Núremberg, último paradero nazi
El caso del periodista norteamericano William Shirer es excepcional: como corresponsal de guerra no solo fue testigo del ascenso de Hitler al poder sino también estuvo presente en el juicio a los criminales nazis en Núremberg, en el que una veintena de ellos fueron condenados a la horca. Shirer escribió un excepcional diario sobre su increíble experiencia.
Por: Ángel Páez
Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 30 de septiembre del 2012.
Por: Ángel Páez
“Núremberg, martes 20 de noviembre de 1945. ¡Este, pues, es el clímax! ¡El momento que ustedes han estado esperando a lo largo de estos años negros y desesperantes! [...] Ver cómo la justicia triunfa sobre estos hombrecillos bárbaros que casi consiguieron destruir nuestro mundo. Este es en verdad el final de la larga noche, de la espantosa pesadilla”, escribió regocijado en su diario el reportero William Shirer, el primer día del proceso contra los criminales de guerra nazis. Los vencedores escogieron Núremberg porque era una ciudad simbólica para Adolfo Hitler y la cúpula con la que sembró de muerte el planeta con el sello de la esvástica.
Shirer estaba exultante porque, después de haber sido testigo del brutal ascenso al poder de Hitler y su camarilla, ahora le tocaba observar el castigo que se merecía esa gentuza que se creía superior a todas las razas. Shirer tuvo que abandonar Alemania en diciembre de 1940, debido a las amenazas de los nazis. Y regresó en 1945 para presenciar el extraordinario proceso y condena de esos mismos jerarcas petulantes, racistas y envilecidos, que se creyeron por unos años dueños del mundo.
Cuando tuvo al frente a la veintena de acusados ante el tribunal de Núremberg, William Shirer, entonces reportero de la cadena de radio CBS, bajo el mando del legendario Edward R. Murrow, no podía creer que esos mismos individuos sentados en el banquillo de los acusados hacía pocos años se habían instalado en la cúspide del poder, montados sobre una maquinaria de guerra sin límites, embriagados con el sueño de esclavizar a las “razas inferiores”. Esas sensaciones que lo asaltaron en ese momento histórico, Shirer las plasmó en un diario que ha salido a la luz bajo el título de Regreso a Berlín 1945-1947 (La primera parte se llama Diario de Berlín 1936-1941, que registra el periodo de ascensión y fortalecimiento de Hitler). Es un documento extraordinario.
“¿Cómo es posible, se preguntarán ustedes asombrados, que estos individuos de apariencia anodina, que se mueven, inquietos y nerviosos en sus ropas gastadas, gozaran cuando los vi por última vez, hace tan solo cinco años, de un poder tan monstruoso? ¿Cómo pudieron ellos, esos hombres de porte tan vulgar cuando se desploman ahora en sus asientos, haber conquistado una gran nación y casi el mundo entero?
Su metamorfosis es desconcertante. ¿Eran esos los conquistadores, los vanidosos líderes de la ‘raza superior’?”, escribió con notoria emoción Shirer. No podía creer lo que estaba viendo. Continuó: “La repentina pérdida del poder parece haberlos despojado por completo de la arrogancia, la insolencia y la truculencia que caracterizaban su forma de ser todos los años desde que los conozco. ¡Con qué velocidad se han transformado en unos seres rotos, pequeños, insignificantes!”.
Si bien Adolfo Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler consiguieron evadirse de la espada de la justicia mediante la cobarde fórmula del suicidio, otros jerarcas del nazismo no lo hicieron. Encabezaba la lista de acusados el comandante supremo de la Luftwaffe, líder del Partido Nacionalsocialista y brazo derecho de Hitler, el mariscal Hermann Wilhelm Göering, prominente figura del III Reich y el más importante de todos los procesados en Núremberg.
“A primera vista, apenas consigo reconocerlo”, escribió Shirer: “Ha perdido mucho peso; ‘treinta y cinco kilos’, me susurra un médico del ejército de Estados Unidos. Su rostro grueso y mofletudo, con el que estaba yo familiarizado, es ahora mucho más delgado [...] Su descolorido uniforme de las fuerzas aéreas, desprovisto de los emblemas y de las medallas por las que sentía una afición pueril, le queda hoy holgado. Y ha desaparecido su corpulencia, su antigua arrogancia, su ampulosidad”.
También estaba en el tribunal de Núremberg el ex jefe del partido nazi, ex ministro del III Reich y ex secretario de Hitler, Rudolf Hess, apresado en Escocia en 1941 cuando pretendía infiltrarse para proponer la paz a los ingleses. Shirer lo había conocido muy bien.
“Sin duda se preguntarán ustedes de nuevo cómo es posible que ese hombre haya sido uno de los máximos líderes de una gran nación”, apuntó William Shirer: “Realmente es un hombre quebrado, con la cara tan demacrada que recuerda a una calavera. [...] Es la primera vez que veo a Hess sin uniforme. Con la guerrera negra de las SS, siempre me había parecido un tipo fornido. Hoy, con un raído traje de paisano, lo veo pequeño y arrugado. [...]He aquí la ruina de un hombre al que no hace mucho Hitler deseaba nombrar su sucesor como dictador de Alemania”.
Shirer estuvo en las sucesivas audiencias del juicio a los criminales nazis. Además de escuchar el espantoso testimonio de las víctimas de los campos de exterminio, tuvo acceso a los documentos secretos de la cúpula que daban cuenta de que la eliminación de seres humanos fue un plan meticulosamente planificado y ejecutado. Lo que dejó en claro, como lo señala William Shirer, que los crímenes del nazismo no fueron obra de un psicópata solitario como Hitler sino la obra de un conjunto de voluntades convencidas de que el Führer encarnaba el destino de Alemania. Increíblemente, los nazis habían documentado sus tropelías homicidas.
“En verdad, ningún otro juicio en la historia puede haber sido como este. Los acusados nazis van a ser condenados por sus propias palabras, por sus registros de las criminales acciones que cometieron. Los muy idiotas lo escribieron todo y, en el caos de su hundimiento, fueron incapaces de destruir las pruebas que los comprometían”, anota Shirer en su diario.
Destacaban entre los acusados el ex comandante en jefe de las fuerzas armadas mariscal Wilhelm Keitel; el ex jefe del departamento de mando y operaciones de las fuerzas de defensa general Alfred Jodl; el ex ministro del interior Wilhelm Frick; el ex canciller Joachim von Ribbentrop; y el ideólogo del racismo Alfred Rosenberg. Todos fueron ejecutados en la horca. Göering se suicidó en su celda horas antes de dirigirse al patíbulo. Sobre cada uno escribió William Shirer. Sin embargo, el reportero entendió que no era suficiente para describir la dimensión de lo que hicieron los nazis. Así que citó la declaración de Rudolf Franz Ferdinand Hoess, responsable del campo de concentración de Auschwitz, donde se cree que fueron eliminadas dos y medio millones de personas, según la confesión del propio Hoess.
“Muy frecuentemente, las mujeres trataban de ocultar a sus hijos bajo sus ropas, pero cuando los encontrábamos nos ocupábamos de exterminar a los niños”, describió Hoess en uno de los párrafos de su testimonio. Shirer creía que lo había visto y escuchado todo durante el juicio de Núremberg, hasta que leyó la confesión de Hoess. Por eso, escribió: “Sentía que no podía eliminar el testimonio de Hoess. Él tenía que hablar en este lugar. Lo que dijo y lo que hizo me obsesionarán hasta el día de mi muerte”.
CORRESPONSAL DE GUERRA
William Shirer debió escapar de Alemania porque había sido amenazado de muerte por los nazis, a quienes no les gustaba que dijera en sus reportes que eran una amenaza para la humanidad. Ciertamente, se salvó por un pelo. Después de varios años de trabajo, Shirer logró publicar en 1960 Ascenso y caída del Tercer Reich, considerada una obra monumental porque fue escrita por un testigo presencial de dos momentos claves de la dictadura de Adolfo Hitler (la versión en español acaba de ser reeditada con muchas mejoras). Escribió otro libro más sobre la materia, Apogeo y derrumbe de Adolfo Hitler, un retrato descarnado y a fondo del führer, lanzado en 1961.
Shirer vivió lo suficiente para escribir en tres tomos su autobiografía, un relevante legado para el periodismo mundial: Viaje por el siglo 20 (1976); Los años de pesadilla (1984) y el Retorno del nativo (1990). El reportero falleció el 28 de diciembre de 1993.
Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 30 de septiembre del 2012.
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