jueves, 3 de enero de 2013

El Origen de la Leyenda Negra contra España. El rechazo europeo al imperialismo español.


Joseph Pérez "La Leyenda Negra contra España es falsa, de mala fe"
Por: Antonio Astorga
Biógrafo de Felipe II, Joseph Pérez, nacido en el año 1931 en Laroque d'Olmes (Francia) de un matrimonio de emigrantes valencianos, es un sabio de la España de los siglos XVI y XVII. Estuvo al frente de la Casa de Velázquez en Madrid y dirigió la Universidad de Burdeos. En «La Leyenda Negra» (editorial Gadir) ofrece una lección apabullante, magistral, incontestable sobre lo que ya es Historia: aquella noche oscura que arreció contra España.
¿Por qué debemos ya dar por superada la Leyenda Negra?
—Felipe II puso precio a la cabeza de Guillermo de Orange, el príncipe protestante de Flandes, y éste recusó su legitimidad y se enfrentó a su poder exagerando lo peor de su contrincante: que si fue capaz de asesinar (lo que era falso) al príncipe don Carlos, su hijo, que si se sirvió de la Inquisición para acallar a la oposición... A nivel académico, todos los historiadores, sean o no españoles, están de acuerdo en subrayar que las acusaciones que contiene la Leyenda Negra son falsas, de mala fe y muy exageradas. En este aspecto hay unanimidad.
¿Quedan prejuicios pendientes?
—Una vez desaparecido el fundamento de la Leyenda Negra, permanecen prejuicios, por ejemplo, sobre la importancia o la influencia que pudo tener la Inquisición, la intolerancia, la poca disposición que se dice que tienen los españoles para las actividades económicas... Hay una serie de opiniones que circulan y que no merecen mención especial, pero que son muestra de la ignorancia que se tiene todavía, en varios casos, de España.
Se habla de la Inquisición, pero en la España de Felipe II murió menos gente por la Inquisición que en ningún otro país, según los expertos.
—Sí, precisamente es lo que forma parte de esos prejuicios; no se tiene suficientemente en cuenta que la intolerancia, las guerras de religión, la conflictividad religiosa es un fenómeno común a toda Europa. España en ese aspecto no tiene ningún monopolio ni ninguna exclusividad. Si uno mira lo que pasa en Francia, por ejemplo, en una época tan tardía —finales del XVII— cuando Luis XIV decide expulsar a los protestantes, ello supone una barbaridad tremenda que se puede comparar con la expulsión de los judíos o de los moriscos.
¿Por qué siempre se opinaba contra «lo español»?
—Esto es lo que procuro desmontar en el libro sobre la Leyenda Negra. Al principio de todo está la reacción contra la superioridad española del siglo XVI, que es indudable. Hay una gran admiración por las cosas de España, por la lengua —se habla español en casi toda Europa—, por la literatura, las artes, las ideas religiosas, la moda... Se admira todo lo que viene de España, pero al mismo tiempo la gente, en Italia, Inglaterra, Francia, Países Bajos, Alemania... tiene miedo de lo que se cree, se supone, son las intenciones de España que quiere dominar a toda Europa.
¿Con qué potencia compararía hoy aquella España titánico-hegemónica?
—Hay un rechazo que yo comparo a lo que está ocurriendo actualmente en los Estados Unidos. El país que preside el señor Obama también ha provocado una especie de leyenda negra, de rechazo: se admiran las cosas de América —cine, literatura, los modos de vivir...— pero se les reprocha a los norteamericanos su buena conciencia, su arrogancia, su imperialismo, su voluntad o la pretensión que tienen de dominar todo el mundo. En un principio, de la Leyenda Negra está la reacción de rechazo, de temor a lo que se cree que es el imperialismo español. Se supone que España pretendía dominar a Europa y el mundo.
¿Se le acusó de imperialista?
—Andando el tiempo, si a esto se añaden dos o tres fenómenos después de 1648, de los Tratados de Westfalia, España ya ha perdido la hegemonía en Europa, de modo que la acusación de imperialismo no puede funcionar. El relevo lo han tomado otras naciones —Inglaterra, Francia...— pero quedan contra España dos ideas que poco a poco van a permanecer hasta el siglo XX: primero, la del progreso, la civilización, las luces... todo ello es fruto de la Reforma; y como España, Italia y Portugal y en parte Francia han rechazado la Reforma estas naciones están por ello mismo condenadas al subdesarrollo, al oscurantismo, a la intolerancia...
La idea que circula hasta entrado el siglo XX es que el progreso, las luces, la civilización es fruto de la Reforma.
—En este sentido, España aparece como la nación que se ha resistido a la Reforma por antonomasia. Y hay también en las naciones del norte, que son protestantes y anglosajonas, otra idea que surge y que va a tener mucho éxito: la superioridad de la raza anglosajona sobre la latina. Estos son los prejuicios que han alimentado la Leyenda Negra hasta bien entrado el siglo XX, pero ya han sido rechazados por los historiadores. No cabe duda de que durante mucho tiempo eso ha influido en la imagen que se tenía en el extranjero de España. En el siglo XVIII España sigue siendo una gran potencia —la tercera de Europa—, pero ya no tiene la misma supremacía intelectual. Los rasgos fundamentales de la Leyenda Negra ya no se pueden sostener.
¿Y por qué se ha mantenido durante siglos esa Leyenda Negra?
—Porque desde finales del siglo XVII hasta bien entrado el XX parecía que todo iba a favor de los anglosajones y de los protestantes. Si se compara lo que ocurre en el siglo XIX después de la emancipación del imperio español de América, a partir de 1825 se da el contraste entre las antiguas colonias inglesas —los Estados Unidos actuales— en plena prosperidad frente a un continente suramericano —las antiguas colonias españolas— sumido en el subdesarrollo, caudillismo, miseria. Cuando Francia a mediados del XIX forja el concepto de América Latina, en España algunos protestan porque dicen que hay que hablar de América Iberoamericana o Hispanoamericana.
¡Francia no atacaba a España!
—No. Cuando los franceses en el siglo XIX hablan de América Latina están reaccionando contra la América anglosajona. En realidad, en aquel momento Francia se considera como parte también de los prejuicios que los anglosajones tienen en relación con las naciones latinas y reacciona a su manera tratando de crear un frente entre las naciones latinas para oponerse a la arrogancia y a la pujanza del mundo anglosajón. Y esto lo notamos en algunos sectores. Carlos Fuentes expone muy bien en sus libros que todavía en Estados Unidos no han desaparecido los prejuicios contra México y contra las poblaciones mestizas, católicas, latinas al sur del río Bravo.
¿Franco contribuyó a mantener la Leyenda Negra?
—Creo que sí. Sin quererlo, desde luego, y para reaccionar contra las acusaciones que venían del extranjero, Franco tuvo dos ideas: una, la excepcionalidad de España, España es diferente. Y dos, el régimen de Franco dio la impresión de identificarse con la España imperial, con el Reinado de los Reyes Católicos, con Carlos V, con Felipe II, es decir, con los aspectos más discutidos de la Leyenda Negra.
¿Los Reyes Católicos fueron los inspiradores de la gran España?
—Después de la Transición me llama la atención la reacción de la izquierda española: en el siglo XIX los liberales españoles, la izquierda española, sentía bastante simpatía con los Reyes Católicos, porque habían restablecido la unidad de España, habían combatido el poder exagerado de la Nobleza. Se veía a los Reyes Católicos como los modernos inspiradores de la gran España, algo que podía servir de modelo. Y la parafernalia en torno a los Reyes Católicos y la idea imperial han contribuido hasta cierto punto a desprestigiar esta época.
¿Cuál es la posición de la izquierda española en relación a esa leyenda?
—Los historiadores que yo conozco, sean de izquierdas o de derechas, coinciden en decir que todo esto forma parte de un pasado superado y que no tiene ningún motivo para permanecer. Durante el siglo XIX y las dos terceras partes del XX la Inquisición era motivo de polémica intensa. Hoy, se le ha quitado muchísima polémica.
Usted da la razón a los comuneros. ¿Por qué motivo?
—Porque en 1520 presentían, receleban, que con la conversión de Carlos V de Rey de Castilla a Emperador del Sacro Imperio, Castilla iba a tener que defender una opción política que no era la suya, sino de la Casa de Austria. Temían que ello acarrearía para España una serie de sacrificios: en hombres, dinero, etc...
¿Castilla, entre espada y pared?
—Al final del siglo XVI, en unas Cortes que celebra Felipe II, varios procuradores se oponen a su política diciendo que la defensa del catolicismo en Europa, en Flandes, no le toca especialmente a Castilla, ni a España. El interés de Castilla (en 1580) es retirar sus tropas del Norte de Europa, defender la Península contra los ataques de los turcos y de los corsarios berberiscos, defender las relaciones con América. Desde los comuneros hasta la oposición en las Cortes en tiempos de Felipe II se tuvo conciencia en España de que los soberanos en realidad defendían, se identificaban más con la Dinastía que con el Reino, como se decía, hoy diríamos con la Nación. A Castilla no le interesaba un Rey emperador.
Hoy en España se tilda a Rodríguez Zapatero como «la catástrofe». ¿Puede el presidente del Gobierno reverdecer los laureles de la Leyenda Negra?
—Esto no tiene nada que ver. La Leyenda Negra partió de un estado de opinión de unas gentes que veían en España una amenaza.
Fuente: www.abc.es 13-12-09
Recomendado: 

Libro "La Leyenda Negra". El discurso que convirtió a España en el paradigma del fanatismo y la crueldad.

Libro "La Leyenda Negra". El discurso que convirtió a España en el paradigma del fanatismo y la crueldad.


Joseph Pérez disecciona los porqués de la 'leyenda negra'

El historiador analiza la política de los Austria y su peso en España

Por: José Andrés Rojo

"España en aquel tiempo no existía en verdad como tal", dice Joseph Pérez cuando se refiere a aquellos remotos años en que reinaban Carlos V y Felipe II. "Lo que existe es una monarquía católica, no forzosamente española, que gobierna lo mismo en Flandes que en el Milanesado, en Nápoles como en vastas zonas de Alemania, en las Indias y, claro, en Castilla y Aragón. Son los jefes de la Casa de Austria, y ocupan un lugar preeminente en la Europa de su época: mandan en cuestiones diplomáticas, militares, económicas".
El hispanista Joseph Pérez acaba de publicar La leyenda negra (Gadir), un ensayo que reconstruye cómo y cuándo, siguiendo qué estrategias, con qué fin y sirviéndose de qué modos se fue construyendo un discurso que convirtió a los españoles en paradigma del fanatismo y la crueldad, de la cerrazón dogmática alrededor de la bandera del catolicismo y del puro afán de dominio utilizando los resortes de un Estado poderoso. "La idea del libro surgió en la Francia de hoy, donde observaba cómo existe una rendición incondicional a la cultura que viene de Estados Unidos, sus películas y sus autores y todo lo demás, y un feroz rechazo a su política imperial", contaba ayer el historiador en una entrevista en Madrid, poco antes de presentar su ensayo. "Todo eso le pasó a España hace unos cuantos siglos. Los franceses se volvían locos por aprender su lengua, copiaban sus guantes y sus trajes de cuero, el propio Luis XIV adaptó la etiqueta de las cortes de los Austria e, incluso, Pascal se rendía ante santa Teresa y san Juan de la Cruz".
Pero no toleraban que aquellos poderosos monarcas impusieran su política, y sus intereses, a toda Europa. Una política y unos intereses que eran, en realidad, los de los Habsburgo, "aunque, claro, gobernaban desde Castilla y, sobre todo, contaban con el oro que venía del Nuevo Mundo", observa Joseph Pérez. "Para hacerse una idea del poder que llegó a tener la monarquía de los Austria hace falta decir que su moneda -los reales de a ocho, las pias-tras- fue la moneda de circulación del mundo entero hasta bien entrado el siglo XIX. Sin una base económica tan fuerte sería inexplicable su inmenso poderío diplomático, militar, político. Se dice que fueron españoles los responsables de aquel imperio y, sin embargo, el personaje más relevante en política exterior fue un francés, Granvelle, y entre sus héroes militares están el conde de Egmont (flamenco), Alejandro Farnesio (genovés) o Spinola, duque de Parma.
Hijo de emigrantes valencianos, Joseph Pérez nació en 1931 en Laroque d'Olmes y es uno de los hispanistas que mejor conoce la España de los siglos XVI y XVII. Fue director de la Casa de Velázquez entre 1989 y 1996 y rector de la Universidad de Burdeos. Empezó con un trabajo sobre los comuneros y escribió después sobre la España de Felipe II, sobre Carlos V, la Inquisición y los judíos. Las 200 páginas en las que sintetiza lo que ha sido la leyenda negra son una lección de claridad y sabiduría. "Todo empieza cuando Felipe II pone un precio a la cabeza de Guillermo de Orange, el príncipe protestante de Flandes, que reacciona recusando su legitimidad y enfrentándose a su poder. No era habitual en aquellos tiempos cuestionar la autoridad real, así que para armarse de argumentos el flamenco desarrolla una apabullante propaganda que subraya (y exagera) lo peor de su gran enemigo: un hombre capaz de asesinar al príncipe don Carlos, su hijo (lo que se reveló falso), que se sirvió de la Inquisición para acabar con sus enemigos y que permitió las mayores crueldades durante la conquista de América".
La brutalidad de las guerras de religión que dividieron la Europa de aquellos años, los intereses particulares de cada región enfrentados a la política imperial, el discurso religioso que alimentó los peores fanatismos, el culto a la razón de Estado para proteger los intereses de la Casa de Austria: Joseph Pérez empieza con la expansión de la corona de Aragón por el Mediterráneo y termina con el dilema de las dos Españas que puso en circulación Larra en el siglo XIX.
"La leyenda negra se construye para debilitar el poder de la Casa de Austria, pero cuando viene su declive, a partir de la paz de Westfalia en 1648, el argumento es el de una España rendida al oscurantismo del papado frente al progreso de las Luces. A finales del XIX, las naciones anglosajonas miran con desprecio a las latinas. La leyenda negra seguía presente". Ahora ya no, y el libro de Joseph Pérez está ahí para entender su génesis y su influencia.
Fuente: Diario El País (España). 21 de noviembre del 2009.

Historia de Enrique Paillardelle y la sublevación de Tacna (1813).

Tacna 1813, la rebelión de Paillardelle

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)
En 1813, el criollo Enrique Paillardelle dirigió una sublevación en Tacna, que este año cumple su bicentenario. Ese acontecimiento confirma que los patriotas peruanos estuvieron en la pelea por la emancipación desde la primera hora. Sin embargo, fueron derrotados y la independencia se retrasó unos años con relación a la mayoría de América Latina.
Paillardelle había nacido en Buenos Aires, de padre francés y madre tacneña, por lo que disponía de una red de parientes en el sur del Perú. Se unió a las tropas criollas que derrotaron las invasiones inglesas que asolaron el virreinato del Río de la Plata. Eran los últimos años de presencia española en América y Paillardelle permaneció en el ejército hasta la triunfante revolución de Mayo, que en 1810 derrocó al último virrey del Plata.
Ya tenía 35 años cuando fue ganado por un tremendo ardor revolucionario, que aceleró el resto de su existencia; fue un pequeño cometa que cruzó el sur de América. Paillardelle se unió a la expedición de Manuel Belgrano, que saliendo de Buenos Aires pretendió cruzar la actual Bolivia y, a través de los Andes, llegar al Perú para enfrentar al virrey. Esa era la ruta que intentaron los patriotas platenses varias veces y siempre fueron vencidos.
Paillardelle fue comisionado por Belgrano para insurreccionar el sur del Perú. En Tacna convenció a un grupo que se amotinó en octubre de 1813. Los rebeldes aprovecharon el ánimo favorable a la causa patriota tomando el cuartel con apoyo popular, continuando con la ruta abierta por Francisco de Zela dos años atrás.
Una vez capturada Tacna, Paillardelle formó una pequeña fuerza que salió a tomar Moquegua, siendo Arequipa su meta máxima. En forma paralela, Belgrano avanzaba por la actual Bolivia y amenazaba La Paz. Los tacneños salieron hacia Moquegua uniformados con colores argentinos; el celeste y blanco identificó a estos soldados que anunciaban el Perú independiente.
Sin embargo, todo fue un desastre. Belgrano fue derrotado en Ayohuma, mientras que Paillardelle fue vencido en la puerta de Moquegua, por tropas arequipeñas realistas. Sin embargo, el líder porteño no fue capturado en la batalla y logró retroceder a Buenos Aires. Ahí se unió a San Martín y fue uno de los partidarios de un cambio fundamental de estrategia militar.
Basado en su experiencia personal, propuso abandonar la ruta boliviana y más bien cruzar los Andes por Chile, para seguir a Lima navegando por mar. En ese sentido, colaboró con San Martín en el diseño de un nuevo plan de guerra, que condujo a la victoria de la independencia. Posteriormente, dejó a San Martín y unió su suerte a Carlos Alvear, uno de los más controvertidos líderes de la Argentina naciente. Alvear estableció un régimen autoritario, que fue derrocado de mala manera y el nuevo gobierno tomó represalia contra sus partidarios. El “chivo expiatorio” fue precisamente Paillardelle, quien había comandado las tropas leales a Alvear. Así, la patria lo fusiló en mayo de 1815; fue un revolucionario que se salvó del virrey, no obstante haberlo retado por las armas, pero cayó ante sus pares en una guerra civil.
El periplo de Paillardelle evidencia los fuertes vínculos entre la revolución platense y los patriotas peruanos del sur. Tanto Zela como Ángulo, Pumacahua y el mismo Paillardelle pueden interpretarse en clave porteña. Asimismo, muestra lo persistentes que fueron los esfuerzos peruanos por independizarse, antes de que llegaran San Martín y Bolívar. Por último, su puesto en la historia corresponde a quien canalizó el ánimo patriota del sur peruano, anunciando la gran rebelión de los hermanos Ángulo y el cacique Pumacahua, que ocurrió al año siguiente.
No existe una buena biografía peruana de Paillardelle, no obstante su cinematográfica vida. Para encontrar información es necesario recurrir a historiadores argentinos. Uno de sus clásicos, Bartolomé Mitre, lo incorpora como personaje en su famosa Historia de Belgrano y la independencia argentina.
Fuente: Diario La República. 02 de enero del 2013.
Recomendados:

martes, 1 de enero de 2013

¿Encuentro de dos mundos, descubrimiento, culturización o encontronazo, invasión, conquista, exacción y genocidio?

Ni leyenda negra ni leyenda blanca


Por: Ernesto Sábato (Escritor argentino)
Es ya cierto que hablar del descubrimiento de América puede ser considerado, desde el punto de vista de los impugnadores, como una despectiva denominación eurocéntrica, como si las grandes culturas indígenas no hubieran existido hasta ese momento. Pero deja de serlo si se considera que los europeos no las conocieron hasta esa fecha, 0 sólo un exceso de amor propio puede tomar esa expresión como peyorativa. Lo que sí es reprobable es que se siga utilizando hasta nuestros días, cuando aun en aquel tiempo los espíritus europeos más elevados manifestaron su admiración por lo que habían encontrado en el Nuevo Continente.Desde esta legítima perspectiva, sería mejor hablar del "encuentro entre dos mundos", y que se reconocieran y lamentaran las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores. Reconocimiento que debería venir acompañado por el inverso reconocimiento de los acusadores, admitiendo las positivas consecuencias que con el tiempo produjo la conquista hispánica. Bastaría tener presente que la literatura de lengua castellana ha producido en América, con una inmensa cantidad de mestizos, una de las literaturas más originales y profundas de nuestro tiempo. Si la leyenda negra fuera una verdad absoluta, los descendientes de aquellos indígenas avasallados deberían mantener atávicos resentimientos contra España, y no sólo no es así, sino que dos de los más grandes poetas de la lengua castellana de todos los tiempos, mestizos, cantaron a España en poemas inmortales: Rubén Darío en Nicaragua y César Vallejo en Perú.
Esa leyenda siniestra fue comenzada por las naciones que querían suplantar al más poderoso imperio de la época, entre ellas Inglaterra, que no sólo cometió en el mundo entero atrocidades tan graves como las españolas, pero agravadas por su clásico racismo, que aún perdura, cometido hasta hoy por el imperio norteamericano; no únicamente contra los indios, sino, luego, contra los llamados despectivamentehispanos, y fínalmente contra los italianos, en virtud de una doctrina según la cual Reagan es superior a Julio César, Virgilio, Horacio, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Galileo y tantos que hicieron por la cultura universal algo más que ese actor de tercera categoría. No, aquí no hubo esa inferioridad espiritual que es el racismo: desde Hernán Cortés, conquistador de México, cuya mujer fue indígena, hasta los que llegaron en aquella formidable empresa hasta el Río de la Plata se mezclaron con indios, y gracias al misterio genético tengo una hermosa nieta que sutilmente revela rasgos incaicos. Para no hablar de las notables creaciones del barroco ibérico en América Latina, que sutilmente difiere del de la metrópoli, de la misma manera que sucedió con nuestra lengua común: la ilustre lengua de Cervantes y Quevedo.
Vamos, todas las conquistas fueron crueles, sanguinarias e injustas, y bastaría leer aquel libro de un sacerdote belga en que narra los horrores, los castigos, las mutilaciones de manos y a veces hasta de manos y pies que sus burdos y viles compatriotas infligían a los negros que cometían un robo de algo que en el fondo les pertenecía. Y lo mismo podría repetirse con siniestra simetría con los alemanes, holandeses e ingleses. ¿Quiénes son ellos, qué virtudes tuvieron y hasta siguen teniendo, para haber forjado y seguir repitiendo la leyenda negra?
Es tina injusticia histórica olvidar los nombres que lucharon por los indígenas y por la conservación de sus valores espirituales, como fray Bernardino de Sahagún, la escuela de Salamanca con "derecho de gentes", y el nobilísimo dominico Bartolomé de las Casas, que defendió encarnizadamente a los indios y que, lejos de propiciar la trata de negros, como afirma una de las tantas falsedades de la leyenda, luchó por ellos en nombre de una religión que considera sagrada la condición humana. En fin, no se tiene presente que fueron hijos de españoles y hasta españoles que lucharon contra el absolutismo de su propia tierra los que insurgieron contra España, desde Bolívar en el norte hasta San Martín en el sur, nacido aquí, que combatió como coronel, heroicamente, contra la invasión napoleónica en la tierra de su padre, el capitán Juan de San Martín. Con razón, Fernández Retamar pone el caso de Martí, uno de los hombres más esclarecidos y nobles de nuestra independencia, orgulloso de sus padres españoles, que, al propio tiempo que defendía la legitimidad de una cultura nueva y propia, se declaraba heredero del Siglo de Oro hispánico. Para no referirnos a tanto mestizo ilustre, como Bernardino Rivadavia en mi país, con negros en su pasado y quizá hasta con indios, y a mi amigo Nicolás Guillén, el cubano que en un conmovedor poema se refiere a su abuelo español y a su abuelo africano, ejemplar síntesis de nuestro mestizaje.
Todo este asunto está vinculado al problema de la famosa "identidad de una nación", problema bizantino por excelencia. Se habla mucho de "recobrar nuestra identidad americana". Pero ¿cuál y cómo? Al decir yanuestra, gente como yo, que se considera entrañablemente argentino, quedaría eliminado porque mis padres fueron europeos, como la mayor parte de los miembros de nuestra nación. ¿Cuál identidad, pues? ¿La de los indios nómades y guerreros que recorrían nuestras inmensas llanuras casi planetarias, donde ni siquiera hubo antiguas civilizaciones como la de los incas, mayas o aztecas? Una tierra que se ha hecho con el hibridaje de españoles, indios, italianos, vascos, franceses, eslavos, judíos, sirios, libaneses, japoneses y ahora con chinos y coreanos, ¿Y qué idioma reivindicar? Es curioso que buena parte de los que se proponen esta recuperación de nuestra identidad hablan en buena y longeva lengua de Castilla, y no en lenguas indígenas. Paradójica forma de reivindicar lo autóctono.
Y aun dejando de lado las inmigraciones que hemos tenido en este siglo, quedarían, como bien escribe Uslar Pietri, tres protagonistas: los ibéricos, los indios y los africanos, pero sin duda sería la cultura Ibérica la dominante, desde el momento en que esas tres sangres entraron en esos complejísimos procesos de la fusión y el mestizaje, dejando de ser lo que habían sido, en usos y costumbres, religión, alimentos e idioma, produciendo un nuevo hecho cultural originalísimo. No como en la América anglosajona o en el coloniaje europeo de Europa y Asia, donde hubo simple y despreciativo trasplante.
Hablé antes de bizantinismo, porque estos falsos dilemas nos traen a la memoria los céle-
Fuente: Diario El País (España). 02 de enero de 1991.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Breve historia de Madre de Dios. Conmemoración del centenario.

Cien años de Madre de Dios

Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)
En diciembre de 1912, el gobierno de Guillermo Billingurst elevó Madre de Dios a la categoría de departamento. En ese momento,  estaban llegando a su fin treinta años de auge del ciclo del caucho.
Las gomas habían transformado la selva, generando su violenta incorporación a la heredad patria. Hasta entonces, Madre de Dios era habitada por grupos étnicos amazónicos y el estado no se había hecho presente. Pero, al inventarse la vulcanización del caucho, empezó el ciclo gomero, inicialmente en Brasil y al llegar al Perú, primero alcanzó a Loreto y llegó tarde a Madre de Dios.
El mismo río era mal conocido y circulaban noticias vagas sobre su curso. El famoso Carlos Fermín Fitzcarraldo realizó un descubrimiento clave, que permitió recorrer la hoya del río Madre de Dios. Los caucheros llegaron con él, recogiendo el jebe que se hallaba en bosques naturales; no lo sembraban, tampoco cuidaban el árbol, dependiendo el tipo, lo sangraban o lo derribaban para extraer el látex. Por lo tanto, no eran sedentarios, sino nómades e iban destruyendo bosques a su paso. Eran grupos liderados por un patrón acompañado por unos treinta peones, que se adueñaban de un pedazo de la selva, antes de mudarse más allá, siempre peleando con los nativos.
El principal problema era mano de obra, no había suficientes trabajadores. Por lo tanto, recurrieron a una vieja práctica selvática, la correría contra grupos étnicos originarios. Hombres armados entraban a las aldeas, matando varones adultos y raptando mujeres y niños. Las mujeres eran empleadas como esclavas sexuales y los niños eran entrenados para luego ser incorporados como peones.
El caucho fue muy destructivo de la ecología y  de los seres humanos integrantes de las tribus amazónicas. Además, se acabó de súbito, cuando los ingleses trasplantaron el árbol a sus colonias de Java y Sumatra. Ahí sembraron plantaciones que eran mucho más eficientes y el precio se vino abajo, terminando con la producción en Sudamérica.  
Luego, Madre de Dios atravesó un largo letargo, hasta que, empezó una nueva fiebre, esta vez del oro. Desde las montañas andinas hasta la cuenca amazónica, en la región existe abundante oro. No está agrupado en vetas sino suelto en pepitas y corre por los ríos. Un sistema de dragas y el uso intenso de mercurio permite recuperarlo. La producción es inmensa, máxime cuando la crisis mundial ha disparado a las nubes el precio del metal precioso.
Nada detiene a las dragas, ni los operativos de las FFAA que se realizaron en el anterior gobierno ni las sanciones a sus operadores políticos, como el célebre “comeoro”, suspendido de su función como congresista. Al igual que en el ciclo anterior del caucho, los perdedores son el medio ambiente y la gente. Los químicos vienen destruyendo la selva, reemplazada por un páramo desértico. Asimismo, los jornaleros de los lavaderos son mal pagados y trabajan sin cuidado alguno. Sólo ganan los dueños del oro, que además fluye bastante por contrabando, burlando impuestos y dejando poco, también para el estado. Así, en el Perú, la periferia expresa crudamente los excesos del modelo de desarrollo.
Pero, levantándose sobre tantos problemas, se hallan notables esfuerzos por recuperar la identidad regional. Por ejemplo, la profesora Ángela Quispe ha publicado una historia local bastante solvente. Asimismo, el club regional en Lima ha estado muy activo y especialmente el comandante Carlos Schiaffino, quien ha recopilado los informes de la Junta Fluvial, que a comienzos de siglo XX, participó dinámicamente de la afirmación peruana en la región. Efectivamente, Schiaffino rescata a los héroes de la primera instalación del estado, ya que durante la era del caucho la región fue disputada con Brasil y especialmente con Bolivia.
A ese ánimo celebratorio de Madre de Dios se ha sumado la Municipalidad de Lima, a través de la galería Pancho Fierro, que ha inaugurado una interesante muestra fotográfica sobre tan alejado y querido rincón de la patria.
Fuente: Diario La República. Miércoles, 26 de diciembre de 2012

martes, 18 de diciembre de 2012

Historia peruano-chilena. Relación histórica Chile-Perú. Análisis de la historiadora Carmen Mc Evoy.

Entre el mito y la historia compartida

Entre el mito y la historia compartida

En una de las cartas redactadas por Bernardo O’Higgins desde su exilio limeño, el fundador de la república Chilena sostenía que era difícil separar las historias de Chile y el Perú.

"CHILE Y PERÚ"

Por: Carmen Mc Evoy (Historiadora)

El vínculo entre ambas era tan fuerte que el bienestar de una redundaría en el beneficio de la otra. Las palabras de O’Higgins, cuya azarosa vida transcurrió entre territorio Chileno y peruano, expresan los buenos deseos de un americanista convencido. 

Sus comentarios hablan, también, de la nostalgia de un exiliado que jamás volvió a ver su patria de origen, porque murió en la adoptiva. Por otro lado, el planteamiento de O’Higgins nos ayuda a entender cómo los políticos de la época intentaron neutralizar la fragmentación que la Independencia provocó entre las jóvenes naciones que ellos ayudaron a liberar. Sin embargo, para que sus deseos fuesen realidad no bastaba con los buenos deseos. 

Además de verificar los aspectos estrictamente económicos, un proyecto como el esbozado por O’Higgins debía enfrentar una serie de estereotipos, los que a pesar del tiempo transcurrido siguen habitando las mentes de Chilenos y peruanos.

Alfredo Jocelyn-Holt señala en Los Césares perdidos que la expedición de Diego de Almagro a Chile fue quizás la mejor preparada de todas las llevadas a cabo en el Nuevo Mundo. Por la enorme expectativa que se tenía en torno a su éxito fue también la más costosa. De ahí que el desengaño que provocó el encuentro con una realidad pobre haya sido sumamente “estigmatizador”. 

El fracaso de la expedición, originada en el Cuzco, significó tener que admitir abiertamente que la existencia de un Chile equivalente al riquísimo Perú era una fantasía. Los hombres de Almagro, nos recuerda Jocelyn-Holt, importunaban a su jefe sobre si no sería mejor retornar al ex-imperio incaico, diciéndole que la única tierra buena era la que habían dejado atrás, y que no existía “otro Pirú en el mundo”. 

En esos años de ambiciones desenfrenadas no había hombre que quisiese viajar al sur y Chile quedó “tan mal infamada que los españoles como la pestilencia” huían presurosos de aquel lugar tan agreste.

EL MITO

El idealismo implícito que caracteriza la narrativa histórica Chilena parte de un origen inacabado, que significa, subraya Jocelyn-Holt, “un querer que haya algo que en definitiva no hay o no puede ser”. Este deseo podía referirse a un reino en los confines de la tierra, a una república modelo comparable a losEstados Unidos de NorteAmérica o, como lo expresa la letra del himno patrio sureño, a una copia feliz del Edén. 


El mito del que se nutre la historiografía Chilena sirve, entre otras cosas, para confrontar una realidad cruzada de graves carencias estructurales y que al ser comparada con la peruana deriva en frustración y luego, como veremos más adelante, en crítica implacable. 

Desde la otra orilla, la percepción que existía en el Perú sobre la remota Capitanía General no colaboró tampoco a un buen entendimiento. Porque así como Chile fue definiendo su identidad en contraposición siempre inalcanzable “Pirú”, los habitantes del virreinato peruano se encargaron de reforzar una aparente superioridad criticando el comportamiento de quienes habitaban el patio trasero. 

En lostextos históricos sobre la guerra de conquista de Chile, se acuñaron las primeras oposiciones de nosotros (los peruanos-españoles), que hemos heredado y fortalecido el legado católico y aquellos (barbaros, corruptos, violentos, herejes), quienes, al sur del Perú, no lo habían aceptado o buscaban su destrucción. 

El horror que el Reino de Chile despertaba entre los habitantes de la “Tres veces coronada” ciudad de Limaestuvo asociada a la violencia indígena y a la represión brutal de los soldados de fortuna, que exponían sus vidas en una región dominada por la ambición extrema.

Los términos de la relación entre el Virreinato y la Capitanía General fueron replanteados durante la transición de la colonia a la república. Dentro de ese contexto, fue el mismo Bernardo O’Higgins quien instaló, tal vez sin proponérselo, uno de los mitos fundantes del nacionalismo Chileno. 

De acuerdo al historiador Ricardo López, la identidad americanista de Chile está asociada a la idea que fue en la ex-Capitanía General donde se gestó la independencia continental.



VERDADES

¿Quién no recuerda, al menos en Chile, aquella frase que O’Higgins pronunció en la despedida de la denominada Escuadra Libertadora: “De esas cuatro tablas depende no sólo La Libertad de Chile, sino la suerte de América”? Sin embargo, esta afirmación no era del todo correcta. En efecto, cabe recordar que el responsable de la derrota militar que consolidó la independencia continental fue Simón Bolívar.


Esta hazaña no hubiera podido realizarse sin la presencia del contingente Chileno y rioplatense pero también del gran-Colombiano y de los miles de peruanos que pelearon en Ayacucho por La Libertad de su patria.

El asunto de La Libertad concedida por Chile se complejiza aún más al constatar una serie de hechos innegables: la fuerza de la Expedición Libertadora descansó más en la voluntad de su jefe político-militar, el general José de San Martín, y en el aparato propagandístico dirigido por su asesor Bernardo Monteagudo, que en un poderío militar capaz de derrotar al ejército realista. 

Es a partir de esta debilidad estructural, que se entiende la apuesta por el acuerdo político que hace evidente tanto en la conferencia de Punchauca como en la de Miraflores. 

Lo que nos lleva a constatar, una vez más, que la complejidad histórica no es parte de ningún mito y mucho menos de uno que quiso ser fundante. Es por ello la ausencia, por ejemplo, de un análisis sobre la conflictiva situación política que vivió Chile, luego de declarada su Independencia. 

Este asunto muy puntual, más que el americanismo de O’Higgins, fue lo que lo obligó a tomar una decisión drástica: desprenderse del peso económico y los riesgos políticos que suponía la presencia en su territorio de un poderoso ejército cono el sanmartiniano. Dentro de ese contexto, el Perú le sirvió a Chile para remontar una crisis política de consecuencias incalculables.

Mito para algunos, historia compartida para otros, lo cierto es que hacia mediados del siglo XIX en Chile ya se encuentra instalada una idea-fuerza que se irá fortaleciendo a lo largo de los años. 

“SUPERIORIDAD”

En efecto, para las élites culturales Chilenas la república del sur exhibía un alto grado de civilización, en comparación a la degradada situación de sus vecinas. Periódicos de la talla de El Tiempo, por ejemplo, recordaban la transición de “una colonia miserable, pobre, desconocida” hacia una “república brillante”, solo comparable a la norteamericana. 


Mediante un proceso de alquimia intelectual, que exige de un estudio más detallado, la tierra de la barbarie y la guerra se convirtió en fuente de progreso material y adelanto intelectual. Dos guerras civiles, centenares de muertos y docenas de deportados, algunos de los cuales se establecieron en el Perú, muestran, sin embargo, que la violencia no abandonaba al Chile de las primeras décadas de vidarepublicana a pesar de todas las declaraciones de sus intelectuales.

La noción de que la república Chile era superior a los demás países latinoamericanos fue cuestionada por algunos políticos renombrados. Pienso, por ejemplo, en la opinión que sobre el Perú tuvo Félix Vicuña, padre del conocido historiador y político, quien justamente desde su exilio en Lima escribió: “Tenía ideas muy distintas sobre los gobiernos que ha habido en este país… y veo que estamos muy distantes de obtener en Chile ni La Libertad ni los beneficios que el Perú puede obtener del estado en que se encuentra”. 

Vicuña no estaba solo en una visión que, obviamente, dependía de la amplitud de miras provista por el exilio. En un tono similar al de Vicuña, otro exiliado Chileno en el Perú, Victorino Lastarria, escribió en 1852 a un amigo sobre la vitalidad de la esfera pública peruana. 

Ahí, una suerte de democracia vívida se manifestaba en los periódicos, donde todos opinaban sin distinción de clase. En las calles limeñas, continuaba el relato, mujeres que además eran mulatas decía lo que les daba la gana sin interesarle el rango o la posición de su interlocutor. 

Pero la realidad distorsionada por el estereotipo no lograría, sin embargo, que este último desapareciera. De esta permanencia dan cuenta las ideas vertidas por un discípulo de Lastarria, el notable intelectual liberal Justo Arteaga Alemparte, en las páginas de un periódico santiaguino. 

En su artículo “El Advenedizo”, Arteaga Alemparte muestra el poder del mito y la visión del otro que este fomentaba. Luego de recordar a sus lectores que la pobreza determinó el carácter de un pueblo que, como el Chileno, era “trabajador, sobrio, modesto, amigo del hogar y extraño al bullicio del mundo”, Arteaga Alemparte subrayó su excepcionalidad. 

Él consideraba que era muy difícil distinguir a un argentino de un Colombiano, o a un peruano de un mexicano pero resultaba imposible no reconocer a un Chileno, quien era un “tipo aparte”, que merced al esfuerzo de su voluntad, y a pesar de no ser brillante o espontáneo, lograba todo lo que se proponía.

Callados entre habladores, infatigables en el trabajo, entre perezosos infatigables en su pereza, los ciudadanos de la república de Chile crecían, se enriquecían, se hacían respetar e iban a todas partes llevando trabajo, capitales, industria y progreso, siempre a decir de Arteaga Alemparte. 

LOS CONFLICTOS

Sus grandes esfuerzos —que beneficiaron al Perú durante la Independencia, la Guerra de la Confederación y el conflicto con España— no fueron, sin embargo, suficientes para que “los grandes señores haraganes”, refiriéndose a los habitantes del Perú, admitieran como a un igual a un “advenedizo de la fortuna, de tez tostada por el sol” y “de anchos hombros desarrollados por el trabajo”.

Arteaga Alemparte no sólo reforzó las ideas que sobre el Perú existían en el entorno Chileno sino que reposicionó a la Independencia como el punto inicial de una trilogía liberadora que tiene su momento culminante en la Guerra del Pacífico. 

Es de la pluma de Arteaga, pero también de Benjamín Vicuña Mackenna y de otros liberales, donde surge el templete cultural de la Guerra del Pacífico, en su dimensión épica y justiciera. 

Esa matriz define al conflicto trinacional como la culminación de un gran arco histórico que comenzó con las guerras de la Independencia, tiene un segundo impulso en la Guerra de la Confederación para finalizar en el enfrentamiento en el Pacífico Sur.

Todas las voces que confluyeron en este gran coro polifónico —que celebraba la “epopeya” de una república que encontró su “destino manifiesto” derrotando a vecinos inferiores que se aliaron para destruirla— encontraron su cauce natural en el discurso de una Esparta sudamericana que dominaría a Babilonia, refiriéndose al Perú.

En un trabajo sumamente provocador que se aplica a la historia peruana pero que facilmente podría aplicarse a toda historia, Max Hernández analiza cierta memoria atravesada por paralizantes permanencias. 

Así, Hernández sugiere que para liberarse de sus constreñimientos es necesario ubicarse al margen de ella: explorando sus niveles inconscientes, sus mensajes soterrados y sus mecanismos amnésicos. 

En el Perú, “el mito de la Independencia concedida”, la derrota contra la Confederación —la cual no hubiera sido posible sin la participación de militares peruanos—, y la Guerra del Pacífico han creado una memoriatrágica e incluso culposa. Esta visión no ha permitido incorporar, por ejemplo, un evento tan impresionante por su dimensión económica como la reconstrucción nacional. 

En Chile, el triunfalismo alrededor de La Victoria en la Guerra del Pacífico condena a ese país a una historia complaciente que la aleja de la complejidad, por la amenaza que significa al mito de unidad nacional. 

Dentro de ese contexto, es posible imaginar que del encuentro entre unos vencedores, que luego de su victoria caen en una guerra civil devastadora, y unos vencidos, que después de la derrota diversifican su economía e ingresan en un período de recuperación económica sin parangón en la historia, puede surgir una historia diferente mucho más rica de la que nos han contado; una que puede servir de base a ese proyecto integracionista imaginado hace casi doscientos años por un Chileno-peruano, llamado Bernardo O’Higgins.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 16 de diciembre del 2012.

Recomendado: