La guerra provocada
Mañana se cumplirán 20 años del inicio de la Guerra de las Malvinas. A pesar del tiempo transcurrido, el hecho que disparó la conflagración –el desembarco en las islas de un grupo de obreros enviados por el comerciante Constantino Davidoff– sigue siendo un episodio oscuro. La historia oficial dice hasta hoy que se trató de una acción circunstancial, pero investigaciones periodísticas han revelado que fue preparada por la Inteligencia argentina con el fin de precipitar el conflicto.
Entre los fierros oxidados del abandonado Puerto Leith, la bandera celeste y blanca flameaba, agitada por el viento helado del Atlántico Sur. Los obreros habían empleado como mástil un remo roto, colocado sobre una torreta del equipo de generación eléctrica que habían llevado. Trabajaban para el argentino Constantino Davidoff, quien le había comprado a una empresa escocesa los restos de sus antiguas instalaciones balleneras en los puertos de Leith, Stromness y Husvik, en las islas Georgias del Sur, para usarlas en futuros astilleros. Ningún obrero había pasado por los controles de inmigración que exigía el gobierno británico. Eso, más el hecho de que la bandera albiceleste ondeara al viento, resultaba una provocación hacia el administrador de las islas. Y allí estaban ellos ese 19 de marzo de 1982, en el puerto de Leith, desembarcando sus equipos, cuando fueron descubiertos.
Para entonces, los planes de la Junta Militar argentina para ocupar las islas Malvinas (nombre que para los argentinos abarcaba a las islas Malvinas, a las Georgias del Sur y a las Sándwich del Sur) ya estaban bastante avanzados. Habían sido acordados por los tres miembros de la Junta –el general Leopoldo Galtieri, su presidente; el almirante Jorge Anaya y el brigadier Basilio Lamid Dozo– a mediados de diciembre de 1981, a iniciativa de Anaya, quien buscaba alcanzar así un viejo anhelo de la Armada argentina, frustrada luego de que la intervención del Papa en 1979 detuvo la guerra con Chile por el Canal de Beagle.
De acuerdo con el libro Malvinas. La trama secreta de los periodistas argentinos Óscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy, el general Galtieri se preparó desde ese momento para iniciar la guerra aun cuando ambos países tenían planeado llevar a cabo, en febrero, una ronda de conversaciones preliminares. Cuando, concluidas estas conversaciones, Gran Bretaña no dio señales de querer un entendimiento rápido –Argentina pedía que se creara una comisión que en un plazo de un año definiera el tema de la soberanía de las islas–, el dictador ordenó a su canciller, Nicanor Costa Méndez, emitir un pronunciamiento en el que advertía a los ingleses que frente a su silencio Buenos Aires elegiría el procedimiento que mejor convenga a sus intereses para hacer valer su reclamo.
Fue en ese momento de tensión cuando se produjo el desembarco de los obreros de Davidoff en las Georgias del Sur.
Indignación británica
Los obreros –aproximadamente un centenar– fueron descubiertos por un equipo del British Antartic Survey (el instituto británico que monitorea la Antártida). El jefe del equipo les pidió que bajaran la bandera, a lo que ellos accedieron. El gobernador de las islas informó rápidamente del incidente al embajador británico en Argentina, quien transmitió la información a Londres. En Downing Street, Margaret Thatcher y sus principales funcionarios reaccionaron indignados. La Dama de Hierro decidió enviar el HMS Endurance –el buque que custodiaba las islas– a desalojar a la cuadrilla y expresar a Costa Méndez, a través de su embajador, su más enérgica protesta.
La diplomacia argentina trató de convencer a los británicos de que Davidoff había actuado bajo su propia responsabilidad, algo que se hacía difícil de creer ya que sus obreros habían llegado a Puerto Leith en un buque –fletado– de la Armada argentina. Pero las tensiones se agravaron cuando la reducida población isleña –que trabajaba para la Falkland Islands Company y, por lo tanto, era abiertamente pro británica– adoptó actitudes hostiles contra los empleados argentinos de Líneas Aéreas del Estado, Gas del Estado e YPF, que operaban en Puerto Stanley.
Mientras sus diplomáticos padecían –ninguno, excepto el canciller, conocía los planes de invasión–, los militares argentinos se preparaban para la guerra. El 26 de marzo, el embajador británico insistió a Costa Méndez en que el gobierno argentino por lo menos dispusiera recoger a sus obreros y llevarlos a Grytviken, la capital de Georgias del Sur, para sellarles sus tarjetas de ingreso. El canciller quedó en consultar al presidente de la Junta y responder. Esa noche, al llegar a la reunión con la Junta, Costa Méndez fue recibido por rostros sonrientes. “Tome asiento, doctor”, le dijo Lami Dozo. “Y prepárese, ya decidimos lo de las Malvinas”. Galtieri le dijo que las circunstancias no permitían ya dar marcha atrás. El canciller, hombre pragmático al fin, se limitó a comentar: “Si ya han decidido llevar adelante la operación, sólo me queda recomendar que se haga a la brevedad. No hay que demorar un minuto más de lo necesario”.
Dos días después, el 28 de marzo, zarpó, desde Puerto Belgrano, la flota de mar argentina, con dirección a las islas Malvinas.
Marinos encubiertos
Lo que mucha gente no sabía en ese momento es que entre los obreros de Davidoff hubo efectivos de la Armada infiltrados. Las fuentes militares que hablaron con los autores de Malvinas. La trama secreta les explicaron que en los meses previos a la invasión la Armada planificó una operación de inteligencia, llamada Operativo Alfa, para instalar una base militar en las Georgias del Sur bajo la fachada de una base científica. Cuando la Junta decidió ir a la guerra, el almirante Anaya ordenó cancelarla. Al menos, esa es la versión oficial. Pero, según los periodistas que investigaron este episodio, todo indica que no fue cancelada del todo sino que fue integrada a la operación de desembarco de Davidoff. Una de sus fuentes les refirió que cuando revisó la nómina de los obreros, encontró que estaban infiltrados al menos 10 de los marinos que habían sido elegidos para participar en el Operativo Alfa. ¿Fueron ellos los que propusieron izar la bandera? La hipótesis tiene sustento. Esa bandera argentina flameando al viento fue la provocación que desataría la indignación de los británicos. Y el pretexto ideal para precipitar la guerra. (OM)]
¿A quién le pertenecen?
Desde que los europeos las conocieron, en esporádicos viajes entre 1520 y 1594, las Malvinas han sido objeto de disputa entre Gran Bretaña, España y Francia. En 1766 España estableció la Gobernación de las Islas Malvinas y, poco después, logró que los ingleses se retiren. Sin embargo, a inicios del siglo XIX los españoles también se fueron, por lo que quedaron desiertas. En 1820, el gobierno de Buenos Aires reclamó la posesión de las islas. Después de todo, había evidencias de que indígenas de la Tierra del Fuego las habían habitado antes de la llegada de los europeos. Pero en 1833 Inglaterra envió una fragata de guerra para recuperarlas en nombre de su rey. El jefe militar argentino, al ver que no estaba en condiciones de entablar pelea, se retiró al continente. Desde ese día, 3 de enero, hasta hoy –excepto por los 73 días que duró la ocupación argentina en 1982– las Malvinas han permanecido en poder de los británicos.
Víctimas mortales
649 militares argentinos
255 militares británicos
3 civiles isleños
Fuente: Diario La República (Perú), Revista Domingo. 01 de abril de 2012. Recomendados:
El Perú y la Guerra de las Malvinas. Aurelio Crovetto, Gonzalo Tueros y Pedro Ávila en el apoyo militar a Argentina.
Nacionalismo malvinero, identidad territorial e Informe Rattenbach.
No hay comentarios:
Publicar un comentario