Tragedia de ‘El Aguilucho’
Por: Héctor López Martínez (Historiador)
El 20 de marzo de 1811 resonaron en París 101 cañonazos, anunciando que la emperatriz María Luisa, esposa de Napoleón Bonaparte, había traído al mundo a un niño al que llamaron Francisco Carlos José, con el cual se afianzaba la dinastía fundada por el corso entroncada con la blasonada y antigua corona austríaca. El infante recibió de su orgulloso padre el título de rey de Roma.
Frente al palacio de Las Tullerías una multitud exultante aplaudía y no cesaba de cantar: “Y bon, bon, bon,/ es un niño./ Viva Napoleón”. Pocas veces en la historia un heredero imperial gozó de tantos cuidados y mimos. Su ama era la condesa de Montesquiou, asistida por cuatro amas auxiliares. Había encargados de mecer la cuna, criados con uniformes especiales, ujieres, cocineros, médicos y cirujanos dedicados exclusivamente a la atención del niño.
La relación de Napoleón con su hijo, aunque por poco tiempo, fue muy estrecha y tierna. A la emperatriz María Luisa le producía cierto nerviosismo jugar con él o alzarlo en brazos, pues parecía temerosa de lastimarlo o incomodarlo. Lo cierto es que el futuro Napoleón II se crió considerando a su madre casi como una desconocida.
Un año más tarde, el 24 de junio de 1812, Napoleón invadía Rusia. Se iniciaba una de las etapas más difíciles en la hasta entonces brillante trayectoria militar del emperador de los franceses. La víspera de la batalla de Moscú, Napoleón recibió de París un retrato de su amado hijo. El emperador llamó a su tienda de campaña a sus mariscales y generales para que compartieran su júbilo y vieran el retrato del pequeño. El 19 de octubre de 1812 comienza la trágica retirada desde Moscú. Todavía pudo vencer a los prusianos y rusos en Lützen, pero fue derrotado en Leipzig. En España, mientras tanto, las águilas imperiales sufrían repetidos contrastes.
El año 1814 sería trágico para Napoleón. Los ejércitos aliados invadieron Francia. La emperatriz y el rey de Roma se refugiaron en Blois. Un año más tarde el niño saldría de su patria para no volver jamás. Tenía entonces 4 años de edad. Su padre lo reclamó insistentemente y sin fortuna desde su destierro en la isla de Elba. Vendrían luego los vertiginosos ‘Cien días’, Waterloo y el definitivo ostracismo en Santa Elena hasta la muerte del emperador el 5 de mayo de 1821.
El rey de Roma se crió en la corte imperial de Austria cambiándosele el título por el de duque de Reichstadt. En su nuevo hogar trataron por todos los medios de que olvidara a su padre, su historia, sus fastos militares. Todo lo francés estaba proscrito en su entorno. Sus lecturas, correspondencia, amistades, y aficiones eran censuradas por férreos preceptores austríacos. Cuando creció, al hijo de Napoleón se le hizo vestir el uniforme del Ejército austríaco, del cual recibió el grado de mayor general. Quienes lo conocieron no dejaron de admirar su viva inteligencia y cultura, enmarcadas en una constante melancolía. La implacable tuberculosis hacía que su rostro juvenil adquiriera un color marmóreo. Poco a poco las fuerzas le fueron abandonando hasta que el 22 de julio de 1832, a los 21 años de edad, falleció en el palacio de Schönbrunn. El que pudo haberlo tenido todo, pasaba a la eternidad sin tener nada.
El 15 de diciembre de 1940 Adolfo Hitler, que había invadido Francia, dispuso que los restos del hijo de Napoleón Bonaparte fueran trasladados de Viena a Los Inválidos, en París. El poeta y dramaturgo francés Pierre Rostand (1868-1918), inspirándose en la biografía del joven rey de Roma, escribió el drama titulado “El aguilucho”. Este nombre hizo fortuna y con él se recuerda al que pudo ser Napoleón II.
Fuente: Diario El Comercio (Perú). 20 de Marzo del 2011.
Por: Héctor López Martínez (Historiador)
El 20 de marzo de 1811 resonaron en París 101 cañonazos, anunciando que la emperatriz María Luisa, esposa de Napoleón Bonaparte, había traído al mundo a un niño al que llamaron Francisco Carlos José, con el cual se afianzaba la dinastía fundada por el corso entroncada con la blasonada y antigua corona austríaca. El infante recibió de su orgulloso padre el título de rey de Roma.
Frente al palacio de Las Tullerías una multitud exultante aplaudía y no cesaba de cantar: “Y bon, bon, bon,/ es un niño./ Viva Napoleón”. Pocas veces en la historia un heredero imperial gozó de tantos cuidados y mimos. Su ama era la condesa de Montesquiou, asistida por cuatro amas auxiliares. Había encargados de mecer la cuna, criados con uniformes especiales, ujieres, cocineros, médicos y cirujanos dedicados exclusivamente a la atención del niño.
La relación de Napoleón con su hijo, aunque por poco tiempo, fue muy estrecha y tierna. A la emperatriz María Luisa le producía cierto nerviosismo jugar con él o alzarlo en brazos, pues parecía temerosa de lastimarlo o incomodarlo. Lo cierto es que el futuro Napoleón II se crió considerando a su madre casi como una desconocida.
Un año más tarde, el 24 de junio de 1812, Napoleón invadía Rusia. Se iniciaba una de las etapas más difíciles en la hasta entonces brillante trayectoria militar del emperador de los franceses. La víspera de la batalla de Moscú, Napoleón recibió de París un retrato de su amado hijo. El emperador llamó a su tienda de campaña a sus mariscales y generales para que compartieran su júbilo y vieran el retrato del pequeño. El 19 de octubre de 1812 comienza la trágica retirada desde Moscú. Todavía pudo vencer a los prusianos y rusos en Lützen, pero fue derrotado en Leipzig. En España, mientras tanto, las águilas imperiales sufrían repetidos contrastes.
El año 1814 sería trágico para Napoleón. Los ejércitos aliados invadieron Francia. La emperatriz y el rey de Roma se refugiaron en Blois. Un año más tarde el niño saldría de su patria para no volver jamás. Tenía entonces 4 años de edad. Su padre lo reclamó insistentemente y sin fortuna desde su destierro en la isla de Elba. Vendrían luego los vertiginosos ‘Cien días’, Waterloo y el definitivo ostracismo en Santa Elena hasta la muerte del emperador el 5 de mayo de 1821.
El rey de Roma se crió en la corte imperial de Austria cambiándosele el título por el de duque de Reichstadt. En su nuevo hogar trataron por todos los medios de que olvidara a su padre, su historia, sus fastos militares. Todo lo francés estaba proscrito en su entorno. Sus lecturas, correspondencia, amistades, y aficiones eran censuradas por férreos preceptores austríacos. Cuando creció, al hijo de Napoleón se le hizo vestir el uniforme del Ejército austríaco, del cual recibió el grado de mayor general. Quienes lo conocieron no dejaron de admirar su viva inteligencia y cultura, enmarcadas en una constante melancolía. La implacable tuberculosis hacía que su rostro juvenil adquiriera un color marmóreo. Poco a poco las fuerzas le fueron abandonando hasta que el 22 de julio de 1832, a los 21 años de edad, falleció en el palacio de Schönbrunn. El que pudo haberlo tenido todo, pasaba a la eternidad sin tener nada.
El 15 de diciembre de 1940 Adolfo Hitler, que había invadido Francia, dispuso que los restos del hijo de Napoleón Bonaparte fueran trasladados de Viena a Los Inválidos, en París. El poeta y dramaturgo francés Pierre Rostand (1868-1918), inspirándose en la biografía del joven rey de Roma, escribió el drama titulado “El aguilucho”. Este nombre hizo fortuna y con él se recuerda al que pudo ser Napoleón II.
Fuente: Diario El Comercio (Perú). 20 de Marzo del 2011.
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Napoleón, visión mítica e historiográfica.
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2 comentarios:
Excelente, nos nutre en información y es un aliciente que personas así se dediquen a escribir y demostrarnos sus investigaciones, haciéndonos conocedores de temas como éstos. Muchas gracias
E. Zurita
Vzla
Gracias por tu amable comentario, esperamos seguir brindando más artículos de interés general y especializado.
Saludos.
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