The young Victoria and the sissy country
Por: Ricardo Vásquez Kunze
Era su primera ópera como reina. Sentada en el palco real se encontraba la joven soberana. Victoria, concentrada, atendía a la función. A sus espaldas lord Melbourne, su primer ministro, atisbaba a los asistentes, todos nobles, duques, condes y marqueses. La influencia del elegante lord sobre la reina era evidente. Y los recelos de la corte también. De pronto, el aria del tenor fue cortada en seco por una voz de tiple. Alguien del público gritó ¡“señora Melbourne”! La sala se estremeció. Todos voltearon para ver a la reina. Era una cachetada mayúscula para 1837 que a una soberana casta y soltera se le endilgara un amante.
Victoria, de 18 años, no se inmutó. Apenas le preguntó a lord Melbourne quién había sido. El primer ministro, fastidiado, le dijo que la duquesa de Worcester. Y, displicente, sentenció: “Otra carrera que se extingue en la corte”. Victoria, sin quitar la vista del escenario, le dijo sonriente: “Querido lord Melbourne, si hubiera que proscribir de la corte a todos los que nos insultan, nos quedaríamos solos usted y yo”. Y la función continuó.
Javier Villa Stein, el recorrido presidente de la Corte Suprema, no tiene 18 años. Es un veterano de más de 60. Aunque nadie se ha metido con él, ha salido solícito a predicar cachetadas para todos aquellos que insulten a la autoridad. Se ha convertido así en abogado de oficio de otro veterano de 61 años que, investido por la nación con las insignias del mando supremo, se le ha ocurrido en los estertores de su mandato y en el otoño de su vida que rendir los insultos a cachetadas es la virtud máxima de una república de “machos libres”.
Porque, claro está, acabamos de descubrir que “el Perú no es un país de maricas”. ¡Oh, sí, cómo no! Primero, tras la denuncia del incidente, silencio. Es que el muertito casi nunca falla, aunque a veces sí. Luego, yo no fui, todo es una infamia. Más tarde, el que le pegó fue otro, pero como yo no soy un acusete, pues no dije nada hasta ahora, varios días después. Finalmente, la culpa de todo la tiene la prensa. Claro que sí, la prensa. ¿Porque acaso no saben que la prensa está llena de maricas? Y, supongo, la prensa sobra en la “república de machos” del señor Villa Stein y del señor García.
¿Qué? ¿Cómo? ¿El loquito cacheteado se va a presentar en el show del inefable Bayly? Pues Baruch, todo un hombre, bota a Bayly. ¿Que el inimputable ese va a salir en el programete del chino Miyashiro? Entonces Junior se pone los pantalones largos y expectora a todos. Y por el chino ni se preocupa. Total es campeón de yoyo: siempre vuelve.
¿Dónde? ¿En el programa de Rosa María? ¡Es que no hay un HOMBRE que ponga coto allí! Y entonces el presidente, sabio con las 61 velas que lo alumbran, lanza su último cachetadón: “¡Un diario y un programa de televisión tendrán que explicar por qué juegan así!”
Díganme, señores; si esto es el resplandor de la república, ¿cómo no extrañar el discreto encanto de la monarquía.
Fuente: Diario Perú 21. Lun. 18 oct '10.
Por: Ricardo Vásquez Kunze
Era su primera ópera como reina. Sentada en el palco real se encontraba la joven soberana. Victoria, concentrada, atendía a la función. A sus espaldas lord Melbourne, su primer ministro, atisbaba a los asistentes, todos nobles, duques, condes y marqueses. La influencia del elegante lord sobre la reina era evidente. Y los recelos de la corte también. De pronto, el aria del tenor fue cortada en seco por una voz de tiple. Alguien del público gritó ¡“señora Melbourne”! La sala se estremeció. Todos voltearon para ver a la reina. Era una cachetada mayúscula para 1837 que a una soberana casta y soltera se le endilgara un amante.
Victoria, de 18 años, no se inmutó. Apenas le preguntó a lord Melbourne quién había sido. El primer ministro, fastidiado, le dijo que la duquesa de Worcester. Y, displicente, sentenció: “Otra carrera que se extingue en la corte”. Victoria, sin quitar la vista del escenario, le dijo sonriente: “Querido lord Melbourne, si hubiera que proscribir de la corte a todos los que nos insultan, nos quedaríamos solos usted y yo”. Y la función continuó.
Javier Villa Stein, el recorrido presidente de la Corte Suprema, no tiene 18 años. Es un veterano de más de 60. Aunque nadie se ha metido con él, ha salido solícito a predicar cachetadas para todos aquellos que insulten a la autoridad. Se ha convertido así en abogado de oficio de otro veterano de 61 años que, investido por la nación con las insignias del mando supremo, se le ha ocurrido en los estertores de su mandato y en el otoño de su vida que rendir los insultos a cachetadas es la virtud máxima de una república de “machos libres”.
Porque, claro está, acabamos de descubrir que “el Perú no es un país de maricas”. ¡Oh, sí, cómo no! Primero, tras la denuncia del incidente, silencio. Es que el muertito casi nunca falla, aunque a veces sí. Luego, yo no fui, todo es una infamia. Más tarde, el que le pegó fue otro, pero como yo no soy un acusete, pues no dije nada hasta ahora, varios días después. Finalmente, la culpa de todo la tiene la prensa. Claro que sí, la prensa. ¿Porque acaso no saben que la prensa está llena de maricas? Y, supongo, la prensa sobra en la “república de machos” del señor Villa Stein y del señor García.
¿Qué? ¿Cómo? ¿El loquito cacheteado se va a presentar en el show del inefable Bayly? Pues Baruch, todo un hombre, bota a Bayly. ¿Que el inimputable ese va a salir en el programete del chino Miyashiro? Entonces Junior se pone los pantalones largos y expectora a todos. Y por el chino ni se preocupa. Total es campeón de yoyo: siempre vuelve.
¿Dónde? ¿En el programa de Rosa María? ¡Es que no hay un HOMBRE que ponga coto allí! Y entonces el presidente, sabio con las 61 velas que lo alumbran, lanza su último cachetadón: “¡Un diario y un programa de televisión tendrán que explicar por qué juegan así!”
Díganme, señores; si esto es el resplandor de la república, ¿cómo no extrañar el discreto encanto de la monarquía.
Fuente: Diario Perú 21. Lun. 18 oct '10.
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