POSITIVISMO Y ANACRONISMO EN LA HISTORIA DEL PERÚ
El mal uso que la ideología suele hacer del pasado
se basa más en el anacronismo que en la mentira.
Eric Hobsbawm
Eddy Romero Meza
La historia oficial busca afianzar una idea de nación o comunidad imaginada, y coexiste con numerosos discursos históricos que desean legitimar posturas políticas o proyectos culturales: marxismo, indigenismo, hispanismo, etc. La historia se convierte así en un campo de batalla ideológico, donde su escritura es una apuesta política además de epistemológica.
Entonces, cómo lograr una historia con mayores grados de objetividad, qué caminos seguir o evitar en este controvertido oficio. En tiempos de conmemoraciones por el bicentenario de la independencia en América, es imperativo reflexionar sobre la práctica historiográfica, y además sobre su enseñanza. Ello para evitar que esta disciplina sea reducida a mero instrumento ideológico o erudición vana. En esta ocasión quisiera detenerme en la influencia positivista en nuestra historia, así como en la recurrencia del anacronismo en la concepción de la historia peruana.
En su interesante libro Antimanual del mal historiador, Carlos Aguirre Rojas, dedica un capítulo a lo que él denomina “los siete pecados capitales del mal historiador”, dentro de los cuales figurarían:
- El positivismo
- El anacronismo
- La noción de tiempo (única y homogénea)
- La idea limitada de progreso
- Actitud profundamente acrítica
- Búsqueda de una “objetividad” y neutralidad” absoluta.
- El postmodernismo en historia
El autor apunta también, que estos siete vicios historiográficos se manifiestan después de múltiples maneras. Naturalmente, el objetivo es explicitarlos para poder esquivarlos o contrarrestarlos, sólo así se lograría hacer y enseñar una historia diferente y muy superior a la hoy existente. (1)
Debido a la extensión que exige este texto, como ya lo adelantamos, solo nos limitaremos a los dos primeros “pecados”, quedando la tentación de abordar los otros en siguientes artículos.
Positivismo e historia peruana
Se ha afirmado que la en la base del positivismo existe una epistemología ingenua y acrítica, ya que: “el positivismo considera el objeto del conocimiento histórico como un dato ya construido y el conocimiento histórico como el registro o la fotografía de ese objeto. La objetividad del conocimiento histórico consiste en percibir el dato tal como es (wie es eigentlich gewesen), en registrar los hechos en estado bruto, en su verdad original, fuera de toda interpretación. El ideal del positivismo histórico es llegar a la exactitud fría, neutra, impersonal de las ciencias naturales, como la botánica, la biología, la química. Se mantiene rigurosamente en el nivel de los hechos, en su pura materialidad” (2). O sea, como sostiene Carlos Aguirre, nos encontramos frente a una concepción histórica esencialmente renuente a la filosofía, teoría y metodología. Una historia que limita la labor del historiador a la revisión y clasificación de las fuentes escritas, y cuyo producto es una narración o descripción de lo contenido en los documentos. El positivismo histórico rechaza toda interpretación crítica y creativa de los hechos históricos.
Una historia además centrada en los grandes hechos políticos y militares del pasado. Una historia peligrosamente acrítica con los grupos de poder examinados; y además reducida a simple ejercicio de erudición (“colecciones de hechos muertos” al decir de Marx). Carlos Aguirre, apunta sobre esto:
… la verdadera historia solo se construye cuando, apoyados en esos resultados de trabajo erudito, accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, de los fenómenos y de los procesos y situaciones históricas que estudiamos. Porque solo transitamos desde esa erudición todavía limitada hasta la verdadera historia, si reconocemos la importancia fundamental de este trabajo de la interpretación y de la explicación históricas, que construyen modelos comprehensivos, que ordenan y dan sentido a los hechos y fenómenos históricos, integrando a estos últimos dentro de las grandes tendencias evolutivas del desarrollo histórico, y estableciendo de modo coherente y sintético, también los porqués y los cómos de los distintos problemas investigados. (3)
Hoy es inconcebible una historia que no sea crítica, una que se aproxime al pasado de forma dinámica y abierta a nuevos métodos de investigación. La historia positivista fue cuestionada durante todo el siglo XX, sin embargo su vigencia es notoria, sobre todo en el campo educativo donde la enseñanza a veces no difiere mucho de la practicada en el siglo XIX: énfasis en los datos, fechas e información. Una historia centrada en los grandes hombres (generales, políticos, virreyes, etc.); o sea la “historia desde arriba”. Finalmente, una didáctica que derivada del positivismo histórico, puede reducir una clase a “presidentes-obras”, “virreyes-obras” o colección de militares y batallas.
La herencia del positivismo histórico está fuertemente internalizada en la concepción de la historia de la sociedad en general (imaginarios, representaciones, mentalidades). Los medios de comunicación, especialmente la televisión y el cine, difunden esta visión simplista o reduccionista de la narrativa histórica. Ello sin menospreciar las fantásticas producciones históricas surgidas en los últimos años, pero que son la excepción y no la regla general.
Los libros y manuales de historia son numerosos en el país. El surgimiento de academias y colegios pre-universitarios, multiplicó aún más los textos, pero lamentablemente solo los oriento a fines directos de ingreso a la universidad. Un conglomerado de datos especialmente de carácter político-militar llena sus páginas, y se impone una enseñanza basada en el memorismo y no la comprensión. Muchos estudiantes arriban así a la universidad, y ello ha obligado en parte, a la aparición de textos que busquen superar estas pobres visiones de la historia peruana y mundial. Dentro de estos textos podría ubicarse el libro “Historia del Perú contemporáneo” de Carlos Contreras y Marcos Cueto, obra que tiene la virtud de abordar la historia peruana del siglo XIX y XX, tanto desde los aspectos políticos, como económicos y socio-culturales. Un texto de fácil lectura y que explica con cierta suficiencia los distintos fenómenos históricos que ha atravesado el Perú en el periodo que examina. Su aporte radica en ser una obra de síntesis histórica, que incluye una mirada crítica al desarrollo republicano. (4)
Resaltable también, es el reciente esfuerzo editorial de la Universidad Católica del Perú, de aproximar a los estudiantes a la historia del Perú y el mundo, a través de obras de visión panorámica del siglo XX, escritas por excelentes historiadores, quienes practican a su vez la docencia universitaria. Se trata de los libros: Un mundo incierto. Historia universal contemporánea de Antonio Zapata y El Perú del siglo XX de Juan Luis Orrego. Este último, explica claramente la intención de estas obras, al señalar en una reciente entrevista:
… la idea era interpretar el siglo XX, que no sea un texto con una hemorragia de datos, sino uno explicativo. Y traté de incorporar no solo la cuestión del desarrollo económico y político, sino también algo que le interesa mucho a los chicos: los cambios culturales, mentales, la vida cotidiana, el deporte. Y en la medida de lo posible, relacionar la historia del Perú con lo que pasa en América Latina y en el mundo. Entonces, la idea es dar una visión total del siglo XX. (5)
Superar el positivismo histórico, supone muchas variables. La primera, evidenciar las limitaciones de esta corriente teórica, y principalmente estimular una historia explicativa que llegue al gran público. Libros rigurosos que no prescindan de la visión crítica y mirada de largo alcance. Crear generaciones de estudiantes formados en una historia centrada en la interpretación-explicación, y no en la simple descripción vacía de los “grandes hechos históricos”. Ello claro, sin dejar de entender que historia crítica no es igual a historia negra.
Anacronismo e historia peruana
El anacronismo, según Lucien Febvre es el “pecado de los pecados” del historiador. Este podemos definirlo como el: “Error que consiste en suponer acaecido un hecho antes o después del tiempo en que sucedió y, por extensión, incongruencia que resulta de presentar algo como propio de una época a la que no corresponde. Persona o cosa anacrónica” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española)
Sin embargo, un concepto más amplio e interesante lo hallamos en el historiador colombiano Renán Silva Olarte, quien afirma: “digamos que el anacronismo es una forma de pasar por encima de las dimensiones de tiempo, espacio y lenguaje específicos, que son constitutivas de una sociedad, lo que lleva al historiador (o al antropólogo o al sociólogo) a pasar por encima de lo que Baruch Spinoza llamaba la “diferencia específica”, introduciendo en el análisis objetos, procesos, actitudes y formas de percepción y representación que la historicidad misma de esa sociedad particular de la que se trata no autoriza, bien sea porque se encuentran por fuera del marco de posibilidades históricas que esa sociedad ha producido, o por el contrario, porque se localizan en un horizonte de expectativas que la sociedad ha superado” (6).
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