Varsovia 459
Por: Nelson Manrique (Historiador)
La madrugada del 12 de septiembre de 1992 el psicoanalista Max Hernández fue despertado por una llamada telefónica de un importante líder de opinión que, basado en un informe de la Rand Corp., le aseguró que Sendero Luminoso iba a tomar el poder, aconsejándole abandonar el país. Max no había terminado de asimilar la noticia cuando al empezar la noche Abimael Guzmán fue capturado y la ominosa amenaza se desvaneció.
El amigo de Hernández no fue el único confundido. Meses antes, en abril, basándose en la misma fuente, Bernard Aronson, el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, planteó ante la Cámara de Representantes de EEUU evaluar una intervención militar multinacional en el Perú, para impedir el triunfo de Sendero y el desencadenamiento del tercer genocidio del siglo XX (el primero fue perpetrado por los nazis y el segundo por los khmer rouges de Camboya).
Veinte años después es difícil recordar cómo se vivió la amenaza senderista. La memoria tiende a borrar aquellos hechos traumáticos que nos generaron gran temor y ansiedad y hoy sorprende que una organización que en su mejor momento no superó los 4 mil combatientes mal armados, que enfrentaba a un ejército moderno con cientos de miles de combatientes, pudiera generar semejante zozobra. Por eso es bueno recordar que entonces un cuarto de millón de peruanos abandonaba el país cada año, convencidos de que el fin se aproximaba, y que el valor de las propiedades inmuebles cayó a la mitad y hasta la tercera parte, debido a que muchos trataban de vender sus propiedades para huir al extranjero.
A fines de 1991 Sendero, empantanado debido a una vigorosa resistencia campesina armada, ejecutaba la política de trasladar la guerra a las ciudades bajo la consigna “¡Que el equilibrio estratégico estremezca al país”. Una gran oleada de atentados hizo tomar conciencia tardíamente en Lima de que estábamos en guerra. La respuesta del gobierno fue el asesinato de 15 civiles –incluido un niño de 8 años– por el grupo Colina en Barrios Altos. Eso no detuvo la oleada violentista, que tuvo un sangriento pico en febrero de 1992, con múltiples atentados en la capital y el asesinato de varios dirigentes de izquierda, entre ellos María Elena Moyano y Pascuala Rosado, lo que provocó el repliegue de las organizaciones que resistían el avance senderista. La gran ofensiva alcanzó cotas aún más elevadas entre junio y julio, con atentados contra empresas privadas, edificios públicos y legaciones diplomáticas. Un paro armado fue acompañado de ensayos de ofensivas preinsurreccionales en varios barrios periféricos de Lima, Ayacucho, Puno, Huancayo, Satipo, La Merced, Pasco y Huánuco. El Diario Internacional proclamó que se trataba de “un gigantesco paso hacia los preparativos de la insurrección final”.
Atentados mayores con coches bomba contra un centro comercial en San Isidro y contra el Canal 2 de TV alimentaron la zozobra. Estalló entonces el coche bomba del jirón Tarata, en el corazón de Miraflores, el 17 de julio. El blanco fue directamente la población civil, y el saldo alrededor de 30 muertos, más de cien heridos y 240 viviendas destruidas. La respuesta inmediata del gobierno fue una nueva matanza en La Cantuta, dos días después, perpetrada, como no, por el grupo Colina. Como Santiago Martín Rivas le explicó a Umberto Jara, las matanzas constituían un macabro intercambio de mensajes entre Sendero y el gobierno, de terror a terror.
Por fortuna, un grupo policial, el GEIN, venía implementando desde 1990 otra estrategia. Gracias a un esforzado trabajo de inteligencia lograron llegar el 12 de septiembre a la guarida de Guzmán, en la calle Varsovia 459, urbanización Los Sauces, Surquillo, y capturaron al “presidente Gonzalo” sin disparar un tiro, dándole a SL el golpe definitivo.
Fujimori y Montesinos no les perdonaron haber dejado al SIN –al que habían convertido en la cuarta arma de las FFAA, equiparándolo con el ejército, la marina y la aviación– en ridículo. El GEIN fue disuelto y sus integrantes, lejos de ser premiados, fueron castigados con disposiciones que virtualmente liquidaban sus carreras. Como secreta reivindicación de su hazaña los GEIN colocaron en el pecho de Guzmán, cuando fue exhibido con su traje a rayas en una jaula, su sello, el número 1509, 15 de setiembre: la fecha del aniversario de la Policía de Investigaciones, de donde procedían. Ellos merecen toda nuestra gratitud.
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