Diario Educar. San Agustín y el fútbol
Constantino Carvallo
En alguna de sus reflexiones sobre el tiempo dice San Agustín que no estamos, como creemos, volcados hacia el futuro pues el único tiempo que podemos ver con claridad es el tiempo pasado. El futuro no es. El presente pasa. Es como si la vida humana fuera llevada por un conductor que solo tiene ante sí el espejo retrovisor. Va hacia adelante pero solo puede observar aquello que va quedando atrás.
Tal vez no sea así y seguramente lo comprendo mal. Pero es así como muchas cosas se conducen en el país. El fútbol, por ejemplo. Nada de planificación, de mirada hacia el futuro, de anticipación de lo que va a ser. Y, sin embargo, se esperan triunfos, éxitos, y el público se sorprende, una y otra vez, ante los fracasos. Como si pudiera cosecharse sin sembrar. Este año va a jugarse en el Perú un torneo sudamericano sub 20. No serán los Juegos Olímpicos del presidente García pero algo es algo. A pocos meses del evento en el que somos anfitriones no tenemos equipo, no se ha nombrado al entrenador y el campeonato de la categoría que permitiría foguear y seleccionar a los jugadores ha estado paralizado desde enero.
Sin embargo, pese a que no trabajamos para ese futuro cercano, cuando ocurran las previsibles derrotas habrá una nueva y neurótica desilusión. ¿Cómo puede pensarse que se puede competir con quienes sí trabajan con anticipación? ¿Y cómo puede sorprender o decepcionar que no se triunfe? ¿Cuál es el fundamento de esta obstinada, ciega y compulsiva esperanza?
Está en San Agustín. Proviene del pasado, de la fuerza que emana de un ayer glorioso que, en verdad, nunca existió. Lo que Hobsbawm llamaba una "tradición inventada". No hay que planificar, ni trabajar con constancia mirando el futuro porque como hemos sido muy buenos lo seguiremos siendo, Contigo Perú, generación tras generación. Que no lo seamos nos sorprende y nos molesta pero basta un pequeño empate o la llegada de un nuevo entrenador y la necia esperanza resucita; la irracionalidad y el pensamiento mágico vuelven a anunciar el retorno de nuestras grandes victorias. Es el poder del mito, del sentimentalismo, de un falso pasado que se pone delante e impone la improvisación.
El proyecto es ser como antes, el plan es aguardar la renovación fortuita de lo que jamás ocurrió.
En la actitud ante el fútbol se expresa esta enfermedad de la nostalgia, esta triste incapacidad para olvidar, para trabajar en el presente ese futuro que no queremos, cuidadosa y humildemente, construir hoy.
Fuente: La República
Constantino Carvallo
En alguna de sus reflexiones sobre el tiempo dice San Agustín que no estamos, como creemos, volcados hacia el futuro pues el único tiempo que podemos ver con claridad es el tiempo pasado. El futuro no es. El presente pasa. Es como si la vida humana fuera llevada por un conductor que solo tiene ante sí el espejo retrovisor. Va hacia adelante pero solo puede observar aquello que va quedando atrás.
Tal vez no sea así y seguramente lo comprendo mal. Pero es así como muchas cosas se conducen en el país. El fútbol, por ejemplo. Nada de planificación, de mirada hacia el futuro, de anticipación de lo que va a ser. Y, sin embargo, se esperan triunfos, éxitos, y el público se sorprende, una y otra vez, ante los fracasos. Como si pudiera cosecharse sin sembrar. Este año va a jugarse en el Perú un torneo sudamericano sub 20. No serán los Juegos Olímpicos del presidente García pero algo es algo. A pocos meses del evento en el que somos anfitriones no tenemos equipo, no se ha nombrado al entrenador y el campeonato de la categoría que permitiría foguear y seleccionar a los jugadores ha estado paralizado desde enero.
Sin embargo, pese a que no trabajamos para ese futuro cercano, cuando ocurran las previsibles derrotas habrá una nueva y neurótica desilusión. ¿Cómo puede pensarse que se puede competir con quienes sí trabajan con anticipación? ¿Y cómo puede sorprender o decepcionar que no se triunfe? ¿Cuál es el fundamento de esta obstinada, ciega y compulsiva esperanza?
Está en San Agustín. Proviene del pasado, de la fuerza que emana de un ayer glorioso que, en verdad, nunca existió. Lo que Hobsbawm llamaba una "tradición inventada". No hay que planificar, ni trabajar con constancia mirando el futuro porque como hemos sido muy buenos lo seguiremos siendo, Contigo Perú, generación tras generación. Que no lo seamos nos sorprende y nos molesta pero basta un pequeño empate o la llegada de un nuevo entrenador y la necia esperanza resucita; la irracionalidad y el pensamiento mágico vuelven a anunciar el retorno de nuestras grandes victorias. Es el poder del mito, del sentimentalismo, de un falso pasado que se pone delante e impone la improvisación.
El proyecto es ser como antes, el plan es aguardar la renovación fortuita de lo que jamás ocurrió.
En la actitud ante el fútbol se expresa esta enfermedad de la nostalgia, esta triste incapacidad para olvidar, para trabajar en el presente ese futuro que no queremos, cuidadosa y humildemente, construir hoy.
Fuente: La República
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