domingo, 24 de mayo de 2009

Cultura islámica, ataques suicidas e imaginario colectivo en Occidente.

Tigres suicidas

Farid Kahhat (Internacionalista)*

Setenta y dos mujeres vírgenes que esperan por uno en el paraíso parecen una buena razón para morir, sobre todo cuando quien se inmola en su búsqueda no tiene ni perro que le ladre en este valle de lágrimas: esa es al menos la leyenda urbana que circula en Occidente sobre los atacantes suicidas de religión musulmana. Se trata de una leyenda que se desvanece bajo el escrutinio del sentido común: si eso es así, ¿qué recompensa esperaban obtener las mujeres (hasta donde se sabe, heterosexuales) que también han recurrido a ese medio de acción?

Quienes, como Bernard Lewis, atribuyen al islam una afinidad natural con los atentados suicidas recurren siempre al mismo ejemplo: el de los hashashín (o consumidores de hashish, y etimología de la palabra “asesino”), secta que daba muerte en lugares públicos a cualquier líder musulmán que suscribiera un armisticio con los cruzados. Pero la necesidad de apelar a una herejía marginal del siglo XIII para encontrar un antecedente en el islam es precisamente la mejor prueba de que la práctica de los atentados suicidas no es consustancial a esa religión, sobre todo cuando el mundo occidental cuenta con sus propios ejemplos, mucho más cercanos en el tiempo y desprovistos de cualquier motivación religiosa. Entre estos ejemplos destacan algunos anarquistas europeos del siglo XIX (en su mayoría rusos, pero también franceses, como Ravachol), de impecables credenciales ateas y anticlericales.

En la primera edición de su libro “Muriendo para ganar: la lógica estratégica del terrorismo suicida”, Robert Pape enumera todos los casos ocurridos en el mundo entre 1980 y el 2001. El autor sostiene que en ese lapso pueden documentarse de manera inequívoca 188 casos. Luego intenta establecer patrones entre ellos y sus hallazgos son siempre contraintuitivos.

En primer lugar, ese tipo de atentados es, en su virtual totalidad, producto de campañas orquestadas por organizaciones político-militares y no son actos aislados de individuos desesperados: 179 de los 188 casos documentados caen dentro de esa categoría. El segundo hallazgo es que se trata de campañas libradas virtualmente siempre con el mismo objetivo: lograr que un ejército foráneo, al que se juzga como una fuerza de ocupación ilegítima, abandone el territorio que los autores intelectuales consideran su suelo patrio (es decir, un objetivo político y secular).

A su vez, tal constatación prefigura el hallazgo más importante de Pape, dado que cuestiona de manera frontal las certezas habituales en estos temas: no solo es falso que el terrorismo suicida tenga alguna afinidad particular con el islam, sino que, además, no está necesariamente vinculado a religión alguna. De los 188 atentados suicidas que Pape contabiliza, 75 fueron perpetrados por una sola organización: los Tigres del Tamil en Sri Lanka, es decir una organización marxista-leninista (y, por ende, atea), cuyos integrantes son de origen hindú (igual que Mahatma Gandhi). Esta organización, tras librar una guerra separatista durante un cuarto de siglo, acaba de deponer las armas y aceptar su derrota en Sri Lanka.

La previsión gubernamental según la cual, una vez acorraladas, las últimas huestes de los Tigres del Tamil cometerían suicidio en masa no se consumó, lo cual parece darle la razón a Pape: bajo esas circunstancias, el martirio colectivo habría tenido quizás un valor simbólico, pero no hubiera sido un medio eficaz para lograr sus objetivos .

(*) CATEDRÁTICO DE LA PUCP

Fuente: Diario El Comercio. Domingo 24 de mayo del 2009.

1 comentario:

Juan dijo...

Otro ejemplo de suicidas son los kamikatzes japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Pero, de todas formas, yo conozco Marruecos y ciudades al norte que están muy cerca de España, y te aseguro que los motivos religiosos son los principales, aunque el Islam y su forma de vida es a veces incomprensible ante nuestros ojos tan racionalistas y occidentales. Jóvenes desesperados y sin futuro que leen el Corán y cumplen sus preceptos religiosos. En España estamos acostumbrados a vivir con ellos, pues su protagonismo histórico (800 años de Al Ándalus), la cercanía geográfica (10 kms del Estrecho de Gibraltar), o la gran cantidad de magrebíes en España, así como el impactante atentado-matanza 11-M en Madrid, hacen que seamos viejos conocidos.