Homenaje a la otra Norteamérica
César Lévano
Una encuesta acaba de revelar que sólo el 69 por ciento de los estadounidenses creen que los padres fundadores de su nación estarían satisfechos con lo que Estados Unidos es hoy.
Es éste un homenaje, entre otros, a hombres como George Washington, Thomas Jefferson y Tom Paine, el gran olvidado.
Paine era, cuando llegó a Estados Unidos, un joven corsetero inglés, que desembarcó en la futura Unión con fiebre y sin dinero.
Pronto se convertiría en el periodista que inflamó la lucha por liberarse de Inglaterra.
Cuando el ejército rebelde comandado por Washington parecía derrotado, roído por las deserciones y el hambre, en andrajos y sin cañones, Washington sostuvo un diálogo con Paine. El hombre más rico del país se reunía con el inmigrante panfletario que llamaba a continuar la guerra. Fue decisivo que el general revolucionario encomendara a Paine escribir un manifiesto que reanimara a su pueblo y a sus soldados.
Eso hizo Paine. Y con el ardor de sus frases sobre La crisis se abrigaron, en madrugadas de nieve, los combatientes. La noche de Navidad del año anterior a la victoria, los soldados maltrechos de Washington cruzaron el río Delaware y atacaron un campamento de mercenarios alemanes, recién llegados a Estados Unidos, contratados por los ingleses y que estaban bien alimentados, bien armados y bien borrachos. Gracias a esto, las tropas de Washington tomaron más de mil prisioneros, con sus respectivas armas. Con esa victoria se reinició la lucha por la independencia. El azar en la historia; el azar, amigo de los que buscan.
Amigo de los nacientes gremios obreros, enemigo de la esclavitud y defensor de los derechos de las mujeres, Paine tenía en Estados Unidos un gran defecto, aparte de su radicalismo: era un inmigrante. Cuando volvió al país que había ayudado a crear, era un paria. Al morir, sólo siete personas acompañaron su marcha fúnebre: una señora, dos niños, dos negros y un predicador.
En un ensayo publicado en Foreign Affairs en diciembre del 2007, John McCain, el candidato republicano, recordó una frase de Jefferson: “Estados Unidos es la república solitaria del mundo, el único monumento de los derechos humanos y el solo depositario del sagrado fuego de la libertad y el autogobierno, que desde aquí debe ser extendido a otras regiones de la tierra”.
¿Qué pensaría Jefferson, el gran amigo de Paine, de la guerra de Irak, de los trabajos de la CIA para derribar gobiernos y asesinar revolucionarios? ¿De su afán de dividir países y favorecer oligarquías? ¿De las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib?
Tengo en mis manos una bella edición de los escritos de Jefferson. Estos textos dan la razón a los dos tercios de estadounidenses que piensan que la política de sus gobernantes contradice a los Founding Fathers, los padres fundadores.
Fuente: Diario La Primera
César Lévano
Una encuesta acaba de revelar que sólo el 69 por ciento de los estadounidenses creen que los padres fundadores de su nación estarían satisfechos con lo que Estados Unidos es hoy.
Es éste un homenaje, entre otros, a hombres como George Washington, Thomas Jefferson y Tom Paine, el gran olvidado.
Paine era, cuando llegó a Estados Unidos, un joven corsetero inglés, que desembarcó en la futura Unión con fiebre y sin dinero.
Pronto se convertiría en el periodista que inflamó la lucha por liberarse de Inglaterra.
Cuando el ejército rebelde comandado por Washington parecía derrotado, roído por las deserciones y el hambre, en andrajos y sin cañones, Washington sostuvo un diálogo con Paine. El hombre más rico del país se reunía con el inmigrante panfletario que llamaba a continuar la guerra. Fue decisivo que el general revolucionario encomendara a Paine escribir un manifiesto que reanimara a su pueblo y a sus soldados.
Eso hizo Paine. Y con el ardor de sus frases sobre La crisis se abrigaron, en madrugadas de nieve, los combatientes. La noche de Navidad del año anterior a la victoria, los soldados maltrechos de Washington cruzaron el río Delaware y atacaron un campamento de mercenarios alemanes, recién llegados a Estados Unidos, contratados por los ingleses y que estaban bien alimentados, bien armados y bien borrachos. Gracias a esto, las tropas de Washington tomaron más de mil prisioneros, con sus respectivas armas. Con esa victoria se reinició la lucha por la independencia. El azar en la historia; el azar, amigo de los que buscan.
Amigo de los nacientes gremios obreros, enemigo de la esclavitud y defensor de los derechos de las mujeres, Paine tenía en Estados Unidos un gran defecto, aparte de su radicalismo: era un inmigrante. Cuando volvió al país que había ayudado a crear, era un paria. Al morir, sólo siete personas acompañaron su marcha fúnebre: una señora, dos niños, dos negros y un predicador.
En un ensayo publicado en Foreign Affairs en diciembre del 2007, John McCain, el candidato republicano, recordó una frase de Jefferson: “Estados Unidos es la república solitaria del mundo, el único monumento de los derechos humanos y el solo depositario del sagrado fuego de la libertad y el autogobierno, que desde aquí debe ser extendido a otras regiones de la tierra”.
¿Qué pensaría Jefferson, el gran amigo de Paine, de la guerra de Irak, de los trabajos de la CIA para derribar gobiernos y asesinar revolucionarios? ¿De su afán de dividir países y favorecer oligarquías? ¿De las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib?
Tengo en mis manos una bella edición de los escritos de Jefferson. Estos textos dan la razón a los dos tercios de estadounidenses que piensan que la política de sus gobernantes contradice a los Founding Fathers, los padres fundadores.
Fuente: Diario La Primera
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