domingo, 17 de agosto de 2014

Libro: El Perú del siglo XX de Juan Luis Orrego.

“La historia que nos enseñan es heredera del siglo XIX”

El historiador Juan Luis Orrego interpreta los hechos sustanciales de un siglo lleno de peripecias y vicisitudes para el Perú.

José Miguel Silva

Acostumbrados a memorizar nombres de héroes, obras de presidentes y años de batallas, los escolares peruanos suelen complicarse al momento de tener que interpretar sucesos que marcaron la historia del país.
Conversamos con Juan Luis Orrego Penagos, historiador que ha publicado El Perú del siglo XX (PUCP, 2014), un libro que ayuda a comprender 100 años esenciales en la historia de nuestro país.
Sus páginas permiten conocer las características de los caudillismos, la dependencia sobre las materias primas, la fragilidad de nuestra democracia y, primordialmente, la identidad de una sociedad diversa.
-¿Considera usted que la historia que se le enseña a los jóvenes es algo monótona, línea y/o memorística?
La historia que se enseña en los colegios todavía es heredera del Siglo XIX. ¿En qué sentido? Primero, el positivismo, que ponía énfasis en los datos, las fechas y en la información. Por eso es que el alumno tenía que asimilar una serie de datos para poder aprobar. Esa es una de las herencias de dicho siglo. Por eso es que era una historia casi desde el poder. “Presidentes-obrasVirreyes-obras”. O sea, era la historia a partir de los hombres, los generales, los políticos, los reyes, etc. La historia desde arriba. Y la otra herencia del siglo XIX en la enseñanza de historia es el romanticismo.
-En el sentido del culto a los héroes.
Así es, pero eso tiene su razón de ser. Porque la historia que  se enseña en el colegio tiene como función no solo informar sobre la historia del país, sino también formar una conciencia nacional. Y una de las formas de construir esa identidad nacional, ese amor por la patria, es ver el ejemplo de los héroes, de los grandes personajes y, bueno, nosotros tenemos muchos héroes y la mayoría están concentrados en el siglo XIX tanto en el periodo de la Independencia como en la Guerra con Chile.
-En el siglo XX no hay muchos héroes que digamos. Tampoco hay muchas historias felices qué contar.
Afortunadamente, a lo largo del siglo XX no tuvimos esas guerras que significaron primero la Independencia y luego la construcción del Estado y la formación del territorio. Por eso es que la mayoría de los héroes en América Latina están en el XIX y no en el XX. En este último siglo se lograron fijar una serie de fronteras – a través de tratados internacionales – y un poco se apagó. Ahora, eso no quiere decir que la guerra como hecho haya desaparecido en el siglo XX. El Perú solamente tuvo una y relativamente corta, como fue la guerra con Ecuador en el año 41 y las dos “guerras” (Cenepa y la de la Cordillera del Cóndor), pero ahí no hubo grandes héroes como Grau y Bolognesi, que mueren de manera romántica. Eso no lo tenemos en el siglo XX. Salvo el caso de Quiñones.
-Si bien los partidos políticos del siglo XX que usted describe en su libro son diferentes a los actuales, se parecen mucho en algo: el caudillismo o personalismo del que dependen. ¿Siempre fue difícil crear una estructura de personas dentro de una organización política?
El caudillismo, para bien o para mal, es una tradición latinoamericana y el Perú no escapó de eso. El caudillismo está a todo nivel, no solo en la política. Y los partidos lamentablemente lo son y la mayoría en América Latina lo son. No tenemos partidos muy institucionalizados y con una dirigencia colegiada. Quizás el único partido que no fue caudillista fue el Partido Civil. Y gracias a la muerte de su líder. Porque nosotros sabemos que Manuel Pardo lo fundó en el siglo XIX, pero él murió asesinado en 1878. Entonces, el partido se quedó sin su fundador, sin su líder indiscutible. Entonces tuvieron que hacer un manejo más colegiado de la organización. Todos los demás sí lo fueron, y muchas veces muerto el líder, muerto el partido. Salvo en el caso del Apra que le encontraron un heredero al fundador del partido. El odriismo, el sanchezcerrismo, el leguiismo, el pradismo, el fujimorismo. Acción Popular también con Belaunde. Claro, ellos siguen pero ya no son el partido como cuando Belaunde estaba al frente.
"Traté de incorporar no solo la cuestión del desarrollo económico y político, sino también algo que le interesa mucho a los chicos: los cambios culturales, mentales, la vida cotidiana, el deporte, etc", menciona Orrego a El Comercio.
-Pero la gente es consciente de este caudillismo, de que las cosas se centralizan en una sola persona.
Es una herencia de la política latinoamericana, quizás del Rey, que siempre estamos buscando un rey, un monarca. El líder lo es todo. Uno deposita en la persona, no en la institución, sus esperanzas. El líder todo lo va a resolver, siempre se convierte en el gran salvador, en el personaje casi divino que en un momento aparece y lo va a resolver todo.
-Dentro del repaso que usted realiza está presente Leguía, un personaje con una historia casi cinematográfica de principio a fin pero con un saldo negativo.
Él tiene varios récords en la historia del Perú. Para empezar, es el presidente que más años gobernó el país: primero cuatro años y luego 11. Es decir, quince años como presidente. Hasta ahora nadie lo superó, hay por ahí alguien que lo quiere alcanzar, pero veremos si lo logra. Además, es el presidente que más tratados internacionales ha firmado. Prácticamente las fronteras terrestres, menos con Ecuador, fueron diseñadas en sus gobiernos. En tercer lugar, es el único presidente que ha muerto en la cárcel. Leguía es un personaje polémico porque de hecho hizo un gobierno autoritario. No creo que haya sido una dictadura, pero sí fue un gobierno autoritario. Leguía fue un maestro del cálculo político y gracias a ello pudo mantenerse tanto tiempo en el poder, comprando lealtades y fascinando personas. Por lo que he leído, él era un personaje de una personalidad bastante particular. Desde ese punto de vista creo que su legado no es muy positivo, porque justo en nuestros países queremos fortalecer las instituciones.
-Eso no lo consiguió.
Por su personalismo, por su tendencia al autoritarismo, no lo consiguió. Pero lo que sí hay que ver con él es que hay un Perú antes y otro después de Leguía. Él tuvo realmente una visión de país, muy tecnócrata, pragmática, empresarial y mirando siempre como ejemplo el desarrollo de Inglaterra y sobre todo de Estados Unidos. Al entrar en el año 19, sabe perfectamente que luego de la Primera Guerra Mundial, la nueva potencia en el mundo eran los Estados Unidos y el Perú tenía que seguir al remolque de dicha economía y de dicho modelo. Para él, el progreso no era posible si no definíamos las fronteras. Él dijo que arreglaría las fronteras sin disparar una sola bala, y lo consiguió. El país necesitaba carreteras, puertos, vías de penetración, irrigación y sobre todo obras de saneamiento. Durante eloncenio es impresionante la cantidad de obras públicas y principalmente en saneamiento. No solo en Lima, sino también en todo el país. Y eso le cambió la vida a muchos peruanos. Muchas ciudades de la costa eran demasiado insalubres, ciudades expuestas a las enfermedades. La esperanza de vida era muy baja.
-En varias partes del libro, además, recuerda que básicamente las olas modernizadoras en el Perú estuvieron ligadas al buen momento de las exportaciones.
Bueno sí, América Latina siempre apostó por la exportación. Incluso hoy. A pesar de que hubo un largo paréntesis, entre 1930 y los años setentas, en que varios países de la región intentaron realizar una industrialización para no depender tanto de las exportaciones. Esta famosa receta de la Cepal de sustituir las exportaciones. Hubo esfuerzos, pero básicamente AL siempre apostó por la exportación.
-Hoy se trata de buscar culpables en torno a la crisis de la educación superior y se menciona  a las medidas tomadas en los noventas pero se olvida un detalle: para 1950 había solo cinco universidades. Luego explotó todo.
Una de las grandes conquistas del siglo XX es la educación. Triunfó la idea de que sin educación no había progreso. Eso lo entendió no solo el Estado sino también las personas. La educación como herramienta de progreso y de ascenso social. No bastaba con terminar el colegio. Había que ser profesional. Entonces lógicamente a partir de los años cincuentas, con el crecimiento de la clase media y luego con la demanda de los propios migrantes, que querían que sus hijos también accedan a la universidad, en los años sesentas y setentas se fue multiplicando el número de universidades. Pero esto no significa que haya habido una liberalización, como hubo una época del noventa. No cualquiera podía poner una universidad. Hubo regulaciones.
-En la parte contemporánea. Usted menciona que el surgimiento de la música criolla en la capital tendría un trasfondo. Había una intención de refugiarse de la avalancha de migrantes y de sus costumbres.
Esa es una opinión personal. A partir de los años cincuenta, cuando Lima comienza  ser prácticamente invadida por los provincianos empieza a surgir en la elite, en las clases medias, un mito de la Lima ciudad jardín, Lima del Puente a la Alameda, una Lima que en realidad nunca existió. Empezaron a añorar una Lima que se inventaron ¿por qué?  Porque la ciudad estaba siendo ‘afeada’ y ‘maltratada’ por los migrantes. Por ahí viene el trasfondo. Había que reivindicar la cultura criolla. Y lo criollo está asociado a Lima, a lo blanco, lo costeño, lo occidental. La idea es que esta cultura debía presentarse como la cultura nacional y no la cultura andina que venía impuesta por los provincianos.
-¿Tiene el historiador la responsabilidad de no solo informar sino también opinar y analizar sobre situaciones determinadas?
Si tú lees el libro, la idea era interpretar el siglo XX, que no sea un texto con una hemorragia de datos, sino uno explicativo. Y traté de incorporar no solo la cuestión del desarrollo económico y político, sino también algo que le interesa mucho a los chicos: los cambios culturales, mentales, la vida cotidiana, el deporte. Y en la medida de lo posible, relacionar la historia del Perú con lo que pasa en América Latina y en el mundo. Entonces, la idea es dar una visión total del siglo XX.
Fuente: Diario El Comercio. 12 de agosto del 2014.

sábado, 16 de agosto de 2014

La independencia y la enseñanza escolar.

Reflexiones sobre la enseñanza de la historia de la independencia en la escuela.

Eddy Romero Meza

Las siguientes reflexiones nacen a partir del reciente evento “Las independencias antes de la independencia”, organizado en Lima; y que buscó visibilizar los diferentes movimientos a favor de la libertad producidos más allá de la famosa proclamación del general José San Martín en la capital. (1)

Desanmartinizar la independencia, es un punto clave en la comprensión de un largo y complejo proceso de lucha emancipatoria. Otro aspecto es “desnacionalizarla”, ya que fue un proceso continental en un momento en que aún no existen las naciones que hoy conocemos. Finalmente, cabe preguntarnos qué significó realmente la independencia para América y que cambios se operaron en este momento de ruptura.

Una cuestión inmediata surgida a partir de este coloquio es: ¿Cómo llevar estos debates a la escuela?, ¿Cómo aproximar a los estudiantes a estas nuevas miradas sobre la independencia?, o ¿Cómo contrarrestar la historia tradicional y oficial sobre esta etapa de nuestro pasado?. Considero que el primer paso es visibilizar que existen nuevos aportes, lograr su mayor difusión y generar estrategias para su mejor comprensión. Difundir lo complejo sin simplificarlo excesivamente es un reto para historiadores y docentes, un reto interesante y gratificante para quienes deseamos construir un imaginario histórico menos prejuicioso y anclado en lugares comunes.

Conviene por tanto analizar algunas cuestiones históricas y someterlas a consideraciones didácticas orientadas a la escuela.

La independencia americana y el contexto

Para el notable filósofo francés Edgar Morin, la capacidad de contextualizar, constituye uno de los saberes esenciales de una persona. Un hecho sólo se explica a partir de su contexto y no puede ser entendido de manera aislada. Uno de los errores de la historia tradicional era enfocar la independencia sólo desde los límites del actual territorio nacional, sin tomar en cuenta el carácter continental y la situación de España en Europa.

Los estudiantes deben aproximarse a las “otras historias”, pero más allá de eso, el descubrir que existió un orden político-jurídico distinto, donde las actuales barreras territoriales no eran tales.

Dentro de la comprensión del contexto, podríamos ubicar por ejemplo:

-          El proyecto modernizador de la dinastía borbónica (s XVIII)
-          Las revoluciones liberales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.
-          El impacto de las nuevas ideas en las colonias americanas.
-          La crisis de la monarquía española a partir de la ocupación napoleónica.

Finalmente, contextualizar significa comprender que existieron mentalidades distintas en esta época. Mentalidades que obedecieron a la existencia de un orden social estamental y de privilegios, pero que a su vez coexistió con viejas reivindicaciones, así como la introducción de nuevas corrientes de pensamiento en la América española.

Independencia y multicausalidad

Sin duda, uno de los problemas fundamentales para la comprensión de la causalidad histórica, es el referido al manejo de la explicación multicausal. Como se sabe, los conceptos de causalidad histórica son complejos y no concitan unanimidad entre los historiadores. Un problema añadido a la causación histórica, es la dificultad para la comprensión de todas las interrelaciones y jerarquizaciones entre las distintas motivaciones. Se atribuye equivocadamente a todas un peso o importancia similar. Establecer la causalidad múltiple de un proceso, fenómeno o hecho, es de suma importancia, puesto que a partir de la explicación causal se puede proceder a la interpretación.

Es fundamental aprender a hacer preguntas sobre las causas que provocaron los cambios y también sobre los factores que los evitaron o los retrasaron. Así, en la independencia americana y peruana podemos citar numerosas, las cuales deben ser problematizadas, evaluadas y clasificadas, procurando no darlas como definitivas, sino como tentativas y complementarias.

Leer artículo completo en: Hispanic American Historical Review (Duke University)

Túpac Amaru y la historiografía.

El rol de Túpac Amaru

Antonio Zapata (Historiador)
La semana pasada se llevó adelante un coloquio de historia titulado “las independencias antes de la Independencia”, para poner el acento en el proceso que ocurrió antes de 1821-1824, cuando San Martín Y Bolívar terminaron de romper con España. Una de las ideas fuerzas del coloquio era resaltar cómo los acontecimientos peruanos no encajan con la cronología propuesta para América Latina. 
En efecto, la historiografía internacional estudia la independencia como un proceso que comienza en 1808, con la invasión de España por Napoleón, el derrocamiento de sus reyes, su reemplazo por José Bonaparte y la formación de Juntas en ciudades españolas, que al año siguiente se extienden a América. Esa cronología calza para prácticamente toda Hispanoamérica, salvo para el Perú, debido a Túpac Amaru, TA. 
Algunos historiadores han separado la rebelión de TA de los acontecimientos que llevaron a la independencia. El cacique de Tungasuca, se sostiene, se habría rebelado contra los abusos, impuestos y repartos, que acompañaron a las reformas borbónicas. Mientras que la independencia arranca cuando se hunde el poder real en España. No obstante el alcance de esta rebelión, pertenecería a una coyuntura histórica distinta al ciclo de la emancipación. 
Pero, el debate continúa, en el gremio de historiadores se argumenta, por el contrario, que ambos procesos están separados por solo cuarenta años, que algunos protagonistas de la rebelión participan también de la independencia, y que habría una conexión entre la derrota de TA y la forma cómo nació el Perú independiente. 
Esa era la opinión de Heraclio Bonilla en su famoso ensayo sobre “la independencia concedida”; donde sostenía que los criollos del Perú fueron conservadores y se alinearon con España porque temían una posible repetición del movimiento del curaca de Tinta. El “miedo al indio” habría vuelto conservadora a la elite limeña en contraste con el progresismo de los criollos de Buenos Aires y Caracas.
Estos debates se reprodujeron en el coloquio mencionado. Según Cecilia Méndez se habría silenciado al curaca de Tungasuca al retirarlo del corpus del bicentenario. Pero Natalia Sobrevilla recordó que acaba de aparecer en inglés un nuevo libro sobre la rebelión de TA que explora extensamente su memoria.
Se trata de un escrito del historiador y peruanista Charles Walker. Entre sus muchas virtudes se halla su perspectiva cinematográfica. Sus capítulos parecen parte de un guion, porque ha privilegiado imágenes para relatar hechos y dibujar personajes. Empieza por escenas fuertes y conduce a interpretaciones.
Así, Walker ha subrayado el comienzo mismo de la rebelión, cuando TA y Micaela ajustician al corregidor Arriaga. Después de un hecho de esa naturaleza no hay vuelta atrás. Si empiezas asumiendo el poder de ajusticiar a un importante funcionario real, ya no tienes perdón, o ganas o mueres. Eso lo entiende con facilidad un político, a veces no es tan claro para mis colegas. 
Si TA en los hechos rompió con España, qué proponía, cuál era su plataforma. Nunca la escribió propiamente y Walker nuevamente conduce a través de escenas. Luego de ajusticiar al corregidor, TA asaltó obrajes para destruir símbolos de explotación inhumana y también para adquirir el poder de repartir textiles, como hacía el Inca. Este dato unido a otro hecho, también repartía coca, otro atributo de la reciprocidad andina atribuido al Inca, refuerza lo que todos sabemos, que TA usaba extensamente el prestigio de su linaje entroncado por vía materna con el último Inca de Vilcabamba. 

Walker retrata una rebelión anticolonial que pretendía un renacimiento Inca, aunque bien adaptado a las nuevas condiciones del siglo XVIII tardío: sobre todo a la fuerte presencia de criollos, mestizos y esclavos afroperuanos en el mapa social del Perú. 

Así, el coloquio “las independencias antes de la Independencia” culminó hablando de Túpac Amaru. Su sombra trasciende la época de la emancipación y sus huellas se hallan hoy todavía. 
Fuente: Diario La República. 13 de agosto del 2014.

Diez mitos sobre nuestra independencia

Ni los españoles eran tan esclavistas, ni Bolívar tan progresista.
José Álvarez Carrero

1. “La Independencia se dio en 1810 por influencia de los ideales de libertad pregonados por la Revolución Francesa”:

Falso, en ese momento la península española estaba casi en su totalidad invadida por tropas francesas y los criollos (descendientes de los españoles que hicieron la conquista) se sublevan precisamente para seguir siendo fieles a Fernando VII quien en ese momento era prisionero de Bonaparte. Esas revueltas se dan ante el miedo de que esos ideales de libertad pregonados por los franceses contagiara a las autoridades virreinales y terminaran aboliendo el negocio de la esclavitud, a través de los cuales los criollos mantenían sus fortunas
2. “Los Españoles se robaban la plata y el oro y por eso se dio la independencia”:
Colombia nunca fue ni ha sido productor de plata, ni antes de la conquista, ni durante la colonia o posteriormente, y la producción de oro comparada con la de Perú o México, fue mínima. En todo caso, los españoles que embarcaban para América, nunca regresaban a sus tierras, se quedaron y son los antepasados (junto con los indígenas) de los actuales colombianos, mexicanos, venezolanos, etc. Entre los españoles que durante el periodo colonial llegaron a América, había personas ricas o que se enriquecieron durante la conquista, cuyos descendientes siguieron siendo ricos después de la independencia y aún siguen siéndolo, ocupando los puestos de poder en los actuales países americanos; también había españoles pobres, que siguieron siendo pobres y que –a diferencia de colonias como las inglesas donde exterminaron a los nativos- se mezclaron con indígenas, siendo los antepasados de la mayoría de colombianos. Los recursos fueron saqueados por ancestros de las castas políticas que aún hoy están en el poder.
3. “Con la independencia se obtuvo la libertad”:
Es común que en las escuelas enseñen que “la libertad de Colombia se alcanzó el 20 de julio de 1810”. No obstante, si bien la independencia se dio desde 1810, y se reafirma en 1821 con la Constitución de Cúcuta, la cual mantuvo la vergonzosa institución de la esclavitud. Mientras para la fecha, en la península española la esclavitud ya se había acabado de facto y jurídicamente se haría casi dos décadas antes que en lo que hoy es Colombia (allí en 1837, en Colombia hasta en 1851). En Colombia solo se pudo abolir la esclavitud luego de vencer la resistencia férrea de esclavistas como Julio Arboleda y su hermano Sergio Arboleda, siendo necesario que el Estado “compensara” con astronómicas sumas monetarias a los terratenientes propietarios de esclavos. Lo que sí es verdad, es que la mayoría de esos defensores de la esclavitud fueron militares destacados del “ejército patriota”.
4. “Los Indígenas derrotaron a los españoles”:
Si bien en las tropas de Bolívar pudiera haber algunos indígenas, la lucha que se dio entre 1810 y 1821 fue muy distinta a la que dieron durante la conquista los heróicos combatientes de La Gaitana, los Laches, o los caribes. Luego de 300 años de haberse incorporado los territorios americanos a la corona española y ante los contantes abusos de los criollos, la posición de la mayoría de indígenas fue muy diferente. Así, los territorios con mayoría indígena como Pasto fueron los más difíciles de doblegar, a incluso hasta 1823 seguían apareciendo guerrillas de nativos como la comandada por Agustín Agualongo, quienes seguían reivindicando ser españoles y únicamente reconocer a las autoridades peninsulares como las legítimas. Así mismo, indígenas como el cacique de Mamatoco, quien fue oficial del ejército español a las órdenes de Pablo Morillo. Entre tanto, más de la mitad de soldados que combatieron al lado de Bolívar (se estiman unos 8.500) eran Ingleses y mercenarios de diferentes países europeos enrolados en la Legión Británica a cambio de una “paga” que sería dada con cuantiosos empréstitos que adquirió el naciente Estado de manos de los ingleses, naciendo así la República endeudada hasta los tuétanos con sus “aliados”.
5. “Los indígenas eran esclavos de los españoles”:
Decir que la conquista fue pacífica sería no solo faltar a la verdad, sino también deshonrar la memoria de heroicos combatientes como Cuauhtémoc en México, La Gaitana en Colombia o Atahualpa en Perú. No obstante, durante la Colonia hubo una convivencia relativamente normal entre indígenas y blancos. Así, a diferencia de las colonias inglesas o francesas donde los indígenas no solo siguieron siendo exterminados sino que se les aisló, en el imperio español los nativos se mezclaron con los peninsulares, dando lugar al mestizaje que hoy caracteriza a la nación hispanoamericana. Si bien al principio existieron instituciones típicas del modo de producción feudal como la mita y la encomienda, estas dejaron de existir mucho antes de la independencia, ya que a la Corona le interesaba la protección de los nativos no por un gesto humanitario, sino porque con su trabajo pagaban un impuesto llamado “tributo de indios” el cual iba directo a las arcas del monarca a cambio de protección ante el abuso de los criollos. Para 1810 eran aún numerosos los pueblos de indios y los resguardos, los cuales misteriosamente desaparecierían junto con sus habitantes unas décadas después ¿Qué pasó con ellos?, es un interrogante sobre el cual la historia oficial aún no da una respuesta.
6. “Los indígenas eran tratados como inferiores a los españoles”:
las diferencias de clases son inherentes a la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción. No obstante, en 1811 la Constitución española promulgada en Cádiz ratificó en el artículo 5 y 18 que los indígenas eran también ciudadanos españoles, al igual que los mestizos, los criollos, y en general “todos los hombres libres nacidos y avecinados en los dominios de las Españas y los hijos de estos”. Después de que se promulgó esa norma, los criollos deciden romper cualquier vínculo con la península, y en pocos años las consecuencias eran visibles: Los indígenas perdieron sus resguardos, pasando sus tierras a las castas criollas, como también pasaron a su poder la mayoría de baldíos, los ejidos municipales etc. Esa situación llevó a que por ejemplo, los Muiscas que eran más del 60% de población de la sabana de Bogotá para 1810, misteriosamente dejaran de existir unos pocos años después, en tanto que la brecha entre los antiguos “criollos” y los mestizos se fue haciendo cada vez mayor durante la formación y consolidación de la nueva República.
7. “Bolívar luchó contra el imperialismo”:
Imperio no es sinónimo de imperialismo, pues mientras imperio hace referencia a un dominio político que se ejerce sobre una extensión territorial donde habita una diversidad de pueblos y ha existido desde la antigüedad, imperialismo es un concepto económico que solo va a aparecer a finales del siglo XIX y que se va a dar por el desarrollo de las fuerzas productivas donde su actuar desborda las fronteras nacionales. Así, “Imperialismo” es sinónimo de capitalismo monopolista, y este solo se dio después de la crisis económica inglesa de 1871. Esa necesidad de abrir mercados llevó entre otras cosas al reparto de África en 1885 y sería el germen de la Primera Guerra Mundial hace 100 años.
8. “A los españoles les interesaba mantener la esclavitud”:
Falso, los menos interesados en que esa institución se mantuviera eran los peninsulares, pues su incipiente industria que empezaba a surgir especialmente en Cataluña y el País Vasco necesitaba mano de obra y consumidores libres, que pudiera manejar dinero para que a la vez pudieran ser compradores de sus productos. ¿Qué ganaba un campesino de Castilla con que un terrateniente criollo del Cauca tuviera 200 esclavos en alguna de sus haciendas? .
9. “El humanismo de los independentistas contrasta con el salvajismo de los españoles”:
Sin duda alguna, personajes como Pablo Morillo cometieron actos crueles contra los sublevados independentistas. No obstante, decir que las tropas independentistas fueron menos crueles es más que descabellado. Así, declaraciones como la hecha en el “Decreto de Guerra a Muerte” donde se amenaza con asesinar a la población peninsular que fuera neutra, hoy sería más que una instigación al genocidio. Tampoco ha de olvidarse que el reclutamiento infantil fue inaugurado por las tropas independentistas o ¿Qué explica que Pedro Pascasio Martínez, un niño de solo once años, hiciera parte del ejército de Bolívar cuando capturó a Barreiro el 7 de agosto de 1819? Igualmente ha de tenerse en cuenta hechos como los fusilamientos en Ventaquema el 8 de agosto de los prisioneros capturados el día anterior en la Batalla del Puente de Boyacá, o el acto más cruel de todos, la masacre de “La navidad negra” en 1822 cuando entre el 22 de diciembre y el 26 del mismo mes, los ejércitos independentistas asesinaron a cuchillo a miles de pastusos, incluyendo mujeres y niños, por el único hecho de no haber secundado a los terratenientes que se unieron al ejército de Bolívar.
10. “Santander era de Derecha y Bolívar era de Izquierda”:
Este mito se ha construido especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, a pesar de que hasta ese momento Santander había sido considerado el precursor del liberalismo (izquierda en el siglo XIX) y de que la imagen de Bolívar siguiera presidiendo cualquier acto protocolario del Partido Conservador (Derecha). No obstante, si se analiza la vida de los dos caudillos se puede ver grandes diferencias ideológicas a pesar de que sus orígenes de clase sean los mismos: Familias de terratenientes criollos, descendientes de españoles que hicieron fortuna en el nuevo mundo. Aun así, puede verse como Bolívar no solo encarnó una ideología de férreo centralismo, como los plasmó en la Constitución Boliviana o en el Decreto Orgánico de la Dictadura, sino que además, tuvo posiciones cuestionables como fue el acercamiento excesivo a la corona inglesa y francesa, e incluso, según muchos historiadores lo han planteado, el intento de buscar entre los Habsburgo –Casa reinante en Austria y antigua familia que dominó España hasta la segunda mitad del siglo XVIII- a un candidato para que viniera a reinar entre los nacientes Estados Americanos.
En cuanto a Santander, durante la segunda mitad del siglo XX se le ha hecho un juicio histórico y se le ha condenado con análisis muy válidos para juzgar la historia del siglo XX, más no la del siglo XIX: Ser librecambista y su proximidad con EEUU. Al respecto solo cabe preguntar ¿acaso no fueron los Estados Unidos durante finales del siglo XVIII y comienzos del XIX  la vanguardia revolucionaria del mundo? ¿no era acaso un avance el modelo capitalista y republicano allí existente, frente al aun semifeudal y monárquico que se restauró en Europa después del Congreso de Viena? ¿No es exagerar cuando se le tílda de leguleyo y defensor del status quo? . Para el momento, los dos representaron intereses de familias poderosas, a las que les interesaba mantener un régimen conservador y semifeudal, amenazado por los movimientos liberales que se fortalecían en España, en un imperio que no necesitaba revoluciones de independencia, sino una revolución republicana, que removiera las bases sociales y revolucionara el anquilosado modo de producción. Eso ninguno lo hizo.
Si de hablar de progresismo se trata, de los seguidores de Bolívar saldrían los fundadores del Partido Ministerial, fundador más tarde del Conservatismo, mientras que de los amigos de Santander saldrían los liberales, defensores acérrimos del Libre Mercado. El único héroe progresista de esa generación, no ocupó ningún puesto de relevancia ni con Santander ni con Bolívar, y cayó pronto al olvido: José María Melo, el primer indígena que llegó a ser Jefe de Estado en un país americano, intentando hacer las verdaderas reformas que necesitaba el país, frente al cual tanto liberales como conservadores aunaron esfuerzos y pusieron sus intereses de clase por encima de su ideología y en tan solo 10 meses no solo lo derrocaron, sino que desterraron a sus más fieles seguidores a las selvas de Panamá, donde morirían víctimas de enfermedades como el paludismo o la fiebre amarilla.
Fuente: http://www.las2orillas.co/ 08 de agosto del 2014.

jueves, 7 de agosto de 2014

El último bastión del imperio español en Sudamérica.

El largo camino a la libertad

La independencia fue un esfuerzo inmenso que, bueno es recordarlo, empezó y culminó en la sierra peruana.

Carmen McEvoy (Historiadora)
El 28 de julio de 1821 se juró en la Plaza Mayor de Lima la independencia del Perú. Tomás Guido, veterano de la Revolución de Mayo de 1810 y testigo presencial del ritual limeño, señaló que los vivas al general San Martín resonaron con inusitada fuerza en la antigua capital virreinal. Mientras repicaban las campanas y se hacían salvas de artillería Guido reflexionó sobre un acto ceremonial que, si tomamos en cuenta el regreso del virrey La Serna a Lima, fue meramente simbólico. Enarbolar el estandarte de la libertad en el centro de la ciudad más importante de América del Sur era el mayor objetivo,  de acuerdo a Guido, de los expedicionarios liderados por San Martín. Capturados por un ritual, con reminiscencias coloniales, y que fue inmortalizado en el famoso cuadro de Juan Dellepiani los peruanos celebramos el 28 de julio, olvidando el largo y complejo camino a la libertad que precedió y sucedió a esa mañana invernal de 1821. 
La independencia se juró el 29 de diciembre de 1820 en la Intendencia de Trujillo. Ceremonias patrióticas de naturaleza similar ocurrieron en Piura, Lambayeque, Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas. Más aun,la rebelión de Tacna (1811), la de Huánuco (1812) o la gran revolución del Cusco (cuyo bicentenario se celebra este año) no fueron mencionadas por San Martín en su proclama. Por esta razón la sumatoria de esfuerzos, individuales y colectivos, que el reconocido historiador José Agustín de la Puente Candamo denominó el tiempo precursor no aparece en la instantánea que Dellepiani legó para la posteridad. Porque a pesar de que San Martín reconoció públicamente que si no se levantaba Trujillo la causa peruana estaba condenada al fracaso, es Lima la que hegemoniza el imaginario patriótico.
José Faustino Sánchez Carrión, quien un año después de declarada la independencia de Lima lideró la reacción republicana contra la propuesta monárquica de San Martín, no estuvo en su proclamación capitalina. Igualmente estuvieron ausentes de la memoria de los 16.000 espectadores del acto protocolar, otros patriotas provincianos que como Mariano Melgar,  Francisco de Zela, Mateo Pumacahua, los hermanos Angulo, el cura Muñecas, entre otros más, entregaron su vida por la libertad. La “foto”, conscientemente creada o no, dejó la sensación de que un general extranjero liberó a todos los peruanos del yugo colonial. Ello a pesar de que el deseo de emancipación, que se ve reflejado en las miles de páginas de la Colección Documental recopilada bajo auspicio del gobierno militar en 1971, fue el anhelo de los peruanos y peruanas que murieron tratando de conseguirla. 
Convertida en un ritual inalterado cuyo foco es Lima es difícil recordar el significado esencial de la independencia: una apuesta por la libertad y la democracia en un mundo aún dominado por imperios y aristocracias. Por celebración de la independencia, entonces, no entendemos reactualizar un ritual sancionado por la repetición sino más bien, de recordar el camino recorrido por el Perú hacia la libertad. Un esfuerzo inmenso que, bueno es recordarlo, empezó y culminó en la sierra peruana. Fue en Ayacucho (1824) donde se definió  la suerte de todas las jóvenes repúblicas sudamericanas. Esta situación que nos condujo a un proceso de militarización acelerada (hecho que fue en detrimento de nuestra institucionalidad) nos dota, paradójicamente, de una historia única por su complejidad y dramatismo. El último bastión del imperio español en Sudamérica tiene la capacidad de convertirse en el espacio donde se discuta en profundidad el alto precio que los pueblos deben de pagar para obtener ese bien supremo llamado libertad. ¡Felices fiestas patrias!
Fuente: Diario El Comercio. 28 de julio del 2014.

John Lynch: "Hasta mediados del siglo XVIII, la América española era menos colonia de lo que había sido en un principio".

"América latina no necesita ahora una nueva independencia"


Graciela Iglesias
En más de un sentido, John Lynch representa a una especie en extinción. Es uno de los últimos historiadores británicos que pueden ser considerados hispanistas y una autoridad en temas latinoamericanos, y también es capaz de cautivar con su pluma a los lectores no académicos.
Dice que América latina conquistó su libertad hace dos siglos y es falso que necesite "una segunda independencia", como la que propone el venezolano Hugo Chávez.
Profesor emérito de la Universidad de Londres, sus biografías San Martín, soldado argentino, héroe americano (Barcelona, 2009) y Simón Bolívar (Barcelona, 2006) han sido éxitos comerciales y, como la veintena de títulos que las precedieron, son ahora también obras de referencia.
Aunque tiene múltiples galardones y logros profesionales, John Lynch habla con especial cariño de su condición de "miembro corresponsal" de la Academia Nacional de la Historia Argentina desde 1963.
Al hablar del proceso de independencia latinoamericano, Lynch advierte que no tuvo carácter económico o social, por más que reconoce que trajo avances en ese terreno, entre ellos, la abolición de la esclavitud. "Esencialmente, yo creo que hay que hablar de una independencia política -sostiene-. Fueron movimientos políticos dirigidos y organizados por un sector de la sociedad, sin gran participación masiva. En algunos países hubo cierta presencia popular, pero en general fue un movimiento dirigido por la elite criolla, destinado a reemplazar a la elite española al frente del poder."
-Entonces, ¿tienen razón los políticos que afirman que estamos frente a una segunda independencia porque ellos buscan abordar esas asignaturas que habían quedado pendientes?
-En términos económicos, está de moda afirmar que la dependencia de España fue reemplazada por una dependencia de Gran Bretaña, a través del libre comercio, y después una dependencia de los Estados Unidos. Pero la dependencia económica con España era muy real y concreta. España mantenía un monopolio comercial y de inversiones. Con la abolición de ese monopolio, los latinoamericanos quedaron libres de elegir qué dependencia querían, si querían alguna. Adquirieron cierto poder de elección que antes no tenían.
-Algunos dicen que Gran Bretaña se cuidó de estar envuelta en el movimiento emancipador desde un principio con la intención de condicionarlo más tarde.
-Yo comparto la opinión que tenía Bolívar. El solía decirles a quienes lo criticaban por acercarse demasiado a Gran Bretaña que había que estar orgullosos de fomentar esa relación. El tipo de protección que los libertadores buscaban del lado británico era una protección de facto de parte de su armada, la más poderosa del mundo. Su mera presencia en los mares del sur servía para poner coto a las pretensiones imperialistas españolas.
-¿No suscribe a la opinión de que, derrotada en las invasiones de 1806 y 1807, Gran Bretaña decidió apoyar a los movimientos emancipadores para establecer un "imperio informal"?
-La tesis del "imperio informal" fue creada por los historiadores mucho más tarde. Ni los ministros ingleses ni los intereses comerciales británicos iban en esa dirección. Lo cierto es que América latina no era de gran importancia para Gran Bretaña. Como potencial mundial, su visión estaba más enfocada hacia el comercio con los Estados Unidos, el resto de Europa y vínculos más directos con Asia y Africa. En América latina buscaba comerciar e invertir. Y de esto podían los latinoamericanos sacar también provecho.
-¿Qué fue lo que originó el movimiento emancipador?
-Una crisis dentro del mundo hispano. Hasta mediados del siglo XVIII, la América española era menos colonia de lo que había sido en un principio y de lo que lo era hacia 1810. Entre 1700 y 1750, América latina había obtenido cierta independencia económica y también a nivel social, en lo que concierne a la presencia de los criollos en puestos de gobierno. Pero los Borbones trataron de frenar ese proceso. Esa reacción borbónica es lo que llevó a los criollos a iniciar el proceso de emancipación. Todos los imperios tienen una semilla de autodestrucción, algo que los hace inherentemente inestables.
-¿Este modelo de autoritarismo es una herencia inexorable de nuestro pasado hispánico?
-Los libertadores latinoamericanos emularon en gran medida el modelo autoritario de la monarquía española. Bolívar, al declararse presidente vitalicio con derecho a elegir a su sucesor, no dejaba mucho espacio para la participación política. San Martín nunca llegó a ese extremo, pero tampoco favorecía un modelo de participación democrática. Hace unos años, amigos míos que son académicos en Venezuela me aseguraban que Hugo Chávez no era un nuevo caudillo, sino un "populista del proletariado...". Eso me suena muy parecido a un caudillo de la vieja ola o a un autoritario populista. O quizás un bolivariano militarista. Hay que recordar que él viene del seno de las fuerzas armadas venezolanas, que no son precisamente una democracia... América latina no necesita una "independencia bolivariana". Bolívar no es un predecesor de Chávez. El nunca se consideró un revolucionario social. Introdujo reformas, es cierto, pero no quería reestructurar a la sociedad. Tampoco era un buscapleitos internacional. No criticaba a las grandes potencias de la época. Al contrario: buscaba su alianza. Jamás se asoció tampoco con países en los márgenes de la comunidad internacional. Es cierto que tenía reservas con respecto a los Estados Unidos, pero Bolívar aceptaba que era un buen ejemplo de republicanismo. Quizás el problema es que al declararse presidente vitalicio no aplicó las virtudes republicanas que tanto admiraba en Estados Unidos. El suyo era un modelo autoritario. Sólo en ese sentido yo veo un parangón entre Bolívar y Chávez. Pero hablar de una segunda ola de independencia no es acertado. Estamos comparando mundos muy distintos.
Nació: el 11 de enero de 1927 en Boldon, al norte de Inglaterra.
Casado: con Wendy Kathleen Norman, desde 1960. Tiene cinco hijos.
Una frase: "La profesión de historiador ha cambiado por la influencia de las ciencias sociales y las estadísticas. Medir parece lo más importante, pero yo sigo creyendo en el sentido común y en el estilo". 
Fuente: Diario La Nación. 16 de junio del 2010.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La rebelión del Cusco: Pumacahua, Los hermanos Angulo y Mariano Melgar (1814).

La rebelión del Cusco: 200 años

Antonio Zapata (Historiador)
La semana pasada fue el bicentenario del levantamiento de los hermanos Angulo, el movimiento político peruano más importante del ciclo de las Juntas. Sobre él, Jorge Basadre escribió uno de sus escasos textos contrafácticos, imaginando qué hubiera pasado si Angulo hubiera triunfado. Según su parecer, el Perú habría nacido de mejor modo, más integrado, sumando sectores medios criollos y mestizos con elites indígenas; además, habría nacido de las provincias, sin la excesiva centralización en Lima. Con su ucronía, Basadre argumentó con sutileza sicoanalítica que toda la historia venidera de la república guardaba relación con los sucesos acaecidos en su cuna. 
Todo indica que la rebelión del Cusco de 1814 fue crucial para el país; pero, por qué está casi olvidada. Su bicentenario no ha sido conmemorado a gran altura y, en realidad, el país está esperando el 2021 para celebrar a San Martín. Este olvido de nuestra propia historia es común en el Perú. Pero, en este caso, se ve reforzado por la dificultad para interpretar el papel histórico de uno de los líderes principales del levantamiento cusqueño de 1814, el cacique de Chinchero, Mateo Pumacahua. 
Como es largamente conocido, siendo joven Pumacahua peleó contra Tupac Amaru y fue fundamental en su derrota. A continuación, recibió grandes honores de la Corona y obtuvo un conjunto impresionante de cargos. Entre otros, fue presidente de la Real Audiencia del Cusco. Pero, siendo un veterano setentón se volteó, habiéndose sumado a la rebelión conducida por los Angulo. 
¿Qué pasó por su mente y cuál fue su verdadero grado de compromiso? Son preguntas cruciales y la ambigüedad es la respuesta. Al no conocerse bien, la memoria histórica sobre Pumacahua ha realizado un dicho popular, “ante la duda abstente”, y se ha ido perdiendo su recuerdo. 
Pero, el personaje principal de la rebelión fue José Angulo; él asumió el mando político y sostuvo una interesante correspondencia con el Virrey Abascal. Comenzó jurando fidelidad a Fernando VII, el rey español preso de Napoleón, pero luego apreciaba a la Junta de Buenos Aires amenazando al virrey con pasarse a su sistema. En un manifiesto al pueblo del Cusco, firmado como “su paisano”, es más explícito y sostiene: “A vuestro valor se debe la libertad, ya no conocéis más dueño que vosotros mismos”. Así, Angulo rápidamente recorre el camino político de su tiempo; su discurso empieza fidelista, pero lleva consigo la promesa de libertad. 
Otra figura clave es Mariano Melgar, que constituye el héroe principal de Arequipa. Cuando Pumacahua tomó la Ciudad Blanca, Melgar se sumó a su ejército. Ya para aquel entonces era poeta y estaba retirado en Majes. Era romántico y sufría males de amor porque su amada Silvia lo había dejado. Pero la patria lo reclamaba y decidió afrontar su destino. Tenía 24 años y había escrito, “por Silvia amo a mi patria con esmero/ y por mi patria amada a Silvia quiero”. 
Fue nombrado auditor de guerra del ejército rebelde y se incorporó a su núcleo dirigente. Participó de la campaña que terminó mal, con la derrota de Pumacahua en Umachiri, un vado del río Ayaviri en la parte sur del altiplano. El pequeño pero bien pertrechado y entrenado ejército realista derrotó a una masa comandada por el general indígena. Melgar fue apresado en el campo de batalla. Según el parte del jefe realista, el brigadier Juan Ramírez, postergó su ejecución hasta el día siguiente para interrogar a tan interesante personaje. No ha llegado a nosotros esa última declaración y fue fusilado el 12 de marzo de 1815. 
Para cerrar, volver a Basadre. Su reflexión sobre qué hubiera pasado si Angulo, Pumacahua y Melgar salían victoriosos sirve para razonar sobre nuestra verdadera historia. La república no incorporó elites diversas ni fue descentralista. Por el contrario, nacimos híper limeños y sin mayores elites, una vez que la guerra civil permanente destruyó la riqueza nacional, abonando el terreno para los caudillos. ¿Hasta cuándo?
Fuente: Diario La República. 06 de agosto del 2014.

La independencia del Perú. Debate sobre sus concepciones historiográficas.

Independencias

Martín Tanaka (Politólogo)
Los historiadores Juan Carlos Estenssoro, Carla Granados y Cecilia Méndez, con el apoyo del Instituto de Estudios Peruanos y del Instituto Francés de Estudios Andinos, entre diversas instituciones, están promoviendo importantes actividades alrededor de la celebración de la independencia: un concurso de ensayos, “Narra la independencia desde tu pueblo, tu provincia o tu ciudad”, y un seminario internacional, “Las independencias antes de la independencia”. El concurso buscó visibilizar la complejidad y extensión del proceso independentista, y los ganadores dan cuenta de sucesos ocurridos en Huacho, Arequipa y Tarapacá. Es decir, la independencia fue mucho más que la proclama del 28 de julio de 1821 de San Martín en Lima, fue una suerte de guerra civil que movilizó gran parte de la población del territorio que se convertiría en el Perú. De allí que el seminario hable de diversas “independencias” antes de 1821, luchas que se remontan cuando menos hasta 1810, con la rebelión de Francisco de Zela. 
Los organizadores impugnan el desinterés oficial y la simplificación del discurso público sobre la independencia, que suele obviar a personajes como Túpac Amaru, Zela, Paillardelle, los hermanos Angulo, Pumacahua, entre otros. Estenssoro señala en entrevistas que esto sería parte de un espíritu de los tiempos desdeñoso del pasado, de las humanidades y de la reflexión crítica; Méndez, que esto podría expresar el desdén centralista por las provincias y el recelo que genera en las élites la movilización popular. 
¿Reivindican parcialmente los organizadores, sin pretenderlo, la retórica oficial de 1971, con su énfasis en los precursores y próceres, y la noción de que la nación peruana tenía importantes bases de legitimidad popular, noción cara tanto a la historiografía conservadora como a la retórica del nacionalismo velasquista que se juntaron curiosamente alrededor de la Comisión Organizadora del Sesquicentenario? (visión cuestionada por Heraclio Bonilla y Karen Spalding con su célebre tesis de la “independencia concedida” por fuerzas extranjeras). Podría decirse también que caracterizar el proceso independentista como “guerra civil” lleva a distanciarse un poco del discurso anticolonial convencional, otro punto de contacto posible con una narrativa conservadora. Sin embargo, intuyo que los organizadores quieren, aunque no de manera explícita, reivindicar la capacidad de agencia de los actores sociales en general y de los populares en particular, que no habrían logrado tener propiamente representación ni en el orden colonial ni en el republicano. Sería muy bueno intentar convertir esa intuición en un discurso historiográfico que compita con los desgastados existentes. 
Esa tarea resulta más pertinente considerando que estamos ante la gestación de una nueva narrativa de la peruanidad, alrededor de valores como el “emprendedurismo”, la creatividad, y una reivindicación nacionalista (“Marca Perú”) que tiende a soslayar nuestras deudas históricas pendientes.   
Fuente: Diario La República. 27 de julio del 2014.

Respuesta a Martín Tanaka


Juan Carlos Estenssoro (Historiador)

Conmemorar el advenimiento de nuestra vida independiente no debería ser la simple ocasión para un festejo sino también para repensar colectivamente la forma como se gestó la república peruana. Ese ejercicio crítico se hace urgente pues el Perú vive hoy en la paradoja de tener los medios para avanzar sin lograrlo, y se enfrenta a una transformación geopolítica que debería descentralizar y democratizar el país pero que (independientemente de su mal diseño) ha sido y es frenada por actos y palabras profundamente autoritarios y violentos. Esta situación invita a retomar la historia y contrastarla con la memoria histórica, es decir con aquello que creemos que es nuestro pasado. No propongo el ejercicio para encontrar explicaciones reconfortantes a nuestras dificultades en un pasado atávico que nos impediría avanzar sino porque la imagen del pasado inculcada desde las escuelas y los medios de comunicación, además de revelarse insuficiente para contribuir a las elaboraciones que reclama el presente, constituye un freno a ese cambio.
Una mayoría de peruanos cree que la independencia se reduce a (o al menos tiene por punto culminante) la llegada del general José de San Martín y se cumple con la declaración hecha en la plaza de armas de Lima el 28 de julio de 1821. Si esa proclamación constituye el acta de creación del estado peruano (impotente, frágil y casi invisible entonces en un territorio que desbordaba ampliamente el Perú actual), el proceso comenzó mucho antes y sólo concluyó después de la capitulación de Ayacucho.
Prueba de que esa visión parcial y falsa de la independencia está anclada en la memoria colectiva es la expectativa, promovida por los medios, de que estamos rumbo al 28 de julio de 2021 con un efecto de cuenta regresiva, como quien espera que llegue un nuevo siglo o que suenen las 12 para brindar y lanzar los fuegos artificiales. Esa espera refuerza un efecto de tiempo calendario, de hora que llegará inexorable y de acto mágico que se cumplirá, independiente de toda voluntad.
Los objetivos explícitos de lanzar un concurso de ensayos con el título “Narra la independencia desde tu pueblo, tu distrito o tu ciudad” han sido los siguientes. En primer lugar, convocar a todos aquellos que se preocupan por hacer historia local o regional, que se esfuerzan por recuperar y hacer fructificar nuestro patrimonio documental en todos los puntos del país. Conocer su trabajo, valorarlo y dar visibilidad a su esfuerzo debía ser el primer paso, previo a la apertura de ese debate necesario. No había que imponer ninguna agenda antes de haber escuchado al mayor número posible. El concurso partía también de la necesidad de poner por un momento entre paréntesis nuestro propio discurso académico y lanzar el debate con discreción, abriendo el juego, tan cerrado en el Perú a unos cuantos historiadores que siempre ganan las convocatorias y concursos. Narrar desde los pueblos era abrirnos a descentralizar y “descentrar” la narración de la independencia: cambiar el punto de vista único y variar la focalización sin dejar por ello de pensar el conjunto del país. Por lo demás, la convocatoria daba, adrede, total libertad para elegir límites geográficos (invitaba a integrar espacios que no forman parte hoy del Perú para evitar los escoyos nacionales y nacionalistas que rigidizan tantas tradiciones historiográficas y también incitaba a jugar con las escalas micro y macro regionales e incluso la continental) y cronológicos porque hoy las tendencias historiográficas más visibles excluyen radicalmente cualquier evento anterior a 1808 del proceso de las independencias latinoamericanas. Túpac Amaru y todas las rebeliones indígenas, mestizas y criollas del siglo XVIII han quedado fuera de la narrativa de la independencia por un doble silencio: historiográfico y también interno (el Túpac Amaru histórico se asocia anacrónicamente, por lo visto, a una figura velasquista, y puede que también al MRTA). El resultado es que en el Perú, hoy por hoy, no existe ningún consenso sobre cuándo comienza el proceso de independencia y ello constituye uno de los fracasos de la renovada historiografía latinoamericanista reciente que, al seguir siendo incapaz de comprender o explicar el caso peruano en toda su complejidad, se resuelve a definirlo, una vez más, como el espacio de feroz reacción antirrevolucionaria contra el que tuvo que luchar toda América del Sur para lograr su libertad: la sempiterna historia de una independencia no lograda sino concedida.
Responder a preguntas e insinuaciones respecto de un concurso y un coloquio planteados en términos de hoy a partir de cómo veían Heraclio Bonilla y Karen Spalding hace cincuenta años los festejos del velasquismo sería prestarme a ofrecer un penoso número de contorsionismo académico digno de cierta historia contrafactual. El paisaje historiográfico ha cambiado desde entonces tanto como, en Lima, el perfil de la Costa verde. El que politólogos de visibilidad pública no lo perciban muestra lo poco que en el Perú se lee a los historiadores. El debate de 1971 está ampliamente superado. Bonilla creía y siguió creyendo en algo que él no inventó, en “el mito de la independencia concedida” (la expresión es de Scarlett O’Phelan), manteniendo de ese modo en el centro de la narrativa a la plaza de armas de Lima el 28 de julio de 1821 como muchos sanmartinianos ilustres y conservadores que participaron de los festejos de 1971 y de su comisión del sesquicentenario que él tanto criticaba. No me serviré del fácil recurso retórico que consiste en lanzar el estigma de “conservador” para invalidar o cuestionar a nadie. Pero invito a todos a constatar que limitar la memoria de la independencia a la imagen de San Martín en el invierno limeño (que se encuentra también en el corazón de la independencia concedida) es negar a los peruanos una profundidad histórica que se merecen. Pensar la independencia hoy requiere tener en cuenta lo que el Perú es, y, sobre todo, lo que puede ser, pero no nos obliga a denunciar nuevamente que el nacionalismo del velascato pudo encontrar hace medio siglo un acomodo con la historiografía académica. Ello produjo, en su momento, una reflexión política interesante pero no generó una producción historiográfica durable ni fecunda. En cambio, al César lo que es del César, la historia “conservadora” de entonces, si bien no dio al Perú en ese momento ninguna contribución historiográfica ni un debate crítico de nota, produjo la Colección documental, un corpus de fuentes de una riqueza extraordinaria que, aunque sus propios autores no supieron explotarlo, sigue siendo una herramienta de primer orden. A ver si una de las tantas comisiones actuales se anima a digitalizarla y colgarla gratuitamente en Internet, ya que muchos trabajos recibidos en el concurso explotan esas fuentes de modo original y creativo y sus autores han comentado sus dificultades y esfuerzos para acceder en provincias a dicho material.
Prueba de que esa visión parcial y falsa de la independencia está anclada en la memoria colectiva es la expectativa, promovida por los medios, de que estamos rumbo al 28 de julio de 2021
Tanto Cecilia Méndez como yo hemos contribuido lo suficiente a la deconstrucción de una nación peruana esencializada en nuestros escritos como para que alguien pueda imaginar que existe una coincidencia entre nuestro proyecto y una historia patriotera de héroes y precursores. Pero que pueda “decirse también que caracterizar el proceso independentista como ‘guerra civil’ lleva a distanciarse un poco del discurso anticolonial convencional, otro punto de contacto posible con una narrativa conservadora” merece una reflexión.
Comparar la independencia con una guerra civil es un modo de hacer ver la pluralidad de posturas que adoptaron los diversos actores históricos (entre ellos, por ejemplo, los criollos de ambos bandos, y que fueron los principales beneficiarios del proceso, se autodenominaron “españoles” hasta muy tarde). Pero, por lo visto, el “discurso anticolonial convencional” (que pese a lo convencional no sería “conservador”) es de tal pobreza en su proyección histórica que forzaría a descartar toda disidencia como imposible y convertiría el asociar “guerra civil” a “sociedad colonial” en un oxímoron. Las consecuencias ideológicas de semejante silogismo son una prueba nefasta de una posición “no conservadora” que no dice su nombre (¿de avanzada, marxista, revolucionaria, vanguardista, moderna, científica, correcta, liberal?). Lo que se designa como “discurso anticolonial convencional” ha sido y es una excusa fácil para no estudiar ni comprender nuestro pasado colonial.
El Perú es un país con un pasado colonial. Desde hace ya un siglo muchos (demasiados) usan esa evidencia para explicar sus múltiples males y, al mismo tiempo, estigmatizan toda preocupación por la comprensión de esa realidad como si pensar el pasado colonial fuese per se una forma de nostalgia colonialista. Una de las consecuencias profundamente dañinas de semejante razonamiento es la de ocultar que muchas de las discriminaciones e injusticias de este país son productos y realidades contemporáneas apoyadas en la facilidad de atribuirlas a un pasado colonial que se imagina pero que se desconoce (posee una memoria pero carece de historia). Otra es la de pensar el Perú como un país irremediablemente escindido. Desde los años fundadores de nuestra república, alegar el pasado colonial ha sido una de las más fuertes herramientas para la exclusión. Se argüía desde entonces que las diferencias al interior del país eran consecuencias o taras coloniales. Que esas poblaciones eran víctimas del colonialismo y, por tanto, su alteridad era un lastre para el progreso de la nación. Se reclamaba su alineamiento con las fórmulas de los bien pensantes: debían negarse y disolverse para tener derecho a existir, de manera muy similar a lo que ciertos neoliberales practican hoy en que, nuevamente, en aras de la modernidad se exige la discriminación. Esta voluntad de ignorancia sobre la realidad colonial es compartida por otros tantos paternalistas profesionales (de muy diverso borde político) que viven sacando provecho de las víctimas y que esencializan las diferencias descontextualizándolas de todo referente político. Se ha logrado imponer así nuevos marcos legales que obligan a muchas poblaciones a definirse en términos coloniales, a reinventarse y disfrazarse de una etnicidad como único modo de reclamar los derechos que no pueden obtener como ciudadanos. La negación de la historia colonial lleva a ignorar perversamente que la categoría indio -cinco minutos de reflexión con el puro sentido común deberían sin embargo bastar para cobrar consciencia que no existía tal categoría en América antes del “descubrimiento” y conquista- no corresponde a ninguna realidad étnica sino que es una categoría fiscal y jurídica del poder colonial. Pregúntese quién es aquí conservador.
En respuesta a la convocatoria de Narra la independencia desde tu pueblo, 60 trabajos detallan el proceso de independencia desde un número casi tan alto de lugares de la geografía peruana, en español, aymara y quechua, sin necesidad de mencionar a José de San Martín en la plaza de armas un 28 de julio, mostrando que la intuición era correcta. Existe una producción historiográfica local de calidad que no se conoce a nivel nacional. Existen memorias y conmemoraciones locales de la independencia que no son tenidas en cuenta y que deberían serlo para democratizar y descentralizar un bicentenario que no debe esperar el 28 de julio del 2021. Existe en las regiones una expectativa de visibilidad a la que todos los peruanos deberíamos estar atentos.
Los días 7 y 8 de agosto se podrá escuchar a los ganadores de Narra la independencia desde tu pueblo discutiendo con investigadores profesionales que han sido claves en la historiografía peruana y peruanista. Espero que este primer experimento sirva para ir construyendo, colectivamente, una nueva imagen de la independencia. Enmarcando el coloquio, el día 6 tendrá lugar una conferencia debate en el MALI sobre la importancia de las lenguas indígenas en la experiencia de la modernidad y de la cultura letrada en el Perú y el día 9 un taller sobre lenguas indígenas e historia cerrará el evento. Ambos son temas que exigen repensarse con una mirada histórica que despercuda otra memoria sin historia, adormecida y anquilosante.
Fuente: Revista Ideele n° 241. Agosto del 2014.

Independencias y los fantasmas de la insurgencia



Cecilia Méndez
Cuando se propone algo nuevo y distinto, las chances de que sea leído con los ojos de los viejos paradigmas son altas. Y esto es lo que ha sucedido con el artículo que Martín Tanaka publicó hace unos días en un medio local sobre el concurso de ensayos "Narra la independencia desde tu pueblo, tu distrito o tu ciudad" y el coloquio internacional "Las independencias antes de la independencia":
https://www.facebook.com/pages/Narra-la-independencia-desde-tu-pueblo/31...
Juan Carlos Estenssoro, coorganizador, conmigo, de los mencionados eventos, ha respondido larga y elocuentemente a las insinuaciones y distorsiones en las que incurre Tanaka, en un artículo cuyos argumentos suscribo e invito a leer aquí:http://www.reporterodelahistoria.com/2014/08/narra-la-independencia-desd.... Por tanto, en lo que sigue, me limitaré a esbozar algunas precisiones adicionales, a modo de complemento.
El hecho de que Tanaka haya entendido nuestro llamado a pluralizar y deslimeñizar-dessanmartinizar la memoria de la independencia como un retorno a la "retórica oficial" del nacionalismo velasquista "con su énfasis en precursores y protagonismo popular" es profundamente revelador de hasta qué punto algunos sectores de la sociedad peruana siguen presos del trauma que para ellos significaron las reformas sociales del velascato, lo cual lastimosamente los inhabilita para pensar en los personajes y procesos históricos en sí mismos, sin que salga a relucir el "espectro" de Velasco. De allí que mencionar, por ejemplo, a Túpac Amaru o a las insurgencias provinciales e indígenas en el contexto de las guerras de independencia, nos llevaría ("sin darnos cuenta") a un terreno obsoleto que habría sido superado por el artículo de Bonilla-Spalding de hace más de cuatro décadas.
Con seguridad, Tanaka no se ha dado el trabajo de leer las decenas de artículos y libros que han cuestionado y propuesto interpretaciones alternativas al viejo artículo de Bonilla y Spalding. Porque si lo hubiera hecho sabría que ellos no dijeron nada nuevo. Como lo he afirmado ya en trabajos previos, la versión de que la independencia "vino de fuera" fue suscrita tan ampliamente en el Perú republicano de comienzos del siglo XIX, que le cupo a un historiador chileno, Benjamín Vicuña Makenna, al promediar el siglo, decirles a los peruanos cuáles fueron sus aportes a su propia independencia (los nacionalismos de diverso tinte político que surgieron a lo largo del siglo XX reaccionaban precisamente contra una larga corriente historiográfica autoflagelatoria). La otra famosa premisa de Bonilla y Spalding, que la independencia del Perú habría ocurrido frente a la mirada impávida de los sectores populares es quizá la mejor superada (como lo ha admitido la propia Spalding), y no solo por la literatura posterior a su publicación –incluyendo mis propios trabajos– sino anterior a ella, pero que los autores entonces marxistas como Bonilla no se tomaron el trabajo de leer por el desprecio intrínseco que sentían por la historiografía del siglo XIX y por el trabajo de archivo. ¿Nos hace "conservadores" el trabajo histórico rigurosamente documentado y el tomar distancia del paradigma del "intelectual de vanguardia", el revolucionario que se siente por encima de las evidencias de la historia, y que tanto daño le ha causado ya al país? Tal vez Tanaka tendría que pensar hasta qué punto sus insinuaciones no lo alinean con un campo en el que él no se imagina que converja.
La historiografía sobre la independencia ha tenido aportes significativos en las últimas décadas. Uno de los más influyentes ha sido el subrayar la importancia de los cambios políticos que la independencia trajo consigo, y que tanto la historiografía marxista-dependentista del siglo XX como los indigenismos actuales consideran irrelevantes o, a lo sumo, cosméticos. Hoy ha triunfado en los medios académicos una lectura "panhispánica" de las independencias hispanoamericanas, según la cual no puede hablarse de independencia antes de 1808, año en que la invasión de los ejércitos de Napoleón en la península ibérica habría impulsado una revolución democrática en el mundo hispánico, la misma que habría conducido, en una sucesión de contingencias, a las independencias de las colonias americanas y, simultáneamente al nacimiento de España como nación moderna. Los aportes de esta corriente historiográficas son innegables, y quisiera rescatar tres en particular: el incidir en el carácter revolucionario de las concepciones y prácticas políticas surgidas entre 1809 a 1814, el cuestionamiento a la idea de nación como un destino predeterminado, y la importancia del liberalismo político de factura hispánica, que habría de influir decisivamente en nuestras legislaciones republicanas.
Esta aproximación descentrada y plural a la historia de la independencia es especialmente necesaria en un momento en que se busca instalar un "pensamiento único" basado en el triunfalismo económico que intenta prescindir de la historia como disciplina y como fuente de entendimiento del presente
Pero existen vacíos que esa historiografía panhispánica no ha sabido aclarar y que no contribuyen mucho a entender el complejo proceso peruano sin repetir las convenciones existente. Ya que al concebir los cambios políticos desde un ámbito puramente formal, institucional, de arriba hacia abajo, y soslayando los aspecto sociales, culturales y económicos, contribuye a silenciar la violencia que caracterizó tanto a las rebeliones mestizas e indígenas antiespañolas que estallaron en diversas provincias del virreinato peruano, como su también violenta represión, antes y durante el periodo de 1808-1814 y que, en algunos casos, como fue Cuzco entre 1814-15, instauraron gobiernos independientes en abierta ruptura con España y con repercusión continental. Estos silencios debieran hacernos pensar, porque hechos análogos, y aún de menor envergadura, son recordados en el resto de países hispanoamericanos como el inicio de su independencia y celebrados como el día del onomástico nacional. Mientras, en el Perú, el bicentenario de la insurgencias de Tacna en 1811 y 1813, de Huánuco en 1812, la revolución del Cuzco de 1814-1815 vienen siendo silenciados inverosímil, pero eficazmente, por un discurso historiográfico y mediático centralista que no se cansa de proclamar que estamos "rumbo al bicentenario", reduciendo así la independencia del Perú, que fue proceso complejo, múltiple, violento, y que abarcó un gran número de provincias, a un sólo hecho que ocurrió en medio de ese proceso, el 28 de julio 1821 en Lima, convirtiendo los acontecimientos posteriores y anteriores en "no eventos", para usarla acertada expresión de Michel-Rolph Trouillot.
Pero este discurso centralista es tanto más efectivo cuando se plantea de manera subliminal y sin palabras, es decir, a través de la imagen. Ya que no es casual, de un tiempo a esta parte, ver reproducido, de manera casi serial, en noticieros, afiches de congresos académicos y carátulas de libros, un cuadro pintado por Juan Lepiani en el que un solemne San Martín, acompañado de la máxima autoridad eclesiástica, proclama, en el balcón de la plaza de armas de Lima, que el "Perú es libre e independiente", aunque ello distaba por supuesto de ser cierto. Y no sabemos si hoy lo es. Debería pues dar mucho que pensar que esta imagen pintada en 1904, en pleno auge de la llamada República Aristocrática, cobre hoy tanta aceptación en el imaginario limeño de la independencia nacional.
En síntesis, la narrativa nacionalista de la independencia de acuerdo a la cual ésta habría sido proceso un endógeno y continuo de luchas anticoloniales que se iniciaron con la rebelión de Túpac Amaru en 1780 y culminaron en la batalla de Ayacucho en 1824 –que se convirtió en historia oficial por primera (y última) vez con Velasco– se ha desmoronado sin que ninguna de las corrientes historiográficas existentes logre proponer una cronología alternativa que inspire un mínimo de consenso.
Quienes organizamos el concurso de ensayos y coloquio internacional arriba mencionados detectamos en este vacío una oportunidad para el debate, para un intercambio integrador que dé cabida a las voces de diversos pueblos y regiones del Perú. Nuestros principales objetivos han sido expuestos en diferentes medios y re-enfatizados en el mencionado artículo de Estenssoro al que remito a las lectoras y lectores. Sólo queda enfatizar que se buscaba, además de escuchar, reconocer y valorar la historia producida por historiadores locales y regionales, romper con los círculos viciosos inherentes a los concursos de ensayos, cuyos resultados son siempre previsibles: los ganadores suelen ser gente de las mismas universidades y lugares, que muchas veces se conocen entre sí, reproduciendo el elitismo intrínseco a nuestras dispares estructuras educativas, económicas y sociales. Creemos haber dado un paso para superar esa problemática al realizar una convocatoria abierta que dio cabida a la diversidad lingüística del país, y sin limitarlo a las fronteras nacionales actuales.
Los tres ganadores del concurso, que con sus investigaciones inéditas en archivos locales abren nuevas perspectivas para entender la independencia peruana desde Huacho, Arequipa y Tarapacá, expondrán sus investigaciones junto con reconocidos especialistas peruanos y extranjeros que han dedicado años a investigar la problemática independentista a nivel continental, el 7 y 8 de agosto en el hemiciclo Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República y en la Alianza Francesa de Miraflores, respectivamente. Quedan todos invitados a escucharlos. Les aseguramos que presentarán algo más que “intuiciones".
Finalmente, creemos que esta aproximación descentrada y plural a la historia de la independencia es especialmente necesaria en un momento en que se busca instalar un "pensamiento único" basado en el triunfalismo económico que intenta prescindir de la historia como disciplina y como fuente de entendimiento del presente --lo que yo llamo el historicidio-- para favorecer una identidad nacional basada en el consumismo y la gastronomía y donde la historia, y el país, existen sólo como caricatura, logo, o póster turístico para atraer inversiones. Dar cabida a una historia de la independencia bien entendida supone pensar en la complejidad del proceso que nos convirtió en república, a la luz de las evidencias y sin espejismos, y así también revitalizar conceptos políticos como ciudadanía e igualdad de derechos, que nacieron precisamente con la independencia, pero que se soslayan o banalizan en los discursos patrioteros pues constituyen una piedra en el zapato para quienes le temen al cambio y no escatiman en promover la violencia y justificar el racismo para evitarlo.
Fuente: Revista Ideele n° 241. Agosto del 2014.