Enrique IV un rey contra la intolerancia
Por: César Vidal
Thomas Mann, exiliado del nazismo, lo convirtió en protagonista de varias de sus novelas. Para él, había sido un ejemplo de la tolerancia que brillaba por su ausencia en la Europa de los años treinta. A lo largo del siglo XVI los monarcas franceses que reinaron tras Francisco I fueron incapaces de extirpar el protestantismo. La cercanía de lugares donde había triunfado la Reforma, la categoría de los teólogos protestantes de origen francés y la enorme laboriosidad de los reformados se tradujeron en una expansión del protestantismo que alcanzó los aledaños de la corona.
En la segunda mitad del siglo, personajes como el almirante Coligny se habían convertido en símbolo de cómo se podía ser protestante y, a la vez, llegar a extraordinario consejero del rey. Un salto cualitativo en ese avance tuvo lugar cuando se planteó la posibilidad de que una princesa católica en la línea de sucesión a la corona francesa, la famosa Margot, contrajera matrimonio con el protestante Enrique de Borbón, rey de Navarra (n. 1553). Aunque se comprometió a respetar totalmente la fe de sus posibles súbditos católicos, semejante ascenso, que tuvo lugar en 1572, resultaba intolerable para muchos.
La reina madre Catalina de Médicis y el partido católico decidieron abortar semejante paso mediante el exterminio en masa de protestantes que pasó a la Historia como la Noche de San Bartolomé. Durante aquellas horas, fueron asesinados decenas de miles de reformados en toda Francia en la peor matanza religiosa del siglo XVI. Sin embargo, de manera casi providencial, Enrique consiguió escapar. También lo hicieron otros protestantes franceses dispuestos a defender su vida con las armas. A pesar de que fue pasando de prisión en prisión y de que, puesto en libertad, debía haber perdido la guerra teniendo en cuenta que frente a él no sólo se alzaban los católicos franceses sino también la Santa Sede y, sobre todo, la España de Felipe II, lo cierto es que Enrique supo jugar sus bazas extraordinariamente.
Se presentó como la garantía de que Francia dejaría de estar desgarrada por las contiendas religiosas y, en un golpe de efecto magistral, en 1593 anunció su conversión al catolicismo con una frase que pasaría a la Historia: «París bien vale una misa». ¿Fue la conversión de Enrique sincera? De entrada, Enrique – ahora Enrique IV– promulgó el Edicto de Nantes (1598) que otorgaba una notable libertad religiosa a los protestantes, tan sólo comparable con la que existía ya con los disidentes, pero sólo de naciones reformadas. Como garantía de que sus derechos no serían conculcados por otro monarca menos tolerante, Enrique IV entregó algunas plazas fuertes a los protestantes franceses. Lo que siguió fue la paz, la prosperidad y el triunfo internacional de una nación que se preparaba para sustituir a la España de Felipe II como primera potencia. Por desgracia para Enrique IV, él que había logrado sobrevivir a tantas asechanzas no pudo enfrentarse con la última. Un católico fanático llamado Ravaillac le dio muerte en 1610. Sería siempre recordado como uno de los monarcas más grandes de la Historia de Francia.
Fuente: La Razón (España). 17 de diciembre del 2010.
Recomendado:
“París bien vale una misa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario