martes, 28 de septiembre de 2010

La guerra del Paraguay, el americanismo y la diplomacia sudamericana. La Triple Alianza frente a los países del pacifico.

La batalla de Riachuelo, por E. de Martino.

El Perú y la guerra del Paraguay 1864-1870

Por: Cristóbal Aljovín de Losada (Historiador)

La guerra del Paraguay, como se conocía en el Perú de ese entonces, fue una de las noticias internacionales más importantes de los periódicos limeños en años marcados por importantes enfrentamientos bélicos en América. Esta guerra era parte de un contexto bélico continental: La guerra civil norteamericana, “la guerra civil mexicana” entre Maximiliano y Juárez o la guerra contra España de los países del Pacífico, entre otros. Estas guerras implicaron fuertes debates ideológicos, pues estaban sobre el tapete temas como la esclavitud, la forma de gobierno (monarquía o república), la seguridad de los Estados y de la independencia americana. Estos debates, sin lugar a dudas, cuestionaban las bases de las repúblicas americanas: sus fundamentos y sus promesas.

Las noticias en torno a la guerra del Paraguay fluían con cierta regularidad. El diario limeño el Comercio reproducía noticias aproximadamente cada dos semanas, aunque a veces este intervalo se prolongaba dependiendo de la dinámica del enfrentamiento y las dificultades propias de los medios de comunicación de la época. La información publicada reproducía las noticias de los diarios de los países beligerantes, que tomaba sobre todo de diarios argentinos; publicaba también, aunque en menor medida, las cartas de corresponsales. Las noticias eran por lo general narraciones de las batallas y acontecimientos en torno a la guerra y a veces eran acompañados de escuetos comentarios. Las noticias de las guerras del Paraguay y de México creaban una gran expectativa en el país. Eran los días en que los vapores del sur y del norte venían con noticias “de los teatros de guerra de que tan despiadadamente se degollan nuestros hermanos”; las oficinas del telégrafo de Lima se llenaban de personas. “Principian a vaciarse los portales, los cafés y los hoteles de la gente desocupada (…) los desocupados y patriotas han invadido todo el local”[2], comentaba un diario de la capital.

En la mayoría de los editoriales y artículos al respecto en El Comercio, se nota una simpatía al Paraguay por el carácter asimétrico del conflicto, enfatizándose la imagen de un país heroico. El tratado de la Triple Alianza entre Brasil Uruguay y Argentina era considerado como una amenaza a la seguridad e integridad paraguaya. A través de noticias periodísticas y cartas de los diplomáticos, la imagen de la guerra era percibida como la prepotencia de tres países que se habían unido para despojar al Paraguay de su territorio. En muchos de estos textos se desligaba la defensa del Paraguay del asunto de su sistema político, idea que persiste hasta el día de hoy. Aunque el Paraguay perdió finalmente la guerra, ganaría, en cambio, en términos mediáticos.

Frente a la guerra del Paraguay, la política exterior del Perú tuvo dos momentos. El primero fue durante el gobierno del Coronel Mariano Ignacio Prado Ochoa (1865-1868), muy crítico con la situación de guerra y, en espacial por lo estipulado en el Tratado de la Triple Alianza. El segundo momento está caracterizado durante el gobierno del Coronel José Balta y Montero (1868-1872), que adoptó una relación más neutral con los países de la Triple Alianza. Aparte de la postura divergente respecto de la Triple Alianza, entre el periodo de Prado y el de Balta hay una segunda diferencia. El primer gobierno sostuvo una política coordinada con Chile que fue imaginada como una alianza de las repúblicas del Pacífico, una herencia heroica de la victoria del Combate del 2 de Mayo contra la armada española. El segundo sostuvo en cambio una política exterior unilateral, con unas relaciones con Chile que se van complicando. Balta no era bien percibido por personas influyentes de Chile. En realidad las relaciones con Chile habían comenzado a resquebrajarse desde los últimos meses del gobierno de Prado[3].

El presente artículo busca responder las siguientes preguntas sobre todo durante el gobierno del General Prado: ¿Cómo explicar el apoyo peruano al Paraguay? ¿Qué relación hay entre ideología y política exterior? ¿Qué visión geopolítica había entre los actores históricos? ¿Cómo fue la relación entre la política interna y externa?

El marco temporal

Durante el gobierno de Prado los agentes de la política exterior peruana trabajaron en conjunto con los chilenos para encontrar una solución negociada del conflicto bélico paraguayo. En este contexto, el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile citaría en abril de 1866 a los representantes de Perú y Bolivia a fin de discutir un posible proyecto conjunto de mediación. Los representantes de Perú y Bolivia se adhirieron a la propuesta del ministro chileno Sr. Covarrubias. Esta propuesta fue aprobada por el Gobierno del Perú a los pocos días de ser formulada[4]. Ya en mayo, se conoce el tratado de la Triple Alianza, que incrementa los temores de los países del Pacífico.

En un inicio, la oposición a la guerra, como lo planteaba el canciller peruano Toribio Pacheco, se debía a que “amenazada la América toda por un enemigo común, era menester reconcentrar fuerzas de todos los estados para sostener, en cualquier emergencia, la libertad e independencia que, todos juntos, conquistaron hace cuarenta años”[5]. El tratado de la Triple Alianza, sin embargo, creaba un fuerte malestar y reforzaba más bien la actitud de las repúblicas del Pacífico[6]. Por otra parte, de acuerdo a Pacheco, el tratado de la Triple Alianza iba en contra del derecho de gentes, pues buscaba derrocar al gobierno del Paraguay. Hay que recordar que para el Derecho de Gentes el único competente para derrocar a un gobierno es el pueblo, esto es, el portador de la soberanía nacional. De acuerdo con esta consideración, proceder como lo estipulaba el tratado implicaría “establecer una doctrina, que aplicada hoy al Paraguay, como lo fue poco ha a la República Mejicana, pondría a los demás estados de América a merced de lo que una o más potencias vecinas o lejanas tuviesen a bien resolver sobre sus destinos presentes y futuros”[7]. De igual modo, los otros puntos del tratado, según Pacheco, eran de gran peligro. Pacheco concluye que “hacer del Paraguay una Polonia americana sería un gran escándalo”[8].

La política peruana frente al conflicto del Paraguay cambia con el gobierno de Balta. Este último había organizado una revolución contra el gobierno de Prado, como consecuencia de la cual había terminado siendo elegido presidente del Perú. Como Prado era su enemigo, era natural que Balta deseara diferenciarse de él, lo que a nivel de las relaciones exteriores significaba una actitud diferente respecto de la Triple Alianza y el Paraguay, aunada a una especie de desinterés frente al tema. Aparte del deterioro de la relación con Chile, que ya hemos mencionado, hay dos elementos más que explican este cambio de actitud. El primero es que la dinámica de la guerra mostraba que la posibilidad de negociación estaba cada más ajena; aunque las cartas de los diplomáticos peruanos siempre se referían al coste en vidas y en bienes que significaba la guerra, había un constante factor de desgaste. Los mensajes de la diplomacia brasileña, en cambio, eran claros en contra de toda negociación. En ellos, se percibía que el Imperio del Brasil no pararía hasta lograr sus metas: derrotar el régimen de López y resolver los problemas limítrofes. El segundo elemento importante en el cambio de actitud ante la Triple Alianza y la guerra fue Prado. Éste, ya en el gobierno de Balta, viajó al Brasil, pues estaban allí los monitores Pachitea y Atahualpa, que habían sido comprados en EEUU y estaban entonces en ruta al Perú. En el norte del Brasil Prado trató de convencer a los oficiales de los monitores –no a la tripulación, que era de origen norteamericano- para que se declarasen en rebeldía y lo apoyaran en una revolución contra Balta. Por otra parte, los monitores sufrieron una serie de percances en la travesía, lo que los obligó a quedarse en puertos brasileños para su reparación[9]. El gobierno de Balta requería ser cauteloso con el Imperio del Brasil. Hay que añadir, sin embargo, que la diplomacia peruana era cautelosa y continuaba teniendo reparos a la guerra y la política amazónica del Imperio del Brasil.

En 1869, el nuevo Ministro peruano ante el Emperador rechaza escribir una nota de disculpa por la retórica crítica a la guerra y al Brasil de Prado durante la rebelión en Arequipa, efectuando tan sólo una disculpa por la retórica dura de este personaje. Para el diplomático peruano, aceptar disculpas más generales implicaba negar “las protestas contra la guerra del Paraguay y el tratado con Bolivia" de 1867[10]. Es notorio que no se había abandonado la idea de que la guerra del Paraguay era asimétrica. De hecho, se admiraba aún la defensa heroica de los paraguayos frente a fuerzas que se veían como muy superiores. Pero había que ser realistas. Para los diplomáticos peruanos, no cabía la menor duda de que era el Imperio del Brasil el que decidiría la suerte definitiva del Paraguay después de su inminente derrota. Es interesante leer en este sentido la carta que envía el Ministro peruano en la Corte del Brasil al Ministro de Relaciones Exteriores en Lima en torno a la muerte del General López:

Vencido por las fuerzas notablemente superiores de los tres estados aliados, huía con muy pocos hombres de su guardia para la frontera de Bolivia, fue alcanzado y rodeado en Aquibadan por la división brasileña que manda el general Camarra.

Las partes oficiales dicen que como Lopes estaba gravemente herido y no quería rendirse, fue muerto por un soldado brasilero…

Con el bagage del general Lopez caminaban cinco hijos suyos de los cuales el mayor contaba doce o catorce años, madama Linch, el anciano Sanches vice presidente del Paraguay, la madre y dos hermanas de dicho general, y algunos pocos sirvientes. Todos fueron tomados por la division brasilera, habiendo muerto el Sr. Sanchez y el joven de 14 años hijo de Lopez.[11] (La carta viene subrayada)

La visión americana de los países del Pacífico

Para comprender la política exterior peruana del gobierno de Prado, hay que vincularlo sin lugar a dudas con el conflicto con el Reino de España y la alianza que se armó a este respecto entre el Perú, Chile, Ecuador y Bolivia. Prado es el líder de la revolución contra el gobierno del General Juan Antonio Pezet Rodríguez (1863-1865). Hubo un incidente en la hacienda Talambo en el norte del Perú en que murió un español; éste hecho sirvió de excusa a la escuadra española, que ocupó las islas guaneras de Chincha en 1864. En ese contexto, el gobierno de Pezet firmó el Tratado Vivanco-Pareja en 1865. La opinión pública rechazó el tratado, que fue considerado como una cesión de la soberanía nacional en favor del Reino de España. El episodio del Tratado Vivanco-Pareja y su rechazo fue el origen de una revolución nacionalista y americanista liderada por el Coronel y prefecto de Arequipa Prado, que selló su éxito político con la victoria sobre la Escuadra española en el Combate del 2 de Mayo de 1866, en el puerto del Callao. En términos generales, esta guerra contra España hizo resurgir el espíritu americanista. Ello explica la orientación americanista de Prado compartida, sobre todo, por el gobierno chileno[12]. De hecho, hasta antes de la Guerra del Pacífico (1879-1883), puede decirse que la imagen pública de Prado se construyó como la de un héroe americano que había derrotado a los españoles[13].

El americanismo tiene una importante historia desde, al menos, las guerras de emancipación, como un proyecto político de una América diferente a España. Este americanismo evolucionaría luego en la idea de una unión entre los países hispanoamericanos en respuesta a la amenaza de las monarquías europeas. Obviamente, en una versión más limitada, este ideal está presente en las propuestas del libertador Simón Bolívar en el Congreso de Panamá de 1826 o de la Federación de los Andes, que marcaron el debate en la década de 1820. El americanismo en general proponía la unidad americana y la defensa de la independencia; por lo general, fue elaborado en clave republicana. Este fue un discurso político que se reproducía con mucha facilidad ante la amenaza de una potencia extranjera[14]. El americanismo, sin embargo, iría perdiendo fuerza con el paso de los años. El pico más alto fue durante las guerras de emancipación y recobraba brillos en momentos de amenaza americana por parte de los países europeos[15].

Desde la década de 1840, los inicios del boom del guano, y vinculado a una política imperialista de las monarquías europeas, el Perú busca proyectar una imagen americanista, sobre todo en los gobiernos de Ramón Castilla (1845-1851 y 1855-1862). Gracias al ingreso del guano, Castilla apuntala el sistema diplomático con misiones en Latino América, EEUU y Europa, convirtiendo la diplomacia peruana en una de las líderes en América. La política diplomática peruana estaba basada en la defensa de la soberanía nacional, la solidaridad continental y la integridad nacional[16].

Hay un conjunto de hechos en América que refuerzan el americanismo. Estos hechos están vinculados a actitudes de clara interferencia europea en la América Hispana. La alianza del general Flores con la Reina Regente María Cristina de España cuyo fin era preparar una expedición al Ecuador para establecer un protectorado en ese país. Esta expedición fracasó porque fue víctima de un embargo que las autoridades británicas impusieron a los buques que estaban destinados para el proyecto de Flores. En ese contexto, se realizó en Lima la Conferencia Americana de 1847-1848 en que participaron Ecuador, Bolivia, Chile y Nueva Granada y que concluyó con la firma de diversos tratados. Uno de estos acuerdos diplomáticos es el Tratado de la Confederación, cuyo fin era la defensa americana frente a la agresión externa. Hubo intentos en el mismo sentido en los años posteriores: El Tratado Continental de 1856 entre Ecuador, Perú y Chile, por ejemplo, tiene un espíritu similar a la primera Conferencia, aunque no estipula una unión entre Estados del tipo de una Confederación. En la década de 1860 se formó la Cuádruple Alianza, entre Ecuador, Bolivia, Perú y Chile, con una posición americanista que rechazaba las propuestas y actos de la Armada Española. El discurso de la Cuádruple Alianza defendía la unión americana, la independencia y la soberanía nacionales. Una referencia importante de la Cuádruple Alianza, sin lugar a dudas, era el Imperio de México, cuyo trono había ocupado Maximiliano I Habsburgo. El Emperador era sostenido con el auxilio de tropas francesas enviadas por Francia entre los años de 1864 y 1867. En 1864 se realizó la Segunda Conferencia Americana; sería el último intento de conformar una Confederación para unirse en contra de agresiones externas dentro de la perspectiva americanista. Dicha conferencia se realizó en pleno conflicto contra España[17].

Los postulados de esta política exterior americanista colisionaban con el sentido que tomaba la guerra del Paraguay. En el Perú como en Chile y otros países americanos, esta guerra se vio como una guerra de conquista que atentaba contra la independencia de los países de la región y podía generar un terrible precedente. En ese sentido, no había diferencia entre la conquista de un país americano por un Reino europeo o por un Estado americano. La conquista era simplemente conquista. El editorial de El Comercio del 8 de octubre de 1866, en el que se contestaba las imputaciones de la prensa argentina sobre la parcialidad del Perú hacia Paraguay, muestra esta condena frente esta política de conquista:

La protesta de nuestro Gobierno contra la anexión á España de la república de Santo Domingo y su lucha contra la intervención francesa en Méjico, eran antecedentes que necesariamente debían producir la protesta contra la intervención de las repúblicas del Plata en los asuntos domésticos del Paraguay, y contra el mal encubierto proyecto de anexión ó repartición del territorio de éste en las tres naciones aliadas.

La justicia ni los hechos cambian la naturaleza con el lugar, y no porque la alianza oriental se dirija contra el pequeño Estado del Paraguay, es decir, contra un país á quien se califica de bárbaro para cohonestar de algún modo el atentado en proyecto, pierde su gravedad los hechos que antes de ahora ha condenado el Perú...

Así igualmente habría evitado la vergüenza de acusarnos por que llamamos americanos y hermanos á los paraguayos. Si siempre que se trata de los intereses de América, debemos de prescindir de ellos ¿donde los colocaremos? ¿Qué son? Preguntamos á nuestra vez. ¿Son egipcios? ¿Son rusos? ¿Qué son?[18]

En 1867, cuando todavía era posible un final aceptable para el Paraguay, un diario limeño público un poema que resume la visión americana de la guerra: una América que rechaza la monarquía. América es republicana y respeta la soberanía de cada país. La conquista no forma parte de la cultura americana:

¡Pueblo sublime, Paraguay valiente!
América te admira
(…)
Y arrollas á los fieros invasores,
A esas hordas impías
No de un traidor nomás… de tres traidores
Traidores a la América, heresiarcas
Contra su santa libertad, y siervos
De esa raza europea de monarcas.
(…)
América rechaza…
Que una de las Repúblicas hermanas
Sufra la suerte infausta de Polonia.[19]

La guerra de 1866 y las alianzas

En 1862 partió de Cádiz a América una expedición científica española bajo el comando del Almirante Luis Hernández Pinzón que luego paso a ser dirigida por el Almirante José Manuel Pareja. Desde un inicio ésta fue percibida como una amenaza para los países del Pacífico. A raíz de esta percepción de peligro cambiaron las alianzas entre los países del Pacífico sur, dejándose atrás momentáneamente múltiples conflictos, incluso muchos de orden de definición o demarcación de fronteras. Chile, Perú, Ecuador y Bolivia conformaron la Cuádruple Alianza. Perú y Chile fueron los primeros en hacer un frente común en diciembre de 1865, en cuyos pasos fueron seguidos por Ecuador y Bolivia en enero y marzo de 1866. En cambio, Argentina, Uruguay se abstuvieron de participar en la alianza y Brasil se declaro neutral[20].

La conformación de la Cuádruple Alianza no fue un objetivo fácil de lograr. Para comenzar, el Perú y Chile buscaron la alianza con Bolivia, un país que tenía serios conflictos fronterizos con Chile, país con el cual tenía en disputa la posesión de la riqueza guanera de Mejillones. Mejillones aparecía para ambas naciones en los primeros años de la década de 1860 como una gran esperanza de explotación de recursos. De hecho, ambos países habían otorgado concesiones a empresarios para su explotación considerando tener soberanía sobre Mejillones. En este contexto de fricciones diplomáticas, en el año de 1863 el Parlamento boliviano aprobó una ley que otorgaba facultades al Ejecutivo para declarar la guerra a Chile previo agotamiento de la vía diplomática. A pesar de fracasar las negaciones chileno-bolivianas, el país del Altiplano no le declaró la guerra a Chile, en buena parte, por carecer de una Armada[21]. En realidad, al igual que Ecuador con Guayaquil, Bolivia no estaba preparada para defender el puerto de Cobija. A pesar de ello, en enero de 1866, el presidente boliviano Mariano Melgarejo decide que Bolivia participe en la alianza que Chile, Perú y Ecuador habían ya sellado. La idea era ampliar el radio bélico de la escuadra española, que tendría varios miles kilómetros hostiles, imposibilitando el abastecimiento a sus buques[22].

Es interesante notar las obvias diferencias de concepción de la política internacional entre la Triple y la Cuádruple Alianza. Mientras los países del Pacífico estaban unidos en contra de España, en defensa de la independencia americana, los países del Atlántico (Uruguay, La Confederación Argentina y el Imperio del Brasil) estaban enfrascados en una guerra contra el Paraguay, otro país americano. La Cuádruple Alianza sustentaba un fuerte discurso americanista-integracionista. Los países de la Triple Alianza no estaban interesados en el americanismo; éstos estaban interesados, más bien, en una reivindicación de territorios y en imponer una política de libre navegación en los ríos de la región de la Plata. Para la diplomacia de los países del Pacífico, la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay rompía la unidad americana en un momento en que se requería la unidad continental contra agresiones europeas.

La geopolítica de los países del Pacífico

Es interesante observar que las cancillerías peruana, boliviana y chilena tenían una lectura geopolítica propia en torno a la guerra del Paraguay. Cada país compartía puntos de vista básicos de traición al ideal americanista de parte de la Triple Alianza y veían la desaparición del Paraguay como un peligro inminente. Cada uno de los cuatro países, sin embargo, tenía sus propios temores y sus propias cartas a jugar. En mucho las variables individuales estaban signadas por problemas limítrofes. En este sentido, la lectura de la documentación diplomática permite observar un temor peruano del avance brasileño, un enfrentamiento entre chilenos y argentinos que se vincula a antiguas disputas, y una Bolivia que tiene posibles conflictos con todos los actores, aun con sus aliados iniciales (Chile y Perú). No debe perderse de vista que Bolivia tiene fronteras con Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú.

Como parte de los aliados del Pacífico, Bolivia formó parte del bloque que buscó una solución negociada a la guerra del Paraguay durante los años de 1866 y 1867. Temía con razón que los territorios del Chaco mencionados en el tratado de la Triple Alianza implicaran una merma a las pretensiones bolivianas en favor del Brasil[23]. Sin tener un rol tan protagónico como el Perú y Chile en la búsqueda de una solución frente a las cancillerías de Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires, Bolivia jugó un rol importante en las negociaciones, dada su ubicación estratégica. Bolivia podía convertirse en una salida al exterior para Paraguay, que en 1867 estaba cercado por los ejércitos de la Triple Alianza. Una salida al exterior implicaba posibles fuentes de abastecimiento para el ejército paraguayo. Bolivia significaba el ofrecimiento de mejorar las vías de comunicación, un tema vital para la supervivencia del Paraguay[24]. Por lo demás, el encierro del Paraguay por la Triple Alianza era tan fuerte que, para 1867, el Ministro del Perú ante los países de la Triple Alianza no tenía canales seguros para comunicarse con el gobierno del Paraguay[25].

La diplomacia de la Triple Alianza intentaba dividir a los países del Pacífico y deshacer a la Cuádruple Alianza. Respecto de divisiones, Bolivia era largamente el país más vulnerable. Los argentinos y los orientales, por ejemplo, intentaron persuadir a los bolivianos que sus temores acerca de los alcances del tratado en lo referente a las pretensiones territoriales de su país no estaban justificados. El Imperio del Brasil, por su parte, tuvo un acercamiento más agresivo con el país del Altiplano. Bolivia y Brasil firmaron un tratado en 1867. Este instrumento diplomático fue percibido por parte de los peruanos y chilenos como una traición[26]. Es más, el Perú consideraba que el documento era peligroso, pues compartía fronteras con ambos países y había controversias sobre la definición y demarcación de las fronteras[27]. En relación a la guerra, con el tratado de 1867 se cierra la posibilidad de que Bolivia ofreciera una ayuda real al Paraguay.

El Perú temía más al Brasil que a la Argentina. Al menos había dos puntos centrales para explicar este temor que se tomaban en cuenta en los cálculos diplomáticos peruanos. Los gobiernos argentinos eran inestables, los brasileños no; la política exterior era cambiante para Argentina y no para el Brasil. Argentina –a diferencia del Imperio del Brasil- era vista como un Estado no muy bien estructurado. Por otro lado, la guerra era muy criticada en Argentina y tenía muchos enemigos internos. La diplomacia brasileña parecía su antítesis, y era percibida como más monolítica. No está demás decir que los gobiernos brasileños eran más estables que los argentinos. Esta visión de la estabilidad monárquica del Brasil iba acompañada de la sospecha de una tendencia natural a aliarse con sus pares, las monarquías europeas. Para el ministro Vigil, las repúblicas del Pacifico debían temer al Imperio del Brasil “con sus instituciones retrogradas, con su política hipócrita, su liberalismo mentiroso, sus simpatías en Europa (aunque lo niegue por cálculo) y su implacable ambición de territorios ajenos, el Imperio es una amenaza más seria para todos los vecinos de lo que generalmente creemos"; aunado esto al crecimiento de su población[28]. Este temor se amplificaba cuando se tomaba en cuenta la expansión territorial del Brasil en el Amazonas, una región donde el Estado peruano tenía muy poca presencia. Es natural que el temor al Brasil fuese mayor; un país estable, en expansión y limítrofe, un país que parecía ir camino de alcanzar la hegemonía en el Amazonas.

En un informe al ministro de Relaciones Exteriores escrito por el Ministro destacado en los países de la Triple Alianza, se mostraba los temores peruanos a una presencia militar brasileña en el Amazonas. Al referirse a la escuadra brasileña, se subrayaba que era “numerosa y fuerte por la clase de sus buques, si no por sus marinos… pues podría alguna vez dominar el Amazonas, como domina hoy el Plata y sus afluentes”[29].

Para los chilenos el problema principal era la Argentina, con cuyo gobierno mantenía relaciones complicadas. La Argentina, por su parte, desconfiaba de la diplomacia chilena, a la que acusaba de interferir en asuntos en los que no tenía injerencia. La diplomacia argentina interpretaba que la intervención del Perú en la guerra y en los asuntos internos de la Confederación era menos relevante, aun cuando el Perú y Chile trabajaron juntos para lograr frenar los avances de la Triple Alianza en la guerra hasta fines de 1867. Las acusaciones de los argentinos a los chilenos de injerencia tenía un amplio espectro que iba desde manipular la política boliviana en contra de la Argentina hasta el apoyo a las revoluciones en contra del régimen del Presidente argentino Mitre. De acuerdo a los argentinos, había una política chilena de injerencia en asuntos argentinos con una gama de juegos vastos y oscuros. En este sentido, en un informe del informe Ministro peruano ante los países de la Triple Alianza en octubre de 1866 se describe cómo la prensa argentina acusa a Chile de manipular al Presidente boliviano Melgarejo para provocar una invasión boliviana a territorio argentino:

Muy alarmada se manifiesta la prensa argentina por ciertos rumores, que atribuyen al General Melgarejo á idea de amenazar la Confederación con un ejército por el lado de Salta. Como de costumbre, se explica el hecho, suponiéndolo cierto, como debido a sugestiones de Chile, al protestar contra el Tratado de Alianza, y hoy lo es Bolivia amenazando con una invasión armada. La verdad es que, a ninguna de las republicas occidentales se teme tanto como a Chile, sea por que hay con ella disputas antiguas que han predispuestos los ánimos, sea porque se reconoce en que ninguna podría obrar contra la Confederación con mayor eficacia, por su vecindad y relaciones con las provincias argentinas”[30].

Los grupos favorables a Mitre temían que los chilenos se inmiscuyeran en su política interna durante la revolución de Mendoza. Los diarios oficiales de Buenos Aires vinculados al gobierno acusaban al régimen chileno de intervenir en su política interna. De acuerdo con estos, Chile tenía el propósito de derribar el gobierno de Mitre. Respecto a ello, la fuente diplomática peruana afirmaba que las acusaciones contra Chile eran fomentadas por los inmigrantes europeos. En este caso concreto, se trataba de los inmigrantes españoles en Buenos Aires, a quienes se atribuía crear una imagen anti-chilena que se consideraba vinculada a la guerra de ese entonces contra España[31].

La lectura política de la revolución de Mendoza por parte de la representación peruana en los países de la Triple Alianza ayuda a comprender sus deseos y esperanzas: La guerra del Paraguay generaba un malestar político en la Argentina, y un cambio de la política interna implicaba un cambio de posición frente a la guerra del Paraguay. A inicios de febrero de 1867, la revolución de Mendoza se expandió a San Juan, San Luis, La Rioja y una parte de Córdoba, lo cual obligó al Presidente Mitre a retirar tropa de la campaña contra el Paraguay para hacer posible la represión de las provincias rebeldes. Para la diplomacia peruana un éxito de la revolución implicaba un cambio en el panorama internacional. Una victoria de la revolución de Mendoza permitía cambiar las alianzas de los países en guerra y, quizá, realizar también un nuevo trazado del mapa político en lo concerniente al territorio de la Confederación. Con algo de esperanza en el triunfo de la revolución de Mendoza, el diplomático peruano Vigil imaginó un posible nuevo escenario internacional del siguiente modo:

Considero el triunfo de la revolución altamente deseable para la alianza del Pacífico, ya respecto de nuestra cuestión con España, ya con referencia a la unión sud americana, y ya también en cuanto a la conveniencia de oponer un obstáculo eficaz a la política peligrosa del Brasil. Si esta revolución triunfase, habrían desaparecido las más serias dificultades que hasta ahora ha encontrado la alianza americana. La provincia de Buenos Aires se separaría probablemente de la Confederación, como lo hizo otra vez; pero todo el resto de los estados de la Plata, incluso el Paraguay acabarían por acercarse políticamente a nosotros[32].

La Armada Española y la neutralidad uruguaya y brasileña

Uno de los puntos más álgidos y difíciles de las relaciones entre Perú, Chile y el Uruguay y sobre todo el Imperio del Brasil fue el referente al uso de los puertos de ambos países por parte de la Armada Española. Se trataba de un tema complejo porque la guerra contra España no había terminado después del Combate del 2 de Mayo de 1866. Aunque la Armada española se había retirado, no había firmado ningún tratado que diera el conflicto por terminado. No era fácil la negociación de paz porque la retórica del gobierno de Prado -- cuya legitimidad se sustentaba en una ideología nacional americana que rechazaba las ambiciones de España en América -- era muy dura y menos conciliadora que la del gobierno de Chile[33]. Esto significaba que, desde el punto de vista de Chile y el Perú, la guerra continuaba, y existía el temor de que nuevas expediciones españolas se organizaran contra los países del Pacífico. Conforme con estos temores, se planearon una serie de medidas de defensa contra una posible segunda expedición española. Una de las propuestas indicaba que buques peruanos y chilenos debían esperar a la Armada Española en Chiloé y, de ese modo, realizar una emboscada.

Frente a la situación del uso de los puertos de la Sudamérica atlántica, Perú y Chile actuaron de modo coordinado quejándose ante las cancillerías de Montevideo y Río de Janeiro indicando que su neutralidad ante el conflicto con España no era real. Los países atlánticos ofrecían servicios a la Armada Española que se consideraba iban más allá de lo que era un trato neutral. Es muy ilustrativa a este respecto la correspondencia diplomática, que presenta una visión negativa y de temor, sugiriéndose incluso la idea de que Brasil, Uruguay y Argentina terminarían convirtiéndose en punto de apoyo de una posible expansión española en la costa del Pacífico. Hay una visión de que los países de la Plata están influenciados por España. Como había imaginado ya Bolívar[34], para muchos la monarquía brasileña era una amenaza para las repúblicas del Pacífico, pues ésta favorecía la política imperialista de las monarquías europeas. De otro lado, las poblaciones españolas o italianas que migraban a la costa del Atlántico eran percibidas como muy ligadas aún cultural e incluso políticamente a sus países de origen.

Los representantes del Perú y de Chile en Montevideo redactaron una nota al Ministro de Relaciones Exteriores en enero de 1867 quejándose de la presunta falta de neutralidad del país. Los firmantes consideran que "La libertad concedida a los buques españoles de permanecer en el puerto neutral implica para ellos el permiso de convertir el puerto en lugar de observación y acecho de los movimientos del otro beligerante, en lugar de espera y reunión de nuevos refuerzos, y en base de próximas operaciones bélicas". De ese modo se comete en un gran daño a las repúblicas del Pacífico. "La neutralidad, es decir, la imparcialidad del gobierno Oriental se hace ilusoria". Para Perú y Chile, la neutralidad implicaba restricciones reales a los oficiales y marineros así como a los buques españoles para que no se sirvan del puerto de Montevideo[35].

De acuerdo a los informes del Ministro Vigil, la simpatía de Montevideo por España no era difícil de probar. Un ejemplo que se aducía para esto era la actitud de la prensa uruguaya frente a la guerra con España. Para los diarios de Montevideo, por ejemplo, los combates de Abtao y el de 2 de Mayo habían sido victorias españolas. En enero de 1867, Vigil llega a tener una posición tan negativa frente a la política de neutralidad del gobierno uruguayo que propone que una escuadra del Pacífico se enfrente a los tres barcos de madera españoles anclados en la bahía de Montevideo. Para el diplomático peruano, una nota de protesta no era suficiente; las repúblicas del Pacífico debían exigir a los países de la Triple Alianza a una neutralidad verdaderamente práctica[36]. Para el diplomático chileno, Alberto Blest Gana, representante de Chile ante el gobierno de EEUU, menciona las noticias de que España busca utilizar Montevideo como base naval, algo que ya lo hacían, “con la intención de apoderarse de los elementos de guerra que nos vayan por aquella vía”; sin embargo duda que España “con tan revueltos asuntos interiores” pueda “emprender algunas operaciones”. En otra carta, Blest aboga por la compra de barcos de guerra pensando en un conflicto con España[37].

Los representantes del Perú y de Chile redactaron, de igual modo, notas en común dirigidas al Ministro de Relaciones del Imperio del Brasil. En una nota al Ministro brasileño, consideran como actitud hostil la presencia de los buques de guerra de España en el Brasil. Sin embargo, los temores a la política brasileña son mayores. En el año de 1867, hay rumores que el Brasil había entablado conversaciones secretas con el Reino de España para formalizar una alianza cuya finalidad sería contraria a los intereses de las repúblicas del Pacífico[38].

Ya para el año de 1869, se consideraba remota la posibilidad de que España fuera una amenaza para los países del Pacífico. La tensión iba bajando y la percepción de una eventual alianza entre la monarquía americana y la Corona Española iba en disminución. Para el Ministro del Perú en el Imperio del Brasil de ese año, aunque no se había firmado la Paz con España, era improbable ya un ataque por “la paz de hecho en que estamos tiempo ha, y la situación interior de la España, que la imposibilita para renovar las hostilidades”[39]. No había entonces nada ya que temer en el Atlántico. Una posible alianza ofensiva del Brasil con la Corona de España era poco probable. Las repúblicas del Pacífico que, al final de cuentas, eran tan solo Perú y Chile, podían dedicar su atención a nuevos y antiguos problemas.

Ultimas palabras

En 1870, terminó la guerra con un Paraguay destrozado y a merced de la voluntad del Brasil y de sus socios. En el Perú, para la mayoría de los que seguían los acontecimientos, la guerra había sido injusta, cobarde que estaba sustentada por el afán de conquista en una relación de fuerzas asimétricas. El paso del tiempo va relegando el interés por la guerra del Paraguay. Casi después de diez años, empieza la guerra del Pacifico (1879-1883) que marcó profundamente la imagen histórica del Perú. Con los años la guerra del Paraguay pasó a ser mera curiosidad de gente entendida en historia que admira el heroísmo del pueblo del Paraguay. En la segunda mitad del siglo XX, la admiración de dicho heroísmo estuvo vinculada con una fascinación por el modelo autoritario con una política económica proteccionista y estatista que había implantado el gobierno de José Gaspar de Francia (1814-1840). Siguiendo esta lectura histórica, Paraguay había escapado momentáneamente del liberalismo decimonónico reinante en ese entonces. Francia había implantado un modelo de desarrollo que había dado sus frutos, y que el Imperialismo británico aliado con los países de la Triple Alianza había ayudado a tumbar dicho modelo. Con el furor del neo-liberalismo, menos personas con curiosidades históricas tuvieron interés en el modelo del doctor Francia, conocido como el Supremo, en Paraguay y quedó la imagen tan sólo del heroísmo; aunque la crisis financiera mundial de nuestros días, de octubre de 2008, fomentará el debate de las primeras décadas de la historia paraguaya.

Dejando de lado los debates en torno a los modelos de desarrollo y la implicancia de la guerra, la imagen de una guerra asimétrica y de conquista perdura; y de otro lado, la admiración por la valentía de la defensa paraguaya. En el Comercio, los artículos en torno a los últimos días de vida del Presidente López y de la guerra son descritos con una gran amargura y en clave republicana:
Las últimas noticias que nos comunican algunos diarios argentinos sobre la guerra de la triple alianza contra la heroica República del Paraguay, la dan ya como terminada y al Presidente López lo hacen figurar como huyendo en dirección á Bolivia… va á llevar la consternación á todos los corazones republicanos que han seguido con el más profundo interés esta lucha desigual, sostenida heroicamente, por los valientes y denodados hijos del Paraguay desde hace cinco años, rechazando las pretensiones absurdas del imperio negrero y sus aliados del Plata…

Las repúblicas sud-americanas que hasta ahora no han levantado su voz en contra de las pretensiones de la alianza (…) deben, en estos momentos solemnes y de dura prueba para los vencidos, intervenir á fin de que el Paraguay conserve no solo su autonomía nacional, sino evitar que el Brasil siga influyendo en la política de ese país…

Es tiempo, pues, que los Gobiernos americanos y muy especialmente aquellos que tienen por vecinos al Imperio esclavócrata, obren en consuno para impedir, enérgicamente, que el Paraguay deje de figurar como república independiente y soberana entre los estados que hoy componen el continente sud-americano…[40]

A los pocos días aparece otro artículo anunciando la muerte de López que describe el asunto de modo dramático y trágico: “Así ha terminado esta lucha gigantesca, que ha durado cinco años, con la muerte de López que ha sido admirado por su energía y su gran corazón; pues con una constancia, á toda prueba, ha defendido palmo á palmo á su patria, exhalando su último suspiro en la contienda. Nosotros no tenemos embarazo para declarar que la muerte de López es un asesinato (…) su muerte ha producido un hondo sentimiento de tristeza en todas las Repúblicas del Pacífico que han seguido con gran interés las diversas peripecias de esta guerra colosal.”[41]

Notas

[1] Agradezco a David Velázquez y a Víctor Samuel Rivera por sus valiosos comentarios al manuscrito de este trabajo.
[2] El Comercio (Lima), “Crónica de la capital: El Telégrafo”, 21 de diciembre de 1867.
[3] Ronald Bruce St. John, La política exterior del Perú, (Lima: Asociación de funcionarios del servicio diplomático del Perú, 1999), p. 75; Cartas de Allest Gana a Federico Errázurriz, Londres 1 y 16 de junio de 1868. Sergio Fernández Larraín com., Epistolario Alberto Blest Gana 1856-1903, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1991), pp. 137, 141.
[4] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, (Lima: Imprenta de “El Progreso”, 1867), pp. 20, 24.
[5] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 30.
[6] Memoria que el Secretario de Estado en el despacho de Relaciones Exteriores presenta, por orden del Gefe Supremo Provisorio de la República, al Congreso Constituyente. (Lima: Imprenta del Estado por J. E. del Campo, 1867), pp. 26-31.
[7] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 33.
[8] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 35.
[9] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, Legación en el Brasil, cartas de José María Torre, Ministro del Perú al Imperio del Brasil, al Señor Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Río de Janeiro, 5 de septiembre y 4 de octubre de 1869.
[10] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, Legación en el Brasil, carta José María Bueno al Ministro de Estado en el despacho de relaciones exteriores, Río de Janeiro, 5 de setiembre de 1869.
[11] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2 Servicio diplomático del Perú, legación en Brasil 1870. Carta de Luis Meneses al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Río de Janeiro, 3 de abril de 1870.
[12] Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, 1822-1933 (Lima: Editorial Universitaria, 1983), tomo IV, pp. 140-236; Juan José Fernández Valdés, Chile-Perú. Historia de sus relaciones diplomáticas entre 1819 y 1879. (Santiago de Chile: Editorial Cal & Canto, 1977), pp. 281-334.
[13] Cristóbal Aljovín de Losada y Julio César Loayza Orihuela, “La campaña presidencial de Lizardo Montero, 1875-1876”, Elecciones, N. 7((Noviembre 2007), pp. 194-196.
[14] José Miguel Bákula, El Perú en el reino ajeno. Historia interna de la acción externa. (Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2006), pp. 527-540.
[15] Cristóbal Aljovín de Losada, “América-americanos”, manuscrito por publicar.
[16] Ronald Bruce St. John, La política exterior del Perú, pp. 43-60.
[17] Rosa Garibaldi, La política exterior del Perú en la era de Ramón Castilla. Defensa hemisférica y defensa de la jurisdicción nacional. (Lima: Fondo Editorial Fundación Academia Diplomática del Perú, 2003), pp.160-163; 172-185; 193-212; Mark Van Aken, El Rey de la Noche, (Quito: Banco Central del Ecuador, 1995), pp. 335-367; Ronald Bruce St. John, La política exterior del Perú, pp. 43-60.
[18] El Comercio (Lima), Editorial, 8 de Octubre de 1866.
[19] J. F. de Larriva, “EL Paraguay, Mitre y Rosas”. En El Comercio (Lima), Variedades, 14 de Enero de 1867.
[20] Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, 1822-1933, tomo IV, pp. 209-209, 211.
[21] Roberto Querejazu Calvo, Guano, Salitre, Sangre. Historia de la Guerra del Pacífico (La Participación boliviana). (La Paz: Librería Editorial Juventud, 1998), pp. 35-52.
[22] Roberto Querejazu Calvo, Guano, Salitre, Sangre. Historia de la Guerra del Pacífico, pp. 35-52.
[23] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, pp. 56, 67.
[24] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 61
[25] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 45.
[26] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 147, 149.
[27] Ronald Bruce St. John, La política exterior del Perú, pp. 75-78; Juan Miguel Bákula, Perú: Entre la Realidad y la Utopía. 180 años de política exterior. (Lima: Fondo de Cultura Económica- Fundación de la Academia Diplomática del Perú, 2002), tomo I, pp. 695-714.
[28] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, carta de Benigno González Vigil al Señor Coronel Mariano I Prado del diciembre 25 de 1867
[29] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 70.
[30] Secretaría de Relaciones Exteriores, Correspondencia diplomática relativa a la cuestión del Paraguay, p. 127
[31] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, carta de Benigno González Vigil al Señor Ministro, Montevideo 20 de marzo de 1867.
[32] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, carta de Benigno González Vigil al Señor Ministro, Montevideo febrero 2 de 1867.
[33] Juan José Fernández Valdés, Chile-Perú, pp.342-351.
[34] Carta de Simón Bolívar al General f. de P. Santader, Potosí, 10 de octubre de 1825, Simón Bolívar, Discursos, proclamas y epistolario político, M. Hernández Sánchez-Barba ed., (Madrid: Editora Nacional, 1975), pp. 292-298
[35] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2 Servicio Diplomático del Perú legación en Brasil, carta firmada por Benigno G. Vigil y G. Blest Gana al Ministro de relaciones exteriores del Uruguay, Montevideo 2 de enero de 1867.
[36] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, Servicio Diplomático del Perú legación en Brasil, Montevideo Enero 2 1867.
[37] Cartas de Alberto Blest Gana a Federico Errázuriz, Washington febrero 27 y 9 de abril de 1867, en Epistolario Alberto Blest Gana, pp. 105, 108.
[38] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, Servicio Diplomático del Perú legación en Brasil, cartas de B. G. Vigil al Ministro de Estado del Perú del 17 y 18 de enero de 1867.
[39] Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, 5-2, Servicio Diplomático del Perú legación en Brasil, carta de José María Torre Bueno al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Río de Janeiro de 1869, 4 de octubre.
[40] El Comercio (Lima), “Comunicados. Intereses Generales: Paraguay”,30 de marzo de 1870.
[41] El Comercio (Lima), “Crónica Exterior: Imperio del Brasil, Paraguay, Uruguay y República Argentina”, 7 de Abril de 1870.


Referencia electrónica

Cristóbal Aljovín de Losada, « El Perú y la guerra del Paraguay 1864-1870 », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Coloquios, 2009, [En línea], Puesto en línea el 13 enero 2009. URL : http://nuevomundo.revues.org/48562. Consultado el 28 septiembre 2010.

Recomendado:

Paraguay, pasado y presente histórico.

domingo, 26 de septiembre de 2010

La Doctrina Monroe: la no colonización por las potencias europeas y la doctrina de las “dos esferas”.

Una doctrina sin aplicación práctica

James Monroe. El presidente de Estados Unidos marcó con su proclama teórica gran parte del siglo XIX.

Por: Rosa Garibaldi (Historiadora y diplomática peruana)

El 2 de diciembre de 1823 el quinto presidente de Estados Unidos, James Monroe (1758-1831), enunció lo que pasó a conocerse como la Doctrina Monroe. Su propuesta se basó en dos principios fundamentales de política exterior: la no colonización por las potencias europeas y la doctrina de las “dos esferas”. En primer término, sostuvo que “[…] los continentes americanos, por la libre e independiente condición que han asumido y mantienen, no pueden ser en adelante considerados como sujetos para la futura colonización por cualquiera potencia europea”. Y, en segundo, que “[…] Estados Unidos considera todo intento por parte de Europa de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad […] y de una manifestación inamistosa con Estados Unidos”.

Congreso de Panamá

En 1826, tres años después de que se enunciara la doctrina, Bolívar organizó el Congreso de Panamá. No estuvo en sus planes invitar a Estados Unidos, pero Colombia, México y América Central lo hicieron. Fue el sexto presidente, John Quincy Adams (1767-1848), quien aceptó la invitación y designó a los comisionados Richard C. Anderson, de Kentucky, y John Sergeant, de Pensilvania, aclarando que el propósito “no era contraer alianzas ni comprometerse en ninguna empresa o proyecto que implicara hostilidad contra cualquier otra nación”.

Propuestas dispares

Para Monroe la propuesta era que cada país impidiera –por sus propios medios– que cualquier colonia europea se estableciera dentro de sus límites. Un sistema de autoprotección unilateral, distinto al perfilado por Simón Bolívar, convencido de la necesidad de una defensa colectiva. Los congresistas opuestos a la misión, replicaron que la mera presencia de los delegados era cobeligerante y dañaría las buenas relaciones estadounidenses con España. Así se suscitó la lucha más dura registrada en la historia congresal de ese país.

Permisos tardíos

Los parlamentarios demoraron tanto en ratificar los nombramientos de los delegados que ninguno llegó a Panamá: Anderson murió en pleno viaje, y Sergeant arribó cuando la asamblea se había traslado a Tacubaya, México, huyendo de la epidemia de fiebre amarilla y del ‘vómito negro’, esfuerzo inútil pues ya los objetivos del congreso –tratados de confederación, de contingentes de fuerza y subsidios, y de organización y movimiento de los ejércitos y escuadra– habían sido alcanzados. Sin la participación de Estados Unidos se frustró la oportunidad de darle a la Doctrina Monroe un vínculo más permanente y se perdió la ocasión para que ese país explicara su verdadero alcance y desengañar a las naciones sudamericanas sobre sus ilusiones infundadas.

Un rey para Ecuador

En 1846 Juan José Flores –fundador y primer presidente del Ecuador, por quince años hasta su derrocamiento– organizó en España y Gran Bretaña una expedición para instalar una monarquía en su país. Contaba, entre otros, con el apoyo y financiamiento de la reina María Cristina de Borbón para colocar a su hijo –Agustín Muñoz y Borbón– en el nuevo trono ecuatoriano. Ante tamaño despropósito, el presidente peruano Ramón Castilla solicitó a Estados Unidos la venta de dos buques para enfrentar a Flores. No obtuvo respuesta pues ese país estaba en plena guerra con México e ignoró la violación a la Doctrina Monroe. La expedición de Flores fue disuelta con el apoyo de las misiones diplomáticas hispanoamericanas en Londres, lideradas por la peruana.

(Des) integración

Pese a la guerra con México, los estados sudamericanos anhelaban comprometer a Estados Unidos con la defensa hemisférica. El canciller José Gregorio Paz Soldán invitó a ese país a nombrar delegado al I Congreso Americano de Lima de 1848. El Gobierno Estadounidense no participó y se opuso a la unión hemisférica.

Dexter Perkins, máxima autoridad sobre la Doctrina Monroe, aclara que el objetivo era reservar para Estados Unidos el privilegio de conquista en el Nuevo Mundo, y deshacerse de toda intervención europea: era el arma del imperialismo estadounidense. Un ejemplo de esta vocación expansionista fue la del secretario de estado Daniel Webster, quien en 1852 determinó que las islas guaneras de Lobos (al norte del Perú) habían sido descubiertas por el marino mercante norteamericano Morrell, en 1833, y por tanto no pertenecían al Perú. El eficiente servicio diplomático de Ramón Castilla logró el reconocimiento de la soberanía peruana.

Defensa hemisférica

Dos hechos renacieron el ideal de defensa hemisférica, en 1856. El primero fue el intento del presidente ecuatoriano José María Urbina de establecer un protectorado estadounidense en las islas Galápagos –donde se suponía había guano de mejor calidad que el peruano–, y en la costa ecuatoriana. Estados Unidos desechó el tratado al descubrir la ausencia de guano en esas islas. El segundo hecho fue la invasión a Nicaragua del filibustero norteamericano William Walker. Esto con el apoyo encubierto de su gobierno. Los centroamericanos, liderados por Costa Rica, libraron una exitosa batalla contra Walker, que contó con la campaña de apoyo del diplomático peruano José Gálvez. El filibustero norteamericano fue capturado por la marina británica y ejecutado en Honduras. Estados Unidos estaba convencido de que el Tratado Continental de 1856 –firmado inicialmente por el Perú, Chile y Ecuador– tenía la finalidad de crear una alianza continental contra la “ambición e intervención de Estados Unidos”. En realidad ese tratado organizaba, principalmente, la defensa hemisférica contra futuras expediciones de filibusteros, pero el gran país del norte quería estar tranquilo y presionó, sin éxito, al Gobierno Peruano para que desistiera.

Francos intentos

Entre 1861/62, el presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno pretendió incorporar a su país al imperio francés. La intención gala fracasó en Ecuador, pues estaban más abocados a consolidar su imperio en México, instalándose allí en 1862. Una misión diplomática peruana, encabezada por Manuel Nicolás Corpancho, prestó invalorables servicios al gobierno de Benito Juárez. Mientras que Estados Unidos se limitó a pronunciamientos sin resultados: su única preocupación era apaciguar a Napoleón III para evitar que reconociera la independencia de los estados confederados rebeldes.

¿Y la doctrina?

En todo este intento europeo de restablecer colonias en las Américas, no se invocó la Doctrina Monroe. Es más el “New York Daily Times” del 27 de agosto de 1860 denunció que esta había sido totalmente abandonada, y el 7 de noviembre de 1861, invocaba editorialmente a que su gobierno se uniese a la política de defensa continental, liderada por el Perú, en defensa de México. El 31 de marzo de 1866 una escuadra española bombardeó el indefenso puerto de Valparaíso. La guerra del reino contra el Perú y Chile estaba declarada. Ante estos hechos, el secretario de estado William Seward comunicó a España que su gobierno no permitiría una nueva ocupación de las islas de Chincha ni tampoco del territorio de los aliados.

El canciller peruano Toribio Pacheco respondió al ministro estadounidense en Lima que: “es de sentir que [Seward] no los hubiese manifestado [esos conceptos] luego que fueron ocupadas las islas de Chincha en 1864”. Pacheco ya había expresado su profundo malestar cuando la escuadra norteamericana no hizo intento alguno por impedir el bombardeo. La Doctrina Monroe era una proclamación teórica sin aplicación práctica.

Fuente: Diario El Comercio, suplemento cultural "El Dominical". 26 de Setiembre del 2010.

Recomendado:

Ruptura de las relaciones diplomáticas Perú-Estados Unidos (1860). Federico L. Barreda, agente confidencial en Washington.

jueves, 23 de septiembre de 2010

México y la memoria colectiva, las revoluciones de 1810 y 1910.

El Grito de México

El clima de inseguridad ha ensombrecido la celebración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. La guerra contra el narco se ganará dentro de las reglas de la democracia.

Por: Enrique Krauze
Escritor mexicano, director de la revista Letras libres.

Pareciera que cada 100 años México tiene una cita con la violencia. Si bien el denominador común de nuestra historia nacional ha sido la convivencia social, étnica y religiosa, la construcción pacífica de ciudades, pueblos, comunidades y la creación de un rico mosaico cultural, la memoria colectiva se ha concentrado en dos fechas míticas: 1810 y 1910. En ambas, estallaron las revoluciones que forman parte central de nuestra identidad histórica. Los mexicanos veneran a sus grandes protagonistas justicieros, todos muertos violentamente: Hidalgo, Morelos, Guerrero, Madero, Zapata, Villa, Carranza. Pero, por otra parte, ambas guerras dejaron una estela profunda de destrucción, tardaron 10 años en amainar, y el país esperó muchos años más para reestablecer los niveles anteriores de paz y progreso.

En 2010, México no confronta una nueva revolución ni una insurgencia guerrillera como la colombiana. Tampoco la geografía de la violencia abarca el espacio de aquellas guerras ni los niveles que ha alcanzado se acercan, en lo absoluto, a los de 1810 o 1910. Pero la violencia que padecemos, a pesar de ser predominantemente intestina entre las bandas criminales, es inocultable y opresiva. Se trata, hay que subrayar, de una violencia muy distinta de la de 1810 y 1910: aquellas fueron violencias de ideas e ideales; esta es la violencia más innoble y ciega, la violencia criminal por el dinero.

Tras la primera revolución (que costó quizá 300.000 vidas, de un total aproximado de seis millones), las rentas públicas, la producción agrícola, industrial y minera y, sobre todo, el capital, no recobraron los niveles anteriores a 1810, sino hasta la década de 1880. A la desolación material siguieron casi cinco décadas de inseguridad en los caminos, inestabilidad política, onerosísimas guerras civiles e internacionales, tras las cuales el país separó la Iglesia del Estado y encontró finalmente una forma política estable (méritos ambos de Benito Juárez y su generación liberal) y alcanzó, bajo el largo régimen autoritario de Porfirio Díaz, un notable progreso material.

La segunda revolución resultó aún más devastadora: por muerte violenta, hambre o enfermedad desaparecieron cerca de 700.000 personas (de un total de 15 millones); otras 300.000 emigraron a Estados Unidos; se destruyó buena parte de la infraestructura, cayó verticalmente la minería, el comercio y la industria, se arrasaron ranchos, haciendas y ciudades, y en el Estado ganadero de Chihuahua desaparecieron todas las reses.

Por si fuera poco, entre 1926 y 1929 sobrevino la guerra de los campesinos "Cristeros", que costó 70.000 vidas. Pero desde 1929 el país volvió a encontrar una forma política estable aunque, de nuevo, no democrática (la hegemonía del PRI) que llevó a cabo una vasta reforma agraria, mejoró sustancialmente la condición de los obreros, estableció instituciones públicas de bienestar social que aún funcionan y propició décadas de crecimiento y estabilidad.

Ambas revoluciones -y esto es lo esencial- presentaron a la historia buenas cartas de legitimidad. En 1810, un sector de la población no tuvo más remedio que recurrir a la violencia para conquistar la independencia. Su recurso a las armas no se inspiró en Rousseau ni en la Revolución Francesa. Tres agravios (la invasión napoleónica a España que había dejado el reino sin cabeza, el antiguo resentimiento de los criollos contra la dominación de los "peninsulares" y la excesiva dependencia de la Corona con respecto a la plata novohispana para financiar sus guerras finiseculares) parecían cumplir las doctrinas de "soberanía popular" elaboradas por una brillante constelación de teólogos neoescolásticos del siglo XVI como el jesuita Francisco Suárez. A juicio de sus líderes, la rebelión era lícita.

Además, era inevitable, porque la corona española -a diferencia de la de Portugal- desatendió los consejos y oportunidades de desanudar sin romper sus lazos con los dominios de ultramar enviando, como ocurrió con Brasil en 1822, un vástago de la casa real para gobernarlos.

En 1910, un amplio sector de la población, agraviado por la permanencia de 36 años en el poder del dictador Porfirio Díaz, consideró que no tenía más opción que la de recurrir a la legítima violencia para destronarlo. Al lograr su propósito, esta breve revolución puramente democrática dio paso a un gobierno legalmente electo que al poco tiempo fue derribado por un golpe militar con el apoyo de la embajada americana. Este nuevo agravio se aunó a muchos otros acumulados (de campesinos, de obreros y clases medias nacionalistas) que desembocaron propiamente en la primera revolución social del siglo XX. Las grandes reformas sociales que se hicieron posteriormente han justificado a los ojos de la mayoría de historiadores la década de violencia revolucionaria que, sin embargo, vista a la distancia, parece haber sido menos inevitable que la de 1810.

En 2010, un puñado de poderosos grupos criminales ha desatado una violencia sangrienta, ilegal y, por supuesto, ilegítima contra la sociedad y el gobierno. Esta guerra ha desembocado, en algunos municipios y Estados del país, en una situación verdaderamente hobbesiana frente a la cual el Estado no tiene más opción que actuar para recobrar el monopolio de la violencia legítima que es característica esencial de todo Estado de derecho.

El clima de inseguridad de 2010 ha ensombrecido la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos se han reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar el Grito, una réplica simbólica del llamamiento a las armas que dio el "Padre de la Patria", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En unos cuantos días, una inmensa cauda indígena armada de ondas, piedras y palos lo siguió por varias capitales del reino y estuvo a punto de tomar la capital. A su aprehensión y muerte en 1811 siguió una etapa más estructurada y lúcida de la guerra a cargo de otro sacerdote, José María Morelos. La Independencia se conquistó finalmente en septiembre de 1821.

Han pasado exactamente 200 años desde aquel Grito. Hoy, México ha encontrado en la democracia su forma política definitiva. El drama consiste en que la reciente transición a la democracia tuvo un efecto centrífugo en el poder que favoreció los poderes locales y, en particular, el poder de los carteles y grupos criminales. Ya no hay (ni habrá, como en tiempos de Porfirio Díaz o del PRI) un poder central absoluto que pueda negociar con los bandoleros. Habrá que ganar esa guerra (y reanudar el crecimiento económico) dentro de las reglas de la democracia, con avances diversos, fragmentarios, difíciles. Costará más dolor y llevará tiempo.

El ánimo general es sombrío, porque a despecho de sus violentas mitologías, el mexicano es un pueblo suave, pacífico y trabajador. Muchos quisieran creer que vivimos una pesadilla de la que despertaremos mañana, aliviados. No es así. Pero se trata de una realidad generada, en gran medida, por el mercado de drogas y armas en Estados Unidos y tolerada por muchos norteamericanos que rehúsan a ver su responsabilidad en la tragedia y se alzan los hombros con exasperante hipocresía.

Esa es nuestra solitaria realidad. Y, sin embargo, la noche de hoy las plazas en todo el país se llenarán de luz, música y color. La gente verá los fuegos artificiales y los desfiles, escuchará al presidente tañir la vieja campana del cura Miguel Hidalgo, y gritará con júbilo "¡Viva México!".

Fuente: Diario el País (España). 15/09/2010.

martes, 21 de septiembre de 2010

Historia del terremoto de Lima de 1940.

Christchurch y 1940 en Lima

Por: Aldo Mariátegui (Periodista)

Imagínense lo que hubiera pasado en Lima si aquí un terremoto tan fuerte (7.4 grados) como aquel que acaba de asolar a Christchurch hubiera sacudido nuestra capital, con tantas viviendas en cerros y con suelos tan malos como en La Molina. Pues bien, esa ciudad neozelandesa no ha registrado muertos, hay muy pocos heridos y la infraestructura -aunque muy dañada- se ha defendido bastante bien de un sismo que no ha estado muy lejos en intensidad de aquellos que antes asolaron Pisco y el sur de Chile. Eso vuelve a demostrar lo importante que es que la construcción sea formal en todo sentido. Ya nuestra Lima fue devastada el sábado 24 de mayo de 1940 a las 11.00 a.m. por un evento similar a éste, que dejó a Chorrillos y gran parte de la ciudad por los suelos y mató a 200 personas.

Armando Villanueva se encontraba apresado en El Frontón cuando acaeció el sismo, al que resumió así: "Desde aquí vimos un espectáculo que no es para ser descrito. Una inmensa cortina de polvo subiendo desde el litoral hasta lo alto, cortina que durante algún tiempo nos ocultó de la costa. Al principio creímos que sólo se trataba de desprendimientos de barrancos. Pero después, los barrancos iban reapareciendo en algunos sectores. Entonces nos dimos cuenta de que enormes columnas de polvo se elevaban del Callao, Lima, Barranco y Chorrillos. Para nosotros era una magnífica visión de conjunto que abarcaba desde La Punta hasta el Morro Solar".

Otro testigo fue Julio Ramón Ribeyro, que era un escolar miraflorino por aquellos años y que en un cuento escribió lo siguiente: "Los primariosos salíamos del colegio en cuatro filas, correspondientes a diferentes barrios de Miraflores. Por seguridad y disciplina un hermano acompañaba a cada fila durante un trecho. Nuestra fila, la de quienes vivían en Santa Cruz, la conducía el hermano Juan. No habíamos hecho más que traspasar el portón y avanzar hacia la alameda Pardo cuando escuchamos un ruido sordo, lejano, que parecía provenir de las profundidades de la tierra, al mismo tiempo que las tórtolas de los ficus levantaron el vuelo y huyeron alborotadamente hacia las lomas. Algunos creyeron que se trataba de un gran camión o aplanadora que remontaba la alameda, pero ningún vehículo surgió y al ruido se sumó una trepidación. La vereda empezó a ondular, tan pronto parecía subir como bajar, al punto que trastabillamos, pues no sabíamos a qué distancia debíamos poner los pies. Alguien dijo ´se nos viene un temblor´, pero cuando vimos caerse las tejas de la residencia Moreira y abrirse una grieta en su alto cerco de adobe no nos quedó duda de que se trataba de un terremoto. Nuestra fila se disgregó despavorida y antes que nadie el hermano Juan, remangando su sotana, salió disparado hacia el colegio. Algunos alumnos huyeron rumbo al parque y nosotros hacia la alameda Pardo, por donde mujeres pasaban dando de gritos con los brazos en alto. El ruido subterráneo cesó, pero la trepidación fue en aumento, la pista fluía como si fuese líquida, la fachada de la bodega Romano se tambaleó, su gran vitrina se hizo trizas, dos indias de pollera cayeron de rodillas y clamaban al cielo dándose golpes en el pecho, una nube de polvo llegó de los acantilados y llenó nuestros ojos de tierra, el muro de un rancho se vino abajo, ramas de ficus cayeron estruendosamente, mientras que automovilistas pasaban fierro a fondo tocando con estridencia sus bocinas�".

También el deportista Roose Campos nos dejó la siguiente pintura de ese hecho: "Ese día de 1940 había salido un sol esplendoroso y un grupo de amigos que practicábamos regatas nos reunimos en el Club Regatas Lima. Todo iba bien hasta que se produjo el terremoto. El malecón de Chorrillos cayó como un huaico arrasando gran parte del dormitorio del club, la pequeña cancha de básquet, los camerinos y parte de las duchas.

La destrucción era inmensa. Los baños de Chorrillos habían desaparecido, la bajada al funicular era un recuerdo y los daños en el Malecón, propiamente dicho, eran devastadores. (�) Desde San Miguel y Magdalena el acantilado se precipitaba sobre la playa, dando la impresión de ser una gran catarata de tierra. Kilómetros y kilómetros de tierra caían sin cesar hasta las playas y generaban nubes de polvo inmensas, mientras la tierra seguía temblando como nunca antes lo había sentido en mi vida".

Fuente: Diario Correo (Perú). 05 de Setiembre del 2010.

Recomendado:

Terremotos en Lima: 1940.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Jorge Chávez, “gentlemen-flyer” y pionero de la aviación.

La centenaria travesía de Jorge Chávez

Aviador murió un 23 de setiembre de 1910. A 100 años de su heroica desaparición, Jorge Chávez es recordado como un pionero de la aviación.

Por: Hernán Rivas y José Alejandro Rodríguez

Jorge Chávez Dartnell, un joven peruano, gran aficionado a los deportes, el estudio, el arte y la investigación; destacó siempre dentro de la alta sociedad a la que pertenecía como un hombre que perseguía logros más altos que la simple adulación de sus pares. Chávez señala una frase muy interesante al respecto “No me gusta vivir la vida estúpida de los ricos de París. Necesito hacer algo”, lo que demuestra su fortaleza de carácter y ese espíritu emprendedor que tenemos todos los peruanos.

Chávez, además de su gran pasión por volar, era un curioso dibujante, reproducía retratos y caricaturas de gente de su tiempo, lo que además lo muestra como un joven dotado de un carácter simpático y a decir de Luigui Barsini “amaba la burla tenía mucho “esprit” pero de buen tono.

Aprendió de la mano de uno de los maestros de aquella época: Louis Paulhan, el cual le ayudó a comprender en la práctica cómo era el tema de armar y desarmar motores. Recordemos que Chávez era ingeniero, pero él mismo comprendía que más vale aprender en el campo, lugar donde se demuestra la teoría de la escuela.

Siendo un experto en todo lo relacionado a los motores y mecanismos de aviación de la época, Chávez decide que llegó la hora de aprender a volar, se inscribe en la escuela Farman y obtiene su carné de piloto con el No. 32. Su carrera en el mundo de la aviación había comenzado.

Durante los próximos ocho meses desarrolla una carrera exitosa como aviador hasta convertirse el 23 de septiembre en el primer hombre en el mundo en cruzar los Alpes en avión.

Barzini, periodista italiano que conoció personalmente a Jorge Chávez, lo describe en su Libro Il volo che valico le Alpi con una sencillez y claridad que demuestran cómo era, pero hay un párrafo especial que indica el carácter y la voluntad férrea de Chávez para lograr los objetivos que el mismo se trazaba “Era un joven que tenía la pasión por la audacia. Los amigos no lo han conocido más que de un modo. Inalterablemente bueno, lleno de delicadeza, contento siempre. Se le conocía como un gentlemen-flyer”.

Este simpático apelativo: “gentlemen-flyer” refiere a Chávez como aquel hombre que de día podía estar vestido de mecánico, empapado en combustible y aceite producto de la labor en los motores; pero de noche era un perfecto caballero, vestido con traje elegante, sombrero y reloj de bolsillo.

No hay que dudar en ningún momento que Chávez es peruano, no hay mejor identidad que la que uno mismo siente por un país, credo o teoría. Chávez mismo lo señala tras conquistar el récord mundial de altura en Blackpool, Inglaterra y ante los presentes que lo felicitaban dice orgulloso: “¡Yo soy peruano!”.

Cruza los Alpes

En abril de 1910, Arturo Mercanti propone la organización de la travesía de los Alpes como prueba principal en el mitin “Circuito Aéreo de Milán”, que tenía por objeto terminar con el debate de quién era superior: el aeroplano o el aerostato; además afianzaría el desarrollo de la aviación hacia otras perspectivas.

El punto de partida es la ciudad de Brig, Suiza, haciendo escala en Domodossola, Italia, para finalmente llegar a Milán, con un recorrido total de 150 kilómetros aproximadamente. Para esta travesía se inscribieron nueve pilotos de diversas nacionalidades.

La fecha para la prueba se fija. Chávez realiza varias excursiones en automóvil sobre el sector montañoso y las llanuras. Las pruebas se inician el lunes 19 de septiembre, pero las condiciones meteorológicas y la altura fueron haciendo desistir a casi todos los pilotos, quedando solo Charles Terres Weymann y Jorge Chávez Dartnell.

En la mañana del viernes 23, Chávez efectúa un reconocimiento en automóvil por la montaña, constatando que las condiciones del vuelo han mejorado. Fiel a su espíritu audaz y competitivo, Chávez regresa a Brig decidido a enfrentar el reto y siendo las 13:29 horas despega a bordo de su Blériot XI de 50 caballos de potencia. Asciende gradualmente y se interna entre los picos nevados con dirección a Domodossola, sobrevolando el hermoso valle del Simplón.

Tras haber resistido a los embates de los fuertes vientos, Chávez se convierte en el primer hombre en cruzar los Alpes. La población de Domodossola en medio de gran algarabía lo ve sobrevolar la ciudad en su descenso al lugar de aterrizaje establecido en el prado de Siberia.

Testigos oculares dan cuenta que a tan solo unos veinte metros de altura, las debilitadas alas del Blériot XI se plegaron hacia arriba como las hojas de un libro, haciendo que se precipite a tierra. Chávez es extraído de entre los escombros de su aeroplano y llevado al hospital San Biagio, donde muere a los cuatro días.

Luigi Barzini, escribió en el Corriere de Milan “Se ha destruido al hombre y a la máquina, pero el hecho prodigioso queda como recuerdo que no se destruirá nunca. Su nombre quedará para siempre entre los grandes triunfadores. Hasta en el más lejano futuro nadie que mire hacia la cumbre del monte León dejará de decir: ¡Por ahí pasó Chávez volando!”

Datos/claves

Elegía. El poeta italiano Giovanni Pascoli le dedicó estas líneas: “Cae con su gran alma sola siempre subiendo. ¡Ahora sí, él vuela!”.

Fuente: Diario La República. 19/09/2010.

sábado, 18 de septiembre de 2010

El secreto de la construcción de Machu Picchu.

El autor de este blog en su visita a Machu Picchu
La ciudad de granito

¿Cómo fue construido Machu Picchu? Es la pregunta que busca responder con gran rigor el arquitecto cusqueño Jesús Puelles Escalante en un libro que le ha tomado cuatro años de investigación.

Por: Jorge Paredes Laos

Desde que su existencia fue conocida por Occidente, hace cien años, Machu Picchu ha fascinado al mundo principalmente por dos motivos: por sus dimensiones y estética, y sobre todo por una pregunta fundamental: ¿cómo y para qué fue construida esta ciudad de piedra sobre piedra, como diría Martín Adán, en una zona agreste y de difícil acceso? Las investigaciones recientes han podido dilucidar el enigma. Machu Picchu fue construida a partir de un conocimiento cabal de la ingeniería civil, vial, hidráulica, geológica y ambiental, en un tiempo en que el hombre tenía una cosmovisión propia y sagrada, que vinculaba la sociedad con la naturaleza.

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El ingeniero cusqueño Jesús Puelles Escalante ha editado un volumen que explica de manera detallada cómo fue edificada la ciudad inca, recogiendo información hallada en las crónicas, en los descubrimientos arqueológicos y en sus trabajos de campo, durante cuatro años de investigación. El libro aborda cuatro aspectos centrales sobre esta maravilla prehispánica: su arquitectura, su biodiversidad, las intervenciones que se han hecho para ponerla en valor y las recomendaciones para mitigar sus riesgos actuales.

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Para Arguedas, Machu Picchu tenía la forma de un cóndor inmenso con las alas extendidas. Fue edificada en una extensión de 14 hectáreas, si tomamos en cuenta la zona urbana, y en más de 30 mil hectáreas si consideramos todo el santuario natural que la rodea. “Esta gran obra ha sido lograda por la relación intrínseca que ha existido siempre entre la arquitectura y la ingeniería. Su ubicación es especial y única, debido a que se encuentra en un área determinada como una isla interior esteparia, rodeada por un entorno de gran biodiversidad y ecosistemas”, explica Jesús Puelles.

La ciudad ha sido construida sobre una meseta de granito, conocida también como batolito de Vilcabamba, una roca formada en el interior de la tierra, que emergió a la superficie en algún momento, hace millones de años.

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Esta meseta fue entonces una enorme cantera natural. De ahí se extrajeron las piedras para la edificación de la ciudad. Según explica el autor los lugares principales, como el templo del Sol, el templo de las Tres Ventanas, el Torreón, etc., fueron edificados cerca de la cantera, para evitar acarrear las enormes piedras. “Solo en casos especiales las rocas fueron llevadas de arriba hacia abajo, debido a que se construyó siguiendo a una jerarquía: primero la parte alta y luego la inferior. Con los excedentes, se hicieron los andenes y algunos muros que sí llevaban mortero, el cual era una mezcla de arcilla de tierra y partículas de granito”.

Pero la parte esencial de Machu Picchu fue hecha con piedras superpuestas. “Lo más importante corresponde a cantería fina, piedra sobre piedra, lo cual fue ayudado por el peso del granito, que es superior al concreto moderno. Estamos hablando de un peso de 2.800 kilogramos por metro cúbico, mientras el concreto solo alcanza los 2.300 kilogramos. Este peso natural le dio estabilidad”.

Otro factor es el ancho de los muros, que fluctúan entre los 80, 85 y 90 centímetros. ¿Pero, cómo hicieron para cortar, modelar o pulir las rocas? “Hay varias hipótesis –explica Puelles–, en las excavaciones del Coricancha y Machu Picchu se han hallado piedras ovaladas cono la hiwaya, cuya dureza es superior a cualquier tipo de roca, y es probable que esta haya servido para el pulido de las piezas líticas. Para colocar las piedras en los muros se ensayaba varias veces hasta obtener el mínimo error, de tal manera que cada pieza era una obra de arte”.

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Se cree que la muralla que forma la residencia real fue la primera en construirse. Ahí empezó todo. Luego vino el Inti Huatana y después el templo del Sol. El Torreón o la tumba real es uno de los lugares centrales del sitio y es probable que ahí, en algún momento, haya estado enterrado el inca Pachacútec.

Pero nada de esto hubiera sido posible sin la técnica de construcción de los incas, quienes aplicando en forma práctica la geometría de líneas rectas perpendiculares –el mismo principio de Pitágoras–, pudieron trazar habitaciones, recintos, escaleras, etc., con una perfección estética asombrosa. Y Machu Picchu tampoco hubiera sido posible si los incas no hubieran conocido eso que hoy llamamos ingeniería hidráulica y de fluidos. El abastecimiento de agua en la zona, la red de canales y los sistemas de drenajes funcionan hasta la actualidad. La prueba, como bien reitera el autor de este volumen, es que el último diluvio ocurrido en el Cusco, a inicios de este año, no afectó a Machu Picchu. Los sistemas de drenaje inca funcionaron a la perfección.

Pitágoras en Machu Picchu

De acuerdo a las investigaciones del ingeniero Jesús Puelles, los incas trazaban triángulos rectos, cuyos vértices tenían proporciones de 3: 4: 5 (el principio de Pitágoras), y para verificar cada ambiente lo encuadraban con dos diagonales. Al igual que los griegos, ellos conocían medidas como el pie, la palma de la mano y la brazada.

La ciudad fue levantada en el tránsito de los siglos XV y XVI, durante el gobierno de Pachacútec Inca Yupanqui. Es probable que su construcción –hecha por etapas– haya tomado alrededor de 20 años.

Fuente: Diario El Comercio, suplemento cultural "Dominical". 12 de Setiembre del 2010.
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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Significado histórico del gobierno de Lula da Silva.

“Lula o analfabeto”

Por: Guillermo Giacosa (Periodista)

Este texto del profesor Pedro J. Lima lo he traducido porque vale la pena. “FHC –el ex presidente de Brasil–, sociólogo, entiende tanto de sociología como el ex gobernador de São Paulo y candidato, José Serra, entiende de economía. Lula, que no sabe de sociología, elevó a la condición de consumidores a más de 50 millones de pobres, y sin entender de economía, pagó las cuentas de FHC, llevó a cero la deuda con el FMI y todavía le prestó plata a algunos ricos. Lula “o analfabeto”, como le llamaban sus enemigos políticos, no privatizó las empresas estatales como hizo FHC, sino que las fortaleció tanto que hoy Petrobrás es la segunda mayor empresa de petróleo del mundo y va camino de ser la primera. Lula “o analfabeto”, que no entiende de educación, construyó más escuelas y universidades que todos sus antecesores y creó PRO-UNI, que permite a los hijos de los pobres asistir a la universidad. Lula, que no entiende de finanzas y cuentas públicas, elevó el salario mínimo de 64 a casi 300 dólares, y no quebró el Sistema de Previsión como anunciaba FHC. Lula, que no entiende de psicología, elevó con esto la moral de la nación, aunque la prensa golpista diga lo contrario. Lula, que no entiende de ingeniería ni de mecánica –ni de nada–, rehabilitó el 'proalcool’, dio empuje al biodiesel y llevó al país a liderar en el campo de los combustibles renovables. Lula, que no entiende de política, cambió los paradigmas mundiales, colocó a Brasil en una situación de liderazgo entre los países emergentes y contribuyó al entierro del G-8. Lula, que no entiende de política externa ni de conciliación, pues solo fue un pobre sindicalista, mandó al cuerno el ALCA, se alió a sus vecinos del sur y hoy ejerce un liderazgo sin pretensiones imperialistas. Lula, que no entiende de mujer ni de negro, puso al primer negro en el Supremo Tribunal Federal, y a una mujer, que puede ser su sucesora, en el cargo de primera ministra.

Pedro J. Lima continúa: “Lula, que no entiende de desarrollo y nunca oyó hablar de Keynes, creó los mecanismos para que la crisis mundial no golpeara al Brasil. Lula, que no entiende de crisis, mandó reducir algunos impuestos y condujo a la industria automovilística a batir el récord en producción y ventas. Lula, que no entiende portugués ni otras lenguas, tiene mucho peso entre los líderes mundiales y es respetado y citado como una de las personas más poderosas e influyentes del mundo actual, al punto que podría ganar el Premio Nobel de la Paz 2010”.

El texto finaliza así: “Lula, que no entiende de respeto a sus pares, logró empatizar con Bush y ahora lo ha hecho con Obama. Lula, que no entiende de geografía –pues no sabe interpretar un mapa–, es actor principal de los cambios geopolíticos que se están produciendo. Lula, que no entiende nada de diplomacia internacional –pues nunca se preparó para ello–, actúa con una sabiduría natural en todas las ocasiones y siempre es buscado como interlocutor universal. Lula, que no entiende nada, ha dejado un gran legado. Qué hubiese pasado si entendiese algo”.

Fuente: Diario Perú 21. Mié. 15 sep '10.

Recomendado:

Lula da Silva, "un ejemplo exitoso de socialdemocracia en América latina".

domingo, 12 de septiembre de 2010

Historia del impacto de la malaria y la fiebre amarilla en el Caribe.

El señor del Caribe

Desde el siglo XVII al XX los mosquitos que propagan la malaria y la fiebre amarilla han sido los verdaderos hacedores de la historia, más que conquistadores, piratas, misioneros y negreros.

Por: Mario Vargas Llosa (Escritor)

El abuelo Pedro viajó mucho en su juventud por la cordillera y las selvas del Perú y Bolivia y oírlo contar las aventuras y desventuras que vivió en sus recorridos, en la casona familiar de la calle cochabambina de Ladislao Cabrera, era tan entretenido como leer las novelas de Salgari, Miguel Zévaco o Julio Verne. Mis primas y yo lo escuchábamos extasiados. En uno de sus viajes, a orillas del Urubamba, se encontró con la expedición que dirigía Hiram Bingham y que poco después redescubriría el santuario-fortaleza de Machu Picchu, hasta entonces sólo conocido por los campesinos de la región. Pernoctó con los expedicionarios y recordaba muy bien la madrugada que se despidieron, "ese gringo larguirucho hacia la fama y yo hacia las tercianas".

El abuelo Pedro llamaba "tercianas" a las fiebres palúdicas o malaria, que por entonces infestaban toda América Latina, pues, aunque ya se usaba la quinina para combatirla, no existía, ni existe todavía, una vacuna que sirviera para frenar eficazmente los estragos que causa la picadura del siniestro anofeles. La curación era larga y elemental, poner a sudar al enfermo envolviéndolo en mantas como una momia y haciéndole tragar infusiones ardientes para bajarle las altísimas fiebres que lo hacían delirar y temblar como atacado por el mal de San Vito. Muchos sucumbían a las fiebres o al tratamiento. Pero, peor todavía que la malaria, era la fiebre amarilla, transmitida por otro mosquito, hembra en este caso, peste para la que simplemente no había curación posible: sus víctimas adquirían un color verdoso amarillento y se iban escurriendo hasta perecer sacudidas por el vómito negro. Las historias del abuelo Pedro hicieron que yo contrajera precozmente un odio visceral contra los mosquitos y zancudos, que éstos me han devuelto con creces, sobre todo en mis viajes por la Amazonía, de los que he salido siempre rascándome, devorado por las picaduras.

Me ha hecho recordar las historias del abuelo Pedro que encandilaron mi infancia un artículo de Gabriel Paquette, que acabo de leer en el Times Literary Supplement (Julio 30, 2010). Reseña un libro recién aparecido en Inglaterra, Mosquito Empires, cuyo autor, J. R. McNeill, es un historiador empeñado en dar a la ecología y el medio ambiente un protagonismo en la historia de la que tradicionalmente han sido excluidos y que, según él, en buena parte han modelado y orientado con tanto (y a veces más) vigor que los seres humanos. El subtítulo del libro, "Ecología y guerra en el Gran Caribe", indica que su investigación se centra en este territorio. Abarca unos 300 años, desde la llegada de los europeos a la región hasta la I Guerra Mundial. El héroe de la historia es el maldito mosquito, tanto el que propaga la malaria como la hembra que inocula la fiebre amarilla, y, si el profesor McNeill ha acertado en sus investigaciones, esta pareja ha hecho más para fraguar la historia de esa encrucijada de culturas, razas, lenguas y tradiciones que es el Caribe, que todos los indígenas, conquistadores, piratas, misioneros, contrabandistas, negreros e inmigrantes instalados en esas islas, costas y selvas bañadas por ese mar esmeralda e iluminadas por esos cielos color lapislázuli.

El Caribe que aparece en el libro de J. R. McNeill, según Gabriel Paquette, no es el paraíso turístico de las playas de arenas doradas y los cócteles de recio ron y palmeritas de plástico, sino un mundo al que, en los barcos de esclavos procedentes del África, llegan en algún momento las hembras del Aedes Aegypti y se domicilian felizmente en las selvas desarboladas y convertidas por los colonos en haciendas cañeras. Al parecer, esta deforestación y erosión del suelo creó unas condiciones muy propicias para la supervivencia y reproducción de mosquitos y virus. Su alimento estaba garantizado con la gran abundancia de material humano, en especial los braceros de las plantaciones, los soldados de las guarniciones y los marineros de los barcos militares, cargueros y piratas.

Tanto Francia como Inglaterra hicieron múltiples intentos para erradicar del Caribe al imperio español, enviando expediciones militares e instalando colonias de inmigrantes en las islas y cabeceras de playa que conquistaron. Según McNeill la razón primordial de que todos estos esfuerzos fracasaran no fue la resistencia que opusieron los soldados del Rey de España sino la labor silenciosa y corrosiva de los inesperados aliados volantes con que contaron -el anofeles y la Aedes Aegypti- cuyos picotazos diezmaron y a veces desaparecieron a los invasores. Por lo visto, quienes ya estaban instalados allí y sobrevivieron a las plagas, habían adquirido inmunidad, a diferencia de los recién llegados cuyos organismos eran pasto veloz de las fiebres mortíferas.

Algunas de las cifras que cita Paquette producen vértigo. A fines del siglo XVII, Inglaterra logró instalar en las selvas del Darién, en una zona que es hoy la frontera entre Colombia y Panamá, una colonia de escoceses que fue íntegramente exterminada por los microbios. En lo que es ahora la Guayana Francesa, entre 1764 y 1765 desaparecieron en el curso de sólo un año 11.000 de los 12.000 europeos que el Gobierno francés había instalado en Kourou, víctimas de la malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales. Una de las expediciones militares lanzadas por Gran Bretaña contra España en el Caribe fue la dirigida por el almirante Vernon en 1741, cuyas fuerzas militares pusieron sitio a las ciudades de Cartagena (Colombia) y Santiago (Cuba). Los mosquitos liquidaron a 22.000 de los 29.000 sitiadores en pocos meses, en tanto que sólo un millar de los soldados británicos murieron combatiendo.

En 1762, el conde de Albemarle consiguió cercar con su ejército a la ciudad de La Habana. Ésta parecía condenada a caer en poder de los británicos. Pero los sitiados consiguieron resistir hasta la llegada de la estación de las lluvias, con sus nubes de mosquitos, que en poco tiempo dieron cuenta de unos 10.000 sitiadores. En los combates militares, en cambio, apenas 700 soldados ingleses murieron. Estas cifras indican de manera inequívoca que el mosquito venenoso fue el verdadero conquistador de América y también factor decisivo de que prevalecieran su emancipación e independencia, pues, según McNeill, de los 16.000 soldados que Fernando VII envió a América en afanes de reconquista, el 90% perecieron por las enfermedades tropicales ante las que sus organismos forasteros eran absolutamente indefensos.

Una de las mortandades más terribles de las guerras caribeñas ocurrió entre las fuerzas francesas y británicas que trataron de reconquistar Haití, luego de que esta colonia se emancipara en medio de las guerras de la Revolución Francesa. Aunque en este caso los cálculos estadísticos parecen más inciertos que en los ejemplos anteriores, el profesor McNeill cree posible asegurar que unas tres cuartas partes de los 50.000 muertos que hubo entre aquellos expedicionarios antes de 1800 no murieron de bala ni espada sino entre los delirios de las fiebres y temblores de la malaria y los vómitos incontenibles de la fiebre amarilla.

Gabriel Paquette relata, como colofón de su reseña, que los estragos de aquellos bichos homicidas continuaron prácticamente hasta comienzos del siglo XX. Sólo en 1900, una comisión médica del Ejército norteamericano que ocupaba Cuba estableció una relación de causa-efecto entre el mosquito y la fiebre amarilla. Los medios científicos se mostraron al principio escépticos y The Washington Post, incluso, editorializó en contra de "esa estúpida y absurda chacota". Sin embargo, el Gobierno de Washington se dejó convencer y emprendió una campaña de erradicación de mosquitos en tierra cubana. Dos años más tarde, la fiebre amarilla había desaparecido junto con sus alados transmisores. Pero sólo 30 años más tarde se pudo elaborar la vacuna que lograría reducir drásticamente en todo el mundo aquel virus que, según J. R. McNeill, ha causado más sufrimiento y atrocidades que la codicia y los fanatismos que llevan a los hombres a entre matarse desde el principio de los tiempos.

Habrá que escribir de nuevo las historias, pues. Aunque la responsabilidad moral de todos los grandes acontecimientos de la historia humana incumbe únicamente a los bípedos que ordenaron y libraron las guerras, las conquistas, los genocidios, las inquisiciones, etcétera, no hay duda que los hombres no pudieron nunca, ni en el pasado ni el presente, tener el control absoluto de las secuelas de las aventuras a que empujaron a la humanidad ni estuvieron en condiciones de hacer frente a los imprevistos que surgían en el camino y les imprimían casi siempre una orientación distinta de la prevista y, a veces, las desnaturalizaron hasta convertirlas exactamente en las antípodas de lo que se esperaba que fueran. Nadie hubiera imaginado antes de ahora -en nuestros tiempos de preocupación por la ecología y el medio ambiente- que el invisible mosquito zumbón hubiera podido ser, entre los siglos XVII y XX, el verdadero hacedor de la historia del Caribe.

Fuente: Diario El País (España). 05/09/2010.