Cèsar Lèvano (Periodista)
Hace 165 años, un día como hoy, en 1844, nació Manuel González Prada, guía de una movilización política, social, moral y cultural que remeció el Siglo XX peruano.
Más allá de su prosa, a la vez marmórea y flamígera; más allá de su anarquismo, cuya validez puede sorprender a los miopes, hay en el Maestro una vibración que todavía nos estremece: su anatema contra los corruptos, los dueños del poder, los incapaces, los gamonales y los patronos que abusaban del indio y del obrero.
Este hombre rubio, que fue el peruano más culto de su época, fue vindicador de los de abajo. En los días de la Guerra con Chile se mostró como viril combatiente y como defensor del soldado andino.
No es por azar que en la primera conmemoración del Primero de Mayo en el Perú, en 1905, pronunciara el discurso sobre el intelectual y el obrero. Ese texto fue reproducido en revistas publicadas en los años veinte del siglo pasado en Arequipa, Cusco y Huaraz.
González Prada no fue un “intelectual de gabinete”. Era asiduo conferenciante en círculos obreros, colaboraba intensamente en periódicos proletarios.
Don Manuel no imaginaba un abismo entre la lucha y la poesía. Como Heinrich Heine, el genial poeta alemán, sabía unir la tendencia y la belleza. Sus Baladas peruanas lo demuestran. No es que, como supuso ese fino cronista que fue Ventura García Calderón, se deleitara sólo con la mujer y la copa de vino en que navegan unos pétalos de rosa. Lo poeta no quita lo valiente.
Para aquilatar la condición de orientador de Don Manuel basta recordar cómo estimuló tempranamente a dos poetas tan excelsos como José María Eguren y César Vallejo.
Eguren recordó en una entrevista que, animado por un grupo de amigos y “por el maestro González Prada”, editó su libro Simbólicas.
Como es sabido, Vallejo encabezó su poema Los dados eternos con un epígrafe en el que reconocía el aliento que por “esta emoción bravía y selecta” le había brindado “el gran maestro”.
Cuando se estudia la historia del radicalismo político y social del Siglo XX se encuentran por doquier raíces gonzalezpradistas, anarquistas.
En el Cusco de los años veinte de esa centuria se comprueba que cuadros que evolucionaron hacia el marxismo eran inicialmente libertarios.
En Trujillo, apristas fundadores como Manuel Barreto y Manuel Arévalo se habían templado en la fragua de González Prada.
“En Manuel González Prada admiramos, sobre todo, el austero ejemplo moral, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía”, escribió José Carlos Mariátegui en 7 Ensayos.
¡Cómo hubiera temblado de cólera, con qué pluma de acero y desprecio hubiera fustigado el Maestro a los ministros que, a sugerencia de Alan García, se han asignado un aumento mensual de 23 mil soles! (más o menos lo que gastan dos familias obreras durante un año)
Más allá de su prosa, a la vez marmórea y flamígera; más allá de su anarquismo, cuya validez puede sorprender a los miopes, hay en el Maestro una vibración que todavía nos estremece: su anatema contra los corruptos, los dueños del poder, los incapaces, los gamonales y los patronos que abusaban del indio y del obrero.
Este hombre rubio, que fue el peruano más culto de su época, fue vindicador de los de abajo. En los días de la Guerra con Chile se mostró como viril combatiente y como defensor del soldado andino.
No es por azar que en la primera conmemoración del Primero de Mayo en el Perú, en 1905, pronunciara el discurso sobre el intelectual y el obrero. Ese texto fue reproducido en revistas publicadas en los años veinte del siglo pasado en Arequipa, Cusco y Huaraz.
González Prada no fue un “intelectual de gabinete”. Era asiduo conferenciante en círculos obreros, colaboraba intensamente en periódicos proletarios.
Don Manuel no imaginaba un abismo entre la lucha y la poesía. Como Heinrich Heine, el genial poeta alemán, sabía unir la tendencia y la belleza. Sus Baladas peruanas lo demuestran. No es que, como supuso ese fino cronista que fue Ventura García Calderón, se deleitara sólo con la mujer y la copa de vino en que navegan unos pétalos de rosa. Lo poeta no quita lo valiente.
Para aquilatar la condición de orientador de Don Manuel basta recordar cómo estimuló tempranamente a dos poetas tan excelsos como José María Eguren y César Vallejo.
Eguren recordó en una entrevista que, animado por un grupo de amigos y “por el maestro González Prada”, editó su libro Simbólicas.
Como es sabido, Vallejo encabezó su poema Los dados eternos con un epígrafe en el que reconocía el aliento que por “esta emoción bravía y selecta” le había brindado “el gran maestro”.
Cuando se estudia la historia del radicalismo político y social del Siglo XX se encuentran por doquier raíces gonzalezpradistas, anarquistas.
En el Cusco de los años veinte de esa centuria se comprueba que cuadros que evolucionaron hacia el marxismo eran inicialmente libertarios.
En Trujillo, apristas fundadores como Manuel Barreto y Manuel Arévalo se habían templado en la fragua de González Prada.
“En Manuel González Prada admiramos, sobre todo, el austero ejemplo moral, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía”, escribió José Carlos Mariátegui en 7 Ensayos.
¡Cómo hubiera temblado de cólera, con qué pluma de acero y desprecio hubiera fustigado el Maestro a los ministros que, a sugerencia de Alan García, se han asignado un aumento mensual de 23 mil soles! (más o menos lo que gastan dos familias obreras durante un año)
Fuente: Diario La Primera. 06/01/09
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