Perú-Chile, incidente de baja diplomacia
Manuel Rodríguez Cuadros (Ex canciller del Perú)
Una vez más los gobiernos del Perú y de Chile se han empeñado en desnudar la fragilidad de las relaciones bilaterales. Los errores diplomáticos de una y otra parte han magnificado un incidente real, cuyo procesamiento exigía un mínimo de “savoir faire”.
Las declaraciones privadas del general Donayre, ciertamente impertinentes e impropias de su investidura aun en tono de chanza, debieron ser objeto de una explicación y el otorgamiento de las satisfacciones del caso. El nivel correspondiente era del viceministro de Relaciones Exteriores al embajador de Chile en Lima. Y nada más. De esa manera, ortodoxa, se hubiese solucionado el incidente en uno y otro lado de la frontera.
Resultó inusitado, rompiendo las reglas básicas del trato diplomático, que por iniciativa peruana el asunto haya escalado al nivel de los jefes de Estado. La llamada telefónica del presidente García a Michelle Bachelet ya fue un error. Pedirle disculpas, un manifiesto exceso. Se debió dar explicaciones y satisfacciones. Pero no disculpas porque no era un acto de Estado. A este error se añadió otro ya mayúsculo: que el jefe de Estado ofrezca o comunique a la presidenta de Chile el pase a retiro del general Donayre. Es impropio que una medida de jurisdicción interna, como es el cese del comandante general del Ejército, sea comunicada a la jefa de Estado de un país extranjero, más aún si esa decisión no se había adoptado en el fuero interno.
Situar la pretendida solución del incidente en este plano, a todas luces heterodoxo, creó las condiciones para que el canciller Foxley se creyese en el derecho -lo que es inaudito- de supeditar la “normalización” de las relaciones al pase al retiro del general Donayre. Así las cosas, el canciller tuvo que enmendar el error inicial y señalar que las decisiones en el Perú no se supeditan a ningún país extranjero. Lo hizo también el presidente de la República.
El incidente no pasará a mayores cosas, pero la relación bilateral se vuelve a dañar a partir de errores de los responsables de la política exterior. Lo mismo pasó cuando se otorgó a Chile falsas expectativas de que el Perú no llevaría a La Haya el diferendo limítrofe. O cuando insólitamente se declaró que la sentencia del Tribunal Constitucional de Chile, en el caso de la ley de límites de las provincias de Arica y Parinacota, había resuelto el problema de punto de inicio de la frontera marítima.
La demanda en La Haya no requiere este clima de tensión gratuita. Es necesario que se comprenda que la relación no debe situarse en la animadversión ni en el amor extremos. Requiere la sensatez de ubicarla en un punto intermedio. En una temperatura otoñal que haga bien a la salud y que prevenga nuevos colapsos por aumento o baja brusca de la temperatura.
Manuel Rodríguez Cuadros (Ex canciller del Perú)
Una vez más los gobiernos del Perú y de Chile se han empeñado en desnudar la fragilidad de las relaciones bilaterales. Los errores diplomáticos de una y otra parte han magnificado un incidente real, cuyo procesamiento exigía un mínimo de “savoir faire”.
Las declaraciones privadas del general Donayre, ciertamente impertinentes e impropias de su investidura aun en tono de chanza, debieron ser objeto de una explicación y el otorgamiento de las satisfacciones del caso. El nivel correspondiente era del viceministro de Relaciones Exteriores al embajador de Chile en Lima. Y nada más. De esa manera, ortodoxa, se hubiese solucionado el incidente en uno y otro lado de la frontera.
Resultó inusitado, rompiendo las reglas básicas del trato diplomático, que por iniciativa peruana el asunto haya escalado al nivel de los jefes de Estado. La llamada telefónica del presidente García a Michelle Bachelet ya fue un error. Pedirle disculpas, un manifiesto exceso. Se debió dar explicaciones y satisfacciones. Pero no disculpas porque no era un acto de Estado. A este error se añadió otro ya mayúsculo: que el jefe de Estado ofrezca o comunique a la presidenta de Chile el pase a retiro del general Donayre. Es impropio que una medida de jurisdicción interna, como es el cese del comandante general del Ejército, sea comunicada a la jefa de Estado de un país extranjero, más aún si esa decisión no se había adoptado en el fuero interno.
Situar la pretendida solución del incidente en este plano, a todas luces heterodoxo, creó las condiciones para que el canciller Foxley se creyese en el derecho -lo que es inaudito- de supeditar la “normalización” de las relaciones al pase al retiro del general Donayre. Así las cosas, el canciller tuvo que enmendar el error inicial y señalar que las decisiones en el Perú no se supeditan a ningún país extranjero. Lo hizo también el presidente de la República.
El incidente no pasará a mayores cosas, pero la relación bilateral se vuelve a dañar a partir de errores de los responsables de la política exterior. Lo mismo pasó cuando se otorgó a Chile falsas expectativas de que el Perú no llevaría a La Haya el diferendo limítrofe. O cuando insólitamente se declaró que la sentencia del Tribunal Constitucional de Chile, en el caso de la ley de límites de las provincias de Arica y Parinacota, había resuelto el problema de punto de inicio de la frontera marítima.
La demanda en La Haya no requiere este clima de tensión gratuita. Es necesario que se comprenda que la relación no debe situarse en la animadversión ni en el amor extremos. Requiere la sensatez de ubicarla en un punto intermedio. En una temperatura otoñal que haga bien a la salud y que prevenga nuevos colapsos por aumento o baja brusca de la temperatura.
Fuente: Diario La Primera. 01/12/08
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