sábado, 7 de febrero de 2009

Ricardo Rivera Schreiber y la tragedia de Pearl Harbor.

El peruano que previó el ataque a Pearl Harbor

Ricardo Rivera Schreiber cumplía su misión diplomática en Japón cuando se enteró del inminente ataque a la base de EE.UU. en 1941

Por: Carlos Batalla (Periodista)

Una de las imágenes más poderosas de la Segunda Guerra Mundial es la del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Pero pocos saben (o recuerdan) que ese bombardeo pudo haber sido solo la pesadilla de un soldado estadounidense o la fantasía tanática de un militar japonés si alguien hubiese seguido la pista que aportó Ricardo Rivera Schreiber, un peruano que por esos días andaba de embajador en tierras niponas. En los difíciles caminos de la guerra, las oportunidades se toman o se lamentan. Esto que puede parecer un juego de palabras tiene sentido en la historia del recordado diplomático: fue él quien informó a la autoridad norteamericana en Japón del bombardeo, nada menos que 11 meses antes de que se produjera. Insólito, pero cierto.

LA HISTORIA

Rivera Schreiber pudo haber evitado la más grande tragedia naval de Estados Unidos. La historia salió a la luz pública en 1948, cuando Cordel Hull, secretario de Estado norteamericano, publicó sus “Memorias”. En la página 984 menciona el gesto colaborador del diplomático peruano. ¿Cómo un funcionario latinoamericano en Japón se enteró de la noticia con tanta anticipación? La historia es de novela, pero ha quedado consignada con detalles en una entrevista exclusiva que el propio Rivera Schreiber dio a El Comercio el 8 de febrero de 1949, luego de su retorno de Europa.

Allí precisa que no buscó la información, pues no contaba con los medios para hacerlo ni era su función en el consulado peruano en Yokohama. Revela también que desde setiembre de 1940 sabía, por su jefe de personal doméstico, que un intérprete del consulado que venía esporádicamente “era un miembro de la policía secreta japonesa”. El espía no tenía contacto directo con Rivera Schreiber, pero sí con el valet, a quien revelaba información valiosa. Este, por su lado, transmitía lo que sabía al embajador del Perú.

“Mi valet me dio muchas veces sus vaticinios sobre diversos sucesos de política internacional que, al cabo, advertí que siempre se cumplían”, contó a El Comercio Rivera Schreiber.

Una mañana, el valet le dio una información extraordinaria. Le contó que Japón “iba a la guerra” y que “era poderoso”, tanto que destruiría la “escuadra americana”. Lo dijo varias veces.

“Diez días después, volvió a presentarse muy nervioso y me dijo lo mismo y, al preguntarle yo si la destrucción de la escuadra estadounidense se efectuaría en San Diego (California), me contestó que no, que sería en el centro del Pacífico”, detalló el embajador en el reportaje.

En ese momento, intrigado, preguntó si el intérprete había llegado esa mañana. El valet contestó que sí. La última visita había ocurrido diez días antes, es decir, el mismo número de días que habían pasado desde su anterior vaticinio. Rivera Schreiber empezó a preocuparse, aunque consideraba aún remota la posibilidad del ataque.

La visita del profesor Yoshuda, de la Universidad de Tokio, su amigo personal, cambió las cosas. Yoshuda, un conocido antimilitarista y pacifista, le aseguró que se avecinaba una “gran desgracia que traería para siempre la ruina de su país”. Le dijo que el almirante Yamamoto había trazado un plan para atacar la escuadra americana en Pearl Harbor y que “un simulacro de tal ataque se estaba llevando a cabo —en esos momentos— en una de las islas al sur del Japón”.

Yoshuda aseguró al representante peruano que Yamamoto había preparado incluso a los “aviadores suicidas” y que el plan estaba listo “para entrar en acción sin la menor duda”.

Rivera Schreiber no lo pensó dos veces y decidió comunicarse por teléfono con el embajador estadounidense en Japón, Joseph C. Grew, a quien pidió una cita. Lo consideraba un amigo, o por lo menos se tenían confianza. Era el 26 de enero de 1941.

La conversación fue directa y sin olvidar detalle alguno. El impacto fue tal que Grew envió un mensaje urgente al presidente Roosevelt. “Mi colega del Perú se ha enterado por varios conductos, inclusive uno japonés, que se está preparando un ataque sorpresa a Pearl Harbor, para el caso de un conflicto entre el Japón y los Estados Unidos”, decía el mensaje de Grew. Al día siguiente, Cordel Hull, secretario de Estado de EE.UU., ya conocía la versión del representante peruano.

El embajador Rivera Schreiber contó a El Comercio, en 1949, que hasta allí llegó su intervención. “Naturalmente, no podía ir más allá”, dijo. “Vino luego la precipitación de los acontecimientos y el 7 de diciembre se produjo —ante el asombro del mundo— el ataque a Pearl Harbor, tal como me lo habían vaticinado mi valet y el profesor Yoshuda”, refirió. No podía olvidar esa historia.

“SOLO UN RUMOR”

En 1949, las investigaciones confirmaron que la Secretaría de Marina estuvo enterada y luego el Estado Mayor, para finalmente llegar al conocimiento del almirante Kimmel, comandante de la flota norteamericana en el Pacífico, quien consideró que se trataba “de un rumor”, nada más.

Los diarios detallaron con asombro las consecuencias de esa desidia. El 7 de diciembre se produjeron los anunciados ataques a Hawái, Filipinas, Singapur y Sumatra. La ofensiva llegó hasta Hong Kong, donde, sin embargo, fue rechazada por las fuerzas aliadas. La reacción militar estadounidense fue rápida, pero las pérdidas marcaron una de las mayores tragedias en la historia de ese país.

Tras el informe oficial de los hechos, el diplomático peruano fue homenajeado por el Senado norteamericano en 1945.

MEMORIAS DE UNA VIUDA
Catorce años después de la muerte del embajador, ocurrida el 25 de julio de 1969, su viuda, Teresa Kroll, hizo una declaración oficial por escrito sobre esta historia. El documento lleva la fecha del 3 de mayo de 1983 y está dirigido al cónsul general de EE.UU. en Lima. Allí ratifica lo dicho por su esposo a El Comercio en 1949 y precisa otras cosas: su confianza en las fuentes, es decir, el valet Felipe Akakawa y Yoshuda; rechaza la incredulidad histórica de algunos autores; señala que su esposo recabó información valiosa durante dos meses y que luego se la comentó en privado al embajador Grew; confirma que servicios americanos descifraron posteriormente cables secretos del Gobierno Japonés a su embajada en Washington, lo que ratificaba los datos de Yoshuda; e incluso sospecha que el mensaje de Grew a su Gobierno no era el mismo que redactó junto con Rivera Schreiber.

Al final de su misiva, la señora Kroll cuenta una anécdota entre Grew y su esposo. Se trata de un breve diálogo que sostuvieron tras la tragedia, mientras viajaban en el barco Asama Maru, que partía de Japón. Rivera Schreiber le dijo a Grew que todo había ocurrido tal como se lo advirtió en enero. “El señor Grew, visiblemente afectado, le respondió: “Sí, efectiva y lamentablemente, pero lo que usted me informó lo transmití el mismo día a mi Gobierno””. Fue una alerta perdida.

Fuente: Diario El Comercio. 07/02/09

1 comentario:

José Abad dijo...

No conocía esta importante historia. Estoy seguro que si hubiera pasado lo mismo con las torres gemelas tampoco se habría creído.

El exceso de confianza de los EEUU en su flota naval llega a tal punto, que ignora nada menos que la advertencia de un diplomático.

Quizás los militares trataron con desdén esta advertencia, que provenía de un "civil" y no de sus fuentes de inteligencia militares.