miércoles, 29 de junio de 2011

Historia del asesinato del conquistador Francisco Pizarro. Las guerras civiles entre los españoles tras la conquista del imperio de los Incas.

La muerte del CONQUISTADOR

El 26 de junio de 1541, hace 470 años, un grupo de hombres armados, que daban vivas a Almagro, dieron muerte a Francisco Pizarro en su austera “casa de morada”. El gobernador departía con un grupo de amigos, quienes ante el peligro huyeron vergonzosamente.

Por: Héctor López Martínez. Historiador

El marqués-gobernador apenas tuvo tiempo de ponerse una coraza y, junto con su hermano materno Francisco Martín de Alcántara, Gómez de Luna y dos jóvenes pajes apellidados Cardona y Vargas, se enfrentó a los asaltantes, cuyo número pasaba largamente la docena. Con vigor juvenil, pese a sus 64 años, Francisco Pizarro y los suyos defendieron la puerta de la habitación donde se encontraban. Uno a uno fueron cayendo muertos sus leales acompañantes. Pasaba el tiempo y Pizarro seguía resistiendo. Entonces Juan de Herrada, jefe de los atacantes almagristas, empujó a uno de los suyos, apellidado Narváez, que fue recibido por la espada de Pizarro que se hundió en su pecho. Ese instante bastó para que los demás almagristas ingresaran en la cámara y rodearan al gobernador asestándole varias estocadas, siendo la que recibió en el cuello la que lo derribó en el ensangrentado piso.

El golpe de gracia

Sintiéndose morir, Pizarro pidió confesión, con la mano izquierda empapada en sangre trazó una cruz e intentó besarla. No pudo lograrlo. Uno de los almagristas le descargó el golpe de gracia con un grueso cántaro de barro que se quebró en la cabeza del moribundo conquistador del incario, fundador de Lima y de muchas otras ciudades, “que de descubrir reinos y conquistar provincias nunca se cansó”.

Socios y rivales

Las desavenencias entre dos de los conquistadores, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, se iniciaron cuando este último conoció los términos de la Capitulación de Toledo (1529), considerando que eran muy generosos para Pizarro y menguados para él. Pese a ello, continuó en la empresa descubridora, aunque en un lugar secundario. Después de la captura de Atahualpa, la Corona premió los servicios de Almagro con la gobernación de la Nueva Toledo, que comprendía el actual territorio de Chile. Hacia ahí emprendió Almagro una expedición que resultó un fracaso, por haber tomado una ruta equivocada, causando el frío notable mortandad entre la hueste a tal punto de que Diego de Almagro, con la salud muy maltrecha, ordenó regresar al Cusco, ayudando así, de un modo providencial, a levantar el cerco de esa ciudad férreamente asediada por los seguidores de Manco Inca.

Por las armas

A partir de ese momento, Almagro inició demandas cada vez más ambiciosas para su gobernación en el Cusco. Pizarro, obviamente, rechazó con firmeza tales pretensiones y de nada valieron fallidas entrevistas entre ambos socios y otras gestiones en busca de una conciliación. Entre los almagristas, cuyo caudillo era el mariscal Rodrigo Ordóñez, debido a la enfermedad de Almagro, y los pizarristas, al frente de los cuales estaba Hernando, hermano legítimo del gobernador, no cabía otra alternativa que dirimir sus diferencias con las armas. Esto ocurrió en la sañuda y sangrienta batalla de Las Salinas, cerca del Cusco (6 de abril de 1538). Los almagristas fueron derrotados. Diego de Almagro, imposibilitado de caminar, fue llevado preso a la capital del incario, donde fue juzgado y ejecutado. Dejaba como heredero de sus bienes al rey de España y, de su linaje, a un hijo mestizo que tuvo con una india panameña, que llevaba su mismo nombre y apellido con el remoquete de ‘El Mozo’. Mientras todo esto ocurría, Francisco Pizarro no se movió de Lima. Su conducta en relación con la muerte en el patíbulo de Almagro fue muy controvertida. El marqués gobernador, sin ninguna razón de fuerza, no abandonó la capital. Pudo haber viajado al Cusco y salvar la vida de su socio. Pero no lo hizo y, más bien, dejó actuar a su hermano. Posteriormente, Pizarro ordenó una durísima represión contra los almagristas, privándolos de sus encomiendas –a los pocos que las tenían– y de cualquier tipo de propiedad a todos los demás. Sumidos en desesperante miseria, viendo que el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, enviado por la Corona para mediar entre los dos gobernadores, no tenía cuándo llegar al Perú, los almagristas que habían proclamado como su líder a Diego de Almagro ‘El Mozo’, de apenas dieciocho años, decidieron que no tenían otra salida para sus desventuras que el magnicidio, trágico episodio de nuestra historia que hoy recordamos.

Fuente: Diario El Comercio, suplemento "El Dominical" (Perú). 26 de Junio del 2011.

2 comentarios:

Juan dijo...

Los almagristas estaban en un callejón sin salida, estaban a la desesperada ya desde la vuelta de Chile sin resultados de riqueza fácil. De todas formas suele verse a Almagro como el bueno de la historia de la conquista del Perú. En realidad no era de buena pasta. Si el perdedor hubiese sido Pizarro sería entonces el bueno. Trágica historia la de los países colonizados.
Saludos.

Eddy Romero Meza dijo...

La conquista es un punto de quiebre en la historia del Perú. Una “ruptura histórica”, en el sentido de la famosa escuela de los Annales (Braudel). Pizarro y Almagro, encarnan el sentido de una época marcada por la búsqueda y la lucha. Ambos conformaron una empresa privada de conquista en Panamá. Los socios se tornaron en enemigos pronto. No extraña eso en un contexto de tantas pugnas e intereses. Solo recordemos las circunstancias de la muerte de Vasco Núñez de Balboa (quien pudo haber iniciado la conquista del Perú antes que Pizarro), al cual se ejecuta en Panamá, por orden del receloso gobernador Pedrarias.

Pizarro es un personaje de novela. De hecho en la conquista española, después de la tragedia vino la comedia.

Saludos españolísimo amigo.