El Deber de no Olvidar
Por: Rafo León
Empacharse en un corto tiempo con cinco libros –extensos, complejos, importantes– que giran todos en torno a un mismo tema, sea desde la biografía, las ciencias sociales, la historia o la ficción, puede ser un método para que a uno se le forme una idea en la cabeza. Todo empezó con la relectura de uno de mis libros indispensables, el de Michael Taussig que se titula Chamanismo, colonialismo y hombre salvaje (1987). Volví a ese prodigioso tratado sobre el horror durante el boom cauchero del Putumayo, después de haberme zambullido como un poseso en El sueño del celta, de Vargas Llosa (2010). Afortunadamente poco tiempo antes de publicada la novela del Nobel, había aparecido Imaginario e imágenes del caucho: los sucesos de Putumayo (2009) escrito por Alberto Chrif y Manuel Cornejo. Dos años después salió a la venta la primera edición en español de El libro azul británico (2012), pasado un siglo de que su autor, Roger Casement, hiciera tambalear a Occidente con el informe que la Cámara de los Comunes lo envió a realizar al mismo Putumayo, a raíz de las voces que corrían sobre las barbaridades cometidas por los caucheros, cuyo capitalista principal era el riojano Julio César Arana en una empresa con socios británicos, poseedor de seis millones de hectáreas de bosque entre Colombia y Perú. Finalmente, en la última feria del libro encontré una verdadera curiosidad:Arana, rey del caucho, terror y atrocidades en el Amazonas, del argentino Ovidio Lagos. Este escritor, poco conocido entre nosotros, se ha especializado en las aristocracias y oligarquías de diferentes lugares del mundo, pero en el momento en el que los dioses caen. El caso de Arana es uno de ellos.
Julio César Arana, el gigante de bigotes de manubrio y mirada imposible de sostener, nació en Rioja en 1864, se crió en el campo, sin zapatos y pudo haber sido cualquier cosa en la vida. Pero escogió el dinero. Se casó con la delicada maestra Eleonora Zumaeta y con ella cruzó los Andes a lomo de mula en distintas aventuras de pequeño comercio. Luego se instaló en Iquitos y los contactos con la oligarquía blanca de la ciudad le facilitaron entrar al negocio de aviador, que consistía en desplazarse por los ríos vendiendo mercaderías diversas a mestizos e indios que habitaban las riberas. En ese negocio descubrió la clave de lo que lo haría años más tarde el hombre más rico del Perú, el gentleman que alternaba sus días entre Iquitos, Londres, Biarritz y Ginebra (tenía casas en todas estas ciudades). Esa clave fue la de enganchar a sus clientes con créditos perpetuos a intereses elevadísimos. La amenaza de tortura y de muerte era parte del sistema. Si no, ¿dónde estaba el know how?
Poco a poco Arana fue entrando en el negocio del caucho, que a inicios del siglo XX y hasta los años 20’s del mismo, configuró un fenómeno económico equivalente en más de un aspecto al de nuestra minería actual. Bicicletas, automóviles, cables, piezas mecánicas, necesitaban de esa goma salida de la hevea brasiliensis, un árbol que en esos bosques parecía no tener acabo. Pero claro, como declaró una vez un cauchero, lo importante del bosque no era el árbol sino la mano de obra. Empieza entonces un sistema de esclavitud mediante el enganche (te doy comida, me pagas con trabajo) que muy pronto dio inicio a lo que con justicia se ha calificado de genocidio. Entre las correrías que se hacían para atrapar y matar a los huitotos que fugaban de las secciones caucheras, más los episodios de sadismo y brutalidad practicados por los gerentes de estas secciones, Casement calcula que murieron más de treinta mil indios. Decapitados, quemados vivos, estrellados contra los árboles, dejados a morir en el cepo… la lista es horrorosa.
¿Y qué idea se me ha ocurrido? Es simple. Así como se está pugnando para que en las escuelas se incluya como tema de enseñanza las bestialidades cometidas por Sendero y el MRTA (y hoy hasta se habla de dar una Ley de Negacionismo), con el mismo juicio debería darse a conocer a los estudiantes casos como el de Arana, el de las familias esclavistas que traían chinos, las historias de los terratenientes de horca y cuchillo… y por ese camino yo llegaría hasta los empresarios que pasaron por la salita de Montesinos. ¿No era que no hay que olvidar?
Fuente: Revista Caretas. 25 de agosto del 2012.
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