in Peru and Beyond, escrito por Barry S. Levitt, profesor de la Universidad Internacional de Florida, y editado por la Universidad de Notre Dame.

La entrevista a Ferrero es una de las que Levitt hizo durante su investigación en el Perú. Con el testimonio de un involucrado, muestra quién tenía “el poder real” en la relación entre el Ejecutivo fujimorista y sus legisladores.

En un sistema presidencial es común esperar que la iniciativa política nazca desde el Ejecutivo. Si el Legislativo juega un rol de comparsa, el primero estará en plena libertad de aplicar medidas que no necesariamente se ajustan a las necesidades de la población. El Congreso debe –tiene que– ser un contrapeso en su condición de representante de los ciudadanos. Cómo y por qué se inclinó la balanza entre ambos poderes, Ejecutivo y el Legislativo, entre 1985 y 2006, es lo que intenta responder Levitt.

Las relaciones de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo se sustentan sobre reglas formales. La Constitución le concede al Ejecutivo prerrogativas, como la capacidad de legislar por decreto. Pero el grado de utilización de esas facultades varía entre un régimen y otro. En el fujimorismo el gobierno por decreto, pasando por encima del Congreso, resultó un estilo de gobernar que detrás de su presunto carácter expeditivo escondía la intención de debilitar un poder del Estado y dejarlo al límite de la inoperancia.

Si uno revisa la producción legislativa de los últimos 30 años en el Perú hallará que la emisión de decretos de urgencia fue la herramienta legislativa más empleada en la segunda mitad de los ochenta (primer gobierno de AGP), pero que la tendencia se exacerba en los noventa. Es a partir de la caída del fujimorismo que el Congreso recupera, en parte, su autonomía y su capacidad de sanción legislativa (otra cosa es hablar de la importancia de las leyes que los congresistas proponen y aprueban).

¿Cómo se explica el declive que experimentó el Congreso durante el fujimorismo? Levitt dice que la desintegración de los partidos (con la irrupción de “movimientos electorales”, sin mayor visión de largo plazo) combinada con una débil adherencia entre las élites políticas a las “reglas de juego”, multiplicó la concentración de poder en el Ejecutivo y deterioró el poder del Legislativo.

Según el autor, con la anuencia de la mayoría fujimorista, el Congreso pasó de ser un foco de debate y centro de decisión política a una “caja de resonancia” de los dictados del gobierno, con sus mecanismos de vigilancia política debilitados. Resulta sintomático el escaso porcentaje de mociones aprobadas para la formación de comisiones investigadoras durante el fujimorismo –apenas el 2,3% sobre 263 mociones presentadas entre 1995 y 2000– en comparación con el quinquenio 2001-2006 –25,8% de mociones aprobadas sobre 256 presentadas–. “El fortalecimiento del Ejecutivo y el declive del Legislativo empieza en 1990 (…). Este declive se aceleró por el autogolpe y la demonización de los partidos y las instituciones, que impactó en un público agotado por la crisis política y económica”, señala Levitt.

Tras la caída del fujimorismo, el Congreso experimenta un fortalecimiento en su labor legislativa y en su autonomía institucional. Las élites políticas se adhieren nuevamente a las “reglas de juego” y los partidos más organizados, como el Apra, protagonizan un “retorno parcial”. Como señala Levitt, el principal opositor al gobierno de Alejandro Toledo era justamente el Apra, principalmente a través de su bancada.

Lo que demuestra Power in the Balance es que el “hiperpresidencialismo” de Fujimori fue más una excepción en nuestra reciente historia, y que incluso en gobiernos con presidentes con debilidades autoritarias (García 85-90), el Legislativo fue capaz de establecer una relación más horizontal con el Ejecutivo y de participar en el debate político, en comparación con lo que vendría después. La supervivencia política del fujimorismo pasaba por la virtual desaparición del Congreso. Y así ocurrió.

Fuente: Diario La República, Revista "Domingo". 18 de marzo de 2012.

Breve historia de la Constitución liberal de Cádiz (1812)

LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ cumple 200 años

La madre de la Independencia

Por: Víctor Arrambide Cruz (Historiador)

El mundo hispanoamericano celebra hoy 200 años de la promulgación de "La Pepa", nombre coloquial dado a la Constitución española de 1812, producto de las Cortes instaladas en la ciudad de Cádiz.

Este peculiar nombre proviene de la festividad católica de San José, que se celebra cada 19 de marzo. Pero ¿por qué es importante este bicentenario de la Constitución de 1812? ¿Y qué relación tenemos con ella?

En 1808, la abdicación de los monarcas Carlos IV y su hijo Fernando VII en Bayona ante Napoleón Bonaparte, y la invasión de las tropas francesas a España produjeron el rechazo general de la sociedad española.

Este rechazo devino en una lucha –que la historiografía de ese país denomina "Guerra de Independencia"– y en la formación de juntas de gobierno, tanto en la metrópoli como en las colonias –excepto en el Perú–, que serían las depositarias del poder que legítimamente le pertenecía a Fernando VII, a quien se le empezó a llamar el Deseado, por su situación en cautiverio.

La Junta Central, mientras se enfrentaba al avance de las tropas francesas, convocó a las Cortes Extraordinarias y Constituyentes, donde debería haber representantes no solo de España, sino también de las colonias. Para ello se llamó a elecciones para los representantes.

Por primera vez en muchos territorios, como en el Perú, se realizaba este tipo de elecciones, obviamente restringidas, era un sufragio universal masculino indirecto, basándose en la circunscripción parroquial. Finalmente, las Cortes se instalaron en Cádiz, ciudad sitiada por las tropas francesas, pero protegida por la Armada británica.

No todos los diputados elegidos llegarían a tiempo a la instalación de las Cortes, por el apremio de la situación política muchos representantes de las colonias fueron reemplazados provisionalmente por diputados residentes en España, tal es el caso de Dionisio Inca Yupanqui, representante del Perú en las Cortes, quien abogó por la abolición del tributo indígena.
El representante peruano más destacado sería el jurisconsulto Vicente Morales Duárez, quien sería presidente de las Cortes desde el 24 de marzo hasta el 2 de abril de 1812, fecha en que falleció.

Las Cortes y la Constitución de 1812 significarían un cambio radical en los territorios españoles. Influenciado por las ideas liberales de la Revolución francesa, las Cortes no solo abolirían tributo indígena, proclamarían derechos individuales como la libertad de imprenta, el cierre del Tribunal de la Inquisición, la monarquía constitucional, el tratamiento de "españoles" a todos los habitantes de los territorios de la Corona –exceptuando a la población negra, la creación de un gran mercado nacional entre la metrópoli y las colonias en América y Filipinas.

El impacto de la Constitución, sobre todo, en América sería tan importante porque rompe con el viejo esquema estamental absolutista. El poder no estaría copado por un grupo afín a la Corona, sino que debía compartirlo con las autoridades elegidas por los ciudadanos. En el caso del Perú, a pesar de las objeciones del virrey Fernando de Abascal, la Constitución sería juramentada en octubre de 1812.

La vigencia de la Constitución fue muy corta. Finalmente, después de la derrota de Bonaparte en Europa, Fernando VII regresaría al trono en 1814, y abolió las Cortes y la Constitución para retornar a un régimen absolutista.

Esta decisión desencadenaría en un descontento general en las colonias americanas que pedían el retorno de los derechos contemplados en la Constitución. Este descontento alimentaría el deseo de ser independientes a la metrópoli española. Una vez constituidas estas viejas colonias en repúblicas, el espíritu liberal de la Constitución gaditana de1812 se reflejó en sus primeras constituciones, como en el Perú, en nuestra primera Constitución de 1823. ¡Viva La Pepa!

Fuente: Diario El Peruano. Lunes, 19 de marzo de 2012.

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CELEBRACIÓN DEL ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE LAS CORTES DE CÁDIZ “LA PEPA” EN 1812.

sábado, 17 de marzo de 2012

Libro "La primera guerra de Hitler" del historiador alemán Thomas Weber.


¿Qué hiciste en la guerra, Adolf?

Ni cabo ni soldado de primera línea: el historiador Thomas Weber desmonta los lugares comunes sobre la participación de Hitler en la I Guerra Mundial.

Por: Jacinto Antón
Ese anodino hombre gris de uniforme que cruza una calle adoquinada fusil al hombro, embutido en un largo abrigo militar y tocado con el pickelhaube, el característico casco alemán de la Gran Guerra coronado por un pincho, será con el tiempo el causante de la mayor hecatombe de la historia. Se llama Adolf Hitler. El joven historiador alemán Thomas Weber (1974), doctorado en Oxford y profesor de Historia de Europa e Internacional en la Universidad de Aberdeen (Escocia), se ha asomado a la vieja fotografía desenfocada en la que destaca, cómo no, un bigote, para investigar cuál fue en realidad la experiencia bélica del futuro líder nazi en la I Guerra Mundial, y si fue tan decisiva (opina que no).

El resultado es un libro revelador y apasionante, La primera guerra de Hitler (Taurus, 2012), en la que Weber, mediante un concienzudo estudio de los registros del regimiento en el que luchó —el 16 º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva, RIR 16 o Regimiento List, por su comandante— desmonta lugares comunes, tópicos y clichés. De entrada, y esto sorprenderá a muchos, apunta que en realidad Hitler no fue cabo.

"No, no es que yo lo haya degradado. Su único ascenso fue a Gefreiter, soldado de primera. Nunca tuvo mando de tropa, ni de un solo soldado. No se de dónde viene lo de atribuirle el rango de cabo. En Alemania se conoce perfectamente el término, probablemente es un problema de traducción a otras lenguas que ha persistido a lo largo del tiempo". Tampoco fue su experiencia la de un soldado de primera línea, como el propio Hitler sostuvo luego, sino que se mantuvo casi toda la guerra en un servicio menos arriesgado. Vamos que desde luego no fue un Jünger. Once días después de su llegada al frente y tras participar el 29 de octubre de 1914 en la primera batalla de Yprés, bautismo de fuego de su regimiento, Hitler fue nombrado correo y destinado al puesto de mando de la unidad, un destino mucho más cómodo y menos peligroso que las trincheras. "Me han acusado de sugerir que Hitler fue un cobarde, lo que ha provocado que se irriten mucho conmigo los neonazis y que en alguna conferencia en Alemania tuviera que estar presente la policía, pero yo no digo eso. Fue un buen soldado, diligente, concienzudo. Hizo lo que le mandaron, lo que se esperaba, y lo hizo bien. Sin embargo, lo que hizo no fue lo que luego contó. Es un hecho que mintió sobre su experiencia bélica sobredimensionándola, que se reinventó por razones políticas".

Weber es taxativo al asegurar que Hitler no fue desde luego ningún héroe. "No hizo nada excepcional, el heroísmo requiere más iniciativa, riesgo. ¿Valiente? Eso es más difícil de decir. Yo creo que sí. Mostró valor en su cometido. Pero había una distancia entre el hombre de las trincheras y él. No era el típico producto del regimiento, de hecho sus camaradas del frente lo evitaban, le veían como un Etappenschweine, un cerdo de la retaguardia. Pensaban que hacía un trabajo fácil, en la plana mayor. Hitler no es un soldado típico de la I Guerra Mundial, no conocía la vida de las trincheras, ni la hermandad de las armas como luego trató de hacer creer. Muchos viejos camaradas le criticaron luego por eso, por haber dicho que era uno de ellos".

Weber no discute que Hitler ganó la Cruz de Hierro de Primera Clase. "Es cierto, y era algo muy raro para un soldado. No obstante, se la concedieron en un momento en que se abrió la mano para hacerla más accesible a la tropa y subir la moral. Se benefició de esa nueva política. Y en su caso fue decisiva su sumisa intimidad con los oficiales, sus conexiones; como enlace estaba cerca de la gente que era la que proponía a los candidatos para las condecoraciones. Es verdad que solo cuatro o cinco soldados del regimiento lograron la Cruz de Hierro de Primera Clase, pero significativamente solo uno era soldado de primera línea".

Para Weber lo esencial es desmontar la idea de que el Hitler que conocemos es resultado de la I Guerra Mundial, que aquella experiencia fue lo que creó a Hitler, lo que hizo que un pintor de postales se convirtiera en el mayor criminal de la historia. "No fue la deshumanización de la guerra lo que lo radicalizó, fue después cuando vemos surgir al Hitler de las convicciones".

Se ha dicho que el momento fundacional de Hitler fue una visión histérica tras ser víctima de un ataque con gas mostaza en el río Lys en octubre de 1918. "Su ceguera no era física sino psicosomática y se le trató de histeria de guerra en psiquiatría y no en oftalmología, pero no está claro que ese trauma cambiara a Hitler, modificara su personalidad. Su antisemitismo, por ejemplo, no va entonces más allá de los clichés religiosos, no es para nada todavía el antisemitismo racial y radical nazi".

Lo que si es seguro para Weber es que la idea de las cámaras de gas no procede de las vivencias deI viejo enlace en la I Guerra Mundial. "Hitler no decidió exterminar a los judíos hasta entrada la II Guerra Mundial, cuando echarlos ya no era posible. Y gasearlos es una idea que vino de otras instancias y él aprobó, claro; a Hitler probablemente no se le hubiera ocurrido, precisamente por conocer el tema. De hecho nunca quiso usar armas químicas en la II Guerra Mundial".

¿Mató Hitler a alguien en la guerra? "Los más probable es que no; sería raro. Excepto en esos días del principio en Yprés no tuvo oportunidad. No podemos excluir la posibilidad pero nunca lo reivindicó y dada su absoluta falta de preparación al llegar al frente y la entidad profesional del enemigo al que se enfrentó aquella única vez —regimientos británicos como los Highlanders— es extremadamente improbable. Durante el resto de la guerra se movía en patrullas que precisamente debían evitar al enemigo".

Es curioso pensar que el hombre que causó la muerte de tantos millones de personas pudiera no haber matado con su propia mano a nadie. Excepto a sí mismo. "Después de la guerra también parece difícil que haya matado a nadie. En el putsch no disparó. Se ha dicho que pudo haber matado él a su sobrina Geli Raubal, pero lo dudo".

Lo que sí hizo la I Guerra Mundial fue influir en el comportamiento y las decisiones de Hitler en la Segunda. "Trató de aprender de aquella experiencia. Su desconfianza de los generales, por ejemplo. Y el mencionado descarte de las armar químicas".

Al acabar la conversación, le digo a Thomas Weber que no hemos hablado de sexo. "Siempre hay tiempo para eso", dice tomando asiento otra vez. Del de Hitler. "Es difícil decir. Sus camaradas lo consideraban asexuado. Tenía un bajo nivel de actividad, en todo caso. O alternaba etapas de mucha libido con otras de inapetencia. Era un obseso de la higiene y temía mucho contraer la sífilis, lo que no es coherente con el no practicar el sexo, si bien se piensa". El historiador desmiente que Hitler perdiera un testículo cuando lo hirieron en el Somme y que, como se ha sugerido, hubiera procreado un vástago durante la guerra en Francia.

Fuente: Diario El País (España). 14/03/12.

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Hitler, contexto y semblanza.

jueves, 15 de marzo de 2012

La Rusia soviética frente a la Alemania nazi. El fracaso de la propuesta de la Rusia soviética a Francia e Inglaterra, para una alianza militar defensiva contra Hitler.

Otro aspecto desatendido de la historia del siglo XX

Occidente nunca tomo en consideración la propuesta de la URSS de formar un frente defensivo frente al nazismo.

Por: Gabriel Jackson. Historiador norteamericano

En el texto que publiqué en estas páginas el pasado 11 de febrero sobre los dilemas a los que se ha enfrentado la izquierda democrática en sus relaciones con los partidos comunistas, prometí abordar en mi siguiente artículo una iniciativa comunista con la que estuve profundamente de acuerdo: a saber, la intención que desde finales de 1934 hasta el Pacto de Múnich de septiembre de 1938 mostró la URSS de convencer a las principales potencias occidentales de la necesidad de aceptar una alianza meramente defensiva, que plantara cara a las amenazas militares constantemente expresadas por la Alemania nazi y la Italia fascista (las dos potencias que estaban garantizando la victoria final de Franco en la Guerra Civil española).

Para la gran mayoría de los libros dedicados a la historia del siglo XX, el periodo que va desde 1917 a 1991 se caracteriza por la incesante rivalidad entre el comunismo soviético y la democracia capitalista occidental, una rivalidad que la necesidad de defenderse frente a la agresión militar nazi-fascista-japonesa que tenían ambas partes interrumpió desde mediados de 1941 a mediados de 1945. Poco dicen o lo hacen en tono desdeñoso, de la iniciativa soviética que, en nombre de la “seguridad colectiva”, pretendió constituir una alianza militar defensiva entre el este y el oeste, entre la Rusia soviética y las potencias democráticas capitalistas, es decir, Gran Bretaña y Francia.

La ausencia de la revolución mundial con la que tanto habían soñado y la aparición de regímenes autoritarios profundamente nacionalistas en gran parte de Europa entre 1923 (Mussolini) y 1933 (Hitler) había llevado a los soviéticos a reconsiderar su actitud hacia el mundo capitalista. En lugar de tacharlo simplemente de enemigo al que había que destruir, distinguieron, por una parte, entre regímenes autoritarios y racistas, y, por otra, aquellos que tenían parlamentos dignos de tal nombre y elecciones libres, con clases medias dispuestas a reconocer los derechos de los sindicatos y los partidos marxistas. Iosif Stalin, que en 1930 ya se había afianzado como líder supremo del régimen soviético, anunció la fórmula del “socialismo en un solo país” (la URSS) y el deseo de cooperar diplomática y militarmente con las democracias europeas.

En 1933 la rápida consolidación de la dictadura nazi en Alemania y el hecho de que Hitler no dejara de amenazar con destruir a la URSS, indujeron todavía más a Stalin a buscar un entendimiento con las potencias democráticas. Desde finales de 1934 su ministro de Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov, casado con una inglesa y él mismo admirador tanto de esta cultura como de la francesa, intentó en repetidas ocasiones, en la Sociedad de Naciones con sede en Ginebra y en conversaciones privadas con diplomáticos ingleses y franceses, convencer a los occidentales de la necesidad de establecer una alianza militar defensiva que protegiera, tanto a la Unión Soviética como a las potencias capitalistas democráticas de la amenaza de una guerra de conquista nazi.

¿Por qué Occidente nunca se tomó en serio la oferta de Stalin y Litvinov? En primer lugar, hay que comprender que las actitudes británicas determinaron la respuesta a las exigencias de Hitler. Francia seguía padeciendo un miedo mortal a una Alemania que la había derrotado durante la guerra franco-prusiana de 1870-1871 y que había estado a punto de llegar a París durante la de 1914-1918. Por su parte, Estados Unidos, durante el periodo de entreguerras, aceptó totalmente el liderazgo diplomático británico. El Tratado de Versalles había obligado a Alemania a encajar grandes pérdidas territoriales y a abonar ingentes reparaciones, cuyo objetivo era que el país sufragara totalmente la reconstrucción material de Francia y Bélgica. Llegado el año 1933, gran parte de los británicos, entre ellos miembros de los partidos Liberal y Laborista, estaban convencidos de que había sido un grave error atribuir toda la responsabilidad política y moral de la guerra a la Alemania imperial.

A esto había que añadir que las clases dirigentes británicas compartían, de forma más “respetable”, los prejuicios raciales nazis. No les parecían bien los campos de concentración ni que se rompieran los escaparates de las tiendas judías, pero estaba claro que pensaban que el mundo estaría mucho mejor si los elementos “arios” y “nórdicos” de los países de habla inglesa, y también de Alemania y Escandinavia, ejercían el liderazgo político del “mundo civilizado”. En consecuencia, estaban psicológicamente preparados para aceptar las exigencias de Hitler, no sólo en cuanto a la reocupación de Renania (1936) y la anexión de Austria (1938), sino respecto a la reconstrucción del poderío militar germano.

Si a los Gobiernos británicos del periodo 1936-1938 les hubiera preocupado realmente la defensa de la democracia política en el continente europeo, la Guerra Civil española les habría proporcionado una oportunidad clara de poner coto a las ambiciones militares de Hitler. Sin embargo, desde el mismo inicio de esa contienda los Gobiernos, primeros de Baldwin y después de Chamberlain, otorgaron ayuda económica y diplomática encubierta a los generales sublevados, advirtiendo a los sucesivos Ejecutivos republicanos franceses de que no concedieran ayuda ni militar ni económica a una República que los conservadores británicos consideraban dominada por comunistas y anarquistas. Por su parte, los soviéticos ayudaron esporádicamente a la República española entre septiembre de 1936 y marzo de 1939, y el carácter esporádico de su contribución se debió en gran medida a la inquietud que sentían ante las incursiones militares de Japón en la frontera siberiana y a la frialdad con la que los británicos acogían la idea de la seguridad colectiva en Europa.

Después de la invasión y anexión de Austria, que no suscitó resistencia diplomática o militar alguna, Hitler acusó estridentemente a la república democrática de Checoslovaquia de maltratar a su minoría alemana, exigiendo que las partes de territorio checo en las que por lo menos el 50% de la población fuera de “raza” alemana pasaran inmediatamente a soberanía del Reich. Esta exigencia no era tan aceptable para el Gobierno británico como las anteriores. Hitler contuvo a la minoría nazi de Checoslovaquia en los infrecuentes momentos en los que parecía que los británicos podían oponerse a la anexión. Pero a comienzos de septiembre el primer ministro británico organizó la “Conferencia de Múnich” (con asistencia del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia), que en realidad puso el destino de Checoslovaquia en manos de Hitler, sin consultar ni al propio Gobierno checoslovaco ni a la Unión Soviética, que había firmado con los checos un tratado defensivo parecido al que Rusia esperaba negociar con franceses y británicos.

Por su combinación de estupidez política y cobardía moral, esta política se conoce con el nombre de “apaciguamiento”. Fue la misma que, al ofender a la Unión Soviética, hizo que Stalin buscara su propio acuerdo con Alemania, concediendo así a Hitler la oportunidad de iniciar la Segunda Guerra Mundial sin tener que luchar en dos frentes, algo que había ocasionado la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Y la única fuerza militar que consiguió finalmente salvar a la Europa democrática fue la alianza defensiva que, formada por Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética entre junio de 1941 y mediados de 1945, los soviéticos habían perseguido entre finales de 1934 y septiembre de 1938.

Lo que en este artículo califico de aspecto desatendido de la historia del siglo XX son esos cinco años de iniciativas soviéticas. Cuando Hitler se traicionó a sí mismo al ocupar Praga, capital del Estado checoslovaco, el 15 de abril de 1939, después de haber firmado el Pacto de Múnich, el Foreign Office británico comenzó a buscar aliados en el este, en previsión de que el Führer decidiera pronto lanzarse a una generalizada guerra de conquista. Después de infructuosas conversaciones con los Estados del sureste de Europa y con Turquía, los británicos decidieron finalmente acercarse a los soviéticos. Pero, para entonces, a finales de mayo y en junio, la Alemania nazi y la Rusia soviética ya estaban negociando el tratado de alianza que anunciaron el 22 de agosto de 1939.

Fuente: Diario El País (España). 13/03/2012.

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Un aspecto desatendido de la historia del siglo XX. Gabriel Jackson.

lunes, 12 de marzo de 2012

¿Para qué sirve la historia?. Respuesta a artículo de Fernando De Trazegnies.

Fernando De Trazegnies frente a la historia

Por: Eddy W. Romero Meza. Profesor de Historia.

En un artículo reciente el ex-canciller, Fernando De Trazegnies, refiere su postura frente al quehacer histórico. Pontifica sobre la necesidad de una historia objetiva, distanciada de toda distorsión política al pasado (lamenta cualquier juicio histórico al pasado). Convenientemente se libra así de emitir juicio sobre la historia política reciente. Nos referimos a la década del fujimorismo, régimen del que fue parte y que no admite sea interpretado por supuestas subjetividades políticas del presente.

La aproximación al pasado que propone De Trazegnies, solo tiene dos explicaciones, o es ingenua o directamente malintencionada. Francamente es desechable la idea de creerlo ingenuo. Su afán de exaltar una “historia neutral”, se pierde contra una ética y época actual de no tomar distancia cómplice frente a lo acaecido. De aproximarnos crítica y rigurosamente al pasado, sin dejar de lado nuestros valores humanos.
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Hacer historia es también hacer política por canales intelectuales. De Trazegnies astutamente trata de “advertirnos” del peligro de una historia que pueda ser “falseada por razones políticas”. Sin embargo estos buenos deseos por “desideologizar” la historia, encierra la agenda política de quien promueve el silencio frente a lo cuestionable en nuestro pasado reciente.

Entre una historia aséptica y una historia deliberativa, es preferible la segunda. Esto porque, mientras la primera no existe, la segunda es la que reconstruye un pasado más dinámico y sujeto a crítica. Los historiadores y expertos en historia son sujetos de origen y postura ideológica diversa. Y si bien las propuestas de aproximación al pasado serán múltiples (inteligentes o dogmáticas), siempre será preferible una historia abierta y no una historia sujeta a silencios perniciosos.

Eric Hobsbawm, uno de los historiadores vivos más importantes del mundo, es un historiador marxista. Francamente seria improbable una de sus grandes obras, sin su sincera postura política, además de su integridad intelectual.

Finalmente, hacer historia es también advertir los peligros de aquellos que quieren despojarla de su real valor como ciencia y actividad que ubica al hombre en el tiempo. Pero no en un tiempo cronológico de “contexto objetivo”, sino en un “tiempo histórico”, un tiempo dialógico y sujeto a cuestionamientos, propio de una sociedad democrática.

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miércoles, 7 de marzo de 2012

Materiales desclasificados de la CIA sobre el Perú en la década del 60´.

El Perú de los 60, según la CIA

Por: Nelson Manrique (Historiador y sociólogo)

Se ha venido difundiendo una visión de la historia peruana según la cual la revolución militar de Juan Velasco Alvarado de 1968 fue un fenómeno exótico, inexplicable, que vino a interrumpir el recto camino del Perú hacia el progreso. ¿Es eso cierto?

No lo era para la CIA, que desde comienzos de la década del 60 mostraba una viva preocupación por el potencial revolucionario que, según ellos, portaba la situación peruana. Revisando los materiales desclasificados de la agencia de inteligencia norteamericana llama la atención la precisión de algunos de sus diagnósticos, que contrastan con la miope visión de la mayoría de los políticos peruanos de entonces.

El 1º/5/63 se realizó en Washington una reunión de la comunidad de la inteligencia norteamericana, el estado mayor conjunto y la CIA, para evaluar la situación peruana. La mayor preocupación era que pudiera llegar al poder un gobierno radical en el Perú, como había sucedido en Cuba en 1959. Se discutió según un diagnóstico preparado por la CIA (Case Number: EO-1993-00006. Release Decision: RIFPUB. “Political Prospects in Peru”, 5/1/63).

El diagnóstico de la CIA partía señalando que en el Perú no existía una efectiva unidad nacional, “entendida como un lenguaje y una cultura común”. Según el protocolo de la reunión, el Perú estaba dirigido por una oligarquía, principalmente blanca, que habitaba en Lima y el área costera, que ejercía el poder respaldada por las FFAA y por la Iglesia. Más de la mitad de los 11 millones de habitantes eran indios analfabetos, pauperizados, que hablaban sus propias lenguas y vivían en una economía de subsistencia bajo un sistema de dominio semifeudal, apartados de la sociedad moderna. La mayoría de los mestizos, que constituían aproximadamente la tercera parte de la población, no vivían mucho mejor que los indios, aunque formaban parte de la gran fuerza de trabajo urbana.

La presencia de la cordillera de los Andes hacía muy difícil el transporte y las comunicaciones. El sector moderno de la economía estaba confinado a la costa, donde se concentraba alrededor del 30% de la población, la agricultura comercial, la producción petrolera, manufacturera y el comercio, y se producía más de la mitad del Producto Bruto Interno. La sierra representaba el 27% del total del territorio, pero albergaba al 55% de la población nacional. Proveía de minerales y algunos productos agrícolas, pero más de cinco millones de indígenas vivían en “condiciones primitivas”, al margen de la economía monetaria. La selva estaba completamente aislada del resto del país.

La situación macroeconómica era buena; se creía que la tasa de crecimiento del 4 o 5% anual de las dos décadas anteriores se incrementaría a 5.5%. Era improbable, sin embargo, que el progreso económico fuera compartido. El ingreso per cápita en la sierra era semejante al de la estancada Bolivia y la pobreza en la selva podría compararse con la de Haití. En la costa el ingreso era semejante al promedio de América Latina, pero había grandes disparidades de riqueza y bienestar: “En Lima y otras ciudades el consumo ostentoso coexiste con la pobreza más abyecta”.

Los gobiernos peruanos, concluía el documento, no habían estado dispuestos a hacer los sacrificios necesarios ni a afrontar los riesgos para producir los profundos cambios sociales y económicos que requería el país. La estabilidad política del Perú dependería decisivamente de la habilidad y la decisión del gobierno para responder a las demandas populares de bienestar económico y seguridad. “Esta situación –concluía el cónclave de la inteligencia norteamericana– augura una desintegración de la estructura social y económica peruana. A menos que las fuerzas moderadas logren realizar un cambio ordenado probablemente los liderazgos radicales conseguirán la oportunidad para ensayar sus métodos” (National Intelligence Estimate. NIE 97-63. Washington, May 1, 1963. CIA Files, Job 79-R01012A, ODDI Registry. Secret). Dos años después estallaron las guerrillas del MIR y el ELN y el 68 Velasco Alvarado tomó el poder.

Medio siglo después, ciertas cosas no cambian.

http://www.nelsonmanrique.com/

Fuente: Diario La República (Perú). Martes, 06 de marzo de 2012.

Visión islámica sobre la religión cristiana.

"El cristianismo del Islam"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

El título de esta nota puede parecer una contradicción en sí misma, pues la religión que más ha rivalizado y guerreado contra el cristianismo es, precisamente, el Islam.

Los mahometanos fueron quienes arrinconaron para siempre a las iglesias en todas las tierras bíblicas, en la mitad sur del antiguo mar cristiano del Mediterráneo y en la segunda Roma (Bizancio, hoy Estambul) y con quienes libraron tantas guerras en las cruzadas o en las 2 penínsulas que sirven de entrada a Europa (la ibérica y la balcánica).

Por más que parezca extraño a los cristianos, los musulmanes sí creen en Jesucristo, a quien no veneran los judíos pese a que Jesús nació, vivió y murió como su correligionario (en todas las cruces aparece la sigla INRI que en latín significa Jesús de Nazaret Rey de los Judíos).

Al igual que las iglesias, el Islam profesa que Jesús emergió del vientre de una virgen, que hizo milagros, que su evangelio y enseñanzas deben ser seguidos y que él va a retornar antes del juicio final.
Sin embargo, los musulmanes creen que Dios ve todo, pero nadie le ha visto, pues éste jamás ha aparecido en forma humana. Para ellos Jesús siempre predicó el monoteísmo y no que él fuese un Dios, por lo que él debe ser considerado un profeta tan igual como Abraham, Moisés o Mahoma.

Para el Islam en la cruz no murió Jesús (sino tal vez alguien parecido a él), pues Dios lo elevó a él al cielo antes de que sus enemigos lo ejecutasen. El Islam rechaza la trinidad a la que considera politeísmo, pues según su doctrina solo hay un Dios, Jesús fue un mortal que fue un mensajero suyo y el espíritu santo son ángeles como Gabriel subordinados a Dios.
El Corán se jacta de ser más monoteísta que Roma que cree en la Trinidad, la Virgen María y los Santos y reivindica a Abraham y a los profetas de los 2 testamentos, pero considera que éstos han sido corrompidos por malas traducciones, por lo que el único libro sagrado que aceptan es el dictado por Mahoma en su original en árabe, idioma en el cual todos sus fieles deben rezar.

Esta forma de interpretar a Jesús ayudó al Islam a avanzar en los primeros reductos del cristianismo en el Medio Oriente y ahora les da esperanzas en seguir progresando dentro del continente que ha sido sinónimo del cristianismo (Europa) donde pronto esperan ser el 10% de su población.

Diversas iglesias han logrado avanzar en China, Corea y otros bastiones del budismo, pero sus progresos dentro del Islam aún son limitados. La única región del mundo donde Roma derrotó a la Meca fue Iberia, la misma que pasó a convertirse en el principal difusor mundial del catolicismo, aunque ello se logró con muchas guerras, persecuciones e inquisiciones.

Fuente: Diario Correo (Perú). 29/02/12.