domingo, 28 de noviembre de 2010

Valentín Paniagua: catedrático, abogado constitucionalista, brillante orador parlamentario y presidente de la república.



Valentín Paniagua, un hombre providencial

Gobernó el Perú durante apenas ocho meses, pero ese breve lapso le bastó para dejar un ejemplo de decencia, honestidad y lucidez política. Al conmemorarse cuatro años de su partida, el Fondo Editorial de la PUCP alista la presentación de un volumen que recoge los testimonios, semblanzas y ensayos de 49 políticos, académicos y periodistas que lo conocieron en algún momento de su fructífera trayectoria. A lo largo de 550 páginas, Paniagua aparece retratado como catedrático, abogado constitucionalista, brillante orador parlamentario y presidente de un país a cuyo destino estaba firmemente unido.

Firme y feliz por la unión

“Hace ocho meses, desde esta misma tribuna, anuncié que nacía un tiempo nuevo. Atrás ha quedado ya la imprecación indignada de ese ‘nunca más’ que recorrió el país de uno a otro confín; esta es la aurora que no pudieron ver los que ofrendaron su vida o cayeron alentando la ilusión de este largo combate social. Este es el nuevo día que aguardaban los niños, los jóvenes, los trabajadores y las mujeres que marcharon cantando su esperanza en el fragor del combate democrático hace apenas pocos meses. Aquí están, vivos y palpitantes, su fe y sus sueños, animando nuestra irrevocable decisión de cambio e inspirando esta inmensa posibilidad que la historia ha puesto en nuestras manos, de hacer que el Perú sea un hogar cálido y generoso como siempre debió ser para todos sus hijos [...].

Pero, sobre todo, mi gratitud imperecedera al pueblo del Perú que, en medio de la tempestad, no perdió jamás la ilusión, como no la perdieron los jóvenes y niños que, con su fresco entusiasmo, nos infundieron fuerza en la tarea. A todos ellos, les pido, en esta hora, no desmayar en el empeño, sabiendo que el Altísimo no desoirá la plegaria de un pueblo que ama la paz y anhela la reconciliación, y que está decidido a reemprender su camino en la historia, bajo la misma divisa que los padres fundadores inscribieron en el Escudo Nacional, como una apuesta y un anhelo de futuro que ahora repetimos como conjuro y como una clara determinación, para que el Perú sea siempre firme y feliz por la unión”.

–Palabras de Valentín Paniagua pronunciadas al concluir su gestión como presidente del Perú el 28 de julio de 2001.

El reformismo refundacional

Su visión de la democracia iba más allá de entenderla como suma de instituciones o de reglas para elegir a las autoridades. Su propuesta democrática combinaba dos elementos claves: la libertad y la igualdad. Para Paniagua la democracia suponía no solo una igualdad formal ante la ley sino también una “real” entre todos sus miembros, tal como afirmó en su discurso cuando recibió el Honoris Causa de la Universidad San Marcos en el 2001: “La democracia exige igualdad, como se ha dicho. [Pero] no solo igualdad jurídica, sino igualdad real que implica la reducción creciente de las desigualdades económicas. Los pobres lo son no solo porque carecen de bienes o no satisfacen sus necesidades, sino porque carecen de derechos, que es una condición necesaria, pero no suficiente, para salir de la pobreza. La lucha contra la pobreza se ha convertido hoy en una lucha por la igualdad y en un elemento que condiciona –éticamente, también– el quehacer del Estado y de la sociedad peruana”. Su concepción de democracia lo ubicaba lejos del pensamiento de derecha, y si este era neoliberal, aún más. Su deuda intelectual con Norberto Bobbio era más que evidente.

-Alberto Adrianzén

Una secreta ambición

La temprana lucidez intelectual, unida a su capacidad de atraer la confianza de otros y de persuadir con una oratoria brillante, lo condujeron a presidir muy pronto la Federación de Estudiantes de su universidad. La política bullía en su interior, la radicalidad de sus primeros años nos exhiben a un Paniagua movilizando gente, arengando (…). Pero a Paniagua la política le interesaba especialmente por su vocación de justicia y su sed de derecho. Yo que lo conocí y fui su amigo desde los años mozos doy testimonio de que no era un hombre de ambiciones inmediatas; le era ajena la sensualidad del poder. Por esa razón, y cuando recibió el Honoris Causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, dijo, sorprendiendo a todos: “Este es tal vez el único honor que ambicioné secretamente a lo largo de toda mi vida”. ¡Un hombre grande!

–Enrique Bernales

¿Cuál era su ideología?

Deseo destacar lo que sería la “ideología” de Valentín. ¿Era “izquierdista”, como han dicho, intonsamente, algunos empresarios? ¿Un “centroderechista”, como han dicho algunos supérstites del marxismo? Quizá esa contradicción evidencie su acendrado talante centrista. No era un liberal económico, ciertamente, aunque sí uno político. ¿Cuáles eran, en el fondo, sus ideas más profundas? Me gustaría creer que dos. Por un lado era un “contractualista”, en un sentido lato de la palabra, es decir alguien que sostenía la noción de que una sociedad es siempre el producto de un pacto constitucional y, por tanto, que la “forma” política, la democracia representativa, el Estado de derecho, es tan o más importante que el “fondo” de cualquier ideología. Por otro lado era un “desarrollista”. Esta posición fue barrida del panorama intelectual de la política latinoamericana, prácticamente desde fines de los años setenta. Pero el “desarrollismo”, algo que en parte venía de las ideas de Prebisch y en otra buena parte del New Deal de Roosevelt, fue la plataforma que produjo un salto decisivo de América Latina en las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado. Detrás de cada desarrollista había alguien que creía en el poder de la razón aplicada al progreso social, y alguien que creía que, junto con el crecimiento, se necesitaba expandir los horizontes de equidad en las sociedades. Valentín pertenecía a esa estirpe.

–Alfredo Barnechea

Viejo es el viento…

En el hidroavión en el que volé con Valentín Paniagua de Iquitos a Requena, en marzo de este año, medité en un momento sobre su extraña relación con la providencia y con el destino. Fue pocos meses antes de su agonía, cuando el entusiasmo de la selva levantó una esperanza que fue en realidad una despedida. Valentín fue el político a quien encontró la providencia y rechazó el destino. A nadie mejor pudo haber encontrado el Perú en aquellos días inciertos del 2000, cuando se desplomó la dictadura de gangsters y de espías, y hubo que elegir un presidente para desencallar el Estado y desinfectar el país. A nadie mejor rechazó el país cinco años después, en esa campaña corta y confusa en la que terminamos alejándonos de lo óptimo para evitar lo catastrófico. (...) Ante el calor y el afecto de la gente, Valentín encontró el entusiasmo. Y un día después, en Requena, hizo energía del entusiasmo. En medio del calor húmedo, habló larga y lúcidamente en un mitin al cabo de una larga caravana. Lo hizo con alegría, pero sobre todo con fuerza. Allí remató con la frase que signó su desafío final: “¡Viejo es el viento, pero sopla todavía!”. (…) Se puede observar o criticar aspectos puntuales de su gestión. Pero ese corto periodo fue un momento brillante en nuestra República, cuando se respiró la libertad al librarse del lumpenaje que rigió el país; cuando los criminales fueron reemplazados por un Presidente que encarnaba la honestidad y la sencillez; cuando el lenguaje zafio y cínico del fujimorato dio lugar al buen y preciso castellano; pero cuando la modestia, la sencillez y el buen idioma tuvieron la energía, el coraje que ningún otro gobierno tuvo y llevaron a la cárcel a los grandes mafiosos y ladrones como no se hizo ni antes ni después. En sus cortos meses en el poder, Paniagua expresó lo mejor de nuestro ideal republicano, lo que podemos ser y que, por lo menos por corto tiempo, en parte fuimos.

-Gustavo Gorriti

Un ejemplo de austeridad

Podemos ver en él al demócrata honesto que entendió siempre la política como una prolongación de la docencia, que inició muy joven en las filas de la Democracia Cristiana. Paniagua formó parte de la oposición al fujimorato, al que definió muy exactamente como autocracia. Y en el momento del derrumbe del régimen, resultado de la reelección fraudulenta de Alberto Fujimori Fujimori y de la monstruosa corrupción compartida con su socio y asesor, surgió como hombre providencial para conducir al país de retorno a la democracia. Fue en esos ocho meses que pudimos conocer a este hombre tolerante y austero, que supo rodearse de los mejores, dio inicio a la transición democrática, reconstruyó las instituciones en ruinas que dejó la dictadura y presidió elecciones impecables.

–Editorial de La República 17/10/2006, un día después de su muerte.

El presidente que tenía una biblioteca

Cuando terminó la ordalía de los años noventa y Valentín Paniagua se hizo cargo del puesto vacante por abandono, alguien, no recuerdo quién, comentó: “Al fin llega a Palacio alguien que tiene una biblioteca en su casa”. El comentario resume bien la naturaleza del hombre que vivía su hora más notoria y crucial. Acostumbrados durante una larga década a escuchar los denuestos en contra de los políticos tradicionales, teníamos de regreso en Palacio a este pequeño abogado del sur, de dicción perfecta y modales impecables. Ya era una diferencia con respecto a los opacos promotores de negocios que durante diez años habían sido la medida y el modelo de todo. Pero la gran diferencia estaba en esa silenciosa biblioteca que guardaba en su casa. Con Paniagua, uno podía tener la seguridad de que llegaba al poder alguien que conocía el doloroso y tierno pasado del Perú, alguien que intuía el río del tiempo, que percibía lo que significa la historia, la sucesión de generaciones, la destrucción y el renacimiento de los sueños, el lugar de los individuos, no como destinatarios de honores o bienes, sino como oficiantes de un rito que viene de atrás, que continuará más adelante y que nos trasciende porque solo somos un instante. Que el Perú que salía de los años noventa, cuando la historia se había empequeñecido hasta convertirse en la quincena, haya encontrado en Paniagua al hombre necesario en un momento decisivo demuestra que hay justicia, y hasta poesía, en la historia.

-Luis Jochamowitz

Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo". 28 Noviembre, 2010.

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Valentín Paniagua y la historia política peruana.

Historia de los símbolos de los partidos políticos peruanos.

Conozca la historia detrás de los símbolos de algunos partidos políticos

En una época en que los movimientos políticos buscan formar alianzas, pero ponen como condición mantener sus símbolos, buscamos el origen de los emblemas más representativos.

Por: Juan Aurelio Arévalo

Tan importantes han llegado a ser los símbolos de los partidos políticos que hay quienes se creen la encarnación de estos. “Usted es de la estrella del Apra y yo soy del sol de Solidaridad, pero ambos se juntaron para iluminar la noche y el día, y para iluminar finalmente el país y la democracia”, le dijo Luis Castañeda al presidente Alan García durante la inauguración del Museo Metropolitano, un mes atrás.

Al margen de la aduladora frase del ex alcalde de Lima, los políticos parecen haber entendido que el emblema gráfico resulta determinante a la hora de vincular los partidos con el electorado. Por eso, cuesta creer que recién a partir de los comicios generales de 1980 los símbolos fueran autorizados y considerados oficialmente en el diseño de la cédula de sufragio.

Como dato anecdótico, para la elección de la Asamblea Constituyente de 1978, a los partidos se les asignó una letra por sorteo. Al Apra le tocó la “C” y al PPC la “B”.

LA LAMPA Y LA ESTRELLA

El presidente de Acción Popular (AP), Javier Alva Orlandini, cuenta que uno de los primeros antecedentes del uso de la lampa en su organización data de 1963, cuando el presidente Fernando Belaunde realizó un acopio de estas herramientas en Palacio de Gobierno, para luego utilizarlas en el programa Cooperación Popular. El lema del momento fue: “Picos y palas para la revolución sin balas”.

“Yo era personero ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) cuando se tuvo que cumplir con la formalidad de establecer el símbolo. Llamé a Belaunde, que se encontraba en EE.UU., y le dije que, de acuerdo con la historia del partido, la lampa me parecía lo más adecuado. ‘¡Por supuesto!’, contestó. Mi hermano Miguel hizo el diseño con un fondo rojo, blanco y rojo inclinado, ya que por ley no podíamos usar la bandera al ser un símbolo patrio”, explica.

La lampa resultó ser efectiva. En los comicios generales de 1980 (cuando por primera vez votó la población analfabeta) Belaunde ganó con el 46% de los votos frente al 27% de Armando Villanueva. Sin embargo, 16 años después, en las elecciones de abril del 2006, por primera vez los seguidores del arquitecto tuvieron que marcar otro símbolo.

Los acciopopulistas escogieron a regañadientes una “V”, que representaba al Frente de Centro que incluía a Somos Perú y la Coordinadora Nacional de Independientes (CNI). “¡Fue un gravísimo error!”, reconoce el congresista Víctor Andrés García Belaunde, quien añade que la idea era llevar un corazón con la lampa al medio, pero Drago Kisic, líder de la CNI, se opuso. Sin la lampa , Valentín Paniagua apenas alcanzó el 5%.

Otro símbolo con gran poder de identificación es la estrella aprista. Una figura que, según el ex candidato a la Alcaldía de Lima Carlos Roca, está presente desde el proceso de fundación del partido. “El Apra se empieza a organizar en 1924 y en 1925 termina de afianzarse como alianza continental en París. Ahí se aprobó el programa máximo que constó de cinco puntos, los cuales quedaron representados en la estrella con el mismo número de puntas”, señala Roca, quien, además presume que Víctor Raúl Haya de la Torre se inspiró en la estrella soviética, pues en 1924 estuvo en Rusia y ese era el símbolo de muchos partidos socialistas y de izquierda en Europa.

Si avanzamos en el tiempo y llegamos a 1985, veremos que la mítica estrella aprista cumplió un rol fundamental en la primera victoria presidencial de Alan García. El libro “La historia de la publicidad en el Perú”, de esta casa editora, recuerda que, en medio de la violencia cotidiana que vivía el país, García quiso imponer un mensaje de paz. Identificados como un partido de lucha, pero también por episodios sangrientos, los ‘compañeros’ idearon un spot televisivo en el cual la sigla APRA, que se encontraba en la estrella, se disolvía como un copo de algodón hasta formar una blanca paloma. Todo ello bajo el fondo musical de “Mi Perú”. En el 2006, la estrella nuevamente los ayudó a ganar, pero esta vez bailaba sonriente al ritmo de un reggaetón.

El PPC es otra agrupación histórica que ha sabido sacarle provecho a su símbolo. Muchos olvidan que, hasta la década del ochenta, el emblema del partido no era el mapa del Perú sino el sol radiante. “Nosotros veníamos de tres derrotas, así que a finales de setiembre de 1984 empezamos a buscar otra imagen”, comenta el ex congresista Xavier Barrón. Entre la baraja de posibilidades surgió un sol púrpura, luego una cruz de malta con doble travesaño color azul y el mapa, que finalmente resultó elegido.

“El JNE nos dijo que no podíamos usar un símbolo de origen patrio. Me tocó liderar la defensa y expliqué que, según la Constitución, los símbolos de la patria son la escarapela y la bandera. Además, el mapa no era exactamente todo el territorio de la República, porque faltaba el mar de Grau. Con ese argumento ganamos la causa”, revela Barrón.

PARA TODOS LOS GUSTOS

En los últimos años, las muestras de creatividad surgidas desde los partidos han sido más que evidentes. En el 2000, Eliane Karp explicó que el dibujo que encuadraba la “T” en el logo de Perú Posible era la chacana de Pachacútec, un elemento ordenador en la sociedad andina. Según el secretario general del partido, Javier Reátegui, la idea partió de Alejandro Toledo, quien buscaba un símbolo que lo acercara a las raíces del país. “El verde de la chacana es la esperanza y el amarillo la paz”, señala.

Otro candidato que quiso acercarse al pueblo, pero con un símbolo que representara el mestizaje y la pobreza, fue Ollanta Humala. En el 2006, la olla de barro roja y blanca de Unión por el Perú (UPP) no solo le permitió captar la atención de las personas más humildes, sino también incrementar el nivel de recordación de los electores a través de un juego fonético juntando la “O” de Ollanta con la de la olla. En ese tiempo, el congresista Michael Martínez, de UPP, reveló que pensaban cambiar el nombre del partido a Partido Nacionalista Bolivariano y entre los símbolos a adoptar se encontraban el puma y la Piedra de los doce ángulos.

El fujimorismo es un caso aparte, pues sus símbolos se proyectan en el tiempo. La directora de Imasen, Giovanna Peñaflor, resalta que este movimiento escoge emblemas de acuerdo con las fechas electorales: Cambio 90, Perú 2000 o Fuerza 2011. De esta forma, logran orientar al votante menos instruido.

En la memoria del elector, también se encuentra el sol amarillo de Solidaridad Nacional, con quince rayos a su alrededor y la sigla PSN escrita en cursivas (idénticas al logo del IPSS, del cual Luis Castañeda fue director). También se recuerda con facilidad el corazón de Somos Perú. El líder, Fernando Andrade, reconoce que el creativo fue su hermano Alberto, quien con la experiencia de haber diseñado el logo de Alda realizó una serie de focus groups y bosquejos hasta dar con la imagen adecuada.

Pero el premio a la imaginación y a la rareza se lo lleva la madre cargando a su hijo de Siempre Unidos. “Soy médico ginecólogo obstetra y se me ocurrió porque representa la unidad más importante de la vida”, comenta el presidente del partido, Felipe Castillo, quien por negarse a ceder su símbolo, no se alió con Álex Kouri en los comicios municipales pasados. No se arrepiente.

Fuente. Diario El Comercio (Perú). Domingo 14 de noviembre del 2010.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Historia de la batalla de Tarapacá. La figura inmortal de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.

Tarapacá: Glorioso aniversario

Hace 131 años, los soldados peruanos, en inferioridad de condiciones, impusieron su heroísmo al invasor con la inolvidable victoria de Tarapacá.

Por: Gustavo Durand (Periodista)

Si una gran lección dejó la aciaga Guerra del Pacífico fue que precisamente el infortunio elevó las virtudes cívicas y patrióticas de muchos ciudadanos, que tuvieron la oportunidad de dejar su nombre grabado en planchas de bronce para la posteridad. Grau, Bolognesi, Ugarte, Leoncio Prado, Arias Aragüez, cada soldado, cada hombre y mujer, reivindicaron a toda una generación de hombres cuyas mezquindades nos condujeron a la mayor tragedia de nuestra historia republicana y fueron artífices de la heroica y nunca vencida voluntad de mantener en alto el honor nacional, y entre ellos brilla la figura inmortal de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.

Luego de la muerte del almirante Grau y destruido el poderío naval del Perú, la escuadra Chilena se hizo dueña absoluta del mar, lo que permitió al alto mando militar de ese país ejecutar finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra del Pacífico, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.

Al estallar la guerra, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por unos 4,800 hombres, desplegados en guarniciones por todo el territorio nacional. El destacado historiador y diplomático peruano Juan del Campo Rodríguez, señala en su estudio sobre la Batalla de Tarapacá, la limitada capacidad operativa militar que acompañaba la organización del ejército peruano en aquella oportunidad.

La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. Si embargo para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, la cual seguiría siendo muy inferior al de las tropas Chilenas.

Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y compuesta por seis divisiones: la primera de ellas, de 1,455 efectivos; la II División, a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados; la III División, dirigida por el coronel Francisco Bolognesi con 1,315 soldados; la IV División, al mando del coronel Justo Pastor Dávila, con 1,123 soldados; la V División, comandada por el coronel Ríos; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con 1,085 soldados.

Esta fuerza se unió a los 4,534 hombres del ejército Boliviano aliado, y fue desplazada a las costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del “I Ejército del Sur”, bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.

Invasión al Perú

Solo tres semanas después de Angamos, el dos de noviembre de 1879, el llamado “Ejército de Campaña”, 10,000 soldados de la fuerza expedicionaria Chilena, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez vapores, a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de playa en territorio peruano. Aun así no les fue fácil tomar el territorio peruano. En este desembarco los Chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y heridos.

Este ejército expedicionario Chileno, a órdenes del general Erasmo Escala, era superior a las fuerzas aliadas peruano-Bolivianas. Seguidamente, las fuerzas Chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua Santa y de ahí se desplazaron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones con el valioso apoyo de su escuadra.

Batalla de San Francisco

En este proceso capturaron los Chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo.

Aunque la infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y Bolivianos contra 6,000 Chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario. Los Chilenos además ocupaban la cima del cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del cerro.

La batalla sería muy sangrienta, habiendo muerto un gran número de tropa y oficiales de los batallones peruanos Zepita y Dos de Mayo.

A las 5 de la tarde la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche los peruanos y Bolivianos emprendieron la retirada. Los vencedores Chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.

Cuatro días después, el 23 de noviembre el ejército Chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las diezmadas fuerzas del I ejército del Sur, se vieron forzadas a ejecutar una nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá.

El comandante del ejército Chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.

De acuerdo al parte oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y 2,000 soldados peruanos “en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…”.

Tarapacá: épica jornada

En horas de la madrugada del 27 de noviembre 1879, la fuerza Chilena alcanzó su objetivo y tomó posición ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras.

La división Chilena entonces fue dividida en tres fracciones: la primera, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del propio coronel Arteaga, debía atacar de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz, tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de Arica “y batir la quebrada desde las alturas”.

Los peruanos, que carecían de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas Chilenas a distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Avelino Cáceres, jefe de la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo de guerra.

En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del amanecer, los Chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas posiciones.

Se inicia la ofensiva

Recuperado Cáceres del factor sorpresa, dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. la primera y segunda compañía de su regimiento, el Zepita, bajo órdenes del teniente coronel Juan Francisco Zubiaga, se colocaron a la derecha. La quinta y sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicaron en el centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Arguedas, tomaron posición en el sector izquierdo.

Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel Manuel Suarez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia, con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.

La lucha se inició con ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el ataque contra las posiciones Chilenas, y el resto de los regimientos peruanos, bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también contra el adversario.

El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los nutridos disparos de la artillería y la infantería Chilena. A la 9:45 de la mañana el regimiento Chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un daño severo en la infantería Chilena.

Tal fue la intensidad de su ofensiva que los Chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición localizada tres millas detrás de las colinas.

Los peruanos habían logrado una victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida, incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el coronel Manuel Suarez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano del coronel Andrés Avelino.

Heridos pero no vencidos

En efecto, Andrés Avelino Cáceres también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas posiciones Chilenas. Su división se reforzó con la llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes.

Esas fuerzas eran parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá. Entre los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante continuó la lucha al frente de sus tropas.

Con estos refuerzos Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Mientras, la tercera división al mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo coronel, que antes de la batalla se encontraba enfermo y padeciendo alta fiebre, olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento fue admirable.

Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque contra el centro del ejército Chileno, al cual logró destruir completamente. Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y rifles y se desbandaron.

Los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna Chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Entre los muertos Chilenos merece destacarse la del valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.

Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar La Victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iníciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 27 de noviembre del 2010.
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viernes, 26 de noviembre de 2010

La India y los Sijs.

Sijs y Singh

Por: Isaac Bigio (Internacionalista)

En la segunda semana de noviembre se reunieron en la India los dos jefes de gobierno de las mayores democracias multipartidarias del mundo. El mandatario estadounidense Barack Obama, el único presidente del mundo en haber sido electo rozando los 70 millones de votos, se vio con Manmohan Singh (primer ministro de la India desde el 2004), quien en el 2009 fue reelecto en el cargo tras que su partido (el Congreso Nacional Indio) se convirtiera el primero en el mundo en obtener más de 150 millones de votos.

La manera en la cual ambos han sido elegidos es diferente, pero los dos tienen en común el ser los primeros jefes de gobierno de sus respectivos países que provienen de su respectiva minoría étnica. Obama es el primer ocupante negro de la Casa Blanca y Singh es el primer jefe de gobierno sij del país que, en 2 décadas, superará a China como el más poblado de la historia. De todas las religiones organizadas que hay en el mundo, los sijs ocupan el quinto lugar en número de fieles (van entre 24 y 28 millones) y el tercero en tasa de crecimiento.

Su credo surgió hace medio milenio en la India al mismo tiempo en que los cristianos iniciaban la conquista de los indios americanos y el transporte de esclavos africanos a sus tierras. Los sijs se foguearon en medio de un gran choque cultural. No fue el que se daba entre Europa y América sino entre las dos mayores y más contrapuestas religiones que ha tenido Asia: el Islam monoteísta y el hinduismo politeísta.

De los 1,500 millones de musulmanes que hay en el mundo, sólo un 20% son árabes y casi la mitad de ellos desciende de antiguos hinduistas convertidos al Islam que viven entre Indonesia y la India.

La región donde más se acentuó dicho choque fue el Punjab (donde hoy están localizadas las capitales de la India y Pakistán), y allí mismo surgió hace 5 siglos la fe sij.

Los sijs protagonizaron en su tiempo una suerte de revolución igualitaria. Rechazaron el sistema de castas de los hinduistas y la forma en la cual el Islam aceptaba la poligamia, el velo o el que las mujeres no pudiesen rezar junto a los varones. Además, hicieron una síntesis de ambas grandes religiones. Como los mahometanos rezan descalzos sobre alfombras ante ninguna imagen en torno a un libro sagrado y sólo creen en un dios. Como los hinduistas incineran a sus muertos, creen en la reencarnación y son vegetarianos.

A la prohibición musulmana de tomar licor y a la hinduista de comer carne le han sumado la de fumar.

Los sijs tienen cierto parecido a los judíos ortodoxos en que no se cortan nunca el cabello, en que rezan diariamente en la lengua de sus profetas y en su apego a la tierra de donde surgió su religión. Mientras un sector sij ha querido imitar al sionismo queriendo crear un Estado propio, la India ha sabido neutralizar ello dándoles a los sijs oportunidades para que lleguen a altas posiciones en el poder político, económico y militar de su enorme país.

Fuente: Diario Correo (Perú). 17 de Noviembre del 2010.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Mercados y tipos de cambio. Entre las peligrosas "devaluaciones competitivas” de EE.UU., y la “infravaluación competitiva” China.

La cara de Washington en el dólar ya no es la misma

Por: Guillermo Giacosa (Periodista)

Decíamos ayer que los deseos de los EE.UU. han dejado de ser órdenes y que eso es bueno para la salud del planeta. Esta afirmación enojará a los colonizados o usufructuarios de siempre, pero es cierta. En todo caso, es lo que piensa una porción nada despreciable de la humanidad y lo que demuestra la realidad. Guste o no, es lo que ocurre. Generalmente los acreedores tienen la voz más fuerte que los deudores, y hoy EE.UU. es el deudor número uno. Sumando la deuda pública a la privada el monto global equivale a una cifra que ni repartida entre todos los poderosos del planeta sería digerible. La situación actual de la superpotencia anémica, pero con los colmillos aún en buen estado, es tal que muchos comentaristas dudan hasta de la viabilidad del Grupo G20.

El comunicado final indica que las naciones deberían dejar que los mercados determinen los tipos de cambio y que se “abstengan de devaluaciones competitivas” (referencia velada a EE.UU.), y también de “infravaluación competitiva” (referencia velada a China).

Los países del BRIC –Brasil, Rusia, India y China– y la Unión Europea (UE) cooperaron para producir una declaración que subraya la voluntad política de que las naciones no deberían adoptar políticas, como la última de la Reserva Federal, que afectan seriamente las economías de otras naciones.

Dice Obama que dejemos en libertad a los mercados de divisas y, mientras lo dice, fabrica 600,000 millones de la divisa que es común a todos. ¿Es esa o no una intervención en dichos mercados?

Pensar que el G-20 aceptaría gozoso la oferta del presidente Obama de una nueva inyección de papel verde gringo, por el que el propio EE.UU. no puede responder, es un exceso originado en la deformación de la percepción que le ha generado a Estados Unidos su papel de potencia hegemónica. Según algunos observadores, Obama “culpó prácticamente a China y a los mercados emergentes por la crisis financiera de 2008. Y cuando defendió la acción de la Reserva Federal, estaba declarando de hecho que lo que es bueno para EE.UU. es bueno para el mundo”.

La reacción del presidente brasileño fue más ponderada que la de numerosos furiosos banqueros centrales europeos, que acusaban de “traición” a EE.UU. Lula sugirió que los países del BRIC “deberían comenzar a utilizar menos dólares al comerciar entre ellos”. El ministro de finanzas de Brasil ha dicho: “Los días del dólar como moneda de reserva han pasado. La tendencia va hacia una cesta de monedas. El BRIC ya está operando en este sentido y Argentina y Brasil ya realizan parte de su comercio en monedas locales”. La única ventaja que tenía EE.UU. era la de ser dueño de la divisa de reserva. ¿Qué ocurrirá si todo lo dicho antes, durante y después del G20 se cumple? Solo la incierta disciplina de la futurología política podría intentar predecirlo.

Fuente: Diario Perú 21. Mié. 24 nov '10.

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lunes, 22 de noviembre de 2010

Evolución de la historiografía peruana sobre el periodo de la independencia. De los próceres del Centenario a la historias regionales del Bicentenario

Generaciones e Independencia

Por: Antonio Zapata (Historiador, investigador del IEP)

En la historiografía republicana, el periodo de la independencia siempre ha sido percibido como problemático. Para empezar, es evidente que el Perú carece de héroes propios de la misma estatura que el resto de países latinoamericanos. Tuvimos que esperar a la guerra con Chile para hallar verdaderamente héroes fundadores de la nacionalidad. Por su parte, no le hemos dado relieve a quienes efectivamente lucharon contra los virreyes, como por ejemplo a los hermanos Angulo y al cacique Pumacahua del Cuzco o a Francisco de Zela de Tacna. No tenemos héroes de la independencia porque no resaltamos algunas figuras que en principio podrían calificar, pero el caso es que, debido a este enfoque de nuestra historiografía, carecemos de personajes paradigmáticos vinculados a este periodo crucial de la cuna nacional.

Por otro lado, el Perú fue la cabeza de la reacción realista, y la guerra de la independencia adquirió el perfil de una larga lucha del resto de Sudamérica contra el poder virreinal asentado en Lima. En muchos libros de historia de otros países, el Perú aparece como el enemigo de la emancipación. Este papel del virreinato del Perú ha merecido preguntas historiográficas acuciantes y también profundas, que han suscitado distintas respuestas por parte de los estudiosos peruanos. El propósito de estas líneas es pasar revista a las diferentes posiciones que han sido adoptadas, siguiendo una línea de reflexión que muestra tendencias de pensamiento formadas por generaciones intelectuales.
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Como vemos, con respecto a la emancipación, la cuestión en el Perú siempre ha sido encontrar un motivo preciso para celebrar. Con esta inquietud, la generación del centenario descubrió a los próceres. De acuerdo con los integrantes del conversatorio universitario que preparó el clima intelectual del centenario, el Perú podía carecer de líderes políticos y militares de talla continental que correspondan a la etapa independentista, pero era el país clave de los antecedentes intelectuales, donde se había formulado la idea patriótica.1

Ahí estaba Vizcardo y Guzmán, que había sido el primer criollo de toda Latinoamérica en plantear explícitamente el tema de una patria propia del Nuevo Mundo, como entidad distinta y opuesta a España. La célebre Carta a los españoles americanos escrita por el jesuita arequipeño, aparecida en español en 1801, planteó en forma explícita los términos de la contradicción a escala de todo el continente. Por ello, en el curso de la primera expedición patriota en tierras latinoamericanas, dirigida por Francisco de Miranda en Venezuela, el primer folleto que se repartió como propaganda era la famosa Carta de Vizcardo.2

Entre los integrantes de esta generación destaca el historiador Raúl Porras Barrenechea, quien escribió para el centenario un célebre texto sobre el periodismo en el Perú, que empieza por las publicaciones dieciochescas y se prolonga a la época de Cádiz, y luego culmina considerando los primeros años republicanos. En este trabajo, Porras sostiene que la conciencia nacional habría emergido en forma embrionaria en tiempo temprano, anterior a la independencia, y que ese espíritu nacional habría sido un impulso fundamental en la concreción del Perú independiente. En el caso de otro importante miembro de este grupo generacional, Luis Alberto Sánchez, sus primeros trabajos fueron acerca de los poetas de la Colonia y de la etapa revolucionaria, buscando también fundamentar la idea de la patria peruana como anticipada por intelectuales y artistas décadas antes de la fundación de la república como hecho político y militar.

Así, en el pensamiento de esta generación, en el antecedente universal de la emancipación latinoamericana se hallaba presente el Perú. Luego, en la etapa de las juntas de gobierno que se establecieron en muchas ciudades latinoamericanas durante el periodo 1809-1815, no se había podido derrocar al virrey de Lima porque España había concentrado su poderío en Lima, efectivamente la sede de un núcleo de grandes comerciantes y del principal soporte político militar español en Sudamérica. Pero, las ideas independentistas habían estado presentes desde el primer día. Es más, ellas habrían sido sembradas antes que en los demás países. Por ello, su conclusión subraya una conceptuación del Perú como adelantado ideológico, aunque maniatado políticamente a la hora de la crisis imperial.

Años después, la generación del cincuenta, a la que pertenece Pablo Macera, entre otros, rescató a Tupac Amaru. En la interpretación de esta generación no se trataba solamente de antecesores ideológicos, sino de rescatar a la principal figura de quienes combatieron efectivamente contra la dominación colonial. No importaba si el proceso de Tupac Amaru estaba situado cuarenta años antes de la independencia, sino se priorizaba el hecho de haberse opuesto en la práctica al poder de los virreyes. Gracias a su capacidad para dirigir una gran rebelión, Tupac Amaru fue elevado al pedestal de gran figura paradigmática del pasado combativo que caracterizaría al pueblo peruano. La historiografía había hallado al héroe perdido que fundamentaba una nueva narración de la independencia. Se abandonaba la concepción de dar explicaciones por ser los últimos en independizarse y se pasaba a proclamarse el primero de los países sudamericanos en la lucha contra España.

Bastaba olvidar a San Martín y recuperar la autoestima, porque el Perú era la cuna del primer grito de independencia en Latinoamérica. Esa idea estaba clara en la historiografía nacional años antes de Juan Velasco. Pero, recién con el gobierno revolucionario de las FF. AA., Tupac Amaru fue elevado a la categoría de padre de la patria, verdadero fundador de la emancipación americana. Además, la gesta del cacique de Tinta venía acompañada por un relevante papel de su esposa, Micaela Bastidas. Por ello, el verdadero héroe de la rebelión de 1780 era una pareja, evocando la creación del Tawantinsuyu. Manco Capac y Mama Ocllo asomaban detrás pero cerca de la segunda pareja paradigmática, Tupac Amaru y Micaela Bastidas. Los primeros fundaron un imperio, los segundos consagrarían la libertad del Perú independiente.3

Pero, luego cayó Velasco y se derrumbó el edificio del nacionalismo militar. Sus principales proyectos y mensajes se desacreditaron y Tupac Amaru fue relegado. El de Velasco ha sido un gobierno sin continuadores y nadie lo ha reivindicado ni salvado a las figuras que fueron proyectadas en ese tiempo. Por el contrario, los héroes de Velasco han acabado siendo detestados por una buena parte de la opinión pública. Pocos años después, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru tomó el nombre y figura del cacique de Tungasuca para sumarse a la violencia desatada previamente por Sendero Luminoso. Con ello, el héroe Tupac Amaru volvió a perder ante la opinión pública, porque su nombre quedó asociado a la violencia de los tenebrosos años ochenta.4
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Por su parte, la mayor parte de historiadores resaltaron que el movimiento de Tupac Amaru correspondía a una coyuntura política anterior a la emancipación, definida por las reformas borbónicas y las luchas antifiscales que se habían suscitado. En este entendimiento, hacia 1780 la cuestión de la independencia no había aparecido aún. Después de la segunda elección de Fernando Belaunde, comenzando los años 1980, los historiadores profesionales descartaron a Tupac Amaru como personaje de la independencia, sin contemplar que otros ejemplos históricos habrían obligado a mayor prudencia. Por ejemplo, la revolución norteamericana, que corresponde exactamente a la época de Tupac Amaru, empezó como una revuelta antifiscal contra las medidas del rey Jorge, que se parecían como dos gotas de agua a las reformas borbónicas. Sucede muchas veces en la historia que una insurrección comienza de una manera y el proceso termina de otra, porque en la lucha se modifican rápidamente los alineamientos políticos y la resultante suele ser diferente a la idea inicial.

Pocos años antes, en pleno gobierno militar de Velasco, había aparecido la visión descreída de Heraclio Bonilla y su famosa tesis de la independencia concedida.5 De acuerdo a esta versión, los criollos peruanos no habrían estado interesados en la emancipación, y esta habría venido de fuera, impuesta por ejércitos de criollos extranjeros, conducidos por San Martín y Bolívar, obligando a emanciparse a los peruanos de la época que en realidad deseaban seguir siendo españoles. Esa fue la opinión de Bonilla, fuente de una enorme polémica en los años setenta.

Sus principales adversarios fueron historiadores tradicionalistas, como José Agustín de la Puente, quien integraba la comisión que publicó con motivo del Sesquicentenario la monumental Colección Documental de la Independencia. En esta obra se partía de la visión transmitida por la generación del centenario sobre el espíritu peruanista formado en la Colonia tardía y encarnado recién durante la etapa independentista, pero que constituía su anticipo intelectual. En versión del doctor De La Puente, la lucha por la emancipación habría significado un desgarro interior entre las antiguas fidelidades y las nuevas lealtades que crecían en los corazones. Por ello, el Perú aparecía como un país maduro, que había procesado sus contradicciones tomándose su tiempo para descartar lo viejo y decidirse por lo nuevo. Esa madurez derivaba de la antigüedad de la conciencia nacional aparecida en plena era colonial.6

Por el contrario, la interpretación de Bonilla enfatizaba que la posición conservadora de los criollos peruanos era consecuencia del temor que había despertado la rebelión de Tupac Amaru. La elite criolla había visto de cerca la peligrosidad y magnitud de una rebelión campesina en los Andes; había sentido que en caso de repetirse podía perder sus privilegios sociales. Por ello, se habrían vuelto partidarios de la fidelidad al rey de España, ya que lo sentían como la mejor defensa contra una potencial sublevación indígena. Temiendo perder control sobre su propio país, los criollos del Perú se habrían entregado a España.

La respuesta a Bonilla provino de varios flancos, entre los que destaca la respuesta que ofreció la historiadora Scarlett O’Phelan, quien sostuvo que en la época de las juntas, medio Perú se había insurreccionado contra el virrey, aunque Lima se había mantenido fiel a España. En su interpretación, Lima no es el Perú, y los extensos movimientos revolucionarios en el interior, sobre todo en el sur, obligaban a una visión mucho más matizada con respecto a la disposición de los peruanos por la independencia. La importancia de la visión de O’Phelan es que llamó nuevamente la atención hacia las provincias.7

En efecto, en nuestros días el proceso de descentralización constituye una de las mayores novedades políticas del Perú contemporáneo. Después de haber sido muy centralizado durante la mayor parte de la etapa republicana, el Estado peruano empezó a descentralizarse al comenzar el siglo XXI, transfiriendo poder y recursos a las provincias. Este proceso es complejo e incluye sobresaltos y desórdenes, pero constituye uno de los mayores desafíos para acelerar la integración de la patria peruana, una de las promesas de la independencia nacional.
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En ese sentido, la generación actual de historiadores ha virado hacia la historia política y pone el acento en los sucesos del interior. Cada región del Perú está ganando en autonomía política y buscando fundar su propia narrativa histórica local. Para ello necesita encontrar héroes que engrandezcan la libertad y autonomía con respecto a Lima. Qué mejor que hurgar en el pasado para hallar los personajes y sucesos principales que, en cada localidad, vivieron la independencia. Empezando por la historia política e incluyendo a los estudios de orden social o económico, este interés por las provincias recorre la historiografía nacional en víspera del bicentenario.

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1 Por ejemplo, el famoso historiador de la república, Jorge Basadre, escribió a lo largo de los años veinte varios importantes libros relacionados con la independencia que se basaban en su participación en el conversatorio universitario.
2 El gran difusor de los próceres fue otro integrante de la generación del centenario, el bibliotecario de San Marcos y profesor de Filosofía Pedro Zulen.
3 Por ejemplo, Carlos Daniel Valcárcel publicó una historia de la sublevación del cacique de Tinta, Tungasuca y Bambamarca.
4 El 20 julio de 2010 fue detenido por la policía, después de ser alertada por los vecinos, un joven publicista de cuya casa colgaba una bandera con el rostro de Tupac Amaru.
5 Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. La independencia en el Perú: las palabras y los hechos. Lima: IEP, 1972.
6 Puente, José Agustín de la. Notas sobre la causa de la independencia del Perú. Lima: Studium, 1970.
7 O’Phelan, Scarlett. “El mito de la ‘Independencia concedida’: los programas políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el Perú y Alto Perú (1730-1814)”. En Inge Buisson et al. (eds.), Problemas de la formación del Estado y de la nación en Hispanoamérica. Bonn: Inter Nationes, 1984.

Fuente: Revista Argumentos (IEP)

Este artículo debe citarse de la siguiente manera:

Zapata, Antonio. “Generaciones e independencia”. En Revista Argumentos, año 4 n° 4. Setiembre 2010. Disponible en http://www.revistargumentos.org.pe/index.php?fp_verpub=true&idpub=377 ISSN 2076-7722

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domingo, 21 de noviembre de 2010

Caballeros y caballos en la historia del Perú. Homenaje a la caballería peruana.

Hazañas de caballeros

El arma noble. La historia de la humanidad está vinculada con los caballos. Durante siglos fueron esenciales como medio de transporte. Jugaron también un papel principal en los más complicados escenarios de batalla.

Por: Carlos Neuhaus Rizo Patrón
Historiador, miembro del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú (CEHMP).

Hacia 1982 una delegación oficial peruana fue recibida por el rey Juan Carlos I de España, en el Palacio de la Moncloa. Salvados los asuntos protocolares, su alteza sorprendió a los concurrentes al referirse a la importancia adquirida por la caballería militar en el caso de conflictos montañescos. Fueron unas agudas y perspicaces observaciones de quien es oficial de esa rama y un avanzado en estudios referidos al tema. La caballería es un arma noble y exigente. Y lo es desde los románticos tiempos del Cid Campeador, allá por los años mil, hasta las más cercanas hazañas de la batalla de Junín, cuando –gracias a la veloz acción del mayor Isidoro Rázuri– los héroes del Perú cargaron por la retaguardia. Fue entonces que nació el famoso Regimiento Glorioso Húsares de Junín, Nº 1.

La dignidad del capitán

En el Perú, el caballo nos engalana y el arma de caballería es un cuerpo simbólico y heroico. El bravo general Felipe Santiago Salaverry, por ejemplo, se rehusó cierta vez a hacer las maromas equinas propias del despeje taurino ante Bolívar, cuando en ruta al Cusco, al libertador le ofrecieron la usual corrida de toros. El entonces joven capitán Salaverry dijo: “El Ejército no está para exhibiciones de circo”. Se plantó y dio la vuelta, mostrando las grupas del animal, cita Nemesio Vargas. Salaverry se retiró y dejó anonadada a la concurrencia oficial.

En las alturas andinas

En 1829, pocos años después del episodio relatado, se desató el conflicto contra la Gran Colombia. José La Mar debió enfrentarse a Antonio José de Sucre, en Cuenca. Ante la inútil y fraticida contienda, el valiente general Domingo Nieto, “hombre que –se dice– amaba a su patria más que a su querida”, montó su cabalgadura y lanzó un desafío de lanceros al bravo colombiano José María Camacaro. Lo venció y pudo caballerosamente terminar la acción del Portete de tarqui, pero no ocurrió así. Gamarra, La Fuente y Santa Cruz depusieron al mariscal La Mar, presidente peruano, en plena guerra, y el Perú por el Convenio de Girón perdió Guayaquil, pese a la voluntad antes señalada por ese pueblo.

Paso de combate

Nicolás de Piérola, el infatigable revolucionario que enfrentó antes y durante la Guerra con Chile, a Manuel Pardo, a Prado y luego a Cáceres, se valió del caballo de paso para combatir. No es el político civil de caballería, pero gusta vestir con botas Federicas, Kepí y coraje por cierto. Lástima que el costo de sus alzamientos mermó al fisco a seres humanos antes y después de la Guerra del 79. Objetiva descripción hace Alberto Ulloa Sotomayor, en su biografía (1950 ).

Nuestro caballo de paso y aun la terca mula glorifican nuestra caballería en las cumbres azarosas de la serranía, cuando Cáceres y muchos valientes siguen enfrentando al enemigo del sur. Cáceres montará al brioso El Elegante mientras su esposa doña Antonia, lo hace en El Lunarejo, que tendrá la descortesía de arrojarla al río en plena breña andina, maroma casi trágica, porque doña Antonia estaba embarazada.

La montura del soldado

El Ejército Peruano tiene importante remonta de caballos. En ellos se adiestran los oficiales en marchas, saltos y antiguamente se jugaba al polo, deporte que adiestra en flexibilidad. Nuestra caballería está en los cuarteles, en los desfiles. No hace circos, que es otro asunto.

El dócil equino tiene y tendrá mil episodios en nuestra historia. Podrá ser elemento de salto y adiestramiento para guerras, desdichadas revoluciones previsibles o imprevisibles. Podrá el caballo criollo con su paso boleado, estable y buen ritmo, recorrer arenales o surcos de paz.

Pero el noble animal como todo ser vivo, es subactor de heroísmos, figura a veces majestuoso, con silente instinto como lo enseña Alfonso Ugarte en el Morro de Arica, o temerariamente en las alturas de Tarapacá.

Castilla monta en la soledad de su cabalgar por el desierto sureño. Nadie lo ve caer, es casi invisible. Reciba el valiente capitán (r) de caballería, Javier Rizo Patrón Picón, recientemente fallecido, este homenaje póstumo de quien escribe y supo apreciar su enorme caballerosidad.


Fuente: Diario El Comercio, suplemento "El Dominical". 21 de Noviembre del 2010.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Diez años de la instalación del gobierno de transición de Valentín Paniagua. El retorno de la democracia en el Perú.

La herencia olvidada de la transición

Por Alberto Adrianzén (Sociólogo)

Resulta extraño que faltando tan pocos días para que se cumplan diez años de la instalación del gobierno de transición de Valentín Paniagua, casi no se haya escrito sobre esta fecha tan importante para la democracia peruana. Ninguno de los candidatos que fue a la CADE mencionó este hecho. No hay señales que en los ambientes políticos y académicos se piense hacer algo para recordarla. El silencio es un buen indicador –lamentable por cierto– de que la transición en este país no tiene espacio en el imaginario ni de los políticos ni tampoco de los académicos.

Como excusa de este “olvido” se puede argumentar que todos o casi todos están interesados en la campaña electoral y que eventos “pasados”, como la transición, quitan tiempo y, lo que es peor, no son relevantes en estos momentos. La idea de que solo importa el “presente” es, finalmente, lo que prevalece.

Sin embargo creo que esta forma de razonar contiene un error de base. Lo que nos pasa hoy día tiene mucho que ver con el pasado. No saber de dónde viene uno es la mejor receta para no saber a dónde ir. No hay futuro sin un pasado común. Esto no solo es de mucha utilidad para una persona, también lo es para la democracia y para el país.

Para comenzar diremos que la democracia actual –o nuestra democracia– es producto de una lucha no solo contra un gobierno corrupto y autoritario, sino también contra un régimen que fundó –si cabe la expresión– un modelo económico (neoliberal), una forma de hacer política (clientelar) y un Estado (lobbista). Por eso no es extraño que este “olvido” se exprese, por un lado, en esta suerte de continuismo posfujimorista y, por otro, en la expectativa de una “novedad” que siempre es una promesa.

Vivimos atrapados entre el pasado fujimorista y la construcción de una novedad política que no se ancla ni tiene como referencia la lucha democrática del pueblo peruano y las propuestas de transformación. Lo que quiero decir es que cualquier proyecto político de cambio (o progresista) debe partir del reconocimiento de que la transición que se inició con el presidente Paniagua, luego de la caída del fujimorismo, quedó trunca; mejor dicho, como ha sucedido varias veces en el pasado, que la transición quedó inconclusa y que sigue siendo una tarea pendiente de la democracia peruana.

Restringir la transición a un simple cambio de gobierno y a unas elecciones limpias es de alguna manera “traicionar” lo que intentaron el presidente Paniagua y todos aquellos que lo acompañaron, cuando aquel 22 de noviembre de 2000 asumió la Presidencia. Es cierto que Paniagua quería dejar principalmente –como sucedió– un gobierno elegido democráticamente; sin embargo, lo que buscaba además –y lo dijo más de una vez él mismo– era clausurar un ciclo autoritario y abrir otro democrático de larga duración. Ello suponía poner en el primer plano el desmontaje de los componentes de lo que hoy día llamamos el régimen autoritario fujimorista: terminar con el Estado lobbista y el militarismo, y con la corrupción, construir una democracia basada en la separación de poderes, en los partidos y en la vigencia de los DDHH, entre otros puntos. Una suerte de republicanismo que hoy muchos prefieren olvidar, como también las luchas populares que nos devolvieron la democracia.

Muy poco de ello se hizo en los años posteriores. Ni Toledo ni García intentaron seguir las huellas y las tareas pendientes dejadas por la transición. Por eso no me parece extraño que el fujimorismo siga siendo una opción política en las próximas elecciones. Combatir al fujimorismo es concluir la transición. En esa lucha sabremos quiénes quieren cambiar el modelo económico y quiénes quieren transformar esta democracia que continúa siendo esquiva para la mayoría de los peruanos. Conectar la lucha presente con la transición no es solo el mejor homenaje a un presidente excepcional como lo fue Valentín Paniagua; es también el mejor servicio que podemos hacer al país y al pueblo peruano.

(*) albertoadrianzen.lamula.com

Fuente: Diario La República (Perú). Sáb, 20/11/2010.

Recomendado:

Valentín Paniagua y la historia política peruana.

Historia del Brasil, el tránsito de Monarquía a República.

Brasil: 121 años
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Por: Isaac Bigio (Internacionalista)

En el 2010, las 4 mayores repúblicas hispánicas celebran sus 200 años de vida, mientras que el resto de la América continental hispana ha iniciado un periodo de 15 años donde se conmemora o conmemorará el bicentenario de alguna victoria republicana en su suelo.

Uno podía esperar que el mayor país latinoamericano también debería estar cerca de festejar sus primeros 2 siglos de vida republicana, sin embargo, Brasil sólo llegó a ser república el 15 de noviembre de 1889. El gigante de Sudamérica también fue el último país de habla ibérica en su subcontinente en abolir la esclavitud (la cual sólo lo hizo en 1888, varias décadas después del resto).

Estas fechas pueden confundir a algunos, pues Brasil pone como su día de la independencia a la proclama del 7 de setiembre de 1822 en el cual el hijo portugués (Pedro I) del rey de Portugal (Juan VI) dijo "me quedo" y creó su propio Imperio asentado en el mayor territorio portugués que existía (el de América del Sur). Pedro I murió en 1834 en la misma capital portuguesa donde nació en 1798 (Lisboa). Su hijo Pedro II fue el Emperador del Brasil desde el 7 de abril de 1831 al 15 de noviembre de 1889. Su reinado de 58 años y 222 días ha sido el más largo que se conozca que haya tenido cualquier Imperio americano antes o después de Colón.

El Imperio del Brasil (1822-1889), que duró tanto como el de los incas, hizo guerras o arrebató tierras a casi todos sus vecinos. La única guerra de independencia que libró un país hispano sudamericano que no fuera contra España fue la de Uruguay contra Brasil (1825-28). Paraguay, en cambio, fue masacrado en 1864-70 cuando Pedro II comandó el exterminio de casi todos sus varones adultos.

Hoy Brasil ha limpiado su imagen. Ningún país andino conmemora las grandes pérdidas territoriales a manos de Brasil, aunque Bolivia o Perú siguen muy resentidos porque Chile les arrebató áreas menores. En Hispanoamérica se suele recordar las carnicerías de los conquistadores o las invasiones de EE.UU., pero ya poco se habla de la mayor matanza poscolonial del hemisferio (la de la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay).

Brasil no sólo tiene una lengua diferente a la del resto de América Latina, sino que tiene una historia muy singular. No fueron colonia de España y, más bien, llegaron a ser el único país americano en liderar un imperio ultramarino (el portugués en 1808-1821). Mientras México o Bolivia perdieron territorios a todos sus vecinos, Brasil les arrebató grandes extensiones a casi todo su vecindario. Es el país sudamericano más influido por la esclavitud (fue el último en abolirla y el que más afro-descendientes tiene fuera del continente negro).

Fuente: Diario Correo (Perú). 16 de Noviembre del 2010.

Recomendado:

Historia del Brasil: Reino, Imperio y República. De Pedro I a Lula da Silva.

Anécdota de la joven reina Victoria y el primer ministro lord Melbourne. El discreto encanto de la monarquía.

The young Victoria and the sissy country

Por: Ricardo Vásquez Kunze

Era su primera ópera como reina. Sentada en el palco real se encontraba la joven soberana. Victoria, concentrada, atendía a la función. A sus espaldas lord Melbourne, su primer ministro, atisbaba a los asistentes, todos nobles, duques, condes y marqueses. La influencia del elegante lord sobre la reina era evidente. Y los recelos de la corte también. De pronto, el aria del tenor fue cortada en seco por una voz de tiple. Alguien del público gritó ¡“señora Melbourne”! La sala se estremeció. Todos voltearon para ver a la reina. Era una cachetada mayúscula para 1837 que a una soberana casta y soltera se le endilgara un amante.

Victoria, de 18 años, no se inmutó. Apenas le preguntó a lord Melbourne quién había sido. El primer ministro, fastidiado, le dijo que la duquesa de Worcester. Y, displicente, sentenció: “Otra carrera que se extingue en la corte”. Victoria, sin quitar la vista del escenario, le dijo sonriente: “Querido lord Melbourne, si hubiera que proscribir de la corte a todos los que nos insultan, nos quedaríamos solos usted y yo”. Y la función continuó.

Javier Villa Stein, el recorrido presidente de la Corte Suprema, no tiene 18 años. Es un veterano de más de 60. Aunque nadie se ha metido con él, ha salido solícito a predicar cachetadas para todos aquellos que insulten a la autoridad. Se ha convertido así en abogado de oficio de otro veterano de 61 años que, investido por la nación con las insignias del mando supremo, se le ha ocurrido en los estertores de su mandato y en el otoño de su vida que rendir los insultos a cachetadas es la virtud máxima de una república de “machos libres”.

Porque, claro está, acabamos de descubrir que “el Perú no es un país de maricas”. ¡Oh, sí, cómo no! Primero, tras la denuncia del incidente, silencio. Es que el muertito casi nunca falla, aunque a veces sí. Luego, yo no fui, todo es una infamia. Más tarde, el que le pegó fue otro, pero como yo no soy un acusete, pues no dije nada hasta ahora, varios días después. Finalmente, la culpa de todo la tiene la prensa. Claro que sí, la prensa. ¿Porque acaso no saben que la prensa está llena de maricas? Y, supongo, la prensa sobra en la “república de machos” del señor Villa Stein y del señor García.

¿Qué? ¿Cómo? ¿El loquito cacheteado se va a presentar en el show del inefable Bayly? Pues Baruch, todo un hombre, bota a Bayly. ¿Que el inimputable ese va a salir en el programete del chino Miyashiro? Entonces Junior se pone los pantalones largos y expectora a todos. Y por el chino ni se preocupa. Total es campeón de yoyo: siempre vuelve.

¿Dónde? ¿En el programa de Rosa María? ¡Es que no hay un HOMBRE que ponga coto allí! Y entonces el presidente, sabio con las 61 velas que lo alumbran, lanza su último cachetadón: “¡Un diario y un programa de televisión tendrán que explicar por qué juegan así!”

Díganme, señores; si esto es el resplandor de la república, ¿cómo no extrañar el discreto encanto de la monarquía.

Fuente: Diario Perú 21. Lun. 18 oct '10.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El peso de la dictadura de Franco en la España actual. El legado de Franco a 35 años del fin de la última dictadura española.

Treinta y cinco años sin Franco
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Por: Julián Casanova
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

A las diez de la mañana del 20 de noviembre de 1975, unas horas después de que se anunciara oficialmente su muerte, Carlos Arias Navarro leyó en público el testamento político de Francisco Franco, un "hijo fiel de la Iglesia" que solo había tenido por enemigos a "aquellos que lo fueron de España".

El domingo 23, en el funeral de Estado, Marcelo González Martín, cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, recordó el deber de conservar "la civilización cristiana, a la que quiso servir Franco, y sin la cual la libertad es una quimera". Esa misma tarde, una losa de granito de 1.500 kilos cubrió la fosa abierta para el caudillo en la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Bendecido por la Iglesia católica, sacralizado, rodeado de una aureola heroico-mesiánica que le equiparaba a los santos más grandes de la historia. Así murió Franco.

Su legado y el de la larga dictadura que presidió no es fácil resumirlo y es objeto de debate entre historiadores y de encontradas opiniones entre la ciudadanía.

Franco buscó y consiguió la aniquilación de sus enemigos que, si eran solo los de España, fueron en verdad muchos. Gobernó con el terror y la represión, pero también tuvo un importante apoyo social, muy activo por parte de las numerosas personas que se beneficiaron de su victoria en la Guerra Civil y más pasivo de quienes cayeron en la apatía por el miedo o de quienes le agradecieron la mejora del nivel de vida durante sus últimos 15 años en el poder.

Cuando murió, su dictadura se desmoronaba. La desbandada de los llamados reformistas o "aperturistas" en busca de una nueva identidad política era ya general. Muchos franquistas de siempre, poderosos o no, se convirtieron de la noche a la mañana en demócratas de toda la vida.

La mayoría de las encuestas realizadas en los últimos años de la dictadura mostraban un creciente apoyo a la democracia, aunque nada iba a ser fácil después de la dosis de autoritarismo que había impregnado la sociedad española durante tanto tiempo.

Tras una compleja Transición, sembrada de conflictos y de obstáculos, la democracia cambió el lugar de España en Europa, con su total integración en ella, uno de los sueños de las élites intelectuales españolas desde finales del siglo XIX.

El reto de los españoles del siglo XXI ya no consiste en crear una democracia plena con igualdad de derechos y libertades, caballo de batalla, a veces sangriento, de algunas de las generaciones que nos precedieron, sino en seguir cambiando para mejorarla y reforzar la sociedad civil y la participación ciudadana.

Treinta y cinco años después de la muerte del último dictador de nuestra historia, la sociedad española ha podido dejar atrás algunos de los problemas fundamentales que más le habían preocupado en el pasado. Pero desde su tumba, Franco parece mostrar todavía el camino a seguir en otros no menos importantes.

El Valle de los Caídos fue suyo en vida y continúa siéndolo tras su muerte, incapaces los Gobiernos democráticos de establecer una política coherente de gestión pública de esa historia. Las miradas libres a ese pasado traumático y la reparación política, jurídica y moral de las víctimas de la violencia franquista generan el rechazo y el bloqueo de poderosos grupos bien afincados en la judicatura, en la política y en los medios de comunicación.

Y la jerarquía de la Iglesia católica, que ha logrado preservar con creces en la democracia la privilegiada situación que el franquismo le donó, protege con uñas y dientes sus finanzas y sus derechos adquiridos en la educación y discute, con el apoyo enérgico del Vaticano, cada palmo de territorio que el Estado quiere conquistar en el orden moral. Treinta y cinco años sin Franco y no tenemos una ley de libertad religiosa adaptada a la actual sociedad democrática plural y culturalmente diversa.

Asentada la democracia, debemos recordar el pasado para aprender. Miles de familias están esperando que el Estado ponga los medios para recuperar a sus seres queridos, asesinados, escondidos debajo de la tierra, sin juicios ni pruebas, para que no quedara ni rastro de ellos. Es necesario dar a conocer la relación de víctimas de la violencia franquista durante la guerra y la posguerra, ofrecer la información sobre el lugar en el que fueron ejecutadas y las fosas en las que fueron enterradas.

Y frente a esas historias todavía por descubrir, no puede dejarse de lado, abandonar o destruir, la memoria de los vencedores. Sus lugares de memoria son la mejor prueba del peso real que la unión entre la religión y el patriotismo tuvo en la dictadura.

No es posible renunciar al objetivo de saber, a que coexistan memorias y tradiciones diferentes. Pero para eso, antes, hay que remover los obstáculos que impiden rescatar de las cunetas y de las fosas perdidas a las víctimas de tanta tortura y asesinato. Treinta y cinco años después de la muerte de su principal responsable.


Fuente: Diario El País (España). 19/11/2010.
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lunes, 15 de noviembre de 2010

Hipólito Unanue, el puente entre la etapa colonial y la repúblicana.

El hechizo de Unanue

Personaje. Vivió en el tránsito de dos mundos: el de la colonia y la república. Un nuevo libro (*) revela las luces y sombras de su vida.

Por: Jorge Paredes Laos

A finales del siglo XVIII, Lima era un albañal. La frase no es peyorativa sino describe lo que era la capital: una ciudad amurallada de 50 mil habitantes, donde no había agua a domicilio. Sus habitantes más pudientes la tomaban de surtidores públicos, como la fuente de la Plaza Mayor, o de los “aguadores”. No había de-sagües, solo acequias por donde discurrían las excretas y la basura. Y a los costados de las iglesias se pudrían los cadáveres, pues no había cementerio. Por eso, las aves más preciadas eran los gallinazos. Cumplían una función sanitaria. Y en los malolientes charcos proliferaban los zancudos. No es de extrañar entonces que el cólera y la malaria hayan sido las enfermedades que cobraban más vidas y que la mortalidad infantil haya sido tan alta, que si un niño pasaba los seis años se le hacía una gran fiesta, pues se decía que había sorteado a la muerte. En medio de este panorama, los médicos seguían creyendo en las teorías hipocráticas de los humores y muchos de ellos no eran más que charlatanes. José de Aguirre, protomédico general de Lima, creía que para diagnosticar una enfermedad bastaba con saber el signo zodiacal del paciente y la posición de los astros.

A esta ciudad llegó, desde Arica, Hipólito Unanue (1755-1833) al final de la década de 1770. Era un joven criollo, alto, delgado, de vivaces ojos azules y piel muy blanca, que había dejado los hábitos por la medicina. Su presencia no pasaría desapercibida en los círculos aristocráticos.

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El doctor Uriel García Cáceres (Cusco, 1922) ha reconstruido en “La magia de Unanue” (Fondo Editorial del Congreso del Perú) la vida de este prócer y médico, explorando las luces y sombras de un personaje que jugó un papel trascendental en el tránsito de la colonia hacia la república.

Aunque Unanue sabía muy poco de la medicina de su tiempo, por la escasa difusión que existía en España y en sus colonias de los avances científicos en Inglaterra o Francia (“estaba atrasado un siglo”, dice el Dr. García Cáceres), se las ingenió para hacerse de nombre y fortuna.

“Tenía un hechizo, un don personal, que lo hizo escalar posiciones. Tenía eso que se llama carisma”, agrega el autor.

En esa época no era usual que los médicos alternaran con la aristocracia. La medicina, por el contrario, era considerada como un servicio y no era muy bien visto eso de andar probando los orines para ver si eran dulces o salados, o poner enemas a los enfermos o hacer sangrías. Sin embargo, Unanue fue la excepción. “A los 24 o 25 años entró a una de las casas más acomodadas de Lima como protegido de la familia Landaburo Belzunce, cuya viuda (Mariana Belzunce) lo introdujo en los círculos sociales del virreinato”, explica Uriel García.

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Amigo del virrey Abascal y de los que le sucedieron, Hipólito Unanue terminó siendo heredero de la fortuna de Mariana Belzunce, y defensor de la corona española, incluso cuando las huestes de San Martín ya habían pisado suelo peruano. Una prueba de ello es una carta de su amigo y confidente, el doctor Félix Pascallis –citada en este libro–, quien responde a una misiva de Unanue con estas frases: “Recibí, vía Río de Janeiro, tu segunda y amigable carta del 3 de noviembre de 1820 que fue sin embargo amargada por lo que me cuentas sobre la calamitosa invasión y guerra en las que ha caído tu ciudad de Lima y que han causado la devastación de tu hacienda y tu mansión”. Como destaca Uriel García, la comprensible desazón inicial de Unanue a la causa independentista era la del hombre acaudalado que veía saqueada su fortuna por ejércitos foráneos. Pero las cosas cambiaron rápidamente: “Resulta risible –dice García– que esta respuesta llegara a Unanue (en setiembre de 1821), cuando él ya era ministro de Hacienda de San Martín.

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¿Por qué Unanue cambió tan rápidamente de opinión? “No tengo pruebas, pero lo dejo al criterio de los lectores”, responde el Dr. Uriel García. “O él creía que era un hombre indispensable para servir de puente entre la etapa colonial y la repúblicana o al revés lo que estaba defendiendo era su enorme patrimonio. “Era tanto su dinero, que su hijo José viajó a Europa una vez muerto su padre y le gustó tanto un castillo que decidió comprarlo. Pagó una fortuna para que se lo trajeran ladrillo por ladrillo hasta Cañete”.

Objeto de panegíricos que lo ensalzan como prócer y autor de notables contribuciones, como la creación de un cementerio o de la Escuela de Medicina de San Fernando, y de críticos que lo acusan de apegarse demasiado a Bolívar, la figura de Unanue es clave para entender una época de cambios y transformaciones, cuando en vez de héroes se necesitaban hombres que estuvieran a la altura de las circunstancias. Unanue fue uno de ellos.

Aportes

Sus aportes han quedado impresos en “El Mercurio Peruano”.

Fue el pionero del periodismo científico en el Perú. En la primera parte de su ensayo “Observaciones sobre el clima de Lima y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre” hace un interesante estudio sobre la naturaleza del valle de Lima, su fauna y su flora.

En Cañete, el 25 de diciembre de 1790, vio un extraño objeto revoloteando en el cielo y lo dio a conocer en el Mercurio Peruano. Según Uriel García debe ser acreditado como pionero en la descripción de los ovnis, pues hasta hoy se cree que la primera mención de estos objetos fue hecha recién en 1947 por Kenneth Arnold.

En el “Mercurio” también escribe sobre la hoja de coca y describe con precisión una enfermedad actual: la colitis ulcerosa crónica.

Fuente: Diario El Comercio, suplemento cultural "El Dominical". 14 de Noviembre del 2010.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Roger Casement, Julio César Arana (poderoso barón del caucho) y la selva del Putumayo.

Roger Casement. Enemigo de la esclavitud

Roger Casement descubrió en 1910 que al menos treinta mil indígenas de la selva del Putumayo habían muerto mientras trabajaban como esclavos para la empresa Peruvian Amazon Rubber Co. Sus hallazgos fueron incluidos en un informe dirigido a la Corona Británica que escandalizaría al mundo al revelar las atrocidades que se cometían en la selva peruana en pleno siglo XX. La vida de este personaje, considerado un precursor de la defensa de los derechos humanos, es el insumo principal de El sueño del celta, la última ficción del Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa.

Por: María Isabel Gonzales

El 2 de agosto de 1916, en la prisión de Pentonville, Inglaterra, un día antes de morir en la horca, Roger Casement recibió un telegrama. El remitente era el peruano Julio César Arana, un poderoso barón del caucho de la selva del Putumayo, dueño de la Peruvian Amazon Rubber Co., también conocida como la Casa Arana. En un par de líneas, este le pedía a Casement retractarse de los cargos que hizo en su contra en dos informes redactados para el gobierno británico. Las acusaciones a las que se refería Arana eran por la explotación, tortura y asesinato de los millares de indígenas que trabajaron bajo sus órdenes. El destinatario no contestó la misiva y fue ahorcado al día siguiente. El cargo que mereció semejante condena fue alta traición a la Corona Británica.

Años atrás, qué ironía, Casement había elaborado famosos informes en los que denunciaba el trato inhumano que recibían las poblaciones colonizadas del África. Entonces era un súbdito del Imperio británico y nadie sospechaba que abandonaría el servicio diplomático inglés para apoyar la causa independentista irlandesa.

Casement fue un personaje que ocultó todo: su catolicismo, su homosexualidad y su nacionalismo irlandés, advierte Manuel Cornejo Chaparro, un experto del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Pero en tiempos en los que gozó de la credibilidad de la Corona Británica fue considerado el hombre ideal para indagar en la selva del Putumayo sobre algunas denuncias de vejaciones contra indígenas perpetradas por la Casa Arana. La revista británica Truth publicó dichas acusaciones y señaló como responsables a los accionistas ingleses que poseían capitales en dicha compañía. Además, muchos capataces de esta empresa procedían de la británica colonia de Barbados. El escándalo había estallado y Casement fue embarcado hacia el infierno verde.

Fiebre del caucho

“Roger Casement era cónsul en Río de Janeiro cuando la Foreign Office de Inglaterra, a sugerencia de la Sociedad Antiesclavista, le pidió que realice un viaje al Putumayo”, cuenta Cornejo Chaparro, del CAAAP. Era el tiempo del boom cauchero. Las gomas amazónicas tenían una alta demanda en Inglaterra y Estados Unidos, y los principales países productores eran Brasil, Perú y Bolivia. En nuestro país, la extracción gomera se desarrolló a partir de la década de 1870 en las riberas de los ríos Putumayo, Marañón, Huallaga, Ucayali y sus afluentes –y algo más tarde en el sur, en las riberas del río Madre de Dios– hasta donde llegaron aventureros, comerciantes y empresarios.

Así entran a escena los llamados barones del caucho, los peruanos Julio César Arana en las riberas del Putumayo, Carlos Fitzcarrald en las del Ucayali, y el español afincado en el Perú Máximo Rodríguez en las riberas del Madre de Dios. Y fue en la región comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo donde se consumaron los abusos contra miles de nativos, en un territorio cercano a los 120,000 km2. La zona, precisamente por ser rica en recursos gomeros, se convirtió en fuente de litigio desde fines del siglo XIX entre los gobiernos de Perú y Colombia. Finalmente, el 6 de julio de 1906 se estableció que ambos Estados esperarían la resolución de un arbitraje hecho por Pío IX. Pero el acuerdo quedó en el papel y esta se convirtió en tierra de nadie. Según los cálculos de Casement, en la zona el número de indígenas amazónicos existentes osciló entre los 30,000 y 70,000, pertenecientes a los grupos huitoto, ocaina, andoke, bora, muinane, monuya y rezígaro.

Mano de obra

Los indígenas eran mano de obra gratuita y sin ellos la explotación del caucho habría sido imposible. En sus diarios, Casement habla de su encuentro con Víctor Israel, un comerciante de caucho que viajó con él desde Iquitos hasta la zona del Putumayo. Esta entrevista le permitió entender cómo veían los empresarios a los nativos. “La única forma de civilizar a esta gente es ocupar, quemar sus casas o matarlos”, le dijo Israel. “¿Y el Estado no los defiende?”, preguntó Casement. “Ellos están de acuerdo”, respondió Israel. Así, Casement observó que los hombres jóvenes eran quienes servían para recoger el caucho, los ancianos eran asesinados y las mujeres eran sirvientas continuamente violadas por los capataces. Y quien no obedecía era castigado con el cepo, flagelado, mutilado o quemado vivo. “A los niños los venden como objetos curiosos y cuando se cansan de ellos los matan o los abandonan en cualquier parte de la selva”, escribió Casement.

Cornejo Chaparro explica que estos pueblos no tenían ninguna protección del Estado, ni siquiera podían ser defendidos cabalmente por la propia Asociación Pro Indígena –conformada por Zulen y Dora Mayer, entre otros intelectuales de la época– que argumentó la marginalidad de estos pueblos. “La situación en el Putumayo, como en otras zonas de remoto acceso y casi nulo control estatal, era muy compleja, el indígena era considerado una mera herramienta de trabajo, contra él había una inusual carga de desprecio y racismo. En los informes de Casement o los del Juez Rómulo Paredes impresiona la excesiva dosis de maldad y menosprecio por la vida”, sostiene el investigador. Otro argumento que esgrimían los capataces para ser tan brutales con los trabajadores era alegar un pretendido temor hacia el indio caníbal. Era una forma de justificar la dominación de los caucheros.

El impacto del informe

La Chorrera era la principal estación de la Casa Arana. Allí, Casement pasó gran parte de sus expediciones por el Putumayo. Entre los culpables de las peores vejaciones a los indios, Casement señala como principal autor intelectual a Julio César Arana, y de la extensa lista de autores materiales coloca en primer lugar a Fidel Velarde, Alfredo Montt, Augusto Jiménez y Armando Normand. En un principio, el gobierno peruano fue presionado por el escándalo internacional y procedió a la captura de los principales implicados. “Pero eso era solo de pantalla, después todo quedó en nada. La muerte de Casement propició que el gobierno peruano reivindicase a Julio César Arana, principal responsable de las atrocidades contra los indígenas del Putumayo”, explica Cornejo Chaparro.

Según la investigadora Pilar García Jordán, de la Universidad de Barcelona, la excusa del gabinete de Augusto B. Leguía para no intervenir era que la explotación de los indígenas se ejercía en todos los territorios en litigio entre el Perú y los países limítrofes. En uno de sus estudios sobre el tema, García Jordán cuenta que al perder la atención de la prensa, el gobierno de Leguía suscribió –en secreto– el Tratado Salomón-Lozano (1922), por el cual Colombia obtuvo del Perú el trapecio amazónico, que incorporaba prácticamente toda la zona del escándalo del Putumayo. Así llega a su final esta historia; en 1927, Julio César Arana fue elegido senador por Loreto, Casement llevaba once años muerto y los indígenas ya habían sido olvidados. Nunca recobraron lo que alguna vez fue suyo.

La vida del celta

• Roger Casement (1864-1916) nació en Dublín. Fue criado por un tío al morir sus padres. Funcionario británico entre 1835 y 1913, estuvo primero en el Estado Libre del Congo, donde descubrió la esclavización de millones de aborígenes sometidos por el rey Leopoldo II de Bélgica. Tras su denuncia, la Corona Británica lo condecoró con la Orden de San Miguel y San Jorge en 1905. Sus confesiones sirvieron más tarde para hilar la novela conocida como El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad.

• En 1910 fue enviado a Brasil para desempeñarse como cónsul. Luego fue comisionado al Putumayo, en Perú. Después de su informe sobre la explotación de los aborígenes, el rey Jorge V lo nombró Caballero.

• Casement se retiró del servicio diplomático en 1913, luego viajó a Estados Unidos y se dedicó a la causa independentista irlandesa. Fruto de sus viajes a las colonias, desarrolló una profunda aversión a la Corona Británica. A pesar de sus nuevas tendencias, los irlandeses lo miraban con escepticismo. No obstante, fue él quien trató de contactar al embajador alemán para pedirle su apoyo contra la monarquía inglesa. Estos no accedieron a sus solicitudes y en abril de 1916 fue detenido cuando constataba la entrega de armas a favor de la causa independentista irlandesa, en la bahía de Tralee.

• Al ser capturado por los británicos se desató un escándalo en Europa. Inglaterra utilizó los Black Diaries –textos supuestamente escritos por Casement, en los que relata sus experiencias sexuales con otros hombres– para mancillar su reputación y contrarrestar la fuerte oposición internacional a que Casement muriera en la horca. Era una época en que ser homosexual era considerado un delito.

Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo" (Perú). 07 / 11 / 2010.

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