Imagen: IEP
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Celebración de las lenguas
César Lévano (Periodista)
El incidente de la congresista quechuahablante Hilaria Supa, a quien se ofende por escribir mal en español, me mueve a reflexiones sobre lo sagrado de la palabra humana.
Mi patria es el idioma, escribió Paúl Celan, el gran poeta de lengua alemana que no era alemán. En el Perú, nación todavía en formación, se hablan varios idiomas, entre ellos el quechua y el aymara. Todos son respetables y, para mí, sagrados.
Sé que en un Congreso reciente de lingüistas, realizado en París, se anunció que el quechua, aunque lo hablen millones, puede desaparecer, porque los jóvenes de las regiones en que se habla tienden a olvidarlo. Por eso mismo, hay que defender el quechua, así como las demás lenguas nativas.
No es cuestión sentimental, mejor dicho, no es sólo sentimental.
Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, comprendió que cada lengua expresa de un modo original y distinto realidades naturales, sociales y culturales específicas.
El gran lingüista francés Georges Mounín escribió en “Los problemas teóricos de la traducción” que cada lengua es una red que cubre una misma esfera de la realidad, pero cada una con trama diferente.
Señala Mounín: “el griego tiene la misma palabra para un verde amarillo y para un rojo, la misma palabra para un verde amarillento y para un marrón grisáceo, otra distinta para azul, negro y a veces sombrío, y pocas huellas de valores simbólicos, excepto la oposición del rojo y del blanco (fasto) con el negro (nefasto)”.
“El perro”, dice, “tendría una descripción semántica completamente distinta entre los esquimales, donde es sobre todo un animal de tiro, entre los parsis, donde es animal sagrado, en tal sociedad hindú, donde es reprobado como paria, y en nuestras sociedades occidentales, en que es sobre todo animal doméstico, adiestrado para la caza o la vigilancia”.
“Todo sistema lingüístico” escribe Ullman, tras la huella de Humboldt, “encierra un análisis del mundo interior que le es propio y que se diferencia del de otras lenguas o de otras etapas de la misma lengua. Depositaria de la experiencia acumulada por otras generaciones pasadas, da a la generación futura una manera de ver, una interpretación del universo; le lega un prisma a través del cual deberá ver el mundo no-lingüístico”.
Ese es el asunto de fondo. Cada lengua que se pierde es un mundo que perdemos, una experiencia, un juego de sonidos, un ritmo, una música del alma humana.
Por eso debemos respetar a la congresista quechuahablante: porque habla bien el quechua y porque lo habla en el Congreso de todos los peruanos.
No es ninguna desgracia que redacte mal en español. Hay en el Congreso y en el periodismo personas que no sólo maltratan el español, sino que lo rebajan a insulto.
César Lévano (Periodista)
El incidente de la congresista quechuahablante Hilaria Supa, a quien se ofende por escribir mal en español, me mueve a reflexiones sobre lo sagrado de la palabra humana.
Mi patria es el idioma, escribió Paúl Celan, el gran poeta de lengua alemana que no era alemán. En el Perú, nación todavía en formación, se hablan varios idiomas, entre ellos el quechua y el aymara. Todos son respetables y, para mí, sagrados.
Sé que en un Congreso reciente de lingüistas, realizado en París, se anunció que el quechua, aunque lo hablen millones, puede desaparecer, porque los jóvenes de las regiones en que se habla tienden a olvidarlo. Por eso mismo, hay que defender el quechua, así como las demás lenguas nativas.
No es cuestión sentimental, mejor dicho, no es sólo sentimental.
Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, comprendió que cada lengua expresa de un modo original y distinto realidades naturales, sociales y culturales específicas.
El gran lingüista francés Georges Mounín escribió en “Los problemas teóricos de la traducción” que cada lengua es una red que cubre una misma esfera de la realidad, pero cada una con trama diferente.
Señala Mounín: “el griego tiene la misma palabra para un verde amarillo y para un rojo, la misma palabra para un verde amarillento y para un marrón grisáceo, otra distinta para azul, negro y a veces sombrío, y pocas huellas de valores simbólicos, excepto la oposición del rojo y del blanco (fasto) con el negro (nefasto)”.
“El perro”, dice, “tendría una descripción semántica completamente distinta entre los esquimales, donde es sobre todo un animal de tiro, entre los parsis, donde es animal sagrado, en tal sociedad hindú, donde es reprobado como paria, y en nuestras sociedades occidentales, en que es sobre todo animal doméstico, adiestrado para la caza o la vigilancia”.
“Todo sistema lingüístico” escribe Ullman, tras la huella de Humboldt, “encierra un análisis del mundo interior que le es propio y que se diferencia del de otras lenguas o de otras etapas de la misma lengua. Depositaria de la experiencia acumulada por otras generaciones pasadas, da a la generación futura una manera de ver, una interpretación del universo; le lega un prisma a través del cual deberá ver el mundo no-lingüístico”.
Ese es el asunto de fondo. Cada lengua que se pierde es un mundo que perdemos, una experiencia, un juego de sonidos, un ritmo, una música del alma humana.
Por eso debemos respetar a la congresista quechuahablante: porque habla bien el quechua y porque lo habla en el Congreso de todos los peruanos.
No es ninguna desgracia que redacte mal en español. Hay en el Congreso y en el periodismo personas que no sólo maltratan el español, sino que lo rebajan a insulto.
Fuente: Diario La Primera. Domingo 26 de abril del 2009.
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