Los días de gloria de Adolfo Hitler
El norteamericano William Shirer fue testigo del ascenso de Adolfo Hitler, el sátrapa nacionalsocialista, y de sus extraordinarias primeras victorias bélicas. Durante su permanencia en Alemania este periodista escribió un extraordinario diario que ahora se publica en español.
Por: Ángel Páez
Hay periodistas que son dueños de un extraordinario don: encontrarse en el lugar indicado en el momento adecuado para convertirse en testigos de la historia. El reportero estadounidense William Shirer era uno de ellos. Arribó a Berlín en 1934 como corresponsal del periódico Chicago Tribune, poco después de la llegada al poder de Adolfo Hitler y mientras este se alistaba para asaltar Europa. Desde el escenario de los acontecimientos, Shirer escuchó los discursos cargados de odio de Hitler, se mezcló entre las masas enfebrecidas con el sueño del dominio de la raza aria y entrevió la naturaleza del partido nazi. Sus despachos fueron publicados en principio por el Chicago Tribune. Más tarde empezó a enviar reportes radiofónicos para la cadena CBS. Pero mientras cumplía estas tareas de reportero, Shirer escribió virtualmente a hurtadillas, lejos de la mirada de los censores del partido nazi y de la Gestapo, un diario personal en el que registró cada detalle de la construcción de ese monstruo hitleriano que pretendió someter a la humanidad. Más de 70 años después, el Diario de Berlín 1934-1941, de William Shirer, acaba de ser publicado en español. Leerlo es como experimentar en vivo y en directo el surgimiento de la locura nazi.
Histeria colectiva
“Vestía una vieja gabardina cruzada y su rostro, que yo esperaba que mostraría más fuerza, era más bien inexpresivo, hasta el punto de que yo no podía entender qué corrientes ocultas ponía en acción en aquellas multitudes histéricas que lo recibían con tanto entusiasmo. No se encara al gentío con la imperiosidad teatral que le he visto emplear a Mussolini”, escribió Shirer el 4 de setiembre de 1934. Era su primer encuentro con Hitler: “A eso de las diez de la noche me vi atrapado entre una multitud de diez mil histéricos que se apretujaban en el foso delante del hotel de Hitler. Me asombraron un poco sus caras, en especial las mujeres, cuando, finalmente, Hitler se dejó ver un instante en el balcón. Me recordaron las expresiones delirantes que había visto en cierta ocasión en tierras de Luisiana en las caras de unos fieles carismáticos de la Iglesia pentecostal. Lo miraban desde abajo como si fuera un mesías, y sus rostros se transformaban en algo positivamente inhumano. Si Hitler hubiera permanecido ante ellos algo más que unos pocos instantes, pienso que la mayoría de las mujeres se habrían desmayado por la excitación”.
Shirer lamentaba que la prensa mundial no tomara en serio lo que ocurría en Alemania y tratara a Hitler como un personaje pintoresco que alardeaba con un encendido lenguaje patriotero. “Algunas veces pienso que, a pesar de nuestro trabajo como reporteros, aún entendemos poco al Tercer Reich: lo que es, a lo que aspira, adónde va, ya sea aquí o en cualquier parte del extranjero”, señala el 27 de setiembre de 1937. “Es muy cierto: los británicos y los franceses no entienden la Alemania de Hitler.
Alemania es más fuerte de lo que piensan sus enemigos. (...) ¿Hitler quiere la paz? ¡Lean Mi lucha! La respuesta también está en las palabras de una marcha nazi que atruena aún en mis oídos: ‘Hoy somos dueños de Alemania/ Mañana lo seremos del mundo entero’”. Shirer reportaría el intento de alcanzar ese sueño perverso que se basaba en el exterminio.
Como era de esperarse, los censores del aparato nazi le hicieron la vida imposible a William Shirer. Conforme las tropas hitlerianas comenzaron a desplegarse por territorio europeo, ampliando el dominio del Führer, el celo de la Gestapo pisoteaba la sombra del periodista que relataba al mundo cómo la máquina de matar nacionalsocialista se imponía a sangre y fuego después que el mismísimo Adolfo Hitler había prometido respetar la paz. Escribió en su diario en la madrugada del 11 al 12 de marzo de 1938, desde Viena: “¡Ha ocurrido lo peor! Los nazis están invadiendo Austria. Hitler ha roto una docena de solemnes promesas, compromisos, tratados. Y Austria está acabada. ¡La hermosa, la trágica, la civilizada Austria! Desaparecida”. Solo era el principio.
El reportero continuaría dando cuenta del avance nazi, así como del cinismo para justificar su fiebre bélica. Así, luego de la invasión de Polonia, el 6 de octubre, Shirer escribió: “Hoy al mediodía Hitler ha dado a conocer en el Reichstag sus tan anunciadas ‘propuestas de paz’. Me acerqué hasta allí y presencié el espectáculo por enésima vez. Formuló ‘propuestas’ casi idénticas a las que le he oído ofrecer desde la misma tribuna después de cada conquista tras la marcha sobre Renania en 1936. Esta debe ser, como mínimo, la quinta vez que se la oigo”.
Los dictadores duermen mal
En plena guerra, los jefes de Shirer le pidieron que compusiera un perfil de Adolfo Hitler, lejos de la imagen demonizada de la propaganda. Querían que reportara la rutina cotidiana del hombre que había iniciado la Segunda Guerra Mundial. “Se levanta temprano y toma un primer desayuno a las siete de la mañana, que consiste habitualmente en un vaso de leche o de zumo de fruta y dos o tres panecillos, que unta de abundante mermelada. Como la mayoría de los alemanes, toma un segundo desayuno, este hacia las nueve, semejante al primero salvo porque añade también alguna pieza de fruta. (...) Come muy frugalmente: de ordinario, un guiso o una tortilla de verduras. Es, por supuesto, vegetariano, abstemio y no fumador. Normalmente invita a comer a un grupito de tres o cuatro ayudantes. (...) Se sirve en sus comidas una cerveza de muy baja graduación alcohólica –un 1 por ciento–, elaborado especialmente para él, y en ocasiones una bebida llamada Herve, hecha de una hierba aromatizada con un poco de vino de Mosela. (...) Hitler tiene pasión por las maquetas arquitectónicas y puede pasarse horas jugueteando con ellas. Trasnocha hasta tarde y duerme mal, lo que me temo que es la peor desgracia del mundo”.
William Shirer publicó en 1960 un libro considerado uno de los mejores en la materia, Auge y caída del Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi. Sin embargo, sus diarios contienen las impresiones más directas, vívidas e intensas del surgimiento de Hitler y el nazismo, escritas por alguien que tenía los pies en el lugar de los acontecimientos. El 17 de junio de 1940 relató sobre su llegada a París tomada por los nazis: “No fue agradable para mí. Mientras entrábamos en París, a través de las calles familiares, sentía como un dolor en la boca del estómago y deseé no haber venido”. Y el 18 de junio: “Esta noche París es para mí una ciudad extraña, irreconocible. (...) Esta noche las calles están oscuras y desiertas. El París de las luces alegres, las risas, la música, las mujeres en las calles... ¿cuándo fue eso? Y este París, ¿qué es?”.
El 19 de julio de 1940, Shrirer se volvió a encontrar en Berlín con el dictador de ridículo bigote: “El Hitler que vimos anoche en el Reichstag era el conquistador. (...) Su voz era más suave anoche: rara vez gritó, en contra de lo que suele hacer, y ni una sola vez prorrumpió en un chillido histérico, como tantas veces le he visto hacer desde esa tribuna. Su oratoria rayó a la máxima altura. (...) Observé de nuevo, también, que es capaz de decir una mentira con cara de absoluta sinceridad”. Pero Hitler no bromeaba cuando ordenó a la Gestapo que investigaran a Shirer por supuesto espionaje, delito que se pagaba con pena de muerte. El 6 de diciembre de 1940, el reportero pudo abandonar Alemania sin que la policía secreta descubriera que escondía sus diarios. “Si los alemanes encontraban mis notas, me fusilaban”, logró escribir. Shirer sobrevivió para contarlo.
Periodista hasta el último suspiro
Ni bien retornó a los Estados Unidos, William Shirer publicó en 1941 su Diario de Berlín con extraordinario éxito. En 1945 retornó a Alemania para reportear el juicio de Nüremberg a los jerarcas nazis. De esta experiencia escribió Fin del Diario de Berlín, publicado en 1947. Luego de la espectacular venta de Ascenso y caída del Tercer Reich, lanzado en 1960, al año siguiente puso en circulación Auge y derrumbe de Adolf Hitler. Shirer continuó practicando el periodismo. Tuvo que escribir tres libros para relatar sus memorias: Viaje por el siglo XX (1976), Los años de pesadilla (1984) y El retorno del nativo (1990). Durante la guerra trabajó con otro grande del periodismo: Edward Murrow. La amistad se rompió por diferencias irreconciliables. Murió en 1993.
Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 13 / 03 / 2011.
El norteamericano William Shirer fue testigo del ascenso de Adolfo Hitler, el sátrapa nacionalsocialista, y de sus extraordinarias primeras victorias bélicas. Durante su permanencia en Alemania este periodista escribió un extraordinario diario que ahora se publica en español.
Por: Ángel Páez
Hay periodistas que son dueños de un extraordinario don: encontrarse en el lugar indicado en el momento adecuado para convertirse en testigos de la historia. El reportero estadounidense William Shirer era uno de ellos. Arribó a Berlín en 1934 como corresponsal del periódico Chicago Tribune, poco después de la llegada al poder de Adolfo Hitler y mientras este se alistaba para asaltar Europa. Desde el escenario de los acontecimientos, Shirer escuchó los discursos cargados de odio de Hitler, se mezcló entre las masas enfebrecidas con el sueño del dominio de la raza aria y entrevió la naturaleza del partido nazi. Sus despachos fueron publicados en principio por el Chicago Tribune. Más tarde empezó a enviar reportes radiofónicos para la cadena CBS. Pero mientras cumplía estas tareas de reportero, Shirer escribió virtualmente a hurtadillas, lejos de la mirada de los censores del partido nazi y de la Gestapo, un diario personal en el que registró cada detalle de la construcción de ese monstruo hitleriano que pretendió someter a la humanidad. Más de 70 años después, el Diario de Berlín 1934-1941, de William Shirer, acaba de ser publicado en español. Leerlo es como experimentar en vivo y en directo el surgimiento de la locura nazi.
Histeria colectiva
“Vestía una vieja gabardina cruzada y su rostro, que yo esperaba que mostraría más fuerza, era más bien inexpresivo, hasta el punto de que yo no podía entender qué corrientes ocultas ponía en acción en aquellas multitudes histéricas que lo recibían con tanto entusiasmo. No se encara al gentío con la imperiosidad teatral que le he visto emplear a Mussolini”, escribió Shirer el 4 de setiembre de 1934. Era su primer encuentro con Hitler: “A eso de las diez de la noche me vi atrapado entre una multitud de diez mil histéricos que se apretujaban en el foso delante del hotel de Hitler. Me asombraron un poco sus caras, en especial las mujeres, cuando, finalmente, Hitler se dejó ver un instante en el balcón. Me recordaron las expresiones delirantes que había visto en cierta ocasión en tierras de Luisiana en las caras de unos fieles carismáticos de la Iglesia pentecostal. Lo miraban desde abajo como si fuera un mesías, y sus rostros se transformaban en algo positivamente inhumano. Si Hitler hubiera permanecido ante ellos algo más que unos pocos instantes, pienso que la mayoría de las mujeres se habrían desmayado por la excitación”.
Shirer lamentaba que la prensa mundial no tomara en serio lo que ocurría en Alemania y tratara a Hitler como un personaje pintoresco que alardeaba con un encendido lenguaje patriotero. “Algunas veces pienso que, a pesar de nuestro trabajo como reporteros, aún entendemos poco al Tercer Reich: lo que es, a lo que aspira, adónde va, ya sea aquí o en cualquier parte del extranjero”, señala el 27 de setiembre de 1937. “Es muy cierto: los británicos y los franceses no entienden la Alemania de Hitler.
Alemania es más fuerte de lo que piensan sus enemigos. (...) ¿Hitler quiere la paz? ¡Lean Mi lucha! La respuesta también está en las palabras de una marcha nazi que atruena aún en mis oídos: ‘Hoy somos dueños de Alemania/ Mañana lo seremos del mundo entero’”. Shirer reportaría el intento de alcanzar ese sueño perverso que se basaba en el exterminio.
Como era de esperarse, los censores del aparato nazi le hicieron la vida imposible a William Shirer. Conforme las tropas hitlerianas comenzaron a desplegarse por territorio europeo, ampliando el dominio del Führer, el celo de la Gestapo pisoteaba la sombra del periodista que relataba al mundo cómo la máquina de matar nacionalsocialista se imponía a sangre y fuego después que el mismísimo Adolfo Hitler había prometido respetar la paz. Escribió en su diario en la madrugada del 11 al 12 de marzo de 1938, desde Viena: “¡Ha ocurrido lo peor! Los nazis están invadiendo Austria. Hitler ha roto una docena de solemnes promesas, compromisos, tratados. Y Austria está acabada. ¡La hermosa, la trágica, la civilizada Austria! Desaparecida”. Solo era el principio.
El reportero continuaría dando cuenta del avance nazi, así como del cinismo para justificar su fiebre bélica. Así, luego de la invasión de Polonia, el 6 de octubre, Shirer escribió: “Hoy al mediodía Hitler ha dado a conocer en el Reichstag sus tan anunciadas ‘propuestas de paz’. Me acerqué hasta allí y presencié el espectáculo por enésima vez. Formuló ‘propuestas’ casi idénticas a las que le he oído ofrecer desde la misma tribuna después de cada conquista tras la marcha sobre Renania en 1936. Esta debe ser, como mínimo, la quinta vez que se la oigo”.
Los dictadores duermen mal
En plena guerra, los jefes de Shirer le pidieron que compusiera un perfil de Adolfo Hitler, lejos de la imagen demonizada de la propaganda. Querían que reportara la rutina cotidiana del hombre que había iniciado la Segunda Guerra Mundial. “Se levanta temprano y toma un primer desayuno a las siete de la mañana, que consiste habitualmente en un vaso de leche o de zumo de fruta y dos o tres panecillos, que unta de abundante mermelada. Como la mayoría de los alemanes, toma un segundo desayuno, este hacia las nueve, semejante al primero salvo porque añade también alguna pieza de fruta. (...) Come muy frugalmente: de ordinario, un guiso o una tortilla de verduras. Es, por supuesto, vegetariano, abstemio y no fumador. Normalmente invita a comer a un grupito de tres o cuatro ayudantes. (...) Se sirve en sus comidas una cerveza de muy baja graduación alcohólica –un 1 por ciento–, elaborado especialmente para él, y en ocasiones una bebida llamada Herve, hecha de una hierba aromatizada con un poco de vino de Mosela. (...) Hitler tiene pasión por las maquetas arquitectónicas y puede pasarse horas jugueteando con ellas. Trasnocha hasta tarde y duerme mal, lo que me temo que es la peor desgracia del mundo”.
William Shirer publicó en 1960 un libro considerado uno de los mejores en la materia, Auge y caída del Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi. Sin embargo, sus diarios contienen las impresiones más directas, vívidas e intensas del surgimiento de Hitler y el nazismo, escritas por alguien que tenía los pies en el lugar de los acontecimientos. El 17 de junio de 1940 relató sobre su llegada a París tomada por los nazis: “No fue agradable para mí. Mientras entrábamos en París, a través de las calles familiares, sentía como un dolor en la boca del estómago y deseé no haber venido”. Y el 18 de junio: “Esta noche París es para mí una ciudad extraña, irreconocible. (...) Esta noche las calles están oscuras y desiertas. El París de las luces alegres, las risas, la música, las mujeres en las calles... ¿cuándo fue eso? Y este París, ¿qué es?”.
El 19 de julio de 1940, Shrirer se volvió a encontrar en Berlín con el dictador de ridículo bigote: “El Hitler que vimos anoche en el Reichstag era el conquistador. (...) Su voz era más suave anoche: rara vez gritó, en contra de lo que suele hacer, y ni una sola vez prorrumpió en un chillido histérico, como tantas veces le he visto hacer desde esa tribuna. Su oratoria rayó a la máxima altura. (...) Observé de nuevo, también, que es capaz de decir una mentira con cara de absoluta sinceridad”. Pero Hitler no bromeaba cuando ordenó a la Gestapo que investigaran a Shirer por supuesto espionaje, delito que se pagaba con pena de muerte. El 6 de diciembre de 1940, el reportero pudo abandonar Alemania sin que la policía secreta descubriera que escondía sus diarios. “Si los alemanes encontraban mis notas, me fusilaban”, logró escribir. Shirer sobrevivió para contarlo.
Periodista hasta el último suspiro
Ni bien retornó a los Estados Unidos, William Shirer publicó en 1941 su Diario de Berlín con extraordinario éxito. En 1945 retornó a Alemania para reportear el juicio de Nüremberg a los jerarcas nazis. De esta experiencia escribió Fin del Diario de Berlín, publicado en 1947. Luego de la espectacular venta de Ascenso y caída del Tercer Reich, lanzado en 1960, al año siguiente puso en circulación Auge y derrumbe de Adolf Hitler. Shirer continuó practicando el periodismo. Tuvo que escribir tres libros para relatar sus memorias: Viaje por el siglo XX (1976), Los años de pesadilla (1984) y El retorno del nativo (1990). Durante la guerra trabajó con otro grande del periodismo: Edward Murrow. La amistad se rompió por diferencias irreconciliables. Murió en 1993.
Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 13 / 03 / 2011.
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