domingo, 24 de febrero de 2013

Semblanza del historiador Juan José Vega.

              

Juan José Vega: el rebelde historiador

Por: Edmundo Guilén Guillén (Historiador)
Estuvimos ausentes cuando, hace exactamente un año, ocurrió el infortunado fallecimiento del distinguido historiador Juan José, como familiarmente lo llamábamos sus amigos y colegas. Si bien desde entonces extrañamos su ausencia física, tenemos presente siempre su pensamiento histórico revolucionario y renovador; y es bajo su égida que continuamos en la brega por consolidar una nueva y auténtica historia del Perú, sin mitos ni discriminaciones.
En 1963, con su primer y valioso libro La guerra de los Viracochas, Juan José, impulsado por un afán innovador, rompió lanzas contra la versión hispanista de la conquista del Perú, versión no solamente contraria a nuestra integración nacional, sino además plagada de falsedades. Y con su otro libro auroral, Manco Inca, el Gran Rebelde, acabó con el mito de que la toma de Cajamarca terminó con el Tahuantinsuyo. Juan José demostró que ese crepúsculo sangriento marcó más bien el inicio de la Gran Guerra de Resistencia Incaica y que recién 40 años después, en 1572, sucumbió esa terca y heroica lucha, más que por el poder de las armas europeas, por las contradicciones internas que derrumbaron el Estado autónomo.
Fueron muchos los trabajos de investigación de Juan José. Para nosotros, su pensamiento medular apareció compendiado en el tomo III de la Historia General del Ejército, publicado en 1981 con el título El ejército durante la dominación española del Perú. En esta obra señera de más de 500 páginas demostró que el Perú es una continuidad histórica en el espacio y en el tiempo, probando que la dominación extranjera fue nada más que un infausto paréntesis en la historia milenaria del Perú Andino.
Sus documentados capítulos pusieron de relieve el papel desempeñado por los peruanos en la lucha por la independencia, desde Manco Inca hasta los Angulo, pasando por las trascendentales gestas de Juan Santos Atahuallpa y Túpac Amaru. Nos convencimos así de que ningún pueblo como el peruano derramó tanta sangre en la lucha por su libertad, pues aunque derrotado en varias batallas, jamás fue del todo vencido, persistiendo en la épica búsqueda de su perdida autonomía.
Para reconocer, aunque póstumamente, la obra de Juan José, no bastan las medallas ni los laudatorios. Si queremos ser consecuentes con su legado, el mejor homenaje que el país tribute a su ilustre memoria debe ser la inclusión de sus tesis en los textos escolares, sobre todo en la actualidad ya que nuestra historia injustamente aparece soslayada en los programas curriculares, lo cual es más que lesivo a nuestro sentimiento patriótico y a nuestra identidad. Nos tomamos la libertad de decir que así lo creía firmemente Juan José.

Y bien haría el Estado o la institución universitaria en publicar sus Obras Completas, en las que con la pasión propia de un historiador comprometido reivindicó a los peruanos que, con las ideas y con las armas, vivieron y murieron por la libertad y la soberanía del Perú.


Por sus innovadores trabajos históricos comprometidos con las luchas de nuestro pueblo, por su pensamiento nacionalista y renovador, Juan José ha entrado a la inmortalidad y por la puerta grande a los anales de la historia del Perú.

Fuente. Diario La República. 08 de marzo del 2004.

Reflexión sobre la acción política Lincoln. Entre el principismo y las concesiones políticas.

       Lincoln

Por: Martín Tanaka (Politólogo)
Hoy se realizará la ceremonia de entrega de los premios Oscar, y la película Lincoln, dirigida por Steven Spielberg, es una de las nominadas a mejor película del 2012. Comentar el retrato que la película bosqueja del quehacer político resulta pertinente para nosotros. 
Se comenta mucho en la política peruana últimamente que habría actores “decentes” y “corruptos”, pero al mismo tiempo que habría “caídos del palto” que no saben hacer política, aunque guiados por nobles intenciones, y otros hábiles y eficaces, pero motivados por intereses subalternos. Puestas las cosas así, aparece un callejón sin salida: estaríamos entre un principismo ingenuo destinado al fracaso, y un cinismo eficaz, que nos lleva a una política en la que solo los inescrupulosos sobreviven. 
El retrato que Spielberg propone de Lincoln presenta una interesante salida a este problema. Este es presentado como un político principista, guiado por el objetivo de mantener la unión de un país dividido y ensangrentado por la guerra civil, para lo cual la aprobación de la 13ª enmienda de la Constitución, que prohíbe la esclavitud, es considerada imprescindible. Sin embargo, Lincoln sabe que esta iniciativa enfrentará la oposición del partido demócrata, e incluso la de sectores importantes de su propio partido, el republicano; y que para conseguir los votos necesarios en el Congreso deberá manipular a su propio partido y comprar votos y alentar el transfuguismo en el partido rival. Claro que dentro de ciertos límites, porque no puede existir una incongruencia tan grande entre medios y fines: se ofrecen cargos públicos como recompensa, pero no dinero en efectivo. 
En su momento se enfrentan dilemas irresolubles: detener la guerra y salvar vidas, o persistir en el conflicto en nombre de los ideales. El líder evita un acuerdo y asume el peso de esa carga, arriesgando la vida de su propio hijo, que también participa en la guerra. Este líder entiende que, a pesar de que acaso los grandes fines que persigue pueden justificar las concesiones que se ve obligado a hacer, esas concesiones desvirtúan su acción política. Por ello el Lincoln interpretado por Daniel Day-Lewis transmite no satisfacción u orgullo, sino humildad, y asume su liderazgo como una pesada carga. Es más, su asesinato puede leerse tanto como una liberación de la misma como el pago por sus transgresiones. 
Es fascinante también el retrato de Thaddeus Stevens, líder republicano radical interpretado por Tommy Lee Jones, encarnación del líder principista poco dispuesto a hacer concesiones. Cuando ambos líderes se encuentran, Stevens enfatiza la necesidad de no perder nunca la brújula moral; Lincoln le recuerda que el norte en ocasiones conduce a un pantano del que no se puede salir, por lo que se impone la necesidad de retrocesos o rodeos para poder seguir adelante. Más adelante, Stevens ilustra también el coraje del aprendizaje de la moderación y del realismo. 
Cuán pertinente para pensar en nuestra política de hoy.
Fuente: Diario La República (Perú). 24 de febrero del 2013.

Recomendado:

Lo que la película ‘Lincoln’ no dice sobre Lincoln

"EE.UU.: Reversiones". Isaac Bigio

viernes, 22 de febrero de 2013

Origen de la Leyenda Negra sobre el general Mariano Ignacio Prado.

                               
"La leyenda negra se montó
 en el siglo XX"

Entrevista al historiador Antonio Zapata.

Por: Jorge Paredes


¿Cómo se suceden los hechos para la partida de Mariano Ignacio Prado al extranjero en plena guerra con Chile?

Prado se va en diciembre de 1879. Cuando decide irse, la situación era la siguiente: Grau había muerto al comenzar octubre, en noviembre los chilenos habían invadido Pisagua y Tarapacá y ya controlaban el departamento salitrero y el Perú se había quedado sin su principal recurso. La guerra ya estaba perdida. Después de estas derrotas, él (antes había estado en Arica dirigiendo la guerra) regresa a Lima, donde había un clima enrarecido. La división entre la clase política era muy pronunciada, existían conflictos con el Congreso, se habían sucedido varios gabinetes, y entonces toma una medida equivocada, desesperada, que es irse al extranjero para acelerar las compras de armas. Un error monumental porque olvida su función principal que era representar a la nación. Como todos sabemos, dos días después se produce un golpe y Piérola lo declara traidor y le quita la ciudadanía. 


¿Decir que se marchó a Europa con el dinero de una colecta nacional no tiene sustento histórico?

Él se va a Estados Unidos y desde ahí hace gestiones para defenderse, publica un manifiesto en Nueva York, pero en Lima ya nadie le hace caso. Yo creo que él pensaba regresar porque deja aquí a su mujer y a sus hijos pequeños, una familia a la que quería mucho porque después vivirá con ellos el resto de su vida. También deja a sus otros dos hijos mayores (de anteriores parejas), Grocio y Leoncio, que morirán heroicamente en la guerra. Y la colecta nacional no la manejó Prado. Fue una colecta cívica y los nombres de los organizadores los menciona Basadre, no son ningún secreto. Estos señores llegaron a Europa y compraron un barco que no pudo venir al Perú porque los tenedores de bonos de la impaga deuda externa interpusieron un embargo. La nave llegó después de la guerra y sirvió para reconstruir la Marina. No hubo ningún robo. 


¿Entonces cuándo surge la leyenda negra?

No se ubica en el siglo XIX, con el personaje en vida. Cuando Prado regresa al Perú, no se queda a vivir en el extranjero, gobernaba el general Cáceres, quien le manda a su edecán a recibirlo. Y Prado llega a su casa, no hubo vítores, pero tampoco nadie lo trató como ladrón ni como traidor. Y Cáceres, que había combatido en la guerra y no era mano blanda, no lo enjuicia. 


¿Entonces se crea después de su muerte?

Yo creo que se origina en el siglo XX, con la participación en política de sus hijos Jorge, Manuel y Javier. Desde 1910, ellos están actuando en política, vinculados a Benavides, y ayudan a restablecer el poder oligárquico, ganándose muchos enemigos. En 1936 Jorge Prado será candidato a la presidencia y sus opositores serán la Unión Revolucionaria, que es el partido fascista, y Eguiguren. Las elecciones son anuladas con el inverosímil argumento de que Eguiguren había ganado con los votos del Apra, partido que había sido declarado ilegal. Más adelante, en 1939, vuelven a haber elecciones y esta vez el hermano de Jorge, Manuel Prado, será elegido presidente. Fueron, pues, los opositores de los Prado quienes montaron la leyenda negra de que su padre era un traidor y ladrón.


Se dice también que la riqueza de esta familia fue producto de ese dinero sustraído para la compra de armas.

Los hermanos Prado eran Javier, Jorge, Manuel y Mariano, este último fue el financista de la familia, que con el tiempo creó el Banco Popular y la Compañía de Seguros la Popular y Porvenir, que colocan a los Prado como una de las familias ejes del poder económico a mediados del siglo XX. Es un poder económico que sucede a posteriori.


LOS MOTIVOS


¿Por qué cree que persiste la leyenda negra en el tiempo?


Porque la gente la repite en primer lugar y en segundo lugar porque parece bien explicar las derrotas por una traición, y no ver los problemas de fondo, que Chile era un país mejor organizado que el Perú, que éramos un abismo social, que entre ricos y pobres no había una comunidad espiritual, que no existían lealtades nacionales, etc., motivos por los que perdimos la guerra y no porque alguien nos dio una puñalada por la espalda.


Fuente: Diario El Comercio, suplemento "El Dominical". 02 de mayo del 2010.

La Leyenda Negra del general Mariano Ignacio Prado.

El fin de la leyenda negra: la verdad sobre el viaje del general Mariano Ignacio Prado
Su salida del país fue para comprar armas para enfrentar a Chile. Con la calumnia, sus opositores pretendieron evadir la responsabilidad de la derrota y anular el futuro político de la descendencia del general
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Por: Martha Meier M Q
Una mentira mil veces repetida no se convierte jamás en verdad pero puede confundir a muchos. Cizaña al fin inmunda la civilización con su odio, persecución y calumnia. A lo largo de décadas una gran campaña de desprestigio se gestó contra el general Mariano Ignacio Prado Ochoa(1826-1901), militar y político peruano dos veces presidente del Perú y considerado prócer de la independencia por su importante participación en el combate del 2 de mayo, que selló la independencia de nuestro país del yugo español y sus demandas desde las invadidas islas de Chincha.
1. Los comentarios
“Supongo que mi intempestiva salida de Lima, haya dado lugar a comentarios de todo género; y no dudo que, principalmente los espíritus estrechos se hayan entregado a las apreciaciones apasionadas persiguiendo el propósito de no cumplirme justicia jamás, y sin darse la pena de reconocer mi espíritu y mis trabajos durante el tiempo que sirvo al país”, escribió Prado a bordo de vapor Payta al general Juan Buendía, percatándose de la maledicencia de sus adversarios tras su salida del Perú.
2. ¿Traición?
De traición se califica el viaje al extranjero del presidente Prado durante la guerra con Chile. La mentira fue urdida por los responsables de la deshonrosa derrota y tanto se ha repetido que ya es parte del imaginario popular. Hasta en los textos escolares enseñan a los niños y niñas que el general huyó y de paso se robó la colecta nacional para comprar barcos de guerra, dejando al país en el desamparo. Nada más falso. Llama la atención que pese al peso de la evidencia histórica haya quienes sigan mancillando el honor de un hombre valeroso. Lo cierto es que el General dejó el país con la clara intención de adquirir armamento estratégico para poder enfrentar al enemigo del sur: “[] me he convencido hasta la evidencia de que esta guerra es esencialmente marítima [...] Nadie ignora que mientras carezca el país de poderosos elementos navales que siquiera equilibren los recursos del enemigo, la campaña terrestre tiene que ser para nosotros muy lenta, costosa y difícil”, escribió en la carta a Buendía. Cabe recordar que en esos momentos el monitor Huáscar estaba destruido, y que el Perú había sido desacreditado ante los proveedores de armamento y buques, por lo que el General pensó que sus gestiones serían necesarias para alcanzar el éxito.
3. La “huída”
Se sostiene que Prado huyó abandonando al país en medio de la guerra. Tal dicho —que se repite como sonsonete— no se sostiene con prueba alguna y se insiste en esa versión falaz pese a la existencia de copiosa información y documentos que demuestran lo contrario. Lo cierto es que el general Mariano Ignacio Prado no huyó ni fugó ni nada que se le parezca. Salió del país con todas las de la ley y con autorización del Congreso de la República. Un comunicado del Ministerio de Gobierno, Policía, Obras Públicas, Correos y Estadística, publicado en el diario “El Peruano” (Lima, No. 103, página 409, del 10 de mayo de 1879) da cuenta de ello al indicar que “El Congreso [...] dando cumplimiento a lo dispuesto en los artículos 95 y 96 de la Constitución del Estado ha concedido licencia al Presidente de la República para que, si lo juzga necesario pueda mandar personalmente la fuerza armada, y salir del territorio nacional [...]”. Más claro el agua, el Congreso aprobó el viaje de Prado, quedando a cargo del gobierno el vicepresidente La Puerta. Este punto fue ampliamente aclarado, además, por el historiador Jorge Basadre.
4. La puñalada del Califa
Nicolás de Piérola, político arequipeño conocido como “El Califa” intentó vanamente —entre 1874 y 1877— hacerse del poder tratando de derrocar primero al gobierno de Manuel Pardo y luego al de Mariano Ignacio Prado. Derrotado, se asiló en Bolivia y Chile. Hombre astuto, aprovechó la guerra con Chile y el viaje del general Prado para asestar un golpe de estado y usurpar el poder. Mientras ejerció como Jefe Supremo —responsable directo del desastre frente a Chile— se encargó de emitir un decreto calificando de “ignominiosa conducta” y “vergonzosa deserción” el viaje del presidente Prado. Llegó al extremo de arrebatarle “los derechos de ciudadano del Perú” y condenarlo a “degradación militar pública”, en mayo de 1880. Si Prado no volvió hasta terminado el conflicto y derrocado Piérola fue justamente porque este se lo impidió. El acto venal de “El Califa” fue corregido por Andrés Avelino Cáceres, quien en octubre de 1886 —como presidente constitucional de la república— promulgó una ley declarando “nulos todos los actos gubernativos internos practicados por los señores don Nicolás de Piérola y don Miguel Iglesias”, señalando además que ambos “asaltaron el Poder Supremo, sirviéndose de las armas que se les había confiado para la defensa de la república contra el enemigo extranjero”.
5. El robo
“Si algunos pudieran atribuir a mi marcha reservada un fin mezquino —escribió a Buendía— bastaríales ver que dejo allí a mi familia, entregada solo al amparo de la Providencia para persuadirse de que únicamente un fin grandioso ha podido moverme a realizar este viaje”. El notable historiador Jorge Basadre anota el heroísmo de sus dos hijos mayores que murieron en combate uno en Tacna y el otro en Huamachuco. Sobresaliendo Leoncio que peleó hasta las últimas fuerzas y fue fusilado por los chilenos cuando se recuperaba de sus heridas. “Mariano Ignacio Prado no robó ningún dinero. Por el contrario, los fondos de la colecta llegaron a Europa a través de otras manos y sirvieron para el propósito original. Es decir, se compró un buque, que llegó al Perú después de la guerra y sirvió para reconstruir a nuestra marina post conflicto. No llegó durante la guerra porque los tenedores de bonos de la impaga deuda externa interpusieron un embargo y el barco estuvo retenido”, escribió el historiador Antonio Zapata en una nota publicada en el diario “La República”.
6. Hombres del retorno
Terminado el conflicto y con Piérola fuera del poder, Prado regresa al Perú. Nadie lo consideró entonces un traidor ni se le enjuició por delito alguno. El presidente Andrés Avelino Cáceres envió a su edecán a recibirlo. Todos sus derechos y distinciones le habían sido repuestos. Y el pueblo supo reconocer las reformas y avances logrados durante sus gobiernos. Prado moriría años más tarde y el arribo de sus restos al Callao fue consignado en los medios de la época, con el homenaje que merecen quienes lucharon por su patria.
Fuente: Diario El Comercio. 02 de mayo del 2010.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Historia del golpe militar de 1962. Veto militar y civil al pacto de Haya de la Torre y Odría.

caretas 1955

1962

El próximo 18 de julio se cumplen 50 años del golpe de estado de 1962. Es curioso que esta ruptura del orden constitucional haya recibido tan poca atención al grado que podríamos decir que se han olvidado de él. La razón de ello se puede explicar contestando la  pregunta ¿contra quién se dio ese golpe? La primera respuesta sería decir que fue contra Manuel Prado. Pero, en realidad, no fue contra él, puesto que a ese mandatario solo le quedaban diez días de gobierno. El golpe fue dado contra el que iba a ser elegido Presidente por el Congreso, es decir, contra Manuel Odría.
A inicios de julio de 1962 era sabido que Haya de la Torre y Odría, viejos enemigos, se habían reconciliado y habían acordado un pacto de gobernabilidad que llevaría al mando nuevamente al Presidente Odría. Es posible que, si ese pacto se hubiese materializado, el Perú hubiera experimentado un modelo de alternancia  parecido al Frente Nacional colombiano de 1957 o al pacto de Punto Fijo, el venezolano de 1959. Pero ello no fue así gracias a la aparición del radicalismo de una nueva generación tanto civil como militar.
Para 1962 el aprismo había abandonado el extremismo revolucionario de sus primeras décadas y estaba seriamente empeñado en defender la constitución y el crecimiento económico no interrumpido desde 1949. Para entonces, el mayor peligro para  Haya era la inclinación hacia la izquierda radical que había aparecido con el Apra rebelde y sus simpatías con el castrismo.
Por su parte, el odriísmo de 1962 postulaba un “socialismo de derecha”, según proclamaba Napoleón Tello. El mismo cambio del nombre de Partido Restaurador al de Unión Nacional evidenciaba el paso del viejo nacional-militarismo a un nacionalismo-popular. No debemos olvidar lo que dijo  en 1969 el sociólogo Henry Favre (n. 1908): “…Si bien, Odría nunca fue tan lejos como Perón o Rojas Pinilla, es innegable que hubo en el odriísmo gérmenes de peronismo, cuyo desarrollo la oligarquía solo podía temer”
Sin duda alguna Odría quería evitar el desplazamiento de sectores nacionalistas y populares hacia un nacionalismo-revolucionario cuyo germen era visible en el Frente de Liberación Nacional del general César Pando y el padre Salomón Bolo (los abuelos ideológicos del primer Ollanta Humala y del ex cura Marco Arana)

La reconciliación Haya-Odría es una página valiosa de nuestra historia política. Dos viejos ya sabios, antiguos enemigos encarnizados, quienes llegaron a representar dos bandos irreconciliables se abrazaban olvidando rencores. Uno relegaba el recuerdo de la desgraciada Revolución aprista del 3 de octubre de 1948 que amenazó con sovietizar a la milicia e iniciar una guerra civil. El otro perdonaba las persecuciones, prisiones y la dureza de un asilo forzoso en la embajada de Colombia.
El golpe de 1962  fue hecho contra la reconciliación democrática. Por eso, hoy en día que tanto se habla de verdad y reconciliación es imposible seguir negándose a ver en los hechos de hace cincuenta años el ejemplo de dos grandes e incomprendidos hombres que supieron abandonar el rencor para privilegiar el valor de la concordia.
Fuente: Diario La República. 15 de julio del 2012.
Recomendados:
La puerta del horno. Antonio Zapata.

Historia de la persecución política de Odría contra Haya de la Torre.

Asilado. Haya de la Torre fue uno de los casos más emblemáticos.   

Haya de la Torre, asilado silencioso

Por: Luis Alva Castro (Político aprista, ex ministro de economía)

El 23 de marzo de 1954, en Bogotá, los cuatro comisionados plenipotenciarios especiales de Perú y Colombia, Hernán Bellido, David Aguilar Cornejo, Alberto Zuleta y Carlos Sanz de Santamaría, entregaron a la prensa un comunicado que daba cuenta del acuerdo logrado al filo de la medianoche precedente, sobre Víctor Raúl  Haya de la Torre asilado en la Embajada de Colombia en Lima durante más de 5 años. Alberto Lleras Camargo, ex presidente de Colombia, del Partido Liberal, me decía “Colombia toda no vaciló en apoyar permanentemente a Don Víctor Raúl Haya de la Torre y al derecho de asilo”, “Haya de la Torre soportó el encarcelamiento en la Embajada de Colombia con singular entereza. El caso del asilo se convirtió en una causa nacional. Los liberales no estábamos en el gobierno, pero nuestra posición fue siempre de respaldo permanente”.
Los comisionados de los países informaron que con el más amplio espíritu de amistad y de respeto recíprocos han celebrado un convenio que, dentro del acatamiento a los fallos de la Corte Internacional de Justicia y siguiendo sus recomendaciones, permite solucionar satisfactoriamente la situación existente.
Carlos Sanz de Santamaría me relató: “Puse como condición que los directores del Partido (Liberal) autorizaran mi actuación en ese campo, lo que fue fácil de obtener. Además solicité la previa autorización para consultar todo movimiento, estudio o propuesta, con los doctores Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo (ambos habían sido presidentes de Colombia y eran muy amigos de Víctor Raúl).Tanto el general Rojas Pinilla como el doctor Sourdís aceptaron esa condición de inmediato.
Las instrucciones eran claras, buscar por todos los medios una razonable solución política que debería tener en cuenta el único propósito de Colombia: sacar del Perú libremente, al asilado silencioso, sano y salvo. El 5 de marzo se iniciaron los primeros contactos para llegar al  fondo del problema.
Las negociaciones fueron sumamente difíciles, se plantearon muchas fórmulas. El episodio me lo relató don Carlos Sanz de Santamaría, con lujo de detalles, “lo que se trataba era de salvar la vida de un hombre importantísimo de América que nosotros admirábamos. Porque realmente su vida estaba en peligro, lo iban a matar. El haberle salvado la vida a Víctor Raúl fue la meta de todas las negociaciones y es el triunfo de Colombia.”
A las cinco de la tarde del 6 de abril de 1954, José Joaquín Gori recibe al decano del Cuerpo Diplomático Latinoamericano acreditado en Lima, Eugenio Martínez Theday, Embajador del Uruguay  y a su colega de Panamá Raúl de Roux para que lo secunden en su difícil misión. A las cinco y media del mismo día, Alejandro Freundt Rosell,  Ministro de justicia del régimen peruano, ingresó a la Embajada para dar cumplimiento a las últimas formalidades. Haya de la Torre se despidió de los humildísimos mayordomos Melquiades Chávarry y Gonzalo Roncal, que lo asistieron todo un lustro en su asilo, entró luego al salón dorado de la  embajada, se detuvo frente  a  bandera de Colombia y la besó. Los Gori recibieron el abrazo de despedida. Gori, quien sufrió lo peor del asilo, me dijo: ¡Me estremezco al recordarlo! “Alzó en sus brazos a mi hijo Ricardo, acarició a los niños, tomó con nosotros unos sorbos de champaña y sin decir palabra se dirigió a la puerta, se esforzaba por reprimir la emoción”.
Con Freundt Rosell y los embajadores de Uruguay y Panamá Haya de la Torre abandonó la Embajada seguidos muy de cerca por el Director de Gobierno Alejandro Esparza Zañartu y agentes del Estado, brutales perseguidores de muchos compañeros  apristas durante esos años. Subió al avión, a su lado, un detective tenía la misión de asegurarse que cruzaría la frontera permaneciendo en el avión. A esta formalidad  innecesaria se añadía en esos momentos una postrera mezquindad de Odría. Al tiempo que Haya de la Torre salía del país lanzaba un decreto supremo por el cual lo declaraba indigno de la nacionalidad peruana y se la quitaba.
México D.F. fue la primera ciudad del exilio, al abrir la portezuela de la aeronave, miles de personas vivaban al Apra y a su fundador. Al grito aprista de ¡Víctor Raúl!, fue recibido por una enorme multitud de estudiantes, obreros e intelectuales. Decenas de periodistas 54 emisoras de radio y canales de TV están entre los que reciben al ilustre indoamericano, quien después de 25 años vuelve a pisar tierra mexicana. Sus primeras palabras fueron: “Siento profunda emoción al llegar a México. Este país es el campeón de la democracia y de la libertad. ¡Viva México!”.
Haya de la Torre venció, salió robustecido de la Embajada como triunfante asilado y símbolo de los derechos humanos. La Corte, al examinar si el  asilo fue regularmente otorgado, halló que el gobierno del Perú no había probado que los actos de los cuales Haya de la Torre fue acusado constituyeran crímenes comunes. Lo determinante fue que el Tribunal de la Haya absolvió a Víctor Raúl Haya de la Torre (a él y a su partido) de los cargos calumniosos de delincuencia común.
El embajador peruano Felipe Barreda y Laos, en una carta abierta al General  Odría le dijo: “Ha sucedido lo que fatalmente tenía que suceder. La intransigencia e impolítica actitud ha tenido este paradójico epílogo: que el señor  Haya de la Torre, a quien se quiso  descalificar exhibiéndolo como delincuente común, ha recibido un veredicto de inmunidad; una carta limpia de culpas criminales; una ejecutoria de puritanismo político, que no tenemos ni usted ni yo, ni ningún ciudadano peruano, expedida por el más alto tribunal de justicia del mundo”.
Haya de la Torre puso un telegrama al doctor José Joaquín Gori, que decía simplemente, en nombre de esa famosa pieza de Shakespeare : “Todo lo que termina bien, está bien”.
Fuente: Diario La República. 01 de abril del 2012.

Augusto B. Leguía, entre los defensores y detractores.

             

Leguía: a los 80 años de su muerte

A su caída en 1930, los implacables enemigos de Leguía lo encerraron, sin mandato judicial alguno, en una lóbrega mazmorra sin servicios higiénicos ni atención médica para su dolorosa enfermedad, y lo mantuvieron férreamente incomunicado para que no pudiera defenderse de las calumniosas acusaciones que lanzaban impunemente contra el anciano presidente, enfermo, desvalido  y martirizado física y moralmente hasta su muerte en 1932.  Pero, finalmente, el único cargo del tenebroso Tribunal de Sanción que inventaron para deshonrarlo –el de enriquecimiento ilícito que nunca pudieron probar– se derrumbó para siempre en el titular con que La Prensa –el diario que más  lo combatió– recordó el centenario  de su nacimiento en 1963: “Murió sin un centavo”.     
No bastó con causarle la muerte. Una pesada losa de silencio y olvido –la muerte civil–  cayó sobre su memoria, para que, durante estos 80 años, cuatro generaciones de peruanos ignoraran la grandeza de su obra; para  que su nombre fuera borrado de la historia  –ninguna calle de Lima lo lleva– y  para que nunca más se volviera a desplazar del poder a la oligarquía, como lo había hecho él para gobernar con la clase media y provinciana.       

Nadie tuvo una palabra de recuerdo para él cuando recientemente se terminó el túnel de Olmos, el grandioso proyecto de irrigación concebido e iniciado por Leguía para dotar a los pequeños agricultores peruanos de 120.000 hectáreas de nuevas tierras, pero que ahora parece como si hubiera  nacido del aire, o como si a nadie le importara que  el odio destructor de la vieja oligarquía  hubiera  privado al Perú de esa inmensa  fuente de riqueza durante más de 80 años.   
   
Pero Leguía tuvo también adversarios justos, que en 1932 se inclinaron ante los restos del mandatario caído, redimido y purificado por el  sufrimiento y la muerte. El legendario periodista Federico More, que lo combatió sin tregua, publicó entonces el artículo del que extraemos las siguientes frases:  “Desdichado como Salaverry, audaz como Piérola, vivaz como Castilla, es el único que supo darnos la sensación de que éramos grandes y fuertes. […] Ante Leguía vivo, temblaron todos los peruanos. Los unos para adorarlo, los otros para cubrirlo de infamia. […] Su muerte, atrozmente fecunda en inenarrables dolores del cuerpo y del alma; su vida llena de peripecias brillantes y fúlgidas son la vida y la muerte de los varones a los que la Providencia reserva un sino singular”.  

Porque, a la larga, el destino es el amo del juego y, a sólo tres años de su desaparición, sus dos más encarnizados enemigos habían perecido en circunstancias aún más trágicas y cruentas. En esta hora, que debe ser de reconciliación con la verdad y  el pasado y  de rescate de la figura histórica de Leguía –que en 1978 fuera proclamado, con nobleza,  por Haya de la Torre, como el más grande presidente peruano del siglo XX– debemos desear a todos ellos  paz en sus tumbas.
Fuente: Diario La República. 12 de febrero del 2012.
Recomendado: 
Leguía. Agustín Haya de la Torre.

Discusión sobre el reconocimiento póstumo a Augusto B. Leguía.

        

Leguía, una tumba inquieta

Por: Mirko Lauer (Periodista y escritor)

De 1932 a la fecha la evocación de este presidente dejado morir en inhumanas condiciones, a lo largo de un año sin tratamiento médico en una celda de nueve metros cuadrados, ha oscilado entre la diatriba y el elogio. Hubo en su larga gestión material para las dos, pero lo que va quedando es el encono de quienes le volvieron la espalda en la desgracia.
El encono ha sido empecinado, y poco sutil. Durante 80 años Leguía ha sido marginado de todo reconocimiento oficial. No hay espacios públicos destacados con su nombre. Sus obras, que fueron muchas e importantes para la modernización del país (poner en marcha la irrigación de Olmos fue una de ellas), se mantienen envueltas en un manto de silencio.
Es cierto que fue Leguía un gobernante de mano dura, lo cual le fue acumulando enemigos por el camino. Pero a la postre fueron sus aduladores quienes le hundieron el puñal. Pasó de ser objeto de los más desmedidos elogios a ser llamado tirano y ladrón. En cambio los más hidalgos reconocimientos póstumos le llegaron de sectores a los que él había perseguido desde el poder.
Víctor Raúl Haya de la Torre, desterrado por Leguía en su juventud, lo llamó más adelante el mejor presidente del Perú en el siglo XX. Lo de mejor es un tema opinable. Pero es un hecho que la modernización emprendida por Leguía siempre ha merecido más consideración de la que tuvo, y lo mismo se puede decir de su imagen, de la que solo parecen haber sobrevivido las calumnias.
Los principales enemigos de Leguía terminaron licuados políticamente. Los personajes y círculos del civilismo tuvieron que trasladarse a la política del golpe militar recurrente, y luego fueron desplazados por los partidos modernos. Pero mantener la leyenda negra y el ostracismo en torno de Leguía fue un triunfo silencioso y permanente, que en cierto modo aún se mantiene.
¿Qué puede hacer el Perú del siglo XXI? Lo que está más a la mano como tarea es el reconocimiento de su obra en los numerosos espacios urbanos, recursos de infraestructura o políticas públicas que su gestión entregó al país. Cabe insistir en que Olmos, tan celebrado e inaugurado en estos decenios, debería llevar su nombre. No es el único caso de escamoteo de su aporte.
Acaso más importante es que su historia empiece a ser contada con ecuanimidad. No fue el titán del Pacífico que decían sus más encendidos sobones; pero tampoco el monstruo que pintan las versiones más mezquinas. Hay mucho que aprender de su espíritu emprendedor, de sus virtudes como administrador del Estado y de su realismo a la hora de defender los intereses del Perú.
Fuente: Diario La República. 29 de enero del 2012.

Recomendado:

Leguía: 80 años de su muerte. Alfredo Barnechea.

Entre el decenio de Fujimori y el oncenio de Leguía. Una historia comparada. Eddy Romero.

martes, 19 de febrero de 2013

Augusto B. Leguía. Balance histórico ¿favorable o desfavorable?.

                       Leguía: 80 años de su Muerte

Por: Alfredo Barnechea (Analista)

"Si uno revisa el S. XX, hay tres presidentes que "construyeron" el Perú: Leguía, Odría y Belaunde". Alfredo Barnechea firma otro aporte rumbo al bicentenario. Arriba, Augusto B. Leguía falleció a los 69 años y pesando 30 Kg.

No fue la hora más decente del Perú.

Podía entenderse la fatiga, incluso la irritación, por once largos años de gobierno, pero la canaille se apropió de la vida pública: se le negaron los más elementales recursos médicos, se ignoraron los debidos procesos judiciales, la magnanimidad no apareció por ningún lado.

En la madrugada del 25 de agosto de 1930, Augusto B. Leguía salió por una puerta lateral de Palacio (quizá la misma puerta por la que, durante años, había hecho pasar discretamente a sus amantes) y se dirigió al barco Grau para irse a Panamá. Pero lo bajaron del barco, lo llevaron a la isla San Lorenzo y el 16 de setiembre a la Penitenciaría. El 16 de noviembre de 1931, ya tarde, a operarlo a la Clínica Naval de Bellavista. El 6 de febrero de 1932 murió, a los 69 años, pesando 30 kilos.

Jorge Basadre escribió muchos años después: “la muerte fue para Leguía un símbolo de amor y de piedad, de perdón y de liberación. Atravesó su puerta cuando no tenía otros umbrales ante sí y encontró allí una morada cuando le había sido vedado todo asilo”.

Leguía fue uno de los Presidentes decisivos en la historia de la república. Antes de él lo fueron Castilla, Pardo y Piérola.

Después que el proyecto de Santa Cruz naufragara, el castillismo fue lo único viable. Castilla creó, sostenido por la prosperidad del guano, un primer Estado nacional, cooptando la anarquía de los caudillos, que habían devorado la inmediata post-independencia. Pardo instauró el primer gobierno civil (tarea que no llegó a realizar Domingo Elías).

Piérola ejecutó una gran reconstrucción después de la infausta guerra con Chile. De hecho, Leguía heredó la gran expansión económica de la “república aristocrática”.

Fue el primer Presidente “moderno” de la república. Aunque anglófilo (“hablaba el inglés de la City”, me dijo en una ocasión Haya de la Torre), presidió el tránsito de la hegemonía inglesa a la norteamericana. Cerró, o trató de cerrar, las hipotecas de fronteras, supervivientes de la independencia.

Se ha comparado muchas veces a Leguía con Arturo Alessandri o Hipólito Irigoyen. Pero otra comparación apta sería con Batlle, y su avanzada legislación social. Como todos ellos, aunque salido del tronco civilista, Leguía abrió el camino a nuevas clases medias, hasta entonces excluidas del circuito político.
Fue un presidente “constructor”. Si uno revisa el siglo XX, hay tres presidentes que “construyeron” el Perú: Leguía, Odría y Belaunde.

La época de su segundo gobierno (1919-1930), los años 20, es además la época “fundacional” de la modernidad peruana. A su lado (o al frente, en la oposición) estaban Haya, Mariátegui y Amauta, Vallejo, los indigenistas, los grupos culturales regionales.

Tenía talentos dispares: era a la vez un político sofisticado (y manipulador) y un frío hombre de negocios. Tuvo tres diestras pasiones: la política, los caballos y las mujeres. No tenía acaso, personalmente, el temperamento de un auténtico dictador: prefería comprar que liquidar. Pero tenía, creo, poco respeto por la élite limeña y, en general, quizá una idea demasiado fría, desalmada, de la naturaleza de los hombres.
Quizá por eso al final se rodeó de sicofantes. En 1926, el año que se aprobó la reelección permanente, cuando le quisieron regalar algo por su cumpleaños, sólo atinaron a regalarle una enorme foto suya. “No hemos encontrado nada mejor –le dijo Rada y Gamio, el adulón mayor– que vuestra propia efigie”. Ese clima de servilismo corrompió a la república.

Haya tenía una idea más benigna de por qué quiso reelegirse por tercera vez: “quería hacer Olmos”, me dijo. Como el gran agricultor cañetano que había sido (aunque de origen lambayecano), sabía que el drama del Perú no era “tierra o muerte” (como dirían los revolucionarios de los 60, que copiaban a Castro) sino “agua o muerte” (como les respondió magníficamente Haya). Así, trajo a un personaje crucial aún hoy, Charles Sutton.

Si uno observa desde lejos el paisaje de la república, es difícil sustraerse a la sensación que hay dos tradiciones en conflicto. Una es la de una constante promesa democrática (a la que pertenecen Pardo, Piérola, Haya, Belaunde, para poner algunos hitos). Otra, la de las “dictaduras organizadoras” para usar la expresión de Chocano (Cáceres, Leguía, Benavides, Odría, Fujimori, para señalar también nombres).

Pero Leguía era mucho mejor que sus acompañantes en la lista. Exitoso en los negocios, entró rico a Palacio y salió de él arruinado. Se había batido contra los chilenos con hidalguía en San Juan. Estaba muy por encima probablemente de casi todos sus contemporáneos.

¿Quedó mejor el Perú después de él? ¿Avanzamos? Creo que el balance histórico le es favorable. Quizá por eso Haya me confesó, en la célebre entrevista de televisión que me hizo el honor de concederme, que había sido “el mejor Presidente” del Perú.

Muchos de sus métodos son reprobables. El mismo golpe del 19 (aunque quizá sus ex-amigos civilistas le hubieran cortado el camino), las reelecciones, la domesticación del Congreso, la compra de tantas opiniones…
Pero así como fueron deprimentes las adulaciones de su momento, ha sido descomunal la penalización de su memoria. No hay ni siquiera una avenida con su nombre. Hecho, o casi hecho, su sueño de Olmos, sería justo que lo bauticemos como Irrigación Augusto B. Leguía.

A De Gaulle le gustaba recordar una frase del Julio César de Shakespeare: “Pertenecer a la historia es pertenecer al odio”. Pero de pronto con Leguía nos hemos excedido y es hora de hacer con él las paces.

Fuente: Revista Caretas n° 2218. 09 de febrero del 2012.

Recomendado: 

Augusto B. Leguía. Reportero de la Historia.

domingo, 17 de febrero de 2013

Polémico libro “Mito y utopía. Relato alternativo del origen republicano del Perú” de Héctor Bejar.


Son necesarias las utopías
La liberación de los pueblos empieza por la recuperación de sus conciencias. Y la recuperación de las conciencias empieza por la construcción de utopías. Esta es, en síntesis, la idea de “Mito y utopía. Relato alternativo del origen republicano del Perú” (AcHeBe, 2012), del científico social Héctor Bejar.
ENTREVISTA CON HÉCTOR BÉJAR "
—“Mito y utopía”. ¿A qué se refiere con el título?
—Hay muchas formas de ver un mito. La antropología europea nos dice que los mitos son propios de las sociedades primitivas. El problema es que los europeos no aceptan que ellos también tienen mitos. El libro “Mito y utopía” te dice “cuidado, la sofisticada cultura occidental tiene otros mitos”. El primer mito es su superioridad, el mito de que la civilización empieza con Europa. El otro mito europeo es que el capitalismo surge espontáneamente: no fue así, el capitalismo, como dice Marx, emergió chorreando sangre, por la desposesión de miles de gentes. Esa gente, que está entre el siglo XIV y el siglo XV, tenía utopías. Es decir, pensaba que se podía vivir de manera distinta. Todos los grupos sociales que trataron de vivir de manera distinta fueron aplastados sangrientamente por los ejércitos de los propietarios europeos que ya estaban despojando a la gente de sus propiedades. Hay un choque entre los mitos que van creando las clases dominantes en Europa y las utopías que van creando los despojados, los oprimidos.

—¿Qué tipo de utopías eran?

—Primero, todos cuestionaban la propiedad. Como decía San Agustín, el pecado original del hombre es haber propiciado la pobreza y haber dividido la tierra. Eso también sucedió en América. Esa es la revolución del Consejero que calumnia Mario Vargas Llosa cuando escribe “La Guerra del Fin del Mundo”, presentando al Consejero como un loco… Cuando en realidad es la historia (escrita por Euclides da Cunha en “Os Sertoes”) de los esclavos que habían sido “liberados” y que no tenían a dónde ir y que se van al desierto, y cuando ellos tratan de establecer una sociedad sin propiedad, la nueva república Brasileña acaba con ellos. Este es un auténtico genocidio, una cosa feroz, que se repite en Paraguay con la Guerra de la Triple Alianza, contra los últimos ecos de lo que habían sido las misiones jesuíticas en el Paraguay, que tampoco aceptaban la propiedad privada.

—¿Esos grupos que durante 500 años han tratado de vivir de una manera distinta tenían todos la idea contraria a la propiedad?

—Sí: los líderes eran curas todos. El Vaticano había sido tomado por los propietarios, a través del Renacimiento. ¿Qué hace Clemente, el primer papa? Acaba con los caballeros templarios, con la gente que todavía pensaba en una función social de la iglesia. El asunto del libro es: si la contradicción fundamental es entre los mitos y las utopías, entre los mitos de los poderosos y las utopías de los pobres y despojados, ¿cuál es la nueva utopía?

—¿Cuál es?

—Hay que ver. ¿Qué es lo que ha pasado? Los poderosos te están convenciendo para que no tengas utopías. Este libro cuestiona el realismo mediocre.

—¿Qué es el realismo mediocre?

—Es el realismo del que piensa que solo hay que vivir el día. Sucede que la sociedad piensa que tienes que competir, lo cual supone que la cooperación acaba.

¿Una nueva república?

—El subtítulo dice “Relato alternativo del origen republicano del Perú”.

¿Cuál es el relato oficial y cuál el alternativo?

—El relato común es que aquí había una colonia, esa colonia estaba subordinada a España; que fuimos una colonia española, y que luego surgieron una serie de líderes guerreros, como San Martín y Bolívar que te liberaron y esos líderes tenían una mentalidad republicana, excepto San Martín, que tenía una idea monárquica. Esa es la historia oficial. La historia verdadera, primero, es que no había colonia. Colonos hubo en NorteAmérica, porque colono es el que viene y se instala, para cultivar. Aquí solo vinieron a sacar todo el oro posible, regresar y comprar un título en Europa e instalarse en Europa. Cuando lees la biografía de Carlos V, te das cuenta que América no le interesaba; solo el oro para financiar sus guerras. Segundo problema: ¿fuimos colonia de España si quien gobernaba era Carlos V y este ni siquiera hablaba castellano? España nunca llegó a existir. La vieja España, primero, eran los castellanos que habían expulsado a los árabes y bereberes, pero que luego fueron reprimidos por Carlos V y su corte austriaca, porque eran las comunidades que hacen la primera revolución de la independencia, pero que son reprimidas y aniquiladas.

—Y España lo niega. ¿Qué niega el Perú?

—Lo que la historia peruana oculta cautamente es que los dos primeros presidentes del Perú fueron traidores: el Marqués de Torre Tagle, que se arrepiente de todo, traiciona de la manera más increíble y muere con los españoles; y Riva Agüero, que es declarado traidor, y que se va, trata de negociar con la Santa Alianza para que lo reconozcan como presidente del Perú, como falso presidente del Perú. Esos son los dos primeros presidentes del Perú. La República peruana tiene un defecto de fábrica: nació mal. Cuando algo nace mal, ya no sabes si vale la pena modificarlo, si esto es modificable, o si vale la pena pensar todo de nuevo. Y pensar un nuevo tipo de república a la manera actual.

—¿Cómo sería esa nueva república?

—Multicultural, que reconozca a las culturas que nosotros hemos creído que son salvajes, empezando por los amazónicos, aymaras, quechuas, y por supuesto, criollos, italianos… todos los aportes que ha tenido el Perú. Pero esa es otra historia que ya no está en el libro, pero la idea es que si el Perú no se mira al espejo y no se reconoce como lo que es, nunca va a poder solucionar sus problemas. Si el sueño es ser como los de Miami, prefiero el positivismo europeo. Se necesita un cambio en las estructuras mentales, eso es lo que el libro plantea. Tú vives lo que piensas. El problema básico del Perú está en cómo nos pensamos a nosotros mismos. Eso no significa disminuir la importancia de las estructuras económicas, pero lo que el libro trata de decirte es que la forma como piensas es importante, tiene igual o mayor importancia que la forma como vives. La idea es rescatar lo que eres para modificar lo que piensas. 

—El Perú no es solo andino o amazónico.

—Para nada. Es urbano. Pero los andinos cada vez son menos andinos también. Las modificaciones culturales son aceleradas en el mundo y el Perú. Hay una serie de intelectuales brillantes de los años veinte, que hoy han sido olvidados. Uno de ellos es José Vasconcelos, quien habla de la cultura indoamericana. En esa época se hablaba mucho de raza, se habla de la raza cósmica. Precisamente en tiempos en que en México se depreciaba lo indígena, él reivindica lo indígena, pero dice cuidado, somos cósmicos, eso significa que tenemos que abrirnos al mundo. Ni siquiera usó la palabra indigenismo, él hablaba de la raza, pero, para él, la raza indoamericana es una raza espiritual, abierta al mundo. Creo que debemos regresar a Vasconcelos.

No existen culturas superiores ni puras

Como diría Wallerstein, el occidental es uno de los sistemas mundo que hay: otro es China; otro es Medio Oriente, el mundo árabe; otro ha sido históricamente Bizancio, la parte bizantina, la parte más desarrollada del mundo en la época del nacimiento de la Europa que actualmente conocemos; otro es el mundo eslavo… “Hay muchos mundos; pero aquí nosotros creemos que solo hay uno, al punto que en la historia nos enseñan solo la historia occidental; y a África la borraron del mapa, culturalmente”, dice Béjar.

—¿Por eso es que algunos intelectuales cuando ubican la barbarie en algún lado lo hacen en África?

—Sí, y eso viene del siglo XIX. Es una imagen que las potencias europeas fabricaron. En París, hace poco hicieron una muestra (crítica) sobre la famosa Exposición Universal de fines del siglo XIX, en la que mostraron africanos encadenados, indios de NorteAmérica exhibidos como salvajes en jaulas… porque a los europeos (en ese tiempo) les interesaba fijar la imagen de lo africano como lo salvaje porque estaban afirmando su dominación sobre África, y se acababan de repartir ese continente. Ahora, los europeos mismos critican el europeocentrismo. Las imágenes culturales que se crearon para justificar esto tienen que ver con la justificación de sus aventuras militares. Eso ha perdurado; esas imágenes son las mismas que ahora los justifican para actuar en sus nuevas aventuras imperiales, como en Libia…

—¿Qué imágenes, si pudiera ser más específico?

—Cuando provocan el asesinato de Gadafi, la imagen de este es la de un africano loco, y los musulmanes aparecen como terroristas locos. Van creando frente a su propia gente la imagen del islam como una religión terrorista, cuando todo el mundo que ha visitado los países islámicos sabe que son países pacíficos y que la base del islam es pacífica. Lo que sucede es que son grupos que han tenido que reaccionar frente a la ocupación europea.

—Dice usted que no hay cultura pura.

—Debemos aceptar que toda cultura es intercultural. Tú vas a cualquier tienda de Inglaterra y ves una hermosa porcelana inglesa… y eso era chino; la porcelana holandesa es china; los paños holandeses eran bizantinos; el tulipán, que es el símbolo de Holanda, es turco. Los europeos se las han ingeniado para negar sus orígenes culturales; niegan su interculturalidad. Se presentan así, y también nosotros los vemos así; porque la culpa no es solo de ellos, sino de quienes los vemos así, como La Cultura, y todo lo demás es menor.

—En el Perú, el más grande promotor de esa idea es Vargas Llosa.

—Responde a esa concepción, cuando en realidad se trata de culturas distintas que tienen sus particularidades y cada una tiene sus fanáticos y sus fundamentalistas, que creen que su cultura es La Cultura, la única posible, y todas las demás son negativas. Un equivalente a Mario Vargas Llosa sería un fundamentalista islámico o un fundamentalista neoliberal. 

Marco Fernández
Redacción

Fuente: Diario La Primera. 13 de diciembre del 2013.