miércoles, 6 de abril de 2011

Historia de la Plaza San Martin. Augusto B. Leguía "El mejor alcalde del Perú".

Inauguración de la plaza San Martín. Imagen: Blog de Juan Luis Orrego.

San Martín Cabalga de Nuevo

Restaurado, renovado y reciclado, el monumento al General San Martín se alista para próxima entrega de su plaza. El bronce no se había tocado desde su inauguración, hace setenta y seis años.

Cuando Leguía retornó a Palacio en 1919, Lima era una ciudad que parecía haberse detenido en el tiempo. Enclaustrada en su primitivo "cuadrilátero", sus mansiones, calles y plazas, balcones y aceras, envejecían clamorosamente. Mientras tanto, su municipio languidecía con un rosario de deudas y una renta miserable, que apenas llegaba a los tres millones de soles. Sempiterna y desafortunada suerte de una ciudad cuya grandeza en el pasado, si bien tenía algo de cierto, también tenía buena dosis de palanganería.

Leguía es quien despierta a la ciudad de su letargo. El hombre que en pocos años la transforma, la agranda, la extiende hacia el sur y otros puntos cardinales. Cuando Leguía empieza su vía crucis al ser embarcado en el Grau, Lima ya era otra cosa. Sus contornos habían crecido espectacularmente y sus arrestos de modernidad pavoneaban hasta a quienes no les hacía ninguna gracia su autoritarismo. En cierta ocasión alguien lo llamó "el mejor alcalde de Lima", y no exageraba. Fue acaso la primera vez que Leguía recibía un elogio justo y merecido; porque en el siglo -al margen de su oprobioso gobierno- nadie como él hizo tanto por la ciudad.

Es justamente en su gestión que se abren y remodelan grandes plazas, entre ellas la de San Martín, que se estrenó oficialmente el 27 de julio de 1921, víspera del centenario de la Independencia Nacional.

Ante el advenimiento del centenario de la Independencia se organiza una comisión para renovarla totalmente. Una de las primeras dificultades que encuentra la comisión es la considerable diferencia de niveles que había entre el jirón de la Unión y Carabaya y las calles Faltriquera del Diablo y San Cristóbal del Tren, que no permitían hacer un trazado normal. Para superar ese inconveniente tuvo que hacerse graderías, y como en Lima no había operarios especializados en cantería de granito se contrató picapedreros en La Paz y Arequipa para que labren en las canteras de Amancaes las baldosas para el pavimento y, además, los bloques para los muros y zócalos del contorno.

Otra dificultad fue la falta de balaustrada de mármol, que iría a colocarse sobre los zócalos. No había cómo construir los balaustres y, entonces, fue necesario alentar la creación de una industria nacional marmolera. Era la primera vez que se ejecutaba en Lima una obra de aliento utilizando el granito y el mármol del país y maquinaria adecuada. Se rompía así esa modalidad constructiva hartamente familiarizada con el barro y el yeso.

Algunos opositores de Leguía opinaban que la plaza estaba demasiado recargada de motivos ornamentales, y otros no concebían cómo pudo haberse gastado tanto dinero en su construcción. Los partidarios de Leguía replicaban que la plaza tenía "una fisonomía propia en perfecta consonancia con el estilo arquitectónico predominante en los edificios del contorno como los portales y el Hotel (construido casi paralelamente) y en cuanto a su costo que era exagerado porque la alta calidad de la obra y la demora en su construcción es peculiar a los trabajos de estructura noble que, muchas veces es culminado por generaciones distintas de aquellas que las iniciaron". El hotel, originalmente bautizado como Hotel Ayacucho, mudó de nombre apenas se enteraron de lo que quería decir en quechua: "Rincón de los Muertos" (¿quién se hospedaría ahí?), y a pesar de tener vajillas y sábanas ya con las iniciales "HA". Frente a un San Martín tiene que haber un Bolívar, y así se llamó desde 1924. Luego, con el advenimiento de la revolución de Arequipa, la plaza sufrió cambios importantes.

El escultor del monumento de San Martín fue obra del artista español Mariano Benliure, en tanto los planos y dibujos para el arreglo y ornamentación de la plaza corrieron a cargo del famoso arquitecto y escultor, también español, Manuel Piqueras Cotolí.

La Plaza San Martín, por sus dimensiones, sus ornamentos, mármoles y el conjunto arquitectónico que la circunda, sigue siendo -sobre todo ahora que ha sido debidamente restaurada- una de las mejores de Sudamérica y, acaso, la más bella del país.

Desde su inauguración, la plaza se convertiría en la predilecta de los limeños. Al lado de la figura del libertador, permanecía, como mudo testigo, el entonces magnificente teatro Colón, construido en 1914; a sus costados los portales, donde empezaban a bullir grandes oficinas, tiendas, cafés, bares, pastelerías y restaurantes y, en el este (lado derecho) el edificio Sudamérica donde está el cine Metro, que se inauguró en 1938 con el estreno de la película "Lo que el viento se llevó". En tanto, al otro lado, se levantaba el edificio Boza que en uno de sus sótanos, a partir de los años cuarenta, funcionó la elegantísima boite Embassy. En sus portales había bares y cafeterías que marcaron época, como el famoso bar Zela y el café Chez Vítor y, más tarde, el Negro Negro, una especie de discoteca al estilo parisién que funcionaba a media luz para regocijo de intelectuales y pintores. Era pues la Plaza San Martín el lugar por excelencia para reunirse en un café o en un bar, en los que el limeño se enteraba del último run run político y los cinéfilos, que en Lima eran mayoría, para ver el último estreno, bien en el cine Metro o el San Martín (hoy llamado Plaza).

Y, además, el ágora por excelencia para las grandes manifestaciones políticas. Ahí se reunieron verdaderas multitudes para recibir a Haya, desagraviar a Bustamante y Rivero, consagrar a Belaunde y, más recientemente, para rechazar la estatificación de la banca bajo el liderazgo de Vargas Llosa. Y haciendo memoria, en julio de 1941 acogía a una muchedumbre -que rebasaba sus contornos- para decirle a los ecuatorianos "Tumbes, Jaén y Maynas ni de vainas". La Plaza San Martín es pues, definitivamente, el recinto que, por uno u otro motivo, en sus 75 años gravitó grandemente en la vida de varias generaciones de limeños. Ahora, gracias a feliz iniciativa del alcalde Alberto Andrade canalizada a través de Invermet y su secretario general el ingeniero Eduardo Coronado del Aguila, una nueva vida le espera. El arquitecto a cargo de la restauración del monumento, Jorge Antonio Orrego -reincidente luego de reponer el Angel de la Pileta- detalló a CARETAS aspectos del trabajo que habrá de concluirse en aproximadamente quince días.


LA RESTAURACION

Setenta y seis años de abandono durante los cuales no se tocó el bronce dejaron sucesivas capas de mugre, pintura y barniz sobre el monumento. En el pedestal, capa por capa, los sucesivos manazos de gato de pintura a la mala debieron ser removidos. Bajo la segunda capa, luego de haber eliminado el chirriante color melón con que fuera cubierto la última vez, se encontraron banderolas de Izquierda Unida pintadas con grasa de carro. La parte superior del pedestal, esa cumbre andina sobre la cual descansa el caballo que hasta poco también era melón, recuperó su color original, que al ser consolidado volvió al níveo blanco de las alturas.

El bronce requirió un minucioso raspado manual con bisturí en busca de su color original, así como de detalles perdidos por el descuido y que habían hecho de la estatua ecuestre un manchón negro y deforme. Luego de dos semanas de trabajo y al tercer raspado, reaparecieron las uñas de los soldados peruano y argentino abrazados. Luego, los botones en el uniforme del General y hasta los crines de su caballo.

Esta recuperada presencia del monumento plantea a su vez un nuevo cuestionamiento del entorno. Según el arquitecto Orrego, "en los edificios se debe respetar el color original de la piedra, que era el granito, pudiendo combinarse con la pintura en arcos, cornisas y dinteles". El color del granito se recupera mediante el arenamiento, sistema a presión que pule la piedra hasta su tono real. Esto se va a experimentar en estos días en la fachada del Club Nacional, en busca de una tonalidad que le otorgue una cierta vibración a la plaza toda. A propósito de colores de dinteles y arcos, preocupa ciertas daltónicas temeridades de algunos miembros del INC, que ya han hecho pruebas en huachafísimo verde. De prosperar tamaña aberración, San Martín desmonta y se va.

Antes existían sólo cuatro reflectores, todos dirigidos al ilustre jinete pero ignorando al crucial caballo. La restauración supone instalar cuatro luces más, orientadas al equino. Asimismo el jardín circular al pie del conjunto lucirá una ornamentación floral con las banderas de Perú y Argentina, y un nuevo sistema de riego se ocupará de esa y las demás áreas verdes.

Pero más allá de la mera restauración, Orrego, tras estudiar y trabajar en el monumento, ha confirmado y descubierto pistas importantes en el trabajo del español Benliure. La orientación del monumento, para empezar, es clave. Los cuatro puntos cardinales están considerados en su ubicación, lo que por ejemplo permite que la Madre Patria reciba de lleno la simbólica luz auroral. El casco de esta figura femenina, de enorme dimensión y célebre por estar coronada de manera supuestamente equívoca por una llama, no sería tan inocente, dice Orrego. Además del auquénido (dice la leyenda que el español confundió llama -de flama- por llama, el animal), el casco -que no por gusto no es el acostumbrado casco frigio monárquico presente en otras partes del conjunto escultural- luce cornucopias a cada lado. Si a esto se le agrega que Orrego encuentra además en este casco hojas de quinua, se encuentran los tres elementos del escudo patrio peruano. La confesa simpatía del Libertador por implantar una monarquía en estas tierras habría sido subliminalmente respondida en el monumento por su propio autor. Secretos de la historia escondidos bajo el paso del tiempo, vueltos a la luz tras setenta y seis años de infatigable cabalgata heroica del Libertador.


Fuente: Revista Caretas. N° 1463.

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