miércoles, 20 de febrero de 2013

Discusión sobre el reconocimiento póstumo a Augusto B. Leguía.

        

Leguía, una tumba inquieta

Por: Mirko Lauer (Periodista y escritor)

De 1932 a la fecha la evocación de este presidente dejado morir en inhumanas condiciones, a lo largo de un año sin tratamiento médico en una celda de nueve metros cuadrados, ha oscilado entre la diatriba y el elogio. Hubo en su larga gestión material para las dos, pero lo que va quedando es el encono de quienes le volvieron la espalda en la desgracia.
El encono ha sido empecinado, y poco sutil. Durante 80 años Leguía ha sido marginado de todo reconocimiento oficial. No hay espacios públicos destacados con su nombre. Sus obras, que fueron muchas e importantes para la modernización del país (poner en marcha la irrigación de Olmos fue una de ellas), se mantienen envueltas en un manto de silencio.
Es cierto que fue Leguía un gobernante de mano dura, lo cual le fue acumulando enemigos por el camino. Pero a la postre fueron sus aduladores quienes le hundieron el puñal. Pasó de ser objeto de los más desmedidos elogios a ser llamado tirano y ladrón. En cambio los más hidalgos reconocimientos póstumos le llegaron de sectores a los que él había perseguido desde el poder.
Víctor Raúl Haya de la Torre, desterrado por Leguía en su juventud, lo llamó más adelante el mejor presidente del Perú en el siglo XX. Lo de mejor es un tema opinable. Pero es un hecho que la modernización emprendida por Leguía siempre ha merecido más consideración de la que tuvo, y lo mismo se puede decir de su imagen, de la que solo parecen haber sobrevivido las calumnias.
Los principales enemigos de Leguía terminaron licuados políticamente. Los personajes y círculos del civilismo tuvieron que trasladarse a la política del golpe militar recurrente, y luego fueron desplazados por los partidos modernos. Pero mantener la leyenda negra y el ostracismo en torno de Leguía fue un triunfo silencioso y permanente, que en cierto modo aún se mantiene.
¿Qué puede hacer el Perú del siglo XXI? Lo que está más a la mano como tarea es el reconocimiento de su obra en los numerosos espacios urbanos, recursos de infraestructura o políticas públicas que su gestión entregó al país. Cabe insistir en que Olmos, tan celebrado e inaugurado en estos decenios, debería llevar su nombre. No es el único caso de escamoteo de su aporte.
Acaso más importante es que su historia empiece a ser contada con ecuanimidad. No fue el titán del Pacífico que decían sus más encendidos sobones; pero tampoco el monstruo que pintan las versiones más mezquinas. Hay mucho que aprender de su espíritu emprendedor, de sus virtudes como administrador del Estado y de su realismo a la hora de defender los intereses del Perú.
Fuente: Diario La República. 29 de enero del 2012.

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2 comentarios:

Unknown dijo...

El unico presidente peruano que entró al gobierno siendo rico y terminó siendo pobre y en la carcel. Desde allí ya establece una gran diferencia.

Eddy Romero Meza dijo...

Aproximarnos de manera no prejuiciosa a la figura de Leguía es todavía difícil para nuestros comentaristas de la historia.

El libro "Historia de la corrupción" de Quiróz, da cuenta de un régimen con altos niveles de aprovechamiento y uso indebido de los recursos estatales por parte del entorno de Leguía.

Él no desconocía ello. Algo a favor de Leguía es que efectivamente no se enriqueció personalmente a costa de los fondos públicos.

Otro asunto es el no reconocimiento público de sus obras, que no fueron pocas.