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Por: Alfredo Barnechea (Analista)
¿Qué temas de fondo están involucrados en la crisis de Bagua?
Primero, ¿cómo se modifican leyes, o decisiones, de Estado, ante reclamos de regiones o sectores afectados?
Segundo, ¿hasta dónde un Estado dialoga con un fragmento de pobladores? Derivado de lo anterior, ¿en qué momento, y de qué manera, el Estado ejerce su legítimo monopolio de la fuerza?
Tercero, ¿qué representatividad tienen los que reclaman?
Finalmente, y probablemente esto es lo central, algo que se repite, y se repetirá, en muchos conflictos: ¿De quiénes son los recursos naturales? ¿Cuál es el nuevo reparto de la riqueza entre el centro y las regiones?
Todo esto se conecta extrañamente con el tema que había trabajado para esta columna, que es cómo el Perú se refleja en tantas cosas en el espejo de India.
La primera vez que visité la India, tuve la inmediata sensación de estar en casa. He vuelto a tener esa impresión al leer Imagining India ("Imaginando India") de Nandan Nikelani, uno de los fundadores de la gran empresa tecnológica Infosys. Él también dice: "Durante mis visitas a América Latina, encontraba muchas similitudes con India: nuestros problemas con la educación, con la infraestructura, las desigualdades de ingreso, las barriadas que rodean nuestras ciudades".
Viejas civilizaciones y Estados-naciones inconclusos. Naturalmente en otra escala, con la excepción de Brasil.
El único político peruano del siglo XX que percibió estas afinidades fue Haya de la Torre, contemporáneo de Nehru.
Hoy la fascinación común (olvidado el fetichismo del modelo chileno) es China. Pero si China es la gran fábrica del mundo, acaso India sea la economía del conocimiento del futuro. La limitación de China será su centralismo, y la fuerza de India precisamente su democracia.
El despegue indio comenzó con las reformas de 1991, trece años después que los experimentos chinos de 1978. Entre 1870 y 1947, el año de la independencia, India creció sólo 0,2 por ciento. Del 47 a las reformas, 1,2 por ciento, la famosa tasa hindú de crecimiento.
La reemergencia de "Chindia" devuelve las cosas a la víspera de la revolución industrial, cuando ambos representaban la mitad del producto global, cuando el mundo sólo tenía un crecimiento "orgánico, basado en la población. En cierto sentido, la independencia continuó al Raj británico, con esa identidad esquizofrénica de dos niveles: una élite anglicizada (aquel objetivo de Macaulay de crear "una clase de personas indias en sangre y color, pero inglesas en gustos, opiniones y costumbres") y una enorme masa analfabeta. En 1947, los alfabetos eran apenas doce por ciento de la población.
India fue antes todo una idea. Uno de sus fundadores modernos dijo que "amamos la abstracción que es India pero odiamos la realidad que es".
En medio siglo, dice Nikelani, una nueva India ha emergido, diferente al sueño centralista y socialista "Fabiano" de Nehru. Una transformación activada por la gente, no por la política. Una transformación muy parecida a la del Perú este último cuarto de siglo.
Primero, la independencia creó, o trató de crear, una India centralizada políticamente, pero que económicamente era un archipiélago. El partido del Congreso fue una especie de inmenso APRA, policlasista y suprarregional, que integraba los abismos. Ahora existe la realidad contraria: una economía casi íntegramente conectada, pero una política fragmentada.
Esto ha conducido a constantes y caóticas políticas de coalición, donde los partidos regionales deciden la agenda.
Segundo, el mercado ha ido borrando las economías-bazar. Existe ahora una mezcla exitosa de grandes y pequeñas firmas, uno de los elementos que identifican a los países que se desarrollan. Asimismo, (a diferencia de China, "jalada" casi exclusivamente por las exportaciones) ha tenido un basado en dos tercios en la demanda doméstica.
Tercero, ha aparecido un país urbano, o en trance de ser más urbano que rural, una inversión del ideal de Gandhi, quien dijo que las ciudades estaban construidas sobre "la sangre de las aldeas".
Cuarto, una nación joven: más de la mitad de la población no puede votar todavía.
Quinto, Nehru pensó que el Hindi unificaría la India, pero fue la lingua franca del inglés quien lo hizo, y otorgó a India una inesperada ventaja en la globalización: 300 millones de anglohablantes, una población del tamaño de la de Estados Unidos.
Para consolidar su despegue, India tiene que resolver sin embargo varios "cuellos de botella".
Primero, en educación: India produce el segundo mayor número de ingenieros en el mundo, pero tiene también la mayor deserción en primaria.
Segundo, en infraestructura, para terminar de conectar todo India.
Tercero, tiene que cerrar las brechas entre el Norte y el Sur. Nikelani llama a todo esto "la globalización interna".
Cuarto, tiene que encontrar un modelo político estable, integrando la fuerza centrífuga de las regiones.
Quinto, esencialmente, tiene que promover crecimiento con inclusión. "La transición de un país en desarrollo a uno plenamente desarrollado no es automático. Está plagado de peligros, y continuamente puede retroceder a políticas populistas".
¿Suena todo esto similar al Perú?
El siglo XX vio el ferrocarril, el siglo XX las redes de cobre de teléfono, las autopistas, y más tarde la multiplicación de los viajes aéreos. Internet es la nueva fase. Los países desarrollados hicieron cada fase sucesivamente. India (y Perú) tienen que hacerlo a la vez, mientras que, al mismo tiempo, tienen que hacerlo en democracia.
Pero si India, con millones de aldeas, con centenares de lenguas, con decenas de religiones, lo está logrando, Perú puede también hacerlo.
Fuente: Diario Correo (Perú). Domingo 07 de junio del 2009.
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