Sucedió. El dilema del imperio
Antonio Zapata (Historiador)
La presencia en Lima del presidente de EEUU, George W. Bush, recuerda la gira latinoamericana de Richard Nixon, quien era vicepresidente de Dwight Eisenhower y llegó hace exactamente 50 años, en mayo de 1958. En esa ocasión, Nixon fue ásperamente rechazado en San Marcos, los alumnos no lo dejaron entrar. El joven estudiante de Derecho Alfonso Barrantes Lingán presidía la federación universitaria y fue clave en la organización de la protesta.
Los estudiantes cerraron la puerta de la Casona del Parque Universitario, mientras que un grupo más aguerrido esperaba a Nixon en las calles. Intentaron voltear su auto y aunque no lo consiguieron, el conflicto fue de proporciones. Entre los manifestantes destacaba Hugo Blanco, que recién llegaba de Argentina y sería perseguido por la policía a causa de esta acción. Fue escapando de la secuela de lo de Nixon que Blanco retornó a su Cusco natal y se sumó al proceso de lucha campesina en la Convención. Así, en la respuesta contra la visita del líder norteamericano aparecieron los dos dirigentes principales de la izquierda peruana de las décadas posteriores.
En 1958 había un fuerte sentimiento antiimperialista. Ese mismo año se estaba librando la batalla por Cuba, entre el ejército rebelde liderado por Fidel Castro y el gobierno de Batista, reputado como sanguinario títere de los EEUU en la isla caribeña. El imperio era gobernado por los republicanos, que mostraban su cara más dura. Se decía que Nixon tenía por objetivo alinear a América Latina con los halcones norteamericanos y en contra de los soviéticos. Hoy en día, las cosas son muy distintas. Para empezar, no existe un extendido sentimiento antiyanqui. Por el contrario, durante las últimas décadas los EEUU han sido vistos por millones de compatriotas como el país ideal, aquel al cual migrar apenas se pueda.
Por otro lado, Bush está de salida, atraviesa la conocida situación del pato rengo, que grafica a un líder que tiene reemplazo ya elegido y que además no es de los suyos. Figura, pero no lidera. Por ello, la capacidad de decisión de EEUU se encarna en Barack Obama. Sin él nada camina, como demuestra la desilusión ante la reunión del G20, que se ha limitado a debatir generalidades sin concretar nada. Ausente el electo presidente norteamericano no hay resolución posible.
Ahora bien, Obama es el líder norteamericano en mayor riesgo en setenta años. De él va a depender todo. No es alguien que pueda pensar en piloto automático. Por el contrario, tendrá que resolver la mayor crisis económica del capitalismo desde 1929. Para empezar, debe evitar una prolongada depresión de la economía real y contener los peores efectos de la crisis financiera. Luego, tiene que proponer un realineamiento global del sistema económico internacional. Tampoco puede salvar a los EEUU a costa de sus socios capitalistas. O rescata a todos o empezará una intensa lucha económica entre las grandes potencias, que normalmente precede a las guerras entre ellas.
En efecto, crisis económicas tan globales como la actual generan cambios en la correlación de fuerzas a escala planetaria. En toda recesión, alguien gana y otro pierde. Definir quién, ha sido en el pasado un asunto embrollado que se resolvía en guerra. Por ello, el siglo XX fue asolado por dos conflagraciones totales, de las cuales surgió el liderazgo de EEUU.
La vez pasada, en 1929, la crisis mundial también empezó por Norteamérica. Pero, ahora se cuestiona su capacidad para mantenerse arriba sin recurrir a la fuerza. En todo caso, esa responsabilidad es íntegra de Obama. Tiene todo el prestigio y una enorme responsabilidad. Representa a los demócratas y a todos los marginados. Mujeres, homosexuales y todas las minorías étnicas pueden verse representados en los negros, que al ser herederos de los esclavos africanos tienen antigüedad en esto de sufrir discriminaciones. Pero, si no sale adelante rescatando a la clase media norteamericana se van a desatar en contra suya todas las fuerzas reaccionarias del planeta. Empezando por el racismo, tan fuerte entre los yanquis. El drama que se avecina será intenso.
Antonio Zapata (Historiador)
La presencia en Lima del presidente de EEUU, George W. Bush, recuerda la gira latinoamericana de Richard Nixon, quien era vicepresidente de Dwight Eisenhower y llegó hace exactamente 50 años, en mayo de 1958. En esa ocasión, Nixon fue ásperamente rechazado en San Marcos, los alumnos no lo dejaron entrar. El joven estudiante de Derecho Alfonso Barrantes Lingán presidía la federación universitaria y fue clave en la organización de la protesta.
Los estudiantes cerraron la puerta de la Casona del Parque Universitario, mientras que un grupo más aguerrido esperaba a Nixon en las calles. Intentaron voltear su auto y aunque no lo consiguieron, el conflicto fue de proporciones. Entre los manifestantes destacaba Hugo Blanco, que recién llegaba de Argentina y sería perseguido por la policía a causa de esta acción. Fue escapando de la secuela de lo de Nixon que Blanco retornó a su Cusco natal y se sumó al proceso de lucha campesina en la Convención. Así, en la respuesta contra la visita del líder norteamericano aparecieron los dos dirigentes principales de la izquierda peruana de las décadas posteriores.
En 1958 había un fuerte sentimiento antiimperialista. Ese mismo año se estaba librando la batalla por Cuba, entre el ejército rebelde liderado por Fidel Castro y el gobierno de Batista, reputado como sanguinario títere de los EEUU en la isla caribeña. El imperio era gobernado por los republicanos, que mostraban su cara más dura. Se decía que Nixon tenía por objetivo alinear a América Latina con los halcones norteamericanos y en contra de los soviéticos. Hoy en día, las cosas son muy distintas. Para empezar, no existe un extendido sentimiento antiyanqui. Por el contrario, durante las últimas décadas los EEUU han sido vistos por millones de compatriotas como el país ideal, aquel al cual migrar apenas se pueda.
Por otro lado, Bush está de salida, atraviesa la conocida situación del pato rengo, que grafica a un líder que tiene reemplazo ya elegido y que además no es de los suyos. Figura, pero no lidera. Por ello, la capacidad de decisión de EEUU se encarna en Barack Obama. Sin él nada camina, como demuestra la desilusión ante la reunión del G20, que se ha limitado a debatir generalidades sin concretar nada. Ausente el electo presidente norteamericano no hay resolución posible.
Ahora bien, Obama es el líder norteamericano en mayor riesgo en setenta años. De él va a depender todo. No es alguien que pueda pensar en piloto automático. Por el contrario, tendrá que resolver la mayor crisis económica del capitalismo desde 1929. Para empezar, debe evitar una prolongada depresión de la economía real y contener los peores efectos de la crisis financiera. Luego, tiene que proponer un realineamiento global del sistema económico internacional. Tampoco puede salvar a los EEUU a costa de sus socios capitalistas. O rescata a todos o empezará una intensa lucha económica entre las grandes potencias, que normalmente precede a las guerras entre ellas.
En efecto, crisis económicas tan globales como la actual generan cambios en la correlación de fuerzas a escala planetaria. En toda recesión, alguien gana y otro pierde. Definir quién, ha sido en el pasado un asunto embrollado que se resolvía en guerra. Por ello, el siglo XX fue asolado por dos conflagraciones totales, de las cuales surgió el liderazgo de EEUU.
La vez pasada, en 1929, la crisis mundial también empezó por Norteamérica. Pero, ahora se cuestiona su capacidad para mantenerse arriba sin recurrir a la fuerza. En todo caso, esa responsabilidad es íntegra de Obama. Tiene todo el prestigio y una enorme responsabilidad. Representa a los demócratas y a todos los marginados. Mujeres, homosexuales y todas las minorías étnicas pueden verse representados en los negros, que al ser herederos de los esclavos africanos tienen antigüedad en esto de sufrir discriminaciones. Pero, si no sale adelante rescatando a la clase media norteamericana se van a desatar en contra suya todas las fuerzas reaccionarias del planeta. Empezando por el racismo, tan fuerte entre los yanquis. El drama que se avecina será intenso.
Por eso, el presidente Bush que nos visita es un muerto en vida. El verdadero poder cavila opciones que definirán el curso del mundo.
Fuente: La República. 20/11/08
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