No es 1929
Por: Antonio Zapata (Historiador)
Un libro clave sobre la crisis de 1929 fue escrito por John K. Galbraight, quien fuera premio Nóbel de economía y reputado profesor universitario norteamericano. Él sostiene que la causa última de la crisis es la codicia, una actitud subjetiva que desata un irrefrenable deseo de obtener dinero fácil. Esa voluntad de ganar mucho sin mayor esfuerzo conduce a la euforia de precios que depresión es consecuencia del frenesí y su magnitud es tanto más honda cuanto más especulativo haya sido el proceso. Ahora bien, ¿cuándo se desata la codicia al punto de provocar una megacrisis? De acuerdo a Galbraight, cuando una generación se olvida de la crisis anterior y cree que puede llenarse los bolsillos especulando sin trabajar. Para tener claro el drama de 1929, Galbraight analiza el ciclo anterior del capitalismo. Se remite a la bancarrota de 1873, la misma que llevó al Perú al descalabro económico anterior a la guerra con Chile. Entre una y otra megacrisis había sesenta años, tiempo suficiente para que se disipe la experiencia anterior. Después de cada gran crisis, se refuerza el poder del Estado sobre la economía. La gente percibe que el libre mercado conduce a la euforia que lleva al derrumbe.
Por ello, se imponen mecanismos para frenar la especulación. Pero, cuando pasan unos cincuenta años mueren todos los que ya eran adultos en la ocasión anterior. Se diluyen las lecciones aprendidas y surge una generación alocada que cree que hacer dinero es juego de niños.
En nuestro caso han sido los yuppies, que ofrecieron particulares lecciones de irresponsabilidad desmontando los controles del Estado benefactor, acusándolo de evitar que la gente se haga rica rápido. Según los líderes de los noventa, con el neoliberalismo la reducción del Estado garantizaba la expansión ilimitada del mercado.
Pero, la realidad ha parado en seco tanta monserga. Igual fue en 1929, cuando otra generación alocada por la plata fácil llevó al capitalismo a la gran depresión. Otro punto del profesor de Harvard es que crisis de esta magnitud significan gigantescos reacomodos de la correlación de fuerzas a escala mundial. Emergen algunos países, mientras otros declinan. Después de 1929, Europa occidental perdió posiciones dejando a la Alemania hitleriana entre los EEUU y Rusia soviética. Así había sido también en los 1870, que habían contemplado el ascenso de Alemania después de la derrota francesa en Sedán. El reajuste mundial preparó la emergencia del imperialismo clásico, que condujo a la I Guerra Mundial, del mismo modo como 1929 llevó a la Segunda.
El cambio de hegemonía siempre se ha saldado violentamente. Nunca ha sido pacífico. Las potencias declinantes no aceptan perder la hegemonía sin combatir. Normalmente pierden esas luchas y su costo mismo profundiza su declive. Por otro lado, nadie emerge a la hegemonía mundial sin luchar para abrirse camino, a codazos cuando menos. En nuestros días, esa conflagración son las diversas guerras de occidente con los musulmanes radicales.
Los EEUU se han metido en Afganistán e Irak y no saben cómo salir del embrollo. Obama ha prometido que los retirará sin que pierdan posiciones. ¿Podrá? Por su lado, atentados como los de Bombay esta semana indican que esa contradicción sigue caliente. Pareciera que los EEUU retroceden sin imponer su postura, porque no han terminado con la resistencia en ninguno de los países que han invadido en estos años. La principal potencia militar del planeta está estancada. En paralelo, la crisis económica se saldará por la afluencia de nuevo capital a los EEUU. A diferencia de 1929, en esta oportunidad los gobiernos han acudido masivamente a rescatar sus economías.
Cada semana se anuncian nuevo gigantescos aportes, que tienen que salir de alguna parte. A la larga será de los ahorros que el resto del mundo tiene en dólares y en bonos del tesoro norteamericano. Como son los orientales, empezando por China, los mayores poseedores de reservas norteamericanas, pues los tendremos comprando poco a poco medio EEUU. Por su parte, el gobierno americano va perdiendo sus guerras y el mundo realiza el giro que había previsto el filósofo Friedrich Hegel, quien sostenía que la hegemonía mundial se movía siempre hacia el oeste y que a continuación retornaría al oriente.
Fuente: Diario La República (Perú). Mié, 03/12/2008.
Por: Antonio Zapata (Historiador)
Un libro clave sobre la crisis de 1929 fue escrito por John K. Galbraight, quien fuera premio Nóbel de economía y reputado profesor universitario norteamericano. Él sostiene que la causa última de la crisis es la codicia, una actitud subjetiva que desata un irrefrenable deseo de obtener dinero fácil. Esa voluntad de ganar mucho sin mayor esfuerzo conduce a la euforia de precios que depresión es consecuencia del frenesí y su magnitud es tanto más honda cuanto más especulativo haya sido el proceso. Ahora bien, ¿cuándo se desata la codicia al punto de provocar una megacrisis? De acuerdo a Galbraight, cuando una generación se olvida de la crisis anterior y cree que puede llenarse los bolsillos especulando sin trabajar. Para tener claro el drama de 1929, Galbraight analiza el ciclo anterior del capitalismo. Se remite a la bancarrota de 1873, la misma que llevó al Perú al descalabro económico anterior a la guerra con Chile. Entre una y otra megacrisis había sesenta años, tiempo suficiente para que se disipe la experiencia anterior. Después de cada gran crisis, se refuerza el poder del Estado sobre la economía. La gente percibe que el libre mercado conduce a la euforia que lleva al derrumbe.
Por ello, se imponen mecanismos para frenar la especulación. Pero, cuando pasan unos cincuenta años mueren todos los que ya eran adultos en la ocasión anterior. Se diluyen las lecciones aprendidas y surge una generación alocada que cree que hacer dinero es juego de niños.
En nuestro caso han sido los yuppies, que ofrecieron particulares lecciones de irresponsabilidad desmontando los controles del Estado benefactor, acusándolo de evitar que la gente se haga rica rápido. Según los líderes de los noventa, con el neoliberalismo la reducción del Estado garantizaba la expansión ilimitada del mercado.
Pero, la realidad ha parado en seco tanta monserga. Igual fue en 1929, cuando otra generación alocada por la plata fácil llevó al capitalismo a la gran depresión. Otro punto del profesor de Harvard es que crisis de esta magnitud significan gigantescos reacomodos de la correlación de fuerzas a escala mundial. Emergen algunos países, mientras otros declinan. Después de 1929, Europa occidental perdió posiciones dejando a la Alemania hitleriana entre los EEUU y Rusia soviética. Así había sido también en los 1870, que habían contemplado el ascenso de Alemania después de la derrota francesa en Sedán. El reajuste mundial preparó la emergencia del imperialismo clásico, que condujo a la I Guerra Mundial, del mismo modo como 1929 llevó a la Segunda.
El cambio de hegemonía siempre se ha saldado violentamente. Nunca ha sido pacífico. Las potencias declinantes no aceptan perder la hegemonía sin combatir. Normalmente pierden esas luchas y su costo mismo profundiza su declive. Por otro lado, nadie emerge a la hegemonía mundial sin luchar para abrirse camino, a codazos cuando menos. En nuestros días, esa conflagración son las diversas guerras de occidente con los musulmanes radicales.
Los EEUU se han metido en Afganistán e Irak y no saben cómo salir del embrollo. Obama ha prometido que los retirará sin que pierdan posiciones. ¿Podrá? Por su lado, atentados como los de Bombay esta semana indican que esa contradicción sigue caliente. Pareciera que los EEUU retroceden sin imponer su postura, porque no han terminado con la resistencia en ninguno de los países que han invadido en estos años. La principal potencia militar del planeta está estancada. En paralelo, la crisis económica se saldará por la afluencia de nuevo capital a los EEUU. A diferencia de 1929, en esta oportunidad los gobiernos han acudido masivamente a rescatar sus economías.
Cada semana se anuncian nuevo gigantescos aportes, que tienen que salir de alguna parte. A la larga será de los ahorros que el resto del mundo tiene en dólares y en bonos del tesoro norteamericano. Como son los orientales, empezando por China, los mayores poseedores de reservas norteamericanas, pues los tendremos comprando poco a poco medio EEUU. Por su parte, el gobierno americano va perdiendo sus guerras y el mundo realiza el giro que había previsto el filósofo Friedrich Hegel, quien sostenía que la hegemonía mundial se movía siempre hacia el oeste y que a continuación retornaría al oriente.
Fuente: Diario La República (Perú). Mié, 03/12/2008.
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