Manuel Burga: “Estamos obligados a tener cuidado con Chile”
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Si bien el terremoto bajó la tensión entre Lima y Santiago –a raíz de la publicación de la cartografía marítima por parte del Perú– la controversia tiene para rato. DOMINGO llegó a la casa de Manuel Burga, historiador y ex rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para conversar sobre las siempre difíciles relaciones con Chile. Su mensaje es claro: desterremos los chauvinismos, pero siempre tengamos en cuenta las lecciones que la historia nos ha enseñado.
Si bien el terremoto bajó la tensión entre Lima y Santiago –a raíz de la publicación de la cartografía marítima por parte del Perú– la controversia tiene para rato. DOMINGO llegó a la casa de Manuel Burga, historiador y ex rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para conversar sobre las siempre difíciles relaciones con Chile. Su mensaje es claro: desterremos los chauvinismos, pero siempre tengamos en cuenta las lecciones que la historia nos ha enseñado.
Por Enrique Patriau
–¿Es posible una relación buena y estable entre Perú y Chile?
–En un futuro muy lejano, o quizás a mediano plazo.
–¿Cómo?
–En tanto las economías de ambos países comiencen a nivelarse, y por ende la relación sea de mayor simetría. En esas circunstancias, probablemente las diferencias de fronteras podrán superarse. Por el momento, se trata de un problema inconcluso. Tarapacá y Arica son trofeos de guerra para Chile y lo que hacemos los peruanos, al reclamar por la delimitación marítima, es calistenia política para no olvidarnos de lo que ocurrió. Eso es parte del alma colectiva nacional, que hay que saber manejar.
–Claro, en cierta manera se trata de un ejercicio de memoria.
–Todo lo que tiene que ver con Chile forma parte de la memoria de Torre Tagle y del Ejército. Para ellos es un tema irresuelto. En cambio, para la memoria civil, popular, es algo todavía más delicado: es una derrota. Tiene que ver con la autoestima. Eso también debe resolverse, aunque el tiempo histórico no es el más favorable.
–El gobierno quiere llevar el diferendo a La Haya pensando que lo mejor es que decida un organismo supranacional.
–No sabemos qué puede ocurrir ahí, ¿cierto? No estamos frente a un problema técnico-jurídico. Esa frontera trazada al sur de Tacna es producto de una guerra…
–Como muchas en el mundo.
–Es verdad, y cuando así ocurre las discrepancias se superan progresivamente. Yo creo que los chilenos después de esta telenovela histórica última ("Epopeya") tienen una idea un poco más clara de lo que realmente sucedió a partir de 1879. Ellos siempre pensaron que era una guerra defensiva, pero me parece que ahora desarrollan una memoria histórica mucho más educada respecto de lo que el conflicto significó para el Perú y la misma Bolivia.
–Usted ha hecho referencia a una asimetría económica. Eso va de la mano con una de tipo militar, muy preocupante.
–La asimetría es en todo sentido. Los peruanos viven en Santiago como nanas, cocineros. En el siglo XIX, miles de chilenos venían acá a trabajar en el ferrocarril de Mollendo a Arequipa y de Arequipa a Cusco. Ahora la situación es inversa. ¿Por qué? Los historiadores no lo saben.
–Cuando se habla de Chile suele decirse que es hora de romper con el pasado y mirar hacia adelante. ¿Qué piensa de esa idea?
–El pasado sí importa, es fundamental. Es parte de la inteligencia de las personas y de los pueblos. No se pueden tomar decisiones sin referencias históricas. Lo que debe evitarse es el chauvinismo, la demagogia. En este momento el Perú solamente puede hacer calistenia. Ojalá que el desarrollo económico se mantenga en siete o en ocho puntos durante unos treinta años y podamos arreglar nuestras cuestiones con Chile. Así como ahora tienen la intención de devolver los libros de la Biblioteca Nacional, después podrán devolver los papeles que se llevaron de la Universidad de San Marcos, y acaso después el Huáscar.
–¿Cree que caemos en chauvinismos al momento de hablar de Chile?
–La verdad es que eso ocurre frecuentemente. Por ejemplo, algunos partidos políticos que se asumen nacionalistas caen en eso. Y cuidado, porque la experiencia histórica nos dice que todos los chauvinismos en el mundo han fracasado. Y seguramente fracasarán también en el futuro. Lo que sí tiene sentido es la defensa del territorio, de la nación, pero con un nacionalismo sano que nos cure de ese complejo que viene desde la derrota en la Guerra del Pacífico.
–Que seguimos cargando.
–Lamentablemente la seguimos cargando. Y así como perdimos en la guerra, se dice que perdemos en todo lo demás. Eso es malo. La arrogancia tampoco es buena. Deberíamos buscar el punto medio.
–Sin embargo, la historia no se inventa, acaso se interpreta. ¿No se justifican los recelos del Perú hacia Chile?
–Ese es un punto. El golpe enseña. Diría que los peruanos están obligados a tener mucho cuidado con el vecino del sur. Claro, en el mundo actual, no veo peligro de un conflicto bélico. Lo que hay que promocionar son las buenas relaciones con los países vecinos, siempre. Y ojalá las soluciones a las controversias lleguen en un clima de paz. Por eso digo, podría haber otros gestos reales, de política internacional, donde, de paso, los chilenos curen su mala conciencia.
–¿Cuáles?
–Por ejemplo, que se solucione el problema de Bolivia, un país mediterráneo…
–Por acción chilena.
–Y por la inacción de la misma Bolivia. Antofagasta, pero además Tarapacá y Arica, fueron chilenizadas por la ausencia del Estado. La guerra es el desenlace de un triunfo político previo. El problema es que, consumada la derrota hace más de un siglo, muchos siguen pidiendo la revancha. ¿Y si pierden nuevamente? ¿Exigirán una segunda revancha? A Chile hay que aprender a verlo desde una perspectiva de aprendizaje. La relación debe ser como en el fútbol: algunas veces nos ganarán, pero en otras nosotros venceremos.
–¿Le pareció exagerada la reacción de las autoridades de Chile tras la publicación de la cartografía marítima?
–Bueno, es la reacción chilena de siempre: una defensa cerrada de las fronteras que ellos consideran legales. Pero el Perú hizo bien en mantener con firmeza su posición. Y Chile hizo muy mal en responder airadamente, y casi más allá de los estándares que dictan las relaciones internacionales.
–Hablemos un poco del terremoto reciente. Los sismos son parte de nuestra historia.
–Siempre nos han acompañado desde épocas muy lejanas. Lo importante acá es que luego de grandes terremotos, empiezan periodos de construcción, de modernización. El ejemplo más notable que yo recuerdo es el de la ciudad del Cusco, que después del sismo de 1950 se transformó en una ciudad moderna: se pasó del adobe al ladrillo y del barro al cemento. En el caso de Ica, Pisco, eso es lo que se debería proponer.
–Una reconstrucción estratégica, previsora.
–Desde luego.
–Este terremoto ha demostrado que no ha habido previsión.
–Así parece. Y eso es propio de países como el Perú, con tantas dificultades. Debemos ser conscientes de que necesitamos un buen instituto geofísico, ingenieros sísmicos que participen en la planificación urbana. Lo que ha quedado un poco en evidencia es la escasa inteligencia estratégica del Estado, que no se preparó para situaciones como la actual.
–Pero, además, un terremoto siempre castiga a los más pobres.
–Es verdad. Aunque tú ves Pisco y todos han sido golpeados a la vez. La ciudad parecería que no está contruida sobre el mejor suelo. Eso podría solucionarse en el futuro. Al menos el desastre ha servido para que el pueblo demuestre su solidaridad. Admiro y felicito a todos aquellos que dieron lo único que podían: su sangre. Eso hace que te enorgullezcas de ser peruano.
Tomado del diario "LA REPUBLICA" / 26 - AGO - 2007
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