Londres, 1900.
Las sombras de LONDRES
Las sombras de LONDRES
Bajo el régimen de la reina Victoria, Londres experimentó épocas de crisis y miseria retratadas por Arthur C. Doyle dentro de una lúgubre ciudad.
Por: Diana Gonzales Obando
Desde 1837 hasta su muerte en 1901, la reina Victoria encabezó el reinado más largo de la historia de la corona inglesa.
En esta etapa, la isla sufrió grandes cambios que se apoderaron de su historia: mientras alcanzaba su máximo esplendor y poder económico, Gran Bretaña apreciaba las máximas diferencias en la brecha de las clases sociales.
La miseria del esplendor
El acelerado crecimiento de los pueblos y las metrópolis provocó el hacinamiento y falta de vivienda, aunado al desempleo, pobreza y explotación obrera. Pero, por otro lado, se alumbraba el nacimiento de una elegante y fastuosa burguesía. Era una Londres espectacular, la más grande ciudad de su época, que a su vez se encontraba corroída por la miseria y el gran hedor de 1858.
Basta recordar que en 1849 grandes enfermedades se alojaron en la capital por la falta de higiene y sistemas de desagüe. Brotaron el tifus y el cólera, letal enfermedad que mató a 2 mil personas.
Las contaminadas aguas del río Támesis, cuya brumosa imagen atravesando la ciudad fue pintada por Monet, fueron testigos del emblemático asesino en serie conocido como Jack el Destripador, quien mutiló y mató a cinco prostitutas en 1888. Esto generó la histeria colectiva y el interés de la prensa mundial aumentó tras publicarse una presunta carta firmada por el asesino.
Este nuevo contexto de crisis, esplendor y grandes diferencias sociales fue también el impulso que tocó la inspiración de los más importantes escritores ingleses, como las hermanas Charlotte y Emily Brontë, George Eliot, Joseph Conrad, Charles Dickens, entre muchos más. Una Londres virulenta y cercana al fin del siglo XIX es la que heredó sir Arthur Conan Doyle.
Ficciones y adicciones
“Sherlock Holmes cogió su botella del ángulo de la repisa de la chimenea, y su jeringuilla hipodérmica de su fino estuche de tafilete. Insertó con sus dedos largos, blancos, nerviosos, la delicada aguja, y se remangó el puño izquierdo de su camisa”, describió con minucia científica y objetiva Conan Doyle la adicción a la cocaína de su emblemático personaje en la novela “El signo de los cuatro” (1890). Seis años antes, cuando el imperio Coca-Cola ya estaba en expansión, el psicoanalista Sigmund Freud publicó su exaltación por la cocaína en “Sobre la coca”, sustancia bautizada así por el químico alemán Albert Niemann en 1860, tras confirmar en la amable hoja peruana cualidades curativas y farmacéuticas. La misma euforia descrita por Freud sentía Holmes al introducir por su piel la sustancia que, décadas después, se convirtió en lo que el químico Friedrich Erlenmeyer llamó el tercer azote de la humanidad, después del alcohol y el opio.
El opio inglés
Una planta que a lo largo de la historia tuvo fines curativos fue capaz de provocar una guerra con China durante el reinado de Victoria: la guerra por el opio.
La adicción por el opio convirtió a los chinos en extremos consumidores, e Inglaterra no cedió a sus intentos por librarse del comercio de este mal, negación que estalló en conflicto.
Los fumaderos de opio se hicieron muy comunes en la misma Inglaterra, y Londres no fue la excepción, tal como podemos extraer de lo narrado por el querido Watson en “El hombre del labio retorcido” de Conan Doyle: “A través de la penumbra se podían distinguir a duras penas numerosos cuerpos, tumbados en posturas extrañas y fantásticas, con los hombros encorvados, las rodillas dobladas, las cabezas echadas hacia atrás y el mentón apuntando hacia arriba; de vez en cuando, un ojo oscuro y sin brillo se fijaba en el recién llegado”.
Sherlock Holmes, disfrazado con sus peores trajes, solía acudir a estos lúgubres lugares para encontrar información en las palabras al aire producidas por los delirios de los fumadores.
Conan y la ciudad
Los relatos de Conan Doyle son, a su vez, fragmentos de la historia de una Londres del siglo XIX, cuyo paisaje urbano está encarnado en los personajes duros y sombríos.
Es una ciudad que ha consolidado una imagen en todo el mundo, como la pobre, fría y nebulosa creada por Charles Dickens, y la transitada por Sherlock Holmes: en penumbra, con siluetas fantasmales y un suspenso seductor.
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