Afganistán no es Iraq
Por: Farid Kahhat. Internacionalista*
Los cambios en Iraq que permitieron a Estados Unidos revertir algunos de sus errores se resumían en una frase: “Despejar, controlar y construir”. Eso era lo que debía hacerse en ciudades del centro de Iraq donde operaba la insurgencia. Si bien las fuerzas de la coalición realizaban allí incursiones regulares, los insurgentes solían replegarse hasta que finalizara la incursión para luego regresar. No bastaba, por ende, con despejar una zona, había luego que afianzar el control sobre ella. Después debía iniciarse la labor de construcción concebida en un sentido amplio (Vg., construir infraestructura, instituciones y servicios públicos).
El control territorial tenía como propósito demostrar a la población que los milicianos no habrían de regresar a la zona. Lo cual garantizaba la seguridad de quienes estuvieran dispuestos a brindar información sobre los insurgentes. De otro lado, la conjunción entre el cambio en la situación de seguridad y la provisión de bienes públicos pretendía persuadir al resto de la población sobre la conveniencia de cambiar sus lealtades políticas.
Lo dicho, sin embargo, podía entenderse como un intento por perpetuar la ocupación. Por ello, era crucial que se dieran dos condiciones adicionales: de un lado, un gobierno iraquí dotado de un mínimo de legitimidad y eficacia, que pudiera asumir de manera gradual las tareas descritas. De otro lado, la fijación de un calendario para el retiro de las fuerzas extranjeras del territorio iraquí. Todo lo cual podría persuadir a la insurgencia nacionalista de integrarse al proceso político, aislando así a las huestes de Al Qaeda.
Según algunos analistas, un eventual incremento de tropas estadounidenses en Afganistán sería el preludio de un intento por desplegar una estrategia similar. Pero las circunstancias son diferentes. La primera diferencia fue señalada por Obama al indicar que posponía cualquier decisión sobre un envío adicional de tropas hasta saber si habría un gobierno afgano con el cual cooperar. Porque si bien el primer ministro iraquí Nuri Al Maliki ha sido acusado de proclividades autoritarias, eso indica que cuando menos existe una autoridad que concentrar. El presidente afgano Hamid Karzai es, en cambio, un mero alcalde de Kabul, y cuando llegó a tomar una decisión de alcance nacional fue para perpetrar un fraude electoral.
De otro lado, la iraquí era una insurgencia urbana (las cuales jamás han derrocado a un régimen político), y tenía como base potencial a una minoría étnica (los árabes sunitas, un 20% de la población). La insurgencia afgana opera desde la región más agreste del planeta, la cual nadie ha podido conquistar desde Gengis Khan. Su base potencial comprende a una etnia mayoritaria (los pashtún), la cual también puebla el norte de Pakistán. De cualquier modo, la insurgencia afgana depende menos del respaldo social que pueda obtener, dado que cuenta con el tráfico de opio como fuente de financiamiento.
Por último, la insurgencia iraquí se encontraba a la defensiva cuando sectores de la misma aceptaron deponer las armas. La insurgencia afgana, en cambio, se encuentra a la ofensiva, por lo que no tendrían motivos para transar en la búsqueda de objetivos que, según sus cálculos, podrían obtener por medio de las armas. Paradójicamente, cambiar esos cálculos para que una solución negociada resulte tentadora es el único argumento que podría esgrimirse a estas alturas en favor de una escalada militar.
CATEDRÁTICO DE LA PUCP (Pontificia Universidad Católica del Perú)
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 25 de octubre del 2009.
Por: Farid Kahhat. Internacionalista*
Los cambios en Iraq que permitieron a Estados Unidos revertir algunos de sus errores se resumían en una frase: “Despejar, controlar y construir”. Eso era lo que debía hacerse en ciudades del centro de Iraq donde operaba la insurgencia. Si bien las fuerzas de la coalición realizaban allí incursiones regulares, los insurgentes solían replegarse hasta que finalizara la incursión para luego regresar. No bastaba, por ende, con despejar una zona, había luego que afianzar el control sobre ella. Después debía iniciarse la labor de construcción concebida en un sentido amplio (Vg., construir infraestructura, instituciones y servicios públicos).
El control territorial tenía como propósito demostrar a la población que los milicianos no habrían de regresar a la zona. Lo cual garantizaba la seguridad de quienes estuvieran dispuestos a brindar información sobre los insurgentes. De otro lado, la conjunción entre el cambio en la situación de seguridad y la provisión de bienes públicos pretendía persuadir al resto de la población sobre la conveniencia de cambiar sus lealtades políticas.
Lo dicho, sin embargo, podía entenderse como un intento por perpetuar la ocupación. Por ello, era crucial que se dieran dos condiciones adicionales: de un lado, un gobierno iraquí dotado de un mínimo de legitimidad y eficacia, que pudiera asumir de manera gradual las tareas descritas. De otro lado, la fijación de un calendario para el retiro de las fuerzas extranjeras del territorio iraquí. Todo lo cual podría persuadir a la insurgencia nacionalista de integrarse al proceso político, aislando así a las huestes de Al Qaeda.
Según algunos analistas, un eventual incremento de tropas estadounidenses en Afganistán sería el preludio de un intento por desplegar una estrategia similar. Pero las circunstancias son diferentes. La primera diferencia fue señalada por Obama al indicar que posponía cualquier decisión sobre un envío adicional de tropas hasta saber si habría un gobierno afgano con el cual cooperar. Porque si bien el primer ministro iraquí Nuri Al Maliki ha sido acusado de proclividades autoritarias, eso indica que cuando menos existe una autoridad que concentrar. El presidente afgano Hamid Karzai es, en cambio, un mero alcalde de Kabul, y cuando llegó a tomar una decisión de alcance nacional fue para perpetrar un fraude electoral.
De otro lado, la iraquí era una insurgencia urbana (las cuales jamás han derrocado a un régimen político), y tenía como base potencial a una minoría étnica (los árabes sunitas, un 20% de la población). La insurgencia afgana opera desde la región más agreste del planeta, la cual nadie ha podido conquistar desde Gengis Khan. Su base potencial comprende a una etnia mayoritaria (los pashtún), la cual también puebla el norte de Pakistán. De cualquier modo, la insurgencia afgana depende menos del respaldo social que pueda obtener, dado que cuenta con el tráfico de opio como fuente de financiamiento.
Por último, la insurgencia iraquí se encontraba a la defensiva cuando sectores de la misma aceptaron deponer las armas. La insurgencia afgana, en cambio, se encuentra a la ofensiva, por lo que no tendrían motivos para transar en la búsqueda de objetivos que, según sus cálculos, podrían obtener por medio de las armas. Paradójicamente, cambiar esos cálculos para que una solución negociada resulte tentadora es el único argumento que podría esgrimirse a estas alturas en favor de una escalada militar.
CATEDRÁTICO DE LA PUCP (Pontificia Universidad Católica del Perú)
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 25 de octubre del 2009.
1 comentario:
Creo que Estados Unidos va en busca de un objetivo que no esta claro en su totalidad. Tendría que plantearse cual sería la victoria porque la historia dice que el pueblo afgano fue castigado siempre y hasta el día de hoy siguen peleando.
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