Leguía: a los 80 años de su muerte
A su caída en 1930, los implacables enemigos de Leguía lo encerraron, sin mandato judicial alguno, en una lóbrega mazmorra sin servicios higiénicos ni atención médica para su dolorosa enfermedad, y lo mantuvieron férreamente incomunicado para que no pudiera defenderse de las calumniosas acusaciones que lanzaban impunemente contra el anciano presidente, enfermo, desvalido y martirizado física y moralmente hasta su muerte en 1932. Pero, finalmente, el único cargo del tenebroso Tribunal de Sanción que inventaron para deshonrarlo –el de enriquecimiento ilícito que nunca pudieron probar– se derrumbó para siempre en el titular con que La Prensa –el diario que más lo combatió– recordó el centenario de su nacimiento en 1963: “Murió sin un centavo”.
No bastó con causarle la muerte. Una pesada losa de silencio y olvido –la muerte civil– cayó sobre su memoria, para que, durante estos 80 años, cuatro generaciones de peruanos ignoraran la grandeza de su obra; para que su nombre fuera borrado de la historia –ninguna calle de Lima lo lleva– y para que nunca más se volviera a desplazar del poder a la oligarquía, como lo había hecho él para gobernar con la clase media y provinciana.
Nadie tuvo una palabra de recuerdo para él cuando recientemente se terminó el túnel de Olmos, el grandioso proyecto de irrigación concebido e iniciado por Leguía para dotar a los pequeños agricultores peruanos de 120.000 hectáreas de nuevas tierras, pero que ahora parece como si hubiera nacido del aire, o como si a nadie le importara que el odio destructor de la vieja oligarquía hubiera privado al Perú de esa inmensa fuente de riqueza durante más de 80 años.
Pero Leguía tuvo también adversarios justos, que en 1932 se inclinaron ante los restos del mandatario caído, redimido y purificado por el sufrimiento y la muerte. El legendario periodista Federico More, que lo combatió sin tregua, publicó entonces el artículo del que extraemos las siguientes frases: “Desdichado como Salaverry, audaz como Piérola, vivaz como Castilla, es el único que supo darnos la sensación de que éramos grandes y fuertes. […] Ante Leguía vivo, temblaron todos los peruanos. Los unos para adorarlo, los otros para cubrirlo de infamia. […] Su muerte, atrozmente fecunda en inenarrables dolores del cuerpo y del alma; su vida llena de peripecias brillantes y fúlgidas son la vida y la muerte de los varones a los que la Providencia reserva un sino singular”.
Porque, a la larga, el destino es el amo del juego y, a sólo tres años de su desaparición, sus dos más encarnizados enemigos habían perecido en circunstancias aún más trágicas y cruentas. En esta hora, que debe ser de reconciliación con la verdad y el pasado y de rescate de la figura histórica de Leguía –que en 1978 fuera proclamado, con nobleza, por Haya de la Torre, como el más grande presidente peruano del siglo XX– debemos desear a todos ellos paz en sus tumbas.
Fuente: Diario La República. 12 de febrero del 2012.
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Leguía. Agustín Haya de la Torre.
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