El Congo: la colonia del Rey (1/6)
Por: Jorge Magasich
Cuando en el último tercio del siglo XIX las grandes potencias exploran el mundo en busca de regiones ricas en materias primas necesarias a la segunda Revolución industrial, el rey belga Leopoldo II, financia una nueva expedición del explorador inglés Henry Stanley para que tome posesión de tierras en África Central en nombre de una Asociación Internacional del Congo, en principio una sociedad filantrópica pero, en fin de cuentas, dirigida por el monarca. El inglés, como agente del rey belga, concluye dudosos tratados con varios jefes africanos, en los que éstos se someten a la autoridad de la Asociación. Se inicia así la colonización a lo largo del río Congo.
Poco después, en 1984, el canciller alemán Otto von Bismarck, invita a 14 potencias a reunirse para discutir del reparto de África en zonas de colonización. Durante la Conferencia de Berlín, los emisarios del Rey Leopoldo consiguen reproducir, a gran escala, el tradicional papel de estado tampón jugado por Bélgica en Europa. Los cuatro estados colonizadores mayores, Alemania, Francia, Inglaterra y Portugal, optan por evitar las delicadas fronteras comunes entre sus nuevos dominios y confirman la potestad de Leopoldo sobre vastos territorios de África Central.
Sin embargo, el Estado belga se muestra reacio a emprender nuevas colonizaciones, luego del fracaso del intento de implantarse de la región de Santo Tomás, en Guatemala. El Rey se ve adjudicados los territorios de África Central como un bien privado, administrados por su Asociación y bautizados como “Estado Independiente del Congo”. Durante 13 años el Congo pertenecerá al Rey de Bélgica, sin pertenecer al Estado belga.
Leopoldo II, definido por Stanley como un hombre “de una voracidad increíble”, organiza su colonia en zonas, distritos y departamentos administrativos, encomendados todos por europeos, dirigidos por un Consejo Superior. Una fuerza pública, dirigida por 360 oficiales de varias nacionalidades europeas, se encarga de conquistar y someter las regiones ricas en materias primas. La intervención militar es presentada como una expedición civilizadora de poblados ignorantes y como guerra humanitaria contra los esclavistas árabes.
El Rey acuerda concesiones a la Unión minera del alto Katanga y a la Sociedad Amberesina de comercio con el Congo, que invierten en las infraestructuras para explotar los minerales y organizar la explotación del caucho. Todo esto requiere una importante mano de obra.
La población autóctona, que vivía en una economía precapitalista, esquiva el trabajo en minas o plantaciones debido a las pagas irrisorias que por ello ofrecen. Las compañías coloniales imponen, entonces, el trabajo forzado: cada trabajador debe producir una cuota determinada diaria. Y si no la suministra, se le castiga con encierro, látigo, y toma de rehenes entre los miembros de la familia, a menudo sus hijos. Las poblaciones congolesas quedan a la merced de los agentes de las sociedades coloniales y de sus grupos armados, sin ningún marco jurídico ni contrapoder. Trabajos recientes de historiadores, como el belga Marchal, que inspiró al estadounidense Hochschild, han sacado a la luz ese período poco conocido del Estado independiente del Congo, como una era de portadores de cargas, trabajos forzados, y masacres. Los muertos se cuentan por centenas de miles, quizá millones.
Llegan a Bruselas noticias de la explotación inhumana, transmitidas por diplomáticos y empleados ingleses que impactan a la opinión a tal punto que el Rey debe aceptar una Comisión encargada de investigar las denuncias, en buena parte confirmadas. Ante los abusos intolerables develados, los partidos católico y liberal exigen nacionalizar la colonia. El Rey intenta, en vano, conservar una parte de ella como patrimonio privado. En 1908, el Parlamento belga vota las leyes que encomiendan al Estado la administración del Congo. Se cierra el negro período de la colonia real y se abre otro, también difícil, de la colonia de Estado.
Fuente: Diario Clarín de Chile. miércoles, 02 de agosto de 2006.
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Por: Jorge Magasich
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Poco después, en 1984, el canciller alemán Otto von Bismarck, invita a 14 potencias a reunirse para discutir del reparto de África en zonas de colonización. Durante la Conferencia de Berlín, los emisarios del Rey Leopoldo consiguen reproducir, a gran escala, el tradicional papel de estado tampón jugado por Bélgica en Europa. Los cuatro estados colonizadores mayores, Alemania, Francia, Inglaterra y Portugal, optan por evitar las delicadas fronteras comunes entre sus nuevos dominios y confirman la potestad de Leopoldo sobre vastos territorios de África Central.
Sin embargo, el Estado belga se muestra reacio a emprender nuevas colonizaciones, luego del fracaso del intento de implantarse de la región de Santo Tomás, en Guatemala. El Rey se ve adjudicados los territorios de África Central como un bien privado, administrados por su Asociación y bautizados como “Estado Independiente del Congo”. Durante 13 años el Congo pertenecerá al Rey de Bélgica, sin pertenecer al Estado belga.
Leopoldo II, definido por Stanley como un hombre “de una voracidad increíble”, organiza su colonia en zonas, distritos y departamentos administrativos, encomendados todos por europeos, dirigidos por un Consejo Superior. Una fuerza pública, dirigida por 360 oficiales de varias nacionalidades europeas, se encarga de conquistar y someter las regiones ricas en materias primas. La intervención militar es presentada como una expedición civilizadora de poblados ignorantes y como guerra humanitaria contra los esclavistas árabes.
El Rey acuerda concesiones a la Unión minera del alto Katanga y a la Sociedad Amberesina de comercio con el Congo, que invierten en las infraestructuras para explotar los minerales y organizar la explotación del caucho. Todo esto requiere una importante mano de obra.
La población autóctona, que vivía en una economía precapitalista, esquiva el trabajo en minas o plantaciones debido a las pagas irrisorias que por ello ofrecen. Las compañías coloniales imponen, entonces, el trabajo forzado: cada trabajador debe producir una cuota determinada diaria. Y si no la suministra, se le castiga con encierro, látigo, y toma de rehenes entre los miembros de la familia, a menudo sus hijos. Las poblaciones congolesas quedan a la merced de los agentes de las sociedades coloniales y de sus grupos armados, sin ningún marco jurídico ni contrapoder. Trabajos recientes de historiadores, como el belga Marchal, que inspiró al estadounidense Hochschild, han sacado a la luz ese período poco conocido del Estado independiente del Congo, como una era de portadores de cargas, trabajos forzados, y masacres. Los muertos se cuentan por centenas de miles, quizá millones.
Llegan a Bruselas noticias de la explotación inhumana, transmitidas por diplomáticos y empleados ingleses que impactan a la opinión a tal punto que el Rey debe aceptar una Comisión encargada de investigar las denuncias, en buena parte confirmadas. Ante los abusos intolerables develados, los partidos católico y liberal exigen nacionalizar la colonia. El Rey intenta, en vano, conservar una parte de ella como patrimonio privado. En 1908, el Parlamento belga vota las leyes que encomiendan al Estado la administración del Congo. Se cierra el negro período de la colonia real y se abre otro, también difícil, de la colonia de Estado.
Fuente: Diario Clarín de Chile. miércoles, 02 de agosto de 2006.
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