Entre el mito y la historia compartida
En una de las cartas redactadas por Bernardo O’Higgins desde su exilio limeño, el fundador de la república Chilena sostenía que era difícil separar las historias de Chile y el Perú.
"CHILE Y PERÚ"
Por: Carmen Mc Evoy (Historiadora)
El vínculo entre ambas era tan fuerte que el bienestar de una redundaría en el beneficio de la otra. Las palabras de O’Higgins, cuya azarosa vida transcurrió entre territorio Chileno y peruano, expresan los buenos deseos de un americanista convencido.
Sus comentarios hablan, también, de la nostalgia de un exiliado que jamás volvió a ver su patria de origen, porque murió en la adoptiva. Por otro lado, el planteamiento de O’Higgins nos ayuda a entender cómo los políticos de la época intentaron neutralizar la fragmentación que la Independencia provocó entre las jóvenes naciones que ellos ayudaron a liberar. Sin embargo, para que sus deseos fuesen realidad no bastaba con los buenos deseos.
Además de verificar los aspectos estrictamente económicos, un proyecto como el esbozado por O’Higgins debía enfrentar una serie de estereotipos, los que a pesar del tiempo transcurrido siguen habitando las mentes de Chilenos y peruanos.
Alfredo Jocelyn-Holt señala en Los Césares perdidos que la expedición de Diego de Almagro a Chile fue quizás la mejor preparada de todas las llevadas a cabo en el Nuevo Mundo. Por la enorme expectativa que se tenía en torno a su éxito fue también la más costosa. De ahí que el desengaño que provocó el encuentro con una realidad pobre haya sido sumamente “estigmatizador”.
El fracaso de la expedición, originada en el Cuzco, significó tener que admitir abiertamente que la existencia de un Chile equivalente al riquísimo Perú era una fantasía. Los hombres de Almagro, nos recuerda Jocelyn-Holt, importunaban a su jefe sobre si no sería mejor retornar al ex-imperio incaico, diciéndole que la única tierra buena era la que habían dejado atrás, y que no existía “otro Pirú en el mundo”.
En esos años de ambiciones desenfrenadas no había hombre que quisiese viajar al sur y Chile quedó “tan mal infamada que los españoles como la pestilencia” huían presurosos de aquel lugar tan agreste.
EL MITO
El idealismo implícito que caracteriza la narrativa histórica Chilena parte de un origen inacabado, que significa, subraya Jocelyn-Holt, “un querer que haya algo que en definitiva no hay o no puede ser”. Este deseo podía referirse a un reino en los confines de la tierra, a una república modelo comparable a losEstados Unidos de NorteAmérica o, como lo expresa la letra del himno patrio sureño, a una copia feliz del Edén.
El mito del que se nutre la historiografía Chilena sirve, entre otras cosas, para confrontar una realidad cruzada de graves carencias estructurales y que al ser comparada con la peruana deriva en frustración y luego, como veremos más adelante, en crítica implacable.
Desde la otra orilla, la percepción que existía en el Perú sobre la remota Capitanía General no colaboró tampoco a un buen entendimiento. Porque así como Chile fue definiendo su identidad en contraposición siempre inalcanzable “Pirú”, los habitantes del virreinato peruano se encargaron de reforzar una aparente superioridad criticando el comportamiento de quienes habitaban el patio trasero.
En lostextos históricos sobre la guerra de conquista de Chile, se acuñaron las primeras oposiciones de nosotros (los peruanos-españoles), que hemos heredado y fortalecido el legado católico y aquellos (barbaros, corruptos, violentos, herejes), quienes, al sur del Perú, no lo habían aceptado o buscaban su destrucción.
El horror que el Reino de Chile despertaba entre los habitantes de la “Tres veces coronada” ciudad de Limaestuvo asociada a la violencia indígena y a la represión brutal de los soldados de fortuna, que exponían sus vidas en una región dominada por la ambición extrema.
Los términos de la relación entre el Virreinato y la Capitanía General fueron replanteados durante la transición de la colonia a la república. Dentro de ese contexto, fue el mismo Bernardo O’Higgins quien instaló, tal vez sin proponérselo, uno de los mitos fundantes del nacionalismo Chileno.
De acuerdo al historiador Ricardo López, la identidad americanista de Chile está asociada a la idea que fue en la ex-Capitanía General donde se gestó la independencia continental.
VERDADES
¿Quién no recuerda, al menos en Chile, aquella frase que O’Higgins pronunció en la despedida de la denominada Escuadra Libertadora: “De esas cuatro tablas depende no sólo La Libertad de Chile, sino la suerte de América”? Sin embargo, esta afirmación no era del todo correcta. En efecto, cabe recordar que el responsable de la derrota militar que consolidó la independencia continental fue Simón Bolívar.
Esta hazaña no hubiera podido realizarse sin la presencia del contingente Chileno y rioplatense pero también del gran-Colombiano y de los miles de peruanos que pelearon en Ayacucho por La Libertad de su patria.
El asunto de La Libertad concedida por Chile se complejiza aún más al constatar una serie de hechos innegables: la fuerza de la Expedición Libertadora descansó más en la voluntad de su jefe político-militar, el general José de San Martín, y en el aparato propagandístico dirigido por su asesor Bernardo Monteagudo, que en un poderío militar capaz de derrotar al ejército realista.
Es a partir de esta debilidad estructural, que se entiende la apuesta por el acuerdo político que hace evidente tanto en la conferencia de Punchauca como en la de Miraflores.
Lo que nos lleva a constatar, una vez más, que la complejidad histórica no es parte de ningún mito y mucho menos de uno que quiso ser fundante. Es por ello la ausencia, por ejemplo, de un análisis sobre la conflictiva situación política que vivió Chile, luego de declarada su Independencia.
Este asunto muy puntual, más que el americanismo de O’Higgins, fue lo que lo obligó a tomar una decisión drástica: desprenderse del peso económico y los riesgos políticos que suponía la presencia en su territorio de un poderoso ejército cono el sanmartiniano. Dentro de ese contexto, el Perú le sirvió a Chile para remontar una crisis política de consecuencias incalculables.
Mito para algunos, historia compartida para otros, lo cierto es que hacia mediados del siglo XIX en Chile ya se encuentra instalada una idea-fuerza que se irá fortaleciendo a lo largo de los años.
“SUPERIORIDAD”
En efecto, para las élites culturales Chilenas la república del sur exhibía un alto grado de civilización, en comparación a la degradada situación de sus vecinas. Periódicos de la talla de El Tiempo, por ejemplo, recordaban la transición de “una colonia miserable, pobre, desconocida” hacia una “república brillante”, solo comparable a la norteamericana.
Mediante un proceso de alquimia intelectual, que exige de un estudio más detallado, la tierra de la barbarie y la guerra se convirtió en fuente de progreso material y adelanto intelectual. Dos guerras civiles, centenares de muertos y docenas de deportados, algunos de los cuales se establecieron en el Perú, muestran, sin embargo, que la violencia no abandonaba al Chile de las primeras décadas de vidarepublicana a pesar de todas las declaraciones de sus intelectuales.
La noción de que la república Chile era superior a los demás países latinoamericanos fue cuestionada por algunos políticos renombrados. Pienso, por ejemplo, en la opinión que sobre el Perú tuvo Félix Vicuña, padre del conocido historiador y político, quien justamente desde su exilio en Lima escribió: “Tenía ideas muy distintas sobre los gobiernos que ha habido en este país… y veo que estamos muy distantes de obtener en Chile ni La Libertad ni los beneficios que el Perú puede obtener del estado en que se encuentra”.
Vicuña no estaba solo en una visión que, obviamente, dependía de la amplitud de miras provista por el exilio. En un tono similar al de Vicuña, otro exiliado Chileno en el Perú, Victorino Lastarria, escribió en 1852 a un amigo sobre la vitalidad de la esfera pública peruana.
Ahí, una suerte de democracia vívida se manifestaba en los periódicos, donde todos opinaban sin distinción de clase. En las calles limeñas, continuaba el relato, mujeres que además eran mulatas decía lo que les daba la gana sin interesarle el rango o la posición de su interlocutor.
Pero la realidad distorsionada por el estereotipo no lograría, sin embargo, que este último desapareciera. De esta permanencia dan cuenta las ideas vertidas por un discípulo de Lastarria, el notable intelectual liberal Justo Arteaga Alemparte, en las páginas de un periódico santiaguino.
En su artículo “El Advenedizo”, Arteaga Alemparte muestra el poder del mito y la visión del otro que este fomentaba. Luego de recordar a sus lectores que la pobreza determinó el carácter de un pueblo que, como el Chileno, era “trabajador, sobrio, modesto, amigo del hogar y extraño al bullicio del mundo”, Arteaga Alemparte subrayó su excepcionalidad.
Él consideraba que era muy difícil distinguir a un argentino de un Colombiano, o a un peruano de un mexicano pero resultaba imposible no reconocer a un Chileno, quien era un “tipo aparte”, que merced al esfuerzo de su voluntad, y a pesar de no ser brillante o espontáneo, lograba todo lo que se proponía.
Callados entre habladores, infatigables en el trabajo, entre perezosos infatigables en su pereza, los ciudadanos de la república de Chile crecían, se enriquecían, se hacían respetar e iban a todas partes llevando trabajo, capitales, industria y progreso, siempre a decir de Arteaga Alemparte.
LOS CONFLICTOS
Sus grandes esfuerzos —que beneficiaron al Perú durante la Independencia, la Guerra de la Confederación y el conflicto con España— no fueron, sin embargo, suficientes para que “los grandes señores haraganes”, refiriéndose a los habitantes del Perú, admitieran como a un igual a un “advenedizo de la fortuna, de tez tostada por el sol” y “de anchos hombros desarrollados por el trabajo”.
Arteaga Alemparte no sólo reforzó las ideas que sobre el Perú existían en el entorno Chileno sino que reposicionó a la Independencia como el punto inicial de una trilogía liberadora que tiene su momento culminante en la Guerra del Pacífico.
Es de la pluma de Arteaga, pero también de Benjamín Vicuña Mackenna y de otros liberales, donde surge el templete cultural de la Guerra del Pacífico, en su dimensión épica y justiciera.
Esa matriz define al conflicto trinacional como la culminación de un gran arco histórico que comenzó con las guerras de la Independencia, tiene un segundo impulso en la Guerra de la Confederación para finalizar en el enfrentamiento en el Pacífico Sur.
Todas las voces que confluyeron en este gran coro polifónico —que celebraba la “epopeya” de una república que encontró su “destino manifiesto” derrotando a vecinos inferiores que se aliaron para destruirla— encontraron su cauce natural en el discurso de una Esparta sudamericana que dominaría a Babilonia, refiriéndose al Perú.
En un trabajo sumamente provocador que se aplica a la historia peruana pero que facilmente podría aplicarse a toda historia, Max Hernández analiza cierta memoria atravesada por paralizantes permanencias.
Así, Hernández sugiere que para liberarse de sus constreñimientos es necesario ubicarse al margen de ella: explorando sus niveles inconscientes, sus mensajes soterrados y sus mecanismos amnésicos.
En el Perú, “el mito de la Independencia concedida”, la derrota contra la Confederación —la cual no hubiera sido posible sin la participación de militares peruanos—, y la Guerra del Pacífico han creado una memoriatrágica e incluso culposa. Esta visión no ha permitido incorporar, por ejemplo, un evento tan impresionante por su dimensión económica como la reconstrucción nacional.
En Chile, el triunfalismo alrededor de La Victoria en la Guerra del Pacífico condena a ese país a una historia complaciente que la aleja de la complejidad, por la amenaza que significa al mito de unidad nacional.
Dentro de ese contexto, es posible imaginar que del encuentro entre unos vencedores, que luego de su victoria caen en una guerra civil devastadora, y unos vencidos, que después de la derrota diversifican su economía e ingresan en un período de recuperación económica sin parangón en la historia, puede surgir una historia diferente mucho más rica de la que nos han contado; una que puede servir de base a ese proyecto integracionista imaginado hace casi doscientos años por un Chileno-peruano, llamado Bernardo O’Higgins.
Fuente: Diario La Primera (Perú). 16 de diciembre del 2012.
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