Vladimir Ilich Lenin
Antonio Zapata (Historiador)
Hace poco se cumplieron noventa años de la muerte de Lenin, uno de los protagonistas principales del siglo XX. Durante décadas gozó de inmenso prestigio y su tumba en la Plaza Roja simbolizó el ideal revolucionario. Sin embargo, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, esa fama súbitamente se evaporó.
Desde entonces, en Occidente, Lenin es una figura casi olvidada, porque no sintoniza con las preocupaciones e inquietudes contemporáneas. Ese desplazamiento al anonimato guarda relación directa con la suerte de su obra principal: la URSS.
Lo que impresiona de Lenin es su capacidad para haber tomado el poder desafiando las condiciones objetivas. Lo suyo fue el triunfo máximo de la voluntad. Cuando comenzó, sus partidarios eran un puñado, pero quince años después, había derrocado al zar y alcanzado el gobierno de la nación más extensa del planeta. Además, transformó la sociedad y economía de un modo radical, estableciendo un Estado de nuevo tipo sólidamente en control del partido comunista.
La base de su propuesta fue formar un partido disciplinado, compuesto por cuadros dedicados profesionalmente a la revolución. Este aparato era centralizado por un periódico que marcaba la línea. No importaba ser minoría, sino estar listo para la toma del poder, entendida como asalto al cielo. El castillo tenía las puertas cerradas, pero un grupo audaz y bien guiado podría escalar sus muros y acceder al poder.
Se impuso una tarea formidable y tuvo éxito. Las matanzas de la Primera Guerra Mundial trastocaron el orden político tradicional, y al final del combate se derrumbaron los viejos imperios: alemán, austriaco y ruso. Era la coyuntura largamente esperada por el partido bolchevique.
En ese momento, Lenin supo dar un giro que no fue bien comprendido por sus partidarios más ortodoxos. Los bolcheviques habían creído que la autocracia zarista sería sucedida por el capitalismo liberal y que solo cuando este hubiera cumplido su obra vendría el momento del socialismo. Pero Lenin vio la ocasión para vencer simultáneamente a dos rivales: zarismo y liberalismo burgués. Efectivamente, el gobierno provisional ruso se derrumbó al no poder alcanzar la paz con Alemania y, al querer seguir peleando la Primera Guerra, dio oportunidad a los bolcheviques para capturar el Palacio de Invierno.
La tercera lección significativa de Lenin sobrevino luego de la toma del poder. No se aferró a una línea, sino que fue muy flexible, con tal de conservar férreamente el control del Estado. En ocasiones viró a la derecha, concediendo derechos al mercado y a la propiedad privada, como por ejemplo cuando estableció la Nueva Política Económica, llamada NEP.
En otras ocasiones fue duro e inflexible. Por ejemplo, cuando reprimió las manifestaciones de los marineros del Kronsdat, que habían luchado por la revolución, pero luego quisieron derribar a los bolcheviques para imponer el anarquismo. Concesivo e inflexible a la vez, su norte estaba puesto en la conservación del poder.
Lenin quiso crear un nuevo tipo de Estado y adaptó la táctica a ese objetivo estratégico. Siete décadas después, su sueño llegó al fin con la disolución de la URSS. En ese momento pareció que ganaban el liberalismo y la democracia. Pero, el país líder, EEUU, se enfrascó en constantes guerras que lo han desgastado sin obtener ninguna victoria concluyente: Irak, Afganistán, las drogas, etc. Ese desgaste fue bien aprovechado por la China, que se proyecta como nueva potencia emergente.
Ese resultado se viene construyendo ante nuestros ojos precisamente en estos días. En ese escenario, Lenin no ha desaparecido. Si el triunfo fuera del liberalismo occidental carecería de sitio, pero en China gobierna un partido comunista que para conservar el poder ha ido de izquierda a derecha sin tapujos. Como hubiera querido Lenin, que de pronto vuelve a ser un modelo, esta vez no de revolucionario, sino del nuevo amo del mundo.
Fuente: Diario La República. 23 de abril del 2014.
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