El otro sendero, hoy
Por Nelson Manrique (Sociólogo e historiador)
Los 25 años de la publicación de El otro sendero, de Hernando de Soto, son una buena ocasión para revisitar este influyente texto. El punto de partida del análisis de El otro sendero es la gran migración indígena del siglo XX. De Soto explica que en su llegada a la ciudad los migrantes tuvieron que afrontar la hostilidad de la institucionalidad existente que les impedía acceder formalmente a la vivienda, la educación, la empresa y el trabajo. Esto los convirtió en informales y su presencia provocó muchos problemas; pero ellos, dice De Soto, no son el problema, son más bien la solución, siempre y cuando se les facilite dejar de serlo a través de políticas muy simples y concretas para que puedan formalizarse: la simplificación administrativa, la descentralización y la desregulación.
Para De Soto, la informalidad es el punto de partida del desarrollo de un capitalismo popular. Cada ambulante o propietario de una combi es un príncipe encantado –o, más bien, un empresario en potencia– que debe ser sacado de su letargo por el beso de una buena legislación: “los costos innecesarios de la formalidad derivan fundamentalmente de una mala ley; y que los costos de la informalidad resultan de la falta de una buena ley”. Facilitar el acceso de estos empresarios en ciernes a la formalidad es la receta para una revolución capitalista en el Perú.
De Soto fundamenta su propuesta analizando tres áreas de la economía: la construcción de la vivienda popular, el comercio informal y el transporte público. Según él, estos casos muestran lo que pueden hacer estos capitalistas en potencia. Sin embargo, ninguno de estos casos corresponde propiamente a la producción: comercio y transporte no son actividades de producción sino de servicio, destinadas a facilitar la circulación del capital, no a crearlo. La construcción de la vivienda popular, por otra parte, es esencialmente una actividad de autoconsumo; la edificación de un inmueble destinado a satisfacer las necesidades de quien lo produce, no una mercancía producida para ser vendida en el mercado: un valor de uso, no un valor de cambio. Ninguno de estos casos tiene pues que ver con la producción capitalista de valores destinados al mercado (donde De Soto habría chocado con los conflictos sociales), sino con la circulación (donde quienes intercambian valores equivalentes actúan en armonía). Pero De Soto actúa “como si” sus casos ilustraran la actuación de la economía informal como productora de valor. Así “demuestra” la potencialidad de los informales como empresarios.
El otro problema que De Soto no menciona es que la inmensa mayoría de los informales que él muestra como capitalistas en potencia participan en el mercado con recursos tan reducidos que sólo forzando a la mala las categorías de la ciencia económica podría llamárseles “empresarios”. La inmensa mayoría de ellos opera con un capital muy reducido, insuficiente para generar utilidades reinvertibles, que permitan incrementar la escala de su negocio y entrar en una lógica de acumulación capitalista. En general se trata de personas que inventan sus empleos y están obligados a sobreexplotarse para poder sobrevivir precariamente. Afirmar que los vendedores de emoliente están en camino de ser empresarios es pura ideología. No tienen condiciones para incorporarse a la “reproducción ampliada del capital”, lo que constituye la esencia de la acumulación capitalista. La mayoría de los informales generan “utilidades” (más propiamente una remuneración a su propio trabajo) que les permiten apenas satisfacer sus propias necesidades de consumo, y así reinician cada nuevo ciclo económico sobre la misma escala anterior; participan pues en la “reproducción simple del capital”, característica de la economía mercantil simple, no en la producción capitalista.
A 25 años de El otro sendero los trabajadores autoempleados siguen aumentando y hoy confrontan las mismas limitaciones que entonces. Pero la ideología de este muy publicitado texto sigue vendiéndose como la panacea para nuestros problemas.
Fuente: Diario La República. Martes 10 de noviembre del 2009.
Por Nelson Manrique (Sociólogo e historiador)
Los 25 años de la publicación de El otro sendero, de Hernando de Soto, son una buena ocasión para revisitar este influyente texto. El punto de partida del análisis de El otro sendero es la gran migración indígena del siglo XX. De Soto explica que en su llegada a la ciudad los migrantes tuvieron que afrontar la hostilidad de la institucionalidad existente que les impedía acceder formalmente a la vivienda, la educación, la empresa y el trabajo. Esto los convirtió en informales y su presencia provocó muchos problemas; pero ellos, dice De Soto, no son el problema, son más bien la solución, siempre y cuando se les facilite dejar de serlo a través de políticas muy simples y concretas para que puedan formalizarse: la simplificación administrativa, la descentralización y la desregulación.
Para De Soto, la informalidad es el punto de partida del desarrollo de un capitalismo popular. Cada ambulante o propietario de una combi es un príncipe encantado –o, más bien, un empresario en potencia– que debe ser sacado de su letargo por el beso de una buena legislación: “los costos innecesarios de la formalidad derivan fundamentalmente de una mala ley; y que los costos de la informalidad resultan de la falta de una buena ley”. Facilitar el acceso de estos empresarios en ciernes a la formalidad es la receta para una revolución capitalista en el Perú.
De Soto fundamenta su propuesta analizando tres áreas de la economía: la construcción de la vivienda popular, el comercio informal y el transporte público. Según él, estos casos muestran lo que pueden hacer estos capitalistas en potencia. Sin embargo, ninguno de estos casos corresponde propiamente a la producción: comercio y transporte no son actividades de producción sino de servicio, destinadas a facilitar la circulación del capital, no a crearlo. La construcción de la vivienda popular, por otra parte, es esencialmente una actividad de autoconsumo; la edificación de un inmueble destinado a satisfacer las necesidades de quien lo produce, no una mercancía producida para ser vendida en el mercado: un valor de uso, no un valor de cambio. Ninguno de estos casos tiene pues que ver con la producción capitalista de valores destinados al mercado (donde De Soto habría chocado con los conflictos sociales), sino con la circulación (donde quienes intercambian valores equivalentes actúan en armonía). Pero De Soto actúa “como si” sus casos ilustraran la actuación de la economía informal como productora de valor. Así “demuestra” la potencialidad de los informales como empresarios.
El otro problema que De Soto no menciona es que la inmensa mayoría de los informales que él muestra como capitalistas en potencia participan en el mercado con recursos tan reducidos que sólo forzando a la mala las categorías de la ciencia económica podría llamárseles “empresarios”. La inmensa mayoría de ellos opera con un capital muy reducido, insuficiente para generar utilidades reinvertibles, que permitan incrementar la escala de su negocio y entrar en una lógica de acumulación capitalista. En general se trata de personas que inventan sus empleos y están obligados a sobreexplotarse para poder sobrevivir precariamente. Afirmar que los vendedores de emoliente están en camino de ser empresarios es pura ideología. No tienen condiciones para incorporarse a la “reproducción ampliada del capital”, lo que constituye la esencia de la acumulación capitalista. La mayoría de los informales generan “utilidades” (más propiamente una remuneración a su propio trabajo) que les permiten apenas satisfacer sus propias necesidades de consumo, y así reinician cada nuevo ciclo económico sobre la misma escala anterior; participan pues en la “reproducción simple del capital”, característica de la economía mercantil simple, no en la producción capitalista.
A 25 años de El otro sendero los trabajadores autoempleados siguen aumentando y hoy confrontan las mismas limitaciones que entonces. Pero la ideología de este muy publicitado texto sigue vendiéndose como la panacea para nuestros problemas.
Fuente: Diario La República. Martes 10 de noviembre del 2009.
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