EE.UU. y China
Uno pierde, el otro gana
James Petras
Profesor emérito de Sociología en la Binghamton University, State University of New York.
Traducido por S. Seguí
Conclusión
China no es un país capitalista de excepción. Bajo el capitalismo chino, se produce la explotación del trabajo, las desigualdades de riqueza y acceso a los servicios abundan, los pequeños agricultores se ven desplazados por megaproyectos de embalses, y las empresas chinas extraen minerales y otros recursos naturales en el Tercer Mundo sin demasiadas contemplaciones. Sin embargo, China ha creado decenas de millones de empleos en la industria, y ha reducido la pobreza con más rapidez y para más personas en el lapso más breve de la historia. Sus bancos financian sobre todo la producción. China no bombardea, no invade ni saquea otros países. En contraste, el capitalismo de EE.UU. se halla enfeudado a una monstruosa máquina militar mundial que drena su economía nacional y reduce los niveles de vida del país para financiar sus interminables guerras en el extranjero. El capital financiero, inmobiliario y comercial socava el sector manufacturero, y obtiene sus beneficios de la especulación y las importaciones baratas.
China invierte en países ricos en petróleo; EE.UU. los ataca. China vende bandejas y tazones para los banquetes de boda afganos; EE.UU. bombardea las celebraciones con sus aviones teledirigidos. China invierte en industrias extractivas, pero, a diferencia de los colonos europeos, construye ferrocarriles, puertos, aeropuertos y proporciona crédito accesible. China no financia ni arma guerras étnicas, ni organiza “revoluciones de colores” como la CIA estadounidense. China autofinancia su propio crecimiento, su comercio y su sistema de transporte; mientras, EE.UU. se hunde bajo una deuda de varios billones de dólares para financiar sus guerras sin fin, rescatar sus bancos de Wall Street y apuntalar otros sectores no productivos, mientras que muchos millones de personas permanecen sin empleo.
China crecerá y ejercerá poder a través del mercado, EE.UU. entrará en guerras sin fin en su camino a la bancarrota y la descomposición interna. El crecimiento diversificado de China está relacionado con interlocutores económicos dinámicos; el militarismo de EE.UU. se ha vinculado a narcoestados, regímenes dirigidos por señores de la guerra, supervisores de repúblicas bananeras, y al último y peor régimen racista y colonial declarado: Israel.
China atrae a los consumidores del mundo; las guerras globales de EE.UU. producen terroristas en el interior del país y en el extranjero.
China podrá hallarse ante crisis e incluso ante rebeliones de los trabajadores, pero tiene los recursos económicos para darles solución. EE.UU. está en crisis y puede enfrentarse a una rebelión interna, pero ha agotado su crédito y sus fábricas están en el extranjero, mientras que sus bases e instalaciones militares representan pasivos, no activos. Hay menos fábricas en EE.UU. que vuelvan a contratar a sus trabajadores desesperados: un levantamiento social podía mostrar a los trabajadores estadounidenses ocupando los esqueletos vacíos de sus antiguas fábricas.
Para convertirnos en un Estado "normal" tenemos que empezar desde el principio: cerrar todos los bancos de inversión y las bases militares en el extranjero, y regresar a América. Tenemos que comenzar la larga marcha hacia la reconstrucción de una industria al servicio de nuestras necesidades nacionales, a vivir dentro de nuestro propio entorno natural, y a abandonar la construcción del imperio en favor de la construcción de una república socialista democrática.
¿Cuándo vamos a tomar el Financial Times, o cualquier otro diario, y leer acerca de nuestra propia línea de alta velocidad que transporte pasajeros estadounidense de Nueva York a Boston en menos de una hora? ¿Cuándo van nuestras propias fábricas a suministrar nuestras tiendas de ferretería? ¿Cuándo vamos a construir generadores de energía eólica, solar y oceánica? ¿Cuándo vamos a abandonar nuestras bases militares, y vamos a permitir que los señores de la guerra los traficantes de drogas y los terroristas hagan frente a la justicia de su propia gente?
¿Llegaremos a leer acerca de todo esto en el Financial Times?
En China, todo comenzó con una revolución...
Fuente: Rebelión.org (06 de enero del 2010).
Uno pierde, el otro gana
James Petras
Profesor emérito de Sociología en la Binghamton University, State University of New York.
Traducido por S. Seguí
Conclusión
China no es un país capitalista de excepción. Bajo el capitalismo chino, se produce la explotación del trabajo, las desigualdades de riqueza y acceso a los servicios abundan, los pequeños agricultores se ven desplazados por megaproyectos de embalses, y las empresas chinas extraen minerales y otros recursos naturales en el Tercer Mundo sin demasiadas contemplaciones. Sin embargo, China ha creado decenas de millones de empleos en la industria, y ha reducido la pobreza con más rapidez y para más personas en el lapso más breve de la historia. Sus bancos financian sobre todo la producción. China no bombardea, no invade ni saquea otros países. En contraste, el capitalismo de EE.UU. se halla enfeudado a una monstruosa máquina militar mundial que drena su economía nacional y reduce los niveles de vida del país para financiar sus interminables guerras en el extranjero. El capital financiero, inmobiliario y comercial socava el sector manufacturero, y obtiene sus beneficios de la especulación y las importaciones baratas.
China invierte en países ricos en petróleo; EE.UU. los ataca. China vende bandejas y tazones para los banquetes de boda afganos; EE.UU. bombardea las celebraciones con sus aviones teledirigidos. China invierte en industrias extractivas, pero, a diferencia de los colonos europeos, construye ferrocarriles, puertos, aeropuertos y proporciona crédito accesible. China no financia ni arma guerras étnicas, ni organiza “revoluciones de colores” como la CIA estadounidense. China autofinancia su propio crecimiento, su comercio y su sistema de transporte; mientras, EE.UU. se hunde bajo una deuda de varios billones de dólares para financiar sus guerras sin fin, rescatar sus bancos de Wall Street y apuntalar otros sectores no productivos, mientras que muchos millones de personas permanecen sin empleo.
China crecerá y ejercerá poder a través del mercado, EE.UU. entrará en guerras sin fin en su camino a la bancarrota y la descomposición interna. El crecimiento diversificado de China está relacionado con interlocutores económicos dinámicos; el militarismo de EE.UU. se ha vinculado a narcoestados, regímenes dirigidos por señores de la guerra, supervisores de repúblicas bananeras, y al último y peor régimen racista y colonial declarado: Israel.
China atrae a los consumidores del mundo; las guerras globales de EE.UU. producen terroristas en el interior del país y en el extranjero.
China podrá hallarse ante crisis e incluso ante rebeliones de los trabajadores, pero tiene los recursos económicos para darles solución. EE.UU. está en crisis y puede enfrentarse a una rebelión interna, pero ha agotado su crédito y sus fábricas están en el extranjero, mientras que sus bases e instalaciones militares representan pasivos, no activos. Hay menos fábricas en EE.UU. que vuelvan a contratar a sus trabajadores desesperados: un levantamiento social podía mostrar a los trabajadores estadounidenses ocupando los esqueletos vacíos de sus antiguas fábricas.
Para convertirnos en un Estado "normal" tenemos que empezar desde el principio: cerrar todos los bancos de inversión y las bases militares en el extranjero, y regresar a América. Tenemos que comenzar la larga marcha hacia la reconstrucción de una industria al servicio de nuestras necesidades nacionales, a vivir dentro de nuestro propio entorno natural, y a abandonar la construcción del imperio en favor de la construcción de una república socialista democrática.
¿Cuándo vamos a tomar el Financial Times, o cualquier otro diario, y leer acerca de nuestra propia línea de alta velocidad que transporte pasajeros estadounidense de Nueva York a Boston en menos de una hora? ¿Cuándo van nuestras propias fábricas a suministrar nuestras tiendas de ferretería? ¿Cuándo vamos a construir generadores de energía eólica, solar y oceánica? ¿Cuándo vamos a abandonar nuestras bases militares, y vamos a permitir que los señores de la guerra los traficantes de drogas y los terroristas hagan frente a la justicia de su propia gente?
¿Llegaremos a leer acerca de todo esto en el Financial Times?
En China, todo comenzó con una revolución...
Fuente: Rebelión.org (06 de enero del 2010).
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