Perú y Chile: cambiar la diplomacia
Manuel Rodríguez Cuadros (Ex canciller peruano)
El último incidente entre el Perú y Chile, causado por las desatinadas declaraciones del canciller Foxley, muestra una vez más la fragilidad política y diplomática de una relación bilateral con fortalezas económicas: 3,335 millones de dólares de comercio y 6,525 millones de dólares de inversión chilena en el Perú. Aparentemente habría una suerte de paradoja diplomática, pues en teoría se supone que los lazos económicos fortalecen los vínculos políticos.
K. J. Holsti en su libro International Relations recuerda un concepto básico de la política exterior: “Además de la seguridad y la autonomía, los gobiernos buscan el acceso a los mercados y las fuentes de suministro a fin de mejorar su economía nacional y el crecimiento”. La tensión espasmódica que afecta las relaciones bilaterales entre el Perú y Chile tiene que ver con el aserto de Holsti.
Chile ha logrado articular una política exterior que pone al estado nacional en el centro de un proceso de decisiones que concibe a los mercados, internos y externos, como variables complementarias de sus objetivos de seguridad, autonomía y desarrollo. Por eso Codelco no se privatizó. Y, por ello, su legislación interna reserva al estado espacios de política para regular las inversiones en función de factores de seguridad, independencia y autonomía. Establece los límites que todo estado nacional impone al mercado.
A partir de estos determinantes nacionales, Chile asume con el Perú una diplomacia de necesidad (su espacio productivo es muy reducido) y poder, basada en la exportación de capitales a sectores estratégicos de la economía peruana, la irradiación de influencia política y un manifiesto desequilibrio militar. El gobierno peruano tiene una tendencia a razonar el interés nacional al margen del estado y la sociedad, como si el Perú no fuese una Nación, sino solo un mercado. La ministra de Comercio lo repite: “nos interesa la inversión venga de donde venga y en cualquier sector”, abstrae al estado nacional.
Se podría pensar que esta relación funcional entre una diplomacia de ampliación de la base productiva de Chile y otra que concibe el país como un mercado abierto sin regulaciones, aseguraría el éxito de una suerte de neoportalismo consentido. Pero el gobierno peruano no es la Nación. El gobierno concede, la Nación reacciona. No leer esta realidad, es el error de percepción que explica la inviabilidad del proyecto y el fracaso de ambas diplomacias. Esta contradicción es la que pone en apuros a ambos gobiernos. Y los seguirá poniendo hasta que no se cambien las bases conceptuales de equivocadas políticas exteriores. La chilena del neoportalismo y la peruana de la primacía del mercado sobre la Nación. Chile necesita sustituir el paradigma de Portales por el de Bernardo O'Higgins y el gobierno peruano leer con atención a Basadre.
Manuel Rodríguez Cuadros (Ex canciller peruano)
El último incidente entre el Perú y Chile, causado por las desatinadas declaraciones del canciller Foxley, muestra una vez más la fragilidad política y diplomática de una relación bilateral con fortalezas económicas: 3,335 millones de dólares de comercio y 6,525 millones de dólares de inversión chilena en el Perú. Aparentemente habría una suerte de paradoja diplomática, pues en teoría se supone que los lazos económicos fortalecen los vínculos políticos.
K. J. Holsti en su libro International Relations recuerda un concepto básico de la política exterior: “Además de la seguridad y la autonomía, los gobiernos buscan el acceso a los mercados y las fuentes de suministro a fin de mejorar su economía nacional y el crecimiento”. La tensión espasmódica que afecta las relaciones bilaterales entre el Perú y Chile tiene que ver con el aserto de Holsti.
Chile ha logrado articular una política exterior que pone al estado nacional en el centro de un proceso de decisiones que concibe a los mercados, internos y externos, como variables complementarias de sus objetivos de seguridad, autonomía y desarrollo. Por eso Codelco no se privatizó. Y, por ello, su legislación interna reserva al estado espacios de política para regular las inversiones en función de factores de seguridad, independencia y autonomía. Establece los límites que todo estado nacional impone al mercado.
A partir de estos determinantes nacionales, Chile asume con el Perú una diplomacia de necesidad (su espacio productivo es muy reducido) y poder, basada en la exportación de capitales a sectores estratégicos de la economía peruana, la irradiación de influencia política y un manifiesto desequilibrio militar. El gobierno peruano tiene una tendencia a razonar el interés nacional al margen del estado y la sociedad, como si el Perú no fuese una Nación, sino solo un mercado. La ministra de Comercio lo repite: “nos interesa la inversión venga de donde venga y en cualquier sector”, abstrae al estado nacional.
Se podría pensar que esta relación funcional entre una diplomacia de ampliación de la base productiva de Chile y otra que concibe el país como un mercado abierto sin regulaciones, aseguraría el éxito de una suerte de neoportalismo consentido. Pero el gobierno peruano no es la Nación. El gobierno concede, la Nación reacciona. No leer esta realidad, es el error de percepción que explica la inviabilidad del proyecto y el fracaso de ambas diplomacias. Esta contradicción es la que pone en apuros a ambos gobiernos. Y los seguirá poniendo hasta que no se cambien las bases conceptuales de equivocadas políticas exteriores. La chilena del neoportalismo y la peruana de la primacía del mercado sobre la Nación. Chile necesita sustituir el paradigma de Portales por el de Bernardo O'Higgins y el gobierno peruano leer con atención a Basadre.
Fuente: Diario La Primera. 09 de marzo de 2009.
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