domingo, 25 de abril de 2010

El Perú y La Segunda Guerra Mundial.

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El caballero y la espía

Mientras “The Pacific”, la serie de Steven Spielberg, capta cada vez más seguidores, el internacionalista Juan Velit nos cuenta historias poco conocidas de peruanos en la Segunda Guerra Mundial, como el de la bella espía llamada Bronx

Por: Jorge Paredes

Si bien la Segunda Guerra Mundial se desarrolló mayormente en Europa, ¿cuál fue la participación de América Latina y el Perú?

El Perú, aunque no llegó a enviar tropas como lo hicieron México y Brasil, tuvo una destacada actuación en la Segunda Guerra Mundial. Primero, pone a disposición de los aliados muchos minerales y alimentos, como la papa. Después, la quinina peruana fue clave en la campaña del Pacífico para combatir la malaria que había diezmado a las tropas norteamericanas en su lucha con los japoneses. Al Perú se le encargó, además, la custodia de esta parte del Pacífico, que representaba un punto estratégico para la causa aliada. Incluso los estadounidenses llegaron a capturar un submarino japonés y descubrieron que había planes para sabotear territorio peruano.

A pesar de la crisis que produjo la guerra, el Perú se fortaleció con la venta de materias primas y se dice que el presidente Manuel Prado salió favorecido.

Algunos productos peruanos subieron, como el algodón, que en ese entonces se usaba mucho para la pólvora. Y, claro, Prado fue el único presidente latinoamericano que fue invitado a Estados Unidos durante la guerra. El Perú salió fortalecido, además, porque otros países como Argentina, Chile o Ecuador eran sospechosos para los aliados, pues los veían como colaboracionistas del eje.

PERUANOS EN ACCIÓN

A pesar de que no hubo tropas peruanas en la guerra, sí hubo casos aislados de peruanos en el conflicto…

Está el caso conocido del embajador del Perú en Tokio Enrique Rivera Schreiber, quien escuchó casualmente a funcionarios japoneses comentar sobre un ataque a una base norteamericana en el Pacífico. Él comunicó esto inmediatamente al embajador norteamericano, pero su advertencia no fue tomada en cuenta. Después pasó lo que todos sabemos: Japón atacó Pearl Harbor. Y luego está el joven George Sanjinez Lenz, quien era un preparador de caballos en el hipódromo de San Felipe, y en 1942 viajó a Europa y se hizo amigo de exiliados belgas. Combatió con ellos en Normandía y tuvo tan destacada actuación que el Gobierno Belga lo nombró Caballero del Rey Leopoldo III.

Sin embargo, la historia más sorprendente es la de la enigmática Elvira Chaudoir…

Se ha podido saber más de ella gracias a la desclasificación de documentos de la inteligencia inglesa. Esta señorita era hija de un diplomático peruano, era una joven muy bella, de 18 o 19 años, con grandes dotes para desplazarse en la alta sociedad y el mundo diplomático. Su padre era diplomático del gobierno de Prado en Vichi (la Francia ocupada por los nazis), y cuando es retirado a pedido del Gobierno Peruano, ella se traslada a Inglaterra. Allá frecuenta los exclusivos casinos Crockford y Hamilton, y toma contacto con el coronel Claude Dansey, jefe del M-16 (el cuerpo de inteligencia inglés). Probablemente, él quedó impresionado con la peruana y la recluta como espía, le pide que vuelva a Francia y se involucre con jerarcas de la inteligencia nazi. Desde ese momento, Bronx, su nombre clave más conocido, cumplirá el peligroso papel de agente doble a favor de los aliados. En Francia se hace novia de un coronel alemán y se dedica a desinformar a los alemanes. Por ejemplo, los alerta de un inminente ataque aliado por Burdeos y consigue que los alemanes trasladen tropas a ese lugar y descuiden Normandía, esto facilitó el posterior desembarco aliado en el famoso Día D. El Gobierno Inglés la condecoró después de la guerra y le dio una pensión vitalicia. Hasta su muerte, ella vivió en Europa.

LECCIONES DE GUERRA

¿Qué lecciones debemos sacar de esta guerra?

La gente solo sabe de la guerra por Hollywood y no ha leído sobre ella. La gran lección es que no debemos ser jamás permisivos con los totalitarismos. A Hitler se le permitió actuar porque las potencias de entonces, Inglaterra y Francia, estaban más preocupadas por los bolcheviques y pensaban que el nazismo iba a ser una barrera de contención para los rusos en Europa. Winston Churchill llegó a decir “al bolchevismo hay que ahogarlo en la cuna”. Esa lección no fue aprendida porque hace poco también se fue tolerante con Serbia y todo terminó en otra cruenta guerra en los Balcanes.

Fuente: Diario El Comercio. 25 de Abril del 2010.

Recomendado: Rivera Schreiber pudo haber evitado la más grande tragedia naval de Estados Unidos.

martes, 20 de abril de 2010

Bicentenario y crítica a la teoría de la dependencia.

El bicentenario de América Latina

Contra un mito de 200 años

La desigualdad en el continente no se remonta a la colonia sino a principios del siglo XX - La región creció al nivel de los países más ricos entre 1860 y 1938.

Por: Fernando Gualdoni - Madrid.

El rey Juan Carlos dio ayer el pistoletazo de salida de las conmemoraciones de los 200 años de las independencias latinoamericanas. Entre lo que queda de este año y el próximo, el grueso de los países de la región celebrará el primer grito de libertad de la corona española. Habrá discursos revisionistas críticos, los más, y alguno que otro que intente mirar hacia adelante. En cualquier caso, será difícil soslayar los puntos más negros de la historia latinoamericana: la desigualdad y la exclusión social, y las crisis económicas crónicas.

Pero ni la desigualdad se remonta a la colonia -más bien arranca en los albores del siglo XX- ni las crisis que han diezmado la región son añejas, pues Latinoamérica perdió el tren del desarrollo hace apenas 30 años.

"En comparación con el resto del mundo, la desigualdad no era alta en la América precolombina ni lo fue durante la conquista y la colonización. Ni tan siquiera lo fue durante gran parte del siglo XIX. La desigualdad crónica de América Latina es un mito", afirmó Jeffrey Williamson, profesor emérito y ex director del Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, en la conferencia sobre desigualdad en la historia económica que organizaron el Instituto Figuerola de la Universidad Carlos III y la Fundación Ramón Areces la semana pasada en Jan Luiten van Zanden, vicepresidente de la Asociación Internacional de Historia Económica, y Peter Lindert, profesor de la Universidad de California-Davis, respaldaron la tesis de Williamson. "Es importante entender que hasta la industrialización, América Latina no era más desigual que el norte de Europa. En una economía agraria, de trabajadores poco cualificados, los desequilibrios son menores. Es en el siglo XX, cien años después de las independencias, cuando surge la desigualdad urbana. Es cuando los mayores salarios por el trabajo cualificado y la educación disparan la brecha", concluyen Lindert y Van Zanden.

"Cuando a mediados del siglo pasado Juan Domingo Perón, por ejemplo, hace su revolución, quienes más se benefician son los trabajadores de los sindicatos que apoyan al Gobierno. Pasa lo mismo en Chile durante el tiempo que Salvador Allende pudo gobernar: los estibadores y mineros fueron los más beneficiados de sus políticas. Así que entre éstos y los demás trabajadores, especialmente los del sector informal, se acentuó la desigualdad", explica Williamson.

Ninguno de los tres historiadores económicos cree que la desigualdad y la exclusión puedan reducirse de un zarpazo. Hoy, a las puertas del bicentenario, la mayoría de los Gobiernos de América Latina se identifica con la izquierda, desde la más moderada a la más radical. ¿Cuál es el mejor modelo para estrechar la brecha de la desigualdad? "Tomemos el ejemplo de Cuba, es la revolución más longeva. Redujo la desigualdad, pero también se empobreció la isla, y entre pobres las diferencias son menores. Es más, puede que ahora aparezcan los desequilibrios entre quienes reciben dinero de sus familiares en Estados Unidos y los que no", cuenta Williamson. "La revolución de Chávez, en Venezuela, no sólo no ha reducido la desigualdad, sino que la ha acentuado", explica Lindert. "Es un régimen que sólo se ha ocupado de crear clientelismo político", añade.

En la historia económica de América Latina siempre ha habido dos jinetes del apocalipsis: la oligarquía y el imperialismo. Ningún historiador cuestiona las maniobras de los terratenientes primero, y las de los industriales después, para mantener sus privilegios en todos los países y con todos los regímenes. Tampoco que Estados Unidos ha intervenido en la región en defensa de sus intereses por encima de todo.

Pero, a pesar de todo esto, el historiador británico Victor Bulmer-Thomas, ex director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Londres -hoy Instituto de las Américas-, concluye en su libro La historia económica de América Latina desde la independencia que "las limitaciones externas, aunque formidables, nunca fueron abrumadoras (...) Las principales razones del relativo atraso de América Latina se encuentran dentro de la propia región (...) Nunca ha tenido el don de la oportunidad. El modelo de crecimiento guiado por las exportaciones cobró impulso casi en proporción inversa a las ventajas comerciales de que disfrutaron las materias primas. Luego la región se cerró en pleno auge del comercio internacional y, por último, llegó la crisis de la deuda de los ochenta...".

En la conferencia en Madrid se sostuvo que América Latina quedó rezagada en los últimos decenios del siglo pasado. Refuta, entre otras ideas, la teoría de la dependencia, es decir, que sostiene que el fracaso de las economías latinoamericanas se debe fundamentalmente a la herencia colonial -La herencia colonial de América Latina, de Stanley J. y Barbara H. Stein es capital en esta tesis-. Si se compara el desarrollo económico latinoamericano desde la independencia con el club de los países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se observa que la región mantuvo el paso de los países más avanzados desde 1860 hasta 1938, y que en la segunda mitad del siglo XX cambia esta tendencia hasta que el declive se acentúa entre 1980 y 2000.

"La región se cierra al mundo con su política de sustitución de las importaciones en los ochenta, y cuando se abre en los noventa el proceso es nefasto. La liberalización se hace a medias, porque en muchas ocasiones lo que se denominó privatizaciones sólo supuso un traspado de los monopolios públicos a los privados", explica Leandro Prados de la Escosura, catedrático de Historia Económica de la Universidad Carlos III de Madrid. "La mayoría de los países de América Latina alcanzaron su techo de riqueza entre finales de la II Guerra Mundial y 1960", sostiene Branko Milanovic, un economista del Banco Mundial experto en desigualdad global. "A partir de entonces, hubo picos y descensos pero, básicamente, la creación de riqueza está estancada desde entonces. La única excepción es Brasil, que desde hace unos años mantiene una línea ascendente", añade.

Fuente: Diario El País. 12/05/2009.

viernes, 16 de abril de 2010

Historia de los ciclos exportadores en el Perú republicano.

LOS AÑOS DE LAS VACAS GORDAS

Las bonanzas exportadoras en la historia del Perú, con algunas alusiones sobre el momento actual

Por: Carlos Contreras
Historiador, Profesor del Departamento de Economía de la PUCP, investigador del IEP.

En el Perú, estamos viviendo desde los años noventa un nuevo ciclo de auge exportador. De un nivel de tres mil millones de dólares en exportaciones en 1993, hemos pasado a uno de veintiocho mil millones el año 2007. Por más que los dólares de hoy no valgan lo mismo que los de hace quince años, se trata de un crecimiento sin duda impresionante. Pero no queda más que moderar el entusiasmo cuando se constata que desempeños así ya los hemos tenido en el pasado. Restringiéndonos únicamente al período republicano, podemos ubicar bonanzas exportadoras de magnitud parecida durante la era del guano (aproximadamente 1845-1865), la de la “república aristocrática” (1894-1920) y la de la posguerra mundial (1948-1972). En este artículo, me propongo resaltar los principales elementos de continuidad que ha habido durante tales ciclos de fiebre exportadora, para terminar con el señalamiento de algunas diferencias.

Cada una de esas eras exportadoras duró alrededor de veinticinco años. Para sus inicios, se conjugaron aspectos tanto internos (el logro de una cierta estabilidad política y social, tras una época de convulsión y revoltijo en esta materia) cuanto externos (fases de crecimiento de las naciones líderes de la economía mundial); y para su freno o su final, igual: a veces fue el agotamiento de los recursos naturales (las exportaciones de azúcar o algodón en el siglo XX no pudieron crecer porque ya no había más tierra disponible, como de aquí a cinco o diez años las exportaciones de oro estén quizás condenadas a estancarse porque ya no habrá más cerros por explotar), otras alguna crisis en la economía mundial.

Todos esos ciclos consistieron en auges sostenidos de la venta de materias primas o recursos naturales. La exportación era, en ocasiones, totalmente cruda o francamente primaria: tal como el producto se tomaba de la naturaleza, se ponía en la bodega del barco (el guano); otras veces pasaba por cierta transformación (caso de las lanas, el azúcar, la plata) en que el producto debía ser seleccionado, lavado, refinado o concentrado antes de su embarque. Las canteras de los productos podían reducirse a unas pocas plazas, o yacer dispersas por el territorio. Según predominase una u otra situación, variaron los efectos desencadenados por el auge exportador en la economía del país. En el Perú, han predominado las exportaciones de poca transformación y con yacimientos concentrados en muy pocos puntos, cuyo ejemplo más notable fue el del guano o el salitre. Esta ha sido una gran diferencia con otros países de economías también fuertemente basadas en la exportación de productos primarios, como Colombia o Brasil (para no alejarnos de América Latina), basadas en producciones agrícolas ampliamente difundidas entre miles de propietarios en un extenso territorio. En el Perú, el caso del algodón sería el que más se acercaría a este segundo patrón. Pero, como sabemos, nos hemos caracterizado por ser más un país minero que agrícola, al menos en materia de exportaciones.

Los efectos de la bonanza

¿Qué es lo que sucede en el país durante los auges exportadores? Podemos distinguir varios efectos económicos y sociales. Primero, se acumulan rápidas ganancias entre el sector de la elite nacional o de las compañías extranjeras que controlan los yacimientos o recursos clave para producir el bien exportable. El aumento del giro comercial local producido por la actividad exportadora puede también enriquecer a un empresariado advenedizo o de segunda fila, que aprovecha las oportunidades creadas por la compra de insumos locales por parte de las empresas de exportación. Así, estos ciclos de exportación vieron nacer en el Perú fortunas como las del inmigrante irlandés William Grace, cuya empresa inicial fueron las operaciones de abastecimiento con agua y alimentos a las islas guaneras en el siglo XIX, o a las de los hermanos Wiesse, que proveían de herramientas a las empresas mineras de la sierra central, en los inicios del siglo XX. Ocurre, entonces, un cierto reordenamiento dentro de la clase propietaria, que beneficia a los mejor ubicados o preparados para aprovechar las posibilidades abiertas por las transacciones derivadas de la economía de exportación y que permite a empresarios locales y a personajes de la clase media un rápido ascenso económico y social.

En segundo lugar, la contratación de trabajadores por la actividad de exportación eleva el nivel de los salarios en las regiones comprometidas y atrae, por lo mismo, a inmigrantes de otras regiones (e incluso de otros países). Ello trae cambios de ambigua valoración en el género de vida local: circula más la moneda y el mercado gana terreno, afectando las transacciones y las costumbres tradicionales. Como los precios de la canasta básica de consumo (vivienda, alimentos, servicios) se elevan, el incremento de los salarios queda algo evaporado y la población que no llega a participar de las actividades del boom exportador solo percibe los efectos malos: la elevación del costo de vida, la contaminación del ambiente y las perturbaciones nocivas en el orden social tradicional.

En tercer lugar, los ingresos del Estado crecen. Entre 1993 y 2007, la recaudación tributaria corriente del gobierno central pasó en el Perú de 4,318 millones de dólares a 16,758 millones de la misma moneda, según los datos del Banco Central de Reserva. Ello suele llevar a una sustitución fiscal, en que los impuestos de origen interno se reducen o desaparecen y todos los niveles del Estado comienzan a depender directa o indirectamente de los gravámenes derivados del sector externo. Así como en la era del guano se abolió el tributo indígena, hoy el Impuesto Selectivo al Consumo sobre los combustibles (que en otros años financiara más de un cuarto del presupuesto de la República) está en vías de extinción; y, así como en aquella era, la consolidación de la deuda interna fue un vehículo para redistribuir los ingresos estatales obtenidos gracias al guano, hoy la devolución del dinero del FONAVI (o de la deuda agraria) puede fungir de lo mismo.

Pero los años de las vacas gordas en materia de comercio exterior también han venido asociados a la corrupción en nuestra historia económica. Los funcionarios públicos o judiciales en cuyas manos está la concesión de los recursos claves para el funcionamiento de las exportaciones pasan por una prueba de fuego, tal vez excesiva, para la templanza peruana. Esta ha sido otra vía (no por oprobiosa menos efectiva) para la redistribución del ingreso durante estas bonanzas. Cuando estos enjuagues se volvieron demasiado escandalosos estallaron las revoluciones.

La prosperidad de las arcas fiscales lleva asimismo al fortalecimiento del centralismo, o al menos al del aparato central del Estado. En la medida en que este concentra los mayores ingresos derivados del boom exportador, funciona como una caja distribuidora de recursos a los otros niveles de gobierno. Así, su poder acrece, mientras se debilitan los agentes locales que ahora penden de sus buenas relaciones con el poder central para recibir algo de la bonanza. Los grandes momentos descentralizadores en nuestro país han sido por ello las coyunturas de depresión de la economía de exportación (los años posteriores a la independencia o de la posguerra con Chile, por ejemplo), cuando la falta de divisas del extranjero nos obligó a mirar hacia adentro y a vivir de los recursos de la economía interna. El proceso de descentralización iniciado durante el gobierno de Toledo podría aparecer como una novedad en esta materia. Pero considero que no alcanza a traicionar totalmente el patrón que asocia auge exportador con centralismo. Primero, fue una especie de reedición de la descentralización del gobierno del Apra de los años ochenta (está sí, realizada durante una crisis exportadora) y fue lanzada durante un momento de parálisis de las exportaciones; segundo, ha sido precisamente cuando el auge exportador se disparó y manifestó claramente (a partir de los años 2004-2005) que el proceso descentralizador parece haber entrado en una especie de parálisis que probablemente acabará en la consunción. Algo así ocurrió con la descentralización iniciada en 1886 durante el gobierno de Cáceres y a la que la República Aristocrática mantuvo formalmente hasta 1920, pero con casi nulos poderes reales.

En cuarto lugar, la abundancia de divisas lleva a una sofisticación en el consumo de la población; sobre todo, desde luego, de aquella más beneficiada por la bonanza: los vinculados a la industria de exportación, al comercio y al empleo público. En el siglo XIX fue la iluminación a gas en Lima y los ferrocarriles los que despertaron la emoción de palpar concretamente lo que era el progreso; más adelante, fueron la luz eléctrica y las ruedas de goma de los automóviles deslizándose sobre el macadam de las carreteras, como hoy son los rascacielos oscureciendo el cielo de Lima y los tréboles de tránsito y cruces a desnivel de nuestro alcalde metropolitano las pruebas fehacientes de nuestra falaz prosperidad. Como el comercio de ida trae aparejado el de vuelta, el boom exportador conlleva un boom importador que permite a los peruanos la modernización en los hábitos de consumo.

El drama es saber que todo ello es pasajero y que durará lo que duren las minas o los precios del oro y del cobre. De modo que un quinto efecto serían las reflexiones y propuestas que los líderes políticos e intelectuales bosquejan desde sus partidos, periódicos y cenáculos acerca de cómo podría aprovecharse la bonanza primario exportadora para cambiar el futuro nacional. En el siglo XIX, Manuel Pardo proyectó la locomotora y sus caminos de hierro como la vía para la transformación nacional y la solución a su pérfida geografía. Durante el segundo auge exportador, José Pardo, su hijo (¿quién dice que no hay nobleza de cuna en el Perú?) apostó más bien por la educación y por lo que entonces se llamó “la redención del indio”. Los hombres del tercer auge republicano (el de los años cincuenta y sesenta del siglo XX) soñaron con la industria manufacturera, que nos redimiría para siempre de la tara primario exportadora. Hoy, más desengañados por las experiencias del pasado, pareciera que el consenso fuera por una meta más modesta: reducir la pobreza, que viene a ser la versión moderna de la redención del indio.

La apuesta actual

El auge exportador actual guarda por su parte algunas diferencias con los de antaño. Irrumpió cuando había un elevado nivel de desempleo, por lo que no necesitó elevar mucho los salarios para atraer mano de obra. Más aun cuando las modernas vías de comunicación permitieron a la población trasladarse rápidamente de una región a otra. De otro lado, por lo menos hasta hoy, ha confiado su mecanismo fiscal en el más sutil impuesto a la renta, en vez de los antiguos “estancos” (el monopolio del Estado sobre el sector exportador) o el impuesto a la exportación que rigieron durante los pasados auges. Es un intento importante por no matar a la gallina de los huevos de oro, como en cierta forma ocurrió antes con los otros mecanismos fiscales, y por prolongar los años de las vacas gordas, pero supone una apuesta riesgosa (que la inversión privada premiará esa conducta y que, incluso pensando en el bien común, los particulares pueden gastar el dinero mejor que el Estado) y de muy largo plazo, que habrá que ver si resulta buena.

Finalmente, ¿por qué es difícil aprovechar una buena racha exportadora para un cambio más radical y profundo que algunas mejoras en el equipamiento urbano, mayores salarios para los empleados públicos y mejores vías de comunicación? Lo hasta aquí expuesto me lleva a las siguientes reflexiones: los auges exportadores al estilo minero (pocos yacimientos grandes, concentrados en pocas manos) aumentan la desigualdad, con lo que, salvo por los trabajadores vinculados al sector de exportación y los empleados públicos que viven de los impuestos que este paga, no hay más ampliación del mercado interno. Por ello, no hay que sorprenderse de que lo que acrezca no sea tanto la producción nacional cuanto las importaciones. Segundo, estos auges despojan de un poder fiscal a la población interna, al convertirla en un recipiente del gasto público y no en una fuente de sus ingresos, como debería ser. En efecto, buena parte de la población deja de ser aportante al fisco y pasa en cambio a recibir transferencias del gobierno (como en el actual programa Juntos). De esta guisa, la relación entre la población y el Estado se corrompe; la fiscalización ciudadana es reemplazada por las prácticas del miserabilismo y el clientelismo. El refuerzo del centralismo político y fiscal, que es ordinario a las épocas de auge exportador, encaja en esta misma dirección.

Desde luego, con mayores ingresos, el Estado siempre puede mejorar la educación, la salud y las comunicaciones, y debemos reconocer que, en la medida de nuestras posibilidades, algo de ello hicimos los peruanos durante nuestras bonanzas de exportación. Aunque tales herramientas no reemplazarán automáticamente a la renta exportadora cuando esta se termine, al menos nos dejan listos para aguardar más sabios, sanos y avisados el siguiente auge.

Fuente: Revista Argumentos (IEP). Septiembre, 2008.

Recomendado: Historia económica del Perú. Análisis de la evolución económica de 1950 al 2010.

lunes, 12 de abril de 2010

La falsa dicotomía: Buen manejo macroeconómico versus reforma social y del Estado.

Un programa para el Perú

Manuel Rodríguez Cuadros
Ex canciller del Perú. Actual embajador en Bolivia.

La política peruana hace años que está encerrada en una falsa dicotomía. Buen manejo macroeconómico versus reforma social y del Estado, como si ambas opciones fuesen excluyentes. Esta dicotomía es falsa. Está muy alejada de lo que la gente vive, de sus problemas y aspiraciones.

El Perú de hoy se caracteriza por cuatro realidades que lo fragmentan y le dan una fragilidad socio-política que puede comprometer su destino:

1) El crecimiento acumulado de hace más de diez años ha aumentado el consumo, abierto nuevas oportunidades de trabajo, disminuido en algo la pobreza y recuperado aunque de manera aún insuficiente las clases medias, pero las desigualdades se acrecientan.

2) Al mismo tiempo el Estado que fue desmantelado no se ha reformado ni fortalecido para cumplir con eficiencia su papel de institución representativa de todos los sectores de la sociedad y de árbitro entre intereses diversos. Ese Estado, arrinconado, alicaído y fragmentado se ha puesto al servicio de quienes más tienen, cuando debería estar al servicio de todos, pero de manera prioritaria de los extremadamente pobres, los pobres y las clases medias.

3) La desigualdad y la exclusión están en el origen de los conflictos sociales, en el contexto de una estructura estatal y política que no tiene canales de inclusión de las propias clases medias, los pobres y vulnerables, pero especialmente de los pueblos indígenas, quechuas, aymaras y amazónicos. La descentralización empodera derechos e identidades regionales, pero los gobiernos regionales son parte del Estado débil y desestructurado, sin facultades para gestionar eficientemente sus recursos y los bienes públicos.

4) El ataque ideológico al Estado -como si pudiera existir sociedad nacional peruana sin estado peruano- ha debilitado la conciencia nacional y frivolizado la identidad nacional, fomentando una cultura individualista y egoísta que soslaya los valores de la solidaridad y el bien común. Se relajan los sentimientos de identidad colectiva familiar, social y nacional, favoreciendo la corrupción, el crimen y la pérdida de respeto a la institucionalidad del Estado.

El destino del Perú, para ser una sociedad y un Estado nacionales y democráticos con crecimiento sostenido, bienestar y con respeto a los derechos de todos, integrado y respetuoso de las identidades de la diversidad cultural y étnica, requiere como programa mucho más que una posición frente a las variables macroeconómicas, respecto de las cuales creo, además, que existe un amplísimo consenso.

Ninguna fuerza política gravitante, como en casi toda América latina, cuestiona una política macroeconómica de disciplina y estabilidad. Por el contrario hay ya una cultura económica que sabe que las decisiones de gobierno, de cualquier gobierno, deben propender a mantener una tasa de crecimiento del PBI por encima del 4.5 %, controlar absolutamente los índices de inflación, cuidar que el déficit fiscal no salga de márgenes mínimos, incrementar las reservas y disminuir las tasas de Desempleo. Pero ello no es incompatible -más bien requisito - con el cambio y la cohesión social, con la revalorización de las capacidades del Estado; con el aumento de sus ingresos, a través del pacto fiscal, para invertir en defensa nacional, seguridad pública, salud, Educación y fortalecimiento de los núcleos familiares como factores esenciales de la cohesión social y nacional; para que quechuas, aymaras, amazónicos y peruanos en el exterior tengan circunscripciones especiales para estar representados en el sistema político. Y así emprender el desafío de la inclusión.

Fuente: Diario La Primera. Lunes 12 de Abril del 2010.

Recomendado: Teoría de la Reforma del Estado.

domingo, 4 de abril de 2010

El Boom Cauchero en el Perú: Julio C. Arana, el señor del Putumayo.

El barón del caucho

Por: Antonio Zapata (Historiador)

Ahora que se han reducido las pasiones que estallaron en Bagua, conviene hacer un esfuerzo y entender la postura de los nativos, que se oponen a ciertas formas de explotación de recursos naturales en la selva. No se trata de una oposición irracional que condene la zona al atraso, sino de la negativa a aceptar actividades económicas devastadoras del bosque y de los seres humanos.

Para comprender a los amazónicos es preciso conocer su historia y los dramas que los han acompañado. Por ejemplo, el caucho.

Al descubrirse el proceso de vulcanización, la demanda internacional de gomas se amplió en forma considerable, porque se hallaron muchas aplicaciones industriales para el jebe. En ese momento, hubo un inmenso boom exportador en la selva amazónica y surgieron extractores y comercializadores de caucho. Entre ellos destacó Julio C. Arana, el señor del Putumayo.

Arana se había iniciado como comerciante de sombreros, conocidos como “Panamá hat”. Natural de Moyabamba, estableció extensos contactos comerciales desde muy joven que llegaban hasta el Brasil. Al llegar el caucho, se convirtió en un gran habilitador. Adelantaba mercaderías y herramientas a los productores. A cambio, quedaban obligados a entregarle por adelantado la producción a precios bajos.

Los ríos Putumayo y Caquetá son dos poderosos afluentes del Amazonas, que fluyen al gran río desde el norte. En esa época, la zona era disputada por el Perú a nuestros vecinos cafeteros. Ahí, los primeros caucheros eran colombianos. Pero, estalló la trágica guerra de los mil días; liberales y conservadores colombianos se ultimaron en una gran confrontación. Por ello, se debilitaron los lazos de la región con la sierra. Ese fue el momento de Arana. Controló el negocio formando una empresa extractora y comercializadora, la Amazon Rubber Corporation.

A partir de 1900 Arana tuvo el control de la región. Aumentó tremendamente la presión sobre los trabajadores, que eran indígenas del grupo de los Witoto. En el Caribe contrató capataces afroamericanos y disciplinó la mano de obra en base a castigos y recompensas. Por su lado, para los nativos, la situación se tornó imposible. Arana los tenía trabajando hasta la extenuación y estaban amenazados de extinción; estallaron rebeliones, que reprimió con ferocidad.

En paralelo, Arana inscribió su compañía en Londres en busca de capitales. Esa iniciativa le trajo dificultades; cayó en la mira de una organización internacional de aquellos días, nada menos que la Sociedad Antiesclavista, que envió un observador –Roger Casement, sobre quien escribe una novela Mario Vargas Llosa– a registrar sus abusos y le abrió juicio en Londres. Su caso adquirió una inmensa y negativa reputación internacional, simbolizando la continuidad de la esclavitud, no obstante los esfuerzos del siglo XIX por abolirla.

Eventualmente Arana perdió parte de su fortuna, arruinado por la baja cotización de sus acciones en la City londinense. Pero, la suerte lo acompañó en nuestro país. Presentó su posición como patriotismo, motivado por el deseo de contener a Colombia.

Aunque fue enjuiciado, quedó impune y hasta el fin de sus días fue poderoso; senador por Loreto y figura del poder local.

Historias como ésta, repetidas hasta el cansancio, fundamentan las condiciones de los indígenas para la explotación del bosque amazónico.

No quieren repetir el caucho. No desean que sean otros los beneficiarios, sino ellos en primer lugar, y que se explote conservando, sin depredar. No resulta demasiado difícil de comprender. Las mesas de diálogo podrían concluir, respetando las demandas de los nativos amazónicos.


Fuente: Diario La República. Miércoles 21 de Octubre del 2009.
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viernes, 2 de abril de 2010

Historia contemporánea de Rusia: lugares comunes y nuevos aportes.

Historia de Rusia en el siglo XX – Robert Service

Por: Guillermo López García

La Historia contemporánea de Rusia, y la historia de este país en general, ha sido para la investigación, hasta hace muy pocos años, un terreno inexplorado; las trabas de todo tipo que se han encontrado los historiadores de cualquier época para investigar sobre este fascinante país han provocado que la visión común del Monstruo ruso sea la siguiente:

1) Hasta el siglo XIX: Feudalismo a lo bestia, con esclavos y todo, con dos cojones. Mucho frío, mucha hambre y muchos novelistas rusos de gran calidad.

2) En el siglo XX: Revolución a lo bestia, con bolcheviques y todo, con dos cojones. Mucho frío, mucha Guerra Fría, sin hambre pero todo como un poco siniestro. Ya no hay novelistas rusos de gran calidad porque se los cargaron a todos en las purgas.

Naturalmente, había grandes lagunas en la investigación que con la caída del bloque comunista pudieron llenarse, gracias al acceso a los archivos soviéticos. Obras como la de Robert Service contribuyen poderosamente a menguar este vergonzoso vacío en los estudios sobre la Historia de Rusia. Y, naturalmente, lo hacen confirmando, una vez más, el tópico: frío, bombas atómicas y Stalin eliminando casi más rusos él solito que con la ayuda del Führer.

En cualquier caso, siempre resulta paradójico constatar, en cualquier autoexamen que Ustedes se hagan, que mientras nuestros conocimientos sobre la Historia de EE.UU. son abundantes, las noticias que nos llegan de Rusia, cuando Rusia era la Unión Soviética, son muy escasas. Casi nadie sabe, más allá de cuatro apuntes, el contenido de los planes de gobierno de Jruschov, o los años que Leonidas Breznev presidió el Politburó. Aunque los años más interesantes del estudio de Service son los correspondientes, naturalmente, a la Revolución Rusa y el estalinismo, los más novedosos son los de aquellos tristes años de “socialismo real”, el declinar de la U.R.S.S., así como la perestroika de Gorbachov, época a la que Service se acerca con un adecuado desapasionamiento que nos permite configurar mejor el (horrible) balance del entrañable Gorby, el Hombre que anunciaba Pizza Hut, el líder espiritual de toda una generación de neoliberales europeos y americanos, encantados de la valentía e inteligencia del último Secretario General del PCUS, de sus arriesgadas medidas y, en general, de que gracias a él el Imperio del Mal se derrumbara mucho antes de lo previsto.

En cuanto al balance del estudio de Service en sí, sólo podemos decir que es correcto, muy interesante por momentos, una adecuada visión global de la Historia Contemporánea de Rusia (que es la de la U.R.S.S. en la mayor parte del siglo). El historiador inglés flaquea en algunas ocasiones, especialmente en el tratamiento de la política exterior, y a veces da la sensación o bien de que las cosas ocurrían “porque sí”, sin ahondar en explicaciones, o de que todo iba muy mal siempre, especialmente con Stalin. Pero el balance sigue siendo positivo.

En líneas generales, es un buen momento para realizar un recorrido por las escasas luces, en el aspecto económico, del modelo soviético, y por supuesto por sus abundantes sombras, en particular el pequeño problema de la falta de libertad y el genocidio. Reconocer las realizaciones industriales en la U.R.S.S. (sí, la producción de armas) es un elemento de juicio sin el cual resultará imposible realizar una visión objetiva de este momento apasionante de la historia del mundo. Un juicio que no puede obviar un factor fundamental, la peculiar idiosincrasia del pueblo ruso. ¿Sabían Ustedes que lo que permitió a Gorbachov no presentar suspensión de pagos varios años consecutivos fueron los beneficios del monopolio del vodka? Algún día, dentro de unos 37 años, haremos una Histeria de Rusia para contar éste y otros importantes acontecimientos como se merecen.

Fuente: Lapáginadefinitiva.com (30/08/2006)

jueves, 1 de abril de 2010

La influencia africana en el idioma castellano. Americanismos y cultura afro.

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Un español nada casto

La castidad de las lenguas no existe. Todas se nutren de sus predecesoras, de vocablos traídos de otros lugares o surgidos del habla popular. El lenguaje de Latinoamérica es sincrético, se nutre de muchas culturas, entre ellas la africana.

Por: Maruja Muñoz Ochoa

“José Arcadio Buendía amaba la época en que el circo llegaba a Macondo” Gabriel García Márquez usa un vocablo de origen bantú, para designar el lugar donde se desarrolla “Cien años de soledad”. Según el autor de “Estudios lingüísticos hispánicos, afrohispánicos y criollos”, Germán de Granda, makondo en idioma bantú significa plantación de banano. Efectivamente, la cuna del Premio Nobel colombiano fue tierra de cultivos de plátano y crianza de ganado, donde estuvieron arraigados descendientes de africanos. “La sociedad abigarrada, multirracial, mulata, que describe García Márquez y que corresponde a la fisonomía de un territorio en el que indios, blancos y, sobre todo, africanos han vivido juntos durante varios siglos”, precisa De Granda. Y García Márquez, al rememorar su pueblo de Aracataca, revela la existencia de una hacienda vecina al lugar llamada Macondo.

Familia numerosa

Unas 750 lenguas de las más habladas en África, forman parte de la familia bantú, entre ellas el zulú y el xosa de Sudáfrica, el makua de Mozambique, el shona de Zimbabue, el bemba de Zambia, el kimbundu y umbundu de Angola, el swahili y sukuma de Tanzania, el kikuyu de Kenia, el ganda de Uganda, etc., habla original de millones de hombres y mujeres traídos en condición de esclavos a tierras europeas y americanas, a quienes se quiso extirpar su idioma, cultura y religión. Pero ellos supieron perpetuar su esencia mediante el sincretismo.

Fernando Romero en su libro “Quimba, Fa, Malambo, Ñeque” rescata unos quinientos vocablos que aportaron los africanos a Hispanoamérica. De allí que al saborear un delicioso cau cau, sin saberlo, usamos un vocablo de Guinea, kaukau, y otro del bantú: mondongo. Lo mismo si comemos una banana (aporte bantú a la lengua inglesa) o libamos un guarapo, no así ajiaco de origen nigeriano, ni tacu tacu del yoruba.

Rumba chévere

“Ahora sí la conga, señora Manonga y no se componga, que se desmondonga. ¡Vamos! Quien no vio bailar la conga no ha visto cosa buena y sabrosa”, relata Ricardo Palma en su tradición “La conga”, canto de aire africano que se bailaba como la zamacueca y que en lengua bantú: kong, significa montaña. Para el antropólogo y etnólogo cubano Fernando Ortiz, la explosión cultural de la diáspora africana se instala con la música y la religión en el continente americano, así como en España y Portugal donde, asegura, influyeron al flamenco más que la cultura mora.

La condición de comunidad marginal compartida por negros y gitanos originó una tácita solidaridad: “muchos desertores de la España oficial, entre ellos negros esclavos o libertos, eran acogidos por los gitanos, lo que debió favorecer la fusión de músicas. En el siglo XVI y siguientes, África invadió los pueblos de un lado y otro del Atlántico con sus tambores, marimbas y sambombas y con sus mojigangas, ñaques, gangarillas, bululúes y demás bailes e histrionismos que van a las procesiones, a los teatros, y a todo jolgorio popular”, dice Ortiz.

Mambo swahili

“Los instrumentos usados por las orquestas de hoy son, en su mayoría, un legado africano como las panderetas, sonajas, casi todos los instrumentos de percusión: tambores bata (usados para convocar a los orishas), bongó, marimba, o de viento como el banjo.

¿Sabrían los admiradores de Louis Armstrong que el jazz viene de la voz mandinga yas? El “Merengue apambichao” de la Sonora Matancera es un baile de Senegal donde merengue significa temblar, estremecerse como el enfermo de dengue, voz swahili. En los años 50 también hizo furor el chachachá, onomatopeya quimbundú del sonido de los cascabeles que las bailarinas de Angola usan alrededor de las piernas.

El colombiano Carlos Vives debe su fama a una música ancestral de la costa Caribe colombiana, fusión de ritmos indígenas y africanos. En el vallenato, salvo el germánico acordeón, los demás instrumentos son creación afrocolombiana: la guacharaca, instrumento musical de rascado, la caja, tambor pequeño cuyo parche se fabricaba con el buche del caimán y actualmente de cuero de chivo o carnero. El vallenato también se interpreta con guitarra, instrumento que los afrodescendientes adoptaron en sustitución del banjo.

Entre los atractivos de la fiesta de La Candelaria, en Puno, destacan las danzas saya, surgida del tun tun del tambor africano usado por los esclavos que trabajaban en las minas de Potosí.

Otras danzas afroaltiplánicas son la morenada y la diablada, comparsa mixta donde las mujeres cantan y bailan moviendo las caderas, hombros y manos, mientras que los hombres, guiados por el diablo mayor, ejecutan la música al son del bombo, originario del norte de África e introducido a las cortes europeas en el siglo XVIII.

El tango y la tanga

“...hace un tiempo que los negros de Malambo en lugar de marinera bailan tango” (Manuel Covarrubias).

Hacia 1810, casi la mitad de la población bonaerense era negra y como en toda América, la influencia africana en Argentina es tan notable como negada. El candombe fue perseguido y prohibido como aquí la zamacueca. Lo mismo ocurrió con su pariente sucedáneo, el tango.

Se denominaba tango a los lugares de concentración de africanos previo al embarque y al sitio donde, ya en tierra americana, se los ofrecía en venta. Eran igualmente tangos las sociedades de negros y sus bailes se convirtieron en la milonga (del bantú, que significa mezcla) y el tango porteño. A principios del siglo XIX, la melodía que dio fama a Gardel, era baile de hombres, típico de la cultura africana.

La chacarera y la payada, reciben también influencia africana. El lenguaje argentino desborda de términos afro como mina (mujer), mucama, quilombo, marote, mandinga, zamba, etc.

La tanga no es un invento de Carlos Ficcardi. “Esta voz que impropiamente se cree que ha comenzado a emplearse en el traje de baño femenino, en realidad vino a Sudamérica con los esclavos negros, como la única pieza de vestuario y con el propósito de que cubriera sus vergüenzas”, refiere Romero.

Etimológicamente tanga deriva del kumbundu “ntanga” que significa cobertura para tapar algo. Dice Romero que hasta bien entrado el siglo XX “la tanga fue usada por los cargadores negros que trabajaban en los muelles de Río de Janeiro” y lo que hizo el genovés Ficcardi en Brasil (1974) fue recrear la tanga africana para uso femenino y deleite visual masculino.

Fuente: Diario El Comercio (Suplemento Domingo). 28 de Marzo del 2010.