domingo, 17 de junio de 2012

Verdadera historia del Caso Watergate.

Últimas noticias de Watergate
En las primeras horas del 17 de junio de 1972, hace 40 años, un grupo de supuestos ladrones ingresó en la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate, cuando gobernaba el republicano Richard Nixon. Al día siguiente el periódico The Washington Post publicó un primer artículo en el que se vinculaba a los delincuentes con hombres del presidente  Nixon. Muchas mentiras se han relatado sobre el grave caso de corrupción y felonía, aquí se destaca lo que realmente sucedió.
Por: Ángel Páez (Periodista)
Los hechos verdaderos sobre Watergate son más fascinantes que los cuentos que se han fabricado sobre el caso que estalló hace cuarenta años y derrumbó al presidente más poderoso del mundo, Richard Nixon.
El reconocido escritor Thomas Mallon acaba de publicar la novela Watergate   (2012), un intento de reconstrucción de ese vergonzoso y dramático episodio en la historia de la Casa Blanca. Revisó miles de documentos, grabaciones y videos para darle veracidad a su historia. Pero Mallon no consigue captar la dimensión de lo que realmente ocurrió, por la sencilla razón de que no descubrió lo que encontraron los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein. Por eso la ficción literaria jamás superará al verdadero periodismo.

Se ha divulgado que desde el principio Woodward y Bernstein apuntaron a Richard Nixon. No es cierto. Cuando le encargaron a Woodward averiguar quiénes eran los cinco sujetos detenidos en la sede del Partido Demócrata, en el edificio Watergate, a las dos y treinta de la mañana del 17 de junio de 1972; y por qué llevaban entre sus pertenencias guantes de cirujano, micrófonos inalámbricos, radiotransmisores, microcámaras y billetes de cien dólares nuevos y de la misma serie; al reportero jamás se le cruzó por la mente que los individuos arrestados lo conducirían al Comité de Reelección del Presidente y de ahí al despacho del mismísimo Nixon.
Del mismo modo, Bernstein tampoco sospechó que al seguir la pista del dinero recién emitido que portaban los sujetos llegaría a los fondos de financiamiento de la campaña de reelección, que estaban bajo el control de los hombres de su más extrema confianza, dispuestos a inmolarse por él.
Mejor dicho, Woodward y Bernstein jamás planearon tirarse abajo al presidente, como sugieren los especuladores. Lo que sucedió fue que cada vez que encontraban algo que olía mal, siempre había alguien de la Casa Blanca que trabajaba bajo las órdenes directas de Nixon.
Una historia verdadera
El director del Washington Post, Bend Bradlee, lo recordó así en sus memorias, La vida de un periodista (1995): “Seis semanas después del allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata en Watergate, seguíamos desgranando e investigando cualquier información que pudiera arrojar alguna luz sobre el caso, ignorando que nos encontrábamos ante un encubrimiento masivo orquestado por la Casa Blanca.
Escarbábamos en la historia, sabiendo que allí había algo, pero incapaces de describir ‘qué’ era ese algo; encontrando lo que parecían piezas de un rompecabezas, pero incapaces de ver dónde encajaban”.
También se ha difundido sin sustento que Woodward y Bernstein fueron un par de iluminados que desde el principio se hicieron cargo del caso porque sospechaban que detrás de la incursión de los cinco supuestos ladrones en la sede del Partido Republicano estaba la mano negra de Nixon. Mentira. Como lo recuerda Ben Bradlee, un abogado vinculado al Partido Demócrata, y que también asesoraba al Washigton Post, llamó por teléfono al subdirector Howard Simons para avisar que la policía había atrapado una buena presa en el edificio Watergate. De otro modo, el diario habría tardado en enterarse y dejado escapar la noticia del siglo.
Por eso, el primer artículo sobre el caso, que apareció el 18 de junio de 1972, no lo firmaban Woodward ni Bernstein, como muchos suponen equivocadamente, sino Alfred E. Lewis, un experimentado y notable reportero de policiales. Woodward y Bernstein aparecían al final del texto únicamente como colaboradores.
Felt entra en escena

Pero todo cambió de pronto cuando uno de los “ladrones” atrapados en Watergate dijo ante el juez que había trabajado para la CIA, la Agencia Central de Inteligencia. Woodward estuvo en el tribunal y lo que escuchó fue música celestial para sus oídos. Esto motivó una búsqueda frenética de los antecedentes de los cinco “ladrones” capturados en Watergate. Los resultados aparecieron el 19 de junio de 1979, esta vez en un artículo suscrito por Bob Woodward y Carl Bernstein. No eran delincuentes comunes y corrientes. Pertenecían o estaban relacionados con la organización anticastrista “Operation 40”, patrocinada por la CIA y vinculada con la frustrada invasión de la Bahía de Cochinos.
¿La pandilla descubierta en Watergate era un grupo aislado o respondía a órdenes superiores? Las pistas conducían a la Casa Blanca, pero faltaban más datos. Es entonces que Woodward recurrió a un viejo conocido del Buró Federal de Inteligencia, el FBI. Sobre este personaje se han elaborado numerosas falsedades. Para empezar, no es verdad que el confidente del FBI, a quien luego el subdirector Howard Simons bautizaría como “Garganta Profunda”, buscó a los periodistas del Washington Post. La verdad es que Woodward lo conoció mucho antes, incluso cuando no ejercía el periodismo. Era Mark Felt, el número dos del FBI.
En el Hombre secreto (2005), Woodward relató cómo lo conoció: “Prestaba servicio como teniente en la Marina, asignado al Pentágono como oficial de guardia para supervisar las comunicaciones por teletipo que se recibían de todas partes del mundo, bajo el mando del jefe de operaciones navales, el almirante Thomas H. Moore. A veces hacía de mensajero, llevando paquetes con mensajes u otros documentos a la Casa Blanca. Una tarde probablemente de la primera mitad de 1970 (cuando gobernaba Nixon), yo llevaba un rato esperando cuando apareció un hombre alto con el pelo gris perfectamente peinado. Se podía inferir que era un individuo con dotes de mando, una persona con el temple y la actitud de alguien acostumbrado a impartir órdenes y a que estas se cumplieran de inmediato sin ser cuestionadas. Al cabo de unos minutos me presenté: ‘Teniente Bob Woodward, señor’. A lo que me contestó: ‘Mark Felt’. Tenía una voz potente y segura”.
Nixon ordenó a los jefazos del FBI que averiguaran quién o quiénes del buró filtraban información a Woodward y Bernstein. Como consta en Watergate: The FBI Files (2010), entre los que debían acatar el mandato presidencial, irónicamente, se encontraba Mark Felt.
Paralelamente, Nixon presionó sobre la propietaria del Washington Post, Katherine Graham, para que enviara de vacaciones a los reporteros y dejaran de joder con Watergate, porque temía que las publicaciones minaran su candidatura a la reelección. “Yo me sentía asediada”, escribió Graham en sus memorias, Historia Personal (1998): “Las presiones para que abandonáramos el asunto eran insoportables, incluso muchos de mis amigos me empujaban a dejarlo. Pero lo mejor que podíamos hacer, en medio del asedio, era seguir investigando, buscar pruebas irrefutables, obtener los detalles e informar con exactitud de lo que averiguáramos”.
Para silenciar a los periodistas, Nixon puso en funcionamiento una maquinaria de la que era parte la prensa oficialista, que no informaba de las revelaciones del Washington Post, o las cuestionaba. “Aunque ahora cueste imaginarlo, durante unos meses el caso Watergate apenas produjo impacto en la conciencia del pueblo. Las encuestas Gallup estimaban que solo la mitad del electorado tenía conocimiento del caso. Aparte de Woodward y Bernstein, la mayor parte de los medios de comunicación seguía en la inopia”, relata Anthony Summers en la biografía Nixon: La arrogancia del poder (2003).
Nixon no amaba a los reporteros que lo investigaban. En una grabación de sus diálogos en su despacho en la Casa Blanca, se le oye decir: “Nunca ayudes a esos bastardos (los periodistas). Jamás. Ellos siempre van a tratar de clavarte un puñal en la entrepierna”. Quizás estaba en lo cierto, si era el caso de Nixon.
Woodward confía en que el tipo de periodismo con el que hizo historia junto a Bernstein no morirá. “Watergate demostró que valía la pena el esfuerzo de cavar profundamente y pasar el tiempo suficiente en la historia para asegurarse de publicar la verdad más completa y honesta posible. Esa es una lección que se mantiene vigente”, ha dicho. Eso es lo que no hace la mayoría de reporteros de hoy. “En cambio, las noticias por Internet y los informativos de 24 horas se limitan a dar cuenta de hechos de última hora, en lugar de proporcionar reportes detallados”. Ese tipo de periodismo jamás descubrirá un caso parecido a Watergate. Con el tiempo, ni siquiera merecerá un pie de página.

Fuente: Diario La República, Suplemento "Domingo". 17 de junio del 2012.

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