Imagen: blog de Agustina Clemente.
Su encuentro con San Martín
Por: Miguel Angel de Marco. Director del Departamento de Historia de la UCA y miembro de número de la Academia Nacional de la Historia.
Cuando el transporte de guerra Villarino atracó el 28 de mayo de 1880 en el muelle porteño de las Catalinas trayendo desde Francia los restos mortales de José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, ataviado con su uniforme de general de brigada, recibió en nombre del Ejército a quien había sido su jefe más insigne.
En aquella ocasión, el viejo luchador subrayó una amarga costumbre argentina: la de proscribir al adversario en los hechos o en la memoria colectiva: "A nombre de la presente generación, recibimos estas cenizas del hombre ilustre, como expiación que la historia nos impone de los errores de la que nos precedió [...] Que otra generación que en pos de nosotros venga no se reúna un día en este mismo muelle a recibir los restos de los profetas, de los salvadores que nos fueron preparados por el genio de la Patria y habremos enviado al ostracismo, al destierro, al desaliento y a la desesperación". Tales palabras resultaban más dramáticas en aquellos días, en que estaba por estallar un nuevo enfrentamiento fratricida para poner fin a la antigua Cuestión Capital de la República.
Sarmiento pertenecía al reducido núcleo de ciudadanos eminentes que habían conocido y dialogado con quien, luego de dar libertad a la Argentina, Chile y Perú, había decidido expatriarse para no desenvainar su sable en las luchas entre hermanos.
Aquel féretro contenía los despojos del anciano que en 1846 lo había recibido repetidas veces en su casa de Grand Bourg. En sus diálogos con el Gran Capitán, el entonces reciente autor del Facundo , enviado a Europa y Estados Unidos por el gobierno de Chile, calibró la grandeza moral de quien había sabido renunciar al poder y la gloria para garantizar el éxito de la independencia americana.
El publicista le hizo saber que un lustro antes había publicado en El Mercurio, de Valparaíso, un artículo sobre el triunfo de Chacabuco con el seudónimo de "Un teniente de Artillería". El vívido relato había obtenido un juicio favorable de uno de los árbitros de las letras de su tiempo: el venezolano Andrés Bello, amigo de Bolívar y afincado definitivamente en Chile.
También hablaron acerca de la participación de los sanjuaninos en esa batalla, entre los que había estado el padre de Sarmiento, don José Clemente, y sobre el segundo jefe del Ejército Argentino-Chileno, Juan Gregorio de las Heras, su antiguo y fiel amigo, que residía en Santiago desde tiempo atrás. Este le había enviado a San Martín por su intermedio un retrato y una carta que contribuyeron a romper el hermetismo del general acerca de episodios de los que había sido el principal protagonista. Por otra parte, el Libertador estaba al tanto de los esfuerzos realizados por su visitante para que el gobierno chileno le devolviera su lugar y sueldo en la lista militar.
La impresión que le causó a don Domingo el viejo soldado se advierte en una carta a su íntimo amigo Antonino Aberastain: "No lejos de la margen del Sena, vive olvidado don José de San Martín, el primero y el más noble de los emigrados [...] Me recibió el buen viejo sin aquella reserva que pone de ordinario para con los americanos en sus palabras, cuando se trata de América. Hay en el corazón de este hombre una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas [...] Ha esperado sin murmurar cerca de treinta años la justicia de aquella posteridad a quien apelaba en sus últimos momentos de vida política [...] He pasado con él momentos sublimes que quedarán grabados en el espíritu. Solos, un día entero, tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias suscitadas a la ventura, un retrato de Bolívar que veía por acaso; entonces, animándose la conversación, lo he visto transfigurarse".
Sarmiento siguió su recorrida por otros países de Europa para volver nuevamente a Francia en junio de 1847. Escritor compulsivo e incansable, no sólo registraba puntualmente sus impresiones, gastos y aventuras en su Diario de Viaje , sino que por entonces borroneaba su discurso para incorporarse como miembro correspondiente al Instituto Histórico de Francia. Su disertación se refirió a los vínculos entre San Martín y Bolívar, y al renunciamiento del primero luego de la entrevista de Guayaquil.
Entre los asistentes a la solemne sesión se hallaba el propio Libertador, quien escuchó las expresiones de Sarmiento cuando se ocupó del célebre encuentro. Con vigorosa elocuencia trazó un paralelo entre el argentino y el venezolano. Mientras, según el nuevo académico, el primero era el paradigma del patriota grande y desinteresado que había sacrificado sus ambiciones personales en pos de cerrar el ciclo de la independencia, el segundo representaba el egoísmo y la obsesión por el poder sin límites.
La presencia de San Martín constituía un aval tácito a las manifestaciones de Sarmiento, por lo que no pocos historiadores consideraron el discurso de París como una de las piezas fundamentales para sostener la teoría del renunciamiento.
Don Domingo volvió a Grand Bourg el 18 de julio de 1847, antes de continuar su camino, angustiado por el modo con que se le escurría de las manos el escaso dinero de que disponía.
El Libertador lo recibió en compañía de su hija Mercedes, de su yerno, Mariano Balcarce, y de sus nietas, y le obsequió, como recuerdo, una hoja con su autógrafo y el de los demás miembros de su familia. En ella San Martín escribió un adagio de De Weiss: "Un prejuicio útil es más razonable que la verdad que lo destruye".
Cuando don Domingo volvió a Chile, manifestó de distintos modos su fervor hacia la figura del héroe, y al regresar a la patria, tras la caída de Rosas, promovió desde la función pública la valoración del prócer de dimensión americana.
En el bicentenario del nacimiento del gran hacedor de la nación organizada es justo vincular su recuerdo con el del hombre que tanto admiró. Sobre todo porque la memoria de Sarmiento sufre hoy esa especie de ostracismo al que aludió en su discurso, y que se refleja en la casi nula repercusión en estos días del singular acontecimiento que significó para la Argentina el que hubiera visto la luz un hombre de su talla.
Fuente: Diario La Nación (Argentina). Martes 15 de febrero de 2011.
Recomendados:
Domingo Faustino Sarmiento: Gran ferrocarril del interior Rosario-Córdoba, Banco Nacional, Primer Censo Nacional (1869) y Educación para todos.
Por: Miguel Angel de Marco. Director del Departamento de Historia de la UCA y miembro de número de la Academia Nacional de la Historia.
Cuando el transporte de guerra Villarino atracó el 28 de mayo de 1880 en el muelle porteño de las Catalinas trayendo desde Francia los restos mortales de José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, ataviado con su uniforme de general de brigada, recibió en nombre del Ejército a quien había sido su jefe más insigne.
En aquella ocasión, el viejo luchador subrayó una amarga costumbre argentina: la de proscribir al adversario en los hechos o en la memoria colectiva: "A nombre de la presente generación, recibimos estas cenizas del hombre ilustre, como expiación que la historia nos impone de los errores de la que nos precedió [...] Que otra generación que en pos de nosotros venga no se reúna un día en este mismo muelle a recibir los restos de los profetas, de los salvadores que nos fueron preparados por el genio de la Patria y habremos enviado al ostracismo, al destierro, al desaliento y a la desesperación". Tales palabras resultaban más dramáticas en aquellos días, en que estaba por estallar un nuevo enfrentamiento fratricida para poner fin a la antigua Cuestión Capital de la República.
Sarmiento pertenecía al reducido núcleo de ciudadanos eminentes que habían conocido y dialogado con quien, luego de dar libertad a la Argentina, Chile y Perú, había decidido expatriarse para no desenvainar su sable en las luchas entre hermanos.
Aquel féretro contenía los despojos del anciano que en 1846 lo había recibido repetidas veces en su casa de Grand Bourg. En sus diálogos con el Gran Capitán, el entonces reciente autor del Facundo , enviado a Europa y Estados Unidos por el gobierno de Chile, calibró la grandeza moral de quien había sabido renunciar al poder y la gloria para garantizar el éxito de la independencia americana.
El publicista le hizo saber que un lustro antes había publicado en El Mercurio, de Valparaíso, un artículo sobre el triunfo de Chacabuco con el seudónimo de "Un teniente de Artillería". El vívido relato había obtenido un juicio favorable de uno de los árbitros de las letras de su tiempo: el venezolano Andrés Bello, amigo de Bolívar y afincado definitivamente en Chile.
También hablaron acerca de la participación de los sanjuaninos en esa batalla, entre los que había estado el padre de Sarmiento, don José Clemente, y sobre el segundo jefe del Ejército Argentino-Chileno, Juan Gregorio de las Heras, su antiguo y fiel amigo, que residía en Santiago desde tiempo atrás. Este le había enviado a San Martín por su intermedio un retrato y una carta que contribuyeron a romper el hermetismo del general acerca de episodios de los que había sido el principal protagonista. Por otra parte, el Libertador estaba al tanto de los esfuerzos realizados por su visitante para que el gobierno chileno le devolviera su lugar y sueldo en la lista militar.
La impresión que le causó a don Domingo el viejo soldado se advierte en una carta a su íntimo amigo Antonino Aberastain: "No lejos de la margen del Sena, vive olvidado don José de San Martín, el primero y el más noble de los emigrados [...] Me recibió el buen viejo sin aquella reserva que pone de ordinario para con los americanos en sus palabras, cuando se trata de América. Hay en el corazón de este hombre una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas [...] Ha esperado sin murmurar cerca de treinta años la justicia de aquella posteridad a quien apelaba en sus últimos momentos de vida política [...] He pasado con él momentos sublimes que quedarán grabados en el espíritu. Solos, un día entero, tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias suscitadas a la ventura, un retrato de Bolívar que veía por acaso; entonces, animándose la conversación, lo he visto transfigurarse".
Sarmiento siguió su recorrida por otros países de Europa para volver nuevamente a Francia en junio de 1847. Escritor compulsivo e incansable, no sólo registraba puntualmente sus impresiones, gastos y aventuras en su Diario de Viaje , sino que por entonces borroneaba su discurso para incorporarse como miembro correspondiente al Instituto Histórico de Francia. Su disertación se refirió a los vínculos entre San Martín y Bolívar, y al renunciamiento del primero luego de la entrevista de Guayaquil.
Entre los asistentes a la solemne sesión se hallaba el propio Libertador, quien escuchó las expresiones de Sarmiento cuando se ocupó del célebre encuentro. Con vigorosa elocuencia trazó un paralelo entre el argentino y el venezolano. Mientras, según el nuevo académico, el primero era el paradigma del patriota grande y desinteresado que había sacrificado sus ambiciones personales en pos de cerrar el ciclo de la independencia, el segundo representaba el egoísmo y la obsesión por el poder sin límites.
La presencia de San Martín constituía un aval tácito a las manifestaciones de Sarmiento, por lo que no pocos historiadores consideraron el discurso de París como una de las piezas fundamentales para sostener la teoría del renunciamiento.
Don Domingo volvió a Grand Bourg el 18 de julio de 1847, antes de continuar su camino, angustiado por el modo con que se le escurría de las manos el escaso dinero de que disponía.
El Libertador lo recibió en compañía de su hija Mercedes, de su yerno, Mariano Balcarce, y de sus nietas, y le obsequió, como recuerdo, una hoja con su autógrafo y el de los demás miembros de su familia. En ella San Martín escribió un adagio de De Weiss: "Un prejuicio útil es más razonable que la verdad que lo destruye".
Cuando don Domingo volvió a Chile, manifestó de distintos modos su fervor hacia la figura del héroe, y al regresar a la patria, tras la caída de Rosas, promovió desde la función pública la valoración del prócer de dimensión americana.
En el bicentenario del nacimiento del gran hacedor de la nación organizada es justo vincular su recuerdo con el del hombre que tanto admiró. Sobre todo porque la memoria de Sarmiento sufre hoy esa especie de ostracismo al que aludió en su discurso, y que se refleja en la casi nula repercusión en estos días del singular acontecimiento que significó para la Argentina el que hubiera visto la luz un hombre de su talla.
Fuente: Diario La Nación (Argentina). Martes 15 de febrero de 2011.
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Domingo Faustino Sarmiento: Gran ferrocarril del interior Rosario-Córdoba, Banco Nacional, Primer Censo Nacional (1869) y Educación para todos.
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