domingo, 21 de febrero de 2010

Libro “La huella árabe en el Perú”.

Árabes en el Perú

La presencia árabe en el país empieza con la llegada de los conquistadores españoles y se hace más visible con la inmigración de ciudadanos de Palestina, Líbano y Siria a tierras americanas a fines del siglo XIX. El libro “La huella árabe en el Perú” (Fondo Editorial del Congreso) destaca la influencia que su presencia ha tenido en nuestra cultura.

Por: Raúl Mendoza

Francisco Pizarro tenía ancestros árabes y también Diego de Almagro, el otro socio de la Conquista del Perú, según el historiador Antonio del Busto. Es decir, la presencia árabe en el Perú empieza desde el momento en que los españoles pusieron pie en estas tierras. Y si bien hubo algunos más entre los que llegaron a buscar fortuna –Nicolás de Ribera “El Viejo”, primer alcalde de Lima, por ejemplo– esta presencia inicial no ha podido ser documentada al detalle porque en la época cualquiera que descendiera de árabes se cambiaba el apellido por uno hispano. No obstante, su presencia se afirmó con la llegada, consumada la Conquista, de esclavos moriscos. El historiador Nelson Manrique precisa: las esclavas moriscas llegaron en una proporción de 5 a 1 sobre sus pares varones, para servir como amas de llaves o concubinas de españoles. “Es a partir de esta asimilación de las esclavas moriscas convertidas, por oposición al indígena, en españolas, que la herencia árabe se va a extender sobre el conjunto de la sociedad virreinal”, afirma.

Una morisca que logró un estatus importante en estas épocas fue Beatriz de Salcedo, concubina y luego esposa de un funcionario español. Fue la primera mujer de sangre árabe que atravesó los Andes, estuvo en Cajamarca cuando se ejecutó a Atahualpa y años después vivió frente a la casa de Francisco Pizarro, en la calle Pescadería. El historiador Guillermo Lohmann le reconoce otros logros: introdujo el trigo en el Perú y fue la única encomendera morisca en América Latina.

El libro “La huella árabe en el Perú”, una compilación de artículos realizada por Leyla Bartet y Farid Kahat, recoge esta información y enfatiza que la influencia morisca fue tan grande en la Lima colonial que dos características que definieron la identidad de la ciudad tienen su huella: los balcones suspendidos sobre las calles con sus celosías que permitían ‘mirar sin ser visto’ –alta expresión del arte mudéjar– y las tapadas limeñas cuya presencia se mantuvo hasta comienzos del siglo XIX.

Leyla Bartet explica que “balcones como los limeños se pueden encontrar en ciudades como Marrakech o Fez, en Marruecos, aunque más pequeños”. Y sobre las tapadas señala que cubrirse el rostro en la calle tiene origen árabe “pero en los países islámicos se usa por pudor y aquí, al contrario, para hacer lo que no se podía a rostro descubierto”. Nuestra comida también tiene la mano morisca: las empanadas, los anticuchos, los estofados o guisos, el escabeche, y el uso de distintas especias para los aderezos.

La periodista Susana Bedoya señala en el mismo libro: “Es en los dulces donde mejor hemos conservado las tradiciones españolas de origen árabe”. Los moriscos trajeron los alfajores, el mil hojas, los higos verdes en almíbar y un clásico de los postres criollos como el picarón –que desciende de los buñuelos árabes–, algunas mazamorras y la miel. La presencia física morisca, según Lohmann, se borró en el siglo XVIII. Pero un siglo después llegaría una nueva oleada de ciudadanos árabes a América Latina, entre ellos el Perú.

Segundo tiempo

A fines del siglo XIX, a la caída del imperio Otomano, decenas de familias procedentes de Palestina y más tarde de Líbano y Siria llegaron al Perú. “Los primeros árabes se instalan en el sur andino, hacia 1885, tras atravesar el altiplano, cruzando el norte de Argentina y Bolivia. Desde un principio optaron por integrarse al país (…). Comerciantes, palestinos en su mayoría, fueron muy apreciados por sus clientes andinos, frecuentemente campesinos con los que acordaban largos plazos de pago. Introdujeron en el Perú el regateo”, señala el libro.

Así se fueron integrando al país. Eran en su mayoría agricultores, pero como aquí no podían comprar tierras se convirtieron en comerciantes ambulantes primero, comerciantes de tienda formal después y andando el tiempo abrieron fábricas vinculadas al rubro textil. “Los que llegaron eran cristianos y se adecuaron con cierta facilidad”, explica Leyla Bartet. En el Perú la gran mayoría de la inmigración árabe es palestina, y le siguen en número la comunidad libanesa y siria.

“De los árabes palestinos que se afincaron en Chile en 1880, un contingente prefirió seguir hasta el Perú. Saiid Sahurriyeh, de Belén, fue el primer ciudadano árabe en llegar aquí en 1885”, cuenta Leyla Bartet. La comunidad árabe se afincó tan rápidamente en el sur peruano que para 1920 de las 20 grandes compañías de Arequipa, cinco eran palestinas. ¿Cómo avanzaron? Su aspecto físico les permitió insertarse entre familias acomodadas de provincia, y quienes ya estaban asentados aquí ayudaban a venir a otros parientes.

“Medio siglo después de la llegada de los primeros inmigrantes, la integración de los palestinos a la sociedad peruana estaba bastante avanzada. Muchos adquirieron la nacionalidad peruana, la lengua árabe no se usaba luego de dos o tres generaciones y los matrimonios mixtos eran más frecuentes”, señala en el libro el sociólogo francés Denys Cuche. Más tarde crearían las primeras asociaciones de inmigrantes que les servirían de espacio de encuentro y, al mismo tiempo, empezarían a migrar a Lima desde otras ciudades del interior. En 1948, con la creación del estado israelí, otra nueva oleada llegaría, esta vez de mayoría musulmana.

Con el tiempo, los ciudadanos de origen árabe han tenido presencia en la vida nacional. El libro recoge testimonios gráficos y escritos de familias que llegaron hace décadas como los Abugattas, Matuk, Mohana, Simon, Chehade, Kahat, Yapur, Ode y otras más. “La bibliografía sobre la inmigración árabe en el Perú es casi inexistente. En parte porque a diferencia de la importancia numérica de la comunidad árabe en otros países (Brasil, Argentina y Chile), en el Perú fue relativamente reducida”, dice Bartet. En ese sentido “La huella árabe en el Perú” echa luces sobre una comunidad que ha contribuido de manera sustancial a ese país de tantas sangres que somos.

Pequeña comunidad

Actualmente en Brasil viven cerca de veinte millones de personas de origen árabe, en Argentina alrededor de dos millones y medio, mientras que en Chile hay cerca de 250 mil descendientes de árabes. Son las tres comunidades más grandes en América Latina. En el Perú y Bolivia se encontrarían las comunidades más pequeñas aunque, según Leyla Bartet, no se han hecho estudios prolijos al respecto. En nuestro país un club que reúne a los descendientes árabes es el Club Unión Árabe-Palestino. “Los inmigrantes mayores mantienen los vínculos por cuestiones sociales, mientras que entre los que llegaron tras la creación del Estado de Israel, está más presente la idea de la defensa del estado palestino”, señala Bartet.

Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo". 14 de Febrero del 2010.

1 comentario:

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http://www.urpilibros.com/la-huella-arabe-en-el-peru-p-79.html

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Saludos,

Gladys