Kim Jong-il juega a la guerra
Por: Farid Kahhat (Internacionalista)
De un tiempo a esta parte, Estados Unidos despliega un diligente cortejo alrededor de varios Estados con territorio en Asia. Primero suscribió un convenio de cooperación nuclear con la India y acaba de suscribir otro, que implica la transferencia de tecnología susceptible de uso militar (amén de respaldar su postulación a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y hacerle una oferta por 126 aviones de combate). Luego vino el denodado esmero por recomponer la relación bilateral con Rusia, al punto de que la OTAN acaba de invitarla a sumarse a su proyecto de escudo antimisiles. En junio, firmó con Vietnam un acuerdo de cooperación nuclear, y dos meses después el portaviones George Washington surcaba las aguas de ese país en conmemoración del 15 aniversario de la normalización de las relaciones bilaterales. Por último, ese mismo portaviones participó, en días recientes, en maniobras militares conjuntas entre EE.UU. y Corea del Sur.
¿Qué tienen en común esos Estados? Que, salvo por Corea del Sur, todos tienen una frontera terrestre con China. Y Corea del Sur también la tendría, de no mediar la división de la península coreana en dos Estados. No en vano las autoridades chinas creen que EE.UU. pretende tender un cerco de seguridad alrededor de sus fronteras. Por ello, Corea del Norte solía representar para China el proverbial ‘Estado Tapón’, cuya existencia era vital para establecer una distancia prudencial entre su territorio y una Corea del Sur que alberga bases militares de EE.UU.
Bajo esa lógica, una eventual reunificación de la península bajo la égida de Corea del Sur debería ser una pesadilla geopolítica para China. O tal vez no, según los cables filtrados por Wikileaks. Al parecer, el régimen chino confía en el poder gravitacional de su economía para atraer a una Corea unificada hacia su órbita de influencia. Después de todo, ya en el 2004 había desplazado a EE.UU. como su principal socio comercial, y mientras un acuerdo de libre comercio entre Corea del Sur y China parece inminente, las negociaciones para suscribir un acuerdo similar entre Corea del Sur y EE.UU. siguen estancadas. El cálculo parece ser que, en una península libre de las actuales hipotecas geopolíticas, una Corea unificada priorizaría sus relaciones económicas con China por sobre sus relaciones de seguridad con EE.UU. (asumiendo, claro está, que ese nuevo Estado no comparta los temores que la influencia creciente de China suscita entre sus vecinos).
En materia económica, en cambio, Corea del Norte no solo no es un socio de interés para China, sino que es, además, una rémora (rémora a la que subsidia, por ejemplo, entregándole petróleo a precios por debajo de su cotización internacional, pese a que China tiene que importarlo). Podría alegarse que China tolera a Corea del Norte como rémora económica precisamente porque es un activo estratégico, pero eso es francamente discutible.
La razón por la que a China le interesa mantener cierta influencia sobre el curso de los acontecimientos en Corea del Norte sería el potencial disruptivo que anida en ese país: de un lado se trata de una economía sumida en la miseria; de otro, se trata de una potencia nuclear. Lo cual hace que pueda ser una fuente de inestabilidad regional por dos razones: en primer lugar, por las consecuencias que podría tener su eventual colapso político (por ejemplo, una invasión de refugiados, tecnología nuclear en manos de los separatistas uigures en China, etc.). En segundo lugar, dado que carece de cualquier otro medio para obtener sus fines, tanto en materia económica como de seguridad, el régimen norcoreano apela, con singular desenfado, a su poderío militar como instrumento de negociación (por ejemplo, a través de acciones como el reciente ataque contra la isla Yeonpyeong). Todo lo cual explica la opinión sobre Kim Jong-il que, según un cable de la diplomacia estadounidense, expresara un alto funcionario chino: es como un “niño malcriado”, siempre presto a perpetrar alguna travesura para atraer la atención de sus interlocutores. El único inconveniente con esa metáfora es que ningún “enfant terrible” había contado jamás con medios tan expeditivos para llamar la atención.
Fuente: Diario El Comercio (Perú). Domingo 5 de Diciembre del 2010.
Por: Farid Kahhat (Internacionalista)
De un tiempo a esta parte, Estados Unidos despliega un diligente cortejo alrededor de varios Estados con territorio en Asia. Primero suscribió un convenio de cooperación nuclear con la India y acaba de suscribir otro, que implica la transferencia de tecnología susceptible de uso militar (amén de respaldar su postulación a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y hacerle una oferta por 126 aviones de combate). Luego vino el denodado esmero por recomponer la relación bilateral con Rusia, al punto de que la OTAN acaba de invitarla a sumarse a su proyecto de escudo antimisiles. En junio, firmó con Vietnam un acuerdo de cooperación nuclear, y dos meses después el portaviones George Washington surcaba las aguas de ese país en conmemoración del 15 aniversario de la normalización de las relaciones bilaterales. Por último, ese mismo portaviones participó, en días recientes, en maniobras militares conjuntas entre EE.UU. y Corea del Sur.
¿Qué tienen en común esos Estados? Que, salvo por Corea del Sur, todos tienen una frontera terrestre con China. Y Corea del Sur también la tendría, de no mediar la división de la península coreana en dos Estados. No en vano las autoridades chinas creen que EE.UU. pretende tender un cerco de seguridad alrededor de sus fronteras. Por ello, Corea del Norte solía representar para China el proverbial ‘Estado Tapón’, cuya existencia era vital para establecer una distancia prudencial entre su territorio y una Corea del Sur que alberga bases militares de EE.UU.
Bajo esa lógica, una eventual reunificación de la península bajo la égida de Corea del Sur debería ser una pesadilla geopolítica para China. O tal vez no, según los cables filtrados por Wikileaks. Al parecer, el régimen chino confía en el poder gravitacional de su economía para atraer a una Corea unificada hacia su órbita de influencia. Después de todo, ya en el 2004 había desplazado a EE.UU. como su principal socio comercial, y mientras un acuerdo de libre comercio entre Corea del Sur y China parece inminente, las negociaciones para suscribir un acuerdo similar entre Corea del Sur y EE.UU. siguen estancadas. El cálculo parece ser que, en una península libre de las actuales hipotecas geopolíticas, una Corea unificada priorizaría sus relaciones económicas con China por sobre sus relaciones de seguridad con EE.UU. (asumiendo, claro está, que ese nuevo Estado no comparta los temores que la influencia creciente de China suscita entre sus vecinos).
En materia económica, en cambio, Corea del Norte no solo no es un socio de interés para China, sino que es, además, una rémora (rémora a la que subsidia, por ejemplo, entregándole petróleo a precios por debajo de su cotización internacional, pese a que China tiene que importarlo). Podría alegarse que China tolera a Corea del Norte como rémora económica precisamente porque es un activo estratégico, pero eso es francamente discutible.
La razón por la que a China le interesa mantener cierta influencia sobre el curso de los acontecimientos en Corea del Norte sería el potencial disruptivo que anida en ese país: de un lado se trata de una economía sumida en la miseria; de otro, se trata de una potencia nuclear. Lo cual hace que pueda ser una fuente de inestabilidad regional por dos razones: en primer lugar, por las consecuencias que podría tener su eventual colapso político (por ejemplo, una invasión de refugiados, tecnología nuclear en manos de los separatistas uigures en China, etc.). En segundo lugar, dado que carece de cualquier otro medio para obtener sus fines, tanto en materia económica como de seguridad, el régimen norcoreano apela, con singular desenfado, a su poderío militar como instrumento de negociación (por ejemplo, a través de acciones como el reciente ataque contra la isla Yeonpyeong). Todo lo cual explica la opinión sobre Kim Jong-il que, según un cable de la diplomacia estadounidense, expresara un alto funcionario chino: es como un “niño malcriado”, siempre presto a perpetrar alguna travesura para atraer la atención de sus interlocutores. El único inconveniente con esa metáfora es que ningún “enfant terrible” había contado jamás con medios tan expeditivos para llamar la atención.
Fuente: Diario El Comercio (Perú). Domingo 5 de Diciembre del 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario