jueves, 8 de noviembre de 2012

Los debates contemporáneos sobre la Revolución Rusa.


La revolución rusa

Por: Antonio Zapata (Historiador)  

Un día como hoy se produjo la “Revolución de Octubre”, así llamada por el antiguo calendario que se usaba en la Rusia zarista, antes que se adopte la forma moderna de contar días y años. Hasta 1991, cuando cayó la Unión Soviética, el estatus de la Revolución Rusa era incuestionable. Se trataba de uno de esos acontecimientos mayores, que dividen la historia universal en dos, creando naciones e instituciones perdurables.

La revolución bolchevique ocupaba el mismo puesto que la Revolución Francesa, que había dado nacimiento a las repúblicas, fundando una nueva era histórica. Pero ahora, su estatus está en cuestión y sus héroes han desaparecido del escenario. Hoy, nadie se acuerda de Lenin, no obstante la enorme producción intelectual que recibió durante buena parte del siglo XX.

Así, los nuevos análisis sobre la revolución de octubre la colocan como parte de la historia rusa y reducen su influencia en la historia universal. En otras palabras, hoy en día se piensa que fue un acontecimiento local, que impactó poderosamente en el mundo hasta que su peso se evaporó y retomó su dimensión estrictamente rusa.

Otro de los temas en debate es la extensión de la revolución. Como hubo mucho debate entre los herederos de la revolución y siguieron rupturas políticas de magnitud, ¿cuándo terminó la revolución? se convirtió en una pregunta fundamental.

Para Trotsky, la revolución acabó con el ascenso de Stalin y la toma del poder por la burocracia, que había expropiado al proletariado. Por el contrario, la ortodoxia comunista glorificaba al camarada Stalin y lo colocaba en el presídium de los íconos revolucionarios. Según Mao, la Revolución Rusa había terminado con la traición de Nikita Jruschov –a la muerte de Stalin– que habría dado paso a la restauración del capitalismo en la URSS.

A diferencia de estas interpretaciones muy politizadas, la moderna historiografía considera que la revolución de 1917 se prolongó hasta la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, el terror estalinista de los treinta sería parte de la revolución, porque implicó la colectivización forzosa del campo y la eliminación completa de la propiedad privada y del reino del mercado. Así, sólo el fin de la Segunda Guerra habría traído cierta tranquilidad a la sociedad rusa, tremendamente sacudida por los acontecimientos más dramáticos del siglo XX.

Otro tema en debate es la cuestión del proletariado y su representación por el partido bolchevique. ¿Alguna vez hubo correspondencia entre partido y clase? O los bolcheviques fueron siempre un grupo pequeño altamente ideologizado, que hablaba en nombre de la clase obrera, pero que estaba integrado exclusivamente por intelectuales y políticos profesionales. La identificación con la clase obrera, ¿era un asunto del discurso o tenía contenido político? De este modo, hoy surge una nueva pregunta de fondo, ¿quién ejerció el poder realmente en Rusia y porqué se sentía obligado a hacerlo en nombre del proletariado?

Finalmente, se halla el tema del terror. Para nadie es un secreto que la afirmación del poder estalinista vino acompañada por grandes purgas que cimentaron un régimen dictatorial. ¿Cómo interpretarlo? ¿Acaso fue un calco izquierdista del fascismo? Es decir, ¿estalinismo y fascismo serían dos caras de la misma medalla? Y ésta, sería acaso “el totalitarismo” como sistema opuesto a la democracia.

Por el contrario, cabe una idea distinta, esta es considerar al terror estalinista como parte de la fase extremista de toda revolución. Los jacobinos eliminaron a los girondinos, como Stalin acabó con Trotsky y Mao aplastó a Liu Shaoki. En todos los casos, luego vino el reflujo y el reacomodo. Antes de agotarse, las grandes transformaciones sociales eliminan a sus hijos. Como Saturno, su destino es devorarlos.

Los debates contemporáneos sobre la Revolución Rusa se pueden encontrar en la obra de la historiadora Sheila Fitzpatrick, quien revisa críticamente las interpretaciones sobre este acontecimiento decisivo del siglo XX.

Fuente: Diario La República (Perú). 07 de noviembre del 2012.

Recomendado:

Otro aspecto desatendido de la historia del siglo XX. Gabriel Jackson.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Abraham Lincoln, origen del partido republicano y Mitt Romney.


La derrota de Lincoln

Por: Isaac Bigio (Historiador e internacionalista)

Si los republicanos vuelven al poder con Romney, esto implicaría una supuesta victoria para el partido que en 1854 fundó Abraham Lincoln, aunque los principios, la base regional y las características de este han cambiado tanto que lo que hoy es el movimiento político que gobernó con Reagan y los Bush parece, en muchos puntos, opuesto a sus raíces originales.

El republicanismo nació en el noreste de EE.UU. hace 158 años prometiendo "erradicar las dos lacras de su sociedad: la esclavitud y la poligamia". Seis años después ganaría las elecciones con Lincoln, quien fue presidente de EE.UU. desde 1861 hasta que en 1865 fue el primer mandatario de dicha nación en ser asesinado. Él dirigió la mayor guerra civil que se haya visto en el continente americano terminando por eliminar la trata de negros, en tanto que sus opositores del Partido Demócrata se dividieron entre quienes impulsaban la confederación secesionista pro-esclavitud del sur y quienes en el norte buscaban una conciliación con los esclavistas. Hoy la tortilla se ha invertido. El noreste liberal ya no es la base del republicanismo sino de los demócratas, mientras que el sur conservador ya no es el bastión de los demócratas, sino de los republicanos.

Los afro-americanos que fueron emancipados por Lincoln ahora ya no quieren votar por su partido, en tanto que los republicanos en estas elecciones apuntan a sacar el peor porcentaje de su historia dentro del 13% de estadounidenses de color. Los demócratas, que antes aceptaron la esclavitud, son quienes en el 2008 llevaron al primer moreno en ocupar la Casa Blanca y quienes hoy podrán superar el 90% al 95% de los votos de los negros.

El otro gran enemigo de Lincoln eran los mormones, quienes promovían la poligamia, la misma que ellos condenaban como la esclavitud de un sexo sobre otro. En aquel entonces Brigham Young había creado en Utah su propio Estado donde se alentaba a los varones a tener decenas de esposas, diciendo que Jesús y Dios tenían varias mujeres y que ello era una condicional esencial para aspirar a ser dioses en la vida eterna.

En el 2012 alguien que ha sido educado en la Universidad Brigham Young y que ha sido obispo mormón, Mitt Romney, es quien encabeza al partido que Lincoln formó contra dicha iglesia, la misma que solo se distanció de la poligamia hace 12 décadas y de segregar a los negros como raza maldecida hace un tercio de siglo. Hoy la congregación religiosa que más vota por los republicanos es la mormona y el Estado más republicano es Utah, donde el 60% de sus habitantes pertenece a dicho culto.

Si Lincoln era un secular pro-ciencia, su partido es hoy el reducto de los fundamentalistas religiosos, algunos de los cuales combaten diversos avances científicos en materia de sexualidad, genética, evolución o ecología.

Fuente: Diario Correo (Perú). 03 de noviembre del 2012.

Recomendado:

Historia de los Demócratas y Republicanos en la Guerra de Secesión norteamericana.

domingo, 28 de octubre de 2012

El ascenso del emperador Constantino y el cristianismo como religión universal en Occidente.

Batalla del puente Milvio (28 de octubre del año 312) Constantino derrota a Majencio.

1700 años del triunfo cristiano en Roma

Por: Isaac Bigio (Historiador e internacionalista)

El 28 de octubre del año 312 es una fecha histórica que marca el inicio de la transformación del cristianismo, un culto perseguido o marginado en Roma, en la religión del entonces mayor imperio occidental.

En esa fecha se dio la batalla del puente Milvio en la cual Constantino derrota y mata a su rival Majencio para pasar de ser uno de los 4 jefes de una tetrarquía y devenir en el único emperador de Roma, a cuya capital entra triunfante al siguiente día.

Constantino gana dicha batalla, a la que había entrado con menos soldados, tras haber declarado que tuvo una visión de Cristo quien le habría dicho que le daría la victoria si adoptase como su símbolo el crismón (una P sobre una X, las mismas que son las dos letras iniciales de la palabra Cristo en griego), cosa que él hizo. Durante los 25 años de su reinado como emperador absoluto Constantino mantuvo inicialmente los cultos a los dioses del Olimpo y solo se habría bautizado poco antes de morir en el año 337 en Nicomedia (Izmit, Turquía), aunque luego sus sucesores promoverían el cristianismo que en el 380 sería proclamada por Teodosio I como la religión de Estado. Constantino apenas llegó al poder legalizó al cristianismo en el edicto de Milán del 313, impulsó la construcción de iglesias y fue adoptando varios códigos morales cristianos. Luego logró que el cristianismo rompa sus antiguas ataduras con el judaísmo (religión en la que siempre Jesús se mantuvo como un discípulo ortodoxo aunque renovador) para abrazar varios rituales nuevos, algunos provenientes de la teología de los grecorromanos o de Mitras. Fue él, pese a no estar aun bautizado, quien comisionó la depuración y selección de textos y evangelios que entrarían en la Biblia oficial y luego quien en el 325 capitaneó el concilio de Nicea que estructuró al catolicismo como una religión universal y oficial. Si Jesús en vida guardó todos los preceptos judíos (guardar el sábado como día sagrado y todas las fiestas hebraicas; no comer cerdo, mariscos, sangre o carne con leche; circuncidar a los varones; peregrinar a Jerusalén, etc.), la nueva religión adoptada por Roma y basada en el culto a Cristo y a la Trinidad se desprendía de ello, adoptaba el domingo y el calendario solar, los santos, el Papado y una serie de nuevas formas de culto que transformarían al catolicismo en la mayor religión europea y luego americana. Pese a que Constantino fue santificado él tuvo una vida no muy santa: persiguió varios cultos y mató a millares incluyendo a un hijo y a su esposa Fausta a quien hirvió. Su madre Helena, en su viaje a Palestina, construiría allí las 3 memorables iglesias que han sido tan masivamente visitadas: las del Santo Sepulcro, la del Monte Olivo y la de la Natividad.

Fuente: Diario Correo (Perú). 28 de octubre del 2012.

Recomendado:

Historia del papado. Orígenes del papado romano y la Iglesia en Oriente.

lunes, 22 de octubre de 2012

Javier Silva Ruete y el gobierno de Francisco Morales Bermúdez.

Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola.
Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola. Foto: Archivo de La República.

Javier Silva Ruete, in memóriam

Hoy se cumple un mes de su partida y la política peruana aún no se acostumbra a su ausencia. Fue un economista y político de convicciones firmes y a veces duras.

Por: Nicholas Asheshov 

Javier Silva Ruete, quien murió el 21 de setiembre a los 77, fue una de las más vistosas estrellas que cruzaron el firmamento financiero y político de Lima en los últimos tres decenios del siglo XX.

Su momento más brillante llegó en 1978 cuando por dos años fue ministro de Finanzas del saliente gobierno militar. Entonces las finanzas públicas estaban en lo que era, en esos días, la catástrofe habitual, solo que más. El gobierno militar, bajo el general Velasco, había ocupado el poder casi un decenio, y con la desastrosa reforma agraria, los ataques a los gringos, un billón de dólares en aviones de combate y tanques soviéticos, controles de cambio, y así sucesivamente, hacia 1978 toda la administración pública estaba en la última lona. El general Morales Bermúdez, un oficial sensato y distinguido (todavía vive), había tomado el poder en 1976 y se movía con decisión pero también cautela de vuelta a la democracia. Fue entonces que llamó a Javier Silva Ruete.

Javier, entonces con poco más de 40 años, se movía en un ambiente de izquierdismo centrista, respetable entonces y ahora en todas partes, y era una de esas personas cuya energía y encanto personal significaban que conocía a todo el mundo. Recuerdo a Claudio Hershka, un alto economista del BCR, diciendo: “Javier es el único que puede poner en orden todo esto”. Claudio tenía razón: Javier lo hizo.

Su primer talento, sin duda en esta ocasión, fue reunir un afiatado equipo de estrellas financieras y administrativas con espíritu de servicio público. Hecho lo cual, antes de aceptar el pedido de Morales Bermúdez para que fuera ministro de Finanzas, estableció una serie de condiciones y requisitos. No recuerdo cuáles eran, aunque alguna vez me dio su versión de ellos, y me dijo que le habían costado a Morales Bermúdez docenas de cafés durante una negociación final de amanecida. Morales Bermúdez mismo había sido ministro de Finanzas por tres años alrededor de 1970-73, y sabía de qué estaba hablando Silva Ruete. Gerente general del banco fue Alonso Polar, un callado y brillante jugador de bridge. A la cabeza del Banco de la Nación, en los hechos la tesorería de esos días, fue Álvaro Meneses, otra vistosa figura que introdujo al Perú el Banco Ambrosiano, el banco del Papa que quebró espectacularmente más o menos un año después de que al amigo de Álvaro, Roberto Calvi, se le encontró colgado sobre el Támesis con una soga al cuello y el otro extremo atado al puente Blackfriars Bridge.

La manera práctica y flexible como Silva Ruete ordenó las finanzas públicas, algo que su equipo fue haciendo mientras él se hacía cargo de los militares y los políticos civiles, se vio muy beneficiada por un alza de los precios del cobre, entre otros metales y minerales, en uno de los recrudecimientos que siguieron a la quintuplicación de los precios del petróleo, en los años post-1973. Como casi todos los países, Perú había estado en permanentes problemas con el FMI, pero a Washington le encantó tener a unas personas versadas y no militares al frente para conversar, y así las fracturadas relaciones del Perú con la comunidad internacional, léase bancos y funcionarios de la cooperación, fueron rápidamente arregladas por Silva Ruete.

Se avecinaba una nueva Constitución, y todos coincidían en que para todo fin práctico el de Morales Bermúdez era una suerte de gobierno civil. De hecho lo era si se le comparaba con los lamentables gobiernos de Chile, Argentina, Bolivia, y aquellos apenas mejores de Brasil, Uruguay, Paraguay, Panamá, y otros. En ese mundo Silva Ruete, fumando con una boquilla de marfil y con un rápido y amistoso gesto para quien se le acercara, eran una verdadera estrella. Esto solo en parte por su habilidad para dar la impresión de que estaba aquilatando cada palabra y que coincidía plenamente con quien fuera. Él y su equipo, por ejemplo, desalojaron los controles de cambio, entonces todavía políticamente sacrosantos, mediante la introducción de certificados de depósitos, en dólares y sin preguntas, en los bancos locales. De pronto dejó de ser ilegal tener dólares. Algunos de los controles a la importación más bobos fueron relajados, y en general una ráfaga de sentido común financiero se alió, a través de Javier, con movidas políticas hacia un proceso electoral, las cuales de hecho se realizaron exitosamente en 1980, y llevaron a Fernando Belaunde a la presidencia por avalancha.

El boom de préstamos y precios de materias primas incluyó, en 1979, el extraordinario boom en los precios de la plata y el oro, una estafa masiva cocinada por un grupo de bancos y traders liderados por los hermanos Hunt, de Dallas. Perú, y la administración financiera de Javier Silva Ruete, involuntariamente tuvieron un papel clave en este fraude que vio a la plata –de la cual Perú es un importante productor, hoy como ayer— dispararse de US$ 3 la onza a US$ 50. Ni Silva Ruete ni Manuel Moreyra en el BCR percibieron algo chueco en el súbito aumento; en verdad nadie advirtió nada en el mundo, y mucho menos los reguladores de Nueva York y Chicago. Al Banco de la Nación lo pescaron en curva, y tuvo que hacérsele un salvataje al son de más de US$ 100 mn, mucho dinero en esos días. (Más tarde el gobierno de Belaunde, en una operación conducida por Pedro Pablo Kuczynski [PPK], ministro de Minas en ese tiempo, logró enjuiciar exitosamente a los perpetradores de la estafa bajo la legislación anti-Mafia RICO de ese entonces).

Como suele suceder con mentes independientes yhábiles, Silva Ruete no tuvo éxito como empresario. Un temprano negocio fue en la manufactura local de reglas de cálculo, en el momento en que las calculadoras portátiles hacían su ingreso, más eficaces y por el precio de una caja de cereal. También incursionó en el negocio de imprenta, pero eso tampoco tuvo éxito. En cambio siempre parecía capaz de pescar un puesto en el sector público y por algunos años fue representante del Perú en Washington, o representante de la Corporación Andina de Finanzas, o ese tipo de trabajos bien remunerados, sin impuestos. Incluso volvió al Ministerio de Finanzas con los presidentes Valentín Paniagua y Alejandro Toledo hace unos años.

Su vida personal fue, naturalmente, también vistosa, empezando por su cercana amistad con Mario Vargas Llosa desde sus días de estudiante. Javier incluso hizo una breve aparición como ‘Javier’ en la comedia de Mario sobre tiempos tempranos, La tía Julia y el escribidor.

[Aparecido en www.peruviantimes.com traducción de Mirko Lauer]

Fuente: Diario La República (Perú). 21 de octubre de 2012.

Recomendado: El activo y el pasivo. Antonio Zapata.

sábado, 20 de octubre de 2012

Historia de la Crisis de los Misiles en Cuba. Kennedy, Jruschov y Castro frente a una posible Guerra Nuclear.

Cuando el mundo dejó de girar

Jruschov, Kennedy, Castro. Un pulso endiablado entre la URSS y EE UU en Cuba. Se cumple medio siglo de un conflicto que tuvo en vilo a la humanidad, que estuvo muy cerca de sufrir una guerra nuclear de consecuencias imprevisibles.

Por: Mauricio Vicent
 
El domingo 21 de octubre de 1962, el dibujante Juan Padrón se encontraba en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), en La Habana, haciendo sus primeros experimentos de animación sin imaginar que la peor crisis nuclear de la historia estaba a punto de estallar. No tenía por qué saberlo. Una semana antes, al sobrevolar la zona occidental de Pinar del Río, un avión espía norteamericano U2 había obtenido pruebas irrefutables de que la URSS estaba desplegando en Cuba rampas de lanzamiento de cohetes de alcance medio, con capacidad de llegar al corazón de Estados Unidos en pocos minutos y con un poder de destrucción cien veces superior a la bomba de Hiroshima. Pero nada de eso había salido en la prensa.

Padrón tenía entonces 15 años y su familia vivía en el batey del Central Carolina, un ingenio azucarero situado cerca del poblado de Cárdenas, provincia de Matanzas, unos 140 kilómetros al este de La Habana. Alrededor de aquel poblado y aquella carretera bordeada de cañaverales se había ido forjando Padrón su imagen de la revolución; primero asistió a la rendición de los soldados de Batista el día de Año Nuevo de 1959, y una semana después vio pasar a Fidel Castro aclamado como un héroe antes de hacer su entrada triunfal en La Habana. Dos años más tarde, el 17 de abril de 1961, Padrón y su hermano saldrían también a la carretera a despedir a los batallones de milicianos que marchaban a enfrentar la invasión de Bahía de Cochinos, organizada y financiada por la CIA para derrocar al régimen de Castro.

Aquellos primeros años revolucionarios fueron un puro vértigo. “Todos los días pasaba algo”, recuerda Padrón del momento en que la guerra fría se convirtió en un volcán. “Una madrugada venían aviones de Miami y quemaban un cañaveral. Otro día, un marine disparaba desde la base de Guantánamo y mataba a un soldado…”.

Era la época en que EE UU y Moscú competían por la conquista del espacio y de más influencias en la tierra, y Fidel Castro hablaba horas en televisión para denunciar los “crímenes del imperialismo”. Las grandes empresas y los latifundios estadounidenses habían sido nacionalizados, y Washington cada semana añadía una muesca al embargo en una espiral en la que cada medida provocaba una reacción más explosiva del bando contrario.

Documentos desclasificados por el Gobierno de EE UU acreditan que las acciones secretas de Washington para fomentar la subversión contra la revolución castrista se incrementaron aquellos días. Del mismo modo, el acercamiento a la Unión Soviética y la radicalización de la revolución se dispararon, en un pimpón político en el que aún hoy es difícil diferenciar entre causa y efecto.

Durante mucho tiempo, los viejos dirigentes soviéticos habían esperado que una revolución socialista triunfara en otro país “por generación espontánea” y no a lomos de sus tanques. Por eso, cuando Fidel Castro apareció en escena, Nikita Jruschov y la cúpula del Partido Comunista de la URSS lo vivieron como un éxito propio. “Estábamos como niños con un juguete nuevo”, admitió Mikoyán, entonces viceprimer ministro de la URSS, según escribe el teniente coronel cubano Rubén G. Jiménez en el libro Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear.

En aquellos momentos entre Washington y Moscú saltaban chispas. El enfrentamiento era incesante y se había traducido en una carrera armamentista desbocada en la que cada ojiva nuclear producida era como una banderilla clavada en las costillas del adversario. En marzo de 1962, EE UU acaba de hacer operativos en Turquía una quincena de sus cohetes nucleares Júpiter, con capacidad de alcanzar blancos en la URSS en 10 minutos, y amenazaba con instalar más misiles atómicos en países aliados como Italia o Inglaterra.

En ‘Memorias: el último testamento’, Jruschov cuenta que, tras el fracaso de la invasión de Bahía Cochinos, la Administración de J. F. Kennedy estaba “humillada” y que tanto rusos como cubanos creían seriamente en la posibilidad de una invasión militar a la isla. Robert McNamara, secretario de Defensa del asesinado presidente norteamericano, lo negó varias veces en las reuniones tripartitas que realizaron en Moscú (1987) y La Habana (1992) los protagonistas del conflicto para analizar la crisis con perspectiva histórica. Pero lo cierto es que en 1962 todos los días se producían en Cuba sabotajes y acciones armadas. Para la URSS, desde luego, instalar cohetes nucleares en Cuba no era solo un modo de “defender la revolución”. También, una forma de que EE UU supiera que si ellos tenían un revólver apuntándoles a la cabeza en Turquía, a unas millas de su país, en el Caribe, también podía existir un avispero atómico.

“La mayoría estábamos dispuestos a todo, pero creíamos que la guerra era un juego”, recuerda Padrón. Las consignas que se coreaban en las calles eran elocuentes. “Si se tiran, se quedan” o “Señores imperialistas, no les tenemos miedo”, eran algunas. El hoy arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, de 76 años, que entonces estudiaba en Canadá, vivió la crisis desde lejos, pero se le quedó grabada la ingenuidad e irresponsabilidad de la gente, pues “no se era consciente de lo que en realidad estaba sucediendo y de lo que hubiera significado una guerra nuclear”.

La Crisis de los Misiles –también llamada en Cuba la Crisis de Octubre, y en Moscú, la Crisis del Caribe– en realidad había comenzado una semana antes de aquel 21 de octubre en que Padrón animaba sus primeras historietas en el ICAIC.

El 15 de octubre de 1962, un día después de que el avión de la Fuerza Aérea norteamericana capturara cientos de fotografías comprometedoras en Pinar del Río, oficiales de la inteligencia norteamericana analizaron las imágenes y emitieron su veredicto. El inusual movimiento de tropas soviéticas que habían detectado desde comienzos del verano en la isla respondía al despliegue de varias rampas de lanzamiento de cohetes balísticos de alcance medio tipo SS-4 (para los rusos, R-12), con una potencia de carga nuclear de un megatón, esto es, 77 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima.

Desde tiempo atrás, Washington había hecho saber su inquietud a Moscú por la creciente presencia militar soviética en la isla, pero hasta entonces el Kremlin había respondido por vías diplomáticas que el material bélico suministrado al régimen cubano era únicamente “defensivo”. La certidumbre de que un número indeterminado de misiles nucleares con capacidad de destruir blancos a distancias de hasta 2.100 kilómetros estaba ya en la isla, lo cambiaba todo.

El 16 de octubre, JFK convocó una reunión urgente con los principales cargos de su Administración y altos mandos militares. Este grupo constituiría el Comité Ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad, un equipo asesor, compuesto por unas 20 personas y juramentado en secreto, que desempeñó un papel fundamental en el conflicto. Empezaba una crisis silenciosa en las entrañas de la Casa Blanca en la que halcones y palomas rodearon a JFK poniendo a prueba su prudencia y sentido de Estado.

Las alternativas eran varias. Incluían desde un bloqueo naval para impedir la entrada de más armas “ofensivas”, hasta un golpe aéreo “quirúrgico” para destruir la capacidad nuclear en la isla, e incluso una invasión militar norteamericana, según proponía el sector duro. JFK y su hermano Robert Kennedy, el fiscal general, escucharon todo tipo de criterios en los días siguientes. La mayoría de los halcones abogaban por el golpe militar y dar una lección a los comunistas, que sin duda hubiera significado la guerra. JFK, sin embargo, optó por mantener abierto el diálogo y los canales diplomáticos con Moscú aun en el momento en que estuvo más cerca de usar la fuerza.

Washington no hizo público lo que sabía e incrementó los vuelos espías sobre Cuba. Descubrió nuevos emplazamientos de cohetes de alcance medio SS-4 y también obras de ingeniería para instalar rampas de lanzamiento de misiles de alcance intermedio tipo SS-5, los R-14 soviéticos, que alcanzaban un radio de hasta 4.500 kilómetros (todo el territorio norteamericano, excepto Alaska) con una potencia atómica de 1,65 megatones, 127 veces más que la primera bomba arrojada en Japón. Los cubanos les llamaron “los cabezones”.

El 18 de octubre fue otro día tenso. Esa mañana fue citada por el Comité Ejecutivo la Junta de Jefes de Estado Mayor de EE UU, quienes defendieron la necesidad urgente de una acción militar. Kennedy tuvo un agrio intercambio con el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Curtis LeMay, a quien el presidente preguntó si pensaba que los rusos se iban a quedar de brazos cruzados después de que EE UU destruyera sus cohetes y matara a sus soldados en Cuba. Kennedy se subía por las paredes. “Estos militares tienen una ventaja: si hacemos lo que quieren que hagamos, ninguno de nosotros estará vivo después para decirles que estaban equivocados”, dijo a uno de sus asesores, según cuenta el teniente coronel cubano Jiménez.

Ese mismo día por la tarde, JFK se reunió en la Casa Blanca con Andréi Gromyko, el ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, que participaba en la Asamblea General de la ONU. Ninguno se refirió explícitamente a los cohetes de Cuba, pero cuando Kennedy le preguntó abiertamente por el tipo de armas que estaban suministrando a los cubanos, Gromyko mintió y le aseguró que todas eran “defensivas”. En las horas siguientes continuaron las reuniones en la Casa Blanca y los vuelos de los U-2: los cohetes estaban siendo instalados a toda velocidad y podían estar operativos pronto.

Como toda la humanidad, Padrón estaba aquel 21 de octubre en el ICAIC con sus dibujos “ajeno a lo que estaba sucediendo”. Años después haría algunos chistes de verdugos, pero un burócrata opinó que no era serio: “Bien se nota que el compañero no fue torturado por la tiranía de Batista”, le dijo, y se acabaron los verdugos. Después haría otros de piojos, y el mismo sujeto le animó a dejarlos, argumentando que parecía un choteo en el momento en que “Cuba luchaba para ser una potencia médica”. El censor se exilió en los años noventa, y Padrón sigue en Cuba, pero esa es otra historia.

El 22 de octubre, Kennedy destapó la crisis en televisión. Anunció un bloqueo naval a Cuba, que se haría efectivo a las dos de la tarde del 24. “Todos los buques de cualquier nación o puerto serán obligados a regresar si se descubre que llevan armamentos ofensivos”, dijo. La zona de intercepción se estableció a 500 millas de la costa cubana.

“Volví corriendo a casa a ayudar a mis padres”, recuerda Padrón. La movilización era general en todo el país. Cuba estaba en alerta máxima, y hasta en el malecón se instalaron piezas de artillería antiaérea. Natalia Bolívar, en ese momento subdirectora del Museo de Bellas Artes, se acuarteló allí con su hija recién nacida, Natacha. Bajaron los sorollas y el canaletto de la colección a los sótanos: “Creía que el mundo se iba a acabar, pero me daba igual”. Así lo vivieron muchos cubanos. En EE UU, el pánico se apoderó de la gente y las iglesias se llenaron.

La Operación Anadir había empezado cinco meses antes. A finales de mayo, Jruschov planteó a Castro que la única forma de defender la soberanía de Cuba de EE UU no era con armas convencionales, sino con cohetes nucleares. Entonces, la superioridad del armamento norteamericano era conocida, pese a los alardes de Jruschov, que llegó a declarar que había un lugar en la URSS en el que se “fabricaban misiles como salchichas”. Según se comprobó después, la superioridad real en armas nucleares era de 17 a 1 a favor de EE UU.

Castro, viejo zorro pese a su juventud –tenía 36 años–, respondió a Nikita que Cuba estaba amenazada por EE UU, pero que si la isla aceptaba los cohetes era sobre todo para ayudar a que la URSS restableciera el equilibrio nuclear. “Se pueden instalar todos los misiles que sean necesarios”, afirmó el líder cubano, quien se pronunció por dar publicidad al acuerdo. Nikita se negó y dijo que cuando los misiles estuvieran ya instalados y él asistiera a la ONU en noviembre, se anunciaría.

Comenzó así la operación militar secreta más increíble hecha hasta entonces por una potencia fuera de sus fronteras, que incluía el despliegue de cinco regimientos de cohetes de alcance medio e intermedio (en total, 40 rampas de lanzamiento, 24 de ellas para misiles de alcance medio SS-4 y 16 de cohetes SS-5), además de 50.000 soldados, aviones, batallones de tanques y 250.000 toneladas de carga. Todos estos pertrechos había que transportarlos por mar a 10.000 kilómetros de la URSS, para lo que harían falta al menos 80 barcos. El 12 de julio de 1962 salieron los primeros de la URSS camuflados, y el 26 de ese mismo mes llegó a Puerto Cabañas el María Ulianova, el primer barco.

Castro respondió a la amenaza de cuarentena de Kennedy el 23 de octubre: “Nosotros adquirimos las armas que nos dé la gana para nuestra defensa y tomamos las medidas que consideremos necesarias”.

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. El 24 de octubre se vivió uno de los días de mayor tensión. Se acercaba la hora de inicio del bloqueo y varios barcos soviéticos llegaban al punto límite. “El mundo dejó de girar”, llegó a decir Robert Kennedy en su libro Trece días: una memoria sobre la crisis de los misiles cubanos. Finalmente, en el último minuto los barcos se detuvieron y dieron media vuelta. Bob Kennedy fue uno de los protagonistas de la Crisis de los Misiles que impusieron cordura, y favoreció un canal secreto de comunicación entre JFK y Jruschov, por el que ambos líderes se intercambiaron 25 cartas durante el conflicto.

Empezó entonces a fraguarse la solución de espaldas a los cubanos. La URSS retiraría sus misiles de Cuba a cambio de que EE UU se comprometiera a no invadir Cuba y desmantelara (lo hizo meses después) sus misiles de Turquía. Pero mientras Jruschov y Kennedy empezaban a entenderse, el 27 de octubre un avión U2 fue derribado por un cohete soviético cuando realizaba una misión de reconocimiento sobre Cuba. La noche anterior, Castro había visitado la Embajada soviética en La Habana y hablado con Jruschov. Su posición era que la Unión Soviética no podía dejarse sorprender, ni permitir “que los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear”. Pasara lo que pasara y aunque Cuba desapareciera de la faz de la tierra.

El incidente del avión sirvió de revulsivo. El 28 de octubre, Nikita Jruschov anunció por radio que la URSS retiraría sus cohetes. EE UU cumplió después su parte del trato. Pero Castro consideró aquel acuerdo una traición y lo explicó en televisión con toda vehemencia. Los cubanos salieron a la calle al ritmo de una conga que decía: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”.

“Una locura. Era como si no nos diéramos cuenta de que nos íbamos a ir todos pa’l carajo”, afirma Padrón. Medio siglo después es un cineasta reconocido y acaba de realizar Nikita Chama Boom, un corto que refleja su visión de aquella crisis en clave de humor. Se ve a los rusos ocultando los misiles entre las palmas y, en el momento de más tensión, los milicianos haciendo frenéticamente el amor. En 1963, es cierto, hubo en Cuba un estallido de la natalidad. Luego las relaciones cubano-soviéticas se arreglarían hasta que desapareció el socialismo real. Todavía hoy queda un mausoleo a las afueras de La Habana en el que se rinde homenaje “Al soldado internacionalista soviético”. Hay allí 67 nichos con los restos de soldados soviéticos muertos en la isla en accidentes durante los años sesenta. Arde una llama permanente y se guarda en su base un “Llamamiento a los descendientes”. En el mármol está escrito: “Depositado el 23 de febrero de 1978. Abrir el 23 de febrero de 2068, día del 150º aniversario de las Fuerzas Armadas de la URSS”

Fuente: Diario El País (España). 19 de octubre del 2012.

jueves, 18 de octubre de 2012

Centenario de Fernando Belaunde Terry.


Centenario de FBT

Por: Antonio Zapata (Historiador)

La semana pasada, Fernando Belaunde hubiera cumplido cien años, motivo suficiente para un conjunto de artículos celebratorios en la prensa nacional, bien merecidos por cierto, puesto que se trata de uno de los políticos fundamentales del Perú moderno.

Como muchos compatriotas de primer nivel fue una personalidad compleja; tuvo virtudes y defectos, grandes éxitos y sonoros fracasos lo acompañaron en su vida política. El Perú crea este tipo de líderes; nuestros grandes no están acostumbrados a la consistencia, lo propio suele ser la complejidad que acompañó a FBT.

Comenzó su carrera como arquitecto, evidenciando notable capacidad de convocatoria, porque publicó por varias décadas una revista especializada, donde escribió todo aquél que tuviera algo que decir sobre urbanización. Luego, fue diputado por el Frente Democrático Nacional y uno de los firmes partidarios del presidente Bustamante. Durante la dictadura de Odría invernó en la Universidad de Ingeniería, donde fue profesor y decano de Arquitectura.

En las presidenciales de 1956 fue lanzado por el Frente de Juventudes, que se encontró con un candidato de polendas. Tenía olfato político, que le permitía posicionarse, llevando siempre agua para su molino. A la vez, lo acompañó un sentido innato por la parte teatral de la acción política y sabía actuar en el escenario. Su talento por la pose proyectó su imagen de líder carismático.

A continuación, tuvo tino y fundó un partido político. Entendió que para actuar en política necesitaba una herramienta y organizó Acción Popular. Careció de los grandes aparatos ideológicos del aprismo y del comunismo, incluso la democracia cristiana tenía mayor vuelo doctrinario, pero AP disponía de un aire progresista y moderno, que encajaba con las nuevas clases medias empresariales y profesionales, aspirantes a remplazar a la vieja oligarquía.

Llegó al gobierno en 1963 y su primer mandato terminó mal; era mejor candidato que gobernante. Aunque tuvo grandes obras materiales, el recuerdo que dejó fue desorden y algunos malos manejos. En buena medida, el caos era causado por la oposición APRA-UNO, que gobernaba el Congreso y llegó a censurar más de cien ministros. La gobernabilidad era baja, porque la lucha entre poderes del estado había llegado al frenesí. En medio de esa pugna, se sucedió una traumática devaluación del sol y un cuestionado arreglo con la IPC. Ahí tuvo su oportunidad el general Velasco, que derrocó al arquitecto.

La reaparición de FBT en 1980 fue espectacular. Nadie lo esperaba y ganó las presidenciales, aprovechando con sagacidad el sentimiento de solidaridad con la víctima, que es muy extendido en el pueblo peruano. Esa emoción colectiva lo proyectó al triunfo, que fue arrollador. Su segundo mandato padeció los mismos problemas que el primero. Sus obras materiales se vieron opacadas por el terrorismo y la crisis económica. Perdió manejo, tanto de la esfera política como de la económica, y al final de su segundo mandato, AP apenas pudo superar la valla electoral.

Los años finales de FBT fueron trascendentes, porque se enfrentó a Fujimori en defensa de las libertades. Le parecía indigno que un hijo de migrantes asiáticos pisoteara las instituciones nacionales. En su actitud había algo de aristócrata y otro tanto de demócrata. Escondida bajo el manto republicano aparecía una chaqueta de rancia nobleza.

Lamentablemente se ha escrito poco sobre Belaunde. Entre las últimas publicaciones cabe mencionar una biografía política en tres tomos escrita por el abogado Carlos Cabieses, quien fue senador en los dos gobiernos del arquitecto. Es el relato de un partidario, que defiende a su líder a capa y espada. Pero, sustenta sus afirmaciones con mucha información empírica y numerosas anécdotas personales, propias de quien tuvo ocasión de estar presente y ver los hechos.

Son las memorias de un veterano que apasionadamente transmite una época, a través de vivencias y relatos tras bambalinas. Al cumplir cien años, FBT ha encontrado su cronista.

Fuente: Diario La República (Perú). 17 de octubre del 2012.

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Eric Hobsbawm y la historia “desde abajo”.


El historiador del siglo

Por: Nelson Manrique (Historiador)

A la edad de 95 años ha fallecido Eric J. Hobsbawm, uno de los más grandes historiadores del siglo XX y sin duda el más influyente. Se mantuvo lúcido y comprometido hasta el final. Deja un libro por publicar.

Hobsbawm nació en 1917 en Alejandría, hijo de padres judíos. Un error administrativo alteró su apellido original, Hobsbaum. Como otros intelectuales europeos de frontera fue espectador de acontecimientos cruciales en el periodo de entreguerras. Decía que había sido profundamente influido por su niñez en la Viena de los años veinte y el ascenso de Hitler en Berlín, que definieron sus opciones políticas y su interés por la historia, y por su vida en Inglaterra después, especialmente en la universidad de Cambridge de los años treinta.

En la época de la Gran Depresión Hobsbawm perdió a sus padres y se afilió al Partido Comunista. Tenía 14 años. Permaneció leal a su opción hasta que el comunismo británico se disolvió en 1991. Se formó en Berlín y Londres y fue en Inglaterra donde escribió su gran obra. Fue marxista y sus ideas le cerraron muchas puertas en la carrera universitaria pero obtuvo un reconocimiento y admiración muy grande en el mundo. Es difícil que haya un historiador que no haya sido influido por su obra.

Sus trabajos habitualmente están respaldados por una enorme masa de evidencias documentales. Poseía una erudición apabullante y sus intereses como historiador fueron muy variados. Optó por hacer una historia “desde abajo”: desentenderse de los “grandes hombres” y buscar entender la lógica histórica a partir del estudio de la vida de la gente común, especialmente los trabajadores. Fue el más grande investigador de la historia del capitalismo pero también se interesó vivamente por los campesinos. Estuvo muy interesado en el Perú y dedicó un notable ensayo al movimiento campesino que Hugo Blanco encabezó en La Convención y Lares a principios de los años 60. En sus libros Rebeldes primitivos y Bandidos, con el telón de fondo de una investigación de envergadura mundial sobre la rebeldía campesina y el bandolerismo social, volvió a trabajar el mundo rural peruano. En una conferencia en San Marcos hizo una observación singularmente interesante: sostuvo que a nivel planetario la crisis del mundo rural no sucedió, como suele creerse, en el siglo XVIII, sino hacia la década del cuarenta del siglo XX, no sólo en las naciones pobres sino también en las del mundo desarrollado, con la excepción de unos pocos países, como Estados Unidos e Inglaterra.

La cúspide de su producción como historiador fue una tetralogía dedicada a la historia del capitalismo: La era de la revolución: Europa 1789- 1848 (1962), La era del capitalismo: 1848-1875 (1975), La era del Imperio: 1875-1914 (1987) y The Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991 (La era de los extremos: el corto siglo XX, publicada en castellano con el título de Historia del siglo XX, 1994). Se trata de una de las mejores historias universales contemporáneas.

Hobsbawm fue también uno de los más innovadores estudiosos de la cuestión nacional. En “La invención de la tradición” mostró cómo muchas de las tradiciones, ritos e instituciones que suele creerse son inmemoriales han sido creadas en realidad recientemente por élites nacionales que así se legitiman: “el fenómeno nacional no puede ser adecuadamente investigado sin una cuidadosa atención a la ‘invención’ de la tradición”.

Fue un apasionado del jazz (decía que fue un adolescente poco agraciado y tímido y puso en la música la pasión que los otros jóvenes ponían en las chicas). Escribió sus reseñas bajo el seudónimo de Francis Newton.

En las primeras páginas de The Age of Extremes Eric Hobsbawm manifestaba, en 1994, su sorpresa porque, al final del siglo XX, la gente volviera a creer en el discurso económico liberal. Recordaba que para la gente de su generación estaba fresco el recuerdo de cómo este credo económico llevó al mundo al desastre de la Gran Depresión de 1929. Concluyó que no se había aprendido la lección. La gran crisis que comenzó el 2008, que el FMI anuncia se va a prolongar por una década, muestra cuánta razón tenía el viejo maestro.

Fuente: Diario La República (Perú). 16 de octubre del 2012.

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