miércoles, 26 de diciembre de 2012

Breve historia de Madre de Dios. Conmemoración del centenario.

Cien años de Madre de Dios

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)
En diciembre de 1912, el gobierno de Guillermo Billingurst elevó Madre de Dios a la categoría de departamento. En ese momento,  estaban llegando a su fin treinta años de auge del ciclo del caucho.
Las gomas habían transformado la selva, generando su violenta incorporación a la heredad patria. Hasta entonces, Madre de Dios era habitada por grupos étnicos amazónicos y el estado no se había hecho presente. Pero, al inventarse la vulcanización del caucho, empezó el ciclo gomero, inicialmente en Brasil y al llegar al Perú, primero alcanzó a Loreto y llegó tarde a Madre de Dios.
El mismo río era mal conocido y circulaban noticias vagas sobre su curso. El famoso Carlos Fermín Fitzcarraldo realizó un descubrimiento clave, que permitió recorrer la hoya del río Madre de Dios. Los caucheros llegaron con él, recogiendo el jebe que se hallaba en bosques naturales; no lo sembraban, tampoco cuidaban el árbol, dependiendo el tipo, lo sangraban o lo derribaban para extraer el látex. Por lo tanto, no eran sedentarios, sino nómades e iban destruyendo bosques a su paso. Eran grupos liderados por un patrón acompañado por unos treinta peones, que se adueñaban de un pedazo de la selva, antes de mudarse más allá, siempre peleando con los nativos.
El principal problema era mano de obra, no había suficientes trabajadores. Por lo tanto, recurrieron a una vieja práctica selvática, la correría contra grupos étnicos originarios. Hombres armados entraban a las aldeas, matando varones adultos y raptando mujeres y niños. Las mujeres eran empleadas como esclavas sexuales y los niños eran entrenados para luego ser incorporados como peones.
El caucho fue muy destructivo de la ecología y  de los seres humanos integrantes de las tribus amazónicas. Además, se acabó de súbito, cuando los ingleses trasplantaron el árbol a sus colonias de Java y Sumatra. Ahí sembraron plantaciones que eran mucho más eficientes y el precio se vino abajo, terminando con la producción en Sudamérica.  
Luego, Madre de Dios atravesó un largo letargo, hasta que, empezó una nueva fiebre, esta vez del oro. Desde las montañas andinas hasta la cuenca amazónica, en la región existe abundante oro. No está agrupado en vetas sino suelto en pepitas y corre por los ríos. Un sistema de dragas y el uso intenso de mercurio permite recuperarlo. La producción es inmensa, máxime cuando la crisis mundial ha disparado a las nubes el precio del metal precioso.
Nada detiene a las dragas, ni los operativos de las FFAA que se realizaron en el anterior gobierno ni las sanciones a sus operadores políticos, como el célebre “comeoro”, suspendido de su función como congresista. Al igual que en el ciclo anterior del caucho, los perdedores son el medio ambiente y la gente. Los químicos vienen destruyendo la selva, reemplazada por un páramo desértico. Asimismo, los jornaleros de los lavaderos son mal pagados y trabajan sin cuidado alguno. Sólo ganan los dueños del oro, que además fluye bastante por contrabando, burlando impuestos y dejando poco, también para el estado. Así, en el Perú, la periferia expresa crudamente los excesos del modelo de desarrollo.
Pero, levantándose sobre tantos problemas, se hallan notables esfuerzos por recuperar la identidad regional. Por ejemplo, la profesora Ángela Quispe ha publicado una historia local bastante solvente. Asimismo, el club regional en Lima ha estado muy activo y especialmente el comandante Carlos Schiaffino, quien ha recopilado los informes de la Junta Fluvial, que a comienzos de siglo XX, participó dinámicamente de la afirmación peruana en la región. Efectivamente, Schiaffino rescata a los héroes de la primera instalación del estado, ya que durante la era del caucho la región fue disputada con Brasil y especialmente con Bolivia.
A ese ánimo celebratorio de Madre de Dios se ha sumado la Municipalidad de Lima, a través de la galería Pancho Fierro, que ha inaugurado una interesante muestra fotográfica sobre tan alejado y querido rincón de la patria.
Fuente: Diario La República. Miércoles, 26 de diciembre de 2012

martes, 18 de diciembre de 2012

Historia peruano-chilena. Relación histórica Chile-Perú. Análisis de la historiadora Carmen Mc Evoy.

Entre el mito y la historia compartida

Entre el mito y la historia compartida

En una de las cartas redactadas por Bernardo O’Higgins desde su exilio limeño, el fundador de la república Chilena sostenía que era difícil separar las historias de Chile y el Perú.

"CHILE Y PERÚ"

Por: Carmen Mc Evoy (Historiadora)

El vínculo entre ambas era tan fuerte que el bienestar de una redundaría en el beneficio de la otra. Las palabras de O’Higgins, cuya azarosa vida transcurrió entre territorio Chileno y peruano, expresan los buenos deseos de un americanista convencido. 

Sus comentarios hablan, también, de la nostalgia de un exiliado que jamás volvió a ver su patria de origen, porque murió en la adoptiva. Por otro lado, el planteamiento de O’Higgins nos ayuda a entender cómo los políticos de la época intentaron neutralizar la fragmentación que la Independencia provocó entre las jóvenes naciones que ellos ayudaron a liberar. Sin embargo, para que sus deseos fuesen realidad no bastaba con los buenos deseos. 

Además de verificar los aspectos estrictamente económicos, un proyecto como el esbozado por O’Higgins debía enfrentar una serie de estereotipos, los que a pesar del tiempo transcurrido siguen habitando las mentes de Chilenos y peruanos.

Alfredo Jocelyn-Holt señala en Los Césares perdidos que la expedición de Diego de Almagro a Chile fue quizás la mejor preparada de todas las llevadas a cabo en el Nuevo Mundo. Por la enorme expectativa que se tenía en torno a su éxito fue también la más costosa. De ahí que el desengaño que provocó el encuentro con una realidad pobre haya sido sumamente “estigmatizador”. 

El fracaso de la expedición, originada en el Cuzco, significó tener que admitir abiertamente que la existencia de un Chile equivalente al riquísimo Perú era una fantasía. Los hombres de Almagro, nos recuerda Jocelyn-Holt, importunaban a su jefe sobre si no sería mejor retornar al ex-imperio incaico, diciéndole que la única tierra buena era la que habían dejado atrás, y que no existía “otro Pirú en el mundo”. 

En esos años de ambiciones desenfrenadas no había hombre que quisiese viajar al sur y Chile quedó “tan mal infamada que los españoles como la pestilencia” huían presurosos de aquel lugar tan agreste.

EL MITO

El idealismo implícito que caracteriza la narrativa histórica Chilena parte de un origen inacabado, que significa, subraya Jocelyn-Holt, “un querer que haya algo que en definitiva no hay o no puede ser”. Este deseo podía referirse a un reino en los confines de la tierra, a una república modelo comparable a losEstados Unidos de NorteAmérica o, como lo expresa la letra del himno patrio sureño, a una copia feliz del Edén. 


El mito del que se nutre la historiografía Chilena sirve, entre otras cosas, para confrontar una realidad cruzada de graves carencias estructurales y que al ser comparada con la peruana deriva en frustración y luego, como veremos más adelante, en crítica implacable. 

Desde la otra orilla, la percepción que existía en el Perú sobre la remota Capitanía General no colaboró tampoco a un buen entendimiento. Porque así como Chile fue definiendo su identidad en contraposición siempre inalcanzable “Pirú”, los habitantes del virreinato peruano se encargaron de reforzar una aparente superioridad criticando el comportamiento de quienes habitaban el patio trasero. 

En lostextos históricos sobre la guerra de conquista de Chile, se acuñaron las primeras oposiciones de nosotros (los peruanos-españoles), que hemos heredado y fortalecido el legado católico y aquellos (barbaros, corruptos, violentos, herejes), quienes, al sur del Perú, no lo habían aceptado o buscaban su destrucción. 

El horror que el Reino de Chile despertaba entre los habitantes de la “Tres veces coronada” ciudad de Limaestuvo asociada a la violencia indígena y a la represión brutal de los soldados de fortuna, que exponían sus vidas en una región dominada por la ambición extrema.

Los términos de la relación entre el Virreinato y la Capitanía General fueron replanteados durante la transición de la colonia a la república. Dentro de ese contexto, fue el mismo Bernardo O’Higgins quien instaló, tal vez sin proponérselo, uno de los mitos fundantes del nacionalismo Chileno. 

De acuerdo al historiador Ricardo López, la identidad americanista de Chile está asociada a la idea que fue en la ex-Capitanía General donde se gestó la independencia continental.



VERDADES

¿Quién no recuerda, al menos en Chile, aquella frase que O’Higgins pronunció en la despedida de la denominada Escuadra Libertadora: “De esas cuatro tablas depende no sólo La Libertad de Chile, sino la suerte de América”? Sin embargo, esta afirmación no era del todo correcta. En efecto, cabe recordar que el responsable de la derrota militar que consolidó la independencia continental fue Simón Bolívar.


Esta hazaña no hubiera podido realizarse sin la presencia del contingente Chileno y rioplatense pero también del gran-Colombiano y de los miles de peruanos que pelearon en Ayacucho por La Libertad de su patria.

El asunto de La Libertad concedida por Chile se complejiza aún más al constatar una serie de hechos innegables: la fuerza de la Expedición Libertadora descansó más en la voluntad de su jefe político-militar, el general José de San Martín, y en el aparato propagandístico dirigido por su asesor Bernardo Monteagudo, que en un poderío militar capaz de derrotar al ejército realista. 

Es a partir de esta debilidad estructural, que se entiende la apuesta por el acuerdo político que hace evidente tanto en la conferencia de Punchauca como en la de Miraflores. 

Lo que nos lleva a constatar, una vez más, que la complejidad histórica no es parte de ningún mito y mucho menos de uno que quiso ser fundante. Es por ello la ausencia, por ejemplo, de un análisis sobre la conflictiva situación política que vivió Chile, luego de declarada su Independencia. 

Este asunto muy puntual, más que el americanismo de O’Higgins, fue lo que lo obligó a tomar una decisión drástica: desprenderse del peso económico y los riesgos políticos que suponía la presencia en su territorio de un poderoso ejército cono el sanmartiniano. Dentro de ese contexto, el Perú le sirvió a Chile para remontar una crisis política de consecuencias incalculables.

Mito para algunos, historia compartida para otros, lo cierto es que hacia mediados del siglo XIX en Chile ya se encuentra instalada una idea-fuerza que se irá fortaleciendo a lo largo de los años. 

“SUPERIORIDAD”

En efecto, para las élites culturales Chilenas la república del sur exhibía un alto grado de civilización, en comparación a la degradada situación de sus vecinas. Periódicos de la talla de El Tiempo, por ejemplo, recordaban la transición de “una colonia miserable, pobre, desconocida” hacia una “república brillante”, solo comparable a la norteamericana. 


Mediante un proceso de alquimia intelectual, que exige de un estudio más detallado, la tierra de la barbarie y la guerra se convirtió en fuente de progreso material y adelanto intelectual. Dos guerras civiles, centenares de muertos y docenas de deportados, algunos de los cuales se establecieron en el Perú, muestran, sin embargo, que la violencia no abandonaba al Chile de las primeras décadas de vidarepublicana a pesar de todas las declaraciones de sus intelectuales.

La noción de que la república Chile era superior a los demás países latinoamericanos fue cuestionada por algunos políticos renombrados. Pienso, por ejemplo, en la opinión que sobre el Perú tuvo Félix Vicuña, padre del conocido historiador y político, quien justamente desde su exilio en Lima escribió: “Tenía ideas muy distintas sobre los gobiernos que ha habido en este país… y veo que estamos muy distantes de obtener en Chile ni La Libertad ni los beneficios que el Perú puede obtener del estado en que se encuentra”. 

Vicuña no estaba solo en una visión que, obviamente, dependía de la amplitud de miras provista por el exilio. En un tono similar al de Vicuña, otro exiliado Chileno en el Perú, Victorino Lastarria, escribió en 1852 a un amigo sobre la vitalidad de la esfera pública peruana. 

Ahí, una suerte de democracia vívida se manifestaba en los periódicos, donde todos opinaban sin distinción de clase. En las calles limeñas, continuaba el relato, mujeres que además eran mulatas decía lo que les daba la gana sin interesarle el rango o la posición de su interlocutor. 

Pero la realidad distorsionada por el estereotipo no lograría, sin embargo, que este último desapareciera. De esta permanencia dan cuenta las ideas vertidas por un discípulo de Lastarria, el notable intelectual liberal Justo Arteaga Alemparte, en las páginas de un periódico santiaguino. 

En su artículo “El Advenedizo”, Arteaga Alemparte muestra el poder del mito y la visión del otro que este fomentaba. Luego de recordar a sus lectores que la pobreza determinó el carácter de un pueblo que, como el Chileno, era “trabajador, sobrio, modesto, amigo del hogar y extraño al bullicio del mundo”, Arteaga Alemparte subrayó su excepcionalidad. 

Él consideraba que era muy difícil distinguir a un argentino de un Colombiano, o a un peruano de un mexicano pero resultaba imposible no reconocer a un Chileno, quien era un “tipo aparte”, que merced al esfuerzo de su voluntad, y a pesar de no ser brillante o espontáneo, lograba todo lo que se proponía.

Callados entre habladores, infatigables en el trabajo, entre perezosos infatigables en su pereza, los ciudadanos de la república de Chile crecían, se enriquecían, se hacían respetar e iban a todas partes llevando trabajo, capitales, industria y progreso, siempre a decir de Arteaga Alemparte. 

LOS CONFLICTOS

Sus grandes esfuerzos —que beneficiaron al Perú durante la Independencia, la Guerra de la Confederación y el conflicto con España— no fueron, sin embargo, suficientes para que “los grandes señores haraganes”, refiriéndose a los habitantes del Perú, admitieran como a un igual a un “advenedizo de la fortuna, de tez tostada por el sol” y “de anchos hombros desarrollados por el trabajo”.

Arteaga Alemparte no sólo reforzó las ideas que sobre el Perú existían en el entorno Chileno sino que reposicionó a la Independencia como el punto inicial de una trilogía liberadora que tiene su momento culminante en la Guerra del Pacífico. 

Es de la pluma de Arteaga, pero también de Benjamín Vicuña Mackenna y de otros liberales, donde surge el templete cultural de la Guerra del Pacífico, en su dimensión épica y justiciera. 

Esa matriz define al conflicto trinacional como la culminación de un gran arco histórico que comenzó con las guerras de la Independencia, tiene un segundo impulso en la Guerra de la Confederación para finalizar en el enfrentamiento en el Pacífico Sur.

Todas las voces que confluyeron en este gran coro polifónico —que celebraba la “epopeya” de una república que encontró su “destino manifiesto” derrotando a vecinos inferiores que se aliaron para destruirla— encontraron su cauce natural en el discurso de una Esparta sudamericana que dominaría a Babilonia, refiriéndose al Perú.

En un trabajo sumamente provocador que se aplica a la historia peruana pero que facilmente podría aplicarse a toda historia, Max Hernández analiza cierta memoria atravesada por paralizantes permanencias. 

Así, Hernández sugiere que para liberarse de sus constreñimientos es necesario ubicarse al margen de ella: explorando sus niveles inconscientes, sus mensajes soterrados y sus mecanismos amnésicos. 

En el Perú, “el mito de la Independencia concedida”, la derrota contra la Confederación —la cual no hubiera sido posible sin la participación de militares peruanos—, y la Guerra del Pacífico han creado una memoriatrágica e incluso culposa. Esta visión no ha permitido incorporar, por ejemplo, un evento tan impresionante por su dimensión económica como la reconstrucción nacional. 

En Chile, el triunfalismo alrededor de La Victoria en la Guerra del Pacífico condena a ese país a una historia complaciente que la aleja de la complejidad, por la amenaza que significa al mito de unidad nacional. 

Dentro de ese contexto, es posible imaginar que del encuentro entre unos vencedores, que luego de su victoria caen en una guerra civil devastadora, y unos vencidos, que después de la derrota diversifican su economía e ingresan en un período de recuperación económica sin parangón en la historia, puede surgir una historia diferente mucho más rica de la que nos han contado; una que puede servir de base a ese proyecto integracionista imaginado hace casi doscientos años por un Chileno-peruano, llamado Bernardo O’Higgins.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 16 de diciembre del 2012.

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jueves, 29 de noviembre de 2012

Interdependencia entre el capitalismo y comunismo. Mirada a la evolución del capitalismo.

Capitalismo y comunismo
Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)
Un concepto clave para comprender las relaciones entre ambos sistemas se ha ventilado en los diversos homenajes a Eric Hobsbawn realizados en Lima. Personalmente he escuchado razonar sobre el punto tanto a Nelson Manrique como a Gustavo Gorriti. La idea postula que las relaciones entre capitalismo y comunismo fueron complejas, que ambos regímenes influyeron uno sobre otro y que su destino igualmente está conectado.
Antes de la revolución bolchevique, las mujeres estaban excluidas del voto y tampoco existía sufragio universal masculino. En algunos estados regía el voto censitario, por el cual, solo votaban quienes pagaban impuestos directos. En otros países, como el nuestro, para ser ciudadano se requería ser alfabeto y las mayorías indígenas estaban excluidas. Así, antes del comunismo, la democracia era un régimen político abierto pero exclusivo.
Lo mismo a nivel de derechos sociales y económicos. Antes de la Primera Guerra, el capitalismo carecía de reglas y en ningún país, incluyendo los desarrollados, existía seguro médico ni ayuda social a cargo del Estado. Tampoco había normas para el capital y el liberalismo clásico implicaba frecuentes crisis de sobreproducción y severas recesiones.
Luego, surge el desafío comunista y el capitalismo se transforma. Los frenéticos años veinte conducen a la gran crisis de 1929 y la depresión de los treinta. En ese momento, surge el fascismo y la democracia liberal se bate en retirada, doblemente acosada por comunismo y nazismo. Pero, el capitalismo se recupera de la mano de Keynes y produce grandes transformaciones internas.
El voto comenzó a universalizarse y la democracia extendió sus beneficios. Los gobiernos adoptaron el modelo del Estado del bienestar y los trabajadores del mundo desarrollado fueron masivamente incorporados a la esfera del consumo. Igualmente, aparecieron organismos reguladores que ordenaron el mercado limitando las grandes crisis. En ese período, el comunismo estaba vivo y era competitivo.
Era la posguerra, desde la década del cincuenta hasta los ochenta, cuando ambos sistemas coexistieron en un escenario que conoció de crisis, pero que supo evitar la guerra entre superpotencias. La llamada “guerra fría” estuvo dominada por el conflicto controlado.  Ahí se construyó el triunfo del capitalismo y la ruina del comunismo. 
Este último se derrumbó porque se osificó, dejó de crecer económicamente, mientras su propia gente había dejado de creer en el Estado. La ausencia de democracia y de mercado anuló la creatividad y el estancamiento fue la regla del mundo soviético.
Por su lado, al interior del Occidente desarrollado, esta época forjó el rostro más amable del capitalismo. En Europa y los EE.UU. se vivía bien, abundaban los empleos bien pagados, las becas y las vacaciones. Incluso los trabajadores disfrutaban de su puesto en sociedades de abundancia. Además, democracias bien establecidas y sistemas de partidos completaban un mundo ideal, que lamentablemente era para pocos, mientras el Tercer Mundo ardía. 
A continuación, presa de sus propios entrampes, el comunismo se derrumbó y el capitalismo rompió sus ataduras con la moderación. La disolución de la Unión Soviética fue paralela al llamado consenso de Washington, que fue el acta de nacimiento del neoliberalismo. En este período, que sigue vigente hasta hoy, el capitalismo ha vuelto al salvajismo. 
La desaparición de los controles llevó a la crisis del 2008, que no ha terminado. Los beneficios del Estado del bienestar están siendo recortados y son objeto de luchas sociales que recorren Europa. La democracia pierde su cualidad de escenario de colaboración y reaparecen los extremos racistas y xenofóbicos. 
Si el capitalismo volvió atrás, ese mismo movimiento ha de provocar un nuevo comunismo, distinto al anterior y sin mayores conexiones doctrinarias, salvo su común oposición al egoísmo desbordado. Por ahora, son fuerzas dispersas, pero que vuelven a hacer de la justicia social el centro de sus afanes.
Fuente: Diario La República (Perú). 28 de noviembre del 2012.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Confrontación del pasado violento. Historia y Memoria en el Perú.

Historia y memoria
Por: Salomón Lerner Febres (Filósofo)
En la confrontación del pasado violento cohabitan la historia y la memoria. Ambas son formas de visitar el pretérito, mas no poseen la misma orientación.  Por ello  conviene aclarar y precisar sus parecidos y diferencias para mejor comprender lo ya ocurrido.  
Se suele establecer una diferencia entre memoria e historia que, pienso, resulta  polémica. Según ella, la memoria pertenecería al puro reino de la subjetividad y sería por eso una práctica estrictamente individual, mientras que la historia se reclamaría del  reino de lo general y  objetivo.  Tal tesis  implicaría tácitamente que la memoria  tendría un  frágil  compromiso  con la verdad, puesto que se afincaría en el punto de vista particular de cada cual.  De otro lado se propone  concebir  la historia como un  discurso “objetivo”,  es decir, comprometido sólo  con la “verdad”, dejando en un segundo plano cualquier eco de experiencias humanas concretas.  
En realidad, la memoria, si bien corresponde a las vivencias específicas de las personas y la elaboración mental de las experiencias del pasado, no es un fenómeno fatalmente limitado por la individualidad del que recuerda. Ella encuentra  un espacio de objetividad en el hecho de que ha de ser intersubjetiva. No se trata  por tanto de  un relato que cada quien se cuenta en su fuero interno y sin mayor interrelación con los demás;  para ser memoria, esos recuerdos del pasado han de entrar en un tejido  que supone nuestra natural sociabilidad y el  someterse,  de algún modo,  al control de aquello que no soy yo. Distintas personas cotejan sus representaciones del pasado y de ahí surge una memoria que no pertenece a nadie y que pertenece a todos.  Esa intersubjetividad postula   pues  una cierta  objetividad: la memoria es comunitaria, colectiva y, en esa medida, es una experiencia que trasciende al individuo que recuerda. 
Por su parte, la historia no está afincada en el reino de la neutralidad moral. Es cierto que sus materiales y sus aspiraciones  apuntan a insertarse en el territorio de la objetividad. La historia de un pasado violento establece hechos, acciones, corrientes, tendencias y pautas que, en principio,  no dependen de cómo hayan sido recordadas.  La historia rehúye al relativismo o a la singularidad de un solo punto de vista. Pero, al mismo tiempo, su buscada objetividad  se construye a partir de vivencias personales y es así que reconstruye pasados  dentro de un marco de valores. Además, y a partir de testimonios,  la escritura de la historia está, de algún modo,  condicionada por lo que quisiéramos que fuera el futuro. Y en esa medida ella se impregna de alguna orientación axiológica.
Lo señalado implica que una adecuada confrontación del pasado violento necesita forjar una combinación entre las dos posturas. La memoria tiene un elemento movilizador de conciencias que no es propio del discurso científico. Pero para que ese movimiento sea constructivo, debe anclarse  en la verdad. La historia brinda elementos de objetividad, pues no pertenece al mundo de los afectos y las convicciones íntimas  pero,  por  eso mismo,  necesita conversar con la memoria. Ambas son diferentes, pero pueden convivir, cuando se trata de aportar salidas a un pasado represivo o violento: verdad y valores, hechos y sentimientos,  han de  avanzar juntos  para ofrecer caminos creativos  y constructivos frente a  periodos de infortunio.
Fuente: Diario La República (Perú). 18 de noviembre del 2012.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Una nueva mirada para la historia binacional peruano-chilena. Daniel Parodi.

Otra mirada para 'el otro'


El historiador Daniel Parodi escribe un artículo que nos acerca a un punto decisivo en nuestra historia: el diferendo marítimo cuyos alegatos tanto de Perú como de Chile se escucharán este 3 de diciembre ante la Corte de La Haya. Parodi nos habla de una historia de confianza, de un resultado que no es un partido fútbol en el que reaccionamos o no con ferocidad, sino de una disputa entre naciones que involucran millones de personas y de lo positivo que se puede rescatar de cerrar este capítulo que parecía una eterna desazón. 

Por: Daniel Parodi (Profesor de la Pontifica Universidad Católica del Perú)

¿Qué hacer frente al Otro?

Para hablarnos acerca del Otro, de aquella persona distinta a nosotros pero que nos hace comprender nuestra propia existencia, Richard Kapuscinski, el periodista e historiador polaco, se remontaba al encuentro entre dos familias-tribu nómades, momento trascendental en el que cada una descubre que no está sola en el mundo y que sus miembros no son los únicos hombres,  mujeres y niños que habitan el planeta.

¿Cómo actuar ante tamaña revelación?, se preguntaba Kapuscinski, respondiéndose a sí mismo que cuando el hombre descubre que no está solo, y que existen otros seres semejantes a él, puede atacarlos con ferocidad, pasar al lado suyo y seguir indiferente su propio camino, o, tal vez, “intentar conocerlos y tratar de encontrar una manera de entenderse con ellos”. Para Kapuscinski la primera opción representa la derrota del hombre y la prueba palpable de que este “no ha sabido o no ha querido hallar una manera de entenderse con los Otros”.

Perú y Chile frente a frente

Y resulta que hoy el Perú y Chile están a punto de encontrarse como aquellas dos tribus de nuestro más remoto pasado humano. Claro que las condiciones son distintas, hoy vivimos en la revolución de las comunicaciones y es por ello que el 3 de diciembre no serán dos familias-tribu, de entre treinta a cincuenta miembros cada una, las que se topen frente a frente sino dos naciones completas las que se verán las caras en la pantalla chica y encontrarán en su respectivo representante -Allan Wagner y  Alberto Van Klaveren- la encarnación de aquella comunidad imaginada -ya hecha o a medio hacer- que tanto animó las investigaciones de Eric Hobsbawm y Benedict Anderson hace más de dos décadas.  

Pero existe otra diferencia fundamental entre el caso que nos ocupa y las tribus de la pre-historia: el Perú y Chile sí se conocen, o al menos creen conocerse. Y digo creen conocerse porque tres historiadores podrían brindarnos tres respuestas distintas a la pregunta ¿desde cuándo se conocen el Perú y Chile? Uno, acaso más conservador, diría que desde que la expansión Inca encontró en la rebelde Araucanía un límite obligado; otro podría señalar que nuestra multisecular rivalidad se remonta a los aciagos días en que Almagro comprendió que al sur del Perú no había más Perú por lo que volvió furioso al Cuzco a disputárselo a Pizarro. Otros, tal vez más contemporáneos, sostendrían que en realidad el Perú y Chile se conocen desde la Guerra del 79 porque las historias, como las dos anteriores, que refieren pasados más remotos, en realidad se escribieron y se ideologizaron a partir del conflicto del Pacífico, como parte de dos proyectos políticos básicamente nacionalistas.     
       
Es por todo ello que el periodo que está a punto de advenirse en las relaciones peruano-chilenas trasluce una inherente dimensión histórica que hay que reflexionar en profundidad si no queremos que, de aquí a muy poco tiempo, el litigio de la Haya se convierta en sólo un capítulo más de un vínculo caracterizado por una mutua desconfianza que se atenúa en breves y efímeros intervalos. Por esta razón, frente a la temática que hoy nos ocupa lo que yo quiero aportar es una nueva mirada a la historia, tanto como una nueva mirada desde la historia.

Una nueva mirada para la historia binacional peruano-chilena

Quiero aportar una nueva mirada a la historia porque en ella existen muchos más acontecimientos que solo la Guerra del Pacífico o del Salitre, por lo que soy el convencido de que su amplia difusión amerita el matiz de otros eventos más bien caracterizados por la colaboración bilateral. Y quiero aportar una nueva mirada desde la historia porque hace décadas ambas sociedades nos merecemos superar la obsolescencia de una narración histórica obsesionada por los héroes y epopeyas militares, con adrede descuido y menosprecio de otros enfoques y aspectos igual de relevantes.

Estoy pensando, pues, en una historia que, subsumida en la posmodernidad, supere el viejo maridaje entre nacionalismo y romanticismo para analizar los acontecimientos del pasado desde una visión caleidoscópica que admita la pluralidad de versiones. Estoy pensando en la reflexión de Valerie Rosoux, especialista francesa en procesos de reconciliación entre naciones separadas por recuerdos dolorosos, cuando nos dice que “una historia común en el nivel factual, se revela divergente en la forma en que cada uno la experimentó”. Estoy pensando en una historia que admita sin temor su dimensión narrativa y que renuncie a la aspiración imperialista de la verdad para atreverse a comprender la impronta ideológica que la rodea y que la tiñe de subjetividad. Y es por todo ello que estoy pensando en diferentes enfoques pero también en diferentes temáticas y en diferentes acontecimientos.

¿Cómo aspirar entonces a otra Historia? No se trata, lo he dicho antes, de promover el olvido de los eventos dolorosos, ni de pretender desaparecer de la memoria colectiva la conmemoración de sus héroes y efemérides. Más bien, se trata de lograr que aquellos acontecimientos, parafraseando a Tzvetan Todorov, se ubiquen en la periferia de nuestra memoria para que así dejen de dolernos en el presente y nos permitan construir un futuro compartido. Es por eso que he propuesto repetidamente que el Perú y Chile deben ser capaces de conversar sobre ese pasado doloroso y de darles juntos un mensaje de paz a sus respectivas colectividades en el que se prometa que aquel pasado, que no puede olvidarse, jamás volverá a ocurrir.

Los buenos acontecimientos de la historia peruano-chilena

Pero junto con ello, y tan importante como ello, es comprender que la historia que tenemos en común peruanos y chilenos –aquellas dos tribus que pronto se verán los rostros- no comienza ni termina con la Guerra del Pacífico o del Salitre. Y dicha constatación, tan verdadera como inaplazable, debe llevarnos a la firme decisión de difundir otros acontecimientos bilaterales en los que hicimos bien las cosas juntos y obtuvimos logros importantes.

Al respecto hay mucho más de lo que piensa. En relación con las epopeyas militares y  políticas de Estado, tenemos la gesta de la Independencia y la Guerra contra España en las que se obtuvo la victoria gracias a la cooperación binacional y contamos también –casi paradójicamente- con la tesis de las 200 millas, la que hoy nos confronta pero que fue  una propuesta peruano-chilena lanzada en 1947, luego imitada y asumida por las demás naciones del planeta.  

Acerca de la Guerra contra España; en una publicación anterior he señalado que al  día de hoy el Perú y Chile no celebran conjuntamente sus victorias porque esta conflagración vive a la sombra de la otra, la del 79, la que hemos convertido en el único acontecimiento relevante de nuestro pasado binacional. Por lo mismo, el combate de Abtao del 7 y 8 de febrero de 1866 y el del 2 de mayo del mismo año aún esperan la hora de ser transformados en potentes efemérides de la historia oficial para su conmemoración conjunta.   

Pero desde los buenos tiempos de la escuela francesa de Anales (década de 1920 en adelante), la historia nos aclaró a gritos que es mucho más que hazañas militares y políticas del Estado y es por ello que desde la historia social podemos relevar la solidaridad de clase entre los obreros peruanos, chilenos y bolivianos que soportaron duras condiciones de trabajo en las salitreras de Tarapacá en las primeras décadas del siglo XX. Asimismo, los vínculos entre los exilados apristas en Santiago –desde 1927 hasta 1956- y las relaciones familiares que establecieron con la intelectualidad chilena; así como la influencia ideológica que ejercieron en diversos movimientos políticos del vecino país, merecen mayores estudio y difusión.

En el plano cotidiano, el llamativo Combinado del Pacífico, selección de futbol peruano-chilena que se fue de gira a Europa entre los años 1933-34, en misión diplomática de paz y reconciliación, amerita destacarse en la actual coyuntura. El Combinado –en el que se destacaron Alejandro Villanueva y Lolo Fernández- realizó decenas de presentaciones en el Viejo Mundo y participó de otras tantas recepciones en palacios presidenciales, embajadas y legaciones por lo que los diarios del Perú y Chile rebotaron día a día estas noticas propiciando una atmósfera de confianza en la coyuntura posterior a la firma del Tratado de Lima de 1929. Aquel fue un intento genuino y original de iniciar un periodo de amistad y es ese espíritu el que hoy -en el contexto de La Haya- debemos ser capaces de reencontrar.    

A manera de conclusión  

Quisiera terminar esta reflexión parafraseando al historiador chileno Eduardo Cavieres quien señala que tanto peruanos como chilenos amamos nuestra historia al igual que a sus héroes y efemérides, con cuyas epopeyas soñamos, jugamos y fantaseamos en la infancia de nuestras vidas. Porque no se trata de dejar de amarlos sino de elevarlos a aquella dimensión en la que puedan ayudarnos –con su ejemplo- a construir un futuro más armónico entre dos naciones que lo necesitan. Por eso mismo debemos ser capaces de alternar dichas epopeyas con otras, así como con eventos que provienen de los campos social, religioso, deportivo y cotidiano para que al momento de encontrarnos en el camino -como ocurrirá desde el 3 de diciembre- no sea una infausta guerra lo único que recordemos del eventual contrincante.  

Hace unas semanas tuve el agrado de visitar al señor y mejor amigo Ramón Barúa, quien fuera dirigente de fútbol de menores. Barúa me contó entonces que sus hijos habían participado en los torneos de fútbol de la Copa de la Amistad que organiza el Club Cantolao del Callao. En dicha competición los jóvenes deportistas que vienen de fuera se alojan en las viviendas de sus partners peruanos y ocurre lo mismo cuando son éstos los que parten al exterior. Cuando se habla de Chile, me dijo Barúa, mis hijos no piensan en una guerra sino en sus amigos de la infancia. ¿Podremos seguir su ejemplo?

Fuente: Diario 16 (Perú). 20 de noviembre del 2012.

Entrevista a Tzvetan Todorov: "La verdad en historia tampoco es objetiva, pero por lo menos se puede buscar que sea intersubjetiva".

Tzvetan Todorov: “Una ley contra el negacionismo hace frágil la verdad”

Nuestro columnista Javier Torres Seoane entrevistó en su programa ‘El Arriero’, de La Mula TV, al intelectual búlgaro-francés, Tzvetan Todorov, quien recibió en 2008 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y visitó Perú para dar dos charlas relacionadas a la democracia y el mesianismo. Aquí publicamos un resumen de dicha entrevista editada por Edwin Chávez de lamula.pe, en la que Todorov habla sobre la relación entre los intelectuales y el totalitarismo, la memoria colectiva, el Movadef y la pretendida ley del negacionismo.

-¿Por qué en la intelectualidad ha habido una fascinación por el gobierno totalitario?
El primer ejemplo que me viene a la mente es el del filósofo alemán Hegel quien desde su ventana ve a Napoleón pasar por la calle, se entusiasma, corre y grita “El espíritu del mundo está pasando”. Mi segundo ejemplo son los intelectuales franceses, después de la II Guerra Mundial, que si el derecho de voto hubiese sido limitado a esta gente sabia e intelectual, entonces seguramente habría desaparecido el derecho de voto. Mi tercer ejemplo es el de esta mañana, en que leí en un periódico peruano que el 80% de los defensores de Sendero Luminoso son estudiantes. No es una demostración, pero para mí está claro que los espíritus intelectuales, los espíritus abstractos, están fascinados por un poder fuerte.

-Pero hay intelectuales que rompen la regla. George Orwell, por ejemplo, que frente a esta ola que hubo en Europa desde un inicio señaló los riesgos del totalitarismo. ¿Qué es lo que hace que ciertos intelectuales puedan mirar de manera distinta este proceso?
Hay ejemplos de intelectuales que son distintos. Por ejemplo, Raymond Aron, un profesor francés que desde antes de la II Guerra Mundial tenía una posición muy clara acerca de esas ideologías. La gran diferencia es saber si la de los intelectuales tiene un lazo estrecho con la experiencia de la gente ordinaria. Y Orwell había estado en las calles de París y Londres sin dinero, había sido combatiente en España, y entonces tenía esta experiencia directa y no abstracta.

-¿Su experiencia en Bulgaria es lo que lo marca para plantear que este tipo de vías son inadmisibles?
He estado 24 años viviendo bajo un régimen totalitario, y entonces mi forma de reaccionar ha sido determinada por la forma en la cual viví. Ver entonces a todos esos individuos que estaban formados por un régimen fue una experiencia bien grave y dura.

-¿Usted puede describirnos alguna situación particular?
No lo he sufrido física ni psicológicamente. Pero lo he visto alrededor mío. Un ejemplo es que había un control estricto en la forma de vestirse. Había formas que estaban consideradas occidentales e incluso imperialistas: por las chicas tener una minifalda y por los chicos tener pantalones estrechos. Y por llevar ropa así uno podía ser llevado a la comisaría, recibir una bofetada e irse, incluso después de dos o tres reiteraciones se podía terminar en un campo de prisioneros. En Bulgaria hubo campos así por todo el país en los que se debía romper piedras y trabajar. Uno podía acabar allí también por hacer un chiste: decir que el pan blanco iba a Rusia y que el pan negro iba a Bulgaria. La cosa más difícil fue que todo el mundo podía ser un delator, todo el mundo vigilaba a todo el mundo y no se sabía quiénes eran los verdaderos espías: podía ser su mujer o su mejor amigo. Sucedía en especial si la gente tenía un defecto original, como ser de origen burgués, porque entonces convertirse en delator era una forma de corregir este defecto. Una de las peores cosas es lo que el miedo provoca en la gente: con el miedo 9 de 10 personas van a reacccionar de una forma fea, solo 1 de 10 va a ser un héroe.

-¿Y por qué en la sociedad en general, donde ha habido dictaduras y guerras, se vuelve tan complejo el tema de la memoria y por qué es tan actual?
En Rusia no hay casi nadie que trabaje en temas de memoria. Prefieren olvidar. Quieren ganar dinero, bailar y beber vodka. En Bulgaria y en Europa del Este es distinto, porque hubo la destrucción del consenso de la conciencia. No fue tan grande ni fuerte pero la dificultad en el trabajo de memoria es que cada uno es culpable. En un régimen totalitario no son solo los que han dominado y sometido y el pueblo el que sería inocente, sino que todo el pueblo participa en la opresión y nadie es inocente. Y entonces es difícil estar de -acuerdo.

-Sin embargo, a veces el discurso se construye desde la víctima. Y entonces las responsabilidades de la gente se diluyen. ¿Cómo superar esta visión?
Incluso en un país autoritario, como en el Perú, las víctimas y los victimarios no se confunden. Se puede establecer una responsabilidad. El Perú reconoce que hay responsabilidad de ambas partes: por un lado los rebeldes y por otro el aparato represivo. Pero cada uno de esos actores no está de acuerdo. Cada uno pide la liberación de su jefe pero no del jefe del otro campo. Para superar eso se exige una sociedad civil que sea fuerte y que no se confunda con cualquiera de los dos lados. Pero usted conoce mejor lo que ocurre en Perú y podrá decir si existe esa fuerza.

-En Perú se está discutiendo una ley contra el negacionismo. Usted tiene una posición crítica frente a este tipo de procesos.
Soy hostil a las leyes memoriales. Una ley anti-negacionismo pone a la verdad en condición de fragilidad. Los negacionistas temen la verdad y nos quieren castigar por decirla. Entonces lo que se hace con una ley así es fragilizar la verdad. La ley dice lo que tiene ser y la historia dice lo que es.

-Entonces sería una norma antidemocrática dar una ley de negacionismo.
Sí, es interferir con la libre investigación de la verdad que exige la democracia. No puede impedir la investigación y por eso apoyo a Wikileaks.

-Y en ese sentido, a pesar de que buscamos establecer algún tipo de verdad, lo que encontramos son a la vez muchas memorias distintas. ¿Cómo se logra llegar al consenso entre las memorias y la verdad?
La verdad en historia tampoco es objetiva, pero por lo menos se puede buscar que sea intersubjetiva. Que un máximo de personas pueda reconocer. Y por eso los que hacen esta historia deben tener en cuenta su competencia e integridad moral. Pueden ser los ilustrados que son informados y que actúan de buena fe. Y que son juzgados por sus pares.


“Europa ha aprendido lo malo que es el totalitarismo”

-Usted es un ciudadano europeo, del este y del oeste. Europa vive una crisis económica pero también política. Cómo ve el ciudadano Todorov la crisis.
Soy un defensor de la idea europea quizá porque he nacido de allá y de aquí. Voy a menudo a España, Italia, y me siento bien por todas partes. Para mí una de las razones de la crisis es que la integración económica se hizo sin una institución para establecer una política y asegurar la solidaridad. Espero (y creo) que exista en Europa una posibilidad de volver a este modelo, un equilibrio entre el aspecto material y espiritual, entre el aspecto de la libertad individual y del bien común y de la solidaridad.

-No vamos a volver al siglo XIX, entonces.
El siglo XIX no era tan bueno. Había dos grandes poderes que dominaban el mundo. Pero lo bueno es que durante todo el siglo XX Europa ha aprendido. Ha aprendido lo malo que es el totalitarismo, ha aprendido a renunciar a sus colonias y a renunciar a dominar el mundo.

Fuente: Diario 16 (Perú). Noviembre 17, 2012.